Muñeca de papel-Prólogo

La vida de Caroline Balance, a la vista de todos era perfecta... Sin embargo un viejo conocido no sólo le mostrará falsedad de esa vida, sino que la guiará a una verdadera vida perfecta.

Prólogo.

En un caluroso día de verano los rayos del Sol caían con fuerza sobre Ciudad Petalburgo de tal forma que ni siquiera la ligera brisa marina, proveniente de la cercana ruta 104, era suficiente para aliviar el calor de sus pobladores, quiénes se dirigían a ese lugar o hacia alguno de los frondosos bosques que rodeaban a los 2 pequeños lagos ubicados a los extremos de la ciudad para combatir el inclemente calor.

De forma niños y sus padres salían de sus casas con la intención de pasar un tranquilo y divertido día, y solo algunos negocios funcionaban de manera normal, en resumen eso era un perfecto día de verano para pasar con la familia y amigos.

Sin embargo en el interior del gimnasio de la cuidad había alguien que no estaba trabajando ni se preparaba para salir, y que tampoco estaba con sus familiares. Y esa persona era Caroline, la esposa de Norman, quien estaba sola en su habitación y sentada frente a un espejo mientras terminaba de arreglarse.

La hermosa mujer estaba aplicándose un sutil retoque a su maquillaje, el cual hacia resaltar su normalmente alegre rostro, junto como unas sombras de color morado que hacían lo mismo con sus impresionantes ojos azules, su habitual labial rosa pálido había sido sustituido por uno de color rojo intenso que hacía que sus adorables labios se vieran aún más carnosos y deseables, mientras que su cabello castaño claro estaba arreglado en sus habituales dos coletas.

Sin embargo lo que más llamaba la atención era el atrevido conjunto de lencería que la mujer estaba usando en esos momentos: El cual consistía de un sostén blanco de medía copa que levantaba con cierto descaro sus firmes atributos; de una tanga, que ciertamente mostraba más de lo cubría y de la que sólo era notorio un diminuto triángulo de encaje blanco que enmarcaba de manera primorosa su intimidad y sus carnosas nalgas, junto con unas medias de encaje, unidas a un ligero y a juego con el resto del conjunto, que cubrían sus aún bien formadas piernas dándole un toque maduro y muy sensual.

Una vez que Caroline estuvo satisfecha con su apariencia ella miró el reloj que estaba en un mueble cercano, sin embargo en su mirada podía notarse una mezcla de ansías y temor, ya que ella sabía que sólo era cuestión de tiempo para que ese paquete llegará y todo terminará de una vez por todas.

Y con esa profunda tristeza ella no pudo evitar mirar la foto que estaba a lado del reloj, que ajeno a todo seguía marcando el incesante paso del tiempo, una linda imagen en la que ella aparecía junto a los rostros sonrientes de las personas que ella más había amado en el mundo: Su hermosa May, su pequeño Max y su querido Norman.

El mismo Arceus sabía que de ser posible ella no habría cambiado el amor de su familia por nada del mundo, así que ella tomó con ternura la imagen por última vez y le pidió una disculpa por lo que estaba apunto de pasar, deseando con todas sus fuerzas que esto no fuera más que una horrible pesadilla, cuando...

El sonido del timbre de la entrada le indicó el momento que tanto había temido finalmente había llegado.

  • ¡Por favor... Perdónenme! -pidió ella por última vez, sintiéndose tremendamente culpable, ya que a pesar de que su corazón se estaba destrozando de dolor, en ese instante ella no podía derramar ni una sola lágrima con tal de no arruinar su sensual apariencia. Por lo ella no pudo hacer más que poner la fotografía en su lugar y voltearla de forma que está quedará contra el mueble y que ella no pudiera verla de nuevo.

Sin embargo a pesar del incomparable dolor, tristeza e impotencia que Caroline estaba sintiendo, ella estaba dispuesta a enfrentar ese aciago destino con un poco de dignidad, de forma que ella tomó una bata de baño de brillante y delgada seda negra, y sin dudar se dirigió hacia la puerta de entrada.

  • Fir.. firmé aquí, po..por favor- dijo un joven y nervioso mensajero, con los ojos como platos, al mirar a la hermosa mujer que había salido a recoger el paquete.

  • ¡Muchas gracias, guapo!- respondió Caroline con amabilidad y de forma coqueta al tomar el paquete, antes de darle un beso en la mejilla izquierda al chico y entrar nuevamente a la casa, la casa que dentro pronto dejaría de llamar hogar.

Ya que finalmente había llegado el paquete que tanto esperaba: Una pequeña caja color ocre atada con una cinta roja que rezaba en cursiva "Para mí único amor".

Al ver aquel paquete ella no pudo evitar mentalizarse una vez más, debido a lo que en unos pocos momentos estaba a punto de pasar, de forma que solo se dirigió a su habitación para hacerlo lo más pronto posible.

Caroline finalmente estaba lista para afrontar y aceptar su auténtico destino, uno que había vuelto para destruir desde sus cimientos la hermosa ilusión de la feliz vida que ella tuvo en los últimos 20 años, uno que a partir de entonces le mostraría cuál era la verdadera felicidad junto a la persona correcta.