Muñeca

Mis ojos devoran a la dulce Muñeca, una preciosa joven de apenas dieciocho años. Me pierdo en su cuerpo, en una mirada verde repleta de inocencia y pasión y en un rostro dulce, bonito y radiante de belleza y de pasión. Su desnudez queda acentuada por el collar de cuero que yo mismo ceñí a su cuello.

Con un suspiro de satisfacción cierro el grifo de la ducha, aparto la cortina y, mientras los vapores del agua caliente se expanden a mi alrededor, comienzo a secarme el cuerpo con una toalla blanca y perfumada. No me lleva mucho tiempo; apenas unos minutos después, con el pelo corto y la barba aún húmedos, arrojo la toalla a un rincón y salgo del baño de mi habitación de hotel.

No puedo evitar sonreír ante lo que allí me aguarda. Mis ojos, con mirada de lobo, devoran a la dulce Muñeca, una preciosa joven de apenas dieciocho años; veinte menos de los que tengo yo. Me pierdo en su cuerpo, desnudo y hermoso; en una mirada verde repleta al mismo tiempo de inocencia y de pasión; en un largo cabello castaño que enmarca un rostro que se me antoja precioso, radiante de belleza y de deseo. Su denudez queda acentuada por el collar de perro que se cierne en su cuello, accesorio que yo mismo coloqué en ella. Las manos de tan deliciosa visión se entrecruzan tras su cabeza, mientras que sus piernas permanecen abiertas en la posición de pie en que me aguarda, de tal manera que queda dispuesta para mí, entregada a mis deseos, deseos que se ven inevitablemente reflejados en mi miembro, ya erecto con la sola visión de tan exquisita joven.

Me acerco hacia ella, desnudos ambos, y camino a su alrededor para admirar su cuerpo, sus curvas, su piel. En un momento dado, mientras disfruto con la visión de un culo por el que tengo particular debilidad, no resisto más las ganas de beberme su belleza y hundo mis labios en su cuello, apresándolo con una de mis manos mientras lo beso y lo recorro con mi lengua, saboreando a Muñeca. Esta permanece inmóvil y expectante, pero advierto con una sonrisa que su respiración se acelera ligeramente y que un casi imperceptible temblor recorre su cuerpo. La rodeo mientras regalo suaves mordiscos a su cuello y, cuando me pierdo en sus ojos verdes, beso sus labios, tan dulces y cálidos que estoy seguro de que besarlos debe ser pecado. Mi lengua penetra en su boca, juguetona e invasora, y no tarda en ser recibida por la suya.

Entonces, sin más, me aparto de Muñeca y siento un perverso placer al advertir su mirada, una mirada confusa y llena de deseo, una mirada que me suplica que no me detenga. Sin hacer ningún caso de sus deseos me siento sobre la cama, la atraigo para mí y envuelvo con mi boca el pezón de uno de sus juveniles pechos, mientras mi diestra busca su culo y, cuando lo alcanza, presiona con un dedo sobre su ano hasta que logra entrar en él. Muñeca, trémula, deja escapar un respingo, pero mi boca no da tregua a sus pechos y mi dedo no desiste en su invasión. Comienzo a moverlo con delicadeza, introduciendo la punta en su ano para retirarla y volver a penetrar, pero voy un poco más lejos a cada movimiento, de manera que no tardo en tener mi dedo corazón completamente enterrado en su culo. Es entonces cuando comienzo a follárselo con él y mi otra mano se desliza hasta su coño, al que encuentro tan mojado que más que deslizar el apéndice en él, es su coño el que devora mi dedo. Un quedo gemido escapa de los labios de Muñeca, perversamente mía. No tardan en ser dos los dedos que penetran cada uno de sus dos agujeros; la chica gime ya sin control y su mirada queda atrapada por la mía, tan sometida su mente por mi voluntad como lo está su cuerpo.

Cuando siento que los temblores y gemidos de mi pequeño juguete indican que está próxima al orgasmo, detengo mis dedos y salgo de ella; su expresión suplicante me dice que deseaba terminar, pero no dice una sola palabra al respecto, pues su obediencia y entrega es tan absoluta que jamás cuestionaría mis deseos. Sonrío perversamente y hago un solo gesto que ella comprende de inmediato, por lo que se arrodilla ante mí y, casi tan ansiosa como yo mismo, comienza a comerme la polla. El placer que me causa con su afanosa mamada se ve acentuado por la visión de esa carita de niña buena engulliendo con gula mi duro miembro.

Muñeca, por supuesto, no es su auténtico nombre. Se llama Lucía, está en su primer año de universidad y es una joven increíble. Hija perfecta, estudiante modelo y esa amiga que todas las madres ponen como ejemplo a sus hijas cuando les recriminan algo. «¿Por qué no puedes ser un poco más como tu amiga Lucía? ¡Qué orgullosos deben estar sus padres!», dicen con frecuencia. No se equivocan, a decir verdad. Lo único que no saben es que Muñeca tiene una faceta que solo yo conozco, y de la que, al menos en parte, soy responsable.

Agarro sus preciosos cabellos castaños y la obligo a detenerse, pues de lo contrario me correría en su boca. No es que me importe hacerlo, y sé bien que para ella es un regalo que le haga beber mi corrida. Pero ese día no. En lugar de eso me levanto, me sitúo tras ella y me acerco a su oído.

—A cuatro patas, pequeña. Te voy a follar —susurro.

Obedece de inmediato, espoleada casi más por su propio deseo que por mi orden. Disfruto de la visión de tan dulce muñequita, ofrecida a mí, con el coño húmedo e hinchado, mientras mueve tentadora su culo en pompa, con el rostro sobre la cama y las manos extendidas ante ella, como si de la imagen de una esclava suplicante se tratase. Solo que, en este caso, su Amo se encuentra tras ella, y no delante de ella.

Dejo escapar un suspiro de placer cuando, tras sujetarla por las caderas, entierro mi polla en su coño. Inicio un lento vaivén, pues quiero disfrutar bien de ella, de la estudiante modelo, de la hija perfecta. Mi polla entra y sale de ella cada vez con más brío, mientras descargo la mano en su trasero para regalarle unos pocos azotes que hacen, si cabe, que su excitación aumente con cada marca de mis dedos en su piel. El sexto azote coincide con una embestida particularmente potente, y Muñeca se corre entre gemidos de éxtases.

—Gracias, gracias... —dice entre gemidos—. Gracias, Amo, por usar a tu esclava.

Es demasiado para mí. Me derramo en su interior y clavo la polla hasta el fondo para absorber todo el placer que esa dulce muñeca, ese pecado de ojos verdes y sonrisa dulce e inocente, me ofrece incondicionalmente.

Permanezco así, dentro de ella, durante algunos instantes, mientras tan solo puedo pensar en que aún tenemos todo el día por delante.