Mujeres en luna llena

En noches de luna llena, un grupo de amigas se juntan para dar rienda suelta a sus pasiones.

MUJERES EN LUNA LLENA.

Si bien puede leerse como relato independiente, conviene ver antes “Loca de placer” de la misma autora.

Sentí una mano que me zarandeaba por el hombro con suavidad y me desperté. Marina , con una sonrisa de oreja a oreja intentaba que me levantara. A mi lado , Calista seguía durmiendo.

- “ Dijiste que te despertara  a las tres y media, y ya son pasadas.”-

Me desperecé, estaba desnuda bajo la blanca sábana, con el cuerpo saturado de placer. Habíamos explotado en una llama de un orgasmo salvaje. Luego, cuando nuestras tensiones se liberaron, fuimos a la cama y allí descubrí placeres que no conocía. Había hecho el amor con algunas mujeres, pero ninguna era como Calista. Mi cuerpo, mi piel, mi alma vibró con sus manos, sus dedos, sus labios, su lengua, fluí en un mundo de lujuria y sensualidad  que me llevaba a un orgasmo pleno y continuo. Yo la intenté imitar, pero no tenía su sabiduría, sólo podía poner mi pasión y mi deseo. Ella lo agradecía con suspiros y gemidos que aumentaban más y más mi ardor.

No sé las veces que nos venimos, me parecieron infinitas, después nos acurrucamos una en brazos de la otra, nuestros muslos sirvieron de descanso a nuestras vulvas encendidas y jugando con su roce nos fuimos quedando dormidas.

-“¿ Me regalas un tinto?”- le pregunté haciéndome la canchera integrada en el lenguaje colombiano.

-“ Ponte algo, y nos tomamos un café, mientras esa niña duerme. Que creo que las has dejado agotada.”- me contestó Marina con un sonrisa cómplice.

Me puse la remera, me venía larga, justo debajo del pubis, y salí de la cabaña con la dueña del complejo. Me llevó a un quincho desde el que se veía la playa, estábamos solas. Me di cuenta que el hacer café era para ella un rito. Molió los granos y luego lo puso en la cafetera.

- “Las cosas hay que hacerlas bien. El punto de tueste, la mezcla con el natural, molerlos y hacerlo. Así sale un café como debe ser.”-

-“ Es una maravilla”- asentí cuando lo probé.

- “ ¿Eres de las nuestras?. Calista pensaba que eras una señora convencional y burguesa. Un porteña presumida. Ya sabes la fama que tienen los argentinos …”

-“ No sé que es ser de las nuestras. Si te refieres a si soy lesbiana. sí, pero mejor sería decir que soy bi. Estoy casada y me lo paso bien con mi marido. Soy argentina, pero no porteña. Yo , también tenía prejuicios. Pensaba que Calista iba a ser un niña pija. Y es una pirata deliciosa. Me enamoró en cuanto me montó en su moto. Me di cuenta que iba a correr una aventura.”-

Me miró a los ojos, me besó en la frente, me pasó el brazo por el hombro, y me atrajo hacia ella.

-“Cuéntame de ti”- me pidió con voz que daba paz a mi corazón.

Y hablé, le conté mi experiencia amorosa con otras mujeres*, de mi matrimonio, de mis hijos. Fue un encuentro conmigo misma, algo que nunca había hecho, como si estuviera en una sesión de psicoanálisis.

Cuando acabé, estábamos abrazadas, y sus labios se posaron en los míos. Me invadió una mezcla de calor, ternura, deseo, alegría…Era verdad que era “una de las nuestras”.

- “Pibita, ¿por qué no te quedas a pasar la noche aquí?. La mona pensó que tenías que regresar, pero hoy es luna llena y un grupo de brujas lo celebramos estando juntas”-

- “Lo de pibita lo entiendo , soy argentina. Lo de mona cuando os referís a Calista  no sé que quiere decir. Y lo de un akelarre me parece un poco fuerte.”- le dije con una sonrisa.

-Lo de mona es porque es muy clara de piel, casi rubia. Y no es ningún akelarre.  Tiene que ver con un espíritu de hermandad entre mujeres. Ser lesbiana es complejo. La sociedad no nos mira bien. Como a las antiguas brujas, que cuando se juntaban, la sociedad pensaba que invocaban al demonio. También tiene que ver con el mito de la diosa creadora.  Sin darnos cuenta, empezamos a vernos un grupo de amigas y cuando heredé este complejo, decidimos que era bueno venir a platicar, cenar, reírnos, disfrutar y qué mejor que las noches de luna llena. La diosa de las mujeres.”-

-“Me encantará, sólo tengo que avisar a mi marido para que no se preocupe si me telefonea al hotel.”-

Usando el celular de Marina llamé a mi esposo, la colombiana no perdía detalle de lo que yo le decía: que me iba a quedar a dormir en las islas, que era precioso, que estuviera tranquilo. Tuve que aclarar que no había ningún hombre, que era una cena de mujeres. Y entonces se quedó tranquilo.

Cuando colgué, estaba contenta, y abracé a Marina, de la manera más natural, nos dimos un beso en los labios y sin darme cuenta sentí necesidad de amarla. Me parecía imposible tener ganas de sexo después de la sesión extenuante con Calista pero volvía a tener ganas, diferentes,  más tiernas, pero unas ganas locas de hacer el amor con aquella mujer que me llenaba de ternura.

Sin decir nada, mirándola a los ojos, me quité  la remera, ella se bajó el jean y la bombachita, pude ver que no llevaba corpiño cuando se despojó de la blusa. Era una mujer madura, como una fruta en sazón. Un rostro hermoso con ojos negros y sonrisa chispeantes con arrugas reflejo de serenidad alegre y un cuerpo rotundo, con curvas, con pechos de pezones grandes, caderas amplias, que el tiempo mantenía sin deterioro. Un cuerpo que era así, vivido, no trabajado por el gimnasio como el de muchas de mis compatriotas que se machacan en el gym. Un color hermoso, café con leche, en el que el vello púbico era una mata negra y ensortijada dibujando un triángulo perfecto.

Mi boca comenzó a recorrer el camino de la frente a los senos, y los besé y lamí sintiéndolos vibrar. Me separó y con dulzura me tumbó en el suelo, colocó sus pies a los lados de mi cabeza, podía ver el sexo de labios oscuros, grises, casi negros.

Y se dejó caer, como un alcorán que busca un pececillo en el mar, quedando apoyada en sus manos, después flexionó los brazos hasta que mi vulva quedó al alcance de su boca.  Bajó su vientre , dejando su sexo junto a mi rostro.

- “ Por favor, sólo usa la lengua. Cómeme.”- me pidió. Y no me hice rogar.

Nunca había hecho el amor así, con serenidad, tranquila, como un río que marcha camino de su desembocadura , silencioso, en paz, gozando de la vida de un modo natural. Era un ritmo profundo el de nuestras lenguas surcando las vulvas, arando el desfiladero del sexo, repetido una y otra vez, sin prisas de buscar el pequeño faro desencadenante de nuestro placer máximo. Cuando lo arribamos, lo besamos, lo lamimos sin descanso, emprendimos un camino sin retorno. Sentí como si fuera el agua de un presa a la que dejan salir, bajando sus compuertas. Poderoso, vibrante , así fue mi orgasmo.

-“No se os puede dejar solas. Me duermo y os encuentro dale que dale”- Calista nos dijo con sonrisa pícara en su cara deliciosa.- “Elena,  hay que pensar en volver.”-

- “ No te preocupes, ha dicho que se queda a pasar  la noche. Y tú , no te querrás ir cuando , además viene Gladys.”

De manera natural , las tres, Marina y yo desnudas, y Calista vestida con su túnica, nos sentamos a tomar otro café, hablando de qué íbamos a preparar de cena, unos pescados a la plancha, yo me ofrecí a hacer un gazpacho, un poco falso pero que vendría bien al ser algo fresco. El postre lo traían las hermanas Buendía. Supe quienes serían mis compañeras de noche. Jessica y María José Buendía, Liliana Vallejo, Vanesa O´hara, Nela Pueblo y Gladys del Monte. Me hizo gracia que cuando me dijeron la lista de las mujeres que venían, las citaban con nombre y apellido.

Teníamos una hora larga hasta que llegaran, pedí ayuda para el gazpacho, lo hice con jugo de tomate, cebolla, ajo, un poco de pan, pepino , vinagre y aceite de oliva y sal. Sin poner agua, lo probaron y decidieron que estaba rico. Lo cargamos de hielo y lo pusimos en la nevera.

Limpiamos y sazonamos los pescados, en eso trabajaron ellas más que yo, y preparamos todo para hacer las brasas en la parrilla. Sólo quedaba encenderla

- “ Vamos a vestirnos para cuando lleguen. Elena, estate tranquila, que lo que nos ponemos es muy sencillo.  Y entre Calista y yo, te elegimos tu túnica. Vamos todas iguales. Eso si, quítate los aros y el anillo , ninguna lleva nada, sólo esto.”

De un placard sacaron una serie de sábanas de algodón azul marino, en el medio tenían una abertura para meter la cabeza, el calzado eran unas hawaianas negras.

Nos duchamos juntas, era una sensación extraña, ni por un momento pensé que estaba en un gimnasio donde las mujeres estamos desnudas, no era eso, usamos la misma ducha, nos enjabonamos entre nosotras, de un modo natural, sin morbo, felices de nuestros cuerpos y nuestra feminidad, pero con erotismo, disfrutando de las caricias, gozando del toque de la otra en la propia piel.

Nos pusimos la túnicas y esperamos que llegaran nuestras compañeras, vinieron en dos motoras. Era un grupo que charlaba y reía. Me presentaron como “la nueva” o “la argentina”, todas me besaron en los labios. Sentía un espíritu de compinches, de amigazas, donde nadie juzgaba y se estaba al disfrute.

Excepto Gladys que tendría unos veinte y muy pocos, las demás pasaban de los treinta y alguna como Jessica y Vanesa de las cuarenta. Sin ningún rubor se desnudaron y se pusieron las sábanas. Éramos una extraña cofradía, todas iguales, todas de buen humor.

Mientras se desnudaban las estudié. Gladys, la compañera de Calista, de unos veinte y pocos años, era delgada, morena con el pelo corto, de pechos como dos medias naranjas, pequeños, pero duros, la cola pequeña, paradita. Una belleza. Aunque la belleza fuera de lo normal era la de Liliana, de mi edad, pasados los treinta, el pelo a lo garçon , ojos negros, cara de muñeca, un cuerpo perfecto con curvas en su sitio y sin carnes sin caerse.

Jésica  y Vanesa eran las más mayores, pasaban de los cuarenta y quizás alguna de las dos de los cincuenta. De cuerpos en sazón, pechos grandes, nalgas rotundas, guapas de cara, con una sonrisa que te seducía. Vanesa, pelirroja. Jésica castaña oscura.

María José y Nela , en los primeros cuarenta, parecían modelos de productos de belleza, buenos cutis, ojos negros y grandes, bocas perfectas; la primera rubia, más alta, la segunda pelo negro, me parecieron las más frías del grupo, y las que extremaron educación conmigo.

Con las túnicas puestas el ambiente se liberó todavía más. Vanesa se encargó de repartir vasos con hielo y Nela de servir el ron. Brindamos por nosotras: las mujeres.

Llevábamos tres rones cuando Marina y  Calista sacaron el gazpacho y entre todas comenzamos a poner los pescados en la parrilla. Cuando Liliana, que parecía la más fina , quizás por su cara de ángel, atacó los peces con los dedos, mientras seguía bebiendo gazpacho con ron, comprendía que no había recatos ni reglas, éramos un grupo de hembras sin pudores y libres.

Fue Jessica la que me chupeteó los dedos para limpiármelos, yo le correspondí, y luego la besé agradecida. Ese beso pareció desencadenar los cariños grupales, todas aprovechábamos cualquier cosa para besarnos. Besos con o sin lengua, con o sin manos que acariciaran, pero que nos relajaban y nos unían.

Gladys abrazaba a Calista, sabía que yo había estado con ella, y quería volver a marcar territorio. Fueron Marina, Vanesa y Jessica las que las separaron para tomándolas de la mano y besándolas las recordaron que todas éramos de todas, al tiempo que Nela propuso ir a bañarnos.

El agua se extendía a nuestros pies, la tarima, un poco de arena y el Caribe iluminado por la luna llena. Nos despojamos de las sábanas y bajamos hasta el mar.

Paradas , con el agua hasta el vientre, nos tomamos de la mano, y empezamos a dar vueltas en círculo despacio. Empezaron a decir con voz alegre:

Es la noche de la luna. Es la noche de las mujeres. Es la noche de la luna.Es la noche de la libertad. Es la noche de la luna. Es la noche del amor. Es la noche de la luna. Es la noche del placer. Es la noche de la luna.  Es la noche del sexo. Es la noche de la luna. Es la noche de las hembras. Es la noche de la luna. Es nuestra noche.”

Y ahí cerramos el círculo y comenzamos a besarnos, abrazarnos, a acariciarnos. No sé quién ni cómo trajo unas botellas de ron, pero sí sé que empezamos a beberlas a morro, mientras nuestros deseos se iban encendiendo y las manos, las bocas, las lenguas, los cuerpos se iban poniendo en contacto, gloriosos, plenos de goce, abiertos al sexo y la aventura.

Me sumergí en el mar y buceé buscando un sexo para besar, no sabía de quién era aquel monte de Venus que acaricié con mi boca. Las manos de su dueña me agarraron y levantaron. Era Vanesa , que me besó mientras se pegaba a mí, restregando sus senos poderosos contra los míos. Era más alta que yo, así que me tuve que poner en puntillas.

Su mano buscó mi entrepierna y comenzó a masturbarme sin soltarme, yo puse mis muslos apoyados en sus caderas de modo que mi concha quedó abierta a sus caricias.

María José se colocó tras de mí, restregando sus pechos en mi espalda y dándonos a beber ron de una botella. Me vine como una gatita ronroneante, con malicia mezclada con placer.

Pero aquello acababa de empezar. El mar cálido fue testigo de nuestra liberación.

Cuando salimos, estábamos felices y un poco borrachillas. En la sala donde habíamos cenado nos sentamos desnudas sobre las túnicas , que abiertas cubrían todo el suelo. Fue Marina la que sacó la pipa de agua, yo las había visto en Túnez y en Estambul, y Gladys la que la cargó con hierba. Calista la encendió y dio la primera calada. Luego la boquilla fue pasando por todas nosotras.

El mar, el alcohol, la marihuana me hacían flotar, pero no sólo a mí, a todas. Y todas comenzamos a acariciarnos, besarnos…

Esa noche lo hice con varias mujeres, y ellas lo hicieron conmigo. Senos, pubis, conchas, muslos, vientres, bocas, labios , orejas, cuellos, anos, manos, pies, clítoris, todo fue parte de un ritual de lujuria que no puedo olvidar. Orgasmos suaves, salvajes, lentos, rápidos. Incansables  hicimos el amor hasta quedar dormidas , entrelazados nuestros cuerpos.

Me despertó la luz del sol y Marina y Jessica que a voz en grito decían:

- “ Chicas, el desayuno está listo. Todas al comedor.”

En la sala contigua estaba montada una mesa, con jarras con jugo de naranja, tostadas recién hecha, mermeladas, manteca, leche y un café que despedía un aroma delicioso.

Como felinas perezosas, nos fuimos sentando y comiendo. Estaba cansada pero no tenía resaca. Después nos duchamos entre caricias. Volvía ponerme mi remera y mis jeans, junto al anillo y los aros. Era el momento de volver.

Entonces  Jessica se me acercó, me tomó de la mano y me dijo:

-“ ¿ No quieres volver por la tarde?. Yo me quedo con Marina y tenga lancha, puedes estar a las siete para cuando llegue tu marido. Podemos nadar, bucear, pescar y…”

-“Voy a decirle a Calista que me quedo. Me encanta el plan , con el mar y su y…”-

Cuando las demás se enteraron, no pusieron pegas. Sólo Liliana dijo que también se quedaba. Le apetecía pasar el día con nosotras en la isla.

Las ayudamos a embarcar, solas las cuatro volvimos a la casa.

Marina sacó tres bikinis para mis nuevas amigas. Yo estaba feliz, Jessica me encantaba, Marina me daba una mezcla de tranquilidad y morbo, y Liliana era una de las mujeres más hermosas que había visto en mi vida.

Mientras se ponían los trajes de baño, Jessica abrió un armario y ante mis ojos apareció una deliciosa colección de vibradores, dildos y arneses.

- “ Creo que podemos llevar alguno para jugar”- Propuso Liliana mientras me besaba.

*Algunas lectoras me han preguntado por mis relatos lésbicos.

Mis experiencias sáficas, en las que muchas veces ha intervenido mi marido,  pueden leerse en los siguientes relatos:

Aprendiendo en Iguazú. Verano familiar. Muñeca adorable. Muñeca perversa. Muñeca viciosa. La gata y su presa.  Vida de hotel. Intercambio en los Roques. Orgía en los Roques.

Totalmente desnuda.  Me excita que me miren. Puta e ingenua. Tres de cada diez. La profesora de orgasmos. La calientapollas encoñada.

Estas historias, adornadas, reflejan mis encuentros sexuales con otras mujeres.

Al igual que éste, basado en la fantasía, he escrito alguna narración lésbica, quizás la más interesante sea la Serie de Lupe Vargas, un western lésbico.