Mujeres bajo la fuente o el dios eyaculador
Una mujer hace una invitación muy peculiar e íntima a un grupo de amigas.
Somos un grupo de cinco buenas amigas. No nos une nada más que una buena amistad, porque ni tenemos todas el mismo trabajo, ni vivimos en el mismo barrio, ni somos de la misma edad Amigas que nos reunimos de vez en cuando para tomar café y charlar, o simplemente para dar una vuelta.
Una tarde de sábado, tras realizar unas compras, nos detuvimos las cinco a tomar un café. Alicia y Belinda estaban más animadas de lo habitual, y aunque en ellas era normal hablar de sexo y de hombres, esa tarde estaban especialmente salidas. Las demás no les íbamos a la zaga. Alicia llamó nuestra atención sobre el paquete del camarero diciendo algo así: " menuda polla ha de guardar ese semental bajo la bragueta" Hicimos ademán de escandalizarnos, pero todas reímos su ocurrencia. Belinda continuó: " Yo creo que lo que guarda no tiene porqué ser todo polla, sino unos testículos con mucho merengue acumulado". Continuamos riendo como locas, incluso creo que el guapo camarero se dio cuenta que la cosa iba con él.
Roberta, otra de las amigas, muy científica y racional siempre ella, sacó el tema de que a unos testículos, por mucho que lleven sin vaciarse, no se les nota en el tamaño. Así surgió un debate acalorado en el que unas decían que sí y otras que no; unas decían que daba igual que un hombre llevase mucho o poco tiempo sin eyacular porque eso no influía en la cantidad de semen expulsado, otras opinaban lo contrario. Unas decían que todos los hombres eyaculaban más o menos la misma cantidad y otras opinaban lo contrario; por ejemplo yo.
Se quedaron mirándome, pidiéndome una explicación, que me obligaron a dar: "Mi marido" -dije con timidez. "Tu marido ¿qué?" inquirieron al unísono. Finalmente expliqué que mi marido podía expulsar en ocasiones eyaculando casi un cuarto de litro de semen. Rieron. Belinda dijo que eso sólo lo podían hacer los elefantes. Mi mirada confiada y enigmática les obligó a preguntarse si aquello era cierto, lo que sólo era posible averiguar viéndolo. Sí mi marido era partidario y nadie más se enteraba de aquello lo verían al cabo de dos semanas, tiempo e el que mi marido cargaría las pilas.
Mi marido recibió ufano a mis amigas en casa. Jugueteamos con él, lo pusimos a tono y finalmente nos mostró su verga orgullosa y grande. Mis amigas querían ver el milagro y mi esposo tan sólo exigió una cosa: vernos a todas desnudas y eyacular sobre nosotras. Aceptamos y él nos explicó su idea. Nos abrazaríamos nosotras en corro al pie de la escalera; él desde arriba se masturbaría contemplándonos hasta correrse sobre nosotras.
El manantial de vida, la lluvia de esperma caída sobre nuestros rostros y cuerpos no parecía cesar. Éramos como diosas recibiendo la bendición de Zeus, que desde el monte Olimpo gemía extasiado mientras regaba la carne.
Desde entonces mis amigas demandan bañarse bajo la fuente cada fin de semana. El dios eyaculador no me pertenece a mí sola.