Mujer Pirata
Soy Martina, mujer pirata me llaman algunos ...
02-julio-07
MUJER PIRATA
El ensordecedor ruido contrastaba con la calma que ofrecía el mar aquel día; aunque, en plena batalla, aquella apreciación ocupa mi mente apenas medio segundo.
A mi alrededor mis chicas están cayendo. Había cometido un grave error al hacer aquel viaje sin tener en cuenta a mi feroz rival y lo iba a pagar caro.
Soy Martina, "mujer pirata" me llaman algunos y otros Martirana, un nombre que me gusta porque mezcla el mío con el de mi barco, La Tirana. Mi tripulación de mujeres y mis pillajes y correrías me han proporcionado cierta reputación entre la gente de mar; tanta como para que hayan puesto precio a mi cabeza y me haya ganado el respeto de corsarios y bucaneros, y hablo de respeto sabiendo que cualquiera de ellos me vendería gustosamente si pudiese, sólo por quitarse de encima algo de competencia. Bueno, todos menos Adrián "El Temible", pirata de piratas. Él nunca me vendería porque ha jurado que seré suya.
No puedo quejarme de mi aspecto: piel bronceada por mi vida en el mar, cuerpo torneado y atlético por el trabajo duro que no rehuyo y semblante de chica dura que mi sonrisa se empeña en desmentir; pero desde luego no soy una belleza. Muchas de mis chicas me dan mil vueltas en ese aspecto y sin embargo, sé que soy muy deseada; el morbo machista que despierta mi fama y un montón de rumores sobre mis gustos y habilidades sexuales hacen que vuelen las fantasías de muchos. Por eso estoy acostumbrada a las proposiciones e insinuaciones de hombres y mujeres, y no me extrañó que aquel apuesto tipo se sentase a mi mesa con mil palabras de cortejo en su boca.
Habíamos pasado muchas semanas en el mar y necesitábamos un descanso. Hacía mucho que no disfrutaba del gusto de una verga en mi cama y, aunque mis chicas se encargaban de darme todo el placer que quisiese, aquel hombre me apetecía.
Pasamos unas semanas locas, todas sexo, diversión y risas mientras reparaban y ponían a punto mi nave. Durante ese tiempo no supimos quienes éramos, yo sólo era Martina y él sólo era Telmo. Me entretenía, me satisfacía y me colmaba de atenciones; pero cuando le dije que partiría en tres días se desesperó. Quería venir conmigo a toda costa, o que me fuese con él, o que no nos fuésemos.
Te llevaría conmigo - le dije - pero es imposible, no se admiten hombres en mi barco.
Como respuesta me declaró su amor. Yo le desprecié por pensar que eso me importaría más que mi libertad y él enloqueció. Me perseguía, me acosaba, se humillaba ante mí sin importarle cuándo ni dónde. Cansada ya de tanta estupidez intenté que entendiese que aquello había terminado.
Haré lo que me pidas pero no me dejes - me estaba suplicando por enésima vez.
Bien - le contesté - se me ocurre algo. No puedo llevarte como hombre, pero quizá sí como mascota; cástrate y te embarco conmigo; aunque claro, así sólo me valdrías como bufón.
Sí, cruel, lo sé, pero ¿qué esperabais? ¡Soy pirata!
A la mañana siguiente, justo antes de partir, me enteré de su muerte. Desangrado, me dijeron los que le habían encontrado en la cama que habíamos compartido. Había dejado su virilidad y un escrito dirigido a mí en mi lado de la almohada. No cambié mis planes, no quise leer su mensaje y no quise verle.
Pasé varias semanas de un humor de perros, maldiciendo a todos y cada uno de los hombres que había sobre la tierra y prometiéndome a mí misma no volver a encamarme con ninguno. Pero mi humor empeoró cuando me enteré de que Telmo era Telmo "Tresmanos", segundo de a bordo de "La Feroz" capitaneada por "El Temible", su hermano.
Ahora entenderéis quizá su empeño por capturarme viva: quiere venganza. Y por lo que veo, hoy está dispuesto a conseguirla; aunque os puedo asegurar que prefiero morir a caer en sus manos y estoy dispuesta a hacer yo misma lo necesario para que sea así.
Nos han abordado. Sus hombres y mis mujeres luchan y mueren en mi barco. Somos pocas, dejé parte de la tripulación en Puerto Cerrado, encargándose de la última partida de contrabando que habíamos transportado y esa va a ser mi perdición, lo presiento y él también. Allí está, en el puente de mando gritando órdenes sin quitarme la mirada de encima, una mirada llena de ferocidad y odio.
Su tropa de salvajes huele la victoria y pretende disfrutarla antes de conquistarla del todo. Recorro la cubierta repartiendo sablazos sin descanso. Le doy muerte rápida y piadosa a las que encuentro malheridas y acabo con un par de cerdos que han bajado sus sables para sacarse la polla; comienzan las violaciones. Todo es sangre, olor a pólvora y gritos. Gritos de los que aún luchan, gritos de los heridos, gritos de júbilo en voces de hombre, gritos de desesperación en voces de mujer, y yo también grito. Grito porque se avecina mi muerte y quiero llevarme conmigo a cuantos más mejor.
Veo a Iris sodomizada por un gordo asqueroso y no puedo contenerme; con todas mis fuerzas lanzo un golpe que mata al violador antes de que consiga darse cuenta de lo que le ha pasado; me agacho a levantarla y entonces cae sobre nosotras una red. En cuestión de segundos tengo sobre mí a varios hombres agarrándome, inmovilizándome, atándome. Me retuerzo, maldigo, insulto, escupo, muerdo, hasta que un golpe me hace perder la fuerza, la vista y la conciencia.
Despierto sin saber por qué me duele tanto la cabeza y tengo la boca tan seca. En un instante recuerdo mi pesadilla e instintivamente intento levantarme, pero no puedo. Estoy en el suelo con grilletes en las manos y en los pies y una cadena vertical uniéndolos, mi cuerpo se resiente magullado, pero más dolorida aún está mi alma al verme así encadenada.
Cuando consigo aclarar mis ideas me doy cuenta de que estoy en el camarote del capitán y que él está allí, de espaldas a mí, sentado a la mesa, comiendo. Una vez termina, se pone en pie y se acerca al rincón dónde estoy tirada.
Sostenemos las miradas sin hablarnos durante un rato. Reconozco muchos de los rasgos de Telmo en él; el parecido es notable, aunque el rostro de Adrián está falto de la animosidad y alegría que se reflejaban en el semblante de su hermano, sin esas arruguitas que denotaban su carácter risueño y abierto a la diversión. Pero sobre todo su mirada, eso sí les diferencia del todo. Los ojos azules de Telmo, con esa mirada mezcla de calidez, dulzura y golfería, se transforman en la cara de su hermano en una mirada gris, dura y fría.
¿Y por esto perdió mi hermano la hombría y la cabeza? - dice con tono de desprecio mientras me mira de arriba abajo.
No es una pregunta a la que tenga nada que contestar, así que me mantengo callada hasta que una bofetada me hace voltear la cara. Cuando vuelvo a mirarle lo hago con una sonrisa desafiante en la boca, una chispa de rabia se enciende en sus ojos y para azuzarla aún más le escupo. En un abrir y cerrar de ojos me veo tumbada en el suelo, con él encima y la hoja de su cuchillo presionando contra mi cuello. Pero no va a matarme, al menos no así, sería demasiado fácil. Su cuchillo se desliza hacia abajo rasgando mi ropa y también superficialmente mi piel en algunos puntos. Con la punta aparta el tejido dejando abierta de arriba abajo una brecha de desnudez por donde asoma uno de mis pechos y el vello de mi pubis. Al tenerle pegado contra mí noto su erección. Si cree que voy a debatirme o luchar por pudor está muy equivocado, le miro orgullosa retándole. Entonces, se levanta y tira de mis cadenas obligándome a ponerme en pie, mis ropas caen al suelo mientras él me arrastra hasta la mesa y me echa bruscamente sobre ella sujetándome con una mano mientras con la otra se hurga en los pantalones. Le dejo hacer como si aquello no fuese conmigo y me penetra sin miramientos; como no me causa demasiado dolor puedo disimularlo fácilmente. Mientras me folla pienso que vaya forma más estúpida de humillarme y me entra la risa. En ese momento sí parece que vaya a matarme, la ira de sus ojos, la rabia con que se aparta de mí y la crispación que le inspira la impotencia de la situación casi se palpan en el ambiente; pero no lo hace, sale de la habitación dando un portazo y dejándome allí sola.
Me arrastro como puedo hasta un diván y me quedo dormida.
Cuando me despierto él está allí de nuevo, está sentado en la mesa escribiendo algo y no interrumpe su tarea aunque se ha dado cuenta de que le estoy mirando. Tarda un rato en levantarse, sirve una copa de agua y me la ofrece. Me muero de sed y por eso la acepto, aunque con ciertas reticencias. Él espera a que termine de beber para hablarme.
Tengo a seis de tus mujeres en mi barco y lo que les ocurra depende de ti. - aunque el tono de su voz ha sido neutro, sus palabras se me han clavado más profundamente que cualquier amenaza que hubiese podido hacerme - Si accedes a ser mi esclava sin mostrar ningún tipo de rebeldía, me comprometo a dejarlas libres cuando lleguemos a puerto y te aseguro que no serán sometidas a ningún acto que ellas no quieran por parte de mis hombres mientras dure el viaje, aunque tendrán que trabajar para nosotros. Si no aceptas, daré autorización para que hagan con ellas lo que quieran sin ningún reparo y a las que sobrevivan las venderé luego como esclavas o las arrojaré al mar si veo que están en muy mal estado. Piénsatelo, pero no intentes engañarme porque serán ellas las que lo paguen.
Algo se tambalea dentro de mí, sé que podría resistir cualquier tortura sin perder el valor, que preferiría entregar la vida antes que el orgullo, pero ahora no se trata de mí, se trata de esas mujeres a las que yo adoro, a las que he confiado mi vida tantas veces y me asalta la duda de cuales son las que están vivas, aunque en pocos segundos me doy cuenta que da igual quienes sean porque ya he tomado la decisión de salvarlas.
Con los ojos húmedos y sin querer hablar para no romper a llorar asiento con la cabeza para darle mi respuesta. Su cara de satisfacción me hace sentir más aún la derrota y una lágrima cae por mi mejilla traicionando, a mi entender, el poco orgullo que aún podía quedarme.
Al principio Adrián me lleva con él a todos lados, siempre buscando situaciones humillantes para exhibirme delante de la tripulación y lo que es más doloroso aún, delante de mis chicas, que me miran con una tristeza infinita, incapaces de comprender cómo ha podido ese hombre doblegar mi voluntad. En cualquier instante y sin previo aviso me usa sexualmente sin importarle quién esté delante e incluso a veces sin interrumpir la conversación que mantiene en ese momento. Una de esas veces estaba él discutiendo con uno de sus hombres de confianza sobre la conveniencia de dirigirnos a uno u otro puerto cuando, sin más, tiró de la cadena que mantenía sujeta a mi cuello y me colocó de tal forma que tenía total acceso a mi culo y a mi coño, me escupió y metió los dedos en mi ano mientras con la otra mano se preparaba la polla para penetrarme. Yo estaba de cara al otro hombre y adiviné en sus ojos la sorpresa, la codicia y la lujuria, aunque hacía lo posible por seguir con la conversación como si nada de aquello le afectase. Adrián me folló el culo haciendo sólo una leve pausa en su charla la hora de correrse. Sorprendentemente, nada de aquello me afectaba, sus intentos de humillarme a través del sexo, sus estúpidas muestras de poder, todo lo que me hacía pasar, me resultaba mucho más fácil de soportar de lo que había creído. Era una prisionera, obedecía en todo, pero no me sentía esclava. Por eso, cuando Adrián le ofreció a aquél hombre una mamada de la mujer pirata, supe que había llegado el momento de demostrarle que el poder hay que saber usarlo y me esforcé en hacerle a su amigo la mejor mamada que hubiese disfrutado nunca; no como las que le hacía a él de forma mecánica, no, le chupe la polla deleitándome en ello, poniendo cara de vicio y llenándosela de saliva, cambiando los ritmos de penetraciones profundas a otras más cortas y rápidas, abriendo la garganta para que me entrase hasta el fondo, hasta que se corrió entre gemidos de placer. Entonces miré a Adrián y sonreí por primera vez en varios días mientras la lefa chorreaba por mi barbilla. Cuando se pusieron de acuerdo en los temas que trataban y nos quedamos solos, Adrián me dio una bofetada. Una bofetada que me supo a gloria.
Hace dos días que ocurrió eso y desde entonces estoy encerrada en una habitación. De puro aburrimiento he intentado hasta entablar conversación con el tipo que me trae la comida, pero me ignora tan bien que casi juraría que es sordomudo. Estoy decidida a hacer algo y lo siguiente que se me ocurre es que si las palabras no le calan igual algún gesto más cariñoso consiga hacer que se le suelte la lengua y pueda al menos saber qué diablos piensa hacer Adrián conmigo.
Así que ahora estoy esperando a que llegue la hora de la cena para "atacar" sexualmente a mi camarero particular. Pero la sorpresa es mayúscula cuando me encuentro que quién me trae la cena esta noche es mi querida Iris. Siento una felicidad tan inmensa que sólo se me ocurre abrazarme a ella con fuerza y llenar su cara de besos; y así, entre caricias que se van haciendo cada vez más pasionales, me cuenta lo preocupadas que están todas y cómo Dalia se ha camelado al cocinero para que ella pudiese venir a verme clandestinamente. Le digo que estoy bien, le encargo de transmitir la orden de que no hagan nada que ponga en riesgo sus vidas, le aseguro que tengo un plan y le pido que confíen en mí. Son pocas las palabras, sin embargo nuestras manos no han podido estarse quietas mientras tanto y ya estamos desnudas preguntándonos como hemos podido quitarnos la ropa sin dejar de abrazarnos. No podemos hablar más ni lo necesitamos, está todo dicho, ahora sólo queremos llenarnos los cuerpos de besos, la piel de caricias, la boca de gemidos y el alma de placeres.
Mientras mi lengua va y viene por la ruta que une sus pechos y sus labios mis manos pasean por sus caderas, por la redondez de sus nalgas, por la suavidad de sus muslos y acaban enredadas en el vello de su pubis que desprende un calor que yo conozco muy bien. Iris me desea, incluso me atrevería a decir que me ama; disfruta tanto de nuestros encuentros y se entrega de tal forma que es imposible no contagiarse de ello. Aun le hago sufrir un poco más por la espera antes de acercar mis dedos a la abertura de su coño húmedo y cuando lo hago, son tantas las ganas que tenía ya de ello que enseguida se corre dejándome toda la mano empapada. Chupo mis dedos, me encanta su sabor y como siempre, se lo digo. Ella se agacha despacio con intención de llevar su cara hasta mi sexo y en ese momento me doy cuenta de que hay alguien mirándonos desde las sombras que han ido invadiendo la habitación, disimulo mi exclamación de sorpresa mezclándola con algunos jadeos y decido que no merece la pena estropear aquel delicioso momento sólo porque alguien nos vea. Apoyando mi culo sobre la mesa me abro bien de piernas y arqueo mi cuello hacia atrás para disponerme a disfrutar de la habilidosa lengua de Iris; mi primer orgasmo tarda en llegar, pero agarrando del pelo a mi chica y clavando su cara en mi coño estallo por fin en mil placeres; lejos de dejarme estar, ella continúa complaciéndome, esta vez con los dedos que mete primero en mi coño para humedecerlos, luego en mi culo y más tarde en los dos agujeros, así consigue llevarme otra vez a la gloria del éxtasis, pero no contenta con ello y queriendo darme todo lo que pueda alarga la mano sin mirar hacia la bandeja de la comida y coge una zanahoria, me entra la risa al verlo, pero dejo que me penetre con ella aún riéndome y casi ni para volver a correrme dejo de reír.
Llevaba sin correrme un par de semanas, porque a pesar de que Adrián se esfuerza en intentarlo prácticamente todos los días, siempre consigo bloquearme mentalmente y controlar lo suficiente para no hacerlo; es extraño sentir satisfacción al negarse una a si misma el orgasmo sólo por robarle al enemigo el placer de saber que te lo puede dar.
Iris se ha tenido que ir, pero ha prometido volver a intentar verme siempre que pueda. Yo me acurruco en la cama y estoy casi dormida ya cuando siento una presencia en la habitación y me doy cuenta de que he olvidado por completo al visitante misterioso. Me tenso involuntariamente, aunque intento que no se me note. Con los ojos entornados me cuesta identificar a Adrián hasta que se agacha a coger una zanahoria que ha quedado en el suelo y después de olerla la muerde.
Antes de que amaneciese ha vuelto a entrar en la habitación y me ha follado, esta vez con menos rabia de la habitual. Ahora las visitas nocturnas de Iris son frecuentes y sé que él siempre nos mira aunque a veces soy incapaz de descubrir dónde está escondido. He de confesaros que esta situación ha hecho que cada vez me cueste más no correrme cuando me folla pero aún sigue pudiendo más el placer de notar la frustración mal disimulada que le supone.
Y así van pasando los días, hasta que llega uno en el que en el barco no se habla más que de la inminente llegada a puerto. Todos están excitados y deseosos de bajar a tierra y el buen humor invade el ambiente. El único con semblante sombrío es el capitán.
Paso esa última noche inquieta, sin poder dormir aunque aparentando que lo hago para que él, acostado a mi lado y también despierto, no note mis nervios.
Mis mujeres casi no se creen que desembarquen siendo libres, por eso lo hacen con desconfianza; Iris se niega a bajar al bote hasta que no lo haga yo. No saben que yo esta vez no iré con ellas y cuando se enteran, sólo mis órdenes de que lo acepten consiguen que no luchen por mí.
Casi nos hemos quedado solos en el barco. Es justo el momento que esperaba. Esta vez, cuando tensa la cadena para indicarme que le siga nota mi resistencia a hacerlo.
¿Voy a tener que encadenarte de nuevo?- me dice en tono amenazante.
Entonces hago algo que no tenía planeado. Me acerco a él y le doy un apasionado beso que le deja totalmente sorprendido y empalmado. Tirando yo de la cadena que él aún sostiene en su mano y sin parar de comernos la boca, llegamos a su habitación. Todo el deseo contenido, las ganas de demostrarle la excitación que me produce su cuerpo, estallan en ese momento, haciendo que no pueda esperar más las ganas sentirle dentro. Le saco el miembro duro y húmedo y dirijo el glande hacia mi coño; él intenta detenerme, calmarme, me dice que espere, pero no puedo, quiero follármelo y es lo que hago. Me lo follo hasta que me canso de correrme, mientras le muerdo los labios, la cara, el cuello y hasta la cabeza. Cuando noto que él está también a punto me la saco del coño y me arrodillo ante él para metérmela en la boca. No tarda en correrse y yo me encargo de que su leche me caiga en la cara. Luego, antes de que pueda reaccionar, me pongo de pie y restriego mi cara contra la suya dándole un último beso en la boca.
Mientras recupera el aliento abro el cajón de su escritorio y cojo la llave del candado que cierra mi cadena, él me sigue con la mirada, pero no dice nada. Se la tiendo, le digo que me la quite y él lo hace.
¿Te vas a ir?- pregunta sin preguntar.
Tú y yo sabemos que nunca he sido tuya.- le digo mientras me pongo las prendas que han quedado tiradas por el suelo.
Debería haberte matado.- dice sin mirarme a la cara.
Soy más divertida viva.- le contesto yo antes de cerrar la puerta e irme.
Arrío un bote y remo hacia la playa. Me invade una extraña mezcla de satisfacción y tristeza que intento espantar con otros pensamientos. Estoy deseando volver a encontrarme con mi tripulación. Una sonrisa de oreja a oreja se me planta en la cara al pensar en la noticia que voy a darles. No sé cómo van a reaccionar cuando lo sepan , pero casi puedo imaginar cómo va a reaccionar Adrián cuando corra la voz de que la Mujer Pirata está esperando un hijo suyo.
Esta vez estaré preparada cuando venga a buscarme.
Un relato de Erótika Lectura .