Mujer de fuego

Prosa poética erótica.

Mujer de fuego

Te quiero mujer de fuego, te aprecio mucho, y estoy bien gustoso –como un gajo de mandarina– de querer hacértelo saber. Deseo, anhelo probar tus labios, gustar de tus pechos atrevidos como dos porciones de torta a devorar, humedecer y endurecer tus pezones hasta que digan a grito pelado “¡aquí estoy!”. Incendiarlos con un calor intensificado sin gas ni fuego. Mimarte las aureolas, hervirlas. Besuquearte la nuca, el cuero cabelludo, la frente, la nariz, las mejillas, el cuello, el hombro, la clavícula, el dorso de tus manos y demás. Contemplar tu mariposa –que ya hace tiempo venía pidiendo salir del encierro– como si lo estuviera haciendo con una buena pintura o una buena fotografía. Saborear, tu preciosa mariposa, inquieta por recibir atenciones más y más mayores.

Tomar aire y saborearla de nuevo, tomar aire y volver a saborearla hasta que estés absorbida por el momento. Alegrarla, divertirla, complacerla, contentarla. Subiendo y bajando por su centro, subiendo y bajando. Sorprenderla enrollando mi lengua para entrar y salir de ahí de forma majestuosa –mi lengua quiere ser, uno de tus mejores momentos–. Es mi ambición encariñarla con mis delgados dedos dentro de ella, sacándolos y metiéndolos a un ritmo constante, suave y relajadamente al principio y luego de manera frenética, enriqueciéndotela siempre de cosquillas, buscando tus valiosos gemidos y tus codiciados gritos. Con un dedo, dos, quizás sean tres, trabajando en ese pequeño valle. Todos, queriendo unirse a esa fiesta.

“Masajea, masajea, masajea”, “soba, soba, soba”, quiero que me diga. Que me dé la cálida bienvenida, quiero, mientras tus respiraciones –de veranillo– se van tornando más irregulares. Hasta que en las puntas de los dedos de tus pies sientas algo agradable. Hasta que tengas una sensación de hormigueo en tu estómago y te estés metiendo de lleno en tales sensaciones, colapsándote de ellas, y consumiéndote en tus reacciones con los ojos llenos de emoción, tumbada como una sirena. Por cada sensación de hormigueo que te agarre, te juro, que si pudiera te besaría y te lamería al mismo tiempo el vientre. Introduciría mi lengua en tu ombligo y recorrería su borde también.

Aumentar tu presión sanguínea y tu ritmo cardiaco a través de tu clítoris fulguroso –que clama atención–, tu prepucio, tu monte de Venus, tus otros labios –esos que son los más recónditos y misteriosos–, y tu periné, que de adornos no tienen nada de nada. Respirar sobre ella con vientos veraniegos. Degustarme con ese pequeño paquete de sorpresas, y con tus rodillas lo más separadas posible, tus ojos entreabiertos y mirando varias veces al techo, quiero que te agarren esos pequeños sobresaltos de los numerosos hachazos de placer, a intervalos irregulares, que te voy dando en ese lugar tan, pero tan candente. Tratar con un singular afecto a esa pequeña estufa quiero, mientras entrelazas tus manos con las mías, catapultándote a la gloria carnal, al edén carnal, al empíreo carnal. ¡Jugo, jugo, jugo! Quiero que salga jugo de ese pequeño pomelo. Que salgan gotas de agua bella de esa fuente tuya, que es toda una divinidad, al mismo tiempo que una transparente untuosidad está empezando a salir de mi uretra, ¡aliéntame!

“¡Ah, ah, ah!”, “¡ay, ay, ay!”, “¡mmm!”, “¡oh, oh, oh!”, “¡uf!”, “¡uh, uh, uh!”, quiero que me digas con agudo entusiasmo, mientras estás arqueando tu espalda y moviendo tu cabeza de un lado y otro. Quiero hacerme un amigo fraternal de tu mariposa, ponértela blanda y tierna de amor, como un algodón. Hasta que te sobre el frenesí, formando la “V” de victoria con tus piernas casi sin darte cuenta, y agarrándome la cabeza acariciando mi pelo con tus uñas. Piernas que hacen ademán de querer seguir sintiendo. “Estoy disponible”, “estoy encantada”, “sigue, sigue, sigue”, me quieren decir. O será que una pierna querrá decir “amor” mientras la otra querrá decir “paz”.