Mujer contra mujer
Si una cosa hay en este mundo capaz de herir el orgullo de una mujer hasta llevarla al bordo de las más crueles venganzas, esta cosa es el rechazo...
Me sentía humillada. Sin duda había hecho el ridículo más espantoso de toda mi vida. Y lo peor de todo es que ella era mi mejor amiga desde que teníamos ocho años. ¿Cómo podría volver a mirarla a la cara?
Habían pasado semanas y no podía quitarme de la cabeza lo que había pasado. Ella me seguía llamando y quedábamos casi todos los días, pero no soportaba ver como me sonreía simulando que nada había pasado. Incluso a veces, cuando yo me daba la vuelta, me parecía ver en su boca, que la sonrisa indulgente se volvía una mueca de desprecio e ironía.
Cada vez que recordaba como ella me había apartado cuando intenté besarla, se me encogía el corazón. Cuando en mi mente volvía a ver en sus ojos aquella mirada de asco y desprecio, se me helaba la sangre.
Por más que lo pensaba, no conseguía encontrar cual había sido el error. Creí ver en ella todas esas señales que indican atracción. Estaba convencida de que esas señales habían existido. Los continuos roces disimuladamente intencionados en mis pechos, los continuos azotitos cariñosos en el culo, las manos que se deslizaban de la cintura hasta las nalgas cuando paseábamos agarradas, las miradas penetrantes cuando nuestras caras estaban cerca.
Eso no era sólo amistad, por más que ella ahora intentase convencerme de lo contrario. Se había pasado meses provocándome para después, rechazarme de la forma más cruel...
Y si una cosa hay en este mundo capaz de herir el orgullo de una mujer hasta llevarla al bordo de las más crueles venganzas, esta cosa es el rechazo...
Aquella tarde, salí pronto del laboratorio químico en el que trabajo, excusándome bajo un falso dolor de cabeza.
Tras subirme al coche y ponerme el cinturón de seguridad, me volví a mi bolso que estaba en el asiento del copiloto y me aseguré de que seguía allí el tarro a medio llenar de cloroformo que había sustraído del almacén a primera hora.
Eran las 18:30. Ella llegaba a su casa a eso de las 19:15. Me daba tiempo de sobra para llegar antes que ella y esperar cerca de la puerta de su garaje en espera de que ella llegara. Era una calle muy transitada, así que hacer que ella no viese mi coche no debía ser difícil.
Mientras el coche entraba en la autopista, mi mente repasaba los detalles del plan. En las últimas semanas, me había fijado en que la puerta del garaje tardaba exactamente 30 segundos en volver a bajar una vez que hubiese pasado un coche, así que tenía que jugar con ese tiempo para meter mi coche tras el de ella sin que llegase a verme. Una vez dentro, podría aparcar mi vehículo en una plaza de garaje que llevaba libre diez días porque su dueño estaba de viaje y que estaba lo suficientemente lejos del de ella como para que lo viese por casualidad. Hecho esto tendría unos pocos segundos para llegar interceptarla antes de que cogiese el ascensor.
Me había hecho con un pasamontañas para evitar que, en caso de que yo no fuese lo suficientemente rápida, ella me viese.
Mientras tomaba la salida de la autopista que me llevaba a su casa, recé para que ningún vecino apareciese por el garaje, o en el rellano del ascensor y viese lo que iba a ocurrir...
Después de todo, a veces la fortuna está con los malos de la película. Todo salió como yo había planeado y pocos minutos pasaban de las 19: 15 cuando mi preciosa victima se encontraba dormida, desnuda, con los ojos vendados, amordazada y atada bocabajo en su propia cama.
La dosis de cloroformo había sido pequeña, pero aún así sabía que tenía un buen rato de margen antes de que se despertara. Así que aproveché para bajar de nuevo al garaje con el mando a distancia de mi amiga y sacar el coche de allí y dejarlo aparcado varias calles más allá. Una vez más me encontré rezando para que nadie se hubiese fijado en mi vehículo.
Volví al piso cargando una bolsa en la que llevaba una sorpresita para ella. Entré por la portezuela del garaje, vigilando que nadie mirase. Aunque por suerte, a esas horas en invierno ya era noche cerrada y dicen que de noche, todos los gatos son pardos.
Abrí la puerta de la casa sigilosamente, tratando de escuchar algo que me dijese que las cosas no estaban tal y como las había dejado, pero no había nada extraño. Lo único que pasó, fue que al igual que cuando entré por primera vez cargando con el cuerpo inerte de ella, apareció el único testigo de todo cuanto pasaba. Por suerte era un testigo mudo. Su precioso Cocker Spaniel Canela que a pesar de la supuesta agudeza de los perros ante el peligro, lo único que hizo fue dar saltitos para que lo cogiera en brazos.
Dejando al perro encerrado en el salón, me dirigí a la habitación de mi amiga. Aún estaba dormida.
Dejé la bolsa sobre la cama y comencé a desnudarme lentamente, dejando caer la ropa en el suelo, pero sin quitarme el pasamontañas, pues no quería que, si por casualidad se caía el pañuelo de sus ojos, pudiese reconocerme Hecho esto, me senté en la cama y esperé a que despertara mientras con mis manos iba recorriendo la parte trasera de su cuerpo.
La había atado en aspa, con las piernas bien abiertas y sujetas a las patas de la cama. También había puesto un cojín bajo su vientre para alzar su caderas y dejar así más accesibles su coño y su culo.
Poco a poco, ella fue despertando. Cuando se dio cuenta de su situación y comenzó a intentar gritar y soltarse, por un momento pensé en acabar con todo aquello. Pero bastó el recuerdo de su mirada llena de repulsión hacia mí par que aquel pensamiento desapareciese de mi mente y pudiese disfrutar del espectáculo de su cuerpo moviéndose desesperado en un intento de liberarse.
Tardó varios minutos en quedarse quieta, bien por agotamiento, bien por resignación, los cuales yo aproveché para ponerme unos guantes de cuero, puesto que no quería que ella reconociese el tacto de unas manos femeninas.
Me acerqué a ella y con violencia, separé sus nalgas con las manos. Según hice esto, su cuerpo volvió a convulsionarse tratando de escapar. La solté y volví a esperar a que se calmara.
Estuvimos con este juego un buen rato, hasta que al final me supongo que fue el agotamiento lo que la rindió.
Dejó que mis manos enguantadas se pasearan a gusto por su entrepierna, acariciando su coñito y la raja de su culo antes de comenzar a entrar en sus agujeros.
Me resultaba delicioso oír sus quejidos ahogados bajo la mordaza. Me excitaba aquella situación, me sentía poderosa y sentía que las heridas de mi orgullo se iban cerrando.
Ella realmente estaba asustada, y no parecía estar disfrutando con la situación. Su coño permanecía seco a pesar de mis caricias y eso no era bueno para mis planes. Quería que se sintiese humillada, pero no quería hacerle un daño físico real. Así que fui hasta el cuarto de baño en busca de alguna crema que me ayudase con el siguiente paso.
Encontré un tarro de body milk que pensé me serviría. Volví a la habitación y saque de la bolsa el juguete que había comprado especialmente para aquella ocasión. Un consolador que se ataba al cuerpo mediante un arnés, lo cual me convertía en una mujer con polla.
Aquello tenía dos razones. Una que pensaba que aquella era una buena forma de hacerle pasar un mal rato y la segunda, aunque no estaba segura de que funcionase a pesar que había elegido un modelo muy realista, que ella pensara que la había violado un hombre.
Tras ponerme el arnés, unté bien el consolador con body milk, para después meter mis dedos embadurnados en su coño. Los guantes tendría que tirarlos después de todo aquello, pero bien que merecía la pena, aunque sólo fuese por ver su espalda arqueándose y el temblor de sus muslos al intentar cerrarme el paso en su cuerpo.
Nada podía hacer ella mientras me subía a la cama, me ponía entre sus piernas y metía aquella falsa polla por entre sus piernas.
El ahogado grito y la convulsión de su cuerpo me demostraba que le estaba haciendo daño. Yo no podía sentir ninguna presión en mi verga de plástico, sólo podía guiarme por los movimientos y los gemidos de ella. Me resultó delicioso ver como unas lágrimas resbalaban por sus mejillas.
Me sentía muy excitada viéndola así. Justo antes de llevar mi mano a mi coño para masturbarme, recordé que aquella mujer era mi amiga. No me importó. Sólo quería correrme mientras la poseía y eso fue lo que hice...
Era ya por la mañana cuando me despertó el teléfono. A pesar de todo lo que había pasado yo había conseguido dormir plácidamente. Tal vez era un monstruo, pero mi conciencia no me atormentaba.
Recordé que había dejado a mi amiga sobre la cama, denuda pero desatada. Y completamente dormida de nuevo por el cloroformo. Traté de borrar cualquier indicio de que yo había estado allí y me marché.
Me levanté y me dirigí al teléfono. Miré la pantalla digital y la identificación de llamadas me indicó que quien me llamaba era ella. Pensé en no descolgar, pensé en huir, pensé muchas cosas en apenas unos breves segundos, pero al final opté por tragar saliva, contener la respiración y cogerlo...
¿Si...?
Solté el aire plácidamente cuando oí decir a una voz llorosa...
Te necesito. Por favor, ven a mi casa, necesito una amiga... Me han violado...