Mujer casada y reprimida se libera
Mujer casada conoce en sus clases de gimnasia a un hombre que con paciencia logra llevarla a la cama, donde empieza a liberarse de sus ataduras conservadoras.
Autor: Salvador
Dirección: demadariaga@hotmail.com
Mujer casada reprimida se libera
Me clavó sus hermosos ojos verdes, con esa sonrisa que baila permanentemente en sus labios y dijo “lo prometo”.
El descanso había terminado y reanudamos la clase. Apostado a un rincón de la sala, no perdía detalle de sus movimientos, los que seguía por el espejo que cubría la pared delantera del gimnasio, de lado a lado. Deseaba ver si cumplía su promesa y cuando el primer ejercicio llegaba a su fin sus bellos ojos miraron al espejo, se detuvieron en mí y su sonrisa se hizo insinuante. Llevé mi mano al pecho indicándole con ello que había captado su mensaje. Una alegría inmensa me inundó y el resto de la clase se me hizo mucho más llevadera a partir de ese momento pues finalmente había logrado establecer un nexo con ella.
Así empezamos este romance que nos alcanza en una hermosa etapa de nuestras vidas en que la madurez nos hace disfrutar más plenamente de los frutos de los sentimientos por tanto tiempo dormidos, pero nunca muertos. Los dos somos casados y somos felices en nuestros matrimonios, pero la convivencia tres veces a la semana en el gimnasio hizo que naciera entre los dos una atracción que puso calor en nuestras vidas rutinarias.
Ninguno de los dos lo buscó sino que se fue dando paulatinamente, naturalmente, como una planta regada día a día con gotas de rocío, hasta que llegó un momento en que ambos despertamos a una realidad nueva que nos hizo sentir con nuevos bríos, más alegres y entusiastas. Todo seguía igual en nuestras vidas pero dentro de nosotros bullía una sensación nueva, lo que se exteriorizaba en una actitud más abierta y participativa que anteriormente no teníamos.
Durante un tiempo nos limitamos a mirarnos a través del espejo y a intercambiar algunas frases al pasar, cuando la ocasión lo permitía. Estábamos conscientes de que no era mucho lo que podíamos hacer o decirnos en esas circunstancias, pero era evidente que había algo entre nosotros y que la química que se producía cuando estábamos cerca necesitaba de un reactivo para desencadenarse. Había algo en nuestras sonrisas y en las miradas cargadas de mensajes que nos decía que el sentimiento era mutuo.
Y el momento de la verdad se dio cuando el grupo salió de paseo fuera de la ciudad.
Los dos fuimos solos, sin nuestras parejas. Y nos sentamos “casualmente” juntos en el bus, en el último asiento, lejos de las miradas de los demás.
Habíamos salido de la ciudad y cuando ya los pasajeros conversaban entre sí, sin preocuparse mayormente de los demás, la miré a los ojos y le dije casi en un susurro “ quiero besarte ”. Ella me miró intensamente, abrió los labios y no dijo nada. Nuestros labios se encontraron casi con desesperación y la abracé como un niño perdido que encuentra finalmente el regazo materno. La apreté contra mí y con un suspiro le dije al oído “ al fin ”. Ella nada dijo pero siguió pegada a mí, como si un frío inmenso la obligara a refugiarse en mis brazos en busca de calor.
Nos tomamos de la mano y empezamos a conversar, poniéndonos al día respecto a todo lo que deseábamos decirnos y que hasta ese momento habíamos callado; nuestros sueños, anhelos, frustraciones, alegrías y penas. Lo que pensaba el uno del otro, lo que habíamos sentido al vernos tan cerca y sentirnos tan lejos durante las clases. Lo hacíamos casi atropelladamente, como si esa era la única oportunidad que tendríamos para abrir nuestros corazones, para comunicarnos todo lo que deseábamos transmitirnos. Cuando nos calmamos, un gran alivio nos envolvió, pues los dos sentíamos que nada quedaba oculto. Ella sabía todo lo que yo quería que supiera y yo me había enterado de todo lo que ella deseaba decirme y que durante tanto tiempo callamos. Incluso bromeamos respecto de la actitud que tendríamos que adoptar cuando estuviéramos con nuestros compañeros de gimnasia. Ambos sabíamos que de ahora en adelante nuestro código serían las miradas y gestos que solamente nosotros podríamos interpretar, pues en el futuro estarían cargados de un simbolismo que nadie más podría dilucidar.
El viaje siguió sin novedades, ya que nada podíamos hacer por exteriorizar nuestros sentimientos delante de los demás. En los días que siguieron, la vida continuó como antes, pero no nosotros no éramos los mismos. Era la misma vida, la misma rutina, pero era tan diferente a la que vivimos antes del viaje. Ahora teníamos algo para compartir y era de nosotros solamente, de nadie más.
El tiempo transcurría en una atmósfera de complicidad que nos hacía sentir vitales, como pocas veces antes. Había un sentimiento que nos unía y nos daba fuerzas y deseos para seguir adelante, soportando los embates de la rutina diaria. Los días tan pesados y grises anteriores se habían tornado luminosos, radiantes y esperanzadores. Había algo en el horizonte que no sabíamos bien qué era pero era algo que nos llenaba de savia nueva, que nos revitalizaba. Era una fuerza nueva, nacida del sentimiento mutuo que habíamos soltado en el bus entre beso y beso.
Fue en una de las pausas de la clase de gimnasia que le propuse que nos viéramos en otra parte. Ella se limitó a sonreír. En lugar de responderme me susurró al oído un correo electrónico, su correo.
A partir de ese momento nuestra relación se intensificó por los mensajes que nos intercambiábamos, en que volcamos todos nuestros deseos y ansiedades que no podíamos expresar durante las clases, en que nos comportábamos como siempre, sin que nadie pudiera sospechar el río de sentimientos que fluía de uno hacia el otro.
Y finalmente aceptó que nos viéramos a solas. Arregló sus cosas de manera que su hijita quedara al cuidado de un familiar y salió a hacer “un trámite muy importante” e impostergable y que su marido no podía hacer por encontrarse en el extranjero.
Subió a mi vehículo y partimos fuera de la ciudad, hacia la cordillera. Nos internamos en un motel discreto, al final de un camino lleno de árboles, y cuando descendimos del auto entramos a nuestro nido de amor.
Cerramos la puerta y nos abrazamos, besándonos desesperadamente.
Oh, Salvador, cuánto deseaba estar contigo
Y yo, cariñito. Finalmente estamos juntos .
Le desprendí los botones de la blusa y ésta se abrió mostrando un sostén blanco bajo el cual adivinaba las turgencias de un par de senos que durante los ejercicios en las clases de gimnasia había adivinado como de proporciones perfectas.
Le desabotoné la falda y esta cayó a sus pies, quedando Cecilia cubierta solamente de su sostén, su calzoncito y medias, todos del mismo color blanco. Me recordó la escena en “Belle de Jour”, cuando Catherine Deneuve, con toda su ropa interior blanca, se muestra en todo su esplendor.
Cecilia estaba ruborosa, ya que era primera vez que se mostraba en paños menores ante un hombre que no fuera su marido.
Me desnudé y la estreché en mis brazos, apretando su cuerpecito contra el mío. Su sexo, apenas cubierto por la seda del calzoncito, estaba pegado al mío que pugnaba por apretarse al delicioso paquete que ocultaba la tela. Sus ojos cerrados denotaban la entrega con que se me estaba ofreciendo.
Mi niña, es tan rico sentirte así.
Ella no respondió, pero se apretó más y sus senos, aún bajo la protección del sostén, se apretaron a mi pecho, transmitiéndome su tibieza. Pasé mis manos por su espalda y desprendí las trabas de la prenda, dejando sus albos globos en libertad. Mi niña preciosa seguía con sus ojos cerrados, no atreviéndose a mostrarse en su desnudez.
La empujé suavemente sobre la cama, donde quedó de espaldas, y empecé a besar sus senos, en que se mostraban un par de pezones enhiestos, desafiantes, delatando el estado de excitación de Cecilia, que suspiraba y apretaba mi cabeza mientras yo movía mi lengua entre sus apéndices rosados.
Una de mis manos descendió por su estómago y se posó sobre su monte de venus, aún cubierto por la alba suavidad de su calzoncito. Apreté con delicadeza el paquetito que latía bajo mi palma y el cuerpo de mi niña linda se estremeció, dejando una mancha en la tela que denunciaba el estado de deseo que la invadía.
Cariñito, sácatelo
Ella levantó su cuerpo y se desprendió del calzoncito, volvió a abrir sus piernas y me miró a los ojos, con su hermosa sonrisa que ahora era una invitación.
Mientras besaba sus senos, puse mi instrumento a la entrada de su vulva y empecé a empujar suavemente, para que ella disfrutara plenamente nuestro primer encuentro y parecía que sí lo disfrutaba pues muy pronto sentí que su cuerpecito se movía con agitación y unos suaves quejidos salían de su boquita. Eso aumentó mi ardor y renové las embestidas para que Cecilia se soltara completamente y se entregara sin restricciones a nuestra cópula. Me abrazó y movía su cuerpecito cada vez con mayor energía, entre frases de amor.
Salvadoroooo, siiiiiiiiiiiii
Mi niñaaaaaaaa, ricaaaaaaaaaaaa
Asíiiiiiiii, asíiiiiiiiiii
Tomaaaaaaa, amorrrrrrrrrr
Y más pronto de lo deseado nuestros cuerpos se cimbraron y se acoplaron para terminar en espasmos que parecían que habíamos enloquecido. Finalmente, quedamos abrazados, completamente agotados e intentando recuperar el aire perdido.
Al cabo de un rato, empecé a acariciar su cuerpo y mi mano llegó a su sexo, donde empecé a acariciar sus labios vaginales. Ella respondió inmediatamente lanzando suspiros y moviendo su cuerpo, como si buscara una verga para que la penetrara.
Asssssiiiiiiiiiii, Huggggggooooo
Mi cielo, ¿te gusta lo que te hago?
Siiiiiiiiii, siiiiiiiiiiiii
¿Sigo o quieres que lo hagamos de nuevo?
Penétrame, amor
Me puse entre sus piernas y nuevamente le hundí mi verga, tomando sus piernas y poniéndolas sobre mis hombros. Ella se aferró a mí y se dejó cabalgar. Fue una follada increíble, en que Cecilia había perdido el pudor y se entregó completamente a gozar de sexo que estábamos viviendo.
Asíiiiiiii, asíiiiiiiiiiiiii
Mi niñaaaaaaaaaaaa. Ricaaaaaaaaaaa
Huggggggoooooooo, ricoooooooooooo
Mijitaaaaaaaa
Y levantando sus piernas me regaló su segundo orgasmo, que empezó a caer por sus muslos mientras ella se estiraba en la cama completamente rendida, pero con una sonrisa bailando entre sus labios.
Desafortunadamente ese día no disponía de mucho tiempo y tuvimos que abandonar nuestro nido de amor para volver a la realidad. Pero había que aprovechar la ausencia de su marido, que andaba en centroamérica, para dar rienda suelta a nuestra pasión, así que al día siguiente nos volveríamos a juntar, ya que no había alcanzado a terminar el “trámite” que había salido a hacer.
Ambos sabíamos que el segundo encuentro sería sexo puro, ya que Cecilia había perdido la timidez inicial y yo había acrecentado mi pasión por ella después de haberla hecho mía.
Al día siguiente se encontraron en el mismo lugar, pero ahora ella venía con una falda corta, que resaltaba sus hermosas piernas. Se sentó junto a mí y me sonrió, poniendo su rostro para que la besara, cosa que hice de inmediato, llevando una mano a sus rodillas, la apreté mientras mis labios se pegaban a los suyos.
Mmmmmm, estas fogoso, cariño.
Es que estás increíblemente seductora, amor
Me arreglé por ti. ¿Te gusta como luzco?
Gustarme es poco. Estás apetecible, increíblemente apetecible.
Y mi mano empezó a subir por sus muslos, en tanto Cecilia entreabría sus piernas para facilitar mi incursión.
Se siente rico, amor
Eres exquisita, mi niña preciosa.
Adulador
No, si es la verdad. Mira cómo estoy
Ella dirigió su mirada a mi entrepierna, en que se había formado un bulto que delataba mi excitación. Se sonrió y puso su mano encima.
Tranquilo, cariño, que pronto estaremos solitos.
Le sonreí, saqué mi mano de sus muslos y empecé a conducir rumbo a nuestro refugio.
Ya en la pieza, Cecilia se abalanzó sobre mí y me abrazó, abriendo su boca para que la besara y metiera mi lengua en ella. Su cuerpo se refregaba al mío, como si quisiera que se fundieran.
Te deseo tanto, cariño, tanto
Y yo a ti, mi princesita
Me haces sentir toda una mujer. Contigo me siento deseada
Es que eres una mujer completa, amorcito
Mmmmm, cariñito, bésame, bésame
Abrazados y besándonos fuimos a dar sobre la cama y mis manos recorrían ese cuerpo hermoso que tanto deseaba, paseando por sus muslos hasta llegar a su sexo. Entre beso y beso hice a un lado su calzoncito y puse mi herramienta. Ella abrió completamente sus piernas y mientras seguía besándome me repetía:
Penétrame amor, ya, ahora
Y mi verga empezó a introducirse en su vagina, que ya expelía sus primeros jugos.
Amorrrrrrrrr, ricaaaaaaaaaaaaa
Así, Salvadorooooo, asíiiiiiiiiiiii. Ricooooooooooo
¿Sientes como te entra?
Siiiiiiiii. Se siente exquisitooooo
Y tu cosita, amor, es ricaaaaaaaaa
Pronto nos llegó el orgasmo y quedamos tendidos en la cama, respirando con dificultad. Yo seguía con mi verga dentro del sexo de Cecilia. A pesar de haber eyaculado, mi instrumento se resistía a rendirse, por lo que quedó dentro de su caverna de amor a la espera de una nueva oportunidad. Y esta llegó pronto.
Princesa, sácate el calzoncito y súbete encima. Móntame, quiero que pongas encima de mí y te sientes sobre mi verga.
Qué cosas me haces hacer, Salvador
Se paró y poniendo una pierna a cada lado de mi cuerpo empezó a sentarse sobre mi instrumento, hasta que éste quedó a la entrada de su sexo. Me miró y sonriendo, con esa sonrisa que siempre me ha cautiva, empezó a tragarse mi falo, que se fue perdiendo poco a poco en su vulva, que lo tragaba lujuriosa. Yo admiraba asombrado a mi niña linda como disfrutaba tragándose mi herramienta. Su falda completamente arremangada, su blusa semi abierta y sus piernas abiertas sobre mi verga era un espectáculo erótico infartante.
Eres increíble, mi niña
No sabía que se podía disfrutar tanto el sexo.
Tu naciste para el sexo, amor
Siiiiiii. Es exquisito.
¿Te gusta sentir mi verga dentro tuyo?
Por favor, usa palabras más fuertes.
¿Te gusta mi pico, amor?
Siiiiiiii. Me encanta tu pico.
¿Sientes como se hunde en tu zorrita?
Ricooooooo
Tu chochito, tu chuchita, tu zorrita.
Aghhhhhhhhhhh
Ricaaaaaaaaaaa, cariñitoooooooooooooooo
Mijito ricoooooooooooo
Traga mi polla, toda. Eres una putita rica
Siiiiiiiii. Tu putitaaaaaaaaaaaa
Putaaaaaaaaaaaaaa
Aghhhhhhhhhhhhhhhhhhh
Cecilia no pudo resistir más el morbo que le producían las palabras soeces que nos intercambiábamos y acabó en medio de gritos de placer, mientras sus fluidos caían por el tronco de mi verga abajo.
Cuando nos hubimos repuesto, aún sin desvestirnos, nos miramos y sonreímos.
Nunca creí que se pudiera gozar tanto en la cama
Eres increíble, mi niña preciosa
Me gustó esas palabras cochinas que usamos.
Es que aumentan el morbo, amor. A todo el mundo le gusta emplearlas.
Sentía que era otra cuando las decía. Y me gustaba como me sentía.
Cariñito, tu verdadera personalidad salió a flote en esos momentos. Esa que estaba montada encima de mí, con mi polla entrando y saliendo de tu chuchita, esa era la verdadera Cecilia, la que se esconde bajo una máscara de respetabilidad. Pero ahora eras tú, la verdadera.
¿Quieres decir que tengo alma de puta?
No, amor. Lo que quiero decirte es que todos llevamos una personalidad morbosa dentro de nosotros y que solamente en determinadas ocasiones puede salir a luz. Hoy era el momento para ti. Mañana volverás a ser la misma señora de siempre, pero liberada de muchas tensiones.
Gracias por tus palabras, amor. Me reconfortas.
Piensas en nuestros encuentros como terapia para superar el stress de todos los días .
Increíble, ahora resultaba que follar ayudaba e liberar tensiones, pensó Cecilia. Bueno, así parece ser cuando el sexo es como el que ella había tenido conmigo, un sexo no rutinario, lleno de sentimientos y novedoso.
Volvimos a abrazarnos, nos besamos y empezamos a desvestirnos.
Mientras me desprendía de mi pantalón y la veía surgir de entre su ropaje en toda su exquisita desnudez, me preguntaba cuál era la verdadera razón que tuvo para buscar el refugio de mis brazos. Por la manera en que se entregó me daba la impresión que la razón principal de su infidelidad era la insatisfacción que esperaba superar conmigo. Sólo así me explicaba sus múltiples orgasmos y el afán por escuchar groserías mientras la follaban.
Todo hacía pensar en que Cecilia era una mujer casada y reprimida, que anhelaba poder soltarse y volver a vivir a plenitud su sexualidad. Me parecía una mujer atada a cadenas morales que su verdadera personalidad rechazaba. Creo que Cecilia deseaba ardientemente sentirse completa en la cama, donde no le importaba portarse como una cualquiera si ello le permitía dar rienda suelta a su sensualidad y a su sexualidad.
Ya vendría el momento en que se soltara y me confidenciara la verdadera causa por la cual me buscó, pensé mientras me ponía entre sus piernas abiertas y llevaba mi verga a la entrada de su vulva sedienta de sexo.
Gózame, Salvador
Dijo levantando sus piernas y yo empujé hasta el fondo de su gruta ya lubricada mi polla que se adentró completamente. Si quería portarse como una puta en la cama, la haría sentirse como tal.
La haría vivir todas sus fantasías hasta ahora restringidas a la soledad de sus pensamientos.