Muérdago Blanco
Muérdago Blanco, un relato de Albany, Tragapollas Manchego y Xapelio para los lectores de www.todorelatos.com
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La posada estaba muy bien situada, a las afueras de la aldea junto a una encrucijada de caminos. Gracias a ello era habitual encontrarla siempre llena a rebosar de gente venida de otras tierras, que se mezclaba en una algarabía de risas y voces con los propios lugareños que acudían hasta ella en busca de un trago y para obtener noticias de lo que sucedía en tierras lejanas.
Junto a la posada de la Luna Llena comenzaba el largo y peligroso camino que atravesaba las altas montañas y que conducía hasta las tierras del norte. El camino del este zigzagueaba a través de un bosque inmenso en el que se escondían más maldades que árboles.
El camino del sur, era por el cual llegaban los hombres más peligrosos que hubieran visto esas tierras, pero siempre eran bien recibidos ya que siempre entraban en la posada con las bolsas bien llenas de dinero.
El joven William entró en ella, con un cierto temor. Habían pasado solo un par de días desde la última vez que había acudido a ese lugar en busca del ansiado muérdago blanco.
En esa anterior visita presenció cómo dos hombres se golpeaban a muerte, mientras el resto de las personas del recinto bebían tranquilamente como si el altercado no fuera con ellos. Fue el posadero el que puso paz en la disputa, arrastrando hasta la puerta a esos dos tipos.
-¡Fuera de aquí!...¡No quiero basura apestosa en este local!
Les dijo justo antes de ver cómo eran lanzados al barro que inundaba la calle mientras las risas del resto celebraban con fervor el desagradable acto del anfitrión.
William
tembló ligeramente cuando el posadero se dirigió hasta él para preguntarle.
-¿Ibas con ellos, acaso?
Por suerte el posadero no pudo ver como agitaba nerviosamente las piernas, mientras se dirigía ante ese hombre que se erguía ante él.
-¡No, no, … solo se habían sentado en mi mesa pero no los conocía de nada! Estaban contando un dinero que había en una bolsa y de pronto han comenzado a golpearse
Mientras hablaba con ese rudo hombre notó como este lo escrutaba con la mirada. Se había dado cuenta de que era la primera vez que pisaba ese sitio y quería extraer con ella cuál era el motivo de su visita a semejante antro.
El hombre depositó sobre la mesa una de las cuatro o cinco jarras de cerveza que portaba en las manos, haciendo que la espuma que sobresalía de ella, resbalara hasta manchar la madera.
-¡Muy bien!... ¿y se puede saber cuál es el motivo que te ha traído hasta un lugar como este? Puedo ofrecerte algo más que un trago en este lugar...
Sin importarle que el resto de los hombres que bebían y fumaban despreocupados en aquel lugar lo oyeran empezó a relatarme todos los servicios extras que incluye el alojamiento.
-¡Mujeres, hombres, enanos… algún animal! …¡Cualquier cosa con la que quieras yacer puede ser metida en tu lecho!
-¡No estoy interesado en nada de eso! …¡solo ando buscando alguien que me pueda indicar dónde puedo encontrar algo de muérdago blanco!
Le dijo, algo asqueado al pensar que en ese sitio además de bebida también se ofrecía a los visitantes toda clase de favores sexuales.
Nada más oír salir de la boca de ese forastero esas palabras su rostro cambió completamente desde la sonrisa propia de un anfitrión que busca con agrado el bienestar de sus clientes a una mirada sombría y siniestra. William tuvo la certeza de que ese hombre hubiera acabado con él allí mismo de no haber podido, pero no estaban solos.
Sin embargo, estaba decidido a obtener esa planta y decidió arriesgar algo más. Su mano sacó una bolsa de monedas que había guardado con recelo desde el mismo momento en el que entró en ese lugar para extraer de ella un morbo de plata, la moneda más usada por los comerciantes.
-¡Pagaré un par de monedas más como esta a aquel que sea capaz decirme dónde puedo encontrar esa planta!
Exclamó en voz alta.
Cuando vio como el posadero agarraba esa moneda con rapidez para hacerla desaparecer en su bolsillo supo que es posible que hubiera pagado demasiado por esa información.
-¡Acaba tu trago y lárgate de aquí!. Pronto tendrás noticias mías y de esa planta.
★ ★ ★
Dos días más tarde volvía a sentarse en aquel apestoso antro lleno de humo, en el que el olor a alcohol y sudor inundaba el ambiente. La jarra de cerveza que un joven mozo depositó en la mesa confirmó que el posadero se había dado cuenta de su llegada. El chico debía ser su hijo ya que tenía un parecido increíble a ese hombre que imponía más miedo que otra cosa.
Por eso William no entendía muy bien como algunos de los clientes se propasaron de forma abierta con el chico. Cuando se acercó hasta ellos para depositar una jarra en la mesa fueron varios los que lo agarraron de forma obscena y miserable. Otros se sobaban descaradamente el bulto bajo sus bastas vestimentas de arpillera.
Un hombre negro de cabellos blancos y ojos azul hielo agarró con brusquedad al muchacho, sentándolo sobre sus piernas. Si el posadero era el padre no dió muestra alguna de preocuparse por su vástago. El moreno, sin la más mínima consideración, sentó al joven sobre sus piernas, haciendo que su víctima se sonrojara por el notorio estado de erección de su falo bajo sus vestimentas de satén azul.
William trataba de advertir al posadero con miradas acusadoras, pero si con eso esperaba algún efecto lo tenía difícil, pues este le ignoró. El hombre negro, probablemente un sureño, comenzó a meter sus rudas manos bajo el pantalón del joven indefenso.
El resto de los presentes ignoraban al muchacho, el cual gritaba, jadeaba y se revolvía. Por la posición de las manos de su agresor se diría le estaba metiendo varios dedos a la fuerza en el culo.
William se fue a poner en pie para ayudar al pobre muchacho, pero dos enormes manazas se apoyaron en sus hombros y le hicieron volver a sentarse.
-¡No intentes hacer nada por el si no quieres morir esta noche antes de que salga la luna!
Dijo, con una voz áspera y grave, mientras se sentaba al lado del buscador de muérdago. Este pudo ver su aspecto. Sería un hombre de unos cuarenta años, musculoso, media melena castaña, barba de dos a tres días, ojos ambarinos. Vestía una capa de viaje vieja y, bajo esta, un traje de leñador muy ajustado, con roturas que dejaban ver su piel peluda debajo. No llevaba calzado alguno, pero sus pies parecían bien cuidados, aunque sin perder un ápice de masculinidad.
-Ese hombre tiene derecho a hacer lo que hace. ¿Acaso no te ha explicado el posadero que aquí todo tiene su precio?
Preguntó con una sonrisa tan amplia que se le vieron unos colmillos el doble de grandes que los de un humano corriente, mientras se sacaba una bolsa de tabaco y una pipa de debajo de su capa de viaje. Empezó a cargar su pipa mientras William devolvía su atención al hijo del posadero, recordando con asco que todo formaba parte del menú de ese repugnante local. Las palabras de ese forastero le volvieron a sacar de sus pensamientos.
-¡No creas todo lo que ves en este lugar! Ese chico no es tan inocente como parece ni ese hombre tan cruel como te crees. ¡Todo forma parte del espectáculo de cada día que hace este lugar este lleno a reventar!
Explicó el maduro a su nuevo acompañante, acercando tanto la cara que este pudo notar su cálido aliento contra su cuello. Eso bastó para excitarlo, aunque el no querer reconocerlo le hizo ruborizarse.
-¡En este lugar todo está en venta! Vino, cerveza, aguardiente, brebajes de la espesura. ¡¡Y la carne es lo mejor!! Incluidos el posadero su gorda mujer, las dos hijas de ambos y este muchacho, que al ser un bastardo de un matrimonio anterior lo vende barato. Solo hay que acordar un buen precio.
Terminó de contar mientras el hijo del posadero, con los pantalones bajados, subía y bajaba por el colosal falo del hombre negro, quien estaba totalmente desnudo y tumbado sobre la mesa. ¡¡El muchacho se estaba clavando voluntariamente ese vergajo a la vista de todos!!
-Parece ser que conoces bastante bien este sitio, para ser un hombre que viste ropas de viaje.
Replicó William. El extraño se acercó aún más a él, le lamió el cuello, haciéndole sentir un cosquilleo cuando la cálida y húmeda lengua de un desconocido recorrió su piel y, al tiempo que se levantaba de su silla y se ponía sobre las piernas de su interlocutor, le respondió.
-Digamos que paso por aquí cada vez que mi ajetreada vida me lo permite.
William deseaba saber por qué ese tipo había elegido su mesa para sentarse, pero temía que si no medía bien sus palabras pudiera acabar en algún lodazal cercano con el cuello seccionado. El maduro seguía hablando.
-La cerveza es buena y el ambiente... ¡¡a mi me agrada!!
Se giró a la mesa, cogió mi jarra de cerveza y se la bebió de un trago, pero antes de terminar de tragar vio como su acompañante se le quedaba mirando, al que, pillándolo desprevenido, besó en la boca, soltando un buen traga de cerveza y saliva de macho en el proceso. William, aún más excitado, tragó. Su pene estaba totalmente erecto, y justo encima tenía el abultado y caliente paquete de el desconocido.
-¿Eres la persona con la que me tenía que encontrar?
Preguntó, confuso por todas las familiaridades.
-Tú puedes llamarme Varcolac. A veces colaboro para el posadero, pues me dá buenos morbos a cambio de ocuparme de clientes morosos y otras basuras.
Pensando en la conversación de dos días atrás William se temió que el posadero lo hubiera citado para deshacerse de él, pues le resultaba incómodo por alguna razón que no lograba comprender. Comenzó a moverse, nervioso e inmovilizado por el peso del macho que tenía sobre sus piernas. Debía pensar una estrategia para huir, se dijo a sí mismo.
-No llevo más que un par de morbos de plata que ofrecer por mi seguridad.
Balbuceó mirando de soslayo al posadero, con desprecio, pensando que también él había sido vendido. En la cabeza de William estaba muy claro que temían circulara que había un individuo encargado de sacar los trapos sucios, y no era conveniente que nadie supiera esos aspectos turbios de un local tan popular como el Luna Llena.
Necesitaba algo de beber, pero la única persona que atendía a las mesas ahora estaba a cuatro patas sobre la mesa siendo follado con violencia por el sureño, que no dejaba de parlotear de lo estrecho y jugoso que era el culo del muchacho. Otros clientes se pusieron a rebuscar en sus bolsas. Uno llegó a sacar un orgasmo de oro, que le entregó al posadero, tras lo que sacó su verga y la metió en la boca del aparentemente indefenso hijo del posadero.
-Ese chico va a tener mucho trabajo esta noche ¡¡Los pececillos han picado!!
Exclamó, abrazándose a William y apoyando sus labios cerca de su oreja.
-¿Quieres saber lo mejor?
-¡¡No!!
Exclamó, apartándolo de un golpe, haciendo que trastabillara hacia atrás y tuviera que ponerse en pie. Su olor a macho, la excitación que le producía y esa extraña situación de peligro le había hecho actuar sin valorar las consecuencias. Pero el maduro no pareció enfadarse, pues soltó una sonora carcajada, mientras se recolocaba su ya dura verga bajo el pantalón. Algunos clientes nos dedicaron apenas un segundo de atención, no más. Varcolac tendió la mano a William, haciéndole ponerse en pié.
Se dirigieron a la puerta, el primero guiaba, el segundo lo seguía, como hipnotizado. El posadero anotó algo en un libro de cuentas que escondía junto a un barril mientras la puerta se cerraba.
Ambos ya estaban fuera. Era noche cerrada y no había nadie. Caminaron hacia las cuadras, donde William esperaba encontrar su final. Pensó en correr, pero tampoco tenía un físico formidable. Entonces su acompañante volvió a hablar.
-El sureño que fornicaba con Ruperto, el hijo del posadero, es Notio Ukwakhiwa. Vino huyendo de los stusalmis, o eso dice él. Trabaja para Victor, el posadero, casi desde su llegada a Baton Dur… y se folla al hijo de este desde dos días antes de conseguir el trabajo.
Pilló por sorpresa a William, quien miró con cara de desconcierto a su interlocutor. Este prosiguió.
-Entró a trabajar en los establos, para cuidar a los caballos de su patrón y a los de algún que otro cliente pudiente. El hijo del posadero fue enviado un par de veces a ayudarlo con las tareas menos pesadas, y claro, tuvieron sexo más de una vez.
Sonrió, mostrando de nuevo sus inmensos colmillos de un blanco que relucía a la luz de la luna. Sus ojos parecían tener esquirlas de oro que brillaban con intensidad. Su olor se volvió más intenso, haciendo que William se sintiera sexualmente excitado. Pero también tenía miedo.
-¿Como sabes todo eso?
Logró preguntar.
-Huelo el sexo. El sexo deja un inconfundible aroma que se puede rastrear, aunque hayan pasado meses.
Varcolac se quitó su capa de viaje, guardandola en un armario cercano. William depositó sus ojos en los poderosos músculos que se marcaban en esa ropa tan ceñida. Su aspecto era rudo, pero le atraía. Era un hombre, y William nunca antes había sentido impulsos homosexuales, pero este macho hacía que deseara recuperar el tiempo perdido. A pesar que ello fuera en contra del Credo que le enseñaron de niño deseaba yacer junto a un hombre, y eso le causaba profundos remordimientos.
Deseaba seguir escuchando las palabras del desconocido hombre rudo, así que se le acercó. Este se quitó la camisa y atrajo a william hacia sí, abrazandolo. Su pecho peludo era muy cálido, con lo que el muchacho pegó su cara contra este y escuchó los latidos del corazón que había allí dentro. La historia prosiguió.
-Le dije al posadero que había olido a su hijo y a su trabajador de los establos teniendo sexo, pero se burló de mí. Se lo probé una noche de luna llena, como hoy. ¡¡Menuda cara puso al ver al moreno follándose a “su niño” mientras este le chupaba la verga a uno de sus caballos!! Sin embargo, en vez de salir de su escondite empezó a excitarse. Se excitó tanto que se me puso a cuatro patas y se bajó sus sucios pantalones. Yo no lo dudé. ¡¡Su olor a furcia era bastante claro!!
-¿Y ahora?
-¡¡Me lo sigo follando siempre que puedo!!
Agarró a William de los hombros y empujó, como la primera vez, solo que en esta ocasión lo puso de rodillas frente a él. Se sacó la verga. Era enorme. Y desprendía un aroma delicioso. A macho. La restregó por la cara de su acompañante, quien estaba fuera de sí. Sacó la lengua y dejó que Varcolac le pusiera el glande encima. Le fue introduciendo la verga lentamente en la boca, llegando hasta la garganta. Sus cojones dieron contra la barbilla de William. El macho maduro gimió y volvió a hablar.
-Te observo desde que llegaste por primera vez. Escondido en una esquina oscura de este antro de mala muerte buscando… ese puto muérdago.
-Tiene muchos usos.
Replicó, sacándose la verga de la boca. Pero no quería disgustar a su nuevo amo, aunque aún no era consciente de su estatus de esclavo, así que mientras hablaba le tomó la inmensa verga y le masturbó con ganas de hacerle disfrutar.
-Machacando las hojas obtenemos un jugo que, combinado con acero es el doble de efectivo contra un hombre lobo que la plata.
-¿En serio? Que interesante.
Respondió, bostezando. Abrió la boca más allá de lo que sería normal y sacó la lengua de forma involuntaria. Era inmensa. Levantó a William del suelo, abrazándole. Su verga seguía dura y muy caliente. Agarró los muslos del joven y luego presionó sus piernas, como si lo estuviera examinando.
-¿Acaso con ese cuerpo enclencle y fofo crees que podrás ser capaz de dar muerte a un hombre lobo?
William agachó la cabeza. Debería contar la verdad que tanto le avergonzaba. Varcolac despojó a William de sus pantalones, se llevó dos dedos a la boca y, mientras este le contaba, se los fue introduciendo en el culo virgen al muchacho. Este, tras algunos jadeos, simultáneos a la entrada del cuarto dedo en su ano, comenzó a hablar.
-Es para Dorina, mi prometida. En dos años nos casaremos y no quiero dejar de acostarme con ella, con evitar que quede embarazada… nadie podrá en duda su virtud.
-Como nadie pondrá en duda tu hombría.
Dijo Varcolac, dando la vuelta a William y apoyando su enorme glande contra el abierto culo de su presa. Le costaba, pues el muchacho aún tenía un atisbo de resistencia, y trataba de cerrar su culo, pero la verga se iba abriendo paso. Trató de calmarlo con charla intrascendente.
-Sorprende que sepas de esos usos del muérdago blanco.
-Por… favor… ¡¡sácala!!
-No esperaba que alguien lo usará de esta forma.
Dijo, ya con toda la verga dentro del culo. Quedó muy quieto, para que el culo se acostumbrara a la intromisión, pero abrazando a William, no fuera tratara de escaparse.
-¿Quien te habló de esos usos?
-La… la curandera del bosque. ¡¡Sácala... duele!!
-¿Shakala Dulle? No me suena de nada.
Sentenció y comenzó a embestir el antes virgen culo del mozo, quien gimió de forma bien audible. El maduro, inmisericorde, no hacía caso al pobre William, quien estaba siendo violado. O eso se pensaba. Su agresor siguió hablando.
-Me gusta como sois los humanos, tan puritanos y sin embargo…tan salidos.¡Siempre deseando yacer con cualquier cosa! ... por eso a la que puedo robo las ropas de algún leñador y me adentro entre vosotros.
-Mmmm… duele…
Protestó William, pero Varcolac no hizo caso.
-Y tu olor… ¡¡menuda delicia!! Una mezcla entre macho y hembra… me excitaste desde el primer segundo que te olí.
-¡¡Duele!! ¡¡Sácala!!
Gritó, con lágrimas en los ojos y la certeza de su hombría destruida. Su agresor cesó las embestidas, la sacó, se arrodilló y le lamió el ano, introduciendo la lengua todo lo dentro que pudo. Por alguna razón eso le reconfortó, pero se separó, pues no quería seguir allí. Mientras se vestían ambos el joven habló.
-Yo amo a Dorina. Tus sucios actos no cambiarán eso.
-En ese caso solo te diré que me acompañes, hay algo que tengo que enseñarte de esa hembra a la que dices querer y te refieres por el nombre de Dorina.
William, sin saber muy bien porque, accedió a acompañar al individuo que acababa de violarle el culo, robándole una parte de su orgullo y masculinidad. Aunque, de camino a la casa de su prometida, Varcolac solo dijo una cosa.
-Chico, perdóname, nunca debí hacerte eso.
William, embriagado por los olores de su acompañante, lo abrazó, besó sus labios y respondió, más relajado.
-Ya está perdonado.
Caminaban en silencio el uno al lado del otro. Un joven de metro setenta junto a una montaña de músculos de dos metros de altura llendo juntos por un sendero de tierra en medio de la oscuridad de la noche. Al salir de la taberna el posadero ya suponía que era la última vez que vería con vida a William. El resto de los presentes no le prestaron excesiva atención, pues estaban absortos pensando que violaban a un muchacho que en realidad se dejaba hacer.
Salieron del bosque sin más problemas, llegando a los caminos embarrados de las calles de la aldea. La oscuridad nos envolvía, pues no había alumbrado público por razones de dinero. William seguía preguntándose a que se podía referir su misterioso acompañante cuando le dijo que sabía algo de su querida Dorina, aunque sin poderse quitar de la cabeza que ese poderoso hombre le había violado. Y que sentirse violado le había gustado, cosa que le hacía sentirse sucio.
Varcolac le arrojó un saquito pequeño a la cara a William, el cual lo agarró al vuelo. En un susurro, con la voz muy grave, dijo.
-Muérdago blanco, te lo has ganado. Entra y dáselo a tu prometida.
William no quería perder más tiempo. Se dirigió a la quesería de la familia Oliviera, en donde estaría su amada. Había una luz encendida en el cuarto de la muchacha y sabía que Erminia y Segismundo, los padres de Dorina, habían salido en busca de nuevas recetas para sus productos. Buscó la llave que sabía escondían en un cántaro junto a la puerta trasera, entró sin hacer el menor ruido, pues quería sorprenderla con su visita. Sube a la planta de arriba, que era la que servía de vivienda. Entonces es cuando escucha con toda claridad lo que cambiará su vida para siempre.
-¡¡Si, pequeña, si!! ¡¡Cabalgame como solo tú sabes hacer!!
-¡¡Oh!! ¡¡Que gustazo, Señor Shulz!! ¡¡La quiero toda dentro!!
William estaba escuchando pero se negaba a creerlo. ¿Dorina y su padre yaciendo juntos?
Había pasado un año desde la muerte de su madre, desde entonces su padre aprovechaba cualquier excusa para verse con alguna fulana que acudía hasta su cama a cambio de un puñado de bichos de bronce. Así se lo dijo a William y este no le dio mayor importancia. Pero... ¿con su prometida? Eso cruzaba todos los límites de la decencia y la confianza.
Entró al cuarto en el mismo instante en que su padre llenaba el vientre de su hasta ese momento futura esposa, entendiendo los motivos de porque necesitaba el maldito muérdago blanco. ¡Para seguir haciéndolo con su padre sin que él lo supiera! Aunque con lo puta que había demostrado ser Dorina estaba claro que si William tuviera hermanos tendría sexo con todos y cada uno de ellos.
-Aquí tienes, ya no quiero saber más de tí.
Exclamó, despechado, el joven William arrojando el saco de muérdago blanco a Dorina. Esta quedó pálida como la cal, pues había sido descubierta. Corrió tras su prometido, desnuda, aunque este no quería saber de ella. Trató de disculparse de las formas más variopintas, pero no había más que se pudiera hacer por salvar aquella relación. El padre no tuvo el valor de bajar a enfrentarse a su hijo, aunque tampoco las ganas, pues prefirió quedarse desnudo y tumbado en la cama, pensando una forma de arreglar las cosas en un escenario donde su hijo no fuera una molestia.
Dorina y William discutieron a voz en grito. Él le levantó la mano, pero sin pegarle. Ella reaccionó arañándole la cara. William salió corriendo, con dos regueros de lágrimas corriendo por sus mejillas, abrasadoras como el ácido.
Salió, corriendo, sin rumbo fijo, llorando a moco tendido y deseoso de quedarse solo. La que pensaba era la mujer de su vida había resultado un putón a sus ojos. Y estaba el tema de la violación de ese hombre que tan desagradable le había parecido. Y los actos de traición de su padre. Todo estaba perdido a sus ojos.
Se adentró en el bosque, sintiendo el como las ramas se le enganchaban en la ropa, así como las púas de algunas zarzas arañando su piel. El dolor físico le resultaba insignificante en esos momento. Algunos aullidos en la distancia le erizaron los pelos de la nuca, pero estaba tan decidido que los ignoró. Simplemente corría, en línea recta y sin prestar atención a nada. Ni siquiera a ese desnivel que había hasta el río Wasser, el barranco Unterjung.
Cayó al vacío. Por unos segundos sintió la ingravidez en su cuerpo, falsa sensación producida por la inercia de la aceleración. Su mente iba camino de la inconsciencia, su cuerpo era arrastrado por la gravedad hacia un lecho de grava y rocas afiladas. Sintió un golpe contundente de algo caliente y peludo contra su pecho, así como escuchó claramente un crujido sordo, probablemente algunas costillas al partirse. Un dolor intenso en el pecho se lo confirmó. Si la caída no le mataba lo haría la sangre encharcando sus pulmones. Todo oscureció para el pobre William.
A la semana siguiente encontraron sus ropas, ensangrentadas y hechas jirones, en el fondo de un acantilado cercano. No hubo una sola lágrima honesta por su muerte.
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