Mucho gusto... en conocernos!
Durante una cena que celebraban un grupo de empleados de una compañía, Pablo un maduro ejecutivo y Romina una joven empleada, acabaron ligando y perdiéndose en el abismo de una noche de lujuria muy particular, entregados a descubrirse hasta el último repliegue de sus cuerpos. Cada uno relata sus momentos de mayor protagonismo.
"MUCHO GUSTO . EN CONOCERNOS !"
En una cena que celebraban un grupo de empleados de una compañía, Pablo un madurito ejecutivo comercial y Romina una joven empleada de recursos humanos, acabaron ligando y perdiéndose en el abismo de una noche de lujuria muy particular, entregados a descubrirse hasta el último repliegue de sus cuerpos. Cada uno relata sus momentos de mayor protagonismo.
Romina:
Llevaba solo cuatro meses trabajando en la compañía, precisamente desde que se produjo mi separación matrimonial. Mi vida había cambiado completamente y aún me encontraba algo aturdida y descolocada en mi diario vivir. En el trabajo, había caído con buen pie, los compañeros y los jefes me habían aceptado muy favorablemente. Con todo esto, más la ayuda de mi carácter extrovertido, en poco tiempo había llegado a sentirme muy cómoda y desenvuelta.
Con motivo del final del año, me propusieron unirme a una cena que celebraba el personal de la empresa cada año por esas fechas. Acepté sin dudarlo, ya que aquello me serviría para alegrar un poco mis apagados y solitarios días y ampliar mis relaciones con la gente. El portador de la invitación fue Pablo, un ejecutivo del área comercial, que últimamente me había abordado varias veces, mientras tomaba café en la cantina. Parecía un tipo agradable, simpático, y muy franco, que me trataba con un talante galante y acogedor. Se trataba de un cuarentón, con muy buena planta, alto, rubio, de facciones correctas, mirada penetrante y sostenida, que irradiaba seguridad en si mismo.
Desde el principio, en el poco trato que habíamos tenido, noté que se sentía atraído por mí. Segura de su especial interés por mi persona, comencé a especular sobre la posibilidad de llegar con él a algo más que la mera relación del trabajo, pues a pesar de la diferencia de edad, algo en el me subyugaba poderosamente. Sin embargo, aún deseándolo, yo tenía mis reservas a la hora de dejarme cortejar abiertamente por él, pensando en el entorno laboral tan poco apropiado para este tipo de ligues de incierta duración y resultados.
Pablo se ofreció para introducirme más en el grupo y me propuso sentarse conmigo y acompañarme luego al terminar la reunión. Me pareció un alivio contar con su ayuda y así poder afirmar nuestra amistad en un ambiente ajeno al trabajo, ya que por esas fechas yo estaba viviendo una especie de cuarentena en mis relaciones sociales y deseaba toparme con alguien interesante con quien salir a divertirme y compartir la parte rosa de mi vida, sin ataduras o compromisos.
Cuando llegó la fecha, un viernes por la noche, me arreglé y compuse todo mi arsenal de atractivos, escogí un vestido negro, por encima de la rodilla, ceñido, con llamativo escote. Todo en mi resultaba incitante, aunque no provocativo. Mi pelo sobre los hombros, discretamente maquillada y pintada con un rojo atenuado, me daba un aspecto muy sexy, a pesar de mi porte discreto y comedido. A mis veintinueve años poseía una figura de muy buen ver, la piel tersa y una silueta de formas consistentes.
Me encontré con Pablo, unos minutos antes de la hora fijada, en la misma puerta del restaurante. Él me miró con penetrante intención y me dijo que estaba fascinado de verme tan hermosa. Para disimular nuestro embarazo, de momento nos pusimos a hablar de cosas intrascendentes, me estuvo haciendo sugerencias y planes para cuando terminase la fiesta. Me dejé convencer fácilmente, ante la incertidumbre de verme un poco colgada entre tanta gente que aún no conocía y -porqué no reconocerlo-, como él empezaba a gustarme, era una buena ocasión para conocernos más a fondo.
La cena resultó muy animada y simpática, no tardaron en aparecer los primeros efectos de la bebida. Pablo mostraba síntomas de estar lanzado esa noche, se le notaba decidido a forzar su entrada en mi terreno personal más íntimo, aprovechando las buenas vibraciones que recibíamos el uno del otro. A lo largo de la sobremesa me deslizó algunas insinuaciones, aprovechando el ambiente distendido y extra laboral. Allí nadie podría pensar que había ningún tipo de acoso indebido.
Al acabar, nos trasladamos unos cuantos a una cafetería cercana, donde estuvimos un largo rato, tomando y charlando. Pasaba el tiempo y muchos empezaron a retirarse. Para desespero de Pablo, entre los que estaban todavía en la reunión, había un simpático cincuentón, que se mostraba en actitud zalamera y no ocultaba su propósito de galantearme. Mientras me hablaba sus ojos atravesaban mi vestido, me penetraban la piel, con una chispita lasciva, hasta que en su avance por agasajarme me propuso llevarme a casa en su coche, si no tenía otro medio disponible. Viendo la cara de asombro y contrariedad que puso Pablo, le agradecí su ofrecimiento y le mentí al decirle que tenía mi propio transporte. Al no ver salida a su plan, optó por desistir, se despidió de todos, y se marchó a dormir dejándonos el campo libre.
Poco después, ya comenzamos a despedirnos, salimos a la calle y me quedé a solas con Pablo, quién después de ausentarse todos, se había hecho el remolón para quedarse conmigo. Con su coche que estaba aparcado allí cerca, me llevó hasta mi casa y ya en la puerta, paró el auto, se volvió hacia mí con gesto interrogante. Yo, antes de que dijera palabra, le entregué mucho de mi voluntad con mi mirada, dejando entrever mi actitud accesible. Se inclinó sobre mí, para hablarme muy de cerca.
-Puedo subir contigo y tomamos algo todavía .? -Me dijo.
-Huy! Es muy tarde ya Pablo .! -Le contesté insegura.
-Me gustaría seguir hablando contigo. Llevo una eternidad intentando conocerte más, saber todo de ti. Apenas nos hemos podido intimar, siempre cohibidos entre tanta gente.
-Vale sube, si me prometes que no lo haremos largo. Accedí finalmente.
Dejamos el coche y cruzamos la calle. Él, en un acto de cortesía y protección me tomó por la cintura, hasta que llegamos al zaguán de mi casa y con un gesto evasivo me solté de él. Al entrar en el ascensor, me temía que al verse sin obstáculos intentaría abordarme con el ardor que reflejaban sus ojos; así fue, se abalanzó sobre mi, sin mediar palabra, me rodeó con sus brazos y fundió su boca con la mía en un beso que empezó por una voraz mordida de sus labios y siguió con su lengua adentro, abatiendo a la mía y frotando cada rincón de mi boca. Le correspondí de forma medio pasiva y apasionada. Nada más llegar el ascensor a la planta de mi casa, me desprendí de su abrazo, recelosa de encontrarme con algún vecino. Apuré lo que pude y nos entramos en mi apartamento, aseguré la puerta y de nuevo nuestros cuerpos ansiosos por encontrarse se abandonaron mutuamente en un arrebato, encendidos por el calor de dos seres llenos de lujuria, magnetizados entre sí. Apenas nos hablábamos, nos besamos, nos lamimos, nos mordimos la piel entre susurros, con la respiración entrecortada. Pablo, comenzó a recorrer mi cuerpo con sus manos, por encima de la ropa, frenético, anhelante de algo más, en una escalada posesiva e irremediable.
No se ni cómo, seguí caminando pegada a él, a través del living hasta mi cuarto. Mi cuerpo ya era suyo, aunque en mi mente todavía no había superado mi reserva inicial por impedir una entrega fácil, sin condiciones, a este hombre que apenas había conseguido seducirme, pero en quien había personalizado mi determinación de saciar mis apetitos corporales, ignorados ya por demasiado tiempo.
Por ello, no me sorprendió el deseo de que sus dedos dibujaran mi figura en un excitante recorrido por todo el contorno de mi cuerpo, soñé la placentera sensación de su lengua saboreando mis rincones más íntimos, que su sudor me bañara y sentir la quemazón de su piel contra la mía. Mi sexo, le esperaba húmedo, deseante y ardiente. Pablo estaba tan entregado, que yo ansiaba ya en fundirme con él, confundir el aroma que iba a desprender su cuerpo junto al mío, tocar el cielo y a cambio entregarle mucho más. Le abriría mis piernas, para que entrara y quedara aprisionado entre ellas, atado por el deseo, la pasión y el placer sensual.
Lo dejé sentado en la cama, esperando, mientras yo iba al baño. Después de un breve arreglo higiénico y de cambiarme a una ropa más confortable, al regresar a la habitación, me llevé una sorpresa chocante, que me dejó desconcertada. Allí estaba mi nuevo amigo, sosteniendo entre sus manos el dildo que yo guardaba celosamente en uno de los cajones de mi mesita de noche. Pasado el primer momento de bochorno, le pregunté:
-Pero ..qué es eso? De dónde lo has sacado ??.
-Me tomé la libertad de buscar algún condón y encontré este juguetito. -Dijo a modo de excusa.
-Supongo que es tuyo no? Siguió, con una sonrisa burlona.
-Si .claro! Le contesté segura de mi misma.
-No sabes cuánto me gustaría ver como lo utilizas! Me sugirió en tono vicioso.
Los ojos de Pablo destellaban un fulgor lascivo y lacerante. Al fin y al cabo, para una mujer como yo, joven y fogosa, sin pareja fija, conocedora de cada resorte de mi cuerpo y acostumbrada a no privarme, lo más natural es que tuviera alguna solución casera, para los momentos de necesidad íntima y apremiante.
-Estás seguro..?
Asintió con la cabeza sin disimular su alteración. Parecía que el acto de ver autosatisfacerse a una mujer era algo insólito, nuevo para él, que le ponía más que cachondo. Sin inmutarme, abrí uno de los cajones de mi mesita y saqué un tubo de lubricante, me senté a su lado en la cama y apliqué el gel sobre el glande de vinilo, adornando la acción con un meticuloso manoseo del capullo de blando plástico. Acto seguido, rompiendo cualquier barrera de pudor, me despojé del pantalón de pijama que me había puesto y, sentada como estaba, me dejé caer sobre mi espalda, doblando las piernas y abriéndolas en forma de V, así quedaba mi raja expuesta y accesible.
De esta manera, introduje suavemente la punta del consolador entre los labios de mi vulva y comencé a meterlo y a sacarlo con movimientos suaves y muy cuidados, con verdadero mimo, a la vez que completamente extasiada, mostrando con un movimiento cadencioso buena parte del tallo de artificio y luego lo volvía a hundir en mi vagina, cada vez con mas profundidad. Pronto, llevada por mi estado de excitación me olvidé de la presencia de Pablo a mi lado, disfrutando de su festín de voyerismo, y acometí una serie de caricias y frotes insistentes en el clítoris, imprimiendo a cada una de mis manos una intensidad progresiva. El efecto de mi acción me produjo una profunda embriaguez de intenso gusto.
Mi sexo comenzó a licuarse y abrasarse a consecuencia de la estimulación tan viva y penetrante, entre un respirar agitado, unos alargados suspiros y los ojos entornados, señal inequívoca de que ya no habría forma de detenerme hasta acabar.
Pablo ante la visión de aquel insólito aquelarre de placer carnal, seguramente se había excitado violentamente, también se había quitado la ropa y permanecía desnudo junto a mí, masturbándose con extraño entusiasmo, cercano al delirio. Al darme cuenta de su agitación, a duras penas pude observar sus ojos desorbitados, acompañándome en mi febril escalada de goce.
Mientras yo me dejaba llevar, lanzada por la pendiente inevitable hacia el clímax, todavía nos pudimos comunicar con una mirada cargada de lascivia, nos pedíamos seguir estimulándonos a un ritmo frenético y terminal. Parece que fue la primera vez que nos habíamos encontrado en esta situación, pues lo que siempre nos había parecido normal hacerlo en solitario, ahora nos estaba produciendo sensaciones nuevas, de un morbo desconocido. Contemplar el disfrute manual, como preámbulo del ansiado roce y cópula genital entre nosotros era algo que desvelaba muchos misterios de nuestro universo sexual. De pronto, Pablo debió pensar que había llegado la hora de intercambiar las acciones lúbricas que habíamos iniciado, porque dejó de accionar su miembro y se pegó a mí, acariciándome los pechos profusamente, bajando al vientre, hasta llegar a mi decorado monte de Venus, que seguía ocupado por una de mis manos, jugando con el clítoris. Retiró mi mano y la sustituyó por la suya, para continuar la misma tarea de frotamiento.
Pulsé anhelante el interruptor del consolador y un prodigioso efecto vibratorio se sumó a mis sensaciones, acelerando mi carrera, haciéndome retorcer de gusto, blandiendo mis piernas en el aire, entre gemidos roncos, lascivos e insinuantes.
Las maniobras que Pablo había seguido haciéndome, consiguieron un abundante flujo lubricador, para mi desesperada vagina. Su ayuda había sido posible a cambio de sacrificar su propio progreso de excitación, evitando una eyaculación demasiado temprana, pero en el momento, jaló de mi mano, me quitó el dildo del coño y me colocó a cuatro en el centro de la cama. Al quedar libre mi concha húmeda y dilatada, con los labios entreabiertos, él insertó de nuevo el consolador, hundiéndolo poco a poco todo adentro de mi cueva. Con la misma pericia que yo había manejado el aparatito, continuó follándome suavemente con aquella maravilla de la imitación, acompañando su acción con unos besitos sobre mi orificio anal disponible a su merced; me lamía en círculo clavaba la punta de su lengua una y otra vez, hasta que, con tanta combinación de estímulos sentí un agudo escalofrío, seguido de una descarga de fuerte tensión concentrada en todo mi sexo. Más que un orgasmo, parecía un estallido, que me dejó como vacía.
Pablo:
A todo esto, yo había presenciado todo el trance de Romina preso de una erección casi dolorosa, retenida durante largo tiempo. Una vez que ella se repuso y se le pasó la sofocación, hizo una pausa, extrajo el dildo de su concha y atrapó mi pene durísimo y enrojecido por la acumulación de sangre en su cabecita, prodigándole unas lamidas de lujo. Me puse encima de ella en posición de 69, agarré el consolador con mi mano derecha, puse en marcha el vibrador y lo metí de nuevo en su cuca, a la vez que le practicaba un concienzudo y sabroso cunnilingus a dúo entre el glande sintético y mi lengua descarada y voraz, removiendo ambos aditamentos, uno por la entrada de su vagina y el otro succionando el capuchón de su pequeño resorte del placer. Ella me correspondía, succionando y enterrando mi verga en su boca, haciendo que me agitara loco de excitación.
Así, unos minutos hasta que explotamos en una tumultuosa corrida, casi coincidente, que derramó buena parte de mi vertido de semen dentro de su boca, sin que ella pudiera evitarlo y el resto, al desprenderse súbitamente de mi polla, le salpicó sobre la cara. Retuvo con desconfianza el esperma que seguramente estaba castigando su paladar con ese sabor ingrato. A cambio, también yo estaba recibiendo mi merecido, con la eclosión de sus jugos sobre mi lengua, inundando mi boca de un sabor a marisco que me supo especialmente rico.
Después, nos quedamos en la cama, acostados reposando unos minutos. Enseguida sentimos la necesidad de darnos una buena ducha y limpiarnos el pringue amoroso de la cara y entrepiernas, antes de continuar la desenfrenada marcha iniciada. Nos colocamos parados debajo del chorro de agua, y cubrimos nuestra la piel con gel de baño; la tuve abrazada por detrás agarrándole los pechos y restregándole la verga entre los glúteos, algo que ella agradecía entre murmullos de placer, alzando su culo redondo y bien torneado para recibirla mejor. El efecto no se hizo esperar, el miembro se me volvió a poner duro como una piedra y nuestras pulsaciones se aceleraban.
-wowww! Como te estás poniendo Pablo ! Exclamó, tanteándome el miembro con la mano.
-Uufff! Este animalito vuelve a tener vida propia, mi amor! Le repliqué ansioso.
Asentí como admirado de mi mismo, me puse sentado sobre el borde de la tina, y tomándola por las caderas le pedí que se pusiera de rodillas delante de mí y al tener el pene parado y muy turgente, encarado a su boca, comprendió cual era mi deseo. Después de relamerme suavemente el capullo, se lo engulló tragándose casi la mitad de su largo, me practicó unas lentas chupadas, apretando sus labios sobre todo el miembro, hasta que notamos que aquello no podía crecer ya más y se ponía jugoso, la tomé por las axilas, levantándola para ponerla sentada sobre mis piernas, de espaldas a mí, en cuya posición podía agarrarle a placer los pechos turgentes y escurridizos por efecto del gel.
En esta postura, montada enfrentando su sexo con el mío, le clavé toda mi pija de un solo impulso, mientras estrujaba sus tetas con deleite y le lamía y besaba el cuello, le pellizcaba los pezones hasta endurecerlos.
Romina, descompuesta por un ardor y lujuria desatados, inició una serie de movimientos como cabalgando sobre mi polla, al tiempo que se balanceaba para conseguir que el pene encontrara el mejor ángulo de penetración y rozara su clítoris en cada estocada. Su culo chocaba contra mis genitales con verdadera violencia, yo me abrazaba a ella mordiendo su nuca rabiosamente y prensando sus pechos como si fuera a destruirlos. De esta manera, revueltos en un desenfrenado abrazo, solo nos relajamos cuando me corrí violentamente, soltándole varios chorros de semen en su concha. A pesar de mi tremenda corrida, mantuve mi verga ensartada, sin pausa, forcejeando como podía para cumplir sus ansias de alcanzar más y más goce. Extraía de mí una potencia impensable, que me permitió transportarla a la cumbre, y en unos segundos sentí sus convulsiones espaciadas, en el apogeo de su segundo éxtasis.
Después, nos quedamos entregados y comprometidos física y mentalmente, parecía que nos habíamos olvidado de todo y dejábamos de ser por un instante. Habían transcurrido casi dos horas y ninguno de los dos estábamos por dar fin a aquella noche de gloria. Se notaba por su fiereza, que había pasado una buena temporada sin probar las mieles del amor, ni haber calmado con hombre su interrumpida actividad sexual. Aún así, estuvimos un tiempo acostados, para recuperar fuerzas y deseo, después de la batalla carnal que habíamos librado.
La proximidad y el contacto de nuestros cuerpos desnudos solo. nos permitió el descanso nervioso de una breve transposición. Al poco rato, Romina preparó un combinado de ron y coca cola, que nos tomamos para reponer líquidos y templar nuestras energías. No se hizo esperar mucho el aumento de nuestra temperatura corporal, que devolví a nuestra sangre el bullicio precursor de un próximo e inevitable polvo.
Yo alucinaba, de ver como Romina esa joven, formal e impecable que conocía en la compañía, en estos momentos era mi chica, se había transformado en una hembra ardorosa y complaciente, como nunca imaginé. Se abrazó a mí, montó una pierna sobre mi cuerpo y la restregó intencionadamente sobre mi paquete. Mi verga comenzó a espabilarse, alargó sus tejidos conforme se iba inflando, mis labios calientes acudieron a devorar su boca cálida y deseosa. Nos besamos y nos chupamos con ardiente furia, mi estoque estaba listo, debido a sus hábiles frotamientos.
-Ahora , Romina quédate tu debajo, quiero perforarte, dominarte !
-Bien, así será debajo mi entrega y arriba tu deseo de posesión!!
Le abrí las piernas todo lo que pude ..conecté mi herramienta sobre su vulva, exploré con ella su reducido matorral de pelitos rubios y sedosos, penetré poco mas que el glande en su cuevita, apoyándome con los brazos sobre la cama, controlaba la profundidad y la amplitud de mis movimientos haciéndole presión sobre el clítoris y bordeando el portal de la pasión. Así, estuve todo el tiempo que pude, jugando con su creciente excitación, mi pulso estaba acelerado y ella resoplaba, y movía sus pechos en oleadas de agitación; su pelvis se arqueaba instintivamente, se elevaba ondulando su cuerpo voluptuosamente.
-Ooooh! mmmmm! Suspiraba extasiada.
-Disfruta esto, amor mío .! Le susurré al oído.
Resistí hasta que su necesidad de tenerme dentro se hizo inaplazable. Me abrazó jalándome hacia ella, y procedí a colmar su ardiente deseo, impulsando mi cuerpo hacía su interior, en una tremenda estocada que se le clavó hasta el mismo cervix. La deseada penetración se había producido y para hacerla más profunda, Romina elevó las piernas apoyándolas sobre mis hombros, quedando su cuerpo y su sexo a mi merced, perfectamente acoplado. Su sexo estaba tan lubricado, que el deslizamiento de mi polla entre las paredes de su vagina era suave y delicioso, un movimiento de vaivén que fu aumentando el ritmo hasta convertirse en unos golpes acompasados a sus grititos de placer, bombeando frenéticamente hasta que sentí un fuerte ardor en mi pene y noté que los pliegues musculados de su vagina se apretaban convulsos alrededor de mi miembro. Esto provocó las palpitaciones anunciadoras de mi inminente eyaculación cuyas palpitantes emisiones de esperma provocaron una descarga de placer en todo el cuerpo de Romina. Una vez más atravesó el umbral del séptimo cielo. Suspiró henchida de gusto y relajada, desplomó sus piernas sobre la cama y me regaló una sonrisa y una mirada indecibles de agradecimiento.
Ya avanzada la madrugada, me vestí en silencio y ella misma me acompañó hasta la puerta, despidiéndome con un cálido y prolongado beso en la boca.
-Esto, Pablo ha sido lo que ha sido y .nada más. De momento, te pido que sea nuestro secreto. Me advirtió con gesto serio.
-De acuerdo, cariño. Te aseguro mi discreción, por supuesto! Le dije.
-Quiero que sepas que ha sido una noche increíble, que no olvidaré así como así.
Ahora ya nos conocemos, y cómo!! creo que nos entendemos más que bien!.-Insistí.
-De eso ya hablaremos con más tranquilidad, antes tenemos que digerir lo que ha pasado esta noche ..! Remató ella.
Bajé como flotando en el aire, con el regocijo de haber conseguido disfrutar una noche tan maravillosa con una hembra fuera de serie. Sentí que mi vida sexual podía cambiar a mejor y entrar en una etapa de bonanza a partir de ese día.