Mucho cuidado con lo que deseas

Con mi marido elegimos una sala de cine porno para realizar mi fantasía de tener sexo en un lugar público. Pero la oscuridad del ambiente impidió que me diera cuenta a tiempo, que no era él quien me estaba penetrando

Mucho cuidado con lo que deseas

Con mi marido elegimos una sala de cine porno para realizar mi fantasía de tener sexo en un lugar público. Pero la oscuridad del ambiente impidió que me diera cuenta a tiempo, que no era él quien me estaba penetrando

Soy una mujer casada, tengo 35 años y me llamo Robi. Después de leer varios relatos aquí publicados me he decidido a contar lo que me pasó hace algunas semanas. Con mi marido nos entendemos de maravillas en la cama y hemos pasado por todas las posturas que expone el kamasutra y algunas otras que hemos inventado. Sin embargo, pasados los años una idea se me había puesto en la cabeza hasta llegar al borde de la obsesión. Quería tener sexo en público. Pero cómo hacerlo sin arriesgarse a ser descubierta o verse envuelta en un escándalo. Hasta que un buen día se me ocurrió, lo que pensé en ese momento, era la mejor idea para hacer realidad mi fantasía. A pesar de la proliferación de los supercines de los malls que invadían la ciudad aun quedaban en algunos barrios de esos cines de mala muerte donde generalmente exhiben películas porno, bien rascas, pero que en definitiva ofrecían el ambiente propicio de clandestinidad.

Además tenía la certeza de no correr el riesgo de encontrarme allí con ningún conocido, eran lugares oscuros y generalmente ocultos entre los vericuetos de las galerías céntricas. Pues bien, así fue como con Pedro nos decidimos por uno en particular. Previamente me había tomado un trago de pisco para darme la valentía de realizar, la que yo consideré, una muy osada hazaña. En la boletería nos atendió un viejo barbudo y panzón que masticaba chicle con la boca abierta. Me pareció muy asqueroso, pero claro, no esperaba ver a Kevin Kostner de boletero en ese tipo de cines. En fin, traté de no prestarle mucha atención.

Una vez con las entradas en la mano entramos a la sala. La película ya había empezado así es que llegamos a tientas hasta la última fila y nos ubicamos en un rincón. Al poco rato mi esposo me dijo que iría por algo de beber, pues después de un buen polvo le daba siempre mucha sed. Mientras lo esperaba me interesé por la película. Era una de las películas de Mario Salieri. Pensaba que las había visto todas, pero esta escapaba a mis recuerdos. Al cabo de un breve lapso mi esposo volvió y se sentó a mi lado. Los brazos del sillón eran fijos, como era de esperar, pero igual se las ingenió para abrazarme con un brazo, mientras apoyaba el otro sobre mi muslo. Me había vestido para la cita con una amplia falda de algodón. Sentí que la mano de Pedro se deslizaba suavemente hacia mi entrepierna y suspiré sonriendo. Las escenas de la película también avanzaban en la misma dirección erótica, aunque el calor que yo sentía entre las piernas no tenía mucho que ver con ellas. La mano de Pedro avanzó otro poco. Me acomodé mejor abriendo un poco las piernas para facilitarle el acceso.

Sus dedos agradecidos avanzaron un poco más introduciéndose lentamente bajo la falda. El calzón me lo había sacado mientras había salido a comprar las bebidas. La holgura resultante le permitió al dedo de Pedro llegar hasta el borde de mi chorito que ya estaba hinchado de placer. Lo tenía recién depilado y su dedo me hacía cosquillas en el pliegue. Se entretuvo acariciando y tironeando suavemente mi clítoris. Estaba tan excitada que podía sentir como mi chorito comenzaba a abrirse por los jugos vaginales. Él también lo percibió, pues al cabo de un rato su dedo se hundió en el pliegue separando mis íntimos labios que lo recibieron con ansia.

El escaso interés que me había despertado la película se esfumó por completo. Cerrando los ojos me dejé llevar por las oleadas de excitación que junto a los efectos del trago previo casi me hicieron olvidar donde me encontraba. Entretanto Pedro deslizó la otra mano por encima de mi hombro acariciándome un pezón. Lo sentía durísimo. Esto parece que le despertó una sed insaciable ya que comenzó a subirme la polera, con la escasa facilidad que le ofrecía la mano sobre mi hombro hasta que sentí mis pechos libres. Inclinó rápidamente la cabeza y comenzó a chuparme las tetas como nunca antes lo había hecho. Por suerte la música de la película era lo suficientemente fuerte para ahogar los "chuic, chuic" de las chupadas. Mordisqueaba mis pezones y los succionaba con desesperación. Por un momento pensé que iba a sacar leche de ellos. Entretanto sus dedos en mi chorito no se habían quedado atrás. De a poco había introducido otro y otro y ahora los metía y sacaba rítmicamente mientras yo lo acompañaba con un suave movimiento de caderas.

Con mi mano avancé hasta su pantalón y me encontré con su pene ya fuera del marrueco. Lo tenía tan duro y parado como nunca antes lo había sentido. Sonreí recordando lo mucho que me había costado convencerlo para esta aventura. Él también lo estaba pasando fantástico y su erección me daba la razón. Aprovechando una escena de mayor oscuridad, Pedro se paró del asiento y se arrodilló frente a mí para que le diera una buena mamada. Su pene hinchado casi no me entraba en la boca. "Esto está riquísimo", pensé. Sentí sus gemidos y me excité aún más. Al rato él me levantó la falda hasta la cintura, me agarró las nalgas llevando mi pelvis hasta el borde del asiento y acomodó mis piernas por encima de los brazos de la butaca. De esta forma mi chorito quedó completamente expuesto. Se inclinó, lo chupó y succionó. Luego me penetraba su lengua caliente y volvía a beber de mis jugos vaginales.

  • Gordito, no me hagas esperar más, métemelo completito que ya no aguanto –le susurré entre gemidos ahogados.

Sin hacerse de rogar se irguió nuevamente y me enterró el pene de una sola embestida. Lo tenía tan grande que casi me partió en dos y no pude evitar que me saltaran algunas lágrimas. Pero no me dio tiempo para recuperar el aliento pues se volvió a inclinar y pasando sus brazos por mi cintura comenzó a bombearme con suavidad. Sus movimientos al principio eran rítmicos, pero muy pronto se volvieron desesperados. Los crujidos de la butaca se confundían con el chasquido de mis nalgas húmedas contra sus testículos. Una de mis tetas saltaba arriba y abajo mientras la otra permanecía presa en su boca. Luego se turnaba con la otra. Cuando ya iba por mi tercer orgasmo, disminuyó el ritmo de las embestidas, haciéndolas más largas, sacando el pene casi por completo y volviéndolo a enterrar. De esta forma mis jugos abundantes corrían entre mis nalgas mojándolo todo. A veces durante estos movimientos la cabeza de su pene se salía por completo y como estaba tan mojada amenazaba meterse por mi culo. No alcancé a pensar mucho en ello cuando lo descubrí tratando de hacerse paso por ese rincón aun inexplorado de mi cuerpo.

  • No, mi amor, por allí no, me va a doler- gemí

  • Shhh, me decía él al oído

Supe que estaba demasiado excitado para poder disuadirlo de lo que intentaba y como no era momento de discutir, traté de relajarme al máximo para permitirle entrar sin demasiada resistencia. Supuse que eso me ayudaría a disminuir el dolor. Pero era casi insoportable. Él se daba cuenta así es que iba muy lento, esperando algunos segundos después de cada milímetro de avance hasta que al menos la cabeza del glande estuvo completamente adentro.

  • Ve que no era tan difícil, mijita –me susurró al oído.

Al escuchar su voz por primera vez durante toda nuestra escena de sexo, me di cuenta que algo no estaba bien. Esa no era la voz de Pedro. ¿Pero de quien era entonces? Él tipo percibió mi sorpresa y dado que aún continuaba inclinado sobre mí, me susurró otra vez al oído:

  • Desde que la vi con su marido comprándome las entradas me dieron ganas de culiármela bien rico, mijita.

¡Era el vendedor de boletos!

  • Suélteme, mi marido ya va a volver –traté de sacármelo de encima, pero su peso me aplastaba y apenas pude moverme.

  • No te preocupes, mijita, que lo mandé a comprar bien lejos. Tenemos mucho tiempo toavia. Parece que es la primera vez que te lo meten por el culito. Lo tenis reapretadito, como me gusta a mi. En la boletería me dí cuenta altiro que me teniai ganas. Ni te digo lo rápido que se me paró cuando caché que te haviai sacao los churrines para facilitarme la pega.

Con lo que acababa de descubrir fue imposible concentrarme nuevamente en el placer. Sólo el asco y la desesperación me dominaban en ese momento.

  • Nunca había culiao una conchita peladita, puta que es rico – me decía entre jadeos- es más rico que la cresta – insistía mientras manoseaba mi chorito adolorido por el roce de sus duros pendejos.

Después de un tiempo que me pareció eterno, el desgraciado se incorporó de un salto y se escabulló por entre los asientos. Segundos después mi marido se sentaba a mi lado y ponía un refresco entre mis manos.

  • Vaya, ya me tienes la tarea bien avanzada, me susurró en el oído.

Me di cuenta entonces que tenía la polera recogida muy por encima de las tetas.

  • Ah, si, pero me ha dado ahora una jaqueca terrible, el volumen de la película está fuertísimo.

  • Que pena, dijo él comprendiendo y tratando entonces de tomar el hilo de la película.

Por suerte Pedro no insistió y pude aprovechar los últimos minutos secándome el semen que se me escurría entre las piernas.

Lo peor de toda esta situación es que no he podido dejar de pensar en lo que me pasó. Especialmente me atormenta el hecho de que antes de descubrir la verdad lo disfruté como nunca lo he disfrutado con mi marido. Al principio me daba un asco atroz, pero últimamente cada vez que lo recuerdo me excito muchísimo. Por eso me atreví a publicarlo, ¿alguien puede aconsejarme qué debo hacer?