Moroso

Si no pagas tus deudas, tendrás problemas

Moroso

Estaba harto, una empresa de construcción para la que había entregado productos por un valor de 10.000 euros no dejaba de darme largas, se negaban a pagarme, de manera que me presenté allí; la oficina no me causó buena impresión, no estaba en mal sitio pero no era el mejor lugar de la ciudad, la calidad de los muebles regular; la secretaria no me quería dejar pasar, pero al final lo hice yo y me encontré con el jefe, un hombre de unos treinta años, uno setenta y cinco, pelo castaño y ojos morenos.

Aquellos ojos, que me miraron sorprendido, revelaban que aquel hombre no descansaba lo suficiente; cuando le expresé mi queja por la falta de cobro, empezó con excusas absurdas, después se puso un poco chulito, pero al final me entregó un cheque con vencimiento al final de mes.

Llegó la fecha y al intentar cobrar el cheque en el banco, no había fondos; indignado, volví a la empresa y observé que el dueño salía en aquel momento; siguiendo un impulso le seguí; fue a la estación de metro más cercana, y subió en una línea que iba a las afueras, yo también subí intentando en todo momento que no me viera, no era fácil por que soy bastante grande, casi uno noventa y ciento cincuenta kilos, pero el vagón iba lleno al ser hora punta; me tocó ir detrás de una preciosidad rubia, de cerca de uno ochenta, con pantalones ajustados que resaltaban mi gran debilidad, los traseros; en un momento dado no pude resistirme y aprovechando la cantidad de gente acaricié sus nalgas; me disculpé aunque ella no dijo nada, se giró con cara de desprecio y pude apreciar unos preciosos ojos claros, con pendientes y collar de plata a juego, y un agradable perfume; en la siguiente estación volví a meterle mano, aprovechando el frenazo; por el rabillo del ojo me di cuenta que un hombre mayor, sentado, no nos quitaba ojo de encima, y paré.

El moroso bajó en una estación y yo también; al bajar miré hacia el vagón y el hombre sentado le dejó su asiento a una chica embarazada que acababa de entrar, con unos impresionantes pechos hinchados por cierto, y se colocó justo en la posición que yo estaba antes, dentrás de aquella mujer que se me quedó mirando, indignada; al arrancar el tren, el hombre se echó sobre ella, punteándola por detrás con un bulto en su entrepierna; no pude evitar sonreir, mi víctima había pasado de Málaga a Malagón.

Me concentré en seguir al hombre, me había informado un poco sobre él y sabía que vivivía en un adosado, y por la salida que tomó sabía que iba a casa, que estaba a unos diez minutos de la estación, hacía esquina al final de la calle, después sólo había unos pinares, era un lugar muy tranquilo.

Le seguí, observando de paso que tenía buena figura, era delgadito y cuando abrió la puerta le empujé y entré, cerrando de golpe; le di un susto de muerte pero en seguida me reconoció; hola le dije, el cheque no tiene fondos; él dijo que era un error, que era imposible, y aquello me sacó de quicio; no sé si por la chica del tren, pero estaba medio excitado, y con el cabreo le dije: me vas a pagar con carne.

Le agarré de la cintura y me lo eché al hombro; empezó a patalear, y a golpearme en la espalda, pero subí las escaleras y me dirigí al dormitorio principal; sobre la mesilla había una foto suya con una bonita chica, sabía que tenía novia; le arrojé sobre la cama y le ordené que se desnudase; me miró como si yo estuviese loco pero al ver que yo me quité de golpe los mocasines que llevaba y me bajaba los pantalones se asustó de verdad.

Me acerqué, abrí las sábanas y agarrándole me metí dentro; me insultaba e intentaba pegarme pero me subí encima y se calló, debo pesar unos ochenta kilos más que él; le sujeté con el brazo derecho, y con la mano izquierda le desabroché el cinturón y le bajé el pantalón y el bóxer hasta las rodillas; entonces me aparté un poco y empecé a tocarle su culito, poco velludo y torneado y noté que mi excitacion aumentó; él también, y empezó a suplicarme que parase, que me pagaría, pero yo le contesté que enseguida lo iba a hacer; separé sus piernas, me puse saliva en un dedo y empecé a tocar su agujero; él no colaboraba y me costó introducirlo pero al final lo conseguí; saqué mi verga, y la restregué contra él un buen rato, y al final me coloqué un condón; él al verlo se puso frenético, intententando escapar pero en aquel momento hubiese necesitado el doble de mi fuerza para pararme; entonces le penetré, y me pareció que se dilataba rápido, pero era la primera vez que me follaba a un hombre y me dió igual, él sabía que ya no podía hacer nada y dejó de revolverse, y eso me puso a cien y tras un minuto más o menos me corrí; me desparramé sobre él mientras acababa de hacerlo; le miré, él no podía aguantarme la mirada, y me di cuenta que intentaba no echarse a llorar.

Salí de él, e incorporándome me dirigí al baño, eché el condón al inodoro, me limpié los restos de semen, me lavé un poco, y me volví; él seguía en la misma posición aunque se había tapado con las sábanas, y miraba hacia el pinar que se veía a través de la ventana; te espero abajo, tenemos que hablar, le dije.

No me contestó y como tardaba, era mediodía y el sexo suele darme hambre, abrí el frigorífico, en el congedor había una pizza de las que me gustan, así que la metí en el horno; cuando por fin bajó ya me la estaba comiendo en el sofá; cuando bajó estaba desencajado, se notaba que había llorado, pero del llanto pasó a la furia, y fue a por un cuchillo a la cocina, que estaba al final del bonito salón, se notaba que había una mujer en casa; cuando volvió con el cuchillo, que la verdad tampoco es que fuese enorme yo le enseñé una carta de pago por 1.000 euros; yo no te mentí, como tú a mí, le dije y se le mostré, como una golosina a un niño pequeño; dejó el cuchillo en la mesa y, por supuesto, cogió la golosina; partí una pequeña porción de pizza con el cuchillo, devoré lo demás; me levanté, dejándole las sobras, y le dij:

Volveré el mes siguiente para el segundo pago.

Lo que pasó entonces, con la intervención de la novia del moroso, lo contaré en el siguiente capítulo.