Morir una vez más… La vida sigue. (FINAL)

La vida de una niña depende de que el plan de Roberto funcione, lo contrario tendrá consecuencias horribles

Necesitaba reunirme con Jerome para hilvanar un plan que se tendría que ejecutar con perfecta sincronización, ya que había varios frentes simultáneos. Durante la próxima semana sería mi única preocupación.

Dejé todas las instrucciones en el trabajo para que mi ausencia no causara ningún contratiempo. Me quedé tranquilo con la actitud de mis colaboradores, ya que todos se mostraron dispuestos a asumir mis tareas.

Contacté con la tía de Erika para saber de su evolución. Los daños físicos en las extremidades no suponían ningún problema, pero la vagina y ano tardarían más tiempo en volver a su estado inicial, aunque la previsión era muy favorable. Un equipo de renombrados especialistas en cirugía plástica ya tenía diseñada la reparación de sus senos. Para el tratamiento de las adicciones y sobre todo la parte psicológica, no había previsión. Era cuestión de tiempo y esfuerzo por parte de Erika.

Mi amigo Meliano me había facilitado una suite en su hotel, que sería mi residencia en los próximos días. Me reuní con Jerome para ponerle en antecedentes de todo y se hiciese una composición de lugar.

La primera parte del plan era conocer cuál era el clan de la camorra napolitana, enemigo de los Brambilla, posiblemente los que habían dado el chivatazo a la policía española para detener a su capo.

Paralelamente había que establecer un seguimiento indetectable pero exhaustivo, al lugarteniente de Etore Brambilla. Estaba convencido de que nos llevaría al lugar donde estaba retenida la pobre niña. Si conseguíamos conocer su paradero, sería factible montar un operativo para rescatarla. Aunque sería arriesgado, confiaba en nuestra preparación para realizarla con eficacia y precisión.

Aunque supiéramos hoy mismo del lugar de su cautiverio, habría que esperar el instante oportuno para intervenir. La sincronización con otras acciones, era vital para el éxito.

Continuamos la reunión definiendo los movimientos posteriores que vendrían después de recabar toda la información. Acordamos que es las personas implicadas serían las menos posibles.

Pasó una larga semana hasta que conseguimos la información lo suficientemente fiable, como para poner en marcha el plan. Faltaban cinco días para el inicio del juicio.

Llamé a Yolanda para recordarle que ahora más que nunca, debía continuar con su actitud y mostrarse colaboradora con los captores de su hija, para no levantar sospechas. No quería verla en persona para evitar emociones que pudiesen desconcentrarnos del objetivo.

Resultó que la banda rival enemiga eran los Carottella, clan que dirigían dos hermanos gemelos y que tenían tanta mala hostia y eran tan hijos de puta como Brambilla. Los dos hermanos vivían en Nápoles bajo una fuerte protección.

Por otro lado, el seguimiento al lugarteniente – Paolo se llamaba -  dio sus frutos. Iba frecuentemente a una pequeña mansión de dos plantas situada de la zona alta de Barcelona. La finca estaba rodeada en su totalidad por un alto muro y protegida por un amplio sistema de cámaras y detectores de seguridad. Era complicado, pero no imposible.

Jerome, con ayuda de su hacker que provocó una pequeña avería en sistema, pudo colarse durante cinco minutos dentro de recinto, en la zona ajardinada. Utilizando una cámara termográfica, ubicó a dos hombres armados en el piso inferior y a otro en el superior. También detectó en una de las habitaciones de la segunda planta, la silueta de una mujer junto a la de un niño. Claramente era la cuidadora de Paula. En el momento de la intervención serian cuatro enemigos armados  - contando a Paolo – y una mujer, que esperábamos que no fuera hostil.

Inevitablemente habría muertes. No había otra opción.

Faltaba el acabar de conocer la seguridad en otro frente… la casa de los Carottella en Nápoles. Para ello teníamos ya allí a Silvan. Su misión seria eliminar a uno de los hermanos mientras dormía y antes de desaparecer, dejar una prueba que relacionase a los Brambilla. Era una misión muy arriesgada, pero si necesitabas a un “hombre invisible”, ese era Silvan.

Y llegó el momento. Intentaré relatar la acción lo mas resumida posible.

Era de noche y nuestro chico de oro hackeó el sistema de seguridad de la mansión. Entramos Jerome, Remi y yo, armados con subfusiles de asalto alemanes SIG MPX de 9x19mm, con mirilla de punto y silenciador. Eliminamos a los cuatro hombres armados, prácticamente sin oposición. En la planta superior, tuvimos que reducir a la mujer que cuidaba de Paula, no por ofrecer resistencia, si no porque se puso histérica y no paraba de chillar. La amenazamos de muerte si no desaparecía del país al día siguiente. Le entregamos una bolsa con el suficiente dinero para desaparecer una buena temporada.

Remi, le colocó unos cascos auriculares con música infantil a Paula, la envolvió con una manta y se la llevó del lugar evitando que viese ningún signo de violencia.

En una habitación encontramos las mini cámaras que habían utilizado para la grabación del hotel, y el ordenador en el que se suponía que estaría la grabación. No había tiempo para comprobaciones, lo metimos todo en una mochila para levárnoslo.

Cogimos el celular del cadáver de Paolo, desbloqueándolo con la huella de su dedo inerte. Nuestro hacker clonó el móvil para crear un imaginario chat de mensajes entre Paolo y un supuesto sicario de su clan en Nápoles. En los mensajes se explicitaba la orden de asesinar a uno de los hermanos Carottella. Todo este historial de mensajes se envió a un móvil “limpio” en manos de Silvan, que ya estaba dentro de la casa Carottella en Nápoles.

Silvan, hizo un solo disparo a la cabeza del hampón napolitano, que dormía plácidamente en su cama junto a una prostituta que ni se enteró. Envió un mensaje al móvil de Paolo confirmando la ejecución, y desapareció de la escena. En su huida, dejó “caer” el celular en un sitio que aparentase que el asesino lo había perdido. Cuando lo encontraran, asociarían la ejecución a los Brambilla.

En la mansión, Jerome abrió la espita del gas en la cocina y preparó un accionador de la chispa, temporizado con el microondas. Teníamos tres minutos para desaparecer de allí.

La explosión fue apoteósica, y el posterior incendio, dejó el edificio completamente en ruinas.

El plan, aunque quedaban temas que rematar, había salido bien. Y lo importante era que la niña estaba a salvo.

Remi, vigilaba la calle de Yolanda cuando llamé a su puerta, con la niña dormida en mis brazos.

Al abrir y ver a su hija, se volvió loca. Lloraba, gritaba el nombre de su hija, la arrancó de mis brazos despertando a la pobre niña que no sabía muy bien donde estaba. Por un momento tuve miedo de que le rompiese algo, de la fuerza con que la abrazaba. Paula, al reconocer a su madre, empezó a reír de alegría mientras las dos se daban besos por toda la cara.

Al cabo de un rato, ya más calmadas, pero sin dejar de abrazarse, Yolanda me dijo entre sollozos.

-        Roberto…, gracias… me has devuelto a mi hija… como prometiste...nunca te lo podré pagar… te debo la vida… si le hubiese ocurrido algo… yo…

-        Estate tranquila y disfruta el momento – dije mientras acariciaba sus mejillas, apartando un mechón de su cabello que caía anárquicamente sobre su cara – es muy tarde. Id a dormir las dos, no te preocupes, dormiré en el sofá, no estaréis solas.

Descansad todo lo posible, que mañana temprano os mudareis provisionalmente a mi casa. Y luego tú y yo haremos una visita.

-        Pero yo…

-        Mañana. Ahora a dormir.

Antes de desaparecer tras la puerta, se giró hacia mí. No pude interpretar si su mirada era de admiración, agradecimiento o de otra cosa…

Al día siguiente, entramos en mi casa donde ya nos estaba esperando una cuidadora de confianza, que había contratado previamente. Paula  congenió al instante con ella y se fueron juntas a explorar la casa.

Dos horas más tarde entrabamos en el despacho del juez.

-        Buenos días Señoría, gracias por recibirnos – saludó Yolanda respetuosamente - .

-        Letrada, o no sé si llamarla puta chantajista. – estaba rojo de ira – y no crea que porque viene acompañada de un matón – me señalaba a mi – conseguirá a amedrentarme.

-        Señoría, ruego que escuche lo que tenemos que decirle.

-        Ya he tenido bastante con la grabación que sus compinches me han enviado. Jamás me perdonaré el dejarme seducir por sus encantos y ceder a la lujuria. Eso es culpa mía y me arrepiento haberla tratado como un objeto y no como una mujer, producto de la excitación. Tendré que vivir con ello.

Pero no me dejaré chantajear, mi veredicto será el que mi conciencia me ordene. No me importa si mi matrimonio o mi carrera se destruyen por esas imágenes. Se lo he explicado todo a mi mujer y me ha mostrado su apoyo incondicional. Solo me queda mi honor y mi honradez, y no voy a renunciar a ellas.

-        Señor Juez, – hablé yo – escúchenos y entenderá la situación.

Le explicamos que la actuación de Yolanda, estaba motivada por el secuestro de su pequeña hija con la amenaza de matarla si no participaba en el montaje para chantajear al juez. Al mismo tiempo, la obligaban a que su acusación fuera muy débil para que la defensa pudiera “lucirse” en el juicio. Se alegró enormemente cuando le dijimos que habíamos conseguido liberar a la niña y estaba fuera de peligro.

En referencia a las grabaciones, teníamos el ordenador con la filmación original y que creíamos que no había más copias. Esto último no lo podíamos asegurar.

Yolanda se ofreció a hablar directamente con su esposa para explicarle toda la verdad y cualquier otra cosa que sirviera para convencerla y salvar su matrimonio.

El juez escuchó todas las argumentaciones que le hicimos entre los dos y entendió las justificaciones expresadas. Le pidió a Yolanda que fuese valiente y que esperaba de ella una buena labor como fiscal en el juicio. Faltaban solo dos días.

El final de mi plan era que Etore Brambilla, jamás llegara a ser juzgado. Y el primer día de juicio, ya no se presentó porque le habían matado. Le habían encontrado en las duchas de la cárcel con un cepillo de dientes con la punta afilada como un estilete, clavada en su yugular. El clan Carottella había concluido su “vendetta”.

En el caso de que no hubiese sido así, el plan B consistía en que Remi, le hubiera hecho estallar la cabeza como un melón, disparando con un fusil canadiense Mc Millan TAC-50, desde una distancia de casi 2.000 metros. Por suerte no fue necesaria esta solución extrema.

Una derivada colateral de mi plan fue que provocamos una sangrienta lucha entre clanes de la camorra napolitana, pero lo más importante, es que conseguimos desviar la atención de los asesinos, y que se olvidaran de Yolanda, su hija y del Juez. Caso cerrado.

Pasadas dos semanas, Yolanda y Paula volvieron a su casa. Yo les había cedido la mía y continuaba en la suite del hotel. Para mi tranquilidad, la empresa de Jerome se ocupó de velar por la seguridad de las dos, sin que ellas se diesen cuenta.

No las había vuelto a ver desde el día de la visita al juez. Las acompañé a reinstalarse en su casa. Yolanda estaba deseosa, aunque no lo verbalizó, de que me quedase con ellas, vislumbrando una mínima oportunidad de recuperarme. Pensé mil veces en ser yo quien mostrase el interés en retomar la relación, pero no estaba preparado. La despedida fue cordial pero fría.

Volví a la normalidad del trabajo, los entrenamientos de taekwondo, retomando mis combates con Sara, a quien veía súper feliz con su nuevo amor. Incluso, fuimos un par de veces al cine juntos. Le encantaba explicarme cosas de su novio y yo me sentía muy contento con su alegría.

Me interesaba constantemente por Erika, que seguía su tratamiento. Me apenaba que no quisiera hablar conmigo cuando la llamaba. En tres meses, viajé dos veces a Suiza para intentar verla, pero siempre se escondía en su habitación, negándose a salir.

Ya habían pasado cinco meses del último encuentro con Yolanda. Era sábado, casi de noche, me disponía a preparar un sándwich para cenar cuando sonó el timbre de casa.

Era Yolanda, llevaba un vestido de tirantes que nacía justo sobre sus rodillas. Se había cortado el pelo, como cuando me defendió en el juicio, estilo un poco masculino. De su escote moderado, se intuían la esbeltez de sus senos. Se había maquillado discretamente, lo justo para resaltar lo hermoso de su rostro.

Estaba realmente preciosa. Estuve mirándola de arriba abajo más tiempo de lo que la discreción prescribe.

Por fin reaccioné.

-        Hola Yolanda, ¿ocurre algo?

-        No… nada, perdona que me presente aquí, sin avisar. Si estás ocupado puedo…

-        No, no, que va… perdona, vaya educación tengo… pasa por favor. Siéntate en el sofá, te traigo un refresco… ¿o prefieres una copa?

-        Un vaso de agua está bien.

-        Supongo que Paula está bien – mientras le servía el agua – ¿qué te trae por aquí?.

-        Paula está muy bien…, gracias a ti… Verás, he venido porque creo que no te agradecí lo suficiente todo lo que hiciste por nosotras. Fue todo tan deprisa, que no pude digerir todo lo que había pasado. Demasiadas emociones juntas.

-        No te preocupes, todo está bien.

-        Bueno, también he venido… no sé cómo empezar… el otro día, te vi por casualidad en la cola de un cine… con una chica muy guapa… Se os veía muy compenetrados y… ya sé que no es de mi incumbencia y que no soy nadie para meterme en tu vida… y menos después de toda nuestra historia…

-        Yolanda – la interrumpí – ves al grano.

-        Pues… quiero saber si hay algo entre vosotros, si estas enamorado de ella y sois pareja. Si es así, me acabo el agua y me largo ahora mismo. – me hablaba a tal velocidad que me costaba entender lo que decía -. Si es que no hay nada importante entre vosotros, y no tienes a ninguna otra mujer a la que ames, o tengas intención de amar, consideras que después de tantos años que han pasado desde que morí para ti, por el daño que te hice, y si ya no me odias, y fuiste capaz de perdonarme aunque no de olvidar. ¿Crees que podrías dame una nueva oportunidad para demostrarte que te quiero y que siempre te querré?

Estaba boquiabierto por todo el discurso que me acababa de soltar sin respirar ni una vez. Había vaciado sus pulmones y su alma para decirme que me quería, que volviera con ella.

-        Basta, ya es suficiente, no aguanto más, estoy harto. – grité en voz alta, y Yolanda se asustó de mi reacción y mi tono – Llevo tantos años sufriendo, reviviendo mi muerte, una y otra vez. Necesito amar y ser amado. Y ya no puedo seguir así... esperando una mujer a la que pueda amar de verdad.

Esa mujer eres tú.

Fui hasta ella y tiré de sus brazos para que se levantara. La abracé con fuerza mientras nuestros labios se juntaban. Había deseado tantas veces tenerla junto a mí, como tantas veces me lo había negado a mí mismo. Pera ya no, no podía dejar pasar este último tren.

La llevé en volandas hasta mi habitación subiendo las escaleras sin dejar de besarla. En el corto trayecto de la puerta hasta la cama, ya estamos prácticamente desnudos. La tendí en la cama mientras iniciaba un largo recorrido de besos desde su boca, el cuello, sus pechos con pezones erizados, que succioné con devoción. Continué descendiendo por su barriguita hasta su ombligo perfumado, mi lengua se entretenía en cada pliegue.

Besé su cintura, los dos lados, hasta sus muslos, volviendo a subir hasta enterrar mi boca en su húmedo sexo.  Chupé y chupé con mis labios. Lamí y lamí con mi lengua. Mordí y mordí con mis dientes. Sus suspiros de placer ya no se reprimían en su pecho, se liberaban con total fuerza. Y llego su orgasmo que llenó de felicidad mi ser.

Tras unos instantes, remonte por el camino recorrido para estar otra vez sobre su cuerpo. Me abrí paso entre sus piernas hasta penetrar con mi endurecida polla su acogedor sexo. Dios mío, sentirse de nuevo en su interior, notar los músculos de su coño adaptándose elásticamente a mi miembro, como dos engranajes girando al mismo tiempo, encajados perfectamente, diente a diente, como una maquinaria perfecta que no se detiene mientras el combustible de la pasión los alimenta.

Ella se acompasaba a mis movimientos, susurrándome al oído que me amaba, que me amaría siempre. Su deseo y excitación le provocó el segundo orgasmo, que noté al sentir toda su musculatura pélvica comprimiendo mi polla. Al instante, eyacule en su interior. Mi simiente fue acompañada por todos los sentimientos de amor a esa mujer, que tanto tiempo estaban encarcelados en mi interior.

Descansamos un rato, tendidos uno al lado del otro, solo cogidos de la mano y mirando al techo blanco de la habitación. Ella lloraba de felicidad y yo, después de tantos años, también.

La noche siguió con todo el repertorio de sexo que nuestra imaginación y condición física fue capaz de soportar. Parecía que quisiéramos recuperar un tiempo perdido. Pero lo que estábamos haciendo era aprovechar el presente y marcar en nuestros cuerpos, el sendero del futuro.

Allí volvimos a nacer los dos, de nuestras muertes, del sufrimiento, del dolor. Y allí decidimos empezar una nueva vida, juntos, asumiendo que no sería fácil, pero esperanzados de que nuestro amor sobresaldría por encima de las dificultades.

Llevábamos viviendo juntos seis meses, en mi casa, nuestra casa. Paula era un encanto de niña y la quería como si fuera mi hija. Y en verdad era mi hija.

Nuestra relación de pareja era simplemente perfecta, nos amábamos, compartíamos todo, disfrutábamos viendo crecer a Paula, nuestros trabajos no distorsionaban en exceso la convivencia familiar. El sexo entre nosotros parecía que cada día era mejor que del día anterior.

En una ocasión, tras el tercer orgasmo, Yolanda me pidió tímidamente que si quería tener sexo anal con ella. Lo dijo un poco en tono de disculpa, avergonzada, cuando en nuestra relación actual, no había nada de lo que avergonzarse. Me explicó que nunca había vuelto a practicar el sexo anal desde la vez que descubrí su traición con Mario. Siempre se había negado, pese a la insistencia de algunos hombres con los que había estado. Me pidió que por favor, se lo hiciera con mucho cuidado, que no estaba acostumbrada, pero que deseaba entregarme lo que me había negado en nuestra juventud.

Lo hicimos con mucha cautela, con el tiempo necesario para su adaptación, bien lubricada, y acabó siendo muy gozoso para los dos. Desde ese día, se convirtió en una práctica más para disfrutar del sexo.

A los ocho meses de estar juntos, Yolanda me soltó la bomba… Estaba embarazada. Tras los primeros instantes de asimilación, la levante con mis brazos dando vuelta de alegría. Paula nos miraba contenta, preguntando qué estaba pasando. Era la gota que llenaba el vaso de la felicidad.

En ese momento llamaron a la puerta. Yolanda fue a abrir y se quedó pálida al ver a la mujer que tenía en frente.

-        Hola, soy Erika, vengo a ver a Roberto. ¿puedo pasar?

-        Si claro, adelante – dijo Yolanda tras unos instantes de desconcierto -.

-        Roberto, tienes visita.

Cuando vi a Erika el corazón me dio un salto de emoción. Estaba radiante, lucía un vestido ceñido de alta costura, que realzaba su impresionante figura. Era el cuerpo de la Erika de siempre, bellísima.

No dudé ni un instante y fui a abrazarla y nuestros sentimientos se descontrolaron y empezamos a llorar. Yolanda nos miraba, pero no se atrevía a interrumpir nuestro reencuentro. Sabía lo importante que era Erika para mí, no le había ocultado nada. Esperó hasta que dejamos de abrazarnos.

-        Perdona – dijo Erika dirigiéndose a Yolanda-., me he emocionado mucho después de todo lo …que hemos pasado.

-        Es natural, eres bienvenida a nuestra casa.

Después de las presentaciones formales y algunas carantoñas con Paula, Yolanda dijo:

-        Os dejamos solos, tenéis mucho de qué hablar – cogiendo a Paula en brazos mientras salían del salón -.

Ya estando solos, Erika – volvía a tener lágrimas en sus ojos. – empezó a hablar.

-        Perdóname Roberto… por todo… Me he portado tan mal contigo. Pero sentía una vergüenza tan grande que no me atrevía a mirarte a los ojos. Por lo que te dije, de lo estúpida que fui, de las cosas que hice. No te escuché, te mentí, te maltraté…

-        Ya es pasado, lo que importa es que ya estás de vuelta.

-        Pero las cosas terribles que me sucedieron, por mi culpa, me advertiste y pasé de ti, poniendo la empresa en peligro, mi vida. Te la debo a ti, siempre has estado ahí, protegiéndome y yo… - lloraba –

-        Nada de eso importa, ahora estas aquí, y por lo que veo, estás estupenda.

-        Si…, tienes razón, he dado un vuelco en mi vida. Nada de drogas ni alcohol, mis tetas vuelven a ser perfectas – nos reímos -  y además… tengo una relación con un hombre que me quiere y me comprende…

-        Pero eso es fantástico, cuéntame.

-        No es lo más apropiado, pero es mi psicólogo… él que me ha sacado de toda esa… locura. Ha estado todo este tiempo conmigo, ayudándome y le quiero. No es como contigo o como con Jean-Paul, pero va camino de serlo y soy feliz.

-        Me alegro tanto por ti. Yo también soy feliz, he recuperado a la mujer que he estado amando toda mi vida y tengo una familia… que pronto crecerá.

-        Que alegría, he escogido el momento más apropiado para venir a verte.

Seguimos hablando, contándonos todo lo que habíamos pasado desde la última vez. Me pidió que siguiera ocupándome del negocio y que ella ya se incorporaría cuando se sintiera segura del todo.

Comimos juntos y luego, Erika estuvo jugando un buen rato con Paula. Al final del día se marchó a su hotel.

Al verla partir, un sentimiento de alegría me invadió. Deseaba que volviera a ser feliz.

Nuestra vida continuó y la llegada de un nuevo miembro a la familia, Marc, fortaleció aún más nuestra relación.

Soy muy feliz con Yolanda y sé que ella lo es conmigo. Ahora estoy seguro que siempre será así.

La vida sigue…

FIN.

Yolanda

Soy tan feliz de estar con Roberto otra vez, y para siempre. Todo el sufrimiento que le causé y todo lo el calvario que soporté, ha desaparecido. Nunca podré agradecerle que perdonara mi maldad y me diese esta oportunidad que no voy a desperdiciar. A veces siento celos de las mujeres que tienen un espacio reservado en su corazón, pero también les estoy agradecida por hacer que su vida fuese mejor, que lo ayudaran a mitigar el dolor del que fui culpable, a ser el hombre que es hoy.

Mi amado, mi amante, mi amor. Jamás le fallaré.

Roberto

La miro, y pienso en el tiempo que podría haber estado junto a ella. Pero no podía. Siempre la he amado, pero estaba muerto hasta que reuní las fuerzas para resucitar. Ahora soy un nuevo Roberto y ella una nueva Yolanda. No hay miedo. Sé que me ama, lo veo a cada instante, a cada gesto. Lo veo cuando Erika, la tía Erika, viene a visitarnos. Mientras juega con nuestros hijos, Yolanda la mira, discretamente, y una sombra de temor aparece en su rostro, pensando que si mi corazón aún está con ella. En esos momentos, me acerco y la abrazo con todas mis fuerzas, para transmitirle que la amo, a ella, solo a ella.