Morir una vez más… La vida sigue. (5)

Roberto interrumpe el asesinato de Erika en la grabación de una snuff movie. Debe decidir qué hacer con los culpables

La rabia creciente que sentía en ese momento, nublaba mi ser racional. Quería venganza por lo que le habían hecho a mi amiga. Iban a morir todos, uno a uno, y quería empezar ahora mismo. Apunté a la primera cabeza, con mi habilidad serian solo 4 segundos, uno por disparo. Mi dedo pulsó el gatillo…1mm. , 2mm. Y… entonces aparté el dedo y lo apoyé en el guarda montes. No era un asesino que mata a gente desarmada, por mucho que lo merezcan. Si empezaba a matar a estos cuatro y al de afuera, no podría parar. Había mas culpables, toda una red. Mi sangre clamaba sangre, pero mi razón me lo impedía.

Había de solucionar definitivamente la situación de otra manera.

Ordené a uno de ellos que desatara a Erika, la cubriera con una manta, y le vendase sus muñecas y tobillos. Mientras hacía esto llamé a Pierre.

-        Pierre, es urgente que envíes una ambulancia privada a esta ubicación. Deben ser muy discretos y que venga un médico en ella.

Cuando Erika estaba asegurada, obligué al tipo que atara a los otros tres, asegurándome que lo había Correctamente. Le pedí que se vistiera y lo senté en una silla. Planté la cámara en un trípode, enfocando al tipo mientras sustituía la cinta de la película de Erika por otra virgen.

-        Ahora vas a contar todo lo que necesito saber. Quien manda en el negocio, todos los que hacen las películas a parte de vosotros, quien y como se distribuyen.

-        No puedo hablar, me matarán…

-        No, amigo. Yo os voy a matar y empezaré por uno de tus colegas – levanté la pistola apuntando alternativamente a los otros tres. Vi el terror en sus caras, y el tipo de la silla… empezó a contarlo todo.

Y con todo detalle, el nombre del jefe, colaboradores, direcciones, distribuidores de las películas, otros tipos protagonistas de las mismas, policías que estaban en el ajo, otros negocios ilegales que manejaban. Me indicó un armario pegado a la pared donde, sorprendentemente estaban los masters de no menos de 25 películas del género. Eso implicaba al menos 25 víctimas más. Apreté los dientes y la culata de la pistola.

En ese momento llegó la ambulancia con dos enfermeros y un doctor. Recogieron a Erika para llevarla a una discretísima clínica particular para ocuparse de su salud. Les recordé que nunca habían estado allí.

Había grabado toda la confesión de ese tipo y tenía muchas pruebas incriminatorias. Necesitaba un contacto fiable en la policía. Llamé a Jerome.

-        Roberto, ¿cómo ha ido todo, necesitas apoyo?

-        Todo bien, ya te contaré. Necesito a alguien de la policía de Marsella en el que se pueda confiar, y que tenga la suficiente autoridad para montar un macro operativo policial para detener a toda una red de asesinos, que filman y distribuyen snuff movies muy reales. Posiblemente también habrá drogas y prostitución. Tengo algunos retenidos y un montón de pruebas.

-        Sin dudarlo…, el inspector en jefe Leclerc, de la prefectura de Marsella. Ese es tu hombre.

Me dispuse a “preparar” la escena del crimen. Coloqué juntos a los cinco asesinos, incluido el que había dejado afuera, asegurándome que estaban bien inmovilizados y no podrían escapar. Dejé la cinta de la confesión encima de la mesa. Retiré cualquier cosa que pudiera asociar a Erika con ese lugar. Recuperé su teléfono móvil y su ropa, recogí el plástico grande sobre el que había estado tendida y atada, ya que tenía sus restos biológicos. Los bates de beisbol, la barra de hierro, las tenazas, la cámara, las cuerdas, la mordaza, la cinta con su grabación. Todo lo metí dentro de la furgoneta blanca. Rocié el vehículo con gasolina y llamé al inspector desde el celular de uno de los tipos.

Le expliqué todo lo que había, las conexiones, las pruebas, y donde podía recoger el “caramelito” envuelto para regalo que haría que su carrera policial, subiera hasta lo más alto. Me confirmó que enviaba a un ejército de policías al lugar.

Tiré el teléfono junto a lo demás y pegué fuego a la furgoneta. Sabía que se destruiría todo antes de que llegaran los agentes, y me largué de allí en el Mercedes como alma que lleva el diablo.

Días más tarde, todas las portadas de la prensa francesa hablaban de una gran operación policial que había desarticulado a una red del hampa marsellesa, con detenciones de responsables y subordinados, con implicaciones a nivel internacional y policías corruptos. Tema zanjado.

A Erika la habíamos trasladado a una clínica suiza, su país natal, donde una tía suya se ocuparía de hacer el seguimiento de su evolución médica y del posterior tratamiento de desintoxicación de sus adicciones.

En el trabajo, todo volvía a la normalidad. Peter había conseguido convencer a los sur koreanos y el trato se había cerrado con un precio más elevado, y con clausulas que nos protegían de penalizaciones injustas.

Ya más calmado, me centré en el tema de Yolanda. Tenía pendiente de que Jerome concretara la información obtenida.

-        Hola Jerome, ahora ya podemos hablar del tema de la información sobre esas personas.

-        Pues allá voy. Primero los dos tipos, agárrate, uno es el lugarteniente del capo napolitano Etore Brambilla, que está en la cárcel de tu ciudad, a la espera de juicio que se va a celebrar muy pronto. También he añadido su biografía. El otro tipo es un sicario de su clan camorrista. El viejo es… , adivina…, el Juez que lleva el caso, y la tía buenorra es… tachan… la fiscal. Si lo mezclas todo en una coctelera, puede salir un buen combinado.

-        Ahora entiendo muchas cosas y con un poco de imaginación puedo encajar las piezas. Debo comprobarlo.

-        Pues si tú lo tienes claro, ya me vale. Te mando los expedientes completos, direcciones, contactos, familiares, etc.

-        Jerome, es posible que vuelva a necesitar vuestros servicios, para hacer algunos seguimientos discretos y posiblemente, aplicar una solución…radical.

-        Ya sabes dónde encontrarme.

El primer expediente que miré fue el del capo de la camorra napolitana. Era un loco asesino, que dirigía uno de los clanes más sanguinarios de la camorra. Tocaban todos los palos, drogas, prostitución, extorsión a políticos y empresarios, trata de mujeres, pornografía infantil, asesinatos. Vaya, un “perla” de hombre. Le detuvieron en un lujoso chalet de la costa brava española, por un chivatazo, se especulaba, de algún clan contrario.

Había conseguido pasar desapercibido durante dos años sin que nadie lo detectara. Tenía orden de detención en toda la Unión Europea, pero la judicatura española lo quería juzgar primero por dos asesinatos cometidos en España. Si lo declaraban culpable, cumpliría la pena en cárceles españolas, y luego se estudiaría una posible extradición a los demás países que la solicitaran. Si no lo condenaban, se atenderían las extradiciones pendientes, principalmente de Francia o Italia. Corría el rumor que si se iba a Italia, “alguien” se encargaría de que la cosa quedara en nada.

Al lugarteniente, se le achacaban un montón de delitos ordenados por su jefe, y que, presuntamente, ejecutaba sin pestañear. El caso es que no se le había podido probar nunca nada. El otro tipo era un sicario reconocido, al que tampoco se le había conseguido imputar ningún delito grave.

El expediente del juez mostraba a un hombre de 64 años, con una carrera judicial incachable y era conocido por la rectitud e imparcialidad de sus veredictos. Era católico practicante, de familia conservadora, con esposa y dos hijos mayores. Un pilar de la sociedad.

Y por fin, la información sobre Yolanda. Abogada brillante de 33 años, soltera, con una hija de 18 meses, sin padre conocido. Recientemente incorporada a la fiscalía tras obtener la mejor puntuación de toda España en las oposiciones. Todas las opiniones apuntaban a que destacaba en la fiscalía por una excelente resolución de los casos asignados.

Me sorprendió el que Yolanda estuviera soltera, por lo demás, el coctel resultante de toda esa información me dejaba un guion meridianamente claro.

Estaban utilizando a Yolanda, con toda seguridad amenazando a su hija, para chantajear al juez de la causa. Aseguraban al juez y la fiscal de una tacada, para conseguir un veredicto favorable al capo napolitano.

Había llegado el momento de hablar con Yolanda para ver hasta qué punto podía ayudarla y devolverle el favor de salvarme de la cárcel. De momento, intentaría aparcar los sentimientos que esa mujer continuaba despertando en mí. Tenía su dirección en el expediente y esperé a la noche para hacerle una visita.

Pasé tres veces con el coche por delante de su domicilio, para asegurarme de que no la estaban vigilando. Aparqué en la calle paralela y me planté en la puerta de su bonita casa unifamiliar.

Al abrir la puerta, su cara mostró un gesto mezcla de asombro y temor al reconocerme. Sus ojos estaban enrojecidos, había estado llorando hacia poco.

-        Roberto… que haces aquí…como has… por favor, debes irte. No debes mezclarte en…

La empujé con suavidad hacia el interior de la casa y cerré la puerta.

-        Yolanda, se que tienes un problema, y de los gordos. He venido a ayudarte en lo que pueda. Ya sé que dejé claro que no quería saber nada más de ti. Pero ahora estoy aquí y no me marcharé sin que me lo cuentes todo.

-        Roberto, no merezco tu ayuda, te hice sufrir hasta matarte. Tú me lo dijiste, y sé que es cierto. No puedo permitir que te involucres… es muy peligroso…

-        Sé que te están obligando a hacer cosas, amenazándote con tu hija. Te vi en aquella habitación del hotel, follándote al juez, supongo que con cámaras para poder chantajearle.

Su cara palideció y unas lágrimas empezaron a asomar. Su mano cubría si boca mientras intentaba decir:

-        Dios mío, como sabes todo esto… viste lo que hice con… el juez. Has pasado otra vez por el calvario de verme… haciendo… ooh. Roberto…tu no…ya has sufrido bastante. –ya lloraba desesperadamente - .

-        Cálmate, ha pasado y ya está. Sentémonos y me lo explicas todo. Dime donde tienes cosas para prepararte una infusión, y con más tranquilidad, continuamos la conversación.

Preparé dos infusiones de tila y me senté a su lado, dio unos sorbos a su bebida y empezó a contar:

-        Al poco de acabar tu juicio decidí dejar el bufete. Ganaba mucho dinero, pero estaba cansada de defender a muchos clientes que sabía que no eran inocentes. Ya sé que es lo habitual y que forma parte del oficio. Todo el mundo tiene derecho a una defensa, pero quería probar otras cosas, estar en el otro lado. Me esforcé para conseguir una buena plaza para encerrar a los “malos”. A los tres meses de nuestra despedida, tuve mi primera relación sexual desde entonces con otro hombre.

No me estoy justificando de nada, ya te dije que, como mujer, tengo mis necesidades. Era un abogado chileno y pasamos una buena noche de sexo. Pero algo falló, y me quedé embarazada.

Desde el primer momento decidí seguir adelante con el embarazo, y estaba convencida que mi hijo-a llenaría el vacio de amor que sufría desde el maldito instante en que te traicioné. En Paula, ese iba a ser el nombre de mi hija, volcaría todo el amor que hubiese deseado poder entregarte a ti.

Consideré mi obligación explicar al padre biológico lo ocurrido, aunque tenía muy claro que Paula siempre estaría conmigo, pero no podía negarle a su padre la oportunidad de implicarse con su hija. Él, me dejó claro de que su vida no le permitiría hacerse cargo de una niña, pero estaba dispuesto a asumir su educación hasta que fuese mayor. Le dije que no se preocupara, que mi intención era ocuparme de todo.

Lo cierto es que abrió una cuenta bancaria a nombre de Paula, y cada mes ingresa una sustanciosa cantidad de dinero para que pueda costearse una buena educación universitaria.

Mientras duró el embarazo, me estuve preparando para ser fiscal.

Sentir como crece un ser dentro de ti, es una de las sensaciones de felicidad más grande que pueda existir. Y al nacer Paula logré enterrar mi muerte y la luz entró otra vez en mi vida después de tanto tiempo.

Estaba contenta con mi nueva vida y con mi nuevo trabajo. Pero me asignaron el caso de Etore Brambilla y empezó la pesadilla. – su cuerpo empezó a temblar –

-        Tranquila Yolanda – cogí sus manos para infundirle ánimos – estoy contigo.

-        Tienen a mi hija, Roberto… - volvían las lagrimas – me obligaron a seducir al pobre juez y montaron toda una escena para grabarlo todo y poder chantajearlo. Tuve que follármelo, ya lo viste, como una vulgar ramera. Me sentí sucia, pero lo hice por mi hija, y si hubiera tenido que follarme a cien hombres más, lo habría hecho sin dudar.

Puedes llamarme puta, zorra, y todos los insultos que quieras, pero haría lo que fuese por Paula.

-        No digas eso, no te culpo de nada, has hecho lo que una madre haría por su hija en una situación desesperada.

-        Pero si el juez no cede al chantaje y yo no ejerzo una defensa débil para que lo declaren inocente, matarán a Paula. Y ya no podría seguir viviendo – lloraba sin poder parar – ya te perdí a ti, no puedo perderla a ella.

-        Yolanda, escúchame atentamente. Vamos a solucionarlo y te prometo que recuperaras a tu hija, aunque me vaya la vida en ello.

-        Por favor Roberto, no quiero que te ocurra nada. Esa gente son asesinos y no pararan hasta conseguir lo que quieren.

-        No te preocupes, solo tienes que seguirles el juego hasta que llegue el momento de actuar. Déjalo en mis manos, se lo que hay que hacer.

Parecía más tranquila al ver mi seguridad, pero no soltaba mis manos.

-        Roberto, por favor… sé que no tengo ningún derecho a pedirte esto, pero… ¿puedes quedarte esta noche conmigo? Necesito tu compañía, no quiero estar sola, solo que estés a mi lado.

Sus palabras resonaban como un sortilegio que me hechizaba y anulaba todas mis defensas. Entendía que se sentía sola y necesitaba un hombro para apoyarse. Yo me moría de ganas de abrazarla y protegerla. Y de más cosas…

-        No te preocupes, me quedaré contigo.

Fuimos a su habitación, nos descalzamos y nos tendimos en la cama, vestidos como tal como estábamos. Acopló su espalda a mi pecho y la cubrí con mis brazos. Sentía el calor de ese cuerpo que tantas veces había sido mío. Recordaba el sabor de su piel, surcada por mi boca milímetro a milímetro, cada lunar, cada prominencia, cada hendidura o cavidad.

Estuvimos así un buen rato, sin movernos y sin decir nada, solo nuestras respiraciones cada vez más relajadas, rompían el silencio. Al final oí su voz

-        Gracias Roberto – y se durmió –

Desayunamos en su cocina. Le reiteré mi compromiso de ayudarla recuperar a su hija, que confiara en mí.

En el momento de la despedida, instintivamente, sin pensar, le di un beso muy suave en los labios. Solo duró un segundo. No me detuve a ver su reacción, tampoco quería mostrar la mía. Salí de la casa cerrando la puerta mientras oía como Yolanda empezaba a sollozar.

Dejé de pensar en el beso y su significado, para dedicarme a trazar la estrategia a seguir. Había que encontrar una solución viable y definitiva al problema, sin dejar ningún fleco suelto que pudiera hipotecar la seguridad de Yolanda y de Paula en un futuro. Estaba dispuesto a lo que fuera para conseguirlo.

Pero los planes, por muy bien pensados y ejecutados, no salen siempre bien.

¿Y si algo fallaba y le ocurría algo terrible a la niña?...

( Continuará…)