Morir una vez más… La vida sigue. (3)

El peor desenlace posible había ocurrido. Roberto deberá ser fuerte para afrontar la desgracia. (Se advierte que la temática y descripciones del episodio puede herir sensibilidades)

Sentí como si un puñal me atravesara el pecho. No podía ser cierto, la peor de las pesadillas se había convertido en realidad.

-        ¿Qué ha ocurrido? – las lágrimas empezaban a deslizar por mis mejillas -.

-        Llegamos seis horas tarde. Al entrar en la oficina comercial solo hemos encontrado la oposición de cuatro de los insurgentes. Uno de ellos estaba violando a la mujer y los otros tres estaban recogiendo el equipo de filmación. Hemos neutralizado a los cuatro, dejando con vida a uno de ellos para interrogarlo.

Tu amigo Jean-Paul, dos empleados y el guardaespaldas estaban atados a una silla, con el típico mono naranja. Les habían golpeado mucho y al acabar, les habían cortado el cuello. No es la primera vez que lo vemos.

-        La mujer, ¿cómo se encuentra?

-        Estaba completamente ausente. La vagina y el ano están muy mal y con desgarros. Los pechos ensangrentados, con quemaduras de cigarrillos y mordeduras. Para que no sufra, la he drogado con un calmante que tumbaría a un caballo.

-        ¿Qué le habéis sacado el cabrón que está vivo?

-        Estaba…, Silvan se lo ha cargado después de exprimirlo del todo. Te aviso que es duro.

-        Cuenta – ya no tenía lágrimas -.

-        Cogieron a los cinco y les dieron una paliza. Bueno, a ella le arrancaron a jirones su ropa y empezaron a violarla entre todos, serían unos 15, muchas veces… Se han cebado un montón con ella y no han parado hasta que hemos llegado.

A los hombres los ataron a las sillas vestidos de naranja y les pegaban para obligarles a leer el puto manifiesto de turno mientras lo grababan todo. Una vez conseguido el objetivo con los cuatro, el verdugo se situaba detrás de ellos y gritando sus consignas, los degollaba con un gran cuchillo, uno a uno. Hay primeros planos, he visto la copia del video en su ordenador. El original se lo ha llevado el grupo principal. Muy pronto lo colgarán en las redes sociales. A este grupo, aunque me duela el alma, no podemos perseguirlos.

Roberto, si crees que hay que prevenir a alguien para que no lo vea las imágenes, hazlo pronto. No tardarán en editar y subirlo a la red. Hemos avisado al gobierno francés de lo sucedido y no tardarán en enviar a un equipo del ejército para la extracción.

Siento mucho lo de tu amigo y su gente. Aquí…estamos muy jodidos…

-        Jerome, no es culpa tuya…, habéis hecho todo lo humanamente posible. Voy a pedirte un último favor.

-        Lo que necesites.

-        Asegura la posición hasta que vengan los del ejército. Protege el cuerpo de mi amigo y el de los demás. Cuida en lo posible de la mujer, cuando sepas donde la van a llevar, me informas. Me ocuparé de proporcionarle asistencia médica y psicológica. Del dinero para tu equipo no te preocupes.

-        Hermano, después de todo esto el dinero me importa una mierda. Déjalo en mis manos, yo me ocupo de todo.

-        Gracias Jerome,… a todos por arriesgar vuestras vidas.

Tras colgar, me dejé caer en la silla. Estaba destrozado, el dolor me invadía el alma. Me sentía culpable por no haberme impuesto a la decisión de mi amigo. Ahora estaría vivo. Dios mío, Erika… No podía dejarla sola.

En coche podría llegar a Marsella en 5 horas. No lo pensé más, preparé el equipaje imprescindible y me dispuse a conducir toda la noche.

A las 5h a.m. estacioné el coche frente al edificio donde estaba el apartamento de lujo de mis amigos. Estaba muy cansado y programé una alarma para poder dormir unas tres horas, hasta las 8h.

A la hora prevista, entré en el edificio saludando al de seguridad. Ya me conocía de otras ocasiones y permitió mi entrada sin problemas. Estaba seguro de que Erika ya estaría despierta y de que aún no habría recibido la terrible noticia.

Respiré profundamente frente a su puerta y llamé al timbre. Al cabo de unos instantes se iluminó el led que indicaba la activación de la cámara de la mirilla electrónica. Erika abrió la puerta y con gran alegría se colgó de mi cuello dándome un sonoro beso.

-        Roberto, que sorpresa tan grande, y tan temprano. Que contenta estoy…pasa, pasa, estaba haciendo café.

Me llevó de la mano hasta la cocina y al ver que aún no había abierto la boca me miró diciendo:

-        No has dicho nada, ¿te encuentras bien?

-        Erika…tengo muy malas noticias – buscaba el valor en mi interior para decir esas palabras – Jean-Paul ha muerto.

Analizaba mi rostro para evaluar si le estaba gastando una broma, pero rápidamente se dio cuenta de que iba muy en serio.

-        No…no… por favor…nooo, Roberto dime que no es verdad, nooo. – lloraba desgarradoramente -

Se llevó las manos a la cara mientras retrocedía hasta chocar con la pared. Se dejó caer de rodillas, implorando, nombrando a su marido. Estaba destrozada. Y yo con ella.

La cogí en brazos y la llevé a su habitación. La acomodé en la cama mientras seguía llorando sin parar. Se colocó en posición fetal y yo me acosté a su lado, adaptándome a su cuerpo, intentando abrazarla, cubriendo su figura todo lo posible. Quería protegerla, aislarla de todo ese sufrimiento. Si pudiera absorber todo su dolor y quedármelo todo para mí, lo hubiera hecho sin dudar. Lloramos sin parar todo el resto del día, hasta que llegó la noche y ya nos quedaban lágrimas. Nos venció el cansancio y nos quedamos dormidos.

Siete días más tarde, se celebró el funeral. En todo este tiempo no me separé de Erika ni un instante. Le expliqué lo que había ocurrido evitando los detalles más horribles. No quería comer nada y había empezado a beber demasiado.

La ceremonia estaba abarrotada de gente. Jean-Paul tenía muchos amigos, a banda de compañeros de trabajo y clientes. Detecté como mínimo unas 30 mujeres y más de 15 hombres que, sin aparente conexión entre ellos, lloraban con un sentimiento imposible de fingir. Erika no se soltó de mi brazo en ningún momento.

Al día siguiente, estábamos citados ante el notario para la lectura del testamento. Tras las presentaciones y demás preliminares, se procedió a la lectura del reparto de bienes.

Erika heredaba todo el dinero de cuentas bancarias, las casas, los vehículos, el velero, las acciones de bolsa, los tres caballos y las participaciones que tenía en empresas ajenas.

La sorpresa me la llevé cuando dijeron mi nombre indicando que heredaba el 20% de las acciones de nuestra empresa, y que el otro 25% de Jean-Paul, pasaba manos de Erika. También me entregaron unos poderes notariales plenos, asociados a mi nombramiento como Director General de la compañía. Tanto los papeles del nombramiento como los poderes plenos, estaban firmados por los dos socios mayoritarios, Jean-Paul y Erika. Y estaban firmados desde hacía casi un año, siendo efectivos en el momento de la muerte de alguno de los dos.

Mis amigos ya habían decidido mi futuro en la empresa desde hacía mucho tiempo. No tenía palabras. Me habían convertido en el Director General de la empresa y con poderes para hacer y deshacer a mi antojo. A demás de poseer el 30% de las acciones, frente al 70% de Erika. Estaba muy orgulloso de la confianza que me tenían, pero juro que hubiese renunciado a todos los cargos, dinero y acciones, con tal de devolver la vida a Jean-Paul.

Pero el mundo no se detiene y debía hacer frente a mis nuevas responsabilidades en la empresa. Era necesario tomar decisiones y marcar las directrices a seguir a todas las delegaciones. Acordamos con Erika que se apartara del negocio durante un tiempo prudencial, hasta que se sintiera con fuerzas para reincorporarse.

Convoqué a todos los directores de las delegaciones de cada país a una reunión en un famoso hotel de mi ciudad (Barcelona), en España. Debíamos poner en común la situación de cada delegación e identificar cuáles eran los asuntos pendientes de Jean-Paul que afectaban a la empresa en general. Mi intención era seguir dirigiendo la delegación española y desde allí, ejercer también la dirección de la compañía. Evidentemente junto a Erika cuando estuviera en condiciones.

Me puse en contacto con el propietario del hotel donde íbamos a celebrar la reunión. Era un gran cliente nuestro y tenía mucha confianza con él por los servicios que le ofrecíamos a su cadena de resorts, en la Rivera Maya y en República Dominicana.

-        Buenos días Sr. Meliano, llamaba para comentarle que hemos escogido su hotel para celebrar dentro de 15 días, una reunión con nuestros delegados internacionales.

-        Amigo Roberto, encantado de que cuenten con nuestras humildes instalaciones – el hombre debía de estar de broma, su hotel era el más espectacular de la ciudad – Mis hoteles siempre están a su disposición.

-        Perfecto, mi secretaria Eva contactará para ultimar cuantas habitaciones necesitamos, salón de conferencias, comidas y demás servicios.

-        Roberto, lo que necesiten, después del último favor que me hicieron con el problemilla logístico del resort en Punta Cana, estamos en deuda. Si no es por su ágil respuesta al problema, hubiéramos tenido que parar la actividad del complejo.

-        Pues si le parece bien, también podríamos aprovechar esos días para reunirnos y renovar el contrato actual – pensé que siempre hay que mirar por el negocio -, si le parece.

-        Encantado, en breve lo acabamos de concretar. Un abrazo.

Pensaba quedarme unos días más en Marsella para acompañar a Erika. Me preocupaba que estuviera bebiendo mucho y sospechaba también que se metía algo de coca. Su carácter se había vuelto demasiado voluble e inestable. La invité a cenar, para que se refrescara un poco y hablar con ella, de cómo podía ayudarla y convencerla de que moderase su actitud.

Durante la cena me informó de que pronto estaría en condiciones de volver al trabajo. Que confiaba plenamente en mis decisiones para pilotar la empresa. Estaba especialmente eufórica y se bebió la botella de vino prácticamente ella sola. Al salir del restaurante, pasamos por delante del local donde nos conocimos e insistió, pese a mis reparos, a que entrásemos a tomar la última copa.

Nos sentamos en un apartado y pidió un combinado cargadísimo de alcohol. Y al cabo de poco volvió a repetir. Se puso cariñosa conmigo, soltando todo su arte de seducción. En otras condiciones ya estaríamos follando, pero estaba muy preocupado del peligroso camino que estaba emprendiendo sin ser consciente de ello.

-        Tengo que ir al servicio, ¿vienes conmigo como la primera vez? – se la veía muy caliente -.

-        Ahora no Erika, es tarde. Vamos a casa a dormir la mona.

-        Que aguafiestas que eres – me dijo levantándose y caminando a hacia los aseos.

Por el camino se detuvo frente a dos chicos jóvenes que estaban hablando en la barra. Al cabo de unos instantes, los cogió de la mano y se los llevó hacia los servicios. Sabía lo que iba a pasar, aunque dudé de si tenía la autoridad suficiente como para inmiscuirme en las decisiones que, como persona adulta y libre que era, tomaba Erika. Por otra parte, no tenía claro que la influenciada por el alcohol, las drogas y el drama sufrido, permitían la suficiente lucidez para tomar esas decisiones conscientemente.

Habían pasado poco más de 5 minutos y me levanté para ir a buscarla, cuando la vi salir de los lavabos caminando con firmeza hacia mi posición. Se sentó a mi lado con una sonrisa. A pesar de la poca luz, pude observar que tenía restos de cocaína entre el labio superior y sus fosas nasales. Acercando su rostro al mío me habló con voz lo suficiente alta como para ser oída por encima de la música que sonaba:

-        Tú te lo has perdido. Acabo de hacerles una mamada a dos tíos que se han corrido en mi boca en menos de 5 minutos. Aún tengo es sabor de su lechecita en mi boca, ¿quieres probarlo? – se acercó con la intención de besarme -.

Puse mi brazo sobre su hombro, impidiendo que se acercara más:

-        Basta ya, Erika – la grité mirándola con furia directamente a los ojos -. Esto no puede continuar así. Y límpiate la nariz. – nunca le había hablado de esa manera, pero estaba muy enfadado -. Vamos a casa ahora mismo.

Ella me miró muy asustada y empezó a temblar visiblemente. La cogí de la mano y la arrastré al exterior. Subimos a un taxi y ella seguía temblando con los ojos llorosos. La abracé para tranquilizarla durante todo el trayecto hasta su apartamento.

Entramos y fuimos hasta su cama y la desnudé muy despacio. No dijimos ni una palabra hasta tumbarnos en ella. Me abrazó y volvió a llorar.

-        Perdóname Roberto, no sé qué me está pasando, yo no soy así. He visto tu mirada y me he asustado mucho viendo tu disgusto. He perdido a Jean-Paul…ya nunca más estará a mi lado. Y él siempre estaba a mi lado apoyándome en todo. Hasta cuando me enamoré de locamente de ti lo entendió y continuó dándome su amor, más que nunca. He visto odio en tus ojos…, pero no puedo perderte a ti también, por favor no me desprecies.

-        No preciosa, yo no te odio, soy incapaz de odiarte - le decía mientras acariciaba su mejilla – Te quiero mucho, daría mi vida por ti sin dudarlo. Pero estoy muy preocupado, me hace sufrir el ver que no actúas como Erika, mi Erika.

-        Lo sé, es que no puedo dejar de pensar en Jean-Paul. Siempre le había dicho que lo amaba y siempre era cierto. Pero ahora me arrepiento de no habérselo dicho mil veces más. Y ya no está para que se lo vuelva a decir… Se fue sin que se lo dijera… - lloraba sin poder parar-. Sé que tú no me amarás jamás como lo hacía él, que tu corazón nunca será mío. Pero no puedo perderte, no lo soportaría.

-        No me vas a perder, estaré a tu lado siempre que me necesites. Pero no puedo permitir que tomes decisiones autodestructivas. Si tú no eres capaz de cuidarte, lo haré yo.

-        Roberto, confía en mí. Buscaré ayuda y volveré a ser la misma.

-        De acuerdo, confiaré en ti. Sé que buscarás es camino correcto y volverás a ser tu misma. Te necesito como amiga, como socia, como…

-        Como amante … yo… necesito que me hagas el amor ahora, saber que no me desprecias… sentirme tuya, que no estoy sola.

En ese momento no me apetecía en absoluto hacer el amor, ni con ella – no me puedo creer que no quisiera hacer el amor con esa mujer – ni con nadie. Pero me necesitaba y me conjuré para satisfacerla, como si fuera mi única misión en esta vida.

Le hice el amor toda la noche de la manera más tierna de que fui capaz. Me esforcé con toda mi alma para que se sintiera amada, protegida, para anestesiar todo su dolor que también era el mío.

Entré en el interior de su sexo, que acogió el mío con tanta ansia como necesidad. La inunde de simiente como muestra de mi compromiso con ella mientras no paraba de susurrarme entre jadeos que me amaba, una y otra vez. Cuando ya estábamos rendidos, se durmió plácidamente, y yo me quede en vela pensando en que, aunque me sintiese un poco utilizado, no me arrepentía del compromiso de protección que tenía con esa mujer.

Me levanté sin hacer ruido para no despertarla de su sueño y fui hasta el salón para hacer una llamada.

-        Jerome, disculpa que te llame a estas horas.

-        Ningún problema amigo, estoy en New York y aquí son 11 p.m. ¿Qué ocurre?

-        Quiero hacer un seguimiento de localización de un teléfono móvil.

-        Eso está chupado para nuestro chico de oro. Tenemos un chaval en la empresa que es un hacker de la hostia. Podemos clonar el terminal para hacer todo lo que quieras. Solo necesito que le pinches un pendrive que instalará un software y que tomará el control del terminal.

-        Solo necesito saber la localización en todo momento por si es necesario socorrer. No quiero escuchar nada, ni grabar, ni mensajes ni demás actividades. No se trata de espiar nada, es solo por seguridad del usuario.

-        Podemos controlar su ubicación en todo momento, incluso con el teléfono apagado. Mientras tenga batería, estará localizable. ¿Cuándo lo quieres?

-        Ahora son las 5 a.m. en Marsella… lo necesito a las 9 de la mañana en esta ubicación.

-        Vaya, tu siempre con facilidades… Vale, a esa hora recibirás una llamada, sal a la calle y alguien te entregará el pendrive.

-        Ok. Gracias.

Mi intención no era espiar a Erika, pero pronto tendría que partir a Barcelona y no estaba seguro de su fuerza de voluntad, teniendo en cuenta por todo lo que estaba pasando.

A las 9 de la mañana se despertó con bostezos y desperezándose con los brazos, mientras yo le daba los buenos días con un dulce beso.

-        Cariño, he dormido como una reina. Gracias por la noche de amor que me has ofrecido y perdona mi actitud infantil de antes de volver a casa. Prometo ser buena chica.

-        No te preocupes – en ese momento sonaba mi teléfono – perdona un momento. No…no soy yo, se equivoca de numero – terminé la llamada -.

-        Voy a hacer café.

-        Perfecto, o mejor descansa mientras salgo a la calle para comprar el desayuno y el periódico. Croissant de chocolate ¿verdad?

-        Eres un cielo.

Salí a la calle a comprar lo prometido. Se me acercó un chaval con una bicicleta y sin detenerse me entrego disimuladamente el pendrive.

Devoramos el desayuno mientras comentábamos los titulares del día.

-        Mira esto, Roberto – “España deniega la extradición del capo de la camorra napolitana, Etore Brambilla, al gobierno francés y al italiano, hasta que sea juzgado previamente por los presuntos crímenes cometidos es suelo español”.

-        No conozco el caso – contesté con poco interés -.

-        Pues deberías, hace dos años este asesinó, mató a sangre fría a cinco a personas en la zona portuaria de Marsella, y uno de ellos era empleado nuestro. – Ahora sí que estaba interesado – Fui a su entierro con Jean-Paul, tenía mujer y tres niños. Estaban – se le hizo un nudo en la garganta entes de poder continuar – destrozados.

-        Bueno, ahora que lo han cogido, será juzgado y en algún lado cumplirá condena para pagar por sus delitos.

-        Si, pero si no lo condenáis en tú país, pueden extraditarlo a Italia, y seguro que lo meten en una cárcel de lujo para que esté como en casa. No pagará por la muerte de nuestro amigo.

-        Erika, no creo que estas cosas pasen hoy en día en Europa…

-        Ojalá tengas razón – dejamos el tema - y seguimos comentando otras noticias.

Pasaron los días relativamente tranquilos y antes de partir, solicite a Pierre, la mano derecha de Jean-Paul en la central, que estuviera atento, dentro de sus posibilidades, del comportamiento de Erika.

Llegó el día de la reunión con las delegaciones de la empresa. Eva lo había organizado todo, como era habitual en ella, milimétricamente a la perfección.

Estaba en el hall el hotel, esperando el ascensor para subir a la suite presidencial. Allí me iba a reunir con el Sr. Meliano para discutir la renovación de nuestro contrato. Estaba convencido de que no habría ningún problema.

En ese momento se acercó una pareja hacia donde me encontraba. Dios mío, reconocí a Yolanda, tan bella como siempre. Mientras se acercaba con el hombre que caminaba muy pegado a ella, su mirada se clavó directamente en mis ojos durante más de cinco segundos. Se detuvieron los dos a mi lado, esperando la llegada del ascensor. Mi intención fue la de saludarla, pero el rostro de Yolanda no se inmutó nada en absoluto. Ni un mínimo gesto. Me ignoró por completo. Al llegar el ascensor, entraron los dos primeros y yo a continuación. Nuestras miradas volvieron a encontrarse, pero nada de nada. Era imposible que no me reconociera y no entendía que, la mujer que me juró que me amaría toda la vida, me negara el mínimo gesto de amabilidad. Me fijé que el hombre había pulsado el botón de la séptima planta. Yo pulse el de sexta.

Se abrieron las puertas en la sexta y salí del ascensor con toda naturalidad. Nada más cerrar las puertas, corrí como un poseso hasta las escaleras y subí de cuatro en cuatro los peldaños para llegar a la siguiente planta antes que ellos. No sé por qué coño estaba haciendo eso. Pero algo extraño pasaba y quería averiguar lo que era. En el pasillo, me camuflé detrás de un carro del servicio lo suficientemente cerca para ver que la pareja se detuvo en la hab. nº 746. El tipo dio tres golpecitos en la puerta y otro hombre les abrió. Hablaron unos instantes mientras Yolanda asentía con la cabeza. Me quede alucinado al oír al acompañante decir:

-        Vamos putita, haz bien tu trabajo – mientras agarraba el culo de Yolanda por encima de su falda.

Los dos hombres entraron en la habitación y cerraron la puerta. Yolanda se desplazó hasta la habitación contigua y golpeó cuatro veces con una especial cadencia. La puerta se abrió y tras entrar Yolanda, vi claramente como se asomaba un hombre mayor, de más de sesenta años. Miraba a derecha e izquierda del pasillo como asegurándose de que nadie los había visto. Finalmente cerró la puerta.

Salí de mi escondite caminando frente a la puerta de la hab. Nº 744, donde había entrado Yolanda. Estaba allí, como un imbécil sin saber qué hacer. Cogí el teléfono y llamé directamente al Sr. Meliano.

-        Hola, soy Roberto

-        Hola, le estoy esperando en la “presidencial”

-        Verá…, no sé cómo decírselo…, pero necesito su ayuda. Es un asunto delicado…ya sabe… de faldas…necesito discreción.

-        Claro que sí, pillín…, en que puedo ayudarle.

-        Quiero acceso inmediato a la hab. nº 742… y también necesito… no sé si podrá ser… una tarjeta-llave maestra – le solté-.

-        ¿Dónde está ahora?, amigo mío.

-        Delante de la 742.

-        En cinco minutos un empleado de seguridad le traerá la llave…jeje.  Ya me contará su aventura eh…

-        Muchas gracias Sr. Meliano, no lo olvidaré

Cuatro minutos más tarde un hombre me entregó la tarjeta y me confirmó que la hab. Nº 742 estaba desocupada. Entré en ella y me familiaricé con la disposición. Era una habitación con un salón recibidor a la entrada y que tras un corto pasillo, desembocaba en la zona del dormitorio donde estaba una enorme cama de matrimonio.

Estuve unos minutos pensando en lo estúpido de lo que iba a hacer. No tenía ningún derecho ni motivo para hacerlo, pero no podía evitarlo. Y no lo evité.

Salí de la habitación y me planté otra vez frente a la hab. nº 744 e introduje la tarjeta “maestra”. La puerta se abrió con un ligero clic. Entré sigilosamente en el salón y avancé por el pasillo pegado a la pared. Asomé solo media cara por el marco de entrada al dormitorio y me quedé helado con lo que pude ver.

Yolanda estaba sentada sobre el viejo, cabalgando sobre su polla que entraba una y otra vez en su coño.

-        Ahh… que bien que follas, maldita zorra…

( Continuará…)