Morir una vez más (Final)
Había muerto para mí, pero después de tantos años, aparece muy viva
Estaba allí, en pie frente a mí. Se quitó las gafas y aguantó mi mirada con sus ojos azules. Había perdido el brillo juvenil, pero había ganado serenidad.
- Soy tu nueva abogada y voy a defenderte en este juicio - dijo con voz segura.
- Y se supone que debo confiar en ti, ¿no? – irónicamente le lancé un golpe bajo.
Me pareció percibir un rictus de angustia en su cara, que rectificó al instante.
- Ya sé que como persona estoy muerta para ti, pero ahora, tienes que verme como una profesional que va a luchar hasta su último aliento para que seas libre. Te prometo que voy a desplegar todo mi conocimiento en derecho, para que cuando acabe el juicio, salgas caminando libremente por la puerta del juzgado y puedas ir a dormir a tu casa. Voy a jugarme mi prestigio profesional en esto. Y cuando acabe todo, seguiré muerta si quieres. Aunque me gustaría que me escucharas algún día, si me das la oportunidad.
El convencimiento y seguridad en su exposición, me impresionó sobremanera. Mi mente era un saco lleno de emociones contradictorias. Recordaba las imágenes de su traición, pero también los sueños en que lloraba por mí amor, por mí vida, aunque el peso de la balanza se decantaba claramente hacia la traición.
Pero ahora había que priorizar, y lo primero era el juicio. Podía renunciar a su defensa y quedarme con el abogado de oficio. Pero cualquiera que fuese el asignado, no tendría ni puta idea de cómo encarar el caso. Otra seria alegar indefensión y pedir un receso hasta encontrar un abogado solvente. Pero ya estaba harto de la situación y quería acabar con el tema, pasara lo que pasara. No quería alargar más esta agonía.
- De acuerdo, vamos allá, espero que esta vez no me “traiciones” – volví claramente a herirla, iba a contestar, pero se tragó su respuesta.
- ¿Pero, ustedes se conocen? – dijo el tipo de la embajada, que no entendía nada.
La siguiente hora, estuvo explicándome en esencia, cuál era el plan de defensa, como debía responder a las posibles preguntas de la fiscalía y la actitud que debía mantener hacia la juez.
Me pareció un buen plan y me resigné a cederle el mando de la nave, ya la que entendía del tema era ella y no yo. Aunque no podía dejar de tener miedo de cómo iba a actuar.
Y empezó el juicio con la sala llene. Como le pone el morbo a la gente – pensé-.
Y aluciné con su actuación.
Me presentó como una persona de valores incachables. Como exmilitar de trayectoria honorable. Tenía cartas de recomendación y reconocimiento del mismísimo gobierno francés, que alababan mi conducta ejemplar. Argumentó la legitima defensa con un convencimiento asombroso, además de aportar una declaración jurada de Marta – que yo desconocía – en la que afirmaba que ellos me habían atacado primero y no tuve más remedio que defenderme. Presentó múltiples documentos que desacreditaban a las tres víctimas, como protagonistas de diferentes episodios violentos. Demostró que estaban ocupando fraudulentamente la casa donde vivían, engañando al propietario, que era un pariente suyo. Incluso aportó al tribunal varias denuncias de mujeres por acoso sexual, que, aunque no habían prosperado, tendrían su peso en su contra. Rebatió todos los argumentos de la fiscalía, incluido el agravante de que por mi preparación en la lucha cuerpo a cuerpo, se me podía considerar un arma letal. Acorraló sin piedad a los testigos de la acusación, a los médicos forenses, infravalorando la gravedad de las lesiones de las víctimas. Se movía por la sala con la misma naturalidad que se movería por la cocina de su casa. Acaparaba la atención de todo el mundo, transpiraba una hipnótica capacidad de influir en sus decisiones.
Si me pinchan, no sale sangre, de tan abducido que estaba con su defensa. No quería reconocerlo, pero internamente, me sentía orgulloso de Yolanda, de su profesionalidad. Cuando argumentaba, no la veía como aquella chica que me clavó un puñal en la espalda, si no como una mujer madura que dominaba como nadie su oficio.
Después de toda esta batería de argumentos, documentación, y pruebas, llegó el momento de la deliberación que fue muy rápida. Y del veredicto final.
Fui declarado culpable de tres delitos de lesiones graves con atenuantes. Seis meses de prisión por cada uno, más 8.000€ de indemnización a cada víctima. Total, dieciocho meses, de los que había cumplido cinco. Al ser una pena inferior a dos años, quedaba libre de prisión, siempre que en los próximos 13 meses no cometiera ningún delito. Y el dinero para las indemnizaciones no iba a ser ningún problema para mi saneada economía.
Yolanda cerró los ojos y los puños en un gesto comedido de victoria. Yo era libre para irme a casa. Se giró mirándome y me entrego una tarjeta de visita con su teléfono de contacto.
- Si algún día quieres hablar conmigo, llámame. Seguro que no lo merezco, pero me harás muy feliz si aceptas escucharme.
Dio media vuelta y se marchó caminando por el pasillo de la sala de juicios. No me había dado tiempo a nada. Ni a agradecerle los servicios prestados, ni a echarle en cara cualquier circunstancia del pasado. Seguí sus movimientos hasta que desapareció por la puerta. Estaba claro que no era la misma Yolanda. Era otra diferente.
Yo estaba sin saber qué hacer, el veredicto era claro, podía irme a casa, pero no me había ni levantado de la silla. El tipo de la embajada, solo daba saltitos de alegría a mi alrededor y no paraba de felicitarme, diciendo que ellos nunca abandonaban a los suyos.
Inicie el trayecto hacia mi libertad caminando en una especie de nebulosa en la que no distinguía a nadie, hasta que la luz del día, me cegó por un instante al salir al exterior. En las escalinatas del edificio, se amontonaban periodistas, fotógrafos y cámaras de TV. Supongo que el hecho de que la cosa acabara con tres tíos desnudos, muy perjudicados, en el jardín de un barrio residencial, y a la vista de todo el mundo, despertaba el morbo de determinados programas de televisión. Buscaban la salsa para untar su pan.
Descendí por las escaleras sin detenerme ante nadie, y el amigo de la embajada, acaparó su atención, empezando a responder preguntas a diestro y siniestro. Este sí que estaba en su “salsa”.
Abajo, en la pequeña explanada que precedía al aparcamiento, me esperaban Jean-Paul y Erika. Hacía mucho tiempo que no veía a Erika. Con su marido nos habíamos visto bastante desde mi “huida” de Francia, en la delegación española o coincidiendo en algún otro país cerrando tratos comerciales.
Jean-Paul, se adelantó estrechándome fuertemente entre sus brazos y dando palmadas en mí espalda.
A continuación, Erika colgó sus brazos de mi cuello y me besó con pasión, como solo una mujer como ella sabe hacer. Con el rabillo del ojo me pareció ver a Yolanda observando cómo nos dábamos el apasionado beso. Estaba con la puerta abierta de su vehículo, a punto de entrar. Desapareció en el interior del coche con rapidez, cerrando la puerta enérgicamente. Arrancó y salió del aparcamiento haciendo chirriar las ruedas al imprimir una aceleración innecesaria a su vehículo.
Cuando me aparté de Erika, su marido propuso ir a comer juntos para celebrar mi libertad. Fuimos al mejor restaurante de la ciudad. Comimos como los dioses y hablamos mucho.
- Vaya pasta que nos ha costado ese bufete de abogados – empezó a decir Jean-Paul – pero que dinero tan bien empleado.
- Pienso devolveros hasta el último euro. Era un asunto personal, aunque os agradezco vuestra ayuda.
- No te preocupes, te lo descontaremos del próximo bono de objetivos – soltó con una carcajada -.
- Veo que no elegiste bien a tu amorcito, – lanzó el dardo Erika con toda la mala leche del mundo – habiendo probado el caviar, te quedaste con los desperdicios – ahí había resentimiento -.
- Joder Erika, no le digas esas cosas, que bastante a ha sufrido – me defendía él, y vi que ella se arrepentía de la bofetada lanzada.
- Perdona Roberto, no debí decir esas cosas horribles. Me ha podido el despecho, te quiero demasiado y sabes que solo te deseo lo mejor, también en el amor, aunque llegue a dolerme. – se estaba sincerando -.
- No te disculpes, tienes razón Erika, no supe escoger bien. De verdad que pensaba que Marta llenaría ese hueco, pero me equivoqué. Merezco tus reproches por que conozco tus sentimientos y sé que no lo dices con maldad. La realidad es que no supe comprender a Marta. A día de hoy no he entendido su comportamiento y creo que no entenderé nunca, el cambio de esa mujer que creía perfecta, a ese emputecimiento tan radical. Pero ya he pasado página y no me importa en absoluto. Deseo que le vaya bien en la vida, pero que sea muy lejos de mí. Mejor hablemos de vosotros, ¿Cómo lo lleváis?
- Yo la amo con locura, ella me quiere muchísimo, pero sigue amándote a ti. Tú la quieres mucho pero no la amas. Ella quisiera que la amases y yo que amara a mí – dijo Jean-Paul como quien expone un balance de resultados a los accionistas -. La verdad es que lo llevamos bien.
Yo todavía iba por la segunda frase, hasta llegar a digerirlo todo. Erika con tono jovial cogió a su marido con una mano estrujándole la cara y le estampó un sonoro beso.
- Pero que listo y guapo que es mi marido – y nos reímos todos -. Ahora que supongo que en todos estos meses de cárcel solo has podido hacerte algunas pajas, no te negarás a que hagamos juntos y un poco de ejercicio y así podrás vaciar tu despensa…jeje. Que mañana volvemos a Francia y hay que darle un buen final a la celebración.
Como me moría de ganas de estar con esa diosa después de tanto tiempo, no dudé en aceptar. Y nos fuimos a la suite de su hotel.
Follamos lo que no está escrito. Con todas las conocidas combinaciones HMH y con las uno contra uno de pareja hetero.
Jean-Paul y yo nos lanzamos a una competición olímpica, para ver quien le daba más caña a Erika. Ella estaba encantada de la vida con todo lo que le dábamos, nos folló, nos comió, nos amó. Y nosotros a ella. Me creía ganador en la competición por tener más reservas acumuladas que su marido, pero él aguantó todos los asaltos y solo gané a los puntos. Y por muy poco. Bueno eso quiero creer, tampoco había árbitros…
Marché del hotel contento y satisfecho, aunque sabía que ninguno de los ellos dos seria plenamente feliz con el otro. Y yo había tenido mucho que ver en ello. Pensé que en la vida hacemos y dejamos de hacer muchas cosas sin saber las consecuencias reales, ni las implicaciones que conllevan.
Continuamente afloraban en mí los sentimientos contrapuestos que tenía tras la aparición inesperada de Yolanda. No podía dejarlo así. Como aprendí con mis hermanos de lucha, las misiones hay que acabarlas, bien o mal, pero acabarlas. Decidí llamarla.
- Hola Yolanda, soy Roberto. Puedes hablar o te llamo en otro momento.
- Roberto – se oía su respiración agitada - claro que sí, dime... dime…
- He pensado que deberíamos vernos y hablar. No esperes nada, solo para…, bueno y agradecerte lo del juicio.
- Solo dime lugar, día y hora, y allí estaré.
- En mi casa no, ni en la tuya tampoco… a ver… en aquella cafetería cutre de mi antiguo barrio, creo que aún existe. Mañana a las 6 de la tarde.
- Allí estaré. Y… Roberto… Gracias.
- Hasta mañana. Yolanda.
Llegué puntualmente. Ella ya estaba sentada en la misma mesa donde solíamos quedar de jóvenes. Aquello no había cambiado nada, seguía tan sucio y cutre como siempre. Tras los saludos iniciales, me senté frente a ella. No llevaba maquillaje alguno, vestía sencilla con unos tejados ajustados y un jersey de cuello alto. Estaba guapa, muy guapa. Pensé – Dios como he amado a esta mujer, como la amo, como la amaré siempre. Con todo lo que me ha hecho, con todo lo que la he odiado y despreciado, intentando enterrarla bajo tierra para no amarla. Hasta estando muerto la he amado. Disimulé la angustia en mi cara y empecé la conversación.
- Ante todo, disculparme por no agradecer tu excelente trabajo en el juicio. Estuviste simplemente espectacular y te debo mi libertad.
- No te preocupes, cobro mucho por esto, es mi trabajo y como te dije, lo sé hacer muy bien. En este caso también ayudaron los sentimientos, que me empujaron, y no sabes cuánto. Si no hubiese conseguido el objetivo de tu libertad, me hubiese abalanzado sobre la juez para arrancarle los ojos – dijo soltado una risita.
- Suerte que no hizo falta, estaríamos los dos en la cárcel. Pero vayamos a lo importante, querías que te escuchara. Ya sabes cuál es mi posición respecto a ti y lo que me hiciste.
- Lo sé. Solo te pido que me des la oportunidad de explicarte – por su mejilla resbalaban unas lágrimas – como pude ser tan miserable y ruin para hacerte lo que te hice con Mario.
- Bien te escucho, procuraré no interrumpirte demasiado.
- Cuando te fuiste los tres meses de campamento, me sentía sola y Mario me propuso salir a divertirnos. Y acepté, no vi nada malo en ello. La verdad es que nos divertíamos mucho saliendo, bebiendo, bueno ya sabes como era de divertido. Hablábamos de ti, que si estuvieras aquí lo bien te lo pasarías. Un día bebimos mucho y me acompaño a casa. En el portal de repente me besó, y yo no lo rechacé. Me gustó y no fui consciente, ni el tampoco, de lo que acabábamos de empezar. Subimos al piso y follamos. No solo una vez, muchas, hasta dormirnos. Al día siguiente nos despertamos con una resaca de caballo, y vimos lo que había pasado entre nosotros. Pensé en ti y empecé a temblar, de cómo había sido capaz de traicionar a mi amor. Él tampoco se sentía orgulloso y nos dijimos que jamás te lo contaríamos, que no volvería a pasar. Pero volvimos a caer, no una, todas. Llámale calentura, lujuria, necesidad, inconsciencia, emputecimiento, morbo. No lo sé. Y no creas que era porque él me satisfacía y tu no. Nada de eso. Me encantaba hacerlo con él, no lo negaré, pero no más que contigo.
- ¿Crees que la primera vez era justificable por el hecho de estar bebidos? – interrumpí.
- No Roberto, lo tengo claro. Si ya la primera vez era injustificable, las siguientes lo fueron mucho más. Estábamos en una espiral de excitación y morbo, que no fuimos capaces de parar. Cuando tu volviste, tenía un miedo terrible que lo descubrieras, e intenté alejarme de Mario y dedicarme solo a ti. Él también quería estar contigo para no estar conmigo. Pero el veneno ya estaba dentro de nosotros. Y continuamos engañándote. Y cada vez teníamos, necesitábamos de más excitación. Un día, probamos la penetración anal. Yo no pensé en que no te lo había permitido nunca a ti (ni a nadie). Simplemente le deje. Y tras el dolor inicial, me encantó. Y volvimos a repetir, convirtiéndose en uno de nuestros placeres favoritos.
- Ya lo vi con mis propios ojos, y como lo disfrutabas. Pero continuaste incapaz de ofrecerme tu culo. Y luego lo que decíais de mí, las palabras humillantes. Salían de vuestras bocas sin pudor alguno. Si quieres te las recuerdo.
- No es necesario Roberto. Las tengo grabadas en mi cabeza. No han parado de martillear mi celebro ni un instante en todos estos años. Esas palabras que salieron de nuestras bocas, dichas solo como mecanismo para aumentar nuestra excitación y fantasía del momento, sin pensar que significaban una crueldad insufrible que no merecías. También mantuve la mentira y por miedo, no me atreví ofrecerte mi culo. Hubieras deducido que ese camino ya había sido explorado.
Cuando nos descubriste y vi tu mirada, me di cuenta de lo que te habíamos estado haciendo durante todo ese tiempo. No, lo retiro, lo sabía, pero era incapaz de reconocerlo, reconocer que me había convertido en una puta que, por unos malditos polvos, había vendido su alma. Te había apuñalado el corazón y me di cuenta de que no podrías parar la hemorragia hasta desangrarte y morir. Sé que ese día te matamos. No, fui yo la que te maté. Era yo la que te había jurado fidelidad, y no hay excusa en todo el mundo que pueda poner a tus pies para que me perdones.
- Los dos apuñalasteis mi corazón conociéndome, sabíais las consecuencias. Es muy fácil decir que cuando estas disfrutando de la follada no pensabais en el daño que me estabais haciendo, pero cuando acababais si, pobre Roberto, que hemos hecho. Pero volvíais a repetir una y otra vez. Como te he dicho, las acciones tienen sus consecuencias, aunque te quieras engañar a ti misma con tu propia mentira.
- No quiero justificar algo que no lo tiene justificación, solo quiero explícate con sinceridad lo que ocurrió. Ese día, después de tus miradas y tus palabras en las que dijiste que habíamos muerto para ti, Mario y yo tomamos conciencia del peso del error cometido. Cuando saliste por la puerta, empezamos a insultarnos y a echarnos la culpa el uno al otro. Él me gritaba que lo había seducido, y que por un sexo que podía encontrar a la vuelta de la esquina, había traicionado y perdido a su mejor amigo, por el que daría la vida. Yo le decía lo mismo, que por su maldita insistencia, había perdido al hombre al que amaba con todo mi corazón y no solo había destrozado mi vida, sino que, y más importante, la suya.
Tras esa batalla de reproches, nos miramos en silencio y los dos empezamos a llorar, reconociendo que no tenía sentido culpar al otro si los dos éramos culpables. Los dos pusimos las piedras que se convirtieron en la losa de tu tumba.
Los días siguientes fui al cuartel para intentar verte. Hasta llegué a hablar con tu capitán, que me dijo que habías pedido un traslado a una unidad especial y que no era posible localizarte. Estuve dos meses haciendo guardia por las tardes, vigilando la puerta de tu casa, hasta que un día vi que se estaban instalando en tu piso, un matrimonio con un niño.
Mario, me consta que también intento localizarte. Al cabo de un mes, dejó la facultad para no tener que verme y se marchó a seguir la carrera en una universidad de Estados Unidos. Supongo que tampoco tuvo el valor para quedarse en la ciudad y encontrarte algún día por casualidad. No hubiera sido capaz de mirarte a la cara, de lo avergonzado que estaba. Que yo sepa, no ha vuelto jamás a España.
Yo seguía escuchando toda su explicación con un nudo en la garganta, que taponaba la salida de las emociones que estaban a punto de explotar en mi interior. Yolanda continuó:
- Y en ese momento, te di por perdido para siempre. Mi vida ya no ha sido nunca la misma. Tras superar un año de terrible depresión, con tratamiento y medicación, dediqué todo mi esfuerzo en convertirme en abogada, en ser la mejor. Sabía que jamás encontraría a un hombre como tú y que no podría dar mi amor a nadie que no fueses tú. Me centré al máximo en mi profesión.
No te pido que me creas, pero te juro que no he vuelo a amar a ningún hombre y no he dejado de pensar en ti ni un solo instante. Y esta ha sido y seguirá siendo mi condena. No te voy a mentir diciendo que no he estado con ningún hombre en todos estos años. Está claro que soy una mujer que tiene sus necesidades sexuales como cualquier otra. He tenido sexo con tantos hombres como he necesitado, pero solo ha sido sexo. No he sentido nada que se acerque mínimamente a lo que es el amor.
- Te he escuchado y creo que lo que me has contado es verdad. Empatizo con tu sufrimiento como creo que tú lo haces con el mío. Pero el que tú hayas sufrido mucho hasta hoy, no influye ni compensa lo que he sufrido yo. La mochila de mi dolor, de mi muerte, la he cargado yo durante estos años y seguiré soportando su peso el resto de mi vida. Y te seré sincero también. No he amado a nadie como a ti. Parece fácil decir que una persona que amas, a muerto para ti, pero la realidad es otra, el amor no desaparece por arte de magia y menos cuando ha sido tan grande. La única esperanza es que, con el tiempo, ese amor vaya desapareciendo, poco a poco y que llegues a encontrar a otra persona que ocupe en hueco dejado y lo rellene con su amor.
- Creo que tú, después de lo de Marta – dijo Yolanda con voz entrecortada – has encontrado a alguien.
- No sé a qué te refieres – dije, aunque creía saber por dónde iban los tiros -.
- El otro día a la salida del juicio – bajo la mirada a la mesa – vi cómo te besabas apasionadamente con una mujer espectacular, y supongo que ella debe ser alguien importante para ti. – seguía sin levantar la cara-.
- Pues sí, se llama Erika, y es la mejor amante que he tenido jamás. – vi como tragaba saliva, pero ahora sí que me miraba a los ojos -, es mi mejor amiga, además de mi jefa. La quiero muchísimo – apretaba tanto la taza de café con sus dedos que parecía que fuera a estallar en cualquier momento -, pero… no la amo.
- Me alegro que conozcas a una gran mujer y que la puedas llegar a amar como me amaste a …mmm – no pudo continuar y rompió a llorar desconsoladamente -.
Cogí sus manos entre las mías intentando transmitir el suficiente calor humano para que se calmara. Cuando me pareció preparada, continué:
- Yolanda, desde tu traición tuve que cambiar mi vida, no te puedes ni imaginar cómo. Desde entonces, he hecho cosas terribles, he sido consciente de ello y he intentado enmendar mis errores y redimirme. He obtenido el perdón en ocasiones y en otras no. Pero hay situaciones que desgraciadamente son irreversibles. Y creo que mi muerte, la muerte de mi amor ejecutada por tus manos, también es irreversible. Puedo perdonarte, creo que mereces el perdón, pero mi amor por ti, no volverá a estar junto al tuyo. Es el todo y el nada de lo que puedo ofrecerte.
Se levantó de su silla enjuagándose las lágrimas de su cara. Me pidió que le diera un último abrazo de despedida antes de marchar. La abracé con fuerza sintiendo su pecho contra el mío, nuestros corazones palpitando. Después de todo ninguno de los dos estaba muerto. Al separarnos y mientras se dirigía a la salida dijo:
- Adiós Roberto, mi amor. Regreso a la tumba de mi vida. Espero que algún día quieras dejar flores en ella.
Esperé a que desapareciera. Salí a la calle y empecé a caminar sin rumbo fijo. No sabía hacia donde ir para volver a reconducir mi vida, una vez más.
Ya lo decidiría mañana…
FIN.
Nota del Autor.
Espero haber conseguido llegar a transmitir alguna emoción, aunque sea solo a uno de los lectores de este relato. Gracias por acompañar en este camino de crecimiento personal, con sus miserias y virtudes a nuestro protagonista.
Seguramente, el final no gustará a todos, pero creo que es el más honesto con la personalidad y trayectoria de Roberto.
Gracias a todos por leer.
- Por cierto, mi riñón empieza a funcionar bien otra vez. Que se joda el Covid-19.