Morir una vez más… Corazón negro (FINAL)

Yolanda constata que todo fue un montaje y que nunca fue digna de Roberto

La culpa corroía el corazón de Yolanda. Desde que Roberto la apartó de él, prometiéndole que iba a destrozar su vida y la de los que se la follaron en esa casa rural, inició una caída libre hacía el vacío, y se dio cuenta que ya no podría hacer nada para detener el impacto.

El remate final había sido comprobar que, todas las pruebas que nublaron su mente para autoconvencerse de la infidelidad de Roberto, habían sido desmanteladas una a una. Su marido había hecho simplemente el trabajo que le correspondía a ella hacer.

Vaya mierda de fiscal he sido, se decía, por no haber actuado como la reconocida profesional del derecho, con objetividad y libre de influencias. No solo no confió en su marido, sino que lo condenó y ejecutó su sentencia antes de permitirle la más mínima defensa, no le dio ninguna oportunidad. Y ahora tocaba pagar.

La venganza prometida, el sexo con esas seis mujeres, le había dolido muchísimo, aunque era capaz de aceptar ese desahogo de su marido. No podía compararse a lo que ella había hecho por culpa de su emputecimiento. Pero lo peor eran esos hombres, no el merecido castigo que Roberto les había infringido, sino el ser consciente de la calaña humana de esos seis hombres, a los que ella se había follado desaforadamente. Violadores, pederastas, narcotraficantes, prevaricadores, etc., vaya, lo mejor de cada casa, y todos habían dejado su simiente esparcida por todo su cuerpo y orificios. Para ponerlo en su curriculum y enmarcarlo. Otra vez su olfato de fiscal había fallado.

Llegó a la conclusión de que había cagado en todo, que merecía la venganza de Roberto y más. Lo único que no podía soportar era la separación de sus hijos. Si lo juntaba todo, el coctel era definitivamente mortal.

Apagó el laptop, recogió todos los pendrives devolviéndolos a su correspondiente sobre, y lo metió todo en la caja de cartón. Fue hasta el estante del comedor, donde estaban los papeles del divorcio que se había negado a firmar. Sabía que ya no valía la pena firmarlos, pero lo hizo, como ultima concesión a Roberto.

Cogió una hoja de papel en blanco y escribió un breve texto. Dobló la hoja por la mitad, ocultando lo anterior y escribió, centrado en esa mitad de hoja y en letras mayúsculas “PARA ROBERTO”.

Despejó todo lo que había sobre la mesa del comedor, dejando bien visibles los papeles del divorcio y la nota que acababa de escribir.

Empezó a abrir cajones, buscando durante un buen rato alguna cosa que no encontraba, hasta que al fin, dio con ella. Era un cúter con el mango de plástico en color azul y de hoja estrecha. Deslizó el botón para sacar la hoja escondida en su protección, y comprobar la parte cortante del filo. Al pasar la yema del dedo índice sobre la hoja, sintió que su carne se separaba, dejando un pequeño corte que empezó a sangrar al instante. Se limpió la sangre del dedo con la manga de su albornoz, al lado de las manchas de mostaza y mayonesa. Vaya guarrería, pensó, mientras conseguía que el dedo dejase de sangrar.

Cerró el cúter y lo guardo en el bolsillo de la única prenda que vestía.

Por su experiencia en el trato con forenses, sabía cuál era la forma idónea de cortase las venas con el menor dolor posible. Porque cortarse las venas duele, aunque hay una manera de que duela un poco menos, evitando cortar tendones.

Se dirigió al armario-espejo del lavabo, eligiendo dos botes de pastillas de su interior. El primer bote era de capsulas de un relajante muscular, y el otro eran las pastillas antidepresivas que tomaba cada día, y que tenían también tenían propiedades sedantes.

Puso el tapón de la bañera y abrió el grifo del agua caliente para llenarla.

Roberto estaba en el despacho, mirando las imágenes de las cámaras ocultas desplegadas en el pisito de Yolanda. Hacía poco más de dos horas que un mensajero había entregado a Yolanda, la caja que contenía los videos de su venganza y las pruebas de su inocencia.

Quería comprobar cómo reaccionaba su mujer al ver el resultado del cruel trabajo al que se había dedicado durante los últimos nueve meses. El efecto estaba siendo demoledor. En verdad, era lo que esperaba y deseaba su corazón, ahora negro, pero…, ¿estaba disfrutando realmente del dolor y degradación de esa mujer a la que tanto había amado?

Mientras Yolanda estaba a punto de visualizar el sobre nº 7,  vino a su mente la experiencia vivida tan solo tres días antes, en una habitación de un hospital de Filadelfia en el estado de Pensilvania.

Cuando decidió destruir a Yolanda y a todos los habían arrasado su matrimonio y su vida, un personaje olvidado volvió a su mente, recordando el daño que también le había infringido. No sabía nada de el desde que lo traiciono con Yolanda. Aprovechando el encargo a Jerome para buscar información, le pidió que localizase  a Mario, su amigo de correrías juveniles. Las noticias que recibió le sorprendieron.

Mario se había convertido en un prestigioso abogado y ejercía en el estado de Pensilvania. Estaba casado con una maravillosa mujer y tenía una hija de 18 años recién cumplidos. Malogradamente, un cáncer de garganta estaba acabando con él, no le quedaba mucho más de algunas semanas de vida.

Roberto podía haberse olvidado del tema, después de tantos años de letargo. Pero decidió dar rienda suelta a su rencor. Voló a Estados Unidos y se plantó en ese hospital. Se presentó ante su esposa y su hija como amigo de la infancia de Mario. La hija ya era una preciosa joven de cuerpo esbelto, senos bien definidos y cabellera rubia, realmente tenia los rasgos atractivos de su padre. Su esposa era muy hermosa y con un cuerpo muy bien trabajado, tendría unos 43-44 años. Mario siempre había tenido buen ojo con las mujeres.

Les pidió que le dejaran hablar un rato a solas con Mario, que yacía en una cama totalmente castigado por la radioterapia y quimio de su tratamiento. Aceptaron esperanzadas de que la visita de un amigo pudiera apaciguar mínimamente su dolor.

Se acercó a la cama, muy cerca de Mario, que intentaba reconocer el rostro del nuevo visitante.

-        Hola Mario, soy Roberto.

La demacrada cara del enfermo se ilumino levemente y sus ojos brillaron de alegría durante un instante. Roberto continuó hablándole:

-        Mario, he venido…

Roberto se detuvo antes de soltar las palabras que había ensayado durante todo el viaje. Le quería decir al oído que había venido para alegrarse de que estuviese a punto de morir, a recordarle que era un traidor y un cobarde malnacido que había arruinado su vida. Que pensaba follarse a su mujer y a su hija hasta que su esperma les saliese por los ojos, que las iba a prostituir, y otras cosas crueles motivadas por el rencor y el dolor de su traición con Yolanda.

Pero de sus labios salió:

-        he venido… a despedirme de ti, amigo mío, para que sepas que todo está bien entre nosotros.

-        Perdóname Roberto, fui un traidor y un hijo de puta por hacerte eso – hablaba con un hilillo de voz que apenas se oía  - y un cobarde por no tener el valor de mirarte a la cara y arrodillarme ante tus pies.

-        Tranquilo amigo, hace tiempo que perdoné, solo quería que lo supieras, que marchases en paz.

-        Gracias hermano, supe que habías recuperado el amor con Yolanda y que teníais hijos. El día que me enteré fue el más feliz de mi vida, como cuando me casé con Jennifer o tuvimos a nuestra hija. – lloraba de alegría y sus constantes se alteraron, provocando un pitido en uno de los monitores que tenia conectados.

Su mujer y su hija entraron al oír el pitido, pero se quedaron tranquilas al ver que Mario lloraba y sonreía con cara de felicidad a su amigo, cara que ellas hacía mucho tiempo que no habían visto en él. El pitido dejó de sonar y Roberto se inclinó sobre Mario abrazándolo, mientras unas lágrimas brotaban de sus ojos.

-        Gracias Roberto, ahora si me podré ir en paz.

Roberto salió de esa habitación y las dos mujeres fueron a abrazarle, llorando de alegría por esos breves instantes en los que Mario había vuelto a ser feliz gracias a él.

De regreso a España, en el avión pensaba que se sentía bien de haber obrado de esa manera y no mostrándose vengativo y cruel. Ahora quedaba finalizar la promesa de venganza que le hizo a Yolanda, aunque estaba seguro de que le dolería, en lugar de aliviarle.

Roberto seguía observando las reacciones de Yolanda, y empezó a angustiarse al ver la expresión inmenso dolor y derrota que mostró cuando acabo de ver el PowerPoint del sobre Nº7. Miraba como cogía unos documentos, escribía una nota en un papel y los dejaba en la mesa. Luego se la veía buscando algo por los cajones, hasta que Roberto pudo ver como Yolanda tenía un cúter en su mano.

En ese momento una alarma se disparó en el celebro de Roberto, y sin perder ni un segundo salió disparado del despacho hasta tu coche. Condujo como un loco, saltándose todos los semáforos y disparando todos los radares de velocidad existentes. Por suerte ninguna patrulla de policía detectó su conducción suicida.

Tardó 17 eternos minutos en dejar el coche mal aparcado sobre la acera, frente al edificio donde estaba Yolanda.

Entró en el bloque de pisos y subió las escaleras volando sobre los peldaños y se detuvo frente a la puerta del piso de Yolanda. Aporreo la puerta con fuerza, simultaneando con el timbre. Guardó silencio para intentar escuchar algún movimiento en el interior.

Yolanda se había tomado la combinación de pastillas para relajarse antes de meterse en la bañera y utilizar el cúter como herramienta hacia su descanso final. Sabía que las pastillas tardarían un poco en empezar su efecto. Cerró el grifo de la bañera que ya estaba casi llena. Limpió un poco el vaho del espejo para mirarse por última vez. Estaba horrible, pensó en la idea de que sus hijos la viesen así y se sintió mareada.

-        Vaya, parece que las pastillas actúan mas rápido de lo esperado, tendré que espabilar, no sea que me quede dormida antes de…

Detuvo su reflexión al oír que sonaba el timbre y estaban aporreando con fuerza la puerta.

Roberto no oía nada y se preparó para derribar la puerta a patadas, cuando le pareció oír unos pies arrastrándose. La puerta se abrió lentamente hasta que apareció Yolanda enfundada en el sucio albornoz.

Yolanda miró a Roberto pensando – Dios mío que guapo está, y yo… -  empezó a llorar mientras se tapaba la cara de la vergüenza que sentía.  Roberto entró en el piso y cerró la puerta.

-        Yolanda, tranquilízate, dame lo que tienes en el bolsillo – instintivamente la mano de ella presionaba el bolsillo contra su cuerpo -

-        Roberto, ¿a qué has venido? Por favor no me mires… lo he perdido todo…por mi culpa… perdóname…

El mundo empezó a dar vueltas alrededor de su cabeza y cerrando los ojos, se desmayó. Roberto fue muy rápido cogiéndola en brazos para impedir que cayese al suelo a plomo.

Yolanda sentía su cuerpo flotando en agua caliente. Pensó que era una sensación agradable desangrarse lentamente, no había dolor. Abrió los parpados y le pareció ver a Roberto que la sostenía con un brazo mientras su otra mano recorría su cuerpo desnudo con una suave esponja. Cerró los ojos inspirando un delicioso olor a jabón que penetraba por sus fosas nasales. Volvió a dormirse.

Se despertó en su cama, desnuda bajo la sabana limpia y suave. Roberto estaba sentado a su lado, mirándola. Intentó incorporarse pero Roberto se lo impidió poniendo una mano en su pecho.

-        Debes descansar, estas muy débil.

-        Roberto, quiero morir, lo he visto todo… ahora sé toda la verdad y me avergüenzo de mi… no merezco vivir por lo que te he hecho…  solo saber de los chicos, como están….por favor, que no me odien…

-        Nuestros hijos están bien, te… echan de menos…

-        ¿Has leído mi… nota?

-        Si, era corta de leer “Lo siento Roberto – diles a nuestros hijos que les quiero”. La he roto, nadie sabrá de ella.

-        Por favor deja que me vaya sin que los chicos sepan lo que te hice, que solo tengan buenos recuerdos de mí.

-        Mira Yolanda… voy a proponerte una cosa, creo que es tu última oportunidad de empezar una nueva vida.

-        Haré lo que tú quieras…todo.

-        Primero tienes que recuperarte, debes alimentarte bien, nada de pastillas ni de alcohol, hacer ejercicio, en definitiva, volver a ser la Yolanda de antes. Después tienes que recuperar tu trabajo, sentirte útil para la sociedad y para ti misma. Olvídate de videos y de los comentarios de la gente, céntrate en ser la profesional que eras. El premio de todo esto será un régimen generoso de visitas con los chicos. De momento ya puedes hablar con ellos por teléfono. Nada de video llamadas hasta que no tengas un mejor aspecto.

-        Dios mío Roberto, me has devuelto la vida con esto… ahora mismo empiezo a cuidarme y  - no pudo seguir y empezó a llorar, pero esta vez era de alegría –

-        Pero debes olvidarte de mí, evitaremos el volver a vernos, yo ya no te quiero y jamás volveré a quererte.

Te pido disculpas por la crueldad de mi venganza, pero creo que en gran medida te la has buscado tu solita.

Sé que parte de tu jodida orgia con esos cabrones, se debió a que no podías auto controlarte por las drogas que te dieron, pero también creo que cuando decidiste ir con ellos, en el fondo, sabias lo que iba a pasar y lo aceptaste. Igual que ocurrió con Mario.

No volveremos a hablar de esto jamás. Ya hemos sufrido bastante y estoy seguro de que lo sucedido nos va a marcar y hacer sufrir el resto de nuestras vidas.

-        Roberto, tienes razón. Me he dado cuenta que soy una persona toxica para ti. Como en la fábula de la rana y el escorpión, empezamos juntos a cruzar el rio de nuestro amor, para alcanzar la plenitud de la felicidad en la otra orilla. Subí sobre tus espaldas mientras tú nadabas soportando el peso de los dos. Pero mi naturaleza destructiva fue más fuerte y te inyecté el veneno mortal que nos hundió a los dos hasta el fondo.

-        Ya no hay vuelta atrás, Yolanda. Cumple tu parte del trato y yo cumpliré la mía. Vive tu vida y sé una buena madre. Cuando salga por esa puerta, ya te habré olvidado. Adiós Yolanda.

-        Adiós Roberto. Gracias por no dejarme morir y recuperar a mis hijos.

Roberto salió de esa casa con el corazón un poco menos oscuro del que cuando entró. Tenía que alejarse de las personas que por maldad o por estupidez, habían ayudado a ennegrecer su corazón. Por el contrario, debía apoyarse en esas otras personas que siempre le habían querido y ayudado en superar las dificultades. Erika, su amiga del alma, Jerome, su hermano protector, sus hijos, que necesitaban de un padre que los quisiera y les acompañara incondicionalmente en su crecimiento como personas.

Tenía que conseguir expulsar el odio, la ira, el rencor. Ese sería su nuevo objetivo y si el destino permitía que un nuevo amor entrase en su vida, lo aceptaría sin reticencias, con esperanza, con ilusión.

Necesitaba que la luz iluminara otra vez su corazón, lucharía por ello, no pensaba rendirse… jamás.

FIN.

Gracias por leer.