Morir una vez más Corazón negro (1)
Continuación de la historia Morir una vez más y Morir una vez más La vida sigue (Para entender el contexto de la historia se recomienda leer previamente la serie de relatos anteriores publicados en TR). Han pasado 13 años desde el reencuentro como pareja de Roberto y Yolanda.
Ya debía ser medio día cuando sonó con insistencia el timbre de la puerta. Lentamente, arrastrando los pies descalzos, Yolanda se acercó a la puerta de entrada de la casa para abrirla.
Un dolor espantoso martilleaba su cabeza, producto de las dos botellas de vino que se bebió la noche anterior. Estaba ojerosa y levantando un brazo, olfateó su sobaco provocándole un rictus de desagrado en su cara. Apestaba, ya que llevaba unos cuatro días sin ducharse, y su cabellera rubia se mostraba totalmente enredada y sucia.
Cubría su cuerpo desnudo con un albornoz cuya solapa y manga derecha, estaban visiblemente manchadas de mayonesa y mostaza.
Al abrir la puerta, un joven mensajero con una gorra de béisbol ladeada sobre su frente, previa identificación nominal, le entregó una caja de cartón de unos 30x30x30cm que pesaba muy poco, mientras la miraba de arriba abajo con cierta expresión de repulsa poco disimulada. Yolanda firmó con un garabato sobre la pantalla táctil de la tablet del chico, y cerró la puerta a sus espaldas.
Dejó la caja sobre el sofá, apartando el sucio envase de cartón donde quedaban restos de hamburguesa. Necesitaba un café para despejarse mínimamente. En la cocina, colocó la capsula en el encaje de la cafetera y mientras salía lentamente el chorrito de café, se quedó mirando los platos y demás cachivaches que se apilaban desordenadamente en el interior del seno del fregadero de la cocina. En el suelo, se amontonaban diversas botellas vacías de vino y de otras bebidas alcohólicas. Definitivamente debía poner orden en la cocina y en el resto de la casa, que ya empezaba a rozar la insalubridad.
Con la taza de café humeante, se acercó hasta el sofá para ver el contenido del paquete que acababa de recibir.
Sentada, quitó el precinto de la tapa de la caja de cartón y centró su atención en el interior. Había un sobre blanco, tamaño carta comercial y siete sobres marrones del tipo acolchado, no muy grandes. Cada uno de esos sobres de papel y burbujas, estaba escrito con un nombre precedido de un número del 1 al 7. Extrajo la hoja de papel del sobre blanco y leyó para si el breve texto y el nombre del remitente que aparecía al pie de la página.
A continuación, cogió el sobre marcado con “nº 1 – ALBA” y al abrirlo, cayó al suelo un pequeño pendrive metálico. Lo recogió e intento recordar donde tenía el ordenador portátil y si después de un mes de no utilizarlo, tendría la batería cargada. Localizó el laptop que, efectivamente estaba completamente descargado y maldiciendo entre dientes, buscó el alimentador que acabó encontrando bajo unos cojines de un sillón. Volvió con todo el equipo al sofá y lo depositó sobre la mesita, conectando el alimentador a una toma de corriente cercana.
Mientras el PC arrancaba y procedía a cargar el sistema operativo, cerró los ojos rememorando los antecedentes de su vida que la habían llevado hasta el día de hoy.
Recordó cuándo en su juventud, traicionó a Roberto siéndole infiel con su mejor amigo Mario, destrozándole la vida y provocando su desaparición durante muchos años. Durante ese tiempo Yolanda, consciente de la maldad de su engaño, sufrió una tremenda depresión, de la cual consiguió salir con esfuerzo y centrando su proyecto de vida en conseguir ser una gran abogada.
Continuaba amando a Roberto con toda su alma maldiciendo a cada instante, el periodo de tiempo en que le fue infiel. Tuvo relaciones sexuales con otros hombres, pero solo era sexo para satisfacer sus necesidades de mujer y siempre acababa llorando y pensando en su amor. Todo ese tiempo sin Roberto y añorándolo desde el primer día.
El destino hizo que se reencontraran al cabo de unos años, en los que tanto ella como Roberto, habían cambiado mucho. Él se encontraba en una situación penal difícil y la habilidad como abogada de Yolanda, consiguió que se librara de la cárcel. Mantenía la esperanza de que él volviera con ella, pero Roberto, aunque explicitó su perdón, no aceptó retomar su relación con ella, pues aún no habían cicatrizado las terribles heridas provocadas por su traición.
El tiempo pasaba y en un error en una relación con otro hombre, se quedó embarazada, dando a luz a su hija Paula. La niña llenó el espacio vacío de su amor y en lo laboral, decidió cambiar el rol de abogada para ser fiscal. Su éxito en la fiscalía le provocó una situación terrible, en el que su hija fue secuestrada por unos malhechores para chantajearla.
La providencia colocó a Roberto de nuevo en su camino, que movió cielo y tierra para ayudarla, y jugándose su propia vida, consiguió rescatar a Paula y solucionar definitivamente la situación de peligro para ambas. Al cabo de un tiempo, en un reencuentro sexual apoteósico, Roberto decidió volver a vivir con ella, aceptando a Paula como su hija. Esto hizo de Yolanda la mujer más feliz de la tierra, y al cabo de un año, tuvieron a su hijo Marc. Al nacer ese hijo común, se casaron y desde hacía 12 años, fueron un matrimonio lleno de amor y feliz.
Las cosas en sus respectivos trabajos iban rodadas. Ella había conseguido un estatus importante en la fiscalía debido a sus victorias en los casos más difíciles y era la “protegida” del Fiscal General. Tenía un pequeño grupo de amigos en la fiscalía que le acompañaban en los momentos de ocio en que Roberto, por necesidades de trabajo, viajaba a otros países. Aunque esos viajes cada vez eran más frecuentes y prolongados, no había noche en la que Roberto contactara con su esposa para decirle que la quería y los reencuentros siempre terminaban con una maratón sexual muy apasionada, como si de una parejita de jóvenes ardientes se tratase. Aunque Roberto estuviese destrozado por el viaje, siempre buscaba a Yolanda para follarla hasta la extenuación.
Roberto compartía la propiedad de una empresa de import-export con Erika, su socia, ex-amante y amiga del alma. Los dividendos de la empresa durante esos años fueron cuantiosos, y se podría decir que Roberto había conseguido amasar una pequeña fortuna que les permitía disfrutar de un magnífico tren de vida.
Ella y Roberto se amaban con locura e intentaban compartir en pareja, todo el tiempo que sus trabajos les permitía. El matrimonio quería a sus hijos Paula y Marc, de 16 y 12 años respectivamente y aunque estaban en esas etapas complicadas, siempre les apoyaban en sus problemas e inseguridades propias de la edad. Paula quería a Roberto como si fuera su verdadero padre biológico y, a veces, Yolanda pensaba que lo quería más que a ella.
Yolanda, feliz desde que recuperó a su amor, idolatraba a Roberto, se conjuraba con la suerte que había tenido al volver a enamorar a su hombre. Lo encontraba guapísimo, con un cuerpo perfecto debido al gran entrenamiento físico al que estaba acostumbrado desde su época de soldado de elite profesional. Con el paso de los años, lo encontraba más atractivo, y en el sexo era insuperable. Nadie la había hecho disfrutar tanto del sexo como él.
Era consciente de que muchas mujeres con las que se relacionaba por su trabajo, miraban a su marido con deseo y estaba segura de que también muchas de ellas, le habían lanzado la caña para ver si lo pescaban. De la misma forma, estaba convencida de que Roberto jamás aceptaría a otra mujer que no fuese ella. Por ello se sentía orgullosa del sentimiento de posesión que tenía hacia Roberto, pero también había algo de celos.
Esto le ocurría especialmente con Erika, a la que siempre miraba con disimulada reticencia. Sobre todo, porque conocía su pasado mega sexual con Roberto, sus tríos con el difunto marido de Erika y, porque negarlo, la amiga de su marido era la mujer más bella y con el cuerpo más espectacular que había visto nunca. Y los años tampoco pasaban para ella. Cuando Yolanda comparaba su cuerpo con el de Erika, los complejos aparecían por todas partes y más teniendo en cuenta que a sus 47 años, había ganado un poquito de peso (nada preocupante), sus pechos no se mostraban tan firmes como antaño y tenía un pelín de (hermosa) tripita. Lo cierto es que visto desde una óptica hetero-masculina, se podría considerar que Erika era un 10 y Yolanda un 8 justito.
La verdad es que Erika era una persona encantadora, que quería mucho a Paula y a Marc y nunca le había dado el mínimo indicio de que quisiera arrebatarle a su marido, pese a los cómplices vínculos que les unía en su amistad de tanto tiempo. Además, hacía años que compartía su vida en pareja con Louis, del que se enamoró cuando la estuvo tratando como psicólogo, debido a una situación dramática por la que pasó Erika. Hacían una muy buena pareja y en lo físico, Louis, no desentonaba para nada al lado de esa belleza de mujer.
El ver que el PC ya estaba operativo la volvió a la actualidad. Mientras insertaba el pendrive “nº 1 – ALBA” en el puerto usb, miró el reflejo distorsionado de su figura en el transparente cristal de la botella de vino vacía que estaba sobre la mesita. Estaba muy delgada y demacrada por la falta de una buena alimentación, el exceso de alcohol y la ausencia de sueño. Pensaba como había cambiado su vida en los últimos 10 meses.
El explorador mostró los dos archivos que contenía la memoria flash, uno era un documento PDF y el otro un video MKV. Siguiendo las instrucciones de la carta inicial, clicó sobre el play del video y se inició la reproducción.
En las imágenes, de muy buena calidad, aparecía una chica joven, de unos 21-22 años, de constitución un poco rellenita sin estar gorda, buenos pechos y caderas anchas. Su rostro era bonito sin ser ninguna belleza. Estaba acompañada de un hombre de media edad. Ambos entraban en una estancia que le era familiar. Empezaron a besarse muy tiernamente, con tranquilidad, sin prisas.
Se ayudaron mutuamente a desnudarse, continuando con los besos y las caricias. Recostándose en la amplia cama, se volcaron a hacer el amor, aumentando la pasión lentamente. La visión era realmente erótica y excitante, no estaban “follando salvajemente”, sino que estaban haciendo el amor, entregándose el uno al otro. La filmación se había realizado con varias cámaras, estratégicamente dispuestas en la habitación, y el video estaba claramente editado, quizás profesionalmente, mostrando diferentes cambios de plano.
En circunstancias normales, la visión del video posiblemente hubiese incitado a que Yolanda llevara su mano hacia su sexo para tocarse, pero la realidad no acompañaba, ya que la estancia que aparecía en las imágenes formaba parte de su propia casa, era su habitación de matrimonio y el hombre que estaba haciendo el amor con esa chica, tenía nombre y apellidos.
Roberto, su marido.
(CONTINUARÁ)