Morir una vez más (4)
La etapa de vivencias guerreras ha terminado, y debo decidir nuevamente qué camino ha de tomar mi vida. Pero un oscuro remordimiento corroe mi interior
Tras la recuperación física y recibir todos los parabienes oficiales (secretos), tenía que decidir qué nuevo rumbo debía marcar en mi vida.
Mi mente no dejaba de pensar en que había quitado la vida a nueve personas. Ya sé que la mayoría de ellos eran unos hijos de puta y que probablemente merecían morir. Además, había sido en defensa propia para salvar mi vida. Pero necesitaba entender, saber que esos seres habían muerto por un bien mayor. Y no estaba seguro de ello.
Aprovechando un contacto en el Ministerio de Defensa francés, solicité el acceso al expediente confidencial de la misión. Mientras esperaba respuesta, contacté con Erika y tras la sorpresa inicial, quedamos en vernos al día siguiente en una céntrica cafetería.
Había pasado casi un año desde nuestra despedida y estaba nervioso de cómo sería el reencuentro después de ese tiempo.
Al verme, corrió como una niña a abrazarme, saltando sobre mí. Por suerte yo estaba hecho un roble y soporté la embestida de aquella hembra sin despeinarme, aunque la procesión iba por dentro. Sellamos nuestros labios en un beso que duró una eternidad y juntos derramamos algunas lágrimas de alegría y emoción. Estaba igual de impresionante que siempre y me sentí interiormente orgulloso de las miradas envidiosas de hombres y mujeres que habían visto como nos besábamos.
Tomamos un café, y antes de empezar a contar nuestras vivencias, Erika me suplicó que la acompañara a su casa, que necesitaba tenerme dentro de ella. Siempre conseguía sorprenderme esta mujer.
En poco tiempo llegamos a su casa y empezamos a desnudarnos con rapidez. Era inevitable que viera todas las nuevas cicatrices de mi cuerpo. Sus ojos se agrandaron por la sorpresa y su cara mostró una clara señal de alarma y miedo.
- Dios mío, ¿Qué te ha pasado? ¿Qué te han hecho?
- No te asustes, ya está superado y estoy bien – intenté calmarla – Tuve un grave accidente de circulación – mentí -, pero como puedes ver, todo está en su sitio, cicatrices a banda. Por eso no he podido volver a verte hasta hoy.
- No puedo imaginar lo que habrás sufrido durante este tiempo. - estaba llorando otra vez.
Acerco su cuerpo desnudo al mío y empezó a besar suavemente todas mis heridas. Nos tumbamos en su cama y continuamos con caricias y besos, elevando nuestra excitación. Nuestros sexos se rozaban y pugnaban por acoger al otro con ansia, hasta que se unieron. Nuestros cuerpos iniciaron una danza acompasada de movimientos suaves, que aumentaron con moderada aceleración. Esta sensación mutua de sentirse el uno fundido con el otro, concluyó con un orgasmo simultaneo, lleno de sensaciones que recorrían nuestro sistema neuronal. Nos quedamos abrazados mirándonos a los ojos con tierna melancolía.
Creo que fue la primera vez que realmente hicimos el amor Erika y yo. Y fue tan gozoso como cuando follábamos desaforadamente.
Más tarde, abrazados en su cama, estuvimos contándonos nuestra vida durante este tiempo. Mi “accidente”, la larga y dura recuperación, su trabajo, su amor por Jean-Paul, que seguía indestructible. A la mañana siguiente, nos despedimos con la promesa de volver a vernos pronto, esta vez junto con su marido, disfrutando de una buena cena, y si terciaba, de buen sexo.
Me marché de su apartamento con la agradable sensación de que Erika se estaba convirtiendo en algo más que una excelente amante, la consideraba una amiga en la que siempre podría confiar y recurrir en caso de necesidad.
Una semana más tarde, recibí una notificación oficial del Ministerio de Defensa en la que me autorizaban, previo compromiso escrito de confidencialidad, a consultar el expediente secreto de la misión.
Al día siguiente, me identifiqué en la entrada del Ministerio y al poco rato, un suboficial muy amable me acompañó a una pequeña habitación compuesta de 4 paredes lisas sin ventanas, con solo la puerta de acceso. Una mesa cuadrada y una única silla era todo el mobiliario. Sobre la mesa había un ordenador que contenía todo el expediente digitalizado. Mi acompañante, me cacheó para asegurase de que no tenía ningún medio de sacar cualquier información de esa habitación. Se marchó dejándome solo y empecé a revisar la documentación existente.
Quería “conocer” a las personas cuya vida había suprimido. Saber de su vida y por qué estaban en el lado que estaban. Pasé por alto la información del líder terrorista y de dos de sus lugartenientes, ya que estos eran unos contrastados asesinos que no merecían ni los buenos días. Dos mas de ellos, según los datos de inteligencia, habían participado en numerosas matanzas indiscriminadas en diferentes poblados de su país, contra su propia gente. Vaya, dos hijos de puta menos en el mundo. Los últimos tres expedientes fueron los que centraron mi atención.
El primero era el de un padre y su hijo – dios mío, he matado a media familia – pensé horrorizado. Viendo la foto del hijo me di cuenta de que era joven, muy joven, demasiado joven. Las fotografías de los dos últimos también eran de dos chicos tan jóvenes como el anterior. La información que constaba de estas cuatro personas era que, probablemente habían sido reclutados de forma forzada y bajo amenaza de castigo a sus familias.
Estaba desolado, mis manos temblaban al pulsar el teclado del ordenador. No podía desviar la mirada de sus caras. Sentía un nudo en la garganta y una opresión en el pecho que me impedía respirar con normalidad.
Tome una decisión. Memoricé cada uno de los detalles de los expedientes de esas cuatro personas. Su fisonomía, nombres, apodos, el lugar de nacimiento, localización de donde vivían, cualquier dato familiar o de conocidos. Apagué el ordenador y estuve en silencio unos 30 minutos, intentando recuperarme. Apreté un pulsador que había en la mesa y al minuto abrió la puerta el suboficial de antes.
Me acompañó hasta la salida, pero a diferencia de cuando entré en el edificio, pude observar a varias personas que me miraban con atención y curiosidad. Incluso llegue a distinguir alguna mirada de admiración, aunque intentaban disimular.
Supuse que había corrido la voz de que el héroe de “aquella misión secreta que nunca existió”, se estaba paseando por el Ministerio. Debería haber estado orgulloso por la situación, pero la verdad es que me sentía como una mierda.
Al salir del recinto, trasladé toda la información memorizada que pude, negro sobre blanco.
Estaba dispuesto a intentar redimirme y pedir perdón las familias de esas personas que había matado. Costase el tiempo y dinero que costase. Aunque no me perdonaran y me odiasen el resto de su vida. Debía hacerlo, necesitaba hacerlo. Se había convertido en mi nuevo proyecto de vital.
En ese mismo instante, me prometí a mí mismo que nunca más utilizaría la violencia que era capaz de generar, (con mi adiestramiento era muchísima y letal), para causar daño a otra persona. La única excepción aceptable sería que mi vida o la de terceros, estuviera en peligro.
Me puse manos a la obra y tracé un plan estudiando todo lo que iba a necesitar. Recabar información de las zonas, logísticas de viajes, desplazamientos in situ y avituallamiento, colaboradores, financiación, etc.
Pero me faltaba algo imprescindible, un contacto “facilitador” en la zona o lo más cerca posible. Dando vueltas al problema, recordé que Jean-Paul, al hablar de su negocio, había citado al país fronterizo al que pertenecían mis víctimas. Era uno con los que tenía relaciones comerciales habitualmente.
Dudé en implicar a mis amigos en esta nueva aventura. Ello conllevaría muchas explicaciones que no estaba seguro de querer dar y que ellos entendieran. Gran parte de mi vida para ellos era una mentira, necesaria, pero mentira, en definitiva.
Tomé la decisión de hablar con ellos, abrirme del todo y explicarles mi proyecto. Confiaba plenamente en Erika y esperaba que su marido también estuviera a la altura. Lo conocía mucho menos, pero sentía buenas vibraciones con él.
Llamé a Erika para concertar una reunión con ella y su marido.
- Vaya, vaya, veo que quieres montar una fiesta a lo grande – contestó riendo a carcajadas.
- Me encantaría, pero lo cierto es que necesito de vuestra ayuda en un tema delicado y personal. – contesté en un tono serio, al que Erika no estaba acostumbrada.
- Mañana a las 20h en mi casa – no había tardado ni dos segundos en responder – tú traes el vino.
- Allí estaré. Y gracias por vuestro tiempo.
- No seas tonto. No dudes que haremos todo lo posible en ayudarte, aunque a lo mejor me lo cobro en “especies” jeje – la oí reír mientras colgaba.
La conversación me reafirmó en que Erika era una tía estupenda con la que podía contar. Faltaba comprobar cómo se iban a tomar mi relato al completo.
A la hora acordada, estaba llamando a su puerta con una botella de excelente y carísimo vino español en cada mano. A los franceses – Jean-Paul era francés – les jode bastante que les pongas un vino español por delante del suyo, pero era una pequeña provocación para ver su predisposición a ayudarme, a pesar de mi “mala leche”.
Fue él quien abrió la puerta y sin dudar, me dio un fuerte y sincero abrazo. Al identificar las botellas de vino se le iluminaron los ojos diciendo que era su preferido. Vaya – pensé – punto a su favor.
Pasamos al interior de su apartamento donde nos esperaba Erika con cara de cierta preocupación. Tras besarla suavemente en los labios, se sentaron juntos en el sofá y yo frente a ellos en un mullido sillón.
- Bueno, tú dirás, cuéntenos cual es tú problema y en que podemos ayudarte.
- Antes que nada – les miré fijamente – quisiera que escucharais toda la historia y cuando termine, juzguéis si merezco o no mantener vuestra amistad. Lo que os voy a contar, puede parecer alucinante y que acabéis decidiendo que no tengo la suficiente categoría humana como para permanecer ni un minuto más a vuestro lado.
- Roberto, por favor. Me estas asustando – soltó Erika cada vez más preocupada.
Y empecé a contar mi historia desde el punto en que, por una dolorosa traición amorosa, acabe convertido en soldado de elite en la Legión Extranjera. De ahí, a la misión de terribles consecuencias. Las heridas y la interminable recuperación. Los honores y medallas. El secretismo y la confidencialidad. Y lo peor de todo, que había llegado a matar, posiblemente, a personas inocentes destrozando a sus familias. Todo ello con la grandilocuencia de “mantener los valores del mundo libre frente al terror”. El remordimiento que me invadía, las mentiras que les había contado sobre mi vida, aunque justificando que no tenía otra opción que la de mentir sobre mi situación.
Cuando acabé mi exposición, vi los dos que estaban con la boca y los ojos abiertos de asombro. No decían nada, solo silencio. Intentaban digerir todo lo que les había contado, sopesando lo bueno y lo malo de mi historia y lo que les podía afectar en sus sentimientos respecto a mi persona.
No pude aguantar más su mirada, bajé la cabeza escondiendo el rostro con mis manos. Rompí a llorar una vez liberadas las emociones que, hasta ese momento y durante tanto tiempo, estaban encerradas en mi interior, y no había podido compartir con nadie.
Erika, también llorando, se levantó del sofá, y tirando de mis brazos, me hizo caer de rodillas al suelo. Se arrodilló frente a mí, y me abrazó como dos personas se abrazarían segundos antes del fin del mundo.
Cuando conseguimos calmarnos, centramos nuestras miradas en Jean-Paul, que no había movido ni un centímetro su posición en el sofá. Con voz segura dijo:
- Bien, ahora dinos que es lo que necesitas de nosotros.
Me impactó la sinceridad y firmeza de sus palabras. Les expliqué a grandes rasgos cual era mi plan de redención. Que necesitaba su influencia y contactos para conseguir una persona con perfil adecuado para ayudarme en la zona.
Al momento dijo con una sonrisa – Tengo a la persona perfecta para tus propósitos. Pero ahora vamos a cenar y a probar ese magnífico vino que has traído.
La cena que había preparado Jean-Paul fue deliciosa, y regada con el vino, todavía mejor. Vaciamos las dos botellas, mientras la conversación distendida ayudó a relajar el ambiente hasta altas horas de la noche.
Erika dijo que ya era hora de ir a la cama. Les dije que me disculparan, que no estaba en condiciones de montar un festival sexual en esos momentos.
Erika nos cogió a los dos de la mano y nos condujo a la habitación diciendo con cierta gracia – venga niños, a dormir que es tarde -. Nos acostamos abrazados de la misma manera que la última vez y nos dormimos al instante. Esa noche pude dormir tan profundamente y tan tranquilo como cuando era un niño.
A la mañana siguiente después de despedirme de ellos, empecé a ejecutar el plan lleno de incertidumbres.
Después de dos meses preparando toda la logística del viaje, con todo casi listo, había una desagradable misión que debía cumplir previamente. Aunque había pasado más de un año de la muerte de mis compañeros de equipo, sentía la necesidad de compartir con sus familiares, la última vivencia personal que tuvieron antes de morir. Tres de ellos, como era mi caso, no tenían familiares ni “pasado conocido”, cosa habitual en la Legión Extranjera. Pero de los otros dos sí que tenía referencias, ya que habíamos hablado de sus familias en muchas ocasiones. El primero era Hans, un holandés que tenía mujer y un niño de unos dos años. El otro era Étienne, un francés cuyos padres vivían en el norte de Francia.
Fui a las dos direcciones conocidas de ellos y pude relatar a sus familiares, las vivencias positivas que había compartido con mis compañeros. La muerte es algo que un soldado profesional y sus familias tiene asimilado como posible, pero la realidad es que una esposa quiere que su marido vea crecer a su hijo, y unos padres prefieren tener a su hijo a su lado, en lugar de una medalla honorifica colgada en la pared. Fueron momentos emotivos y agradecieron escuchar las palabras de alguien que estuvo con ellos en su final.
Ahora ya estaba preparado. Con el apoyo de mis amigos, iba a empezar mí aventura de redención sin tener muy claro si encontraría lo que buscaba, ni si me gustaría lo que iba a encontrar…
Llegué al país A fronterizo con B, donde realizaría mi búsqueda. Allí me esperaba el contacto que Jean-Paul tenía en la embajada francesa. Era el agregado comercial, que ya estaba al tanto de mis intenciones. Después de tres días de espera en un hotel bastante cochambroso, recibí una nota en la que me citaba en la embajada para presentarme a la persona que me iba a acompañar.
Me recibió en su despacho y me hizo entrega de los documentos de acreditación como fotógrafo de prensa y de salvoconductos para que me permitirían, si los dioses estaban de nuestro lado, entrar y moverme por el país B. En ese momento entró en la estancia una mujer de piel morena, de unos 35 años, vestía de modo occidental a excepción del “hiyab”, que cubría el pelo y su escote. Era de pequeña estatura, anchas caderas con culo prominente, que lucía con sus tejanos ajustados. En la parte superior vestía con una camisa oscura totalmente abotonada, en la que se intuía un pecho de tamaño medio. Su rostro era agraciado, del que destacaban unos ojos de un verde intenso y una dentadura perfecta. No era ninguna belleza espectacular, pero el conjunto se podría considerar bastante atractivo. Se llamaba Aisha y el agregado comercial me la presentó como la persona que me acompañaría en mi periplo por el país B.
Me sentí contrariado. Pensaba que una mujer no era lo más apropiado para moverse por la zona, teniendo en cuenta la consideración de estatus que tiene la mujer en países islámicos radicales. Así se lo hice notar a los dos con franqueza. Ella contestó con gran convicción que no habría ningún problema, que pese tener la nacionalidad francesa, había nacido en el país B y conocía a la perfección todo el territorio. Aseguraba que la complicidad entre mujeres, hacía más fácil la comunicación y el obtener información. Según ella, dominaba las estrategias para convencer y utilizar a los hombres de la zona, haciéndose respetar.
La seguridad con que se explicaba, aunque con algunas reticencias, acabo por convencerme. Tampoco tenía otra opción mejor.
Empezamos nuestro viaje contando con un vehículo todoterreno de mecánica aceptable, con distintivos de prensa en las puertas. Nos acompañaba Omar que nos haría de conductor.
El primer mes fue muy duro, de difícil adaptación al lugar, al clima, a las costumbres. Además de ser infructuoso en la búsqueda. Por suerte la convivencia entre los tres fue perfecta, Omar era un tipo muy cachondo loco por el futbol español, lo que nos daba mucho tema de discusión. Aisha, aunque se mostraba distante en el contacto y pudorosa de su intimidad, tenía una conversación agradable y me demostró que todo lo que había asegurado en nuestro primer encuentro, era del todo cierto.
En el país B, sustituyo el “hiyab” con el “chador”, que cubría su cuerpo en su totalidad, aunque no era tan radical como el “burka”.
Cada vez admiraba más a esa mujer y no puedo negar que con tanto tiempo de convivencia y de abstinencia, me sentía sexualmente atraído por ella. Nunca me dio pie a nada, y le procesaba un respeto que jamás me hubiera atrevido a saltar. Aunque en alguna ocasión, me pareció que me observaba con mucha atención cuando yo, aparentemente, estaba distraído. Eso me dejó intrigado.
Al mes siguiente, conseguimos encontrar a la madre de uno de los jóvenes en un pequeño poblado. La experiencia fue desastrosa y dejó mi estado de ánimo por los suelos. Le expliqué a la madre quien era y que venía a pedir su perdón, explicando lo ocurrido y el porqué. Empezó a escupirme, insultarme gritando, lloraba, me golpeaba con sus puños. Aguanté estoicamente sus golpes, sintiendo una tristeza en mi interior al ver el sufrimiento causado a esa mujer. Aparecieron los vecinos y por fortuna Aisha y Omar, consiguieron calmar los ánimos de la gente. Salí del poblado con un gran pesar, aunque lo ocurrido, era el resultado más probable que obtendría después de decirle a alguien que has matado a su hijo.
Durante los cuatro meses siguientes, logramos localizar a las otras dos familias con resultados diferentes.
El primer encuentro fue con el padre del otro joven. Cuando le expliqué a lo que venía, me llevó al interior de su humilde chabola, me hizo sentar en el suelo, compartimos un té delicioso, mientras me explicaba lo buen hijo que era el chaval. Me contó el odio que procesaba a los hombres que arrancaron a su hijo de casa, para obligarlo cometer atrocidades. Cogiendo mis manos entre las suyas y mirándome fijamente a los ojos, me dijo que yo no había matado a su hijo, que lo mataron esos malvados en el momento que se lo llevaron. Después de reiterar mis condolencias, nos despedimos con un abrazo. Fue muy reconfortante para mí.
El último encuentro fue con la esposa y madre de aquel hombre y su hijo. Escucho mis argumentos y me dijo que estaba en deuda con ella por matar a su marido y a su hijo. Llamó a su hija, que entró en la habitación vestida con un “chador”. Me quede alucinado con su propuesta. Dijo que debía casarme con su hija y llevármela lejos de allí. Temía por su vida debido a las amenazas de los malvados radicales. A su señal, la chica dejó caer el suelo su ropa, mostrando su desnudez. Abrí los ojos como platos, viendo a una bella adolescente jovencísima, de pechos pequeños y vello púbico oscuro y frondoso. Desperté de mi parálisis, recogí la ropa del suelo y volví a cubrir a la chica. Le expliqué que no podía aceptar su oferta de ninguna de las maneras, que asumía el estar en deuda con ellas, y que intentaría sacarlas del país y conseguirles el estatus de refugiados políticos en un país europeo. Acabo aceptando mi propuesta.
Después de todo ese tiempo dando vueltas por un país complicado, con varias situaciones de peligro que pudimos solventar, regresamos cansados al país A, dando por medianamente cumplido mi objetivo de mística redención.
La última noche que estaba en el país, invité a cenar a mis compañeros de viaje para despedirnos como Alá manda. Omar se disculpó por tener compromisos familiares y cenamos solos Aisha y yo. Fue una velada magnifica, donde afloró una complicidad que habíamos ido forjando durante todo el tiempo compartido.
Al acompañarla a su casa, llegó el momento de la despedida y con cierta timidez, me preguntó si quería tomar un último té en su casa. Tenía muchas ganas de estar con ella, de tener sexo con ella, pero la respetaba mucho y no quería que la tentación me hiciera dar un mal paso. Me disculpé con la excusa de que ya era tarde y le tendí la mano en señal de despedido. Ella cogió mi mano, pero no la soltaba. Me miraba fijamente en silencio y en sus ojos interpreté una súplica de que no me fuera.
Discretamente entramos en su casa, donde empezamos a besarnos, despacio al principio, pero incrementando la pasión con rapidez. Se notaba que no tenía demasiada experiencia en lo del sexo y la calmé diciéndole que me dejara hacer a mí. Recorrí con besos y caricias todo su cuerpo, sintiendo como se estremecía en cada avance. Comí y bebí de su sexo, dándole un placer que estoy seguro no había recibido jamás. La penetre con suavidad y ternura hasta llegar juntos al clímax final.
Repetimos durante toda la noche, ya desinhibidos los dos, con actos más ardientes y salvajes, compartiendo placeres, estudiando y aprendiendo el uno del otro, entregando y aceptando nuestra esencia mutuamente. Cansados de tanto sexo, nos dormimos felizmente abrazados. Me desperté al despuntar el día, me vestí y le di un beso la frente mientras dormía y salí de su casa sabiendo que no la volvería a ver nunca más.
Mientras volvía a mi hotel, pensé que en esa cama dejaba a una gran mujer.
(CONTINUARÁ)