Morir una vez más… (3)

Sigue la sesión de sexo con el matrimonio, pero una sombra se cierne sobre mi futuro que me llevará a jugarme la vida

La noche continuó con una buena cena, amenizada con una agradable conversación, en la que pude comprobar que Jean-Paul era un tipo estupendo, culto, sensible y que, a banda de las relaciones abiertas de la pareja, a ambos les unía un profundo amor, realmente admirable. Los dos eran los socios propietarios del negocio de import – export, que les reportaba una envidiable situación económica.

Después de este receso que nos sirvió para reponer fuerzas y conocernos mejor, continuamos la velada con diferentes versiones de combinatoria sexual. El follándole el coño mientras Erika me la chupaba, doble penetración, ahora yo perforando su culo y su marido en su chocho, y demás variantes placenteras, – sobre todo para ella - hasta quedar nuevamente agotados y dormidos de costado en su amplia cama. Jean-Paul abrazaba a Erika y ella dormía abrazándome a mí.

Casi al final de la madrugada sonó un pitido que identifiqué inmediatamente y que nos despertó a los tres. Era mi buscapersonas. Lo silencié rápidamente no sin antes visualizar el peor código posible que mostraba intermitentemente la pantalla y que presagiaba un problema “laboral” de los gordos. Me preguntaron qué pasaba y les mentí diciendo que tenía que salir de viaje urgentemente por un problema familiar grave de cuyo desenlace estaba pendiente. Me despedí de ellos abrazando y besando con cierta desesperación los labios de Erika y con un fuerte apretón de manos a Jean-Paul.

Salí de su apartamento hacia el punto de encuentro con mi grupo de intervención, pensando en que era factible que no volviera a verlos nunca más. Y eso sorprendentemente, me causó un profundo dolor.

Durante todo el camino, no dejaba de pensar si la experiencia sexual que acababa de vivir con la pareja, totalmente nueva para mí, encajaba dentro de mis esquemas morales, en los que la infidelidad como la sufrida en carnes propias, representaba una barrera que no estaba dispuesto a saltar. Cuando un integrante de la pareja oculta sus actos sexuales al otro, eso tiene nombre, es engaño y traición. No se puede basar una relación de pleno amor en la mentira. En su momento, me juré a mi mismo que jamás sería cómplice de la destrucción de una pareja contribuyendo a una infidelidad. Lo que acaba de pasar con Erika y su marido aparentemente era otra cosa. Todo ocurría plenamente consensuado, transparente y sin engaños. Pero aún no lo tenía muy claro y estaba ciertamente confuso.

Todas estas elucubraciones, desaparecieron de mi mente en el justo momento en que llegué al punto de reunión.

48h mas tarde de recibir el aviso en la cama de mis amigos, me encontraba en un helicóptero junto a mis 5 compañeros del equipo, sobrevolando un rocoso desierto en una zona indeterminada de un país islámico. La misión era capturar/eliminar y extraer a uno de los lideres terroristas más buscados de occidente. Evidentemente no teníamos premiso para entrar en el país hostil, y todo se debía ejecutar con el mayor secretismo y sin dejar huellas de nuestra presencia.

Volábamos muy bajo para no ser detectados por los radares enemigos, cuando un misil tierra-aire portable lanzado desde el hombro de algún centinela (un MPADS - man-portable air-defense system), impactó directamente en el rotor de cola. El piloto perdió el control del helicóptero, que empezó a dar vueltas sin sentido sobre si mismo, mientras caía irremediablemente. La nave se estrelló contra la pared rocosa de un pequeño montículo, partiéndose en dos al chocar contra el suelo. Todo sucedió tan rápido…

Tras la colisión sentí un desgarrador dolor, mis ojos se cerraron, pensé – ahora si -  y me sentí morir una vez más.

No sé cuánto tiempo pasó hasta que volví a inhalar una bocanada de aire que llenó mis pulmones otra vez y abrí los ojos de golpe. Miré a mi alrededor y el panorama era devastador. Tenía la pierna izquierda rota por la tibia y mi cabeza, que sangraba en abundancia, dolía enormemente por la conmoción del golpe recibido. De mi mochila saqué el botiquín de emergencia y me vendé la cabeza lo mejor que supe para detener la hemorragia. También entablillé mi pierna con unos hierros y cinta americana.

Me arrastré como pude por entre los restos de la colisión y pude comprobar que mis 5 compañeros, el artillero y el piloto están muertos. No tenía tiempo para rezos ni lamentaciones. Reuní toda la munición y las armas que pude y me situé en el mejor lugar defensivo posible, con las espaldas cubiertas. Sabía que los que nos habían derribado no tardarían en llegar a terminar su trabajo. Y así fue.

A los 10 minutos llegaron dos vehículos todoterreno destartalados, con unos 15 hombres que se desplegaron a unos 40mt. frente a mi posición, cubriéndose en unos salientes de rocas. Recé para que no tuvieran lanzagranadas u otros explosivos que les permitieran acabar conmigo fácilmente. Por suerte, solo contaban con fusiles de asalto, que empezaron a utilizar de forma inmediata.

-        Vale – me dije a mi mismo mientras silbaban los proyectiles– a este juego no me vais a ganar, si en algo soy bueno es en esto. Tengo que aguantar como sea hasta que llegué el equipo de rescate.

Resumiré la batallita que duró todo un día y una noche.

Disparé con precisión y sin malgastar munición todo ese tiempo, causando al menos 7 bajas entre mis oponentes. Al principio de la noche había recibido un balazo que me atravesó la clavícula derecha y a la madrugada volví a recibir otro impacto, este más grave, en el lateral izquierdo de mi abdomen. Poco a poco me iba desangrando hasta que, aguantado todo lo que pude mi posición, acabe sintiendo como la vida se me escapaba – maldita sea, otra vez –. Cuando la oscuridad total me invadía aplastando mi consciencia, vislumbré la cara de Yolanda llorando por mí. Mientras tanto, de fondo, sonaban débilmente innumerables detonaciones.

Siete días más tarde, desperté en la cama de un hospital totalmente inmovilizado y conectado a un sinfín de equipos médicos. Cuando la enfermera que estaba a mi lado apercibió mi consciencia, salió corriendo de la habitación a buscar, creo que al mundo entero.

Aparecieron médicos, enfermeras, militares de altísima graduación, hombres trajeados, todos ellos interesándose por mi salud y felicitándome. Cuando la cosa se calmó, pedí que me explicaran lo sucedido y me relataron lo siguiente.

En mi lucha contra las fuerzas hostiles había causado 9 bajas definitivas confirmadas. En ese momento no fui consciente de lo representaba haber segado nueve vidas humanas. Una de ellas era el líder terrorista, objetivo de la misión. Cuando el equipo de rescate llegó a la zona, el resto de enemigos se batieron en retirada. Entonces me encontraron sin constantes vitales. Iniciaron maniobras de reanimación allí mismo y consiguieron devolverme a la vida. Pese a esto, mi estado continuó siendo de extrema gravedad. Recogieron todos los cadáveres de mis compañeros, así como los de los enemigos eliminados. Destruyeron los restos del helicóptero y cualquier pista incriminatoria. Desapareciendo del lugar, fui evacuado y trasladado a un hospital en Francia.

Oficialmente la misión nunca había existido y los hechos serían negados por el Ministerio de Exteriores Francés. Extraoficialmente era un héroe nacional y para la Legión Extranjera Francesa, un ejemplo a seguir, aunque solo un número reducido de personas conocieran la realidad de lo ocurrido.

Mi pronóstico seguía siendo grave dentro estar fuera de peligro. Tras “reparar” la pierna y la clavícula, habían extirpado la bala alojada en mi abdomen, arreglando los desperfectos causados en mi interior. Pero un trozo de esa bala había dañado una de mis vértebras y quedó alojada en mi columna vertebral. Tras dos sesiones de complicada cirugía, habían logrado extraer la metralla y recomponer la vértebra, asegurando la columna.

La mala noticia es que tendría que esforzarme mucho para poder volver a andar y ser el de antes.

Allí empezó el calvario de mi recuperación. Estuve 11 meses con ejercicios de rehabilitación, muchas horas al día, todos los días, con extremo sufrimiento, pero con voluntad inquebrantable para conseguir mi objetivo.

Conté con dos ángeles y un bendito demonio para conseguirlo. Los ángeles fueron mis enfermeras favoritas, Suzanne y Marie. El demonio fue Marcel, el fisioterapeuta encargado de mi rehabilitación.

La relación con mis “ángeles” se inició en los primeros días de mi estancia consciente en el hospital. Una mañana me desperté y las vi a las dos cuchicheando y riéndose por lo bajo mientras me miraban. Eran dos jóvenes guapísimas y con un cuerpo esplendido según uno podía imaginar bajo sus uniformes de trabajo. Si has tenido alguna vez sueños eróticos con enfermeras, Marie y Suzanne – rubia y morena respectivamente – eran el prototipo sexi ideal para la fantasía.

Mientras me miraban pensé - vaya pinta debo tener para que se burlen de mí de esa manera – y les increpé con voz ronca.

-        ¿Podéis dejar de reíros de mí, por favor?

-        Disculpa guapo, pero no nos reímos de ti – dijo la rubia – solo estamos asombradas de la tienda de campaña que te has montado en la cama. El mástil que la soporta parece impresionante – volvieron a reír las dos.

Al girar la cabeza me di cuenta de que tenía una erección de las que hacen época y automáticamente los colores se apoderaron de mi cara, sintiendo una vergüenza infantil como no recordaba.

Ellas siguieron con el cachondeo:

-        Mira el pobrecito, se ha ruborizado. Tendríamos que ayudarle a sentirse cómodo y relajado, que en su estado no conviene que tenga la “tensión tan alta”.

Con todo el descaro del mundo se acercaron a la cama, una a cada lado, bajaron la sabana hasta mis pies, dejando al descubierto mi polla que apuntaba desafiante al techo de la habitación. Las chicas se quedaron admirando la verga durante unos segundos, que me incomodaron sobremanera.

-        ¿Así que esta es la polla de un héroe? – dijo Marie

-        Pues yo pienso comérmela ahora mismo – dijo Suzanne, estrujándola con la mano.

Y sin más preámbulos se la metió en la boca, empezando una mamada antológica bajo la atenta mirada de su compañera. Yo cerré los ojos, abandonándome al placer que estaba sintiendo. Dudé de estar sufriendo alucinaciones producto de la medicación, o de estar soñando. Pero no, la excitación y el placer era muy real.

Volví a abrir los ojos y la morena continuaba chupando, lamiendo. Le hizo una señal a Marie, que se unió a lamer mi pene por su extremo superior, chupando y lengüeteando el capullo con maestría, mientras la morena se dedicaba lamer la base de mi polla y a chupar con glotonería mis testículos. Y llego la inevitable explosión, que alcanzó de lleno la rubia, bañando sus mejillas, labios, ojos y su dorado cabello. La morena no quiso ser menos y se dedicó a recoger el resto de semen que seguía saliendo después de tantos días de acumulo.

Nos miramos los tres sonrientes y producto de la relajación obtenida, me dormí profundamente.

Otro tema eran las malditas noches. Tenía terribles pesadillas, unas veces eran los rostros sin cara de los hombres que había matado, otras el dolor de las heridas sufridas y mi posterior muerte. Pero la pesadilla que más dolorosa era la imagen de Yolanda y Mario traicionándome, vivencia que creía haber olvidado. Despertaba en mi cama empapado en sudor frio, y con un ritmo cardiaco que hubiera puesto de punta los pelos de mis doctores.

Los días pasaban y mis dulces enfermeras aprovechaban cualquier ocasión de intimidad para follarme, y digo follarme porque eran ellas las que hacían prácticamente todo el trabajo, ya que mi estado físico no permitía demasiadas florituras. Se alternaban para darme toda la satisfacción y placer que eran capaces – que era mucho – y con ello hacían que mi martirio fuera más soportable.

Por otro lado, estaba Marcel, mi fisioterapeuta, un gigantón de piel oscura con un corazón más grande aún. Soportaba todas mis neuras y mi mal humor con una sonrisa, y no paraba de darme ánimos para aguantar la dura recuperación física y psicológica a la que estaba sometido.  Dedicó todo su tiempo y más para conseguir que pudiera andar, correr y recuperar toda la musculatura que había perdido tras la misión. Consiguió – junto con todo lo que, evidentemente puse de mi parte – que llegara a ser como el de antes. Diría incluso que mejor que el Roberto de antes. Nunca podré agradecer a mi “demonio” Macel todo su esfuerzo y dedicación.

Tras once meses de infierno, salí del hospital. Tuve una despedida apoteósica con Marie y Suzanne en forma de trio sexual salvaje, que nos dejó plenamente satisfechos a los tres. Nos besamos y lloramos juntos, y no paré de agradecer a las dos todo lo que habían hecho por mí, y lo felíz que me habían hecho sentir en esos momentos tan duros de mi vida.

Entonces empezó la vorágine institucional.

Fui reclamado a acudir al Eliseo y en una ceremonia íntima y secreta. El mismísimo Presidente de la República Francesa colgó en mi pecho la Orden Nacional de la Legión de Honor, la condecoración más distinguida de la Nación desde la época de Napoleónica. Condecoración que no podría mostrar nunca, ya que los hechos que la merecieron, oficialmente nunca ocurrieron.

También me concedieron la nacionalidad francesa por lo que ellos llaman “francaise par le sang versé” – “francés por la sangre derramada”, (en batalla) –  Acepté la nacionalidad francesa con la condición de mantener la española, cosa que aceptaron sin mayor problema. Lo arreglarían entre embajadas y aquí no ha pasado nada.

Recibí una indemnización económica bastante considerable y la licencia con honor de la Legión Extranjera. Me prometieron una pensión de jubilación efectiva al cumplir los 60 años. Esto me hizo especial ilusión, ya que no tenía muy claro que pudiera cobrar ninguna pensión española cuándo llegará el momento de ser viejecito.

Cuando todas estas movidas acabaron, salí a la calle a respirar profundamente y reflexionar.

¿Y ahora qué?