Morir una vez más (1)
Se puede morir de muchas formas, pero morir por la traición de un amor, es una de las más dolorosas que uno puede sentir, y lo sé por experiencia.
Ya son las 10:00 la mañana y dos agentes de policía uniformados abren la puerta de la celda donde hasta este momento estaba dormitando. Aún somnoliento, intento alisar las arrugas de mi traje y ajusto el nudo de la corbata al cuello de la camisa. Me colocan unas esposas en las muñecas con las manos por delante – creo que es en deferencia a mi persona, ya que lo normal es ir con las manos a la espalda – y soy conducido por una serie interminable de pasillos con puertas de seguridad hasta el patio de la prisión. Allí espera con el motor en marcha el furgón que me llevará hasta la Ciudad Judicial.
Lógicamente se puede deducir que voy camino de asistir a un juicio y mi cabeza no para dar vueltas al hecho de si tendré fuerzas para afrontar unas penas de 3 a 12 años de prisión.
Pero para llegar hasta aquí y explicar mi historia con un mínimo de coherencia, debo remontarme a mi adolescencia en la época del instituto. Mi nombre es Roberto y por aquel entonces era un chico normal, bastante delgado, con facciones digamos que agraciadas y resultonas. Vamos un chaval guapote que despertaba un cierto interés entre las chicas del instituto. Siempre he sido una persona súper leal, amigo de mis amigos, si necesitabas ayuda o algún favor, Roberto no fallaba nunca. Mi mejor amigo de correrías se llamaba Mario y con el agarré la primera borrachera, fumé mi primer porro, aprendí a pelear a hostia limpia con los chicos “malos” defendiendo cualquier noble causa. También los primeros escarceos con las chicas fueron conjuntos, salíamos a la caza de chicas guapas, compitiendo en pillar a la tía más buena, para acabar en cualquier sitio comiéndole los morros y sobando a la “afortunada”. Si conseguías tocarle las tetas o meterle mano al coño ya eras un campeón y si te hacia una paja o te la mamaba, eras Dios.
Todo esto transcurrió hasta conocer a Yolanda, una chica preciosa con un cuerpo impresionante para su edad. Solo con verla me enamoré, y cuando digo enamorarme me refiero a esa sensación que te entra en el cuerpo de que no existe otra cosa en el mundo aparte de ella, que te falta el aire cuando no la ves, amor en su estado más inocente y puro, que te hace sentir el ser más feliz y el más desgraciado del universo al mismo tiempo.
No sé si fue que los planetas se alinearon en el instante que nos cruzamos por los pasillos del instituto, pero ocurrió que ella también se enamoró de mí y allí empezó nuestra historia de amor. Con Yolanda experimenté un cambio radical con relación al sexo, ella tenía más experiencia que yo y después de varios encuentros relativamente convencionales entre dos chicos de 18 años, un día me elevó al sumun de la felicidad cuando fuimos a su casa aprovechando que sus padres no estaban, me llevó a su habitación y me desvirgó. Tal como suena.
El sexo ese día fue lo más espectacular que había vivido jamás hasta entonces, que era bien poco. Me desnudo despacito y empezó a recorrer con su lengua cada trozo de mi cuerpo que quedaba al descubierto, con besos y carias simultáneas en cada centímetro de mi ser. Yo empecé a tocarla, pero ella me detuvo y me pidió que esperase, que la dejara a ella. No sabía que hacer con mis manos mientras ella seguía explorando mi anatomía. Mi nivel de excitación fue tal que cuando llego tocar mi polla con sus dedos, perdí el control totalmente y me corrí como un colegial en su primera masturbación hojeando una revista guarra. Nunca me había pasado eso con nadie, siempre había aguantado muchísimo a correrme tanto con pajas propias o ajenas y también con las mamadas recibidas. Sentí una gran sensación de vergüenza y debo decir que hasta lloré, pero la reacción de Yolanda en ese momento me reafirmó en que el amor por ella, sobrepasaba cualquier nivel conocido. Me cogió la cara con sus manos y mirándome a los ojos con una dulzura que no puedo describir dijo:
- No te preocupes mi amor, esto acaba de empezar y hay mucho que aprender y disfrutar.
Me besó suavemente en los labios una, dos, tres veces, y luego introdujo su lengua para batallar con la mía cada vez con mayor pasión mientras su mano agarraba mi pene y empezaba a mover su piel hasta conseguir por arte de magia, una nueva erección. Sentir como tu miembro se hincha de esa manera por la acción de sus pequeñas manos, cuando se coloca de rodillas y engulle tu polla hasta el fondo de su garganta, saliendo y entrando, lamiendo y chupando toda su longitud y superficie, es una sensación tan placentera que hace desbordar toda tu pasión.
Esta vez sí que aguanté durante bastante tiempo su mamada que acabo provocando otra brutal eyaculación. Sin hacer ningún amago de retirarse, acepto toda la descarga en su boca y se la trago. Al separase de mi polla utilizó su lengua para recoger los restos de semen que goteaban de mi pene y volvió a mirarme a los ojos con una sonrisa en sus labios:
- ¿Te ha gustado? – preguntó sin ninguna necesidad, pues la respuesta era obvia – Ahora me toca a mí.
Entonces empezó a desnudarse, deslizando su falda hasta el suelo junto con sus braguitas blancas, mostrando su vello púbico dorado, rubio como su cabello rizado, no muy largo. Desabrochó su camisa de terciopelo negro botón a botón, sin prisas, mostrando un sujetador a conjunto, que al liberar su cierre frontal, hizo saltar sus hermosos pechos de un tamaño más que considerable en proporción a la esbeltez de su cuerpo. Sus pezones erizados apuntando hacia arriba, estaban rodeados de una breve y oscura aureola. Sus caderas se prolongaban finalizando en un culo esplendoroso. Ver por primera vez en su total desnudez a esa belleza de mujer volvió a disparar la tensión en mi miembro haciendo renacer toda su plenitud.
Se tumbó en la cama de su habitación decorada aún con toques infantiles, y señalando su sexo ya bien húmedo, me pidió que se lo chupara. Sin demora me lance a obedecer, al principio con cierta torpeza, pero siempre he sido un buen autodidacta por lo que rápidamente le cogí la cosa al tema. Mi lengua recorría sus labios vaginales, ahora arriba, ahora abajo, entrando en su interior, bebiendo de sus abundantes fluidos, dando lametazos circulares sobre su clítoris o succionándolo, notando como este iba creciendo fuera de su cobertura natural.
Ella soltaba jadeos y suspiros cada vez más pronunciados, que en breve se convirtieron en chillidos de placer extremo hasta que, convulsionando su cuerpo de forma brutal, llegó al orgasmo pleno. Tras varios estertores espaciados se quedó muy quieta mientras a mí me saltaros algunas lágrimas de felicidad por haber conseguido que mi amada sintiera ese placer que sentí como propio.
Después de su relajación se levantó de la cama y viendo que mi alegría no había cedido ni un ápice de su tamaño, me tumbó en la cama boca arriba y me dijo:
- Después de todo este amor, ahora te voy a follar.
Y se puso encima mío, enfundando mi polla con su coño, bajando despacio, sin problema ninguno ya que estaba perfectamente lubricada, pero rápidamente empezó con una cabalgada salvaje, subiendo y bajando con una celeridad asombrosa, moviendo su culo en pequeños círculos, inclinándose hacia adelante para que pudiera lamer, chupar, morder sus pechos, estirando su espalda hacia atrás apoyando sus brazos en mis estiradas piernas. Yo estaba en la gloria, mi vista se desplazaba desde nuestros sexos acoplándose una y otra vez, pasando por sus magníficos senos hasta llegar a sus profundos ojos azules. Estaba a punto de perder el control y correrme como un loco pero aguanté hasta sentir como ella soltaba varios gritos que denotaban que también estaba a punto de llegar al orgasmo. Finalmente sincronizamos muy bien nuestra explosión de placer, yo tensando mis glúteos hasta vaciarme dentro de ella con tres golpes de eyaculación profunda. Yolanda soltando un alarido que podría haber descolgado un cuadro de la pared, convulsionó varias veces y se dejó caer sobre mi pecho con los ojos en blanco.
- Vaya “bautizo” - pensé con una sonrisa de oreja a oreja, pero al momento me di cuenta que había eyaculado dentro de ella sin cautela ninguna. Ella observó mi expresión de preocupación y me dijo:
- Tranquilo, hace más de un año que tomo anticonceptivos, no hay peligro de embarazo.
Sus palabras me tranquilizaron, pero también me dejaron bien claro lo que estas implicaban.
- Yolanda, - de dije mirándola fijamente - no me importa todo el sexo que hayas tenido hasta ahora, ni con cuantos tíos, solo te pido que si me dejas ser tu novio, basemos nuestra relación en la sinceridad. Te prometo mi amor incondicional y si algo o alguien llega a suponer un motivo de duda sobre nuestro amor, lo hablemos con plena confianza y libertad, sin engaños.
- Roberto, no dudes de que a partir de ahora soy tuya y mi amor será solo para ti. Vamos a descubrir un mundo de sensaciones y placeres. Y lo haremos juntos, los dos, con amor.
Dicho y hecho, a partir de ese momento comenzamos a disfrutar de nuestro amor y del sexo en cada ocasión que podíamos. En cualquier sitio, en cualquier momento, probando diferentes posiciones, a veces muy suave y dulce, otras veces pasional, salvaje, duro, loco. En definitiva, aprendí mucho sobre el sexo de la mujer con ella, mi maestra, mi amiga, mi amor.
El tiempo iba pasando, nuestra relación continuaba viento en popa, Mario era nuestro mejor amigo, salíamos juntos de juerga, aunque a la que se le ponía una tía a tiro, desaparecía del mapa para añadir una muesca más en su casillero.
Yo vivía con mi madre en un pequeño piso de nuestro barrio obrero. Mi padre nos había abandonado al poco de nacer yo, pero mi madre tiró adelante sola con un niño y trabajando duro con esfuerzo y sacrificio, consiguió una mínima estabilidad económica. Al acabar el instituto tuve que renunciar a ir a la universidad y ponerme a trabajar para llevar dinero a casa, no como Yolanda o Mario que empezaron la carrera universitaria en la misma facultad, ya que sus familias no sufrían ninguna dificultad de ámbito económico.
Al poco de tiempo de empezar a trabajar, mi madre enfermó de un cáncer en estado avanzado que terminó con su vida en solo 3 meses. El dolor que me invadió solo fue paliado por el amor de Yolanda y el apoyo incondicional de Mario. Me quedé viviendo solo en el que ya era mi piso y le propuse a Yolanda que viniese a vivir conmigo. Ella aceptó encantada y feliz, podría estudiar con mayor tranquilidad que en casa de sus padres y me tendría a mí para hacer “cochinadas”.
Pero los palos entre en las ruedas de nuestra vida siempre aparecen y un día llegó la fatídica carta en la que la Patria me reclamaba para ir a la “mili”. A los jóvenes de ahora les comento que en mis tiempos mozos el servicio militar en España era obligatorio y solo te librabas por determinadas circunstancias. Había contado con la baza de que con mi madre de edad avanzada, yo era el cabeza de familia y podía quedar exento de cumplir con “mi deber con el país”. Pero ya no tenía madre, ya no había excusa.
Mi colega Mario, como estudiante pudo solicitar prorrogar su incorporación a filas, por lo que momentáneamente se libró. En mi caso se podría decir que tuve algo de suerte ya que después de 3 meses de instrucción en un campamento donde Dios perdió el gorro, el sorteo me deparó como mi destino final un cuartel ubicado en mi ciudad.
Después de la jura de bandera a la que no pudo asistir Yolanda – ni nadie conocido – volví a mi ciudad con unas ganas de pillar a mi novia por banda y fundirme con su cuerpo como no te puedes ni imaginar. Iba “más quemao que el cenicero de un Bingo” – expresión popular de la época – pero al llegar a casa el recibimiento no fue el esperado.
Yolanda me abrazó, me beso y parecía estar muy contenta pero no al nivel que debería haber estado. Vislumbré una sombra en su mirada, algo extraño que me provocó una cierta inquietud. Pero la verdad es que mientras duraron los 15 días de permiso por jurar bandera estuvimos muy bien, sexo a tope, cine, cenas y la fiesta justa que permitía nuestra economía. Por su parte Mario me quería llevar todos los días de farra, “a reventarlo todo” pero preferí quedarme con mi chica hasta tener que volver a ejercer de soldadito.
Empezó mi etapa en el cuartel – omito explicar el rollo de la vida militar – y mi única ilusión era poder salir de allí alguna tarde para ir a casa y estar con Yolanda. Cuando sabía que al día siguiente podría salir, la llamaba para que me esperase en la cama preparada para ser devorada. Pero al cabo de unas semanas, muchas de las veces que la avisaba de mis salidas, me soltaba alguna excusa del tipo – no podré porque tengo que preparar un trabajo con el grupo de la “uni” – tengo que acompañar a mi madre al médico – vienen mis tíos de no sé dónde y vamos a enseñarles la ciudad. – etc.
Joder, todas esas excusas me tenían muy mosqueado y con lo puteado que esta uno en el cuartel, no entendía como, en apariencia, estaba pasando de mí de esa manera. Al no poder estar con ella, me quedaba en el cuartel.
Un día que tenía guardia me las apañé para cambiarla con un compañero y previo permiso de mi capitán, decidí ir a casa a darle una sorpresa a mi novia en forma de gran polvo.
Cuando abrí la puerta y justo antes de gritar - cariño, estoy en casa – escuche unos gemidos procedentes de nuestra habitación. En silencio me acerqué a la puerta que estaba entreabierta y me quedé de piedra con lo que vi y escuché.
Yolanda estaba a 4 patas con la pompa elevada y mi mejor amigo, Mario, le estaba taladrando su fantástico culo. Ese culo que yo no había estrenado porque ella me dijo que el sexo anal de daba miedo por el dolor que debía causar. La cara de mi novia no denotaba dolor alguno, al contrario, sus expresiones transmitían un inmenso placer por la sodomía que estaba recibiendo. Las embestidas de Mario eran frenéticas y su polla entraba y salía en su totalidad de su ano haciéndola gritar como una posesa. Él le decía:
- Putita mía, como te gusta que te reviente ese culazo, ¿eh? – a tu soldadito no le dejas meter por ahí su “escopeta”, ¿verdad?
- No cabrón ahhg – contestaba Yolanda – mi culito es solo para ti, no pares… mas… métemela hasta los huevos ahhgg… párteme en dos… uffh…
- A Roberto no le entra el casco con los cuernos que le metes, zorra…jaja… - dijo Mario resoplando sin parar de follársela mientras ella desencajaba su rostro por el placer que estaba sintiendo.
A esas alturas ya no quise ver ni oír nada más. Me retiré despacio, apoyando mi espalda en la pared exterior de la habitación, fui resbalando hasta sentarme en el suelo y entonces, morí. Sentí como si mi corazón se parase, los ojos se cerraron y solo vi oscuridad espesa y negra. Un profundo dolor y un vacío interior desgarró mi alma. No sé si fueron unos minutos o solo unos segundos, pero volví a la vida abriendo los ojos, aunque el dolor punzante en mi corazón no había desaparecido.
Regularicé mi respiración, me calmé todo lo que pude y me puse a pensar en lo que iba a hacer con ellos.
¿Matarlos por la doble traición?, ¿marchar tal como llegué y seguir como si no hubiese pasado nada? ¿entrar y preguntar si me dejaban unirme a su fiesta? No, nada de eso, me habían matado junto con todo mi amor y ahora serian ellos los que murieran para mí.
Me puse en pie aún con las piernas temblando. Abrí la puerta y fingiendo una aparente tranquilidad entré en la habitación. Al darse cuenta de mi presencia, dieron un salto que desacoplo sus sexos por completo. La cara de Yolanda se transformó en un rictus de angustia y miedo, intentando tapar su desnudez con la sabana e incapaz de decir palabra alguna. Mario abrió sus ojos exageradamente mientras mostraba una pequeña sonrisa nerviosa.
- Roberto, tío, esto no es lo que parece… podemos explicarlo…
Si no fuera por el estado en que me encontraba, al escuchar esa típica frase me hubiese tirado al suelo descojonándome de risa. Pero le contesté:
- ¿No es lo que parece, Mario?, a mí me ha parecido muy, pero que muy claro que le estabas perforando el culo a esa puta que hasta hoy era mi novia. Culo que por otra parte nunca me había permitido disfrutar, ni con todo el amor que juraba procesarme.
- Roberto, mi amor, perdóname, no sé qué me ha pasado… - susurró Yolanda con lágrimas brotando de sus ojos.
- Cállate maldita zorra – la interrumpí -, estás muerta para mí, me has engañado y destrozado toda la confianza que tenía en nuestro amor. Te has pasado por el ojete del culo, literalmente, todas las promesas de amor que nos hicimos – le dije sin mirarla y dirigiéndome a Mario continué – También me ha parecido oír claramente cual es vuestra opinión sobre mí y como disfrutáis humillándome. Pues bien, tenéis exactamente 1 hora para vestiros, recoger vuestras pertenencias y salir de esta casa para no volver a pisarla jamás. Cualquier cosa que os dejéis en mi casa la voy a quemar.
- Roberto, por favor – lloraba Yolanda con lágrimas que inundaban su cara -, escúchame, he sido una hija de puta, no tengo perdón, he cometido el mayor error de mi viva, haz lo que quieras conmigo, pero no me dejes, te amo con locura, no podré vivir sin ti…
- No te oigo – le solté con la voz más fría que fui capaz de articular -, los muertos no hablan y ya te he dicho que tú has muerto para mí.
Dicho esto, di media vuelta y salí por la puerta sin decir nada más. Ahora las lágrimas descendían por mis mejillas y era incapaz de detenerlas.
Al cabo de una hora que me pareció una eternidad, regresé a casa y ya no estaban allí. Aparentemente Yolanda se había llevado sus cosas y solo encontré una nota manuscrita por ella en la que me rogaba que quedáramos para hablar, que escuchara sus explicaciones. Rompí la nota en mil pedazos dejándola tal como estaba mi corazón en ese momento.
Esa noche volví a dormir al cuartel con el alma vacía, arrastrando los pies mecánicamente, pensando como superaría este dolor que me corroía por dentro.
En ese momento decidí dar un vuelco radical a mi vida.
(CONTINUARÁ)