Morir amando

Era una mujer ardiente que, ante la indiferencia de su marido, tuvo que buscar quien calmara sus deseos.

MORIR AMANDO

-¡Otra vez te vas! No puede ser que todos los días me hagas lo mismo. ¿Qué pueden darte ellas que no tenga yo?

Era el reproche diario. Desde que se casaron empezó a notar ella la fijación que sentía su marido por las putas. Le encantaba ir a los centros nocturnos, encontrarse con ellas ahí, consumir alcohol, bailar y lógicamente, irse a la cama con alguna de sus acompañantes. Esa era su vida, no podía evitarlo. El ambiente nocturno le atraía y los coños de las putas mucho más.

Era increíble que pudiera despreciar la suculenta carne que tenía en casa. Un verdadero monumento de mujer, de cara hermosa, labios sensuales y unos ojos que cuando los entornaba era capaz de derretir a cualquiera; unos senos maravillosos, los que invitaban a prenderse en ellos para besarlos, chuparlos y lamer sus pezones; una breve cintura y unas nalgas divinas, que balanceaba incitantemente al caminar, unas pantorrillas hermosamente torneadas y un par de muslos blancos, que provocaban el deseo de tenerlos como un dogal alrededor del cuello, en el momento de mamarle el delicioso coño, adornado por un admirable mechón de finos y oscuros vellos.

Y a pesar de todas las excelencias de las que era poseedora, no podía evitar que su marido faltara todas las noches al lecho conyugal, dejándola consumirse en los deseos propios de una mujer joven, hermosa y ardiente.

El amor que sentía por él, poco a poco fue desapareciendo, empezando a formarse en su mente la idea de la infidelidad. De establecer el contacto con un hombre que pudiera satisfacer aquellos deseos que la consumían y los cuales había perdido la esperanza de que su marido extinguiera.

Su esposo era médico y había formado con un grupo de colegas, una clínica en la que se practicaban las diversas especialidades que cada uno de ellos había estudiado.

Se decidió aquel día a visitar a su amigo el ginecólogo, con quien se había establecido una estrecha amistad, él ya conocía los problemas por los que pasaba su matrimonio.

-Comprendo el estado en que te encuentras, mujer y a la vez trato de encontrar un justificante al comportamiento de tu marido. Tienes todo lo necesario para hacer feliz a un hombre en la cama. Cualquiera se sentiría complacido de ser elegido por ti como amante.

-¿Incluso tú? –preguntó ella, poniendo en sus ademanes toda la sensualidad de que era capaz.

-Sí, también yo. Me incluyo entre los aspirantes a desfallecer entre tus brazos haciendo el amor contigo desesperadamente. A pesar de que llevo buenas relaciones con mi esposa, eres una mujer a quien admiro y te he deseado desde que te conocí, pero por respeto a ti y a tu marido, a quien considero mi amigo, no me atrevía a decírtelo, pero dadas las circunstancias, me gustaría ser el elegido de tu corazón.

-Y lo eres, sabes lo mucho que te aprecio y que no me arriesgaría a buscar consuelo en un desconocido, ni andar prodigándome en la calle para poder calmar mis ansias. Te tengo mucha confianza y te considero muy buen amante, a juzgar por las confesiones de tu esposa en nuestras reuniones de amigas.

-Entonces, no se diga más. ¿Te parece que nos viéramos hoy en la noche?, paso por ti después de que él se haya ido.

-Muy bien, te espero.

-x-x-x-x-

Eran las ocho de la noche, cuando el coche del esposo se alejó de su casa. Tomando su celular, la llamó para que se reuniera con él.

Ella bajó enseguida y descubriendo el automóvil se acerco abordándolo inmediatamente.

Se dirigieron a un motel de las afueras de la ciudad donde quedaron instalados en una habitación muy confortable, con una amplia cama que los invitaba a revolcarse en ella.

El ambiente era muy agradable e incitante. El la atrajo hacia sí y uniendo sus labios a los perfumados labios de ella, se extasió en un beso suave, que poco a poco fue aumentando su intensidad, hasta que el deseo empezó a envolverlos.

Besó después el grácil cuello y por detrás de las orejas, con lo que ella exhaló un suspiro de ansias contenidas que el supo interpretar y separándose un poco empezó a desvestirla lentamente, besando cada parte de aquel cuerpo que iba descubriendo, hasta dejarla completamente desnuda. Después él se desvistió apresuradamente y ya estando libre de su ropa, levantándola por la espalda y las piernas, la colocó suavemente en el lecho.

Ya estando juntos nuevamente, siguió su labor de reconocimiento de aquel hermoso cuerpo, enfocando sus caricias a los redondos y duros senos que se le ofrecían sin pudor alguno, chupeteando los sonrosados pezones y lamiendo toda la redondez de cada uno de los atractivos globos.

Las caricias fueron resbalando por las ingles hasta llegar al coño, cuyos labios ocultaban el pequeño clítoris, que al ser descubierto, fue besado y lamido por las expertas caricias del médico.

Ella, al sentir las caricias en su entrepierna, acarició la cabellera de su amante deseando que aquella sensación de placer no terminara nunca, atrayéndolo fuertemente en un momento de éxtasis, como si quisiera introducir su cabeza dentro del coño.

-¡Qué rico! Hacía tanto tiempo que no sentía algo así! ¡Besa mi coño! ¡Lámelo! ¡Chúpalo! ¡No pares! ¡Sigue, mi amor! Sigue haciéndolo, que me haces muy feliz.

Él redobló los ataques a aquel aromático coño que poco a poco iba soltando sus jugos abundantemente, hasta que consideró que ya se encontraba suficientemente lubricado.

Arrodillándose entre sus piernas, blandiendo un pene de considerables dimensiones, colocó la cabeza a la entrada del revenido coño, que palpitaba con ansias de ser penetrado cuento antes y empujó suavemente, para ir avanzando lentamente, poco a poco, provocando en ella sensaciones que hacía mucho tiempo había dejado de sentir por el abandono al que había sido sometida por su esposo.

Cuando toda la longitud del robusto invasor penetró aquella cueva divina que se forraba hambrienta alrededor de aquel dulce cilindro sexual, el empezó a moverse de atrás hacia delante, aumentando poco a poco el ritmo de sus embestidas, mientras ella, a cada avance suyo adelantaba las caderas logrando una penetración completa, hasta el fondo de su ardiente vagina.

-¡Adelante, mi macho! ¡Jódeme! ¡Penétrame! ¡Entra hasta lo más hondo de mí! ¡Ay, me haces tan feliz! ¡Sigue! ¡Así! ¡Más rápido!

El ansia de aquella mujer lo excitaba sobremanera y trataba de lograr su placer imprimiendo a su jodienda una mayor velocidad, entrando y saliendo de aquel coño ardiente que pedía y necesitaba esa penetración tanto tiempo anhelada.

Con palabras placenteras, ella le agradecía el esfuerzo de él para que ella pudiera disfrutar intensamente aquel gozo que lograba provocar al ardiente coño, que apretaba el vigoroso pene, tratando de extraerle hasta la última gota de leche como premio de aquella cogida magistral que él le estaba proporcionando.

Sus esfuerzos por alcanzar el supremo placer pronto se vio recompensado al sentir llegar los estremecimientos que provoca la llegada del orgasmo, que ella recibió clavándole las uñas en la espalda y avanzando las caderas furiosamente hacia delante, en un intento de recibir hasta el último reducto de sus entrañas el derrame de semen ardiente que sentía salir a chorros de aquel divino pene causante de tan maravillosas sensaciones que sentía en su cuerpo y que la elevaban a la suprema gloria del deleite.

-¡Me viene! ¡Me viene! ¡Ya llega! ¡No pares! ¡Oh, que delicia! ¡Sigue, sigue, mi amor! ¡No te detengas! ¡Qué rico! ¡Qué delicioso!

Con un último empujón él le hizo llegar toda la longitud de su pene hasta el fondo de ella mientras los chorros de su leche inundaban aquella deliciosa caverna hecha para el placer, cuyas pareces absorbían el baño refrescante de aquel líquido vital. Siguió penetrando desesperadamente el coño mientras contemplaba la sonrisa de éxtasis de ella, que sentía llegar detrás de aquel orgasmo otro, otro y otro más que estremecían violentamente su hermoso cuerpo hasta dejarla completamente exhausta, totalmente abatida sobre la cama.

Él, sintiéndose satisfecho del efecto que su actuación había conseguido provocar en aquella divina mujer, se recostó a un lado de ella y poniendo el brazo debajo de su nuca la atrajo hacia si y la besó cariñosamente.

-Has estado maravilloso. Has conseguido hacer sentirme mujer nuevamente. No sabes cómo te lo agradezco.

-Y eso que estoy fuera de entrenamiento -bromeó él-, creo poder hacerlo mejor más adelante.

-Desde luego que lo harás. Y yo estaré siempre contigo para confirmarlo. Por lo pronto, no me vas a dejar con las ganas de probar de nuevo tu potencia, ¿verdad?

-De ninguna manera –dijo él, sonriéndole pícaramente, mientras se disponía a realizar nuevamente su excitante labor.

Serían las tres de la mañana cuando ella regresó a su casa con una gran sonrisa de satisfacción en su rostro, sin causarle extrañeza que su esposo no se encontrara ahí, pues acostumbraba llegar cuando casi amanecía.

Se desvistió y se acostó en el lecho durmiéndose enseguida, con el recuerdo de la noche placentera que le había regalado aquel amante maravilloso.

Los encuentros de la pareja se hicieron más frecuentes, pues poco a poco se iban involucrando sentimentalmente, hasta que el enamoramiento fue haciéndose tan fuerte que no podían estar mucho tiempo separados. No había lugar del maravilloso cuerpo de aquella mujer que él no hubiera explorado. Conocía sus preferencias sexuales y trataba de satisfacerla completamente, poniendo a su servicio todas sus energías, hasta el punto de olvidar sus obligaciones maritales. Para él, ella lo era todo y el gozo de ella era el mejor premio que pudiera recibir al esfuerzo que imprimía a su actuación sexual, para que ella no volviera a sentir nunca el abandono al que estaba sometida antes de implicarse con él.

Aquella noche la reunión acostumbrada se había llevado a cabo. Ella se había vestido elegantemente con un traje de noche. Fueron a un centro nocturno muy discreto, donde bailaron y se divirtieron antes de encaminarse hacia un motel.

Ya una vez instalados en la habitación, él la desnudó completamente. Nunca dejaba de maravillarse ante el escultural cuerpo de ella, un cuerpo que había sido suyo tantas veces y que no dejaba de admirar.

Cubriéndola de besos, la dejó sobre la cama y después de desvestirse él, se acostó a su lado.

-¿Sabes que ya eres imprescindible para mí? Estoy seguro de que ya no podría vivir sin ti. Te llevo dentro de mi sangre. Necesito sentirte siempre conmigo, el palpitar de tu cuerpo y la alegría que me provocas cuando logro tu orgasmo.

-Que feliz me haces con esas palabras, yo también me siento tan unida a ti que ya no podría estar sin tus caricias, sin tus besos, sin esa forma tan cariñosa de hacerme el amor, eres mi complemento y no sé que haría si me faltaras.

-No cabe duda que nos hemos enamorado como dos adolescentes –sonrió él.

-Sí, debe ser amor. Amor, pero combinado con la pasión extrema que me provocas. Has logrado que te desee siempre, que desee estar penetrada a todas horas por ti. Que me provoques ese relajante estado en que me dejas después de que hacemos el amor. ¡Oh, mi amor, te amo tanto. Te amo y deseo hacerte feliz siempre, como tú me haces a mí.

Y acercando su boca a la del hombre, lo besó amorosamente deslizando sus besos por su garganta, llegando a las tetillas, que besó suavemente, provocándole un delicioso placer. Después siguió besándolo dirigiéndose hacia las ingles, donde encontró al robusto miembro, que ya excitado por los ardientes besos, se mostraba en toda su portentosa longitud, con ánimo de dar pelea.

-¡Qué hermoso se ve! ¡Y cómo palpita! ¡Cuánto placer me has dado! ¡Ahora me toca a mí proporcionártelo!

Y tomándola entre sus lindas manos lo atrajo hacia su boca para darle unos deliciosos chupetones que lo provocaron más. Después besándolo en la punta del balano llevó sus besos en toda su vibrante longitud, turnándolo con lamidas deliciosas de una lengua vibrátil, que lo hacia ponerse cada vez más duro.

-Móntate sobre mi cara, que yo también quiero compensarte –la invitó ansiosamente él.

Así lo hizo ella dejando su coño a la altura de su boca para que el hiciera su labor, que empezó lamiendo el clítoris, para después ir deslizando su húmeda lengua por los labios vaginales, provocándole a ella estremecimientos que le hacían excitarse cada vez más, besando lujuriosamente aquel divino pene, metiéndoselo en la boca, besándolo, chupándolo, ensalivándolo completamente y en algunos momentos metiéndolo por todo lo largo de su garganta, tratando de tragárselo por completo.

Él, excitado sobremanera con aquellas caricias proporcionadas a su verga, sintió que si ella seguía en esa labor no tardaría en venirse, así que a pesar de los enormes deseos que tenía de que ella le siguiera chupando el pene, lo apartó de aquella boca ansiosa, dejando también él de jugar con el oloroso coño que se restregaba violentamente contra sus labios.

Se colocó ante sus adorables piernas y, levantándola por las caderas, la atrajo hacia sí para poner el ensalivado miembro en la entrada del ardoroso coño, penetrando ansiosamente los labios que recibieron a aquel invasor.

Empujado por unas ansias incontenibles, avanzó él su miembro dejándolo sepultado en un santiamén, para empezar un furioso mete y saca, empujando su potente miembro en las ardorosas entrañas, que se abrían para dar paso a la embestida, que llegaba hasta el término de aquel túnel de terciopelo, que lo arropaba en sus paredes, acariciándolo dulcemente.

Ella, debajo de aquel cuerpo excitado, lo besaba en los labios, en el cuello, acariciándolo por la espalda, las nalgas, imprimiendo a sus movimientos más velocidad, acompañándolo a él en aquella tarea placentera que los hacía envolverse, convirtiéndose en un solo ser, tratando de darse toda la dicha que fuera posible, fundiéndose en un abrazo gozoso, en un placer que los acercaba a las puertas del paraíso.

Al sentir la llegada del orgasmo, el avivó sus embestidas y empujó en forma salvaje su pene hasta el interior de la vagina que lo recibió esperando el derrame de semen en su interior.

Ella continuaba sus movimientos mientras sentía la llegada de los orgasmos continuados a los que ya se había acostumbrado, hasta que él se derrumbó sobre ella, aplastándola con su cuerpo que había quedado extrañamente inmóvil.

-¡Has estado fenomenal, como siempre, mi amor! ¡Qué bárbaro, sentí que me partías en dos! ¿Qué pasa? ¿Porqué no hablas?

Al sentir la inmovilidad de él, temiendo lo peor, empujó el cuerpo que estaba encima de ella haciéndolo rodar hasta dejarlo boca arriba. En ese momento pudo observar el rictus de dolor que se dibujaba en el rostro de su amante.

Había sufrido un infarto en el momento del orgasmo.

No hubo manera de detener la tormenta que se le vino encima. Los encargados del motel tuvieron que denunciar a la policía el hecho, que después de las averiguaciones de rigor, concluyeron en que ella no había tenido la culpa de esta muerte. Después el morboso interrogatorio de los periodistas, que la acosaban, sin comprender el dolor que agobiaba su pecho.

Y lo más terrible, el enfrentamiento con su marido y con las demás personas que de una u otra forma estaban involucradas, como la esposa de él, de aquel hombre que había sido su amante.

-Éramos amigas, ¿cómo es posible que me traicionaras enredándote con mi marido?

Trató de justificar con ella el desliz que su marido había tenido con ella, pero nada de lo que le dijo la apartó de la idea de aquella traición.

-No puedo creer que hayas sido capaz de esto. Engañarme con mi mejor amigo. ¿No decías que me amabas? –Le reprochaba su aún esposo, sin reconocer la culpa que él había tenido en aquella malograda aventura de su mujer.

-Sí, te amé. Te amé mucho. Pero ninguna mujer puede sufrir un abandono como el que tú me diste a mí. Tenías tus preferencias y te apartaste completamente de mí. Me abandonaste sin ver que yo también tenía necesidad de amor, de ser acariciada. ¿Cómo puedes reprocharme algo, si tú eres el que motivó todo? No tiene caso de que sigamos viviendo juntos. Me apartaré de ti para siempre. Afortunadamente soy independiente económicamente y no tendré necesidad de pelear contigo. Adiós y, a pesar de todo, deseo que te vaya bien sin mí.

Tomando su maleta, se encaminó hacia la puerta de aquel que había sido su hogar, del que se alejaría para ir hacia otro lugar en el que podría recordar con amor y agradecimiento a aquel hombre que se había entregado a ella completamente y logró que se sintiera una mujer plena, amada y correspondida.