Morgan Stone, Bruja Adolescente 6
Morgan demuestra ser una experta psicóloga al reconstruir una familia desestructurada y decide tomarse un descanso para descubrir qué más puede ofrecerle el nuevo cuerpo que está habitando.
El piso de Isabel era modesto. Se escuchaba el ruido de los otros pisos, y estaban montando un escándalo, por lo que oía. Apenas había un salón y dos habitaciones muy pequeñas. Estaba claro que Isabel había salido escaldada del divorcio. Ahora se encontraba sentada en aquel pequeño salón, con la mirada perdida.
Morgan había cerrado la puerta tras de sí y se había sentado. Durante unos instantes, se dedicó simplemente a observarla. Isabel parecía estar en paz, en completa calma. Probablemente no se había librado de sus preocupaciones de tal manera desde hacía muchísimo tiempo. Eso la hacía fácil de manipular.
Extrajo la “bebida isotónica” de su bolso, pues aún le quedaba un poco, y se la tendió a Isabel. La mujer, aún con su sonrisa y sin un ápice de dudas, cogió la bebida y se la bebió toda de un trago. El efecto fue instantáneo. El trance profundo la invadió, su coño se humedeció, y aquella paz que tanto le gustaba la invadió aún más.
_ Jess… cómele el coño a tu madre.
_ ¿Tengo que hacerlo, ama? _ Jess sonaba ligeramente molesta. Morgan sonrió. _ Es mi madre.
_ Pero si te encanta la idea, Jess. Siempre has querido saber a qué sabe el coño del que saliste. Es una de sus mayores fantasías… porque tú eres una viciosa y tus padres siempre han sido tu mayor fantasía sexual.
Los ojos de Jess se pusieron blancos. Aquella misma tarde ya había aceptado que quería comerle la polla a su padre cada día y se follada por él, sentimiento reforzado por la memoria que había adquirido su cuerpo.
Pero aquello era distinto. Su memoria se estaba viendo trastocada. Un montón de recuerdos falsos estaban empezando a alejarse en su mente. Un despertar sexual en el que se tocaba fantaseando con su padre, y en el que espiaba a su madre cuando se duchaba. Un recuerdo muy vivido en el que los veía follando sobre la cama de matrimonio y se tocaba con fuerza sobre ello. Estuvo unos veinte segundos con los ojos en blanco y la expresión babeantes antes de limpiarse y recuperar la compostura.
_ Bueno, si no quieres comérselo, supongo que no puedo obligarte. _ Morgan se encogió de hombros. _ Supongo que puedes esperar en el coche.
_ ¡No! ¡Claro que quiero! ¡Por favor! ¡No me mandes fuera! ¡Déjame que se lo coma! _ Sonaba genuinamente desesperada. _ Te lo suplico…
_ Eh, vale, vale… Jess, adelante.
Jess se lanzó sobre su madre con deseo, bajándole el pantalón de chándal que llevaba y arrancándole las bragas blancas y sosas que llevaba en un envite furibundo. Aferró sus gruesos labios al coño de su madre y la mujer lanzó un pequeño grito.
_ Pero Isabel… no grites… podrían oírte los vecinos. _ La reprendió.
_ Como desees. _ Respondió, con voz más baja.
_ Uff, esa respuesta me gusta. Sí, quiero que la conserves, pero no olvides llamarme ama a partir de ahora.
_ Como desees, mi ama. _ Morgan se puso un poco cachonda con esas palabras.
Sonrió, torciendo los dulces rasgos de Martha en una expresión maquiavélica, se sentó junto a Isabel y empezó a jugar con sus tetas lentamente.
_ ¿Estás a gusto, Isabel?
_ Sí, ama…
_ ¿Te gusta cómo Jess te come el coño? ¿Es agradable?
_ Muy agradable… _ Se mordió el labio para contener un gemido.
_ Asegúrate de que sea consciente de ello. _ Isabel comenzó a acariciar el pelo de su hija, con mimo. _ Sí, muy bien. Ahora hablemos de Roman… ¿Por qué rompisteis?
_ Porque… es un degenerado… quería follar a nuestra hija. _ Susurró, se la veía triste al comentarlo, miraba a su hija con preocupación. No era capaz de ver la ironía de la situación.
_ ¿Qué tal era el sexo con él? _ Preguntó Morgan.
Aquella “terapia” le estaba dando muchísimo morbo. Se le había pasado por la cabeza estudiar la carrera de psicología alguna vez. A fin de cuentas, siempre había planeado hurgar en las mentes de las personas.
_ Es el mejor sexo que he experimentado nunca. _ Dijo, con firmeza. _ Roman tiene la polla más grande que jamás haya probado y es un bruto.
_ Así, que, ¿Te gusta duro? _ Morgan lamentó que Martha no llevara gafas, quería justárselas sólo para dar dramatismo.
_ Sí, me gusta duro… _ Reconoció Isabel.
Su hija tomó nota y hundió con fuerza la cara contra su coño, mordiendo su clítoris agresivamente. Isabel comenzó a emitir gemidos entrecortados.
_ ¿Echas de menos el sexo con Roman?
_ Sí. _ Admitió. _ Ningún hombre me satisface como él.
_ Disculpa entonces si no veo sentido a vuestra separación… No sé si te has percatado… pero has dicho que rompiste con él porque quería follarse a Jess… y ahora lo estás haciendo tú. _ Le apretó los pezones al decirlo.
_ Sí, es verdad… que tonta… _ Murmuró sonriendo a Jess, ella le devolvió el gesto.
_ Verás, Isabel… en realidad… sois una familia perfecta… porque los tres sois unos degenerados. Dos padres que quieren follarse a su hija… y una hija que no puede evitar querer comerle el coño a su madre y montar a su padre como una potra… _ Se acercó a su oído, mientras le pellizcaba el pezón. _ De hecho, eso ya ha pasado… debiste ver a tu hija, botando sobre la enorme polla de su padres, gritando como una enferma.
Isabel lanzó un gemido profundo e intenso y se corrió violentamente sobre la cara de su hija. La imagen de su hija botando sobre su ex marido fue demasiado para su agotada y excitada mente.
_ Jess, besa a tu madre.
_ Será un placer, ama. _ Jess se subió a su madre que, instintivamente, le aferró las nalgas y empezaron a besarse.
Morgan nunca había visto a dos personas besarse con tanta pasión e intensidad. Mentía… a sus madres sí que las había visto hacerlo, pero siempre desde lejos, en aquel instante se recreó en ver cómo las dos mujeres parecían estarse devorando la una a la otra antes de acercarse a Isabel y susurrarle al oído.
_ Isabel… esto es lo que vamos a hacer… para que puedas volver a ser feliz de verdad…
Roman llegaba tarde del trabajo. Había sido un día bastante duro en la obra, pero merecía la pena para volver a ver a su querida hijita. Cuando abrió la puerta de casa, ella le estaba esperando. Se inclinó y se besaron en los labios.
Jess sólo llevaba el delantal, así que no le fue difícil hacerlo a un lado para poder fijarse en su sexo depilado. Él siempre había preferido el vello, pero lo cierto es que no le desagradaba del todo ver los pliegues del coño de su hija. Instintivamente lo recorrió con los dedos, notando cómo se humedecía.
_ Ah… papi… no sigas… tengo… una sorpresa… para ti. _ Le dijo, entre gemidos.
_ ¿Una sorpresa? _ Roman alargó la sonrisa. _ ¿Qué me has preparado?
_ Algo que sin duda te va a sorprender… que no esperas… y que te hará muy feliz.
Decididamente, no se lo esperaba. Al llegar al salón, vio a su ex mujer en la cocina, haciendo la cena tan sólo vestida con el delantal, igual que su hija. Se le inflaron los ojos como platos.
_ ¿Isabel?
Isabel se giró rápidamente, haciendo que sus tetas dieran un bote y le miró de una forma que no le había mirado desde que eran novios. Se mordió el labio y se acercó, abrazándose a él.
_ ¡Amor mío! Sé que estás enfadado, y lo siento. Pero todo es culpa mía. Lo sé. Soy una tonta y una boba. _ Dijo, rápidamente. _ Déjame volver. Déjame que te compense. Está bien que te folles a Jessica, a mí también me gusta.
Y como si quisiera asegurar su respuesta, le pasó la mano por el pecho, sugerentemente.
_ Podemos hacerlo los tres juntos… Seguro que Jessica no te sabe comer la polla aún como yo sé… pero la puedo enseñar.
Roman no entendía nada, pero la sonrisa de su hija le decía que aquello no era ninguna broma, y rápidamente su instinto fue más fuerte que sus dudas. Cogió a su mujer, la tiró sobre el sofá y ella sonrió.
_ Sí, no esperes más. Recuérdame que soy tuya, Roman.
_ No sé cómo lo has hecho, Jess. _ Comentó, mientras su hija, diligentemente, le bajaba los pantalones. _ Pero te adoro por ello.
_ No lo pienses mucho, papi. Disfruta de tu regalo. Disfruta de que volvamos a ser una familia.
Roman cogió a Isabel del pelo y sin ningún aviso previo le metió la polla dentro. Jess no comprendía cómo podía caber cuando apenas le cabía a ella y su madre no era ni de lejos tan alta ni tan robusta. Isabel lanzó un grito de satisfacción.
_ Ahora te voy a enseñar a respetarme, escoria blanca. _ Le gritó Roman. _ Vas a aprender a ser una buena esposa.
_ Sí… te prometo que seré mejor esposa, pero fóllame. _ Le gritaba ella. _ Seré tu sierva, tu puta, tu jodida esclava, pero sigue follándome.
Isabel reía con una risa enloquecida mientras su marido la follaba con furia y desprecio. Había hecho demasiado de menos el sexo con Roman. Cualquier duda que pudiera haber quedado en su subconsciente se estaba evaporando con cada embestida que le daba.
Jess estaba contenta. Sus padres volvían a estar juntos. Volvían a ser una familia. Y, además, ahora estaban más unidos que nunca. Y ante aquella escena tan maravillosa, se sentó en el suelo y comenzó a masturbarse furiosamente. Aquella era la noche de su madre. Ya llegaría su turno, no era egoísta. Y todo se lo debía a Morgan. Su ama era la mejor psicóloga.
Morgan no estaba lejos, de hecho. Estaba en el asiento de atrás del coche, observando con unos prismáticos. Se quedó de piedra al ver cómo Isabel se plantaba delante de su marido y este le hundía la polla hasta lo más hondo de la garganta. Le debía estar atravesando la mitad del esófago.
_ ¿Y ahora qué hago yo con este calentón? _ Se echó a reír.
Arrancó el coche y se encaminó hacia su bloque de pisos. Sí que sabía dónde vivía Martha. La verdad, quería dedicarse un rato a sí misma. Se había follado a Jess y había toqueteado a Isabel, pero no había tenido tiempo de disfrutar de su nuevo cuerpo.
No obstante, antes de nada, llamó a su querida prima.
_ Por fin llamas. _ Respondió la rubia al otro lado del teléfono. _ ¿Te has estado divirtiendo mucho?
_ Oh, he estado “animando” a ciertas personas. _ Dijo, sentándose en el capó del coche. _ ¿Qué tal está mi otra “yo”? ¿Está dando el pego?
_ Tu madre piensa que estás distraída por los estudios… de momento aguantará. Te avisaré si hay cambios… Oye… esta chica dice que has sometido a todas las animadoras del insti. ¿Es eso verdad?
_ Claro que es verdad… de hecho estoy ahora mismo dentro del cuerpo de Martha Williams. Ella es la que está contigo ahora.
_ ¿Me estás diciendo que Martha Williams me está comiendo el coño ahora mismo?
_ ¿Me has puesto a comerte el coño, Astrid? _ Morgan alzó una ceja.
_ Sí… _ Lanzó un gemido. _ Para una vez que podía dominar yo a mi primita… no he podido resistirme. Nunca me dejas estar encima, ya me tocaba.
_ Touché. _ Respondió Morgan. _ Sigue siendo mi cuerpo, no lo rompas.
_ No… yo jamás te haría daño… primita… _ ronroneó Astrid.
_ Bien… te dejo, está claro que estás ocupada. _ Colgó el teléfono y se dirigió al apartamento.
Martha vivía debajo de su casa, dos pisos más a la derecha. La había visto salir alguna vez. Efectivamente, la llave encajó.
El piso era más pequeño y modesto que el suyo. Le molestaba el crucifijo que había colgado en el salón. Pero ya se preocuparía por la familia después. Se dirigió a su habitación, parándose un momento a observar las fotos de familia.
No quería confundir a sus “padres” con algún primo o un vecino. Si los reprogramaba dejaría de ser un problema, pero hasta entonces, trabajaría con más tranquilidad. Descubrió que Martha tenía un hermano pequeño del que no sabía nada. En las fotos se lo veía alicaído.
Negó con la cabeza, restándole importancia y se dirigió a su habitación. Se tiró sobre la cama y observó. Martha parecía una fanática del rosa. Era el cuarto más femenino que había visto en su vida. También le pareció infantil. No le extrañó pensar en que su madre la reprimía.
Por suerte, Morgan se había traído sus consoladores en el bolso, por lo que la ausencia de juguetes sexuales no sería un problema. Se desnudó y se detuvo frente al espejo. Silbó. Martha tenía pecas por todo el cuerpo. Su pálida piel estaba salpicada de ellas por todos lados. Cuando se giró y observó su figura, fue cuando supo que no podría volver a vivir sin invadir otros cuerpos.
Aquella sensación de descubrimiento que ya había descubierto con Jess era maravillosa. Entra en un cuerpo nuevo y notar el peso de sus partes, la forma en la que andaba, los pequeños detallitos privados.
Se entretuvo un rato simplemente recorriendo su cuerpo con las manos, apreciando lo fibrado de sus piernas, el contorno de su culo… la firmeza de sus pechos. Gimió cuando los apretó. Martha no era tan atlética como Jess, pero decididamente estaba en buena forma.
Estaba obsesionada, sin embargo, con aquellas mamas que le recordaban tanto a las de su madre. Descubrió, con deleite, que era lo bastante flexible para chuparse los pezones y se acomodó en la cama. Durante un largo rato sólo estuvo haciendo eso, hasta que su coño llamó su atención con demasiada intensidad como para ignorarlo.
Extrajo el vibrador del bolso, lo chupó dulcemente unos momentos y finalmente se lo introdujo en su coño. Estaba bastante estrecho, haciéndole creer que Martha no era tan zorra como se pensaba, pero eso no hizo si no aumentar el placer.
Morgan se quedó unos segundos disfrutando de lo que tenía antes de elevar las piernas y llevar el pecho a sus labios para morder el pezón. Era una postura un poco extraña, las piernas estiradas hacia arriba mientras se penetraba con el consolador, uno de los pechos mordido mientras el otro era apretado con crudeza con la otra mano. Pero era placentera a más no poder.
Era una suerte que su pecho ahogara sus gemidos, porque estaba gruñendo como una cerda. Cada cuerpo experimentaba el mismo placer de forma ligeramente distinta. Y el sentimiento de descubrimiento mejoraba aquella experiencia. Estaba completamente centrada en ello. Tanto que no se percató del ruido que venía del armario cuando la puerta se entreabrió ligeramente.
No fue hasta después de correrse cuando se percató de que, efectivamente, algo estaba sucediendo dentro del armario. Ebria de poder por las endorfinas del orgasmo, se aproximó y abrió el armario de golpe. Se encontró allí al hermano pequeño de Martha, que la miraba con una mezcla de miedo y excitación. El chico llevaba puesto uno de sus vestidos y se estaba agarrando la polla.
Había sido pillado in fraganti, pero no había sido capaz de reaccionar. Se había quedado hipnotizado mirando el escultural y sudoroso cuerpo de su hermana, por la lujuria en su mirada y sus pezones de punta. Tragó saliva.
_ ¿Estoy en un lío?
_ Oh… vaya que lo estás… _ Morgan extendió su sonrisa. _ No te haces una idea de en qué lío te has metido.