Morgan Stone, bruja adolescente 5
Morgan ultima sus planes con el equipo de animadoras, dándoles otras formas de "animar" al personal. Decide tomar un nuevo camino y se pone en marcha para conocer a la madre de Jessica.
Si hubiera quedado la más mínima deslealtad en Jess, la más mínima intención de rechazar cualquier cosa que Morgan le dijera… alguna resistencia a convertir a su familia y amigos en esclavos sexuales de una muchacha hasta la que hacía nada era una chica de la que se reía… Aquella cucharadita de poción las habría exterminado. Ya no era que Morgan pudiera hacer pequeñas modificaciones aprovechándose de su libido. Ahora era un libro en blanco en el que se podía escribir con total tranquilidad.
_ Adoras follar con tu padre, es la segunda persona con la que más te gusta follar.
_ Adoro follar con mi padre, es la segunda persona con la que más me gusta follar, ama. _ Repitió, en completo trance, mientras tiraba el contenido de las botellas de bebida isotónica.
_ Quieres ser la niña de papi más que nada. Adoras su gran polla negra, y lo que más echas de menos de tu cuerpo, la única razón por la que realmente anhelas volver, es para poder comerle la polla.
_ … comerle la polla… _ Repitió, con una estúpida sonrisa.
_ Sólo yo te éxito más que él. Pero es natural. Para ti, no soy un ser de este mundo, estoy más allá. Soy una diosa para ti.
_ … Mi diosa… _ Repitió, mientras iba cerrando las botellas.
_ Y Billy es un perdedor, sólo un juguete con el que te diviertes. No significa nada para ti. Desde que follas con tu padre, su pequeña polla de niño es incapaz de satisfacerte.
_ Su pequeña polla de niño… _ Repitió, con desprecio.
_ Bien, buena chica. Deja las botellas sobre la mesa. _ Morgan las recogió. _ Ahora córrete y asimila todo lo que he dicho.
Tras cerrar las botellas con un pequeño hechizo, Morgan las dejó en los casilleros de las chicas y volvió a clase. Las últimas dos horas fueron terriblemente aburridas y agobiantes. Ya se sabía aquel temario. Aunque lo fueron aún más para Jess.
Tal como le había ordenado Morgan, estaba manteniendo la compostura en clase. Pero su mundo interior era muy distinto. Atrapada en el cuerpo de su diosa, no dejaba de pensar en la enorme tranca de su padre entrando en el cuerpo de Morgan y partiéndola en dos. La segunda compresa que se había puesto estaba haciendo verdaderos esfuerzos para contener su humedad, y se notaba que no podía prestar la atención habitual en clase.
Aún con todo, aguantó la compostura el tiempo suficiente como para que no le llamaran la atención, y cuando salieron al gimnasio, pudo esconderse detrás de las gradas y tocarse a gusto mientras observaba el entrenamiento, impaciente por ver a su diosas hacer su trabajo.
Para Morgan, incluso sin pensar en que con cada sorbo que daban las chicas estaban más cerca de ser suyas, el entrenamiento era divertido. El cuerpo de Jess le ofrecía muchas cosas, y no todas ellas eran sexuales.
Era un cuerpo atlético, fibrado y entrenado, y se movía con una soltura que el suyo jamás había tenido. Se sentía ágil, fuerte. Aquello confirmó su teoría de que habría sido incapaz de aguantar en su verdadero cuerpo los envites de Roman.
Agitar los pompones y practicar todos los movimientos había sido extrañamente divertido. A ella siempre le habían repugnado aquellas cosas, quizá fuera un sesgo del cuerpo que ocupaba. En cualquier caso, pude ver cómo poco a poco las miradas de las chicas se iban nublando, a medida que tomaban la bebida para mantener los electrolitos.
Apenas había pasado una hora cuando todas las chicas se fueron parando y se quedaron allí de pie, con la mirada perdida, la boca entreabierta y un hilo de babas surgiendo de la comisura del labio. Diez chicas completamente sometidas, con los pezones de punta apuntando hacia adelante en posición de guerra.
Morgan se humedeció. Aquellas chicas siempre se habían metido con ella, hostigadas por Jess, siempre pavoneándose con sus uniformes de animadora, siempre ligando con los miembros del equipo de fútbol y haciendo menos al resto.
Ella se sentía como una niña en una tienda de golosinas. Pero lo cierto es que había tres chicas en concreto que llamaban su atención. Aunque Jess era la líder de las animadoras, solía ir bastante por libre… pero había un trío que todo el mundo evitaba.
Janet, Teresa y Martha. Janet era la líder de este pequeño grupo. Era rubia, atlética. Era menuda, pero si te daba un puñetazo, probablemente te tumbara. Era la chica a la que lanzaban, precisamente por eso. Tenía un gran sentido del equilibrio y agilidad… pero también era la única chica del equipo que tenía el pecho y el culo más pequeños que Morgan. Por otro lado, al igual que ella, tenía un rostro dulce y angelical con el que volvía locos a los chicos. No era una belleza explosiva, pero negar que era bella, sería absurdo. A Morgan le encantaba la viveza de los ojos azules en su mirada.
Teresa, en cambio, era gitana. A Morgan le recordaba a Esmeralda… sí, la de la película del jorobado de Notre Dame. La piel de un bonito color caramelo, los ojos de un vivo verde, el cabello rizado y revuelto, la expresión normalmente decidida y con grandes aretes colgados de las orejas. Era muy guapa.
Pero la tocaya de su madre era la que le resultaba la más atractiva… precisamente por el parecido con su propia madre. Era cierto que estaba mucho más delgada, y su piel era pálida como el marfil… pero no se trataba de eso. Tampoco del rostro dulce y plagado de pecas enmarcado por unos rizos pelirrojos.
No, lo que le recordaba a su madre eran sus ojos castaños y, en especial… sus tetas. Martha tenía las tetas más grandes del instituto. Eran absurdamente grandes. Tanto como las de su madre, que eran incluso mayores que las de Astrid. Morgan extrañaba las tetas de su madre, extrañaba abrazarlas y sentirlas contra su cuerpo.
Y por eso había hundido la cabeza en ellas, provocando un estremecimiento de parte de la pelirroja. Fue en ese momento en el que lo decidió. Aún había planes en marcha, cosas que tenía que hacer. Pero la tentación era demasiado grande.
Puso las manos sobre los hombros de Martha, la miró a los ojos y recitó el conjuro. Martha pestañeó repentinamente. Ya no se encontraba en mitad del gimnasio, con Jess frente a ella. Ahora estaba bajo las gradas, hundiéndose los dedos en lo más profundo de su coño. Antes de terminar de entender qué estaba pasando, un profundo orgasmo torció su cuerpo y la hizo caer, lanzando un grito que provocó que se estremeciera su ahora pequeño cuerpo.
Se quedó parada, experimentando los placeres posteriores al orgasmo. Escuchó pasos y vio que Jessica se metía en aquel lugar. Trató de taparse, pero la morena sólo sonrió y se aproximó. Le dio la mano y la ayudó a levantarse.
_ Vamos… nuestra ama nos está esperando… ¿Ya has olvidado que tenemos que hacer?
Fue como si un tren de mercancías golpease la cabeza de la pobre Martha, destruyendo los escasos segundos de lucidez que había en su mente. Su rostro se deformó con una sonrisa estúpida. Dejó de encontrar raro estar dentro de un cuerpo que no era el suyo y siguió a su capitana con el resto.
_ Osea que así funciona. _ Martha sonrió, eran sus labios los que hablaban, pero no era ella. No supo por qué, pero no le extrañó en absoluto. _ Es mejor, supongo… aunque habría sido más interesante ver cómo habría sido Martha siendo Jess.
La ahora pequeña Martha observó a Jess, que sonreía, aún más feliz de lo normal. Martha no podía saber que Jess estaba muy contenta por volver a su cuerpo, sabiendo que aquella noche iba a poder hacerle el amor a su padre. Qué ganas tenía Jess se meterse aquella enorme tranca ahora que volvía a ser ella misma.
_ Muy bien, chicas. Nuestra ama está en el cuerpo de Martha. Así que ella nos dará la lección hoy. _ Comentó Jess, muy entusiasmada. _ ¿Está bien así, ama?
_ Sí, está bien así. Poneos todas en fila. Tú también, Martha. Sé que no estás en tu cuerpo, pero es importante que aprendas los procedimientos para cuando tengas que ejercer. Ponte con el resto.
_ Sí, mi ama.
Para Martha era extraño estar en un cuerpo tan pequeño. Acostumbraba a notar el bamboleo de sus enormes tetas y su culo, que eran mucho más grandes que los de Morgan. Además, tenía muy afinado el sentido del equilibrio con respecto a su altura. Así que se tambaleaba un poco mientras ocupaba asiento.
Por suerte, mientras Morgan daba las explicaciones, Jess estaba siendo muy comprensiva con ella. Además, los ejercicios que Martha les estaba explicando, no requerían demasiada coordinación ni técnica. Estaba convencida de que incluso con su cuerpo prestado podía realizarlos.
Una media hora después, el gimnasio estaba lleno de gemidos sólo interrumpidos por las frases que las chicas repetían como un mantra.
_ Sólo somos un coño para nuestra ama. _ Susurraba Teresa, mientras se metía desesperadamente un consolador en el coño, en la posición del perrito, gritando como una puerca.
_ Somos cazadoras de semen… _ Gruñía Janet que, demostrando su gran flexibilidad, había formando una perfecta T con el cuerpo, mientras otras tres chicas, de las que Morgan no recordaba el nombre, la sostenían para ayudarla a penetrarse con enorme consolador, que estaba entrando directamente en su culo. Todas ellas llevaban uno metido en el coño.
Martha, aún impedida como estaba, hacía su mayor esfuerzo con los pequeños consoladores que Morgan le había proporcionado. Estaba tirada en el suelo, con las piernas tras las orejas, usando las paredes de coño y culo para retener ambos consoladores. Tenía prohibido usar las manos, así que era muy duro.
Mientras tanto. Morgan observaba el espectáculo desde las gradas. Su querida Jess estaba lamiendo sus enormes pezones, mientras la penetraba lentamente con otro consolador, usando las manos. El cuerpo de Martha era muy sensible y Morgan lo estaba disfrutando mucho. Aferró la cabeza de la morena y la instó a que lamiera su clítoris, a lo que Jess, sumisa, respondió con absoluta obediencia. Aquello sí que era vida.
Se detuvo un momento a contemplar su obra, lo depravado de la situación, a disfrutarlo, antes de aclararse la garganta y preguntar en un grito.
_ ¿Cuál es vuestro oficio? _ Preguntó.
_ ¡Recolectar semen para nuestra Ama! _ Repitieron todas las chicas al unísono.
_ ¿Y qué vais a hacer mañana?
_ ¡Follar como las putas que somos! _ Aquel coro de voces era maravilloso.
_ ¿Y por qué vais a hacerlo?
_ ¡Porque eres nuestra ama, y nosotros sólo somos coños estúpidos que sólo sirven para follar!
_ Eso es, buenos coños. Repetid eso mientras continuáis. _ Ordenó, mirando a Jess. _ Tú también.
_ Sólo… soy… un… coño… estúpido… que sólo sirve… para follar… _ Repitió Jess, entre mordiscos a su clítoris.
_ Sólo soy un coño estúpido que sólo sirve para follar. _ Repetían Janet y las tres chicas que la sostenían mientras la hacían bajar y subir, esforzando sus esfínteres para no perder los que ellas llevaban.
_ Sólo soy un coño estúpido que sólo sirve para follar. _ Repetía Teresa, follándose a sí misma como si se odiara, con un desprecio y una crueldad sin sentido.
_ Sólo soy un coño estúpido que sólo sirve para follar. _ Recapitulaba Martha.
Martha tenía pena… Porque Morgan tenía tanta razón. Ella sólo era un coño estúpido, y su propósito en la vida era follar y recopilar ingentes cantidades de esperma. Pero no podría hacerlo mientras estuviera en un cuerpo ajeno. Sin embargo, tal como Morgan le había explicado, ocupar su cuerpo era todo un honor, y debería aceptarlo como tal.
_ Sólo… soy… un… coño… _ Comenzó a repetir con más fuerza, a medida que notaba la cercanía del orgasmo. _ Que… sólo…sirve… para… follar.
Lanzó un poderoso grito y los dos consoladores salieron volando de su culo y su coño cuando squirteó. Se quedó un par de segundos tirada en el suelo, avergonzada por haber sido la primera en correrse… pero orgullosa de lo lejos que habían llegado los consoladores.
_ ¡Sólo soy un coño estúpido que sólo sirve para follar! _ Gritó Teresa, lanzando el consolador también a gran velocidad.
Este impactó directamente contra el estómago de Janet, que rompió su concentración, así como la de las tres chicas. Las cuatro cayeron al suelo, lanzando un sonoro grito.
_ Sólo soy un coño estúpido que sólo sirve para follar… sólo soy un coño estúpido que sólo sirve para follar. _ Repetían las cuatro mujeres mientras se corrían, presas de orgasmos múltiples.
Morgan también se corrió. Pero ella fue bastante silenciosa. Miró la hora. El entrenamiento tenía que haber acabado veinte minutos antes.
_ Lástima. _ Susurró. _ Jess, ¿Te has corrido?
_ No, ama.
_ Bien, córrete. Piensa en cómo vas a estar con tu papi esta noche.
_ Oh sí… papi… sólo soy un coño estúpido que sólo sirve para follar. _ Se corrió con fuerza.
Morgan se limpió los dedos, que estaban cubiertos de su flujo y el de Jess. La morena se incorporó.
_ Pero, ama… esta noche no estaré con mi padre. Este fin de semana le toca a mi madre. _ La informó.
_ Oh… que interesante. _ Morgan terminó de lamerse los dedos. _ Bueno, conoceremos a tu madre. Dame la dirección.
Miró a las chicas con severidad.
_ Suficiente, putas. _ Las reprendió. _ Aseaos y vestíos. Y para mañana, todas salvo Martha y Jess, tenéis que traerme algo de semen al parque. No me importa de dónde lo saquéis. Es vuestra iniciación. Si falláis, os echaré del equipo de animadoras y trabajaréis en la calle como las putas que sois. ¿Está entendido?
_ Está entendido, ama. No te fallaremos ama. _ Dijeron las chicas, al mismo tiempo, todas ellas con determinación en la voz.
Martha se sintió al excluida. ¡Ella también era un coño estúpido y quería conseguir semen para su ama!
_ Martha. _ La muchacha elevó el rostro. _ Este fin de semana voy a visitar a mis tías. Así que trabaja con mi prima. Asegura la tapadera. Estoy segura de que, si te portas bien, te hará una buena comida de coño. Gánatelo.
_ ¡Sí, mi ama! ¡No le fallaré, mi ama! _ Dijo, con una gran sonrisa.
Era una suerte que Martha viviese a tan sólo dos casas de donde Morgan lo hacía. Así que la dejó marcharse en su coche. Comprobó, divertida, que en su coche viejo era bastante difícil ajustar el asiento, por lo que tuvo que hacer varios intentos antes de ajustarlo.
Ella se subió al Lamborgini, con Jess a su vera. Se moría de ganas de ver a la madre de su actual puta favorita. Quién lo iba a decir, hacía unas semanas habría matado a Jess, y en aquel momento hasta sentía cierto cariño por ella.
La casa de la madre de Jess no estaba situada de forma tan conveniente como la de su padre. Martha llegaría tarde aquel día a su casa, pero era viernes. Podría tomarse esa deferencia, imaginaba. De lo contrario, hechizaría a sus padres. A ellos no le producía ningún problema hechizarlos. Sólo eran dos, no diez. Podría incluso sin la poción.
Aparcó frente a un bloque de apartamentos. A diferencia de Roman, que vivía en una casa terrera, parecía que el piso de Isabel, pues así le había dicho que se llamaba, era bastante modesto. Cuando abrió la puerta, se encontró con algo que la sorprendió.
La madre de Jess era blanca. Visto el tono de piel de su hija, le sorprendía. Estaba claro que había heredado mucho de su padre. Era una mujer que se conservaba muy bien, muy guapa, de piel pálida, ojos profundos de color miel.
_ Jess, sabes que al casero no le gusta que traigas a tus amigas. _ Suspiró Isabel. Se la veía derrotada. _ Martha, sé que has debido esforzarte mucho en traer a Jess hasta aquí, pero…
_ Isabel… mírame a los ojos.
Una mirada, una conexión, e Isabel se vio sometida, con la mirada perdida y un hilo de babas bajando por la comisura de sus labios. Morgan jamás se cansaría de ver aquella pequeña transformación.
_ Déjame pasar. _ Le indicó, con una leve sonrisa.
_ Sí… _ susurró, cerrando la puerta tras ella.