Morgan Stone, bruja adolescente 4

Tras ocupar el cuerpo de Jessica, Morgan decide convertirla en la hija perfecta... y después se propone hacer cambios en los entrenamientos de las animadoras con ayuda de sus siervos.

Roman no sabía qué le había pasado a su hija… tampoco quería preguntarlo. Le preocupaba que se rompiera “el hechizo” y le diese una bofetada. Había ido moviendo sus dedos lentamente por la anatomía de la muchacha, primero apretando sus nalgas hasta que finalmente había conseguido deslizar el dedo hasta llegar a su coño. Jess no sólo no llevaba bragas, si no que estaba mojadísima.

Morgan se lo estaba pasando como nunca. Roman era una auténtica bestia salvaje, un toro bravo que estaba haciendo su mayor esfuerzo por refrenar sus instintos a pesar de que evidentemente lo que más le apetecía era romperle el coño en trozos, como atestiguaba el tamaño de su enormísima polla.

Morgan había visto mucho porno… y sabía que los negros solían tener mejor talla que los blancos… pero aquello era ridículo. Estaba convencida de que a su verdadero cuerpo aquella monstruosidad no le cabría y la destrozaría en mil pedazos. Por suerte, no era ella misma, era Jess, la sexy Jess con un coño muy bien dilatado, que en aquel momento estaba recibiendo los dedos de su padre.

_ Papi… _ Le susurró al oído, de la forma más sensual que pudo. _ ¿Quieres que te coma la polla?

Ella ya sabía la respuesta. Lo cierto es que podría controlar a Roman muy fácilmente… pero… ¿Para qué molestarse? Él estaba muerto de ganas de follarse a su hija. Le daba mucho más morbo aprovechar eso así. Roman la miró con los ojos encendidos, asintiendo lentamente.

Jess, como toda una profesional, cogió el coletero que llevaba en la muñeca y se hizo una cola de caballo con ella. Bajó el pantalón de su padre y vio aquella monstruosidad atrapada bajo el calzoncillo, que apenas podía retenerla.

Era enorme, colosal, mastodóntico. Morgan no se creía que un ser humano pudiera tener semejante cosa. Parecía más propia de un caballo. Estaba babeándose al verlo. Y la espesa capa de flujos que bajaba por su coño, manchando su vello negro, también atestiguaba lo excitada que estaba.

Roman se mantuvo en silencio mientras su hija se quitaba el top, mostrando sus bonitos pechos de color chocolate con unos pezones ligeramente más oscuros y de buen tamaño, y cogía su tranca con ambas manos. Lanzó un sonoro gruñido cuando la pequeña finalmente se lo tragó… o al menos lo intentó.

Morgan entendió en seguida que aquella tranca no le cabía entera en la boca. Era imposible. Por mucho que se girara, o que se posicionara de otra forma, sencillamente la cavidad bucal era insuficiente para contenerla. Así que se adaptó, tomándola con ambas manos y masturbándola mientras jugaba con la punta. Roman le acarició el pelo y el rostro, ella se la sacó y sonrió.

_ Te quiero, Papi… _ Le dedicó su mejor sonrisa antes de seguir chupando.

_ Y yo a ti, mi peque… Dime… ¿Por qué este cambio de parecer?

_ Antes me daba miedo… que me rompieras con esta gran polla. _ Inventó Morgan. _ Quiero decir… ¿La has visto? Una nenita como yo tenía que prepararse antes…

_ ¿Era eso todo este tiempo? _ Jess le dedicó su mejor sonrisa.

_ Por supuesto, papi…

_ ¿Y qué hay de Billy? _ Le preguntó él.

_ Sólo me follaba a ese mocoso para alargar mi coño y que cupiera tu gran polla. _ Como queriendo unir la acción a la palabra, se montó sobre él y empezó a penetrarse.

_ Entonces… ¿Billy no significa nada?

_ Billy sólo es un perdedor insufrible, pero tiene la mejor tranca del insti. _ Continuó inventando. _ Es la polla de un niño comparada con la tuya, pero era lo mejor que tenía.

Lo que Morgan quería era subirle el ego… aunque tampoco estaba mintiendo. Mientras trataba de meterse aquella monstruosidad dentro, se daba cuenta de que el cuerpo de Jess tenía verdaderos problemas para acomodarla.

Roman, sin embargo, estaba siendo un padre ejemplar, ayudando a su hija a recibir aquella monstruosidad que, al parecer, tanto le gustaba. No terminaba de creerse la historia de Jess… pero le daba igual. Llevaba desde que Jess se había desarrollado fantaseando con aquello. Había incluso perdido a la “escoria blanca”, como ahora llamaba a su exmujer. Pero había valido la pena.

Cuando finalmente llegó a la base, Morgan no se lo creía. Podía notar cómo le presionaba el estómago. Todo su cuerpo estaba convulsionando de placer. Quizá eso era lo que había sentido Jess al entrar en su cuerpo, ese mismo placer.

Roman sabía que su querida hija estaba adaptándose al que era su mayor orgullo, su enorme polla. Así que mientras la muchacha se acostumbraba a la invasión, aprovechó para empezar a comerle las tetas y sobar sus nalgas, apartando la falda de animadora poco a poco.

Morgan empezó a moverse despacio. Apenas sacaba una pequeña parte cuando se movía, pero Roman estaba complacido. Aquello era como si la estuvieran desvirgando de nuevo. Después de aquello, cualquier polla normal le iba a saber a poco a Jess. El chute de endorfinas era brutal con cada estocada.

Y se volvió adicta a esa sensación. Acabó dando botes furiosos sobre el cuerpo ajeno, mientras una risa extraña, surgida del chute de adrenalina, llenaba la habitación. Morgan iba a asegurarse de que Jess continuase viviendo así su vida, como el vertedero de esperma de su padre. Quién sabe… quizá incluso pudiera recuperar a su madre y así darle la familia “feliz” que tanto echaba de menos.

Roman se corrió con tanta fuerza que Jess se cayó del sofá. El esperma blanquecino no dejó de manar y manar, cubriéndole todo el cuerpo, mientras ella, que había encadenado cinco orgasmos, no dejaba de reírse.

_ Sácame una foto, papá… no quiero olvidar nunca este momento…

Ya intuía que aquel iba a ser el nuevo fondo de pantalla de su “padre”. Y le gustaba la idea. Aquella noche durmieron juntos. A Morgan no le disgustaba dormir aferrada por un hombre fuerte, sintiendo el olor de su cuerpo impregnado de sexo ni los movimientos de su polla… o cómo hurgaba entre sus nalgas entre sueños.

Despertó llena de energía y se dirigió a la cocina, preparando el desayuno tanto para ella como para su padre. El hombre se despertó y llegó a la cocina con una gran sonrisa al ver que su hija estaba cocinando sólo con el delantal.

_ Buenos días, Papi. _ Le saludó. _ ¿Te apetecen huevos fritos o revueltos?

_ Revueltos. _ Dijo, sentándose en la silla.

Jess le sirvió los huevos y el zumo. Morgan no sentía ningún aprecio hacia esa clase de servidumbre. Pero quería que esa fuera la vida de Jess a partir de aquel momento, así que si tenía que hacer el paripé un poco más, no le molestaba.

_ Bien, ¿Quieres café, leche?

_ No, gracias.

_ ¿Te la chupo? _ Roman extendió la sonrisa.

_ Claro, peque. Eso siempre.

Jess se colocó bajo la mesa y empezó a trabajar. Ambos parecían haber aceptado que era imposible que aquella monstruosidad entrase en la boca de Jess, así que se contentaba con la cabeza mientras usaba sus tetas y sus manos para estimular el resto. Con todo ello, Roman, mientras desayunaba y leía el periódico, no tuvo la menor queja.

Se corrió violentamente sobre su hijita, que lo recibió cerrando los ojos y abriendo la boquita. Sin embargo, la mayor parte cayó sobre su piel y pudo disfrutar el espectáculo de cómo lo recogía. Era el hombre más feliz del mundo en aquel momento.

_ Papá, antes de que te vayas… hay una cosa que quiero pedirte. _ Jess se puso en pie.

Era cómico verla tan seria, estando desnuda y cubierta de semen, con el coño chorreando.

_ ¿De qué se trata, peque? ¿Qué quieres, un coche? ¿Por eso te has entregado a mí?

_ ¿Qué? No. Me he entregado a ti porque adoro el sabor de tu enorme polla negra. _ Dijo, sin perder la seriedad. _ Lo que quiero pedirte es permiso para que me dejes rasurarme el coño.

_ ¿Pero por qué? _ Roman pareció molesto. _ Me gusta tu coñito así.

_ Pero papá… es más higiénico y… da más placer… _ Le acarició lentamente las bolas, provocando que se estremeciera. _ Para ambos… Además… sé que te apetece comerme el coño. ¿No quieres saborear el coño de tu nenita y hacerme gritar como un zorrón?

_ La verdad, con un argumento como ese… no me puedo resistir. Me voy al trabajo, nena… No llegues tarde al instituto.

_ Seré una niña buena. _ Le susurró Jess, dándole el beso más ardiente que jamás le habían dado.

Ducharse con agua fría la ayudó a recuperar la cordura. No sólo estaba disfrutando cómo una loca de la gran polla del padre de Jess, si no de los placeres que le daba su nuevo cuerpo. Se puso su ropa de animadora, y estaba a punto de salir, cuando revisó el grupo. Había entrenamiento con las animadoras aquella tarde.

Morgan no pensó mucho en querer escaquearse antes de que su mente pasar a pensar en las propias animadoras y en sus cuerpos. Podría hechizarlas en el entrenamiento. La idea vagaba por su mente, pero era problemático. Necesitaría algo más que su mirada para hechizar a todo el cuerpo de animadoras. Cogió el libro y se dirigió en búsqueda de “Morgan”

Jess había pasado la noche en vela otra vez. Ser Morgan era demasiado excitante para ella. Se había pasado la noche frotando los pezones de sus incipientes pechos, así como penetrándose el culo y el coño con el consolador de Morgan. Le dolían un poco por el sobreesfuerzo, pero había merecido la pena. Por eso estaba adormilada en el banco en el que había quedado con su ama.

_ Jess, despierta, sube al coche.

_ Sí, ama. _ Respondió adormilada, subiéndose al asiento del copiloto.

_ No has dormido, ¿Verdad? ¿Te has pasado la noche tocándote?

_ Sí, ama. _ La llenaba de cierto orgullo que Morgan la conociera tanto.

_ Pues nada de dormirse en clase, y tampoco puedes tocarte. _ Le ordenó. _ Estás en mi cuerpo, y tengo una imagen que mantener. ¿Entendido?

_ Entendido, ama. Haré mi mayor esfuerzo, aunque sólo sea un coño estúpido.

_ Repite eso.

_ Soy un coño estúpido.

_ Sí, sí que lo eres. _ Susurró Morgan, atrayéndola para besarla.

Fue extrañamente placentero para ambas besar sus propios labios. Jessica ya ni siquiera recordaba su relación con Billy. Parecía producto de una nebulosa informe, no importaba. Morgan le pasó el libro de conjuros.

_ Duerme, Jess.

Jess cayó en trance. Lo cierto es que se planteó dejarla así, pero era demasiado peligroso. Respiraba acompasadamente, con su sonrisa estúpida. Tenía los ojos cerrados, probablemente debido al cansancio.

_ Busca un conjuro para dominar a multitudes. _ Le ordenó.

Jess leía mecánicamente mientras su ama conducía hasta el colegio. Era mucho mejor así, porque no se distraía, aunque extrañamente su coño no dejaba de supurar flujos. Por suerte, se había preparado y llevaba una compresa puesta.

_ No hay un conjuro, ama. Pero hay una poción. _ Comentó Jess.

_ ¿Alguna idea de dónde conseguir los ingredientes?

_ Creo que podemos conseguirlas en la cocina, el laboratorio y la granja del instituto, mi ama. _ Susurró Jess.

_ Gracias. Buen trabajo, esclava. _ Jess se corrió con aquellas palabras.

Morgan volvió a apartar el libro, ocultándolo en la parte de atrás.

_ Despierta, Jess. Tú y Billy tenéis trabajo.

_ Cualquier cosa para servirte, mi ama. _ Jess sonrió de oreja a oreja.

Habían terminado las clases. Morgan no quería preguntarse cómo había conseguido Billy el corazón arrancado de pollo… pero sinceramente esperaba que proviniese de la cocina y no de la granja. El mejunje que estaba preparando no parecía especialmente sabroso.

Llevaba colas de rata que habían conseguido en el laboratorio, varias sustancias químicas, así como excrementos de conejo y el corazón del pollo. También llevaba algunas hiervas… y su propio squirt… Lo diluyó mucho, pero aún así el hedor era insoportable.

Mientras removía, Jess la estaba mirando como se miraría a dios si se hubiera personado ante ti… si dios te pusiera especialmente cachonda. Le dio libertad para masturbarse y lo estuvo haciendo todo el tiempo, con un ritmo lento, evitándose a sí misma los orgasmos para no gritar y no molestar.

Tras terminar la mezcla, Morgan revisó las palabras. El conjuro indicaba que debía pensar en una bebida… así que pensó en la bebida isotónica que tomaban las chicas. Tras un fogonazo, la poción se transformó. Dejó de oler a literalmente mierda y adoptó el aspecto naranja de la bebida isotónica.

_ Me encanta la magia… _ Murmuró Morgan. Cogió una cucharilla y se la pasó a Jess. _ Pruébala. Dime si sabe igual que la bebida que tomáis.

_ Sí, el sabor es idéntico. _ Corroboró cuando la probó.

La expresión de Jess se relajó de inmediato. Sus ojos se perdieron incluso más de lo habitual. Se le abrió la boca y no se molestó en cerrarla. Su coño comenzó a supurar tanto líquido que sobrepasó la compresa, manchando el suelo. Sus pezones estaban completamente de punta y sus manos relajadas, como una muñeca.

_ Wow… ¿Jess?

_ Vivo para obedecer a mi ama… mi cuerpo es de mi ama… mi coño es de mi ama… mi alma es de mi ama… ordéname pues sólo existo para servirte, mi ama… _ Recitó. _ Soy tu más fiel servidora y la única razón de mi existencia es obedecerte.

Jess ya había estado en trance… ya la había hechizado. Pero aquello era distinto. Era como si alguien hubiera sacado a Jess por completo de aquel cuerpo que ni siquiera era el suyo y dentro hubieran metido otra cosa… otra cosa sin la más mínima capacidad de generar pensamientos propios.

_ Bien… vamos a tener que rellenar las botellas de las chicas. Venga, en pie.

_ Si, mi ama, lo que ordenes, mi ama. _ Jess puso los ojos en blanco cuando se incorporó. Era tan sólo la primera orden, levantarse… suficiente para que el chute de endorfinas le diera un orgasmo.