Morgan Stone, Bruja adolescente 3
Morgan reafirma su dominio sobre sus esclavos y decide probar un nuevo conjuro que le mostrará una nueva perspectiva a partir de la que explorar sus poderes.
Morgan se había levantado muy temprano, antes del amanecer. Había muchos conjuros en aquel libro, quería explorarlos, y decididamente no quería hacerlo en presencia de sus madres. Sabía que tendría que hechizarlas para que la dejaran conservarlo, además, se arriesgaba a que consiguieran liberarse, ellas no eran adolescentes calenturientas como Jess y Billy.
Había muchos conjuros en el libro. Muchos alteraban la mente, como el que ya conocía, otros el cuerpo. Aquello le hizo pensar en cómo sería medir metro noventa y tener unas berzas del tamaño de las ubres de una vaca. La idea le resultaba atractiva, pero la descubrirían con facilidad. Fue entonces cuando vio el conjuro de intercambio de almas.
“El conjuro permite a la bruja intercambiar el alma con un compañero (o víctima), tomando su cuerpo y por tanto su identidad. Además, si tenía algún tipo de control sobre él, lo mantendrá en todo caso.”
Aquellas palabras provocaron que Morgan se masturbara aquella mañana. Podría ser literalmente cualquier persona. Podría tomar el cuerpo del presidente si quisiera, ser la reina de Inglaterra, o mejor, modelos y actrices famosas si quisiera. Fue demasiado para ella, que se corrió con fuerza sobre las sábanas.
Como cada mañana se duchó y se vistió. En aquella ocasión, la primera. Ahora veía a las mujeres de su familia con otros ojos. Martha… podría volver a tener el cuerpo de Martha si quisiera. Podría volver a bambolear aquellas enormes mamas que tanto había adorado antes de reencarnarse.
También podría ser Victoria. Todo el trabajo artístico que cubría su piel siempre la había fascinado. Eran muchos tatuajes, todos ellos hermosos, y podrían ser suyos. También estaba su hermana Vicky. Vicky tenía un aspecto más salvaje que ella, más atractivo. Si le sacaba partido estaba segura de que podría conseguir a quien quisiera.
Pero su hermana era la princesita de sus mamis, y era por dentro aún una niña pequeña, probablemente virgen. Eran ideas divertidas e interesantes, pero de nuevo, se había prometido no hechizar a su familia, y así lo hizo. Aún así, metió el libro en su mochila y lo dejó en el maletero del coche, por si acaso.
Descartó el conjuro de intercambio de almas hasta que recogió a Jess. Oh, las cosas que ella podría hacer con el cuerpo de Jess. Se decidió a hacerlo, pero no directamente. Por el momento se dedicó a ser la mejor amiga del mundo escuchando la trágica historia de como su padre la toqueteaba.
Evitó a propósito hablar del beso que habían compartido el día anterior. Jess había evitado el tema, y en parte quería que se potenciara su sentimiento de atracción hacia ella al sentir dudas sobre si correspondía o no.
Al llegar al instituto, ambas se bajaron del coche. Billy las estaba esperando, sentado en un banco. Se le veía desmejorado y cansado. Morgan sonrió al ver que en la mano llevaba una botella de litro, casi llena de un líquido blancuzco que parecía muy espeso por cómo se movía dentro de la botella.
_ Billy. _ Le saludó Jess, con un beso en los labios. _ Cariño, has llegado pronto.
Pobre Billy. Toda la noche tocándose como un animal para llenar aquella botella, y en aquel momento, en cuanto vio a Morgan, pudo notar cómo sus cuerpos cavernosos empezaban a doler. Se llevó las manos a la polla, dejándose caer en el sofá.
_ ¡Billy! ¿Cariño, estás bien? _ Jess se dejó caer para ayudarle a levantarse.
_ No te preocupes por él, Jess… está bien.
Jess iba a decirle a Morgan que ella no tenía ni idea, pero se quedó congelada. Morgan había abierto la botella y estaba bebiendo su contenido. El preciado esperma caía lentamente entre los labios de la muchacha, que se lo bebía con un ímpetu y un ansia desmesurado. El placer y el deseo estaba pintado en su rostro, y cuando más miraba Jess, más cachonda estaba.
No fue hasta que dejó de beber, relamiéndose después de haber bebido casi todo el contenido, que Jess volvió en sí, al menos el tiempo suficiente para recoger la botella y tratar de recuperar algo de su contenido. Fue totalmente inútil, Morgan se había bebido hasta la última gota.
_ Sí, me siento renovada. _ Murmuró Morgan, crujiéndose el cuello. _ Lista para un día nuevo, ¿No creéis, chicos?
_ ¿Qué dices? _ Jess miraba a Billy con preocupación. _ Le pasa algo, hay que llevarlo a la enfermería.
_ Jess, no te preocupes… duerme…
Jess entrecerró los ojos un instante antes de dejar la mirada perdida, su sonrisa casi inexpresiva y la baba cayendo por sus labios. Por momentos, a Morgan se le pasaba dejarla así para siempre. Por desgracia no era nada práctico. Necesitaba que tuviera cierta autonomía.
Se quedó unos momentos mirando a Bill quejarse. Lo estaba disfrutando. Podría verlo todo el día, pero lamentablemente tenía que ir a clase.
_ Bill, duerme. Esclavos, en pie.
_ Sí. _ Respondieron al unísono.
_ Ah, sí, arreglemos eso. A partir de ahora, cuando estéis sólo conmigo o con otros esclavos me llamaréis ama, no sólo cuando estemos a solas, ¿Está entendido?
_ Sí, ama. _ Respondieron al unísono.
_ Bien, resuelto esto… quiero que dejéis de ponerme en duda. A partir de ahora, cuando yo diga algo, asumiréis que tengo razón, porque en vuestro interior sabéis que soy mucho más lista que vosotros, que sois unos tontos esclavos sin cerebro. ¿Está entendido?
_ Entendido, ama. _ Dijeron ambos, con voz monótona.
_ Vamos, despertad. Tenemos que ir a clase.
Ambos comenzaron a pestañear rápidamente.
_ Te digo que está bien, Jess. ¿Verdad que estás bien, Billy?
_ Sí, tienes razón. _ Jess asintió. _ Billy, deja de hacer el tonto, vamos a llegar tarde.
_ Sí… _ Emitió un quejido y se puso en pie.
Se estuvo aferrando la polla todo el camino, porque le dolía a horrores tenerla dura. Además, el olor a sexo que desprendía era imposible de ignorar. La gente cuchicheaba y decía cosas a su alrededor. Normalmente les había preocupado, pero Morgan les dijo que aquello era lo más normal del mundo, así que no le dieron importancia.
Las clases fueron muy divertidas para Morgan. Durante la clase pudo notar a Billy y a Jess con la mirada fija en ella, incapaces de concentrarse. Los dolores de Billy no cesaron en todo el día, porque cada vez que la miraba se ponía duro como una roca.
Y estaba segura de que, debajo de su mesa, a quita hora, Jess se había rendido a sus instintos y se había metido los dedos mirándola cuando creía que no la estaba mirando. Vio que la profesora se aproximaba y la instó a acercarse para preguntarme una duda. Bastó una mirada y la mujer cayó bajo su hechizo.
En aquellos segundos no pudo darle muchas órdenes, apenas lo justo para que ignorase a Jess. Fue maravilloso. Jess fue cogiendo confianza al ver que no la reprendían, y acabó derrengada sobre la mesa, con expresión de estúpida felicidad mientras se metía el bote de típex en el coño ante la atenta mirada de todos sus compañeros, que esperaban que la profesora reaccionara, todos demasiado nerviosos para decir nada.
Morgan, con la tranquilidad de saberse en el control de la situación, se puso en pie y se acercó a Jess. Notaba la mirada de sus compañeros que seguramente creían que iba a ponerle fina a aquella locura… ingenuos.
_ Jess… ¿Me dejas el típex? _ Le preguntó, con su mejor sonrisa.
_ Morgan… no puedo, lo estoy usando. _ Sí, sí que lo estaba usando, se lo estaba metiendo tan hondo que empezaba a ser una posibilidad real que no lograra sacarlo.
_ Ya… sí, lo veo. _ Se acercó y le susurró al oído. _ En realidad, toda la clase puede verlo.
Fue como si Morgan rompiera un hechizo que no había lanzado. De repente, Jess se dio cuenta de lo que estaba haciendo y se le hincharon los ojos de terror.
_ Pero está bien… no pasa nada porque te miren. _ Su mirada se relajó de inmediato. _ Te tienen envidia porque ellos no se atreven… sigue con lo que estás haciendo.
Lo cierto es que el principal motivo por el que nadie intervenía era que le tenía miedo a Jess. Morgan no era la única que había acabado en una taquilla aquel año. Sin embargo, al acabar la clase, no le sorprendió ver que la mayoría de los alumnos salían de clase con la tienda de campaña en los pantalones en su gran mayoría. También había un par de chicas sonrojadas.
Al menos Billy no desentonaba. Jess estaba extrañamente orgullosa de haber provocado ese efecto mientras acompañaba a Morgan al coche. La castaña la tomó de la cintura antes de subir y la miró a los ojos.
_ Jess… ¿Te gusta tu vida? _ La miró a los ojos. _ Sé sincera.
_ Casi todo. _ La miró a los ojos. _ Soy popular, y querida… tengo a Billy.
_ Pero…
_ Pero la situación en casa es un infierno… mi padre se propasa conmigo… hecho de menos a mi madre…
_ Entonces… ¿Te gustaría tener la oportunidad de saber lo que es tener una familia que se quiere, que funciona?
_ Me encantaría. _ Jess la miraba con total sometimiento.
_ Jess… ¿Te gustaría ser yo? _ Morgan sonrió.
Jess alargó la sonrisa hasta formar una mueca estúpida. En su nueva forma de pensar, Morgan era la mujer más sexy del mundo.
_ Me encantaría ser tú. _ Sonrió, tonta del bote.
_ Pero para ser yo… tienes que jurarme que mientras lo seas… no se lo vas a contar a nadie. Absolutamente a nadie. Ni a tus amigos, ni familia, ni a Billy. Sólo yo y mi prima Astrid podemos saberlo. Me lo tienes que prometer.
_ Te lo prometo. _ Jess sintió que un orgasmo la golpeaba y el bote de típex que se había quedado alojado en sus entrañas salió disparado contra el suelo.
Mientras Jess trataba de reponerse, Morgan estaba susurrando un antiguo cántico en un idioma desconocido. Palabras sin sentido para quien pudiera escucharlas. Jess tampoco las entendía. Aunque le costaría mucho entender nada en aquel instante, presa de las sensaciones posteriores al orgasmo.
Hubo un momento en que su mente se quedó en blanco, y cuando quiso darse cuenta, lo siguiente que vio fue su propio cuerpo, frente a ella, con una sonrisa pícara donde antes sólo había lujuria y desenfreno.
Jess se miró las manos y se quedó helada un segundo. Sus manos eran blancas y de dedos muy pequeños, muy distintas a las manos grandes de piel oscura que estaba acostumbrada a ver. Además, todo era mucho más grande. Instintivamente se miró en el retrovisor del coche y a una excitada Morgan devolviéndole la mirada.
Aquello fue demasiado para Jessica… estaba dentro del cuerpo de su diosa. Se deslizó por la puerta del coche mientras gruñía, reía y gemía como una puerca, haciendo que las infantiles facciones de Morgan se deformaran en una expresión de deleite enfermizo.
La verdadera Morgan casi la envidiaba. Con todo su poder, no había llegado a experimentar nada como aquello. Tenía poder, sí… pero no podía tener esos orgasmos tan intensos que eran capaces de destruir el cerebro por unos segundos.
Por otro lado, se detuvo un momento a observarse. El mundo se acababa de hacer mucho más pequeño. Sus manos eran gigantes, sus piernas largas y torneadas… su culo bien formado… sus pechos eran jodidamente enormes y no pudo evitar acariciárselos durante unos segundos. Estaba en la gloria.
_ Bien, veamos… Jess. _ No respondió, y esa lo sorprendió. _ ¿Morgan?
_ Sí, ama… _ “Morgan” hizo un esfuerzo por recuperar la compostura.
No es que lograse gran cosa. En su rostro la locura que estaba pasando por su cabeza era incluso más evidente que en las facciones originales, además, había formado un charco bajo ella mientras estaba sentada en el suelo y había manchado tanto el pantalón como sus bragas. Estaba claro que era el momento cumbre de su vida.
_ ¿Yo tengo carnet, Morgan?
Jess estaba haciendo un gran esfuerzo mental. Ser Morgan era tan excitante que había estado a punto de olvidar quién era de verdad.
_ Sí, lo saqué a la primera.
_ ¿Y por qué no tienes coche?
_ Papá no me lo compra.
_ ¿Problemas de dinero?
_ No lo sé, quizá.
_ No te preocupes, yo lo averiguaré. _ Extendió su mano. Qué pequeña era su verdadera yo. _ Las llaves del lamborgini. Te recogeré a la puerta de casa cada mañana mientras dure este arreglo.
_ Sí, ama.
_ Trata bien a tus madres y a tu hermana. Siempre he sido una hija ejemplar, no lo estropees.
_ Sí, ama.
_ Estaremos en contacto por el móvil. Si ocurre cualquier cosa que requiera de mi verdadero yo, házmelo saber.
_ Sí, ama. _ Jess sonreía, era el día más feliz de su vida.
_ Bien, ahora vamos a casa.
Jess no sabía en qué piso vivía Morgan, pero se apañó para llegar. Saludó a sus madres con cortesía, se metió en su cuarto, cerró con pestillo y se sentó delante del espejo. Cogió una barra de labios y maquillaje, y se pintó como una puerta antes de encontrar el consolador que Morgan guardaba debajo de la cama y hundírselo de una sola estocada hasta lo más hondo de su coño.
Tuvo que hacer un genuino esfuerzo para no gritar. Estaba acostumbrada a su coño, que tenía más uso y estaba más dilatado. Aún así, siguió empujando, observando el rostro de Morgan desencajado en el espejo, con el maquillaje corrido hasta el punto de parecer una payasa. Mientras se corría, gimiendo con una fuerza descontrolada… logró controlar un desmayo que parecía inminente.
Mientras tanto Roman se encontraba viendo el fútbol, con una cerveza en la mano. Su hija Jessica se encontraba a su lado, acurrucada. Normalmente, rehuía su contacto como si tuviera las manos ardiendo. En aquel momento llevaba al menos diez minutos sobándole el culo y ella no había hecho ningún amago de apartarle. De hecho, Jess tenía una sonrisa picante que le estaba poniendo burrísimo. Roman no preguntó… pero cuando su hija empezó a acariciarle lentamente los pectorales… supo que era su día de suerte.