Morgan Stone, Bruja adolescente 2

Morgan ahonda más en sus nuevos poderes, tomándose su venganza desde un punto de vista más directo. Cansada del sufrimiento que le han hecho pasar, su código moral, si es que en algún momento lo tuvo, se desmorona por completo.

Jess no había podido concentrarse a lo largo de las clases que restaban. No dejaba de pensar en Morgan. Lo peor era que compartían clase. Y sólo con mirarle la nuca se estaba poniendo cachondísima. Había dejado un charco en la silla y se estaba imaginando cómo sería que aquellos labios de niña buena le mordieran los pezones.

Porque lo cierto es que sí, la carita de ángel de Morgan, que antes encontraba detestable, en aquel momento le resultaba increíblemente sexy. En toda su vida, Jess nunca había estado tan excitada. Era como un animal en celo. Tenía la mirada fija en su presa. La vibración del móvil, en su chaqueta, sin embargo, la distrajo y la devolvió a la realidad.

Billy le había mandado un mensaje. Apenas un par de emoticonos, pero en el lenguaje en código que ellos tenían entendió perfectamente que le estaba preguntando si quería un polvo en el gimnasio. Jess levantó la mano y el profesor interrumpió su explicación.

_ ¿Puedo ir al servicio, profesor?

El hombre puso los ojos en blanco, pero asintió. Jess salió de la clase y mandó un mensaje afirmativo a su querido novio. Pero por extraño que pareciera, seguía siendo incapaz de pensar en él. Morgan. A cada paso pensaba en Morgan. Su coño estaba húmedo por Morgan.

Ni siquiera saludó a Billy. No estaba pensando en él o en su relación. Se montó sobre él como un animal porque necesitaba dejar de pensar en Morgan. Práticamente lo placó y lo tiró al suelo para meterse su polla.

_ Eh… madre mía, Jess. Nunca te había visto así. _ Le dijo él.

Jess respondió con un gruñido de placer. Finalmente, se la había metido y estaba taladrándose con un ímpetu propio de la maquinaria industrial. Ni siquiera se había desvestido, pero Billy estaba conforme con el morbo de hacérselo con el traje de animadora puesto, a él siempre le había encantado.

_ Ah… calla… necesito… follar. _ gruñó Jess. _ Estoy… muy… cachonda.

_ Sí… ya lo veo, ya. _ Bill la atrajo hacia sí y la besó.

Jess cerró los ojos, pensando en Morgan una vez más. Hacerlo provocó que besara a Bill con una intensidad que nunca había expresado. Era una bestia, una bestia sexual.

Y cuanto más se acercaba al orgasmo, más pensaba en que si sólo fantaseando con Morgan se había puesto así, no podría imaginar cómo sería follársela de verdad.

_ Jess… me corro. _ gruñó. _ Muévete… no he podido ponerme el condón.

_ No… te… preocupes… es un día…seguro… _ Gruñía, se acercó a su oído. _ Lléname con tu leche.

Aquello fue demasiado para Billy, que se corrió violentamente en el interior de Jess. La morena no es que hubiera mentido, pero lo cierto es que no recordaba a la perfección si aquel era, efectivamente, un día seguro. Su deseo de sentir la leche de Billy había sido más fuerte que su capacidad de raciocinio.

Se dejó caer a su lado y se entretuvo dándole besitos como solía hacer. Pero lo cierto es que Jess no terminaba de sentirse satisfecha. Después de montar a Billy un buen rato, solía estarlo. Pero en aquel momento sólo pensaba en Morgan… quería comerle el coño a Morgan.

Y era extraño. Jess nunca había comido un coño. Ni siquiera salido con alguna chica. Había tonteado con alguna de sus amigas, experimentado, pero, en cualquier caso, nunca se le pasó por la cabeza chupar un coño. Y, sin embargo, la idea de hacérselo a Morgan era muy fuerte.

Se despidió de Billy y ambos volvieron a sus clases. A lo largo de las últimas, Jess apenas pudo contener sus impulsos y a punto estuvo de meterse los dedos en clase de biología. Menudo momento para estudiar el sistema reproductor.

Cuando finalmente terminaron las clases, se movió como una autómata, directa a la salida. Ahora sólo tenía que coger el bus, llegar a casa y podría pasarse toda la tarde con los dedos metidos en el coño. ¿Qué era aquello? ¿Un segundo despertar sexual? ¿Y por qué no dejaba de pensar en Morgan? ¿Acaso era bisexual y no lo sabía?

_ ¡Eh! ¡Jessica! _ Hablando del diablo.

Morgan se adelantó y la cogió por la cintura para detenerla. Aquello envió directamente un espasmo a su clítoris. A punto estuvo de correrse sólo por ese contacto.

_ ¿Qué quieres, Morgan? _ Se estremeció al mirar aquella sonrisa tan dulce.

_ Habíamos quedado en que te llevaría a casa, ¿Recuerdas?

_ Sí, ama. _ Respondió, dado que no había nadie más con ellas. _ Lo siento, he estado distraída.

_ No te preocupes, vamos. _ Le tendió la mano.

Doce horas antes, si alguien hubiera visto a Jessica mínimamente cerca de Morgan, esta había dado una patada a la chica. En aquel momento, sin embargo, le estaba cogiendo la mano porque el simple tacto de sus dedos era más excitante que la idea de que su novio por fin le comiese el coño.

Era como una zombie cuando se subió en el asiento del copiloto del Lamborgini. Morgan la observaba con una sonrisa perversa de vez en cuando mientras conducía. Podía ver cómo Jess empezaba a sudar. Podría haberla hipnotizado un poco más, para ver hasta dónde podía llegar. Pero decidió jugar un poco más con ella. Le gustaba verla así.

_ Bueno. Ya hemos llegado. _ Le confirmó cuando paró frente a su casa.

Jessica había perdido la noción del tiempo, y gracias al cielo su falta había absorbido toda la humedad que estaba destilando. Si hubiera manchado el asiento del coche nuevo de Morgan le habría dado algo. Había estado atrapada en sus fantasías. El pecho de Morgan era algo más grande de lo que recordaba, y ese había sido un gran combustible para su deseo.

_ Gracias por traerme. _ No quería que se fuera. _ Oye, ¿Quieres pasar?

_ No, lo siento, no puedo… tengo cosas que hacer. _ Respondió Morgan.

Jess notaba cómo el deseo nublaba su juicio. Sus ojos se dirigieron lentamente a los labios de Morgan. Y no se lo pensó demasiado. Se lanzó sobre ella y le comió la boca en un solo envite. Morgan se mostro sorprendida, y tenía los ojos abiertos como platos.

Jess se arrepintió en seguida, salió apresuradamente del coche y se metió en casa sin mediar palabra. En cuanto se vio sola, Morgan se echó a reír. Una lástima que el padre de Jess no estuviera en casa, se dijo… pero eso sería para otra ocasión.

Giró después de salir de la casa, y encaminó el coche de camino a casa de Billy. Sabía que no iba a poder conservar mucho a Jess guardando aquel secreto para él. Tarde o temprano su lujuria explotaría y le confesaría su atracción hacia ella. Quería que Billy estuviera en el modo adecuado.

Sabía que jugar con las mentes de otras personas iba a ser divertido, pero no imaginaba que tanto. Y había sido bueno no hacerlo con la familia. No quería destrozar su propia vida como sabía que estuvo a punto de hacer su madre. Aparcó frente a la puerta de Jason y llamó al timbre.

_ ¿Qué coño haces tú aquí? _ Le expresó, enfadado, cuando llamó a la puerta.

_ Mírame a los ojos, Billy.

Si Jess era extremadamente sexy estando en trance, Billy le resultó cómico. Con la mirada perdida parecía incluso más estúpido de lo habitual. Y la tienda de campaña en su pantalón, apretándolo, le resultaba enormemente divertida a Morgan, que se la apretó, provocando un estremecimiento.

_ Vaya, entiendo que a Jess le gustaras… esta es una buena tranca. _ Sonrió. _ Déjame pasar.

_ Sí.

_ A partir de ahora soy tu ama, y te dirigirás a mí como tal.

_ Sí, Ama. _ Respondió Billy, dejándole paso.

_ ¿Hay alguien más en tu casa? _ Preguntó.

_ No, ama. Mis padres están en el teatro. No llegarán hasta dentro de unas tres horas.

_ Bien, bien. Me gusta esa cifra. Empecemos por lo importante, antes de que se me olvide. A partir de ahora siempre que te ordene que duermas entrarás en este trance.

_ Sí, ama.

_ Y otra cosa más. A partir de ahora, para ti, yo soy la mujer más sexy del mundo, más que Jess, más que cualquier modelo o actriz con la que normalmente fantasees. De hecho, vas a estar tan obsesionado conmigo que cada vez que te corras pensarás en mí, y sólo se te pondrá dura si lo estás haciendo. ¿Entendido?

_ Entendido, ama.

Morgan lanzó una risa de poder. Por fin lo había conseguido. Las dos personas que más la habían hecho sufrir a lo largo de su vida convertidas en dos esclavos sexuales que no harían más que pensar en follársela.

_ Bien. Ven aquí, siéntate en el sofá, bájate los pantalones.

_ Sí, Ama.

Morgan se relamió cuando le bajó el calzoncillo a Billy y vio su enorme tranca. La acarició con los dedos y pudo ver cómo el chico se estremecía.

_ Deberías estar contento, Billy. Es la primera vez que voy a comerme una polla de verdad… la primera vez que me voy a montar en una. Es casi como si me hubieras desvirgado.

Se echó a reír y acto seguido empezó a metérsela lentamente en la boca. No era mentira. Morgan nunca había estado con un hombre, ni con otra mujer que no fuese Astrid. Era con ella con quien había perdido la virginidad, la perdieron el mismo día, cuando la rubia cumplió catorce años.

Morgan, por tanto, no era una experimentada chupapollas como Astrid siempre presumía que era. Por otro lado, importaba poco. Billy estaba tan excitado por su sola presencia que lo extraño era que no se hubiera ocurrido en cuanto empezó a tragársela, a pesar de que, a diferencia de Jess, que era una mamona profesional, estaba siendo muy torpe.

Pero no pasaba nada, tendría tiempo para practicar, aquella sólo era su primera mamada. Billy se corrió violentamente, lanzando un grito mientras le llenaba la boca con su semilla. Morgan no se la tragó de inmediato, la estuvo saboreando un par de segundos. El sonido de tragar fue extrañamente ruidoso en la silenciosa sala.

_ Ah… que rico estaba… lo había olvidado…

Si pensaba en ello no era su primera mamada, en realidad. Era la primera de Morgan como ser humano independiente… pero años antes, cuando había sido una escisión de la psique de su madre, sí que había sentido muchas. El sabor del semen estaba en su memoria desde hacía mucho tiempo. Pero había pasado tanto tiempo que casi lo había olvidado.

_ Más… _ Dijo, con una expresión enloquecida. _ Necesito más. Billy, ponte duro de nuevo.

_ Sí, ama. _ Billy emitió un quejido, notando cómo su polla se endurecía demasiado rápido.

_ Que siga dura hasta que yo te ordene lo contrario.

_ Sí, ama.

Morgan se subió encima de él y empezó a penetrarse a sí misma, gimiendo como una loca y moviéndose como un animal salvaje. El sabor del semen había despertado todos los recuerdos dormidos de su antigua vida, todos sus caprichos y deseos. Como en un extraño bautismo, había recordado muchas cosas que se habían convertido en esbozos.

_ Sí, más duro, polla estúpida. Quiero correrme… _ gruñía.

Es era su sitio. Había nacido para dominar, para jugar con las personas, para tratar a la basura como lo que era. Y pensar en ello era catártico. Fue ese pensamiento el que la llevó al orgasmo más fuerte que había tenido en toda su vida. Billy siguió empujando cuando ella se detuvo, disfrutando de la sensación de debilidad posterior al orgasmo.

_ Detente.

_ Sí, Ama.

Morgan se dejó caer en el suelo, respirando con dificultad. Entrecerró los ojos un momento, dejando que las sensaciones que había conseguido la llenaran. Había merecido la pena lo que había tenido que vivir para llegar allí. Y aún estaba experimentando. Había muchos más conjuros en ese libro.

Volvió a mirar a Billy, que seguía tirado en el sofá, con la polla dura como una piedra y algunas gotas de semen aún manando de ella, aunque nada en comparación con su propio coño, que acababa de dejar una pequeña mancha en el suelo. Morgan se inclinó y lo limpió con la lengua.

Podía parecer un gesto humillante, en especial para una dómina como ella, pero no iba a permitir que se desperdiciara ese cálido néctar.

_ Bien, voy a ducharme. _ Ratificó. _ Tú, trozo de carne, vas a enjabonarme.

_ Sí, ama.

La estampa fue maravillosa para Morgan. Billy la guiaba por la casa, desnudo y con la polla en ristre. Morgan, sin ningún arrepentimiento, había cogido un vestido de la madre de Billy y se dirigió con él al baño. Le estaba grande, pero era más un trofeo que algo práctico.

Durante la ducha, Billy la enjabonó con mucha diligencia. Aquello contribuía a su idea de sentirse como una diosa. Aquel muchacho, que la había estado humillando durante toda su etapa estudiantil, sí, estaba furiosa.

_ Repite conmigo, Billy.

_ Sí, ama.

_ Soy una fábrica de Semen.

_ Soy una fábrica de Semen. _ Repitió, con su voz monocorde.

_ Mi único objetivo en la vida es generar semen para mi ama.

_ Mi único objetivo en la vida es generar semen para mi ama.

Morgan lanzó una fuerte carcajada.

_ Bien, ya puedes parar. Pero ahora, quiero que interiorices esa idea. Tu familia, tu vida… tus amigos, el fútbol… Jess. Todo es una tapadera. En tu interior, en lo más profundo de ti, sabes que sólo existes para servirme… para darme tu semen.

_ Sólo existo para servirte… darte mi semen. _ Repitió.

_ Bien, eso es. Deja que esa idea cale poco a poco en ti. _ Morgan sonrió. _ Y por eso, esta noche, no se te va a bajar la polla en ningún momento.

Morgan volvió a reírse. Billy mantuvo una sonrisa estúpida.

_ Vas a pasarte la noche tocándote para mí. Y vas a guardar todo el semen que escupa tu polla. Pero no te vas a limpiar. Todo el que se quedé en ella, allí va a permanecer. Y no se te ocurra ducharte por la mañana. Quiero que todos huelan el despojo cachondón que eres. ¿Está claro?

_ Está claro, mi ama.

_ Buen chico. Puedes comerme el coño. _ Le dijo, ofreciéndoselo.

Aquella noche fue extremadamente larga para Jess y Billy. Billy había obedecido y se la pasó entera tocándose, generando una cantidad absurda de semen. Normalmente un hombre no llena sus testículos hasta pasados unos tres días, pero él seguía generando y generando más cargas a pesar de ello. Y todas eran extremadamente abundantes. Cuando salió de casa aquella mañana, por fin con la polla blanda, apestaba a sudor y sexo por no haberse duchado.

Jess no estaba mucho mejor. A pesar de que Morgan no le había dado la orden, se pasó toda la noche con los dedos metidos en el coño. No dejaba de pensar en el beso que le había dado a Morgan. Había sido mucho más excitante que todo lo que había hecho con Billy.

Apenas había dormido cuando se levantó aquella mañana. Ella sí que iba a ducharse, pero el olor a sexo que desprendía… le dio lástima desprenderse de él, le gustaba. Se había puesto su uniforme de animadora, se había asegurado tres veces de que llevaba bragas e incluso se había cogido unas de repuesto al ver que las empapaba en seguida. Nunca había generado tanto flujo.

No le dio más importancia, se echó al mochila al hombro y se dispuso a salir. Estaba ya junto a la puerta cuando notó una mano aferrada a su nalga derecha. Entrecerró los ojos. Incluso tan cachonda como estaba, aquello la repugnaba.

_ Papá… por favor, suéltame. _ Le pidió.

Su padre era colosal. Medía más de dos metros. Era un hombre negro, de piel mucho más oscura que la suya. Bajo el mono de trabajo que llevaba, a Jess le era imposible no ver una erección descomunal. Su padre tenía la polla más grande que Jess había visto en su vida. Y si no fuera su padre, probablemente la atrajese. Pero no era el caso.

Desde que había llegado la adolescencia de la muchacha, el hombre había empezado a propasarse con ella. Por eso se había divorciado de su madre. Por desgracia, a pesar de ser un obrero de la construcción, Roman, pues ese era su nombre, tenía amigos poderosos y estos le había conseguido la custodia compartida.

Ya desde el principio, el ir desnuda en casa era mandatorio. Para la Jess más joven no había problema, no entendía las motivaciones de su padre y se dejaba llevar. Pero para la Jess actual, su padre era el mayor combustible de sus pesadillas. Sabía que aquel hombre fantaseaba con follársela y probablemente, no de forma delicada.

_ Te ibas sin despedirte, Jessica. Eso está mal. _ Le dijo él, negando con el dedo.

_ Lo siento. Me voy al instituto, papá… nos vemos luego. _ Le miró con desprecio. _ ¿Puedes dejar de sobarme el culo?

El hombre finalmente lo hizo, pero tardó más de lo que hubiera deseado. Era una suerte que no se hubiera atrevido a meterle los dedos más adelante, habría notado su humedad y habría asumido cosas que no eran ciertas.

Jess salió de casa dando un portazo y se echó a llorar. Cuando levantó la vista, vio que había aparcado un lamborgini rojo frente a la puerta de su casa.

_ ¿Te llevo? _ Morgan le abrió la puerta del copiloto. Torció el gesto al verla. _ Jess… ¿Estás bien? Si te ha pasado algo, puedes contármelo… puedes confiar en mí.

Morgan le sonrió, y Jess sólo vio a una persona preocupada, incapaz de entender las oscuras intenciones que había tras esa expresión aparentemente conciliadora.