Morgan Stone, Bruja Adolescente 1
Morgan Stone ha alcanzado la mayoría de edad, y con ella la capacidad de reclamar los poderes de control mental heredados de su madre. Está decidida a usarlos para aquello para lo que ha nacido, dominar a otras personas para que cumplan sus perversiones.
Martha Stone era ya una mujer madura, pero se conservaba muy bien. Quizá fuera producto de la magia, quizá de la buena alimentación. Pero en ese momento, mientras se encontraba arrodillada ante su hija, comiéndole furiosamente el coño, ella no pudo evitar pensar en lo guapa que era su madre. La tomó de su melena rizada y la apartó de su coño sólo para ver cómo lo buscaba desesperadamente.
Morgan era distinta a su madre. Martha era más exuberante, tenía unos enormes pechos que la gente no creía que podían ser naturales, una piel tostada preciosa. Una mirada felina, aunque en aquel momento, poseía por completo por el deseo, era irreconocible. Además, era muy alta.
Morgan, en cambio, era menuda y pálida, más parecida a su otra madre, a pesar de no compartir material genético con ella. Victoria, pues ese era su nombre, en aquel momento estaba besando el cuello de su hija, que le acaricio la cabeza. Morgan no tenía las tetas de su madre Martha, pero seguían siendo mayores que las de Victoria, y eso la consolaba. Eran un buen par.
_ Ya basta, coños estúpidos. A formar, delante de mí.
_ Sí, ama. _ Dijeron tres voces al unísono.
Tanto Martha como Victoria se colocaron delante de ella. En medio estaba su hermana, Vicky. Al igual que ella había heredado entre poco y nada de su padre biológico. Era como ver una versión más joven de Victoria, con los pechos algo más pequeños, pues a pesar de su edad se había desarrollado poco. Y aún no tenía tatuajes, pero eso era fácil de solucionar.
Morgan sonrió, una sonrisa perversa que enturbiaba un rostro dulce, casi infantil, mientras extendía la mano y ante una orden suya, los tres coños que eran su familia se peleaban por besársela. Finalmente. Martha se impuso. Era con diferencia la más fuerte físicamente. Morgan la empujó al suelo y empezó a morderle las tetas con ferocidad.
Mientras Martha gritaba de dolor y placer a partes iguales, su esposa y su hija menor se conformaron con reptar a la espalda de Morgan y empezar a comer el culo y el coño respectivamente. Ella bajó los labios y con cierta delicadeza, comenzó a comerse el coño del que había nacido.
Fue interrumpida por el atronador ruido de las campanas de su despertador. No era la primera vez, ni sería la última, que Morgan despertaba con la mano metida bajo las bragas y el coño empapado. Instintivamente se llevó los dedos a la boca y se los chupó. Le encantaba su propio sabor. Una vez más agradeció que la separaran de la habitación de su hermana cuando alcanzó la adolescencia.
Morgan había tenido una consciencia completamente adulta desde el mismo momento de su nacimiento. Había nacido mucho tiempo antes, como una consciencia dentro de su propia madre. Y tenía recuerdos muy nítidos de todo aquello. Esos recuerdos, junto al intrínseco deseo que tenía de dominar, habían provocado que esos sueños surgieran en cuanto había alcanzado su despertar sexual, nada menos que a los doce años.
Desde entonces, era rara la noche en la que no se masturbaba consciente o inconscientemente. Para sus madres y el resto del mundo había podido fingir un papel. El papel de la chica más dulce, tierna y mojigata que se podía imaginar. Pero aquel era el día de su dieciocho cumpleaños. Aquel era el día en que empezaría su venganza.
Aún le sorprendía cómo había tenido el aplomo de resistir durante todos aquellos años sus impulsos. Cómo había podido poner buena cara ante sus madres y ante todos aquellos que la habían humillado.
Pero aquel día terminaría. Aquel día, Morgan sería libre y alcanzaría por fin el lugar que le correspondía. Se dio una buena ducha, se vistió y cogió sus cosas. En el desayuno le dieron las felicitaciones de rigor. Pero ella no prestó demasiada atención. El instituto transcurrió con relativa normalidad… insoportable normalidad.
Morgan tenía una autoestima fuerte… pero su cuerpo no lo era tanto. A lo largo de la mañana, como ya era costumbre, el jefe del equipo de fútbol del instituto la había metido en su taquilla, y su novia, la jefa de animadoras, le había robado el pintalabios.
Eran las dos personas a las que más odiaba en el mundo. Él era el clásico cachas, rubio, con su camiseta de fútbol siempre encima. Y disfrutaba humillándola para reforzar su masculinidad con sus amigotes del equipo. Tanto él como su novia eran todo un cliché. Aunque ella… bueno, debía admitir que incluso sin su traje de animadora, destacaría.
Era una muchacha de casi dos metros, de piel oscura y ojos profundos, pechos grandes y un culo de infarto. Si, Morgan la odiaba, pero no habían sido pocas las veces que se había metido los dedos pensando en ella. De hecho, había hecho eso más de una vez cuando la habían encerrado en la taquilla. Pero no aquel día.
Aquel día tragó estoicamente, porque lo último que quería era quedarse después de clase como le había pasado otras veces cuando había intentado acusar a aquellos dos, que llegados a aquel punto parecían intocables.
Cuando llegó a casa se sintió liberada. El ambiente familiar siempre la hacía sentir mejor. En especial en fechas señaladas como aquella. Le construyeron una corona de papel y le hicieron una gran tarta de chocolate.
_ Ya eres toda una mujercita, Morgan. _ Susurró Martha atrapándola entre sus brazos.
Morgan entrecerró los ojos. Apretada contra el pecho de su madre se sentía bien, y no era sólo por las impresionantes tetas que tenía. Se sentía reconfortada cuando la acunaba así.
_ Sí, a esa edad ya puedes entrar en la cárcel, tendrás que andarte con cuidado. _ Bromeó Victoria. _ ¿Tienes ganas de abrir tu regalo?
_ En realidad es de parte nuestra y de tus tías. _ Reconoció Victoria.
_ Mayormente de tus tías. _ Asintió Martha, tendiéndole una pequeña caja. _ Sabes que ellas tienen mejor solvencia que nosotras.
Morgan abrió la pequeña caja y extrajo de su interior una llave. Se quedó con los ojos como platos.
_ ¿Me habéis comprado un coche? _ Preguntó, incrédula.
_ Sí, es el Lamborgini rojo que hay aparcado al cruzar la esquina, ¿Lo has visto? _ Martha sonrió ante la emoción de su hija.
_ ¿De verdad? No teníais por qué…
_ Pero Morgan, claro que teníamos. _ Dijo Victoria.
_ Eres nuestra hija, te queremos y, además, eres la primera de la clase. _ Martha sonrió. _ Estaba entre nuestra posibilidades, y para ti queremos siempre lo mejor. No sé de qué te sorprendes.
_ Sí… tienes razón. Es sólo que… en serio, un Lamborgini… wow. _ Dijo, cogiendo las llaves.
El resto del día fue genial. Fue pasada la media noche cuando Morgan se dirigió al desván y tomó el libro de magia que sabía que estaba oculto en un compartimento oculto de los libros del suelo.
_ Vaya… has tardado.
Morgan dejó caer el libro y lanzó un grito. Se giró y vio a una muchacha rubia sentada en el sofá. El ático estaba en penumbra y no había podido ver la figura que se escondía allí.
_ Joder, Astrid, me has asustado…_ Suspiró.
_ ¿De verdad pensabas que no iba a venir en tu gran noche? Llevamos esperando esto toda la vida.
Astrid se levantó y se acercó a Morgan. Astrid hacía que Morgan pareciera insignificante. La morena era menuda, y aunque su cuerpo era vistoso… nada tendría que hacer si se la comparaba con Astrid. Astrid era muy alta, rozando el metro ochenta, rubia, con unos imponentes ojos azules y un enorme par de tetas que luchaban en aquel momento por mantenerse dentro de su camiseta.
Sus piernas y su culo tampoco tenían falta. A grandes rasgos, Astrid era una diosa. Una que se inclinó con total diligencia y comenzó a besar en la boca a su prima como si no hubiera un mañana. Astrid le rodeó el cuello con los brazos y le devolvió el gesto.
_ ¿Y como ha venido hasta aquí mi hermana-Prima? _ Preguntó Morgan, acariciándole el pecho a Astrid con delicadeza.
_ He cogido prestado el coche. _ Se encogió de hombros.
_ ¿Y si te llegan a parar? No tienes carnet todavía.
_ Por favor… Morgan. ¿Tú has visto este cuerpo?
_ No puedes seducir a todo el mundo, Astrid. _ Puso los ojos en blanco.
_ Bueno, con ese libro sí. _ Se mordió el labio. _ ¿Y bien? ¿Qué vas a hacer? ¿Convertir a tus madre y a tu hermana en tus putitas como me comentaste?
Morgan bajó la cabeza y emitió un hondo suspiro, recordando el sueño que tuvo aquella mañana. No se quitaba la imagen de sus madres y su hermana, completamente sometidas. Notó que se humedecía.
_ No… _ Respondió, sin embargo. _ Me sentiría culpable. Las quiero y no quiero hacerles eso.
_ Vaya… _ Astrid sonrió. _ Me sorprende. Pensé que te morías de ganas de vengarte.
_ No, no quiero vengarme. Me han cuidado toda la vida. Lo que pasó antes de nuestros nacimientos… no se lo quiero tener en cuenta. _ Suspiró. _ Es de otras personas de quién me quiero vengar.
_ Eso suena como la Morgan que yo conozco. _ Astrid Sonrió. _ Vas a por Jessica y Billy, ¿Verdad?
_ Me has leído el pensamiento.
_ Me pongo cachonda sólo de imagina a ese bomboncito de rodillas comiéndote el coño. _ Astrid se rio. _ Dicho lo cual… ¿Me dejas que te lo coma yo?
_ Eres un encanto, Astrid. _ Se sentó en el sofá y se bajó el pijama. _ Enséñame esas tetas…
En cuanto tocó el libro, Morgan se sintió poderosa. Empezó a repasar mentalmente todos los conjuros mientras Astrid, gentilmente, iba repasando las líneas de su coño con la lengua. Morgan quería gritar, pero sabía que no podía, o despertaría a sus madres y su hermana.
Sin embargo, no podía evitar los gemidos quedos que salían de sus labios cuando la rubia jugaba con su clítoris. Aquello lo habían hecho desde la adolescencia. Morgan no sabía si habría sido capaz de mantener aquella farsa tantos años sin Astrid para ayudarla. Se corrió con un único grito y después ambas bajaron por las escaleras, comprobando que nadie se había despertado.
_ Ya me dejarás el libro en mi cumpleaños. _ Sonrió Astrid. _ Diviértete mientras.
Los tratamientos orales de Astrid siempre le daban un sueño reparador. Aquella noche durmió como un bebé y se levantó con un amplio bostezo. Aquel era su día. Cuando se levantó estaba exultante y se sentía poderosa. Nada podía estropeárselo.
Sus madres se percataron de que estaba extrañamente contenta esa mañana, pero lo asociaron, no sin demasiado error, a su nuevo coche. Lo cierto es que cuando arrancó, más tarde, estaba emocionada. El rugido del motor resonó por las calles y en el aparcamiento del instituto. Cuando se bajó del lamborgini rojo pudo ver que todo el mundo la estaba mirando, incluidos Jessica y Billy.
Morgan se mostró muy digna mientras se encaminaba a su clase. Todo transcurrió con normalidad hasta que llegó la hora del recreo. Fue entonces cuando, al dirigirse al baño, Jessica la abordó.
Si al lado de Astrid, Morgan parecía una niña, al lado de Jessica era ridículo. Jessica quizá no tuviera las tetas de Astrid, pero no eran nada desdeñables. Pero no era por eso. Jessica era ridículamente alta. Sobrepasaba el metro ochenta sin dificultad.
_ ¿Te crees muy graciosa por venir aquí pavoneándote con el coche que te ha regalado tu madre? _ Le espetó, furiosa.
_ ¿Qué te pasa? ¿Estás celosa? _ Morgan se sentía mucho más segura en aquel momento.
_ ¿Por qué iba a estar celosa de un pedazo de mierda como tú?
Jessica la tomó del cuello y la estampó contra la pared. En ese momento la miró con fijeza a los ojos. Ese era el momento que Morgan estaba esperando. Sus ojos emitieron un leve destello, apenas cosa de un segundo, pero fue suficiente.
_ Suéltame. _ Ordenó Morgan, directa.
La mano de Jessica se abrió y Morgan se deslizó por la pared, tomando la respiración con fuerza durante unos segundos. Fue entonces cuando se detuvo a mirar su obra. Jessica estaba delante de ella, con la mirada perdida. El brazo izquierdo caído y el derecho aún hacia adelante, sujetando la nada.
Tenía una expresión vacía, y un leve hilo de baba cayendo por la comisura de sus labios. El conjuro había funcionado.
_ Brazos a la espalda. _ Ordenó, mucho más segura.
_ Sí. _ Respondió Jessica, cumpliendo la orden de inmediato.
Morgan no se lo pensó y la apretó las tentas con ambas manos. Estaban casi a la altura de su cara. Pudo notar un ligero gemido saliendo de los labios de Jessica.
_ ¿Te gusta la forma en la que te toco las tetas? _ Le preguntó.
_ Sí… _ Respondió. Mantenía un tono sumiso y monocorde.
_ A partir de ahora, cuando estemos a solas o estés en trance, te referirás a mí como ama, ¿Has entendido?
_ Sí, ama. _ Respondió Jessica.
_ Bien, eres un buen coño. Es más, quiero oírtelo decir.
_ Soy un buen coño, ama. _ Sonrió, estúpidamente.
_ Bien… ahora súbete el top, no te lo quites.
Jessica obedeció, subiéndose el top de animadora hasta quedar por encima del pecho, mostrando un sujetador blanco que contrastaba mucho con su piel.
_ Quítate el sujetador y las bragas.
_ Sí, Ama. _ Ordenó, uniendo la acción a la palabra.
El sujetador cayó al suelo del baño, al igual que las bragas. Ante una orden suya, Jessica se subió las bragas, mostrándole su coño, que estaba adornado con una densa capa de vello púbico. Morgan se lo tocó sin pudor y ella se estremeció cuando le metió los dedos.
_ ¿Te come Bill este coño peludo? _ Le preguntó, con una sonrisa cruel.
_ No… insiste en que me lo afeite, pero yo le digo que no me importa, que no me interesa que me coman el coño.
_ Oh, ¿Y eso es verdad?
_ No, ama. _ Morgan le dio un azote en su culo de color chocolate, provocando un leve estremecimiento.
_ Zorra mentirosa… _ La llamó. _ ¿Por qué no te lo afeitas?
_ Mi padre me lo ha prohibido.
_ ¿Tu padre te ve el coño?
_ Sí, ama. Desde que se divorció de mi madre me obliga a pasearme desnuda por la casa.
_ Vaya… quién iba a decir que la poderosa Jess iba a ser hija de un perturbado. _ Suspiró. _ ¿Y te excita que tu padre se toque mirándote?
_ No, me da mucho asco, ama. _ Reconoció, con expresión de desagrado.
_ Bueno, ya trabajaremos en eso. _ Morgan sonrió. _ De momento… siéntate sobre los lavabos… yo sí que te voy a comer el coño, pero te vas a estar calladita. Sé que tus amigas están en la puerta y no quiero que entren.
_ Sí, ama.
_ Juega con tus tetas mientras lo haces. Toma mi móvil, quiero que lo graves todo.
_ Sí, Ama.
Jessica se sentó sobre el lavabo y empezó a poner poses sugerentes mientras jugaba con sus tetas en el lavabo, sujetando el móvil como si fuera una de sus sesiones de fotos de las animadoras. Con toda la tranquilidad del mundo, comenzó a comerle el coño, provocando que emitiera una serie de gemidos mudos en el proceso, mientras comenzaba a apretarse las tetas con más intensidad.
_ Córrete.
Jessica se corrió violentamente, lanzando un pequeño grito. Morgan le entregó el sujetador y ante una orden, se lo puso. Guardó el móvil con aquel valioso vídeo y la miró.
_ A partir de ahora, si te digo que duermas, caerás en este trance.
_ Si, ama.
_ Además, se acabó el acosarme. De hecho, a partir de ahora, vas a protegerme y a asegurarte de que nadie abuse de mí.
_ Sí, ama. _ Morgan sonrió.
_ Y, por cierto. A partir de ahora, me vas a encontrar increíblemente atractiva. Va a ser una obsesión. Tanto, que pondrás cachonda cada vez que me veas, sin remedio. Y además, cada vez que te corras, será en mí en quien pienses.
_ Sí, ama.
_ ¿Tienes educación física hoy?
_ No, ama. _ Morgan recogió las bragas de la morena.
_ Entonces esto es para mí. _ Se detuvo a aspirar su aroma y las metió en su bolso. _ 3…2…1, despierta.
Jessica parpadeó varias veces, visiblemente confusa.
_ ¿Qué te estaba diciendo?
_ Yo te estaba diciendo que si de verdad quieres que te lleve a casa que no hay problema. _ Dijo Morgan. _ Que me queda de camino. No tienes que amenazarme.
Morgan se cruzó de brazos.
_ Pero esto tiene que acabar. Basta ya de meterse conmigo y de pegarme, Jessica.
_ Tienes razón. _ Bajó la cabeza, avergonzada. _ Escucha, te prometo que te dejaré en paz… pero por favor, llévame a casa.
_ No te preocupes, lo haré. _ Que suerte que Bill viviese en dirección opuesta, aunque también pensaba ocuparse de él.
_ Gracias.
_ Bien, ¿Apartas a tus amigas de la entrada? quiero ir a clase.
_ Sí, ama.
Morgan extendió la sonrisa. Poco después estaba saliendo del baño. No sabía por qué, pero mientras la seguía de camino a su clase, Jessica no podía dejar de mirarle el culo. Estaba cachondísima… Vaya día para olvidarse de ponerse las bragas. Esperaba que nadie se diese cuenta de que se le estaba escurriendo el flujo por la pierna.