Mordiscos, 2, final.

Alan y Coral, mientras hacen el amor, reciben de nuevo encargo para matar a Tolo. El vampiro, ha llevado a cabo una venganza, ¿qué ha hecho exactamente?

-¿Por qué me hizo esto…? ¿Por qué tuvo que hacerlo así….? – sollozaba una y otra vez, agarrándose el vientre, que le dolía. – No tenía que hacerlo así… se lo hubiera dado… sólo tenía que pedirlo, ¿por qué me hizo eso…?

"Porque tú también eres una Chupacabras" pensó Tolo. Pero no se lo podía decir. Bastante tenía ya la criatura, y además, ya no valía la pena.


-Tenemos que dejarla, Alan. Sé que te molesta que se marche de casa, pero… tú sabes el talento que tiene Junior para los números, tienes que permitírselo. No va a hacer nada malo – dijo Coral, cariñosa, a su marido.

-¿Te parece que mezclarse con ganado, no es nada malo? ¿Qué se le ha perdido en una universidad? ¿Qué tiene que aprender de humanos mi hija? – protestó Alan.

-No va a aprender nada de los humanos, Alan, va a aprender Matemáticas, y es una buena carrera, muy interesante, muy útil.

-Para los humanos. Para mi hija, es completamente inútil, esa carrera, o cualquier otra. Pero, si quiere estudiar, adelante, que lo haga, ¿no puede estudiar con tutores, como ha hecho hasta ahora? ¿Qué se le ha perdido a mi hija en…?

-¡Nuestra! – le corrigió Coral – "Nuestra" hija, Alan. A lo mejor se te ha olvidado, pero quien la llevó en el vientre durante ocho meses, fui yo. Quien soportó un parto draconiano y quien tuvo que cicatrizar desgarros, fui yo, y quien tuvo las tetas exprimidas, fui yo. Ya sé que es tu hija favorita, pero no la tuviste tú solo, ¿sabes?

Alan gruñó y se sentó en el tresillo, medio enfurruñado. Por un lado, claro que le llenaba de orgullo que Junior, su hija pequeña, su preferida, hubiera sido admitida en una prestigiosa universidad, una de las más importantes de Europa, que apenas aceptaba a cien alumnos por año y para la que había que superar uno de los más terribles exámenes de ingreso para poder optar, y que hubiera entrado dentro de los diez primeros… pero por otro, eso significaba que se iría de casa. Se marcharía, después de más de medio siglo viviendo con ellos. Junior estaba creciendo, y a Alan le costaba aceptarlo.

-¿Piensas que yo, no la voy a echar de menos…? – susurró Coral, sentimental, arrimándose a él – Puede que yo haya intentado no hacer distinciones entre nuestras hijas, pero no estoy ciega. Sé que es la mejor de las tres. Quiero mucho a Bet y a Jet… pero son dos cabezas locas que sólo parecen pensar en caprichos… Están bien donde están, aunque me duela su castigo. La… la voy a echar muchísimo de menos, Alan, ¡es mi niña! Pero, precisamente porque la quiero, tengo que dejarla ir. Tenemos que dejarla ir. Y piensa… - la voz de su esposa cambió radicalmente, a un tono mucho más incitador. Se subió el camisón que llevaba, y se montó a horcajadas en el regazo de su marido. -…que sin niñas en casa, estaremos otra vez solitos… ¿no te apetece volver a jugar, sin preocuparnos de nada…?

Coral acarició el rostro, sin afeitar, de su esposo, y arrimó su boca a la suya tentadoramente. Alan pudo sentir el cálido vaho de ella antes de que dejara caer sus labios en los suyos y los presionara, acariciándolos con su lengua con infinita suavidad, para abrirse paso entre ellos y explorar su boca, hasta encontrarle la lengua y juguetear con ella, vertiéndole en la boca su veneno cálido, enloquecedoramente tórrido… lo sintió bajar por su garganta, quemar su pecho hasta el estómago y llegar por fin a su bajo vientre, donde tiró de su hombría con violencia. Coral sintió la erección pegarse a su sexo desnudo, y rió en medio del beso.

-Zorra lianta. – murmuró Alan, con los ojos entornados de placer. Su esposa sonrió, y el licántropo estuvo a punto de bajarse simplemente el pantalón y hacerlo sentados, pero al ir a echarse mano a la cinturilla se lo pensó mejor, y propinó a su pareja un empujón que la tiró de espaldas. Coral emitió un grito alborozado, y más cuando su esposo se le lanzó encima entre rugidos y le mordió el camisón, desgarrándolo con los dientes… no soportaba la idea de estar debajo, se sentía sometido, dominado por su esposa, y en cierta manera, algo humillado. Siempre quería estar encima. Coral lo sabía e intentaba con frecuencia tentarle, hacer que se quedara debajo, sólo para molestarle, pero nunca lo lograba. Alan se deshizo de los pantalones y se frotó contra su mujer, entre los gemidos de ambos. Coral lo abrazo, acariciándole con los pies también, mientras Alan movía las caderas y se empujaba con los pies, con su virilidad apretada entre los cuerpos de ambos, sintiendo a cada roce la maravillosa presión, la caricia de la piel suave y totalmente carente de vello, casi escurridiza, de su compañera.

-Aaah… Alan… mmmmh… no me hagas sufrir… métemela… - pidió ella, sonriendo. Alan soltó una risita baja, ronca, y se colocó. El sentir el calor delicioso del sexo de su mujer en su glande, le hizo dar un estremecimiento, y empujó sin poder contenerse, soltando un gañido cuando el placer le dejó sin aire. Coral le agarró con las piernas y empezó a contraer su vagina, apretándole dentro de ella, mientras Alan se movía muy despacio. Cuando su esposa le atacaba, o directamente adoptaba la lordosis, agachándose y sacando el culo hacia fuera, no quería preliminares, sólo una taladradora… cuando se ponía mimosa o cara a cara, como esa noche, quería algo un poco más tierno. Alan no quería pensar que quizá ella lo quería así porque sabía que era él quien lo necesitaba así, quien necesitaba sentirse querido, ahora que su hija preferida iba a marcharse, quien necesitaba mimos extra para convencerse de que la dejase ir… él se lo daba, punto.

-Coral… - sonrió, empujando plácidamente, abrazados el uno al otro hasta quedar casi pegados – estás… estás tan estrecha como la primera vez que te violé.

-Haah… ¿Tú me violaste….? – gimió ella, lamiéndole quedamente el rostro áspero y peludo. – Si no recuerdo mal… creo que fui yo quien te vencí… - qué delicioso era, su miembro candente acariciándola por dentro, tan firme, tan orgulloso, tan… ¡ah, qué placer! Alan sonrió y negó suavemente con la cabeza.

-Tú me pillaste bajo de forma… yo te poseí… mmh… en realidad, da lo mismo. – "Cabronazo presumido…" pensó Coral "si me hubieras vencido tú a mí, no daría lo mismo.", pero no lo dijo. Estaba demasiado a gusto es ese momento como para empezar una disputa sobre algo que pasó hacía casi cien años. En su lugar, se dejó dominar por el placer que la atravesaba desde su sexo hasta el cuello… y entonces, sonó el teléfono móvil. La pareja de licántropos se miró, y los dos supieron que no había más narices que cogerlo, era la línea privada, la del "trabajo". De mala gana, Alan se incorporó, sin salir de su esposa y alargó la mano hasta la mesa, cogió el móvil y descolgó.

-¡¿Quién?! – Rugió, y lentamente, pero siguió empujando. Coral se apoyaba en el suelo para moverse contra él, en círculos adorables – Sí…. Haaah… ¿Qué? No quieres saberlo… Claro que cumplo, nosotros SIEMPRE cumplimos… mmmmmmmmmmmh…. Sí, lo recuerdo… Aaa-acordamos un precio… por matarle, nadie dijo que ese precio, garantizase que siguiese muerto… Más… Ah, no es a ti, idiota… aah… si no te gustan mis modales, encárgaselo a otro, chupasangres… entendido… oh, joder, sííí…. Cincuenta mil… ya me has oído, ni un céntimo menos… de acuerdo… sí, esta noche… ¿inmediatamente? Bueno… será "casi" inmediatamente… - Alan colgó, con una sonrisa de vicio en sus labios, por la cual asomaban sus blanquísimos colmillos. Coral, apoyándose en los hombros, había estado moviendo las caderas todo el rato, cada vez más deprisa, embistiéndole, y dándole un placer asombroso. Estando él siempre encima, Alan no sabía lo que era gozar sin moverse, por primera vez lo había sentido un poquito… y era magnífico. Eso sí, todo el romanticismo, se le había pasado.

-¿Quién era, bestia…? – susurró Coral. Alan se echó de nuevo por completo sobre ella, y embistió con fuerza, sacando un grito de la garganta de su mujer, que lo abrazo entre risas, rompiendo a sudar.

-Tenemos trabajo… ¿Quieres reservar el orgasmo para luego? – Coral le sonrió, maliciosa.

-¿Para qué reservarlo…? Luego, me darás otro… u otros. – Alan emitió una serie de rugiditos que podían tomarse por una risa, y empezó a empujar sin compasión.


72 horas antes.

Iana trotaba por el campo de tierra, corriendo como una loca, mirando constantemente tras ella, notando que el cielo, a cada momento, se clareaba más y más. No podía volar, no por un sitio donde empezaba ya haber gente, sólo podía confiar en correr más que el sol… o a las malas, encontrar algún sitio donde ocultarse. No le faltaba mucho para llegar a su casa, pasó junto a la cafetería pequeña, que ya había abierto, y siguió corriendo, jadeando, por las colinas de césped. A lo lejos, se veía el instituto, y poco antes de llegar a él, la casita del conserje, donde vivía con su familia. Apretó aún más la carrera, podía conseguirlo, tenía que llegar…. En la puerta, vio a Vladimiro, su padre, con el rastrillo en las manos, agrupando en montoncitos las hojas secas de los árboles. La miró, y, con reconvención, la apremió para que se apresurara.

Cualquiera que hubiera visto a Iana, la hubiera tomado por una muchachita de unos dieciséis o dieciocho años,… pero lo cierto, es que contaba más de cincuenta ya. No obstante, se encontraba a gusto con su edad y aspecto, y momentáneamente, había decidido no cambiar. Para desespero de su familia. Casi al borde del vómito por la extenuación de la carrera, pero llegó a la casita, y entró, seguida por su padre, que echó las cortinas oscuras de la vivienda.

-Hola, papaíto… - jadeó la joven vampiresa con una sonrisa.

-Jovencita, esto se tiene que terminar. Se tiene que terminar a la de ya, pero tiene que terminarse enseguida. – a Vladimiro solían llamarle "Vladi dosveces" los estudiantes de cincuenta años atrás (y más). Como puede apreciarse, el paso del tiempo, no solucionaba su manía de repetirlo siempre todo.

-Vamos a ver, niña, vamos a ver… ¡¿tú estás tonta o qué!? – Iana se volvió y sonrió a quien así le hablaba. Era su hermano mayor, Tolo. En realidad, no eran hermanos, y la joven lo sabía, pero le gustaba considerarle así. Tolo se había puesto un poco más gordito aún en los últimos años. Iba en calzoncillos y camiseta, y su pelo castaño rojizo destacaba de forma muy cómica en su barriga pálida. Quizá el aumento de peso hacía que se notase más el jadeo perenne al hablar, convirtiendo los "es que" en "eg que", por ejemplo. Miraba a Iana con cara de pocos amigos, y antes que ella pudiera contestarle alguna zalamería, continuó – Mira, me da igual que digas que estás enamorada, o enchochada o empanada, ¡si te han dicho que a las dos de la mañana tienes que estar en casa, a las dos de la mañana estás en casa, y punto pelota!

-Buenos días, Tolito.

-No, ni "Tolito" ni pollas en vinagre, niña. Para empezar, esta noche, no sales, y ya está bien de abusar.

-¡Mamá…! – pidió árnica de inmediato la joven. Tatiana, la madre de Iana, estaba terminando de bajar todas las persianas y echar cortinas. Madre e hija eran un calco una de la otra. Sólo en Tatiana se podía apreciar quizá mayor madurez en sus rasgos, mayor serenidad… pero por lo demás, podrían perfectamente ser tomadas por gemelas. - ¡Mira lo que dice Tolo! ¿Verdad que él no me puede castigar…!

-Es cierto, cielo, él no puede… - la joven ya iba a cantar victoria, pero su madre acabó la frase – pero yo, sí. Y estás castigada, esta noche, no saldrás.

-¿¡Qué…?! ¡Papá…! – Iana cambió el foco de inmediato y miró a su padre con sus grandes ojos verdes, con carita de tristeza. Vladimiro sonrió y empezó un gesto vago con la mano, pero Tatiana carraspeó audiblemente, y el conserje se lo repensó.

-Hija… tu madre tiene razón. Tiene razón, es así. Te hemos dicho mil veces que tienes que llegar a las dos, que si no querías seguir creciendo, nos parecía bien, pero que entonces, tenías que obedecer unas normas… Nos parece bien que quieras parar tu crecimiento por ahora, pero con tu edad, tienes que obedecer unas normas, hija. Las vampiresas jóvenes como tú, están expuestas a muchos peligros, muchos peligros.

-¡Pero, papá… si está porque me pase algo malo, me puede pasar igual a las cuatro de la mañana, que a medianoche! – protestó Iana.

-Pero el sol, no va a salir a medianoche. – rebatió su madre. Iana intentó objetar algo más, pero su madre la cortó – No se hable más. El salir por la noche, no es un derecho, sino un privilegio. Lo tendrás, cuando vuelvas a merecerlo y a demostrar que eres responsable. Estamos hartos de pasar la mitad de la noche pensando cuándo vas a volver y si te habrá ocurrido algo… y ver que lentamente, va amaneciendo, y que tú no llegas. Sin saber si puedes estar en un sitio seguro, o en mitad de la calle, sin un mal sitio donde ocultarte… Por el momento, estás castigada hasta nueva orden.

Iana negó con la cabeza, con las lágrimas asomándole a los ojos, boqueando como si intentara encontrar palabras justas para expresar su indignación, hasta que al fin chilló:

-¡No es justo! – y las lágrimas se le cayeron de los ojos - ¡Y todo por tu culpa, gordo seboso! ¡Lo único que te pasa, es que tienes celos!

-¡Tatiana! – la reprendió su madre - ¿¡Qué forma es esa de hablar a tu hermano?!

-¡No es mi hermano! - los ojos de la joven brillaban en rojo, estaba furiosa. - ¡No es NADA en ésta familia! ¡No tenías ni familia propia y por eso te adoptaron, porque ni los tuyos te quisieron nunca, vomitiva cuba de grasa! – El bofetón fue como un relámpago, tan rápido que Tolo tuvo que mirar a su padre y a Tatiana alternativamente para ver quién lo había sacudido, porque los dos tenían la mano alzada. Finalmente, fue la mirada de intensa culpabilidad de Vladimiro quien le dio la clave. Iana se sujetaba la mejilla encendida, con los ojos brillantes, pero esta vez, de lágrimas. No había sido una torta fuerte, había sido más una llamada de atención, pero lo que más le dolía, era el gesto en sí - ¿cómo podéis poneros de su parte….? – sollozó – Ni siquiera es hijo vuestro… ¡Yo, sí!

-Nadie se pone de parte de nadie, Iana… Nadie se pone de parte de nadie, es sólo que… no tienes razón, no la tienes para atacar así a tu hermano. Te quiere más que a nadie, por eso intenta protegerte. Tú sabes que sólo porque te quiere más que a nadie, es tan protector.

-¡Pues yo no quiero que me proteja, y no lo necesito! ¡Sé valerme sola! ¡Y no quiero que me quiera tampoco! ¡Ya me quiere Borja! ¡Y eso es lo que le molesta, que sabe que no es tan bueno como él! – Tolo, que había permanecido callado hasta entonces, estuvo a punto de espetar que el cretino profundo del Borja, no le llegaba ni al betún, no le llegaba ni… pero Iana se marchó a su cuarto y cerró dando un portazo. Tatiana cogió a Tolo y a su esposo por los hombros.

-Está en "esa edad"… se le pasará en un rato.

Eso esperaba, pensó Tolo. Iana siempre había sido una niña cariñosa, dulce, siempre amable, siempre de buen humor… Al llegar a la adolescencia, claro está, había tenido sus momentos irritables, sus cambios de carácter, sus arranques de genio… como cualquiera, pero había seguido siendo de trato fácil pese a todo. Pero desde hacía cosa de unos meses, todo se había ido al traste. Llegaba tarde, cada día más. Apenas estudiaba, no hacía nada en casa, estaba siempre susceptible y de mal genio, ansiosa porque llegase la hora de salir, y si por cualquier motivo no salía, su malhumor tiraba las paredes. A Tolo le constaba que muchas noches se iba a la cama sin haberse alimentado ni siquiera, y a mitad del día venía a pedirle que regurgitara algo de comida para ella… sin que se enterasen sus padres, que la reprenderían por no haber comido. Esos momentos, cuando trataba de conseguir algo, eran casi los únicos en los que se mostraba amable. Tolo, claro está, cedía siempre.

"Entonces, no soy un gordo seboso, y sí soy tu hermano, ¿verdad?" Pensaba éste. Le había dolido el insulto, le había escocido de verdad. Ya sabía que era gordito, pero ella nunca se había quejado, decía de él que era blandito y tibio como un osito de peluche, y le solía gustar quedarse dormida sobre su tripa…. Antes. Ahora, ya nunca lo hacía. Ni siquiera quería sentarse a su lado ya, como si le diese asco. Bien sabía Tolo quién tenía la culpa de todos aquéllos cambios. Borja.

Borja era un vampiro joven, tendría más o menos la misma edad, tanto física como aparente, que su hermana. Venía de Europa, estaba pasando su primera temporada sin familia, y era asquerosamente guapito y repelente. Era alto, delgado, rico, vestía bien, hacía gimnasia, y llevaba el pecho depilado. Tolo lo sabía porque solía vestir con camisas que no se abrochaba hasta el tercer botón, dejando siempre el pecho al descubierto. Hablaba con un extraño deje que Iana definía como "aristocrático", pero que él definía como "treinta euros de chicle en la boca", o, más sencillamente "tontolaspelotas". El caso es que el tal Borja consideraba que, para un vampiro, era una especie de crimen no ser guapo. Se cuidaba muchísimo, y pensaba que todo aquél que, como Tolo, fuese gordo o peludo, o ambas cosas, era poco vampírico. Era descuidado, sucio, patán… algo que podían permitirse la raza inferior, los humanos, pero no los vampiros. No era extraño que Iana, para serle más simpática, no quisiera ni hablar con él más allá de lo imprescindible.

A Iana le había llamado la atención Borja desde la primera vez que le vio, hacía unos meses, pero hacía unas cuantas semanas que salían juntos. La joven no tenía otra cosa en la boca que lo hacía o decía su noviete: "mamá, es que las tareas de la casa estropean las manos, y Borja dice que las manos de una señorita tienen que ser perfectas, y que tienen que estar inactivas para permanecer así…. No quiero comer corazón, Borja dice que engorda muchísimo… Tengo derecho a salir hasta más tarde, ya no soy una niña, Borja dice que me tratáis de un modo muy infantil…" Borja dice, Borja esto, Borja aquello; para ella, era perfecto. Para Tolo, un cretino. Pero en fin… Tatiana tenía razón, se le pasaría. Para empezar, esa noche, se quedaría en casa, luego hablaría con ella.


-¿Es el mismo Chupacabras que no mataste la noche en la que nació Junior? – preguntó Coral, ya vistiéndose, dispuestos para salir de caza.

-Sí. Y el encargo es de parte de la chica que entonces, supuestamente, violó. Que no la violó, pero esa es otra historia.

-¿Y qué se supone que ha hecho ahora?

-Psé… hay gente que no puede estar ni cincuenta años sin meterse en líos.


36 horas antes.

-He venido a verte… Me he escapado- Iana sonrió, y cuando Borja le devolvió la sonrisa, se sintió feliz. Era la primera vez que se sentía feliz desde ayer. Su familia le había demostrado que no la querían, habían preferido escuchar al gordo de Tolo en lugar de a ella. ¿Qué pretendían, separarla de Borja? No lo conseguirían… Bien sabía ella qué había pasado: Tolo se pasaba el día calentándoles la cabeza a sus padres, que si Borja era tonto, que si era un Dementia, que si no era un buen chico para ella... para que se callase, nada más que para que se callase, la habían castigado. Pero se iban a arrepentir. Iana sabía que Borja no creía en esas tonterías de las castas, no le importaba que ella fuese una Lacrima Sanguis, una casta por debajo de la suya, lo que importaba, es que se querían. Le había dicho más de una vez que dejase a su estúpida familia de Chupacabras y se marchase con él. "Nos iremos juntos a ver mundo", le decía "Te llevaré a París, a bailar en la misma punta de la Torre Eiffel, desde donde se domina la ciudad entera. A Londres, a hacer el amor en las habitaciones vacías del Palacio de Buckingham; a Transilvania, a ver los dominios de mi antepasado, montaremos a caballo por valles infinitos y aterraremos a los campesinos, como se hacía en el pasado…".

Sólo porque ella quería muchísimo a su familia, no había aceptado. Pero se había dado cuenta de lo tonta que había sido, ¡si sus padres no la querían…! Si la quisieran, si la quisieran de verdad, querrían su felicidad, no la privarían de estar junto a Borja con castigos infantiles, no preferirían escuchar a un extraño, alguien que no era hijo suyo, que tan sólo se aprovechaba de ellos para tener casa gratis, un fracasado que jamás había hecho nada, en lugar de a ella, que era su hija de verdad. Ahora, no la volverían a ver. Que aprendieran.

-¿Vas a quedarte conmigo, te has decidido? – preguntó Borja, en la discoteca donde estaban, tomándola de las manos.

-¡Sí! – Nunca se había sentido tan feliz. Seguro que dentro de un par de días, sus padres discutirían con Tolo, le dirían que era culpa suya que Iana hubiese escapado, y lo echarían de casa. Qué lástima no estar allí para verlo.

-Entonces, eres mía.

-Sí.

-Dímelo, Iana, dime que eres mía.

-Soy tuya, Borja.

-Muy bien… - Borja sonrió, y sus colmillos parecieron algo más afilados – Y ahora que por tu propia voluntad, ya eres mía… puedo hacer contigo lo que quiera.

La sonrisa de Iana vaciló ligeramente. Vio acercarse a los amigos de Borja, y se sintió incómoda. No quiso reconocerlo, pero una molesta vocecita empezó a sonar en su cabeza. Era una voz que le recordaba cuántas veces, Tolo, le había prevenido contra Borja.


-¿Que se ha escapado?

-¡No está en su cuarto! ¡Sólo hay esto!– Tatiana estaba fuera de sí, había ido a despertar a su hija pequeña, y se había encontrado el cuarto vacío, los cajones sacados y una nota en la que Iana decía que se marchaba. Vladimiro se calzó y se marchó a buscarla sin decir nada, mientras Tolo se iba en dirección contraria, maldiciendo a la terca criatura, y Tatiana se quedaba en casa, por si volvía allí. Tolo sabía que su padre tenía poco olfato, no valía para seguir rastros, pero él sí. Y sabía dónde estaba la discoteca que frecuentaba el niñato aquél, y hacia allí se encaminó.

En la puerta, había un rastro, fresco, y lo siguió volando. Tuvo que recorrer media ciudad, mientras las horas de la noche se consumían, y él seguía sin localizarlos. Habían usado un coche robado, habían dado vueltas por la ciudad y parado en varios sitios. "Usar coches humanos en lugar de volar, no le parece que sea poco vampírico", pensaba Tolo, intentando no pensar a la vez que, si habían usado un coche, era muy probable que llevasen a su hermana retenida… Volando, no era fácil controlar a una presa, salvo que estuviera inconsciente, lo que les exigiría volar en forma humana o cobrar una forma muy grande para poder transportarla.

Finalmente, llegó a las afueras. El rastro era más intenso aquí. El cielo ya comenzaba a clarear, estaba de intenso color turquesa, pronto amanecería… pero tenía que seguir. Estaba llegando a un matadero de ganado, y allí, en una cabaña, el rastro de su hermana casi brillaba. Adoptó forma humana y entró, dispuesto a luchar con quien fuera por recobrarla, pero allí sólo estaba Iana. Desnuda de cintura para abajo, encogida en el suelo y tendida en un charco de sangre. Tolo se lanzó a por ella.

-¡Iana! ¡Iana, ¿qué te han hecho…?! – la voz se le ahogaba. Afortunadamente, la sangre del suelo, no era suya. No la mayoría, al menos. La joven sollozaba. Tenía la cara sucia de barro, sangre y lágrimas, y se tapó los ojos, gimiendo "basta… basta…". Tolo la apretó contra sí, y miró a su alrededor. La cabaña no tenía ventanas, sólo un par de troneras, cerca del techo, tapadas con rejilla. Estarían a salvo para pasar allí el día. – Iana. – insistió, suavemente – Iana, soy yo… soy Tolo… ¿qué ha pasado? ¿Qué te han hecho…?

Iana tardó en contestar. Tenía los ojos cerrados y no quería abrirlos. Tolo llevaba un abrigo de piel sintética, muy viejo, pero abrigado; se lo quitó y envolvió con él a su hermana, que sollozó de alivio. Sólo entonces pareció darse cuenta que quien estaba con ella, no era ya nadie de quien hubiera de tener miedo. Abrió los ojos, y al ver a su hermano, sonrió con alivio, y los ojos le brillaron. Tolo le devolvió la sonrisa con ternura, acariciándole la cara. Iana miró la cara redonda de Tolo, su papada temblorosa, las barbas castaño rojizas, igual que el pelo, que le crecía, largo, alrededor de la calva coronilla… y le pareció lo más hermoso que había visto en su vida.

-Me hizo daño… - susurró. – Me hicieron mucho daño, los tres. Me hicieron beber. Me pegaron y me trajeron aquí… y… Borja me arrancó la ropa y me

-Ssssh… - Tolo siseó para que no diera detalles y la meció contra él.

-Luego… vinieron también sus amigos. Me defendí. Me defendí contra todos. Mordí a uno, le desgarré la garganta, pero… me dijeron que si me defendía, mandarían a todos los Dementia contra vosotros. Os matarían a los tres. Me llamaron Chupacabras, y me tiraron sangre encima, me insultaron… me dijeron que era una puta engreída, si había creído por un momento que un Dementia como él, iba a interesarse en una Chupacabras… luego se fueron y me dejaron aquí. Tolo, yo no… Yo no soy una Chupacabras, ¿verdad que no? Mi madre, es una Lacrima Sanguis

-Iana, no te preocupes por eso ahora… ya ha pasado todo, yo estoy aquí contigo. Anda, intenta dormir, voy a llamar a papá y Tatiana, que estén tranquilos.


-La violó. La violaron los tres. Solamente porque "no es una Dementia". Y como no es una Dementia, parece que no importa lo que le hagan. Como somos unos Chupacabras, tenemos que aguantar con todo, tragar con todo, ya sean insultos, amenazas, abusos o asesinatos… pues yo no estoy dispuesto a tolerarlo. ¿Lo hubieras tolerado tú, si hubiera sido tu hija?

-Eso, no viene al caso – contestó Alan. Localizar al Chupacabras, no había sido complicado, pero es que ni siquiera se había escondido. Es más, había señalizado su posición… algo grotescamente, pero lo había hecho. – No juzgo, sólo ejecuto.

-Lo sé. Has venido a matarme por lo que hice y por lo que he hecho. Hace cincuenta años podría pensar que no tenías motivo. Hoy… - sonrió – he hecho lo más que he podido para ganármelo.

-Pues… desde luego, lo has logrado – admitió Alan, mirando hacia arriba. Su esposa sonreía, divertida. Tampoco a ella, le caían demasiado bien los vampiros.

-Acabemos cuanto antes… mátame ahora, y cuando salga el sol, estaré inconsciente, así creo que no sufriré mucho.


24 horas antes.

Borja reía en la discoteca que solía frecuentar. Un montón de bobitas revoloteaba en torno a él, y sus amigos le reían las gracias. A juzgar por los gestos que hacía y las caras que ponía, estaba representando lo bien que se lo había pasado con su hermana. Tolo la había dejado en el cobertizo del matadero. Nada más empezó a oscurecer, salió a buscar agua limpia con la que lavarla, y después de ponerla un poco decente, la había tapado bien con su viejo abrigo y él había salido a buscarle algo de comer. Al menos, eso le había dicho. Y no era completamente mentira

A Tolo le hubiera gustado dejarla en casa, pero no podía. Si volvía, sus padres no le dejarían salir de ella para lo que iba a hacer. Sabía que era firmar su sentencia de muerte, pero… se iba a morir muy a gusto después de eso.

Apenas Borja le vio, se rió. A Tolo le resultaba muy desagradable, con el pelito castaño corto por detrás y muy largo por delante, cayéndole sobre los ojos azules, obligándole constantemente a menear la cabeza para apartarse el mechón. Su risa le hacía aún más repulsivo.

-He venido para hablar de mi hermana. – espetó Tolo.

-Creo que la dejamos en un sitio… bien provista de alimentos para gente como ella, nos portamos bien… - sus amiguitos soltaron la risa como si estuvieran entrenados para ello. – Y ahora, ¿porqué no te largas a ver si puedes extraer sangre de la mierda, Chupacabras…?

-¿Crees que mi hermana es una Chupacabras, porque su padre es de esa casta, verdad?

-No es que lo crea, es que es… si su madre tuvo estómago para follarse a uno de vosotros, sus hijos serán de vosotros, aunque sean de una casta superior. La mala sangre prevalece. Es triste, pero… así es la vida de dura.

-¿Y eso, lo saben tus amiguitos?

-Claro, es normal, cualquier persona mínimamente inteligente, y eso no te incluye a ti, lo sabe.

-No, no digo si saben eso… digo si saben que, por esa regla de tres, tú, entonces, eres también un Chupacabras, chaval. – al ocultar una risa bajo su voz, el cambio de las eses por ges, era mucho más evidente. Borja se echó a reír, como si Tolo hubiera dicho algo muy gracioso.

-¿Qué dices…? Sabía que eras estúpido, pero no pensé que fueras absolutamente gilipollas

-Te voy a dar una pista: Tu puta madre, se llama Alezeya, pero se hace llamar Alice, porque piensa que queda más fino. – Borja palideció. Jamás había hablado de su madre, ni con Iana, ni con nadie que hubiera podido tener contacto con Tolo, ¿cómo sabía él…? – Es rubia, y tiene los ojos azules, como los que tienes tú, le gustan los Beatles, la música de arpa, y en los años sesenta, en Londres, se lió con un Chupacabras sin saber que lo era. Lo sé, porque ese Chupacabras, era yo. Acababa de dejarla su marido, un Lacrima Sanguis que la había preñado y se había ido, tú habías nacido hacía poco, eras su primer hijo, y ella estaba con la neura de que con un hijo, ya era vieja, y para quitarse la depre, se follaba todo lo que se le ponía por delante…. Hasta a un Chupacabras gordo seboso como yo.

Los amiguitos de Borja le miraban como si le vieran por primera vez. Uno de ellos se apartó un paso. Borja estaba blanco como la leche, negaba con la cabeza, incapaz de pronunciar palabra… finalmente, balbució:

-Eso… ¡eso no importa! Si yo ya había nacido, como has dicho, ¡no llevo tus genes! – pareció aliviado al pensar aquello – Sigo siendo un Dementia.

-Ya habías nacido, pero tu madre te estaba alimentando. Y como las Dementia no pueden amamantar, regurgitaba alimentos para ti. Y te digo una cosa: tu madre será una cabrita e idiota como ella sola, pero la chupa de la hostia… ¿entiendes lo que quiero decir? – Borja parecía a punto de llorar. "En realidad, no es más que un crío llorica", le dijo a Tolo una parte de sí mismo. Pero se recordó que él, no había tenido piedad con su hermana, y se cebó – Ya veo que no. Tu madre me la chupaba hasta que me corría en su boca. Le gustaba mucho tragarlo, decía que era otra forma de vampirismo. Y luego, entre lo que regurgitaba para ti, estaba toda mi corrida. Vamos, que te has criado tragándote todo mi grumo, campeón…. ¿estaba rico?

Uno de los amigos de Borja soltó la risa sin poder contenerse. Borja había cambiado; ahora estaba colorado como un tomate, musitando algo como "maldita seas, madre…". Todo su mundo, su estatus, su prestigio… se desvanecía en un instante. Miró a Tolo con verdadero odio y le señaló.

-¡Matadle! – rugió. Pero nadie se movió. Todo el mundo miraba a Borja de arriba abajo, riéndose de él.

-¿A quién le estás hablando, Chupacabras? – dijo uno de sus ex amigos.

-Mi madre sigue siendo la nieta del jefe de la casta Dementia… - masculló Borja – Yo sigo siendo un Dementia, ¡el sucesor! Si queréis seguir vivos mañana, más os vale

-Eso, tiene que discutirse… si tu madre tuvo el cuajo de tragarse el semen de "eso", no creo que se la pueda considerar ya Dementia… mi padre lleva la legislación de la casta, y creo que eso, sería suficiente para pedir su expulsión. De ella, y de toda su familia.

-Si quieres matarle, Chupacabras, mátale tú mismo. –añadió otro.

-No eres ni un Chupacabras, eres un "chupasemen de chupacabras"… ¡chupa-chupacabras! – rió un tercero, y todo el grupo de bobos estalló en carcajadas como becerros… pero a Tolo le dieron ganas de aplaudir. Cuando, hacía tantos años, Alezeya le amenazó de muerte al enterarse de que era un miembro de la casta vampírica más baja, no imaginó lo que iba a desencadenar con su estúpida maniobra de no ser capaz de callarse el lío que tuvieron.

Borja se sentía herido en lo más profundo, picado en su orgullo de una forma tan viva que ardía por dentro… y se lanzó a por Tolo. Éste le vio venir, y le dejó acercarse, y cuando estuvo lo bastante cerca, le golpeó la cara con el puño con todas sus fuerzas. El crujido que hizo la nariz de Borja al partirse, fue el sonido más dulce que escuchaba en mucho tiempo.


Iana sintió una caricia suave en su mejilla, que la sacó dulcemente de su sueño. Tolo estaba junto a ella, acariciándola. Seguía en el cobertizo, envuelta en el abrigo de su hermano, y éste la miraba con ternura. Le parecía que apenas había pasado una hora, pero sabía que llevaba mucho tiempo allí. Se sentía mejor, aunque el vientre aún le dolía.

-¿Cómo te encuentras? ¿Te vas sintiendo mejor? – Iana asintió. Es cierto que el recuerdo, era muy desagradable, pero los vampiros no tienen la misma sensibilidad que los humanos. Para ella, aquello había sido muy duro, doloroso, humillante y descorazonador… pero tampoco algo traumático como lo sería para una chica humana. Se repondría totalmente. Le llevaría algún tiempo, unas cuantas semanas, pero lo conseguiría sin problemas. – Tengo algo para ti. Abre la boca.

Iana obedeció y Tolo la tomó en su regazo "igual que cuando era un bebé y Tatiana me la puso en las rodillas por primera vez…". La acunó en sus brazos y posó su boca en la de ella. Se oyó un gorgoteo, y enseguida Iana notó en su boca el sabor, cálido y salado, de la sangre. Tragó, gustosa, paladeando… el día anterior, no había comido nada, estaba débil y hambrienta, y el sabor parecía maravilloso después de tantas horas sin probar bocado. "Tolo me ha salvado…" pensó la joven. "Él vino a rescatarme… me ayudó. No le ha dicho a papá y mamá que ya no soy virgen, me ha cuidado y me está alimentando… Siempre ha cuidado de mí. Siempre me ha querido… qué… qué idiota soy".

Tolo abrió los ojos desmesuradamente y estuvo a punto de apartarse, cuando sintió una presencia en su boca. Era la lengua de Iana. La joven le miró con ojos tiernos y le acarició la cara, abrazándole por la nuca, para impedir que se apartara. El vampiro intentó objetar algo, decir… pero Iana se apretó contra él, mimosa. Si la rechazaba, ella aún se sentiría peor… "Bartholomew: vas a morir al amanecer, y lo sabes. Lo que has hecho, sólo se salda con tu muerte… date un gusto antes de desaparecer del mundo.", pensó. Y sabía que estaba mal, pero… Drácula, llevaba años enamorado de Iana. Mientras fue una niña, pensaba que simplemente era cariño, pero cuando se convirtió en mujer, se dio cuenta que la amaba, la propia Iana lo sabía… no pudo evitarlo: se dejó hacer.

Iana se deslizó al suelo. Le dolía demasiado el vientre como para tener sexo, pero podía satisfacerle de muchas formas… con todo cuidado, le desabotonó el pantalón y le bajó la cremallera, en medio de un siseo encantador, y le retiró la tela del calzoncillo. El pene de Tolo estaba ya erecto por el fugaz contacto con la lengua de la joven. "Este, sí es bonito…" pensó torpemente Iana, forzándose a no recordar su anterior experiencia, pero lo cierto es que el miembro de Borja le había parecido torpe y feo, torcido y delgaducho… éste era bonito. Orgulloso, tieso, con gracioso vello rizado en la base… Tolo jadeaba sólo sintiendo la cara de Iana tan cerca de su sexo. Las piernas dobladas le temblaban, y cuando ella lo acarició contra su mejilla, un gemido de gozo le vació el pecho.

Iana tenía las manos calientes, y su mejilla más caliente aún. Lo frotaba contra su cara, mimándolo, acariciándolo con suavidad, dándole apretoncitos, hasta que por fin se lo metió en la boca. Tolo tuvo que gritar de placer, y apretó los puños para resistir el impulso de tomar a Iana por la cabeza y apretarla contra sí. La joven ensalivó su pene, dejándolo resbaladizo y brillante, tan sensible… y empezó a moverse, subiendo y bajando su boca pequeña sobre la hombría de Tolo, apretándolo contra sus mejillas, mientras gemía tomando aire.

Tolo no podía ni hablar. Ni quería hacerlo, el momento era demasiado perfecto para estorbarlo con palabras. Se limitaba a sentir. A sentir aquélla boca suave abrazando su polla erecta, arrancándole gemidos de gusto a cada bajada que hacía… a sentir aquella lengüecita traviesa dando giros por todo el tronco, cebándose en la punta, lamiendo el frenillo y provocando que él sufriera escalofríos de gusto a cada toque de la misma. A sentir aquéllas manos cálidas que acariciaban el tronco cuando éste quedaba libre, que jugueteaban con sus bolitas, acariciándolas, que hacían cosquillas entre el vello púbico...

El vampiro no quería llegar. Quería seguir sintiendo aquello por siempre, pero sabía que era imposible. Su tiempo ya se estaba terminando, sabía que el alba se acercaba… se dejó vencer por el inenarrable placer que sentía, y sus caderas empezaron a moverse solas. Iana le miró a los ojos con verdadero cariño en ellos, y eso fue más de lo que pudo soportar. Tolo exhaló un gemido ahogado y su pene tiró de él, para estallar de placer. El gusto le invadió todo el cuerpo, en una tiritona de gozo infinito, y se derramó dentro de la boca de Iana, que tragó ávidamente su descarga. Tolo le besó la frente y la acomodó nuevamente en el suelo. Una lágrima se escapó de los ojos de la joven.

-¿Por qué me hizo esto…? ¿Por qué tuvo que hacerlo así….? – sollozaba, agarrándose el vientre, que le dolía. – No tenía que hacerlo así… se lo hubiera dado… sólo tenía que pedirlo, ¿por qué me hizo eso…?

"Porque tú también eres una Chupacabras" pensó Tolo. Pero no se lo podía decir. Bastante tenía ya la criatura, y además, ya no valía la pena.

-Porque era un gilipollas. Y ya está, no pienses más en eso. Duérmete. Esta noche, estarás en casa.

-Te quiero, Tolito… - murmuró, ya con la voz del sueño, y el vampiro la abrazó por detrás para darle calor. En un ratito tendría que levantarse y salir… pero, durante cinco minutos, podía ser feliz.


Ahora.

-Acabemos cuanto antes… mátame ahora, y cuando salga el sol, estaré inconsciente, así creo que no sufriré mucho. – le dijo Tolo a Alan. El cazador no podía dejar de mirar la grotesca escena que tenía delante. A él, le habían contratado para que matase al Chupacabras, porque, al parecer, estaba detrás de la desaparición de un joven Dementia. No es que a él le importase, pero parece que la desaparición, iba a ser permanente… Tolo había capturado a Borja, se había alimentado de él, y le había clavado en la pared del cobertizo, y sujetado con alambre de espino después. El cuerpo del Dementia era un rosario de sangre, y el Chupacabras no se había quedado ahí. Para asegurarse de que Borja no pudiera soltarse, había atado ratas sobre su cuerpo, que le devoraban lentamente, de modo que el vampirito estaba cada vez más débil. Para cuando saliese el sol, seguiría consciente, pero no tendría modo de soltarse.

Coral, la esposa de Alan, lo miraba, divertida, mientras Borja insultaba en voz baja. No podía hablar bien con la nariz partida, y parecía que eso le diese vergüenza, porque intentaba no hablar alto.

-¿Os han mandado a rescatarme, verdad…? Bajadme de aquí… vamos, gilipollas… - su voz silbaba ridículamente – Bajadme, u os mataré… ordenaré que os maten

-Matadme primero – pidió Tolo. – Luego, le bajáis. No quiero verle libre, es lo único que os pido.

"Violó a una chica." Pensó Alan "A una chica de la edad de mi hija, pero mentalmente, más joven aún. La violaron entre varios. Ni para hacer solo algo así, servía ese tío." Miró a su esposa. Y no necesito preguntarle qué pensaba.


A la noche siguiente, la casta Dementia recibió las cenizas como prueba de que la caza había tenido éxito, pero Alan aseguró que el tal Borja había desaparecido, y que el Chupacabras se había llevado su paradero al infierno. A la casta no le importó gran cosa: toda la familia del citado había sido asesinada o puesta en fuga en cuanto se había sabido de las relaciones que un miembro de la misma había mantenido con un ser de la casta más baja… de modo que nadie perdió el tiempo en comprobar si aquéllas cenizas pertenecían a Tolo, o… a otro vampiro.

También la noche siguiente, volvieron a casa Iana y Tolo. La joven se echó a llorar al ver a sus padres, y estos la cubrieron de besos, igual que a Tolo, pero nadie preguntó nada. Cuando los dos vampiros se tomaron de la mano por encima de la mesa, aprovechando que sus padres estaban en la cocina, Tatiana se dio cuenta, y sonrió a su marido. Vladi asintió, feliz.

Y también la noche siguiente, Junior empezó a preparar su equipaje para ir a la universidad, estaba loca de contento porque su padre le permitiese ir, y no dejaba de reír mientras metía y sacaba ropa de los armarios, de los cajones, ordenaba libros y fotos que quería llevarse, y charlaba con su madre, que intentaba ayudarla a meter media casa en las maletas, que era lo que intentaban, en opinión de Alan, quien, recordando lo sucedido, no podía dejar de recordar lo afortunados que eran los licántropos al no tener castas, sino clanes familiares. Su hija no podría liarse nunca con un inferior, porque entre licántropos, ese concepto, no existía. Para hacerlo, su hija tendría que liarse con… bueno, qué tontería, ¡eso era imposible!

Epílogo.

Vladimiro estaba barriendo las hojas de los árboles una vez más. Había pasado más de una semana después de aquellos días de pesadilla, y las cosas volvían a la normalidad, gracias a Drácula. Iana volvía a estudiar y a ser la niña dulce y amable de antaño. Tolo seguía paseándose por casa en calzoncillos y camiseta, y de vez en cuando, intercambiaban un besito fugaz o una caricia. Parecía que quisieran tomárselo con cierta calma… no venía mal, después de todo lo que había pasado, Vladi era muy consciente que había estado a punto de quedarse sin hijo por segunda vez, aunque no lo dijera.

Acababan de encender las farolas del complejo, serían casi las siete de la tarde, y el aire invernal era muy frío, pero olía a dulce por que se estaban preparando buñuelos para el día siguiente. Él no podía digerirlos, pero la nata, sí, pensó… y en eso estaba, cuando un coche paró muy cerca de él. Conducía un hombre alto, vestido con traje azul oscuro, moreno, con barba sin bigote muy oscura también. Parecía apurado. Se bajó del coche y se sacó del bolsillo un colgante.

-Buenas noches, buen hombre, ¿puede usted ayudarme?

-Dígame qué desea, y si está en mi mano… dígame.

-Tenga este colgante. No se lo dé a ninguna mujer de su confianza, ¿me entiende? Si tiene usted esposa, o hijas, NO se lo dé. Sólo guárdelo, y dentro de un par de meses, véndalo. Es todo lo que le pido. ¿Querrá hacerlo?

-Si sólo es eso… puedo hacerlo, si no es nada más que eso… - Vladimiro se quedó mirando el colgante. La verdad es que era bonito, pero no decía nada, sólo era un medallón transparente. – Oiga, ¿por qué….? – pero el hombre, ya no estaba allí. El coche había arrancado y había dejado a Vladimiro hablando solo. Unos diez minutos más tarde pasó otro coche, con otro hombre que llevaba una escopeta en el vehículo, pero eso Vladimiro ya no lo vio. Lo que vio, fue que debía haber mirado mal el colgante, porque ahora ya no era transparente, sino que tenía el holograma de una cabeza de lobo aullando…. Qué raro. Bueno, ya lo vendería, algo le darían por él