Morboso postre de aniversario
Cuando se lleva mucho tiempo con la misma persona hay que experimentar cosas nuevas (lee la advertencia del principio).
ATENCIÓN: este relato contiene secuencias que se salen del "sexo normal" de penetración, mamadas y demás. Es muy posible que haya quien lo encuentre muy GUARRO y DESAGRADABLE. Si eres uno de ellos, por favor, busca otro relato que se acerque más a tus gustos. Gracias.
Llegué a casa, como era habitual, sobre las nueve y media de la noche. Al pasar por la cocina le encontré mirándome con una sonrisa de malote y trajinando con la cena. Ese día cumplíamos cuatro años de relación y, pese a diversos traspiés a lo largo de todo ese tiempo, seguíamos tan enamorados como el primer día.
Esteban era un pedazo de tío que me la ponía dura con solo mirarle o incluso simplemente con oler su ropa usada una sola vez al abrir el armario. Y es que él lo valía. Tenía la pinta de un chungo de barrio. Solía vestir con pantalones de chandall de algodón oscuros que le marcaban un generoso y duro culete que me volvía loco. También era habitual que llevara gorras sobre su pelo oscuro rapado al dos. Uno de los cortes que mejor le sentaban era el que en ese momento llevaba: rapado pero con una franja de pelo más largo en el centro de la cabeza a modo de corta creta. La cadena que le regalé hace unos años, de plata y bastante gruesa era el complemento ideal para su pinta de malote. Su cuerpo, aunque trabajado por el gimnasio, tenía la forma y consistencia perfectas sin llegar a ser de mazas y estaba cubierto, excepto por la espalda, hombros y brazos, por una capa de gruesos pelos negros que solía mantener cortados a cierto nivel por mi comodidad en el sexo. En la espalda, un tribal de hombro a hombro hacía las delicias de las noches en que me hacía de pasivo. Sus ojos eran vivos e intensos y cuando me miraba fíjamente durante cierto tiempo sentía que me llegaba hasta a marear Llevaba también por aquel entonces una tupida barba bien cuidada que me volvía loco.
Me metí en el baño y comencé a desvestirme para pegarme un remojón y estar relajado para la cena tan especial que llevábamos tiempo preparando. Al salir y mientras me secaba, me fijé una vez más en los progresos de mi cuerpo en el gimnasio. No podía evitar compararme con Esteban pese a saber que las comparaciones son odiosas. Aunque había alcanzado unas formas bastante interesantes, no dejaba de tener una cierta barriguita. Desde luego él tenía mucho mejor cuerpo que yo, más fibrado y compacto, aunque yo tenía ese punto de hombretón de espaldas anchas y cuello de toro que me daba un aspecto mucho más de brutote. Estéticamente teníamos más o menos el mismo gusto. Yo también llevaba barba y el pelo rapado, aunque en mi caso la barba no era oscura y aterciopelada como la suya, sino más bien rojiza. Mi piel era también bastante más clara y rosada y con menos vello en el cuerpo. Mis pezones, suaves y de un color rosa claro que, junto al extraño color de mi barba, eran de las cosas que más me gustaban de mí mismo.
Acabé la ducha, me vestí con ropa cómoda y salí a ayudarle a acabar de preparar la cena. Charlamos de nuestras cosas y nos pusimos a cenar. La cena estaba deliciosa y el ambiente era perfecto. Habíamos puesto un CD de unos tangos que nos encantaban de fondo y habíamos llenado el salón de velas. Fue una auténtica pasada. Cuando acabamos y tocaba el postre se escabulló al baño mientras yo acababa de recoger la mesa. Para mi decepción, por mucho que busqué en la nevera y la despensa, no encontré ningún postre especial para la ocasión. Bueno, quizás se le había olvidado. Aunque tampoco era problema. Estaba dispuesto a que tomáramos unas buenas raciones de leche condensada durante toda la noche
Apareció con una sonrisa malévola en la mirada, me agarró de la camiseta y comenzó a morrearme sin más. Sus suaves y gruesos labios se agarraban a mi lengua y nuestras barbas oscura y rojiza se fundían arañando un poco el contorno de nuestras bocas. Me clavaba la lengua con pasión y me abrazaba fuerte mientras recorríamos con las manos los cuerpos del otro. Aun estaba sentado yo en la silla del salón y él de pie, encorvado, besándome, cuando comenzó a bajar hacia mi polla a punto de explotar. Sobre la fina y cálida tela de mi pantalón aspiraba mi aroma y expulsaba aire para calentarme aun más. Desató el nudo, bajó el pantalón lo que pudo dada mi posición, y me engulló el rabo de una sola vez. Yo estaba completamente excitado y al notar la punta de mi enorme y gruesa polla en el fondo de su garganta y su legua en mis huevos al mismo tiempo no pude hacer más que dejar escapar un sonoro gemido de placer. Entraba y salía sin parar. Restregaba su jugosa lengua por el tronco de camino al rosado glande con sus ojos intensos clavados en los míos. Jugaba a estirar de mi capuchón con dientes y labios. Recogía con su legua viciosamente las gotas de precum que escapaban de mi polla y las tragaba gimiendo con los ojos cerrados Me estaba volviendo loco.
Llegó a un punto en que decidí que ya era hora de comérmelo. Me deshice de mi camiseta poniéndome de pie y pegando mi boca a la suya, le arranqué la raida camiseta que llevaba para estar por casa, le apoyé en la mesa vacía y comencé a esnifar su abultado paquete bajo los pantalones. Esteban estaba cachondísimo y no paraba de abrazar y estrujar mi cabeza con sus fuertes manos. Le bajé el pantalón y descubrí que no llevaba ropa interior. Me puse más caliente todavía. Me acerqué y noté la humedad y el calor que desprendía su largo y grueso rabo deleitándome de ese aroma característico a restos de orina y sudor. En la punta, enmarcado en los pliegues del prepucio, una buena ración de lubricante me esperaba con su sabor salado y su olor característico. Lo tragué sin pensarlo mientras me la metía poco a poco dentro de la boca. Jugué a meter mi lengua por entre la piel y el capullo y dar vueltas entorno a este. Le miraba desde abajo y notaba los espasmos de placer que recorrían su cuerpo. Entonces me introduje uno de sus huevos en la boca. Colgaban enormes en la blanda y suave bolsa. Jugaba con ellos. Los lamía sacando solo la lengua, metiéndolos de golpe en la boca y ocupando todo el espacio mientras le masturbaba. Estaba eufórico.
Entonces le di la vuelta y le coloqué pegado a la mesa para trabajarle bien el culo. Los duros cachetes cubiertos de un corto y duro vello se abrieron un poco dejándome ver la oscura y peluda raja. Le mordía y pellizcaba ambos glúteos, masajeándolos fuertemente. Acerqué mi cara y comprobé el aroma de su agujero. Olía a limpio, pero al pasar lentamente la lengua por toda la zona haciendo que le fallaran un poco las piernas, noté un sabor que no esperaba y no supe identificar en un primer momento.
Entonces paró de golpe. Se giró y agarrándome de la cara con fuerza comenzó a besarme intensamente. Me gustaba mucho cuando se ponía en plan dominante. Apoyó la base de mi espalda en el canto de la mesa con un giro brusco y me empujó para que cayera boca arriba sobre esta. Estaba excitadísimo. Se acabó de quitar los pantalones que estaban hechos un nudo en sus tobillos y de un salto se subió en la mesa con una sonrisa maliciosa en los ojos y mirándome con cara de cabrón. Yo estaba impaciente por ver lo que se le estaba pasando por la cabeza.
Puso un pie a cada lado de mi cabeza y bajó lentamente hasta colocarse en cuclillas dejando el caliente orificio que apenas había tenido el gusto de saborear esa noche a la altura de mi boca. Comencé a lamer con ganas. Pasaba mi lengua, frotaba mi cara desde el nacimiento de mi rapado pelo hasta la barbilla cubierta de rojizos y duros pelos Entonces noté que su esfínter se relajaba y expandía dejándome ver parte de su interior. Estaba haciendo fuerza.
-Esteban le dije-, espera. ¿Qué estas haciendo? Sabes que no me gusta
-Cállate, cabrón me cortó y continuó haciendo fuerza.
-Espera, tío, espera, que no quiero
-Tranquilo, que estoy completamente limpio. Acabo de hacerme tres lavativas. Lo que voy a hacer es darte el postre que te mereces.
Durante los cuatro años que llevábamos juntos habíamos probado muchas cosas en el sexo. Atarnos, juegos de roles, lapos, sexo con comida, lluvias doradas por supuesto al final siempre volvíamos al sexo tradicional de penetración, mamadas y demás, pero experimentar era algo que nos flipaba. El scat, que era lo que parecía que intentaba, nunca nos había gustado. Alguna vez habíamos experimentado algo, aunque no habíamos pasado de ver cagar al otro. Nos ponía mucho ver cómo dilataba el agujero y una enorme masa en forma de polla salía no sin cierto esfuerzo. Además, esa sensación de total confianza era brutal. Probarlo ya era otra cosa. El olor nos daba bastante asco a los dos y no queríamos pensar siquiera en el sabor, pero el morbo de verlo era excitante.
En ese momento lo único que se me pasaba por la cabeza es que quería descargar algo de su culo, aunque me estaba asegurando que lo tenía completamente limpio. Quizás era un juego El caso es que no podía dejar de pensar en la comida de culo que le había hecho. ¿Quizás ese extraño sabor era mierda? Imposible. Tenía un punto entre ácido y dulzón.
Seguía lamiendo el dilatado y esforzado ojete mientras pensaba todo esto no sin cierta preocupación. Siguió empujando y pude ver como una sustancia blanquecina se abría paso por el agujero. Lo olí. Desde luego no era mierda. Cerré los ojos y acerqué la lengua no sin cierta desconfianza. Estaba dulce y cremoso. Mi polla, que por momentos había bajado su erección, volvió a erguirse. Pegué otra lamida cuando salió un poco más. ¿Qué era aquello? Me estaba excitando muchísimo.
-Abre bien la boca dijo suavemente con una voz grave y algo agresiva.
Le hice caso, por supuesto. A unos centímetros de mi cara pude ver como el agujero se iba abriendo cada vez más. Algo luchaba por salir de allí dentro. Empezó a asomar una punta roja y redondeada mientras por los bordes aparecía más de aquella sustancia blanca y dulce. Entonces cayó de golpe en mi boca el intruso con un chorro de lo otro. Con la boca y parte de la cara pringada de blanco tenía la polla hinchadísima. Con decisión mordí el objeto y tuve bien claro lo que llevaba dentro. Se había metido fresas y nata dentro del culo y ahora me lo daba para que tuviera un buen postre.
Se giró y pegó su boca a la mía. Nuestras lenguas luchaban por conseguir un pedazo de fresa. Ambos estábamos locos. Comenzó a lamer mi cara para recoger la nata que me había manchado y como en un beso blanco me lo pasaba y yo tragaba.
Volvió a ponerse de cuclillas sobre mi cara. Esta vez costó algo menos. Otra dulce fresa cayó en mi boca y un gran chorro de nata la cubrió. Volvimos a besarnos y a deglutir el postre de su culo. Estaba caliente y eso potenciaba el sabor de la fruta. Estábamos a tope y disfrutábamos del momento con lentitud, apreciando cada detalle. Hasta siete fresas de buen tamaño llegaron a abandonar aquel culazo y a caer en mi boca abierta. Las masticábamos con pasión mientras nos besábamos. Otras veces las masticábamos bien mezclándolas con la nata y se la pasábamos al otro dejándola caer lentamente de nuestros labios. Pedazo de guarros nos habíamos vuelto. Con las espesas barbas cubiertas de dulce nata en estado semi-liquido (por supuesto, si estaba montada, no había aguantado el calor y la presión de su interior) y trozos de puré de fresa que habían escapado de las bocas, lamíamos la cara del otro como perros hambrientos.
Cuando acabamos de comer el postre y pensaba que ya no podría más, empecé a pajearme rápido mientras hurgaba en su culo por si quedara algún resto de nata. Lo dejé completamente limpio. Pero me obligó a apartar la mano de mi rabo. Aun quedaba algo más por descubrir. Entonces se levantó, bajó de la mesa y abrió un armario del salón para sacar una caja de cartón encerado con un lazo. Se acercó a mi y me dijo que ese era mi regalo. Nervioso por ver lo que se le había ocurrido al cabrón de mi novio, abrí la caja y encontré una polla negra bastante gruesa.
La cogió con delicadeza, apartó la caja y llevó el pollón a mi boca. Un intenso sabor a chocolate me llenó los sentidos.
Lamimos el tronco cada uno por un lado mirándonos a los ojos con lascivia. Nos besábamos estrujándonos y babeándonos paladeando el chocolate en la boca del otro. En ese momento lo puso en mis manos y se tumbó en la mesa de nuevo con la cara contra la madera levantando un poco el culo. En seguida entendí el nuevo juego. Tras lubricar bien su culo de nuevo coloqué el generoso capullo de la polla de chocolate en la entrada y haciendo fuerza con mi cuerpo a través del pecho, donde apoyaba su base, comencé a penetrarle despacio. Tras un gemido inicial cuando el glande irrumpió dentro, su agujero fue abriéndose al pollón de chocolate. Mis manos comenzaban a pringarse de oscuro por el calor que lo derretía. Le empecé a meter y sacar el dulce rabazo. Al principio lentamente y poco a poco, aprovechando la lubricación que permitía el chocolate derretido por el calor y el propio roce, más rápido. En las comisuras de su culo se iba acumulando chocolate formando pliegues, que lentamente descendían en un chorretón manchando el perineo y sus enormes y bamboleantes huevos más abajo. Yo trataba de lamer todo lo que podía e ir pasándoselo a mi novio a través de morbosos besos.
El pollón de chocolate poco a poco fue perdiendo la forma original hasta quedar convertido en un gran supositorio oscuro. Entonces entendí que era suficiente y le puse boca-arriba con sus peludas piernas abiertas y los pies sobre mis pectorales robustos. Tenía la cara manchada de marrón oscuro por todas partes, como un niño pequeño la primera vez que come por sus propios medios. Le besé una vez más notando el sabor dulce e intenso y, aprovechando el chocolate mismo, mi saliva que hacía brillar su culo y las gotas de precum que goteaban lentamente en mi polla, se la metí poco a poco.
Esteban entornaba los ojos de placer y tiraba su cabeza hacia atrás agarrándo fuertemente de mis pezones rosados. Yo iba acelerando la marcha. Al moverme dentro de él notaba como el compañero se iba fundiendo y golpeaba mi capullo excitándome aun más.
Poco pude aguantar la enorme follada que le estaba pegando y pronto me corrí dentro de su culazo soltando una cantidad enorme de leche. A cada lefazo que le inyectaba, su cuerpo se contraía y soltaba un gemido apagado. Cuando acabé le besé como nunca y le abracé acariciando su espalda, el tatuaje entre sus abultados y compactos hombros y su pecho con alguna mancha oscura de más entre el vello.
Pero aun faltaba que se corriera él. Levantándose de la mesa me cogió fuertemente del hombro, hizo que me acostara debajo de él y pusiera la cara debajo de su culo. Comenzó a salir una dulce mezcla marrón oscuro y blanca de la leche que le había soltado como un surtidor. Yo iba tragando lo que podía aunque por las mejillas notaba resbalar la morbosa mezcla cubriendo mi rojiza barba ya manchada de antes. Entonces apareció de golpe el ya pequeño supositorio de chocolate. Poniendo su boca a la altura de la mía fuimos mordiéndolo y tragándolo lentamente. Estaba caliente y jugoso de su cuerpo y mi espeso semen.
Entonces se retiró un poco hacia atrás y me clavó el rabo en la boca a la vez que entre gemidos se corría dentro. Una cantidad inmensa de lefa espesa se acumulaba sobre mi lengua llenándome del sabor característico del hombretón que tan bien conocía. Cuando acabó se lanzó como un poseso a besarme obligándome a compartir su esencia. Nos metíamos la lengua hasta la garganta, sorbiéndonos los labios y lamiendo los restos de chocolate y corrida de la cara del otro. Ahí es cuando volví a correrme dejando unos blancos y enormes chorretones por todo mi vientre y pecho que él no tardó en recoger con su lengua y tragar.
Lentamente nos fuimos calmando y, abrazados como estábamos, encendimos un par de cigarros entre caricias. Nuestras caras estaban llenas de costras oscuras de chocolate y restos de saliva y semen, pero aun así nos besábamos mostrándonos cuanto nos queríamos. Estábamos en la gloria, sin duda. Al rato nos pegamos un duchazo juntos y volvimos a echar otro par de polvos, pero eso ya es otra historia