Morbo y vicio con mi tía (3)

La primera vez que follé a mi tía no pensaba que sería vestido con su ropa interior. Mi tía me descubre mi parte travesti y fetichista.

(Continuación)

LA SORPRESA

Habían pasado algunos días desde ese primer encuentro con mi tía Irene y, aunque no habíamos comentado nada sobre ello, sí es verdad que el ambiente se hizo aún más relajado; incluso alguna vez, cuando le apeteció a mi tía sobre todo, hicimos nudismo en la casa -”ya que nos hemos visto todo… no hay problema” dijo ella- aunque en ningún momento se planteó la posibilidad de volver a disfrutar mutuamente del sexo. No sé qué pasaba por su cabeza, pero por la mía pasaba aún una cierta vergüenza y un tímido arrepentimiento (recordaba que habíamos bebido bastante aquel día y a lo mejor ella se dejó llevar más de lo que quería), aunque el recuerdo que dominaba en mi mente era el extraordinario rato que había pasado con ella y que no sabía cómo plantear que me encantaría volver a hacerlo, y aún más, llegar a la penetración a la que no llegamos aquel día.

Con esos pensamientos andaba cuando una tarde mi tía me dijo que se iba a una conferencia relacionada con su trabajo y que no me invitaba porque seguramente me aburriría. Yo no insistí en acompañarla porque aparte de que ella tenía razón, quería echar un vistazo a unos apuntes, aunque al verla vestida con esas bonitas sandalias que dejaban casi al descubierto todos sus pies y un vestido floral y veraniego con vuelo y que le llegaba por los muslos deseé estar a su lado aquella tarde.

Finalmente me contuve y me quedé en casa. Empecé a ordenar los apuntes como era obligación aquella tarde como estudiante, pero poco a poco el sopor me iba venciendo. No deseaba dormirme, así que me levanté para ir a la cocina y tomar un vaso de agua fresca. A la vuelta, cuando pasé por delante de la puerta del dormitorio de mi tía, observé como sobre la cama se distribuían de forma desordenada un tanga y un par de braguitas. Seguramente habría sacado varias para ver cual se ponía y tras escoger la elegida, dejó las demás sobre la cama. No puede evitar entrar y dirigirme hacia la cama. Era un bonito espectáculo, me excitó mirás aquellas bragas de mi tía y me vi impulsado a cogerlas para observarlas de más cerca. El tanguita era rosa, muy minúsculo, y me preguntaba si sería cómodo tener ese hilo de tela entres las nalgas; luego había unas braguitas naranjas con un dibujito casi infantil, con un corazoncito en la zona del pubis. Finalmente había un culotte de encaje blanco, el cual casi se convertía en un tanga en la zona del culo. La curiosidad me fe picando y busqué en la cómoda los cajones donde podría tener su ropa interior. Allí pude encontrar muchas más braguitas y tangas, así como sujetadores y medias de todo tipo, aunque también tenía un cajón con algunas prendas más exquisitas como ligeros, corsés o camisones cortos y transparentes.

Cuando quise darme cuenta, tenía la polla bastante dura, lo que me llevó al recuerdo de la tarde que pasé con mi tía. Una vez revisada la cómoda, me dí cuenta de que en un rincón, donde parecía haber un cesto para la ropa sucia, había unas braguitas negras con encaje en los laterales. Eran las braguitas que llevaba aquella tarde que estuve con ella. No pude evitar apretarlas contra mi nariz y pude observar el olor de su coño; debía haberlas usado algún día más porque transmitían un olor intenso, algo sucio quizás, pero muy agradable y excitante. Después de esto, mis actos vinieron solos, prácticamente sin pensar. Me quité las bermudas que llevaba por única ropa aquella tarde y me tendí en la cama de mi tía empezando a restregarme sus bragas por mi cara, mis tetillas y mi polla. Notaba en la polla la cálida textura de las braguitas, incluso de los pliegues del encaje. Al fín, sin saber por qué, me surgió la idea de sentir esa textura sobre mi polla por lo que empecé a meterme las braguitas por las piernas. No tuve mucho problema para encajarlas hasta la cintura y colocarlas sobre mi polla, la cual se apretaba más dura que nunca bajo la suave piel de la braguita, aunque el glande no conseguía esconderse y sobresalía sobre ella. Empecé a restregarme la polla por encima de la braguita hasta que me decidí a sacármela por un lado y empecé a masturbarme. Lo hice como pocas veces lo había hecho, con una sensualidad inaudita, y no tardé mucho en correrme sobre mi vientre, aunque algunas gotas no pudieron evitar caer sobre las braguitas. Por un momento me vino a la mente la necesidad que tenía de lavarlas para que mi tía no se diera cuenta de lo que había hecho con ellas, pero me vencieron las ganas de relajarme y disfrutar hasta el último momento de placer de la última gotita de semen. Me relajé tanto que me quedé dormido.

Lo primero que noté cuando desperté fue la goma de la braguita repercutiendo sobre mi cadera, primero suavemente y luego algo más fuerte hasta que los pellizcos que me producían en la piel acabaron por despejarme. Y en ese momento, al ver que era mi tía Irene la que estiraba la tela de la braguita hasta rebotarla en mi piel sonriéndome de forma pícara, sentí un momento de rubor indescriptible al verme sorprendido por ella, con sus braguitas manchadas de mi semen puestas entre mis piernas y en su cama.

  • Vaya, sobrinito, con que jugando con mis braguitas – me dijo con una cara de enfado impostado, sin poder aguantar la risa.

  • Lo siento, tita, de verdad, no sé que me ha pasado, lo siento – me atrevía a balbucear.

  • No te preocupes Luis, si estás muy guapo con ellas puestas, no sabía que te gustaba probarte esas cosas, ¿es la primera vez que lo haces? - preguntó, ahora con una gran sonrisa pícara en la cara.

  • Bueno, alguna vez he rebuscado en el cajón de la ropa interior de Celia (mi hermana), pero nunca me atreví a probarme nada.

  • ¿Atreverte?, eso es que lo deseabas, parece que eres un fetichista reprimido.

  • Bueno, no sé – en realidad sí había manifestado mi interés por la ropa interior femenina, siempre me había gustado mirar fotos de mujeres con conjuntos sensuales e incluso una vez, eso no me atreví a decírselo a mi tía, llegué a probarme con 14 años unas bragas de mi madre – no sé, tita, joder qué situación.

No sabía donde mirar así que me tendí rendido sobre la cama y quise cerrar los ojos un momento para ver si la situación tan embarazosa que estaba viviendo desaparecía, pero en cambio lo que pasó es que sentí una de las manos de mi tía acariciando mi polla por encima de las braguitas.

  • Pues yo opino que te quedan muy bien – me dijo – y además, creo que podríamos jugar ahora mismo a pobrarte más cosas. Y no admito un no por respuesta, ahora estás en mis manos… además, tus padres te han dejado a mi cargo y yo me voy a tomar el encargo muy en serio. Verás como te gusta. Anda, quitate esas braguitas sucias, tíralas al cesto de la ropa y ve al cuarto de baño a asearte un poco. Pero vuelve en seguida.

En el cuarto de baño me limpié un poco como pude, porque realmente tenía ganas de volver cuánto antes para ver qué tenía deparado para mí mi tía; ya se me había pasado casi por completo la vergüenza inicial. Cuando volví, me llevé una nueva sorpresa: ella se había desnudado por completo y su bello cuerpo aparecía ante mí totalmente descubierto. No sé si me gustaba más con ese vestido que traía o ahora que estaba totalmente desnuda. Los dos estábamos ahora desnudos uno frente al otro. Yo estuve a punto de abalanzarme sobre ella, pero antes de que lo hiciera, empezó a llevar la iniciativa, como casi siempre hacía conmigo.

  • Anda, ven aquí sobrinito, que nos vamos a divertir tú y yo mucho a partir de ahora -dijo atrayéndome hacia ella y cogiéndome la polla con su mano- pero antes respóndeme a una pregunta: ¿estás dispuesto a disfrutar del sexo conmigo y a descubrir cosas nuevas, siguiendo las órdenes de tu tía, sin que te sorprenda nada y dejándote simplemente llevar? - preguntó apretándome la polla con fuerza, como insinuándome que no admitía un no por respuesta.

Hubo un instante, antes de contestar, en el que tuve miedo viendo esa cara de viciosa que me puso mi tía y ante el desconocimiento de lo que quería hacer conmigo, pero la verdad es que estaba deseando experimentar el sexo y más con ella, sobre todo desde lo que había pasado unas tardes antes.

  • Sí, estoy dispuesto -dije aparentando más seguridad de la que tenía en mi interior.

Bien, así me gusta -dijo soltándome la polla- y vamos a empezar por lo que he descubierto que te gusta. Mejor dicho, dos cosas que estoy segura de que te gustan: hoy me vas a follar – en ese momento los ojos se me abrieron de deseo- pero lo vas a hacer después de que te ponga ropita mía. Quiero que me folles así, ¿de acuerdo? - el deseo fue en aumento, había perdido ya toda la vergüenza y ese toque fetichista me pareció delicioso, quizás algo extraño para la primera vez que iba a follar, pero muy excitante.

-Espera un momento, que voy a hacer una selección de lo que te voy a poner – dijo antes de dirigirse hacia su cómoda y empezar a rebuscar en sus cajones. Entonces empecé a mirarle el culo, ese culo respingón que tanto me gustaba y que acompañaba a esas generosas caderas que la hacía aún más atractiva. Instintivamente me empecé a tocar la polla, que ya estaba algo morcillona, aunque aún no todavía dura.

  • No te toques, no quiero que se te ponga dura del todo -dijo tras adivinar, sin mirarme, que lo estaba haciendo- enseguida acabo y quiero probarte la ropa sin que estés duro del todo.

Tras revolver unos minutos los cajones, colocó sobre la cama aquello que deseaba probarme. Pero antes de colocarlas, me pidió que me pusiera delante de la cama, mirando hacia la puerta, así que no pude ver lo que me tenía preparado.

  • Suerte que tengo caderas y poco pecho, así que prácticamente todo lo que tengo te sentará bien – dijo mientras empezó a colocarme un sujetador negro, con encaje en sus copas, que eran bajas, por lo que prácticamente el encaje que conformaba la parte superior de las mismas quedaba a la altura de los pezones, lo que provocaba una sensación agradable al contacto. Acabó de abrochármelo por detrás y de colocarme los tirantes sobre los hombros. Luego me pidió que alzara primero una pierna y luego otra para colocarme un bonito liguero a juego, también de encaje y negro, el cual subió hasta mi cintura. El roce de las tiras que quedaban colgando sobre los muslos me hizo cosquillas y me hizo sentir, sin saber el porqué, muy sexy, un término que nunca había utilizado para mí mismo. Luego sacó de detrás de mi espalda unas medias también negras, con encaje en su parte superior. Entonces se agachó para irme enganchando los corchetes del liguero a la media, lo que aprovechó en un momento dado, abrochando los de la parte delantera, para darle unos besos y unos lametones a mi polla, pero cuidando de que fueran ligeros y rápidos para que no acabara de excitarme, aunque esto era cada vez más difícil dada la situación. Luego se puso detrás mía para engancharme por detrás, lo que aprovechó para darme algunos mordisquitos en las nalgas que me provocaron reacciones casi eléctricas.

La verdad es que mi tía sabía lo que hacía, porque nunca había imaginado sentir nada parecido, y dudo que muchas de las parejas que había conocido en el instituto y que eran famosas por ser precoces en el tema del sexo, hubieran experimentado algo parecido. Yo me mantenía quieto, dejándola hacer, ya que además ella me había indicado que por el momento tenía prohibido tocarla, así que me conformaba con el morbo de la situación y de no perder un instante en dejar de admirar su anatomía.

Y ella siguió, me puso entonces sobre el liguero unas braguitas negras a juego con el conjunto, parecidas a las que me había probado cuando me pilló, pero más sexys, ya que eran transparentes en la zona del pubis y las nalgas, mientras tenían encaje a los lados y un pequeño dibujo de una flor justo en la zona más íntima.

  • Y ahora el remate final – dijo mientras me enseñaba un camisón muy corto, que al ponérmelo me quedaba a la altura de las caderas, también transparente y que dejaba mostrar el sujetador.

  • Bueno, creo que por hoy estás listo, ven, mírate – y me llevó hacia el espejo a que me observara, ella detrás con su cabeza apoyada en mi hombro mirando pícaramente. Fue una sensación tan extraña como morbosa verme vestido con aquella lencería, que sin duda le sentaba mucho mejor a ella y esperaba verlo algún día, pero el hecho de verla allí disfrutando lascivamente de ese momento conmigo me dio una sensación de complicidad inmensa. Sin duda, después de este momento de máxima intimidad, ya podríamos considerarnos más que tía y sobrino.

  • Jo, lo bien que me quedaría con este conjunto unos zapatos negros de tacón – dije casi sin querer, dejándome llevar por las numerosas imágenes de mujeres que había visto en internet con esa ropa y que muchas veces la conjuntaban con los zapatos de tacón.

  • Vaya, veo que estás aprendiendo pronto -dijo Irene riéndose mientras me daba un azote seco en las nalgas a través de las bragas- no suelo usar zapatos de tacón, soy de todo menos clásica a la hora de vestir por la calle, pero para algunas ocasiones en invierno aquí tengo unos- y sacó unos preciosos zapatos de tacón negro lisos y relucientes- me parece que te pueden quedar bien, a ver siéntate un momento.

Estaba viendo a esa imponente mujer completamente desnuda ante mí poniéndome primero un zapato y luego el otro y la sensación de intimidad volvió a ser increíble; seguramente me podría considerar yo más desnudo con ella con toda la lencería que llevaba encima. Entonces me dio la mano y me animó a levantarme con cuidado y a que andara un poco. Al principio me sentí bastante torpe, con pequeños tropiezos, pero enseguida aprendí a contonear el culo para mantener el equilibrio tal como había visto hacer a muchas mujeres que los llevaban.

  • ¿Sabes, tía?, me siento un poco como una putita -le dije, cada vez ya con menos pudor.

  • Pues esta putita me va a follar – y me arrastró hacia la cama, tendiéndose ella antes boca arriba y animándome a colocarme sobre ella.

  • Espera, me voy a quitar la ropa.

-No, ya te dije que quería que me follaras con ella puesta, sólo te permito que te saques la polla por un lateral de las bragas, ni siquiera debes quitarte los zapatos, la verdad es que estás muy sexy con ellos, putita mía.

Casi no hizo falta que me lo dijera, ya que la polla hacía rato que estaba totalmente dura, desde que había sentido el suave terciopelo de los zapatos en mis pies. Empecé a besarla mientras ella me acariciaba por encima de la seda, luego fui a sus preciosas y pequeñas tetas y a esos pezones erguidos que me volvían loco para acabar bajando a lamerle el coño, que ya estaba completamente húmedo.

  • Anda, date la vuelta que vamos a hacer un 69, quiero ver encima de mi cara cómo te sienta esa lencería. Por cierto, puedes quitarte las bragas, que estoy viendo que la polla te sienta muy bien sólo enmarcada con las medias y el liguero.

Así que me puse sobre ella y mientras yo le comía con gran ánimo su jugoso chochete noté como ella me quitaba las bragas y se dispuso a meterse mi polla en su boca desde abajo; primero la lamió un poco, luego dio besitos al glande y finalmente se dispuso como un león a tragársela entera. La verdad es que mi tía Irene la chupaba muy bien (al menos a mí me lo parecía, ya que no tenía con quien comparar), pero sabía mover la lengua y la boca con el ritmo justo, siempre evitando que me corriera, aunque eso era difícil dada mi excitación. El hecho de estar en lencería me tenía más que motivado.

  • Venga, ahora fóllame putita, fóllame como me has prometido – así que rompimos el 69 para pedirme que me pusiera tendido en la cama boca arriba. Así estaba, con el sujetador medio salido del poco agarre de mis tetas, cuando ella se sentó encima mía y con su mano fue introduciendo poco a poco mi polla en su coño. La dejé hacer ya que pronto comprobé que era una verdadera maestra. Empezó a subir y bajar el cuerpo, con sus tetitas balanceándose mientras apoyaba sus manos en mis muslos. La verdad es que todo era excitante: la visión de su cuerpo, el contacto de la lencería o la sensación de sentir mi polla exprimida en su dulce coño. Después de un rato, se levantó y se puso a cuatro patas - ¡sigue follándome, putita! - y tal como me pidió me puse de rodillas tras ella y le metí mi miembro en su coño, el cual, con la postura que teníamos, estaba aún más estrecho lo que unido a la calidez que tenía me hacía sentir un placer inmenso. Intenté responder lo mejor posible, pero hubo un momento en que no pude aguantar más.

  • Me voy a correr, ahh….

  • Sácala y correte en mis nalgas, corre. Quiero sentir tu leche sobre ellas.

Así lo hice y finalmente rocié todas sus nalgas con mi semen para después desplomarme boca arriba sobre la cama. Pero ella no se había quedado satisfecha, se dispuso a poner su coño sobre mi boca y entendí que tenía que chuparlo. Así lo hice, me dediqué a él mientras sentía toda su humedad y sus jugos chorreando sobre mi cara, para finalmente sentir un flujo mayor acompañado de unos gemidos que entendía que eran de placer tan inmenso como el que había sentido yo hace un rato. Hice entonces un además de reclamar un merecido descanso, pero ella dijo:

  • ¿Te crees que se ha acabado la cosa, tan poco valoras que haya malgastado parte de mi mejor lencería en ti?, ahora vas a ir sabiendo quién es tu tía- y entonces, para mi sorpresa, colocó su culo sobre mi boca- vas a tragarte tu propio semen recogiéndolo de mis nalgas y de mi ojete, quiero que los dejes bien limpios, como antes de empezar.

No podía creer lo que me estaba pidiendo Irene (cada vez era más Irene y menos tita), pero la situación de dominación en la que me tenía, desoyendo un inicial rechazo a hacerlo, me obligó a empezar a probar mi semen, aunque con lo que verdaderamente estaba empezando a disfrutar es a lamer sus nalgas.

  • No te olvides del ojete, putita – me gritó. Y entonces empecé a recoger con la lengua restos de mi semen que se habían escondido en los pliegues del ojete. La verdad es que creía que me iba a desagradar más, pero lo tenía bastante limpio a excepción de mi leche, y era bastante placentero comprobar cómo eso le provocaba un placer indescriptible, más que con la comida de coño o la penetración. Finalmente se volvió a correr, sentí el discurrir de sus flujos sobre mi cuello y entonces, ahora sí, se desplomó junto a mí en la cama.