Morbo extremo de 1 teen con el Diablo en el cuerpo
Una jovencita que vive para el sexo te cuenta su historia. Una historia de morbo, depravación y recuerdos que no son aptos para ser leídos por cualquiera. Si te excita lo más fuerte, adelante. Sino, pasa de largo.
Un amigo mayor de Tuenti me dijo que soy una JASP. Me contó que ésta era una palabra hortera que se inventó antes de nacer yo para definir a las nuevas generaciones de Jóvenes, Aunque Sobradamente Preparados. Me dijo que yo soy Joven, Aunque Suficientemente Puta. Me irrité cuando me lo dijo. ¿Por qué suficientemente? ¿No lo bastante para ser considerada muy?. Él se rió. Me dijo que poco a poco. Según me fuera conociendo más, iría valorando mi grado de puterío personal. Algunas semanas después, me subió el nivel hasta Sobradamente, y no mucho más tarde, volvió a hacerlo hasta Superlativamente. Después tuvo que cambiar la palabra, sustituyendo la S por una E. Joven, Aunque Extraordinariamente Puta.
Comenzaré describiéndome. Soy rubia teñida, con una melenita lisa que no me llega del todo al hombro y una cara, no diría guapísima, pero sí bonita y con chispa. Todavía soy muy joven, aunque como verán, mi proceso de maduración mental y sexual ha ido siempre muy por delante del físico. Empecé siendo básicamente una ninfómana, pero según otro ciberamigo, psicólogo de profesión, me comentó, lo mío trasciende esa definición y el concepto de adicción sexual. Dice que tengo un problema de lujuria y depravación exacerbadas. Yo no creo que sea tanto. A lo del problema me refiero, no a lo de la lujuria y depravación. Yo disfruto con ello. Me excita terriblemente lo que hago y no me siento mal en absoluto con ello, así que no creo que pueda considerarse como un problema. Y si estoy equivocada, me suda el coño. Mi amigo se ríe y me da la razón. Haz lo que yo diga, no lo que yo haga. Él es psicólogo, diagnóstica a la gente y les dice lo que deben hacer si quieren solucionar sus "problemas” mentales. Él tiene los suyos propios. Se corre con apenas apretarse la polla mientras le come las tetas a una jovencita (yo) que casi podría ser su nieta. Tampoco creo que se sienta demasiado mal con ello.
A día de hoy soy, una chica de curvas muy generosas. No siempre fue así. Siempre he sido atractiva, pero de modo diferente. Por naturaleza mi cuerpo era de tipo escultural tirando a voluptuoso, con unas tetas y un culo de buen tamaño. Bastante fino, del tipo de las modelos de bañador y lencería (no los esqueletos andantes esos que pasan vestidos por la pasarela), con una cintura libre de adiposidad y la pared abdominal definida, similar a la de Rosario Flores o las chicas de Fitness. No era lo que quería. Yo anhelaba algo soez y vulgar, ordinario. Quería una imagen directamente pornográfica, de putón verbenero. No quería para mí una belleza basada en la armonía, la clase y el buen gusto, sino algo apabullante. No obesa, entiéndase, sino en la onda Kelly Brook o Kim Kardashian cuando más rotundas están. Unas tetas no grandes, sino enormes, muslos macizos y un culazo con dimensiones de pandero, con una cintura proporcionalmente estrecha, pero con una buena capa de grasa sobre ella que produzca cierta tripita y algún michelín. Carnes generosas sin llegar al nivel de gorda, detenida justo un paso antes de la frontera, y blandas (porque odiaba las prietas y firmes con que me había dotado la diosa genética. Para el culo y las piernas iban bien, pero mi cintura y mis tetas las quería blandas y gelatinosas).
Hoy tengo esa anatomía por la cual suspiraba, y eso tuvo su historia también. Yo sabía que se podía aumentar el tamaño del pecho de forma natural, mediante inyecciones de hormonas, lo había leído en un foro de Internet , pero era necesario que un médico las prescribiera. Para que acceda a ello es necesario ser mayor de edad, y yo no lo era entonces. Me juntaba mucho sin embargo con un maricón cuarentón. Éramos muy amigos. A él le espantaban (sexualmente hablando) las mujeres, no le iban en absoluto, pero le convenía tener una amiga íntima como yo, pues me usaba de gancho para atraer chicos jóvenes. Yo por mi parte, lo adoraba, pues me lo pasaba en grande con él y nos reíamos mucho juntos, aunque lo que me atrajo de él (como amiga) fue su extrema depravación. En fin, él, a su vez, conocía a una transexual guapísima de diecinueve años que llevaba ya varios hormonándose (a los homosexuales sí les permiten empezar a hacerlo siendo menores de edad). Conseguimos que el médico le prescribiera bastantes más dosis de las que realmente usaba, usando nuestros encantos y simpatía para persuadirle. Me avisaron de que los pechos de la mujer están constituidos básicamente de grasa, por lo cual, para aumentar su tamaño naturalmente, es necesario aumentar el de ésta en todo el cuerpo en general. Yo encantada, claro. Era precisamente lo que quería. Y lo que obtuve. Combinando las inyecciones de hormonas con una dieta alta en grasas y azúcar, conseguí que mis tetas crecieran hasta ser unos auténticos melones, enormes y blandas. Mi culo también aumentó hasta adquirir dimensiones comparables a las de Beyoncé, con unos muslazos también comparables a los suyos (para esto entrené, y sigo entrenando, muy duro las sentadillas en el gym). Y mi cintura, bueno, es un mar gelatinoso de grasa. Pero no se engañen, insisto en que no soy una gorda. Como ya expliqué, conservo las proporciones que siguen haciendo de mí un pibón. No hay varón que no se quede pasamado y al verme, pues acompaño esa tan exuberante y voluptuosa anatomía con un vestuario que no admite otra definición que de putón. Ropa escandalosamente breve, o delirantemente ceñida, o deliciosamente sugerente, o transparente, o liviana y vaporosa… y todo ello sin ninguna ropa interior. Nunca.
Todavía no he conocido la práctica sexual que me provoque rechazo. Lo admito todo. Absolutamente todo. Gang bangs, bukakes, zoofilia, Pizarro, scat... sexo cerdo, violento, cruel… soy pura depravación. Todo me excita. Cuanto más depravado, mejor. Soy una puta masoquista (muy, muy masoquista) con vena sádica qué desarrolla por esa vía del masoquismo. Sadismo vuelto hacia una misma. Me encanta que me den palizas, que me humillen y me sometan a todo tipo de vejaciones, y si es el público mejor, presenciar maldades y crueldades...
Hoy hablaremos de mi afición por el sexo guarro. Iremos poco a poco. Otro día trataremos sobre mis orígenes como zorra y otros morbos. Éste es uno de los más poderosos en mí. Como suele decirse, agárrense los machos. El que no tenga estómago a prueba de todo, mejor que no siga leyendo.
Empecé en esto del sexo muy jovencita. Pertenezco a la generación de Internet. He crecido con el smartphone en una mano (y el coño en la otra). Muy pronto comencé a sentir el gusanillo de la curiosidad, y no hubo dificultad para encontrar material en la Red que me aclarase cómo iba eso de hacer niños exactamente y con detalle. Visualizada vídeo tras vídeo con imágenes de prácticas de depravación extrema, al mismo tiempo que asistía a la catequesis para preparar mi Primera Comunión, y ya me excitaba terriblemente viendo vídeos de monjas follando, blasfemando y protagonizando aberrantes herejía, tales como meterse crucifijos por delante y por detrás, pasarse biblias por el potorro, cristos por las tetas o hacerles mamadas a éstos… Cuando el cura que nos daba clase hablaba de la Virgen María, yo pensaba en cómo tendría las tetas y lo zorra que sería en realidad, riéndome para mis adentros del cornudo consentido de su marido. Cuando hablaba de María Magdalena, en cuántas pollas se habría comido la perra siendo puta. Cuándo de la pasión y martillo de Cristo, en los excitante que sería sentir esos latigazos sobre mi piel...
Dos elementos marcaron mi evolución a partir de esas de disposición natural dejando ya atrás mi época infantil. Uno de ellos, una foto de una guapísima actriz porno rubia de pelo corto con su cara cubierta de semen, sonriendo y relamiéndose mientras miraba directamente a la cámara con unos ojazos azules que brillaban con un fuego que abrasaba en su perversión. La otra, el olor a sudor fresco del equipo junior de baloncesto, cuyo vestuario quedaba al lado del de las chicas de gimnasia rítmica. Había en el equipo muchos tíos buenos. Entrenábamos a la misma hora más o menos y en la misma cancha cubierta del polideportivo. Nosotras cuchicheábamos y comentábamos sobre si nos gustaba más éste o aquél. Yo iba un paso por delante de mis compañeras. Para ellas era solo un juego todavía. Yo ya les miraba el paquete y, sobre todo, sus preciosos culitos. El olor a sudor en ellos era inevitable cuándo acababa el entrenamiento y regresábamos a los vestuarios. Llegué así a identificar la excitación que me producían aquellos macizos, con su olor corporal. Éste me evocaba esos cuerpos masculinos que encendían el fuego de mi deseo, de forma que llegó un momento en el que, con solo percibirlo y sin necesidad de visualizar a ningún varón, ya me excitaba y me sentía humedecer.
Mis fantasías sexuales estaban repletas de escenas con el equipo al completo invadiendo mis fosas nasales con el intenso aroma de su sudor y corriéndose sobre mi cara abundantemente. Luego, con el tiempo, eso, gradualmente, fue pareciéndome cada vez menos, y tuve que ir apretando la rosca para buscar cada vez morbos más extremos que continuarán excitándome. Así, pronto el sudor fresco y recién producido por el entreno, dejó paso a otro de días y olor mucho más fuerte y rancio en mi imaginación. Comenzaba a mi viaje hacia el sexo guarro.
Los chicos del equipo de baloncesto fueron los encargados de desvirgarme, no puedo finalizar este punto sin comentarlo. Fue el día en que celebraban su triunfo en el campeonato regional. Costó mucho conseguirlo en una final muy disputada, y cuando el título cayó se desató la euforia. Yo, como el resto de chicas del equipo de gimnasia, estaba en las gradas viendo el partido. Íbamos a esperar a que salieran de nuevo a la cancha para ir a felicitarles, pero yo muy mía. Muy puta. En lugar de eso, ni corta ni perezosa, me dirigí a los vestuarios para insinuarme y rozarme con todo el que pudiera. Ellos eran unos cuantos años mayores que nosotras, y para una jovencita eso resulta algo muy seductor.
Cuando entré allí en cambio, me sentí bastante confusa. Aquéllo era un caos, una locura de alegría desatada. Los chicos celebraban bebiendo de botellas de champagne sin copas ni vasos, y varios de ellos se habían desnudado ya para ducharse. Gritos, proclamas, cánticos... Algunos me vieron y comenzaron a dedicarme algunas de éstos, haciéndome reír. Las chicas del equipo de gimnasia éramos algo así como sus mascotas. Tomándome en brazos, me mantearon con cuidado de que no me golpeara con el techo, riendo todos, incluida yo, muy divertidos con aquéllo. Luego vinieron los zarandeos y bailes. Estaban bastante bebidos ya muchos de ellos. En algún momento fueron dejando de verme como una mascota, para pasarme a hacerlo como una hembra en el vestuario de los chicos. Algunas manos indiscretas comenzaron a buscar mis nalgas sobre la falda. Al ver que yo reía y consentía, cada vez fueron sumándose más a estas y aumentando su osadía. Al poco rato mis tetas ya habían pasado por las manos de todo equipo, ni qué decir mis glúteos. Sí hubo alguno de ellos que no me metiera mano, muy idiota tuvo que ser. Yo, desde luego, no caigo en la cuenta de ninguno. Creo que todos lo hicieron.
En breve tenía las brevas al aire y ala vista de todos, y uno, desnudo y más gracioso del resto, me tomo guasón de la cabeza para atraerla hacia su entrepierna y restregarme contra la cara su polla y sus cojones. Me encantó aquello y reímos de nuevo todos muy divertidos. No tardé en acabar comiendo rabo. Sentados en uno de los bancos de la ducha, yo mamaba de rodillas y ellos iban pasando conforme se corrían en mi cara y boca. Conocí entonces por fin el sabor del semen con que tanto había fantaseado. Me gustó. No es que supiera bien, pero había deseado tanto tragarlo, que cuando por fin lo hice no me importó si sabía bien o mal. Dejaba una sensación ligeramente irritante en la garganta, pero me gustaba. Con el tiempo llegó a desaparecer. A día de hoy, ya no me irrita en absoluto y el sabor del semen me encanta. Supongo que es algo similar a lo que comentan de la cerveza. Aseguran que llega a gustarte su sabor cuando has bebido mucha. A mí el sabor del semen me vuelve loca. Me encanta. Habré tragado cientos de litros ya y no me canso de hacerlo. Cuanto más espeso, mejor. Al principio me daban algo de arcadas cuándo tragaba alguno especialmente denso, pero también eso me gustaba, y acabé acostumbrándome y aprendiendo a deleitarme en su textura. Salí con un chico que lo tenía realmente pastoso. Con él fue que acabe de apasionarme por la leche de macho.
A alguno de los chavales del equipo se le tenía que ocurrir antes o después. Fue mientras se la chupaba a otro. Vino por detrás, me levantó la falda, me bajó las bragas y, al ver que yo no cortaba sus avances, apuntó su nabo a la entrada de mi coño y comenzó a metérmela. Tuve que dejar de comer polla para soltar un gritito cuando me hizo mujer. Fue doloroso.
-Ey... ¡lo siento!
Qué encanto. Me preguntó si quería que la sacara, y yo le respondí convencida que no. Todo estaba bien. Me encantó aquel dolor. Fue muy sexual. Pensé que una desvirgación sin él no sería ésta propiamente. Es un momento muy importante para una chica, aquel en que deja de ser niña para confirmarse como adulta. Algo que guardará entre sus más emotivos recuerdos el resto de su vida. Tiene que ser doloroso. Algo que te quede grabado en la mente para siempre y lo haga especial.
Me gustó mucho aquella primera follada. Después siguieron un par más. Me hubiera gustado continuar, pero no fue posible. El dolor de mi potorro recién estrenado comenzó a ser algo ya no tan ideal y que, de proseguir, podría acabar produciéndome heridas de consideración. Ellos se portaron muy bien. No insistieron ni intentaron convencerme. Cuando les dije que ya no más, lo aceptaron sin más.
Al día siguiente vinieron a buscarme algunos de ellos, ya sobrios, bastante preocupados. Yo también lo estaba. En la locura del momento, no habíamos tomado precauciones. Me dieron una pastilla del día después. No pregunte como la habían conseguido. Simplemente la tomé.
Yo necesitaba más. Muy pronto tuve claro que el simple sexo no me bastaba. Entre otras cosas, me excitaba hasta el delirio fantasear con auténticas guarradas. Una tarde, sin pensarlo más, cogí mi ciclomotor y me dirigí a la falda del monte del Castillo, a dónde van las parejas a echar sus polvos. No había mucha gente. Solo algún señor paseando su perro allá en las murallas que bajan hacia el casco antiguo de la ciudad. Tampoco me hubiera importado que la hubiera. Estaba muy caliente y decidida a hacer lo que había ido a hacer. Sin más, comencé a recoger los condones usados del suelo. Llevaban ahí desde la noche anterior. Todo el día a pleno sol. Pensé que eso aun hacía más repugnante la cosa. Las bacterias debían haber proliferado a sus anchas. Sonreí. Me gustó su tacto. Ya antes había tocado otros preservativos, por supuesto, pero no usado. Aquello tenía un morbo muy especial. Los toqué y retoqué, colocándolos en la palma de mi mano para cerrarla y sentirlo en cada poro de mi piel en esa zona. Hice un nudo para asegurar su contenido.
Volví a casa con ocho condones cargados de leche. Digo mal. A ese semen no se le puede llamar ya leche. No tiene ni su color ni su textura, ni tampoco, por supuesto, su sabor. Es más bien líquido, incoloro y menos denso, y sabe más suave. Sin decir nada a mi familia, me dirigí directamente a mi habitación y, tras echar el pestillo, me tumbé en la cama y comencé a masturbarme con un pepino que tome de la nevera mientras los introducía en mi boca para chuparlos. Al principio por fuera, deleitándome en el pensamiento de qué aquellas finas paredes de suave látex habían estado en contacto con otros potorros que no eran el mío. Después desaté los nudos y, uno por uno, fui derramando el preciado néctar en mi boca para saborearlo y tragarlo. Fue algo sublime. También jugué con él, por supuesto. Hacía gárgaras, dejaba que resbalara por las comisuras de mis labios cuello abajo hacia mis tetas, para luego recogerlo con mis dedos o directamente con la lengua de éstas y llevarlo de nuevo allá adentro. Me encantó. Desde luego, prefiero el sabor y el tacto del semen fresco. Como he explicado, es mucho más denso y sabroso. Pero éste también tenía su propio morbo. Me sentía sucia, puerta, guarra... Un sentimiento delicioso.
No me lave las manos, por supuesto. Una vez acabe, bajé a cenar tal cual. Al día siguiente, en la cocina, mi madre sirvió el pepino con la ensalada. Sin lavar ni pelar. Siempre enjuagaba la verdura y la fruta nada más traerla a casa, y nos decía que hay que comer con su piel toda la fruta y verdura que sea posible, pues es donde más vitaminas tiene . Me sentí calentar perversamente al ver como mis padres y hermanos comían aquella hortaliza que la noche anterior había estado dentro de mí coño, pringándose por entero con mis jugos vaginales.
Comencé a visitar asiduamente el castillo. A veces ya no por la tarde, sino a primera hora de la noche, cuando iban las parejas. Mi calentura era demasiado, no podía esperar. En una de esas, un chico, rubio y muy guapo, al que ya tenía fichado de otras ocasiones, bajó la ventanilla para, carraspeando, escupir con fuerza. Pude ver cómo su yapo fue a dar con el muro de piedra. ¡Sádica tortura aquella espera! Estaba a punto de explotar de ansiedad.
Aún tardaron casi media hora en irse, que se me hizo interminable. Nada más hacerlo, sin dudarlo un instante, me dirigí a la pared para, arrodillándose, recoger con la lengua aquella delicia. Antes quise verla. La iluminé con la linterna de mi smartphone. Era un salivazo abundante, denso y vistoso. Primero peguél mi mejilla contra la rugosa superficie y la froté allí, embadurnando aquel lado de mi cara con el gargajo. Luego pasé un dedo para, deslizándolo sobre mi piel, llevarlo hasta mi solicita boca que lo esperaba hambrienta. Al igual que hacía con el semen de los condones, jugué con él en mi boca y lo saboreé antes de tragarlo. No pude evitar llevar mi mano a mi entrepierna por debajo de la falda para, allí mismo, masturbarme furiosamente. Ni siquiera miré si había alguien cerca. La calentura y vuelvo del momento fueron algo incontrolable.
En otra ocasión, no mucho después de aquello, puse en práctica otra delirante idea que hacía algún tiempo había concebido mi febril mente de puerca adolescente. Aprovechando que mis padres se habían ido a pasar un puente festivo al pueblo de mi madre con mis hermanos –yo insistí en quedarme-, me acerqué a un puticlub de las afueras, de esos grandes de carretera, ya por la mañana, a rebuscar en la basura. La idea era que allí debían haber muchos condones llenos de deliciosa leche. Acerté. Al ver cómo las mujeres de la limpieza sacaban las bolsas verdes de la basura para dejarlas en la puerta para luego, al acabar, llevarlas hasta el contenedor (ya lo tenía todo controlado de antemano), me acerqué rápidamente para, metiéndolas en una más grande, salir de allí pitando con ellas. Ellas ni se darían cuenta seguramente. Simplemente pensaría cada cual que otra las había tirado ya.
Conseguí ese día muchísimos condones, que aun fueron más sumados al os que encontré en la playa, el castillo y otras zonas frecuentadas por las parejas. Y al día siguiente repetí con el mismo éxito. El último día del puente conseguí algunos más por la tarde, antes de que regresara mi familia. No me tomé ese semen en el acto. En lugar de eso, lo fui echando dentro de una botella pequeña de agua. Tenía la fantasía de llenar una y bebérmela entera. Casi lo conseguí. Se quedó el nivel del líquido algo, no mucho, por debajo del borde superior de la etiqueta. La metí en la nevera para que estuviera la yeta bien fresquita. La idea era tomármela delante de mi familia, durante el desayuno al día siguiente.
Se quedaron un tanto extrañados al ver aquello.
-¿Qué es eso, Lidia? –preguntó mi madre.
-Un potingue de gimnasio que me ha dado un amigo. Dice que tiene minerales y aminoácidos, y que da energía.
En esto último no mentía. Mi progenitora esbozó un gesto como de ligera repulsión.
-A ver… -dijo tomando la botella para, acercándola hasta sus labios, dar un trago para probar aquello.
No pareció gustarle demasiado, pues volvió a esbozar de nuevo aquél gesto. Yo reí divertida –por fuera. ¡Por dentro estaba supercachonda!
-Qué mejunjes más raros tomáis.
No sospechó nada. Era de esperar. Aunque se hubiera tratado de semen fresco, con mucho más sabor propio del mismo por tanto, descontextualizado no resulta fácil de identificar éste. Eso contando con que mi madre hubiera probado la leche de macho y conociera su sabor.
También mi padre y mis hermanos, la pequeña y el mayor, lo probaron. ¡Estaba a mil! Iba a explotar de calentura si no me llevaba pronto la mano al potorro para masturbarme.
Estaba desatada. El siguiente paso en aquel proceso de inmersión en el mundo del sexo guarro, fue visitar el aseo de los chicos del equipo de baloncesto mientras entrenaban y no había ninguno allí. Arrodillada ante el retrete, lamí la superficie de la tapa para recoger las gotas de meado que allí habían quedado. No eran demasiadas. Los chicos eran bastante limpios. Me supo a poco. Ni siquiera considere en ascender hacia algo más puerco gradualmente. Por el contrario, fui a ello directamente. Una tarde entré en un bar frente al mercado central, muy concurrido. Me dirigí directamente al WC y me encerré echando el pestillo. La gente allí no tenía tanto cuidado como los chavales del equipo. Aquello estaba hecho un asco. La taza inundada hasta la mitad con meados de un amarillo muy intenso y algún zurullo flotando en su superficie., la tapa cubierta de ellos y hasta el suelo encharcado. Me senté allí con las piernas recogidas. Me gustó sentir mi falda y mi piel fresquita al mojarse con aquella inmundicia. Sonreí caliente. Inclinando la cabeza, pasé mi cara por la tapa de la taza, acercando luego mis labios para lamer, sorber y tragar con deleite. La dejé limpia como los chorros del oro. No me atreví con el zurullo. Estuve tentada, pero temí que pudiera causarme alguna infección estomacal. Mi faceta de comemierda todavía tardaría un poco más en llegar. No obstante, levanté la tapa e, inclinándome sobre la taza, ladeé la cabeza y la sumergí en parte para impregnar mi pelo. Luego, tras sacarlo, volví a ladearla para, escurriéndolo, sentir cómo aquel precioso líquido dorado caía sobre mi camisa, traspasando la tela para mojar mis tetas. Sonreí satisfecha.
Si me sale del coño y me continúa lo suficiente la calentura, continuará.