Morbo de hijo, amor de madre.
El exceso de celo de una madre, mostrándose excesivamente puritana en situaciones corrientes como la desnudez ante su hijo, estimula el morbo del mismo hasta límites insospechados
A mis 21 años, estudiante, habiéndome considerado siempre como una persona de lo más normal, jamás hubiera sospechado verme implicado en una experiencia como la que voy a narrar.
Residía en una pequeña capital de provincia junto a mi madre, una señora de 45 años, separada, que compaginaba sus actividades de ama de casa con algún trabajo esporádico para complementar la pensión que le pasaba mi padre.
Mi madre, de 1,70 de estatura, pelo castaño hasta los hombros, caderas anchas y pecho voluminoso, se volcaba en dichas actividades de ama de casa y en sus diversos trabajos -generalmente de limpieza-, sin dedicar su tiempo libre para otro tipo de cosas, como salir con las amigas, etc, por lo que su vida no podía ser mas monótona y anodina.
Sin ser modelo, (como habréis comprobado en su descripción, físicamente no podía ser más “normal” en una señora de su edad), su carácter dulce y femenino le conferían cierto atractivo que no pasaba desapercibido para los demás, (aunque si para mí, que nunca me había fijado en ella de otra forma que como a “mi madre”).
Desde donde alcanzaban mis recuerdos, siempre había vestido con ropas holgadas que disimulaban sus curvas, y ni que decir tiene que, la palabra “erotismo” o “sexo”, y “mi madre”, no tenían cabida en una misma frase o pensamiento.
Todo cambió un sábado cualquiera. Aburrido, decidí salir a dar una vuelta con un amigo y así se lo hice saber a ella.
Salí de casa dando un portazo, debiendo regresar a nuestro domicilio veinte minutos después, cuando a mi amigo le surgió un imprevisto y cancelamos la cita.
Volví a casa sin hacer excesivo ruido al abrir la puerta, no percatándose aparentemente de mi regreso. Me acomodé en el sofá del salón con ánimo de encender la televisión, pero, antes de llegar a hacerlo, escuché la exclamación de sorpresa de mi madre, la cual no esperaba encontrarme allí sentado.
Tenía un motivo para aquella exclamación, y es que, creyéndose a solas, había entrado en el salón en ropa interior con la intención de buscar algo.
Para muchos esto puede ser lo más normal, pero mi madre se había comportado siempre de lo más pudorosa en ese aspecto y no recordaba haberla visto así jamás.
Obviamente, tratándose de mí, tras la correspondiente exclamación de sorpresa, tampoco era cuestión de que saliera corriendo del salón dando alaridos, y aunque se percibiera perfectamente la “incomodidad” que le provocaba encontrarse semidesnuda en mi presencia, continuó con su intención de encontrar lo que buscaba en el salón.
- Pero… ¿Qué haces aquí?
- Nada… es que al final mi amigo no ha podido salir de casa…
- Ahhh, vale, vale. Es que estaba cambiándome de ropa y me he acordado de que había dejado el teléfono aquí. –Dijo como si tuviera que justificarse-
El tono de voz y el rostro de mi madre dejaban de manifiesto que, sin llegar a suponer ningún problema encontrase en ropa interior ante mí, aquello le resultaba embarazoso.
Aquella “incomodidad” era mutua. Fuera por la falta de costumbre, por curiosidad, o por cualquier otro motivo, mis ojos no podían apartarse de su cuerpo y, sin poder remediarlo, acababan siempre donde no debían.
Portaba unas braguitas de un color tan blanco como la nieve, la elasticidad de las mismas las convertían en una segunda piel, adaptándose y cubriendo el contorno de sus caderas de una forma sumamente excitante.
Avergonzado de mí mismo por fijarme tan inquisitivamente, me percaté de que llegaban a percibirse perfectamente los labios de su sexo abultando bajo las braguitas.
Sin poder evitarlo, llegué a apreciar que, sin ser transparentes, el ajuste tan perfecto de las mismas sobre su cuerpo, las convertían en lo suficientemente traslucidas como para permitir que se intuyera el perímetro negro del vello de su sexo, recortado en una especie de rectángulo que se ensanchaba en la parte superior.
Para mi mayor desconcierto, aproveché cuando me daba la espalda para deleitarme en su trasero, cuya raja del culo se trazaba perfectamente bajo la fina tela de las braguitas.
Usaba sujetador a juego de idéntico color blanco. Sus voluminosos pechos aparentaban mantenerse firmes, percibiéndose el ligero abultamiento de los pezones.
Me sorprendió que el sujetador careciera de “refuerzos”, ya que, sus pechos, sin ser desproporcionados, si contaban con un tamaño tan considerable como para aparentar necesitar de una ayuda extra para contener la ley de la gravedad. Sin embargo, éstos se mostraban firmes a pesar de la liviandad del género con el que estaba confeccionado, llegando a diferenciarse bajo el mismo a los pezones de sus aureolas.
Acostumbrado a la habitual vestimenta holgada que ocultaba su fisionomía, me asombró aquel voluptuoso cuerpo que ahora se presentaba ante mis ojos y que usara aquel tipo de lencería tan excitante.
Intenté por todos los medios evitar mirarla, me sentí como un autentico pervertido, no podía creer que, tratándose de mi propia madre, mis ojos acabaran siempre donde no debían, cosa que ella también aparentó notar, sonrojándose cada vez que me sorprendía con la mirada en lugares de su cuerpo que siendo su hijo no debería haber mirado tan inquisitivamente.
Sólo pude relajarme cuando por fin encontró lo que buscaba y abandonó el salón.
Ni siquiera la falta de costumbre, o la curiosidad que acarreara aquel exceso de pudor con el que se había desenvuelto hasta entonces, podían explicar el excesivo interés con el que había mirado a mi madre.
Quise convencerme de que, si en lugar de haberse encontrado en ropa interior la hubiese visto disfrazada de bombero, mi comportamiento hubiera sido idéntico, pero, sin embargo, el sentimiento de “culpa” y el tabú del incesto me superaban por completo, llegando a sentirme como un pervertido por haberme “deleitado” en exceso, en una situación que para otra persona corriente se hubiera tratado de algo de lo más normal.
Pasé el resto de la tarde intentado quitarme aquel malestar de la mente, y sólo con el transcurso del tiempo, y ayudado por la aparente carencia de importancia que había dado mi madre a aquellas miradas tan improcedentes, creí olvidar el incidente.
Llegada la noche, me acosté en mi cama a la hora de costumbre, sin que por mi mente pasara nada de lo sucedido, durmiéndome poco después completamente despreocupado.
Me desperté sobresaltado a la mañana siguiente. ¡Había tenido una “polución nocturna”! ¡Me había corrido en el slip!
Lo peor no era aquello. Lo peor es que recordaba el intenso sueño erótico que había precedido a todo.
Se había tratado de un sueño erótico tan intenso como para recordar muchos detalles. Con el slip encharcado de semen, y completamente desconcertado, supe que en aquel sueño había participado…. ¡mi madre! Recordaba escenas en las que la besaba, la abrazaba o introducía la mano bajo sus braguitas, las mismas con las que había visto el día anterior.
La polución, (el momento exacto en que acabé corriéndome entre sueños), ocurrió en el instante en que estaba a punto de penetrarla, sintiendo tal placer como para despertarme.
Se había tratado de un sueño, de algo completamente inconsciente, nada premeditado, todo eran atenuantes, pero… ningún atenuante mitigaba la sensación de culpabilidad y vergüenza que me provocaba recordar aquello con el slip encharcado de semen.
En aquellas fechas ni siquiera había leído este tipo de morbos en sitios como “todorelatos”, por lo que semejante experiencia me pareció algo tan improcedente como enfermizo o pervertido. Pensaba que era imposible que una persona normal pudiera tener un sueño erótico con su propia madre y de una forma tan intensa como para correrse.
Ni que decir tiene que tuve que desembarazarme del slip y esconderlo para evitar que mi madre pudiera descubrir semejantes lamparones de semen en el mismo si lo dejaba en el cesto de la ropa sucia.
El tiempo lo cura todo, dicen, y tras varias semanas sin incidentes de ese tipo, acabé despreocupándome de aquel suceso. Me convencí de que se había tratado de un “simple” sueño erótico, por disparatado que se tratara, y que había soñado con mi madre como podría haberlo hecho con la emperatriz de Groenlandia.
Sin embargo, aunque yo intentara aplacarlos, mis deseos eran otros, y la casualidad hizo que todo empezara de nuevo.
Una tarde, mi madre, tras finalizar sus tareas como ama de casa, decidió tumbarse en el sofá para dormir la siesta.
Aquello era algo normal en ella, pero aquel día la bata de estar por casa que portaba le jugó una mala pasada.
Se trataba de una bata cómoda y ligera hasta la rodilla. Al cabo de un rato, la postura y el movimiento sobre el sofá hicieron que el pliegue del bajo de la misma se alzara lo suficiente como para que un observador como yo, que se encontraba sentado frente a la misma, pudiera ver –agachando la cabeza- sus braguitas.
Por ignominioso que se tratara, y tras vencer unas ligeras reticencias, mi actitud fue plenamente consciente Ni siquiera podía auto engañarme, ya que, como ya he dicho antes, para lograr espiar bajo su bata, debí agachar la cabeza en una postura antinatural, sin que hubiera logrado ver sus braguitas de forma involuntaria .
Volví a sentirme como un cerdo por aprovecharme del sueño de mi madre para curiosear bajo su bata, pero, aun así, no logré apartar la mirada de aquel triangulo blanco invertido que se vislumbraba bajo la misma. Se trataba de un deseo tan irreprimible como desconcertante.
Por muy improcedente que se tratase, -siendo la usuaria de aquellas braguitas mi propia madre- mi polla entró en erección. Sus ronquidos me hicieron sentir a salvo, sabía que ella jamás podría imaginar lo que estaba pasando.
La erección se tornó de tal calibre como para sentir el irrefrenable deseo de masturbarme.
Obviamente, no podía desprenderme del pantalón y masturbarme allí mismo, ya que, por mucho que roncase mi madre, en cualquier momento podría despertarse sin darme tiempo a ocultar lo que estaba haciendo -con el comprensible escándalo que provocaría algo tan imposible de justificar-
Pero, si abandonaba el salón y me masturbaba en el cuarto de baño perdía la oportunidad de mirar bajo su bata.
Instintivamente solucioné el dilema colocándome un cojín entre las piernas de forma que entrara en contacto con la erección.
Sin tener que quitarme los pantalones, y sentado en mi sillón, aunque llegara a despertarse difícilmente podría sospechar nada raro de aquel cojín colocado entre mis piernas.
Lo agarré entre las manos haciendo fuerza sobre mi polla erecta, y comencé a frotarme sobre el cojín empujando rítmicamente las caderas sobre el mismo al tiempo que apretaba o aflojaba los muslos.
Sin dejar de mirar el triangulito blanco invertido de sus braguitas, me masturbé sobre el cojín imaginando que la besaba, y la acariciaba obscenamente –sin llegar a atreverme a fantasear con penetrarla-
Puede parecer ridículo, pero, sentado en el sofá, masturbándome frotando la polla con un cojín entre los muslos mientras fantaseaba con acariciarla, y con la cabeza agachada de forma grotesca para poder verle las braguitas, el tabú del incesto seguía siendo tan fuerte como para que, ni tratándose de una fantasía, osara traspasar el limite entre unas “ simples ” caricias y penetrarla.
En unos minutos me corrí con los ojos en blanco, encharcando mi slip de semen húmedo y caliente.
Tuve que levantarme a toda prisa para deshacerme del slip en el cuarto de baño, y evitar que el semen acabara traspasándolo y manchando el pantalón..
Aquello fue el punto de inflexión en mi mente. Una cosa se trataba de un sueño erótico involuntario, y otra haberme masturbado aprovechando el sueño de mi madre mientras le miraba las braguitas.
Se había tratado de algo “casual”, la postura de mi madre y una bata algo corta lo habían permitido, pero, de no haber buscado yo -de forma consciente- la manera de lograrlo, no le habría visto las braguitas y muchos menos habría acabado encharcando el slip fantaseando con ella.
Acabé demoliendo la barrera del tabú incestuoso. La deseaba, no podía seguir auto engañándome o intentar evitar masturbarme pensando en mi propia madre. Descubrí en páginas como todorelatos que había otras personas con mismos deseos o fantasías.
Me convencí de que no había nada malo en ello. Se trataba de eso, de deseos o fantasías inconfesables, pero que no hacían daño a nadie.
Pasado un tiempo, y sin nuevas oportunidades en descuidos de mi madre, decidí “robarle” unas braguitas del cajón donde guardaba su lencería.
Escogí unas del mismo modelo y color que portaba el día en que se inició todo. Tenía varias similares y supuse que no notaria su falta.
Por las noches, y en la intimidad de mi dormitorio, las sobaba y llegaba a ponérmelas para sentir el contacto y la suavidad de las mismas sobre mi erección. Me masturbaba fantaseando con mi madre, derramando hasta última gota de semen sobre su lencería.
Mis fantasías seguían siendo de lo más “ inocente ”, -si se puede llamar así a fantasear que sorprendes a tu madre en ropa interior, y que ella, lejos de evitarlo, se exhibe ante ti, y acabas besándola y acariciándola hasta que se corre entre tus brazos-, pero nunca llegaba a los extremos de algunos relatos incestuosos, en los que el chico acababa sodomizando a su madre o ésta se la chupaba a la primera de cambio.
Pasaron meses en los que el único cambio en mi actitud fue el de mostrarle cariño de forma más efusiva de lo normal.
Mi madre acogía mis besos y abrazos con agrado, llegando a preguntarme alguna vez por el motivo de tanto amor por mi parte.
Ni que decir tiene que aquellos abrazos eran de lo más inocente, y que jamás me atreví a abrazarla de forma indebida o en estado de erección, pero, aun así, me proporcionaban el placer suficiente como para seguir fantaseando.
Meses después, fuimos invitados a una boda de un familiar, a la que, cómo es normal, tuve que acompañar a mi madre.
Llegado el día de la celebración, mi madre se arregló y acicaló para la ocasión. Me quedé de piedra cuando la vi con un vestido rojo ajustado a su cuerpo que realzaba sus curvas de forma sumamente atractiva.
Con unos zapatos de tacón negros, unos pantys o medias color carne, peinada y maquillada de forma elegante, no podía estar más atractiva.
- ¿Estoy guapa? Te has quedado con la boca abierta, hijo mío.
- Si…. si… Es que no estoy acostumbrado a verte tan arreglada, estas guapísima.
- Ja, ja, ja, ¡Que zalamero estas últimamente!
No podía evitar dejar de conjeturar sobre el color de su ropa interior, excitándome pensar en el contraste que producirían unas braguitas blancas o negras bajo aquellos pantys o con el rojo del vestido.
En el banquete nupcial, tuvimos que sentarnos en la misma mesa que unos familiares lejanos. Se trataban de varios hombres maduros y alguna señora, todos divorciados también, siendo yo el único que desentonaba por edad, pero, aunque me ofrecieron sentarme en la mesa de “los solteros”, decidí disfrutar de la compañía de mi madre.
En época estival, la cerveza fresca corrió como el agua. Con el plato de pescado llego el vino blanco, con las carnes el vino tinto… -lo clásico de cualquier banquete de ese tipo-
Mi madre, poco o nada acostumbrada al alcohol, y siendo “animada” por varios de los acompañantes de la mesa, -cuya intención no podía ser más evidente, ya que apenas podían disimular lo deshonesto de sus miradas- acabó riéndose a carcajada limpia de cualquier cosa y en evidente estado de estar afectada por el alcohol (sin llegar ni mucho menos a la embriaguez)
Como en cualquier banquete de este tipo. Tras la comida, postres y copas, llegó la hora de la música verbenera y el baile.
Me percaté de que alguno de aquellos hombres que nos habían acompañado en la mesa (primos lejanos de mi madre) tenían intención de invitarla a bailar –seguramente con el propósito de aprovechar su aparente estado de embriaguez para sobarla disimuladamente- y me adelanté a los mismos.
Mi madre, -reitero que, aun estando muy “alegre” por el alcohol, no se encontraba embriagada, y a parte de sus estridentes carcajadas no llamaba la atención entre los invitados, cuya mayoría se encontraban en peor estado- se percató de ello y se alegró de poder bailar conmigo.
- Gracias hijo mío. Hace años que no me lo pasaba también y estaba deseando bailar, pero… cualquiera se pone a bailar con esos golfos. –Me dijo al oído-
- Ja, ja, ja. Ya me he dado cuenta, mamá. Menudas miradas te echaban. Eres demasiado guapa.
- Ja, ja, ja. Me vas a poner colorada. Cualquiera diría que estas “celoso”, ja, ja, ja.
No pude responder a aquello, ya que empezamos a bailar la típica música verbenera en la que igual bailas separado que agarrado.
Pasamos casi una hora bailando. Mi madre pareció disfrutar como nunca lo había hecho.
- Ufff. Estoy muerta hijo mío. Los tacones me matan. Vamos a descansar mientras nos tomamos un gin tonic.
- ¿Otro? Ya sabes que conduzco yo a la vuelta, mamá.
- Ja, ja, ja. Si, tienes razón, yo voy algo alegre… pero es que tengo tan pocas oportunidades de divertirme…
Muchos de los invitados habían abandonado ya el lugar, y pudimos sentarnos a solas para descansar mientras ingeríamos el gin tonic.
- Que bien lo he pasado hoy, hijo mío. Muchas gracias por todo. No recuerdo haber reído y bailado tanto en la vida.
- Ja, ja, ja. No tienes que darme las gracias. Yo también he disfrutado mucho, mamá.
- Ya lo sé… últimamente “ disfrutas ” mucho conmigo. Ja, ja, ja.
Mi madre recalcó aquel “ disfrutas ” con un tono de voz “ raro ”, dejándome completamente descolocado.
- Si, si… -respondí balbuceando-
- Pues claro que sí. ¡Si mis braguitas hablaran! Ja, ja, ja. –Exclamó al tiempo que me propinaba un pequeño y cariñoso cachete en la cara-
Estupefacto y boquiabierto, me quedé sin habla durante unos segundos. Sin llegar a comprender el alcance de aquella frase, apenas pude contestar con unas palabras incoherentes.
- ¿Tus braguitas?... ¿Qué? No se…. Pero…
- ¡Las que escondes encima de tu armario! Ja, ja, ja. ¿Qué te crees? ¿Qué soy tonta? ¡menudos lamparones! ¡y menos mal que las lavas de vez en cuando!
Casi me caigo de la silla. No podía ser. Mi madre llevaba tiempo sabiendo que le había robado las braguitas, y, por lo que había dicho sobre los “lamparones” … debía saber para que las usaba. Noté que me ponía colorado como un tomate y el vaso del gin tonic tembló entre mis manos.
- Es que… pero… mamá…. No se…. –Si alguien sabe que excusa poner a tu madre cuando ésta ha descubierto sus braguitas manchadas de semen escondidas encima del armario de tu dormitorio, y sin haber otro hombre en casa, que me la diga. Yo no la encontré-
- Ufff. ¡Que colorado te has puesto! Si lo sé no te digo nada. Ja, ja, ja.
- Pero… es que yo… no es lo que piensas…. Perdón….
- ¿Qué no es lo que pienso? ¡pero si llevas meses mirándome como un carnero degollado!, ¡si me llevas dados más besos y abrazos de los que le darías a tu novia jamás! ¡si hasta los viejos verdes de la mesa en la que estábamos disimulaban mejor las miradas que tú! Ja, ja, ja.
De no ser por su rostro risueño, y las carcajadas que acompañaron todo aquello, habría salido de allí corriendo. ¡Mi madre se había percatado de todo! No había agujero en el mundo lo suficientemente profundo para esconderme de la vergüenza que sentí en aquellos momentos.
Ella se percató de mi estado. Aquello me superaba. No llegaba a entender nada. Hubiera esperado el fin del mundo y sin embargo se mostraba cariñosa y se reía a carcajadas por el uso que había dado a sus braguitas.
- Uff… tranquilízate, que va a pensar la gente que nos estamos peleando… además ya es tarde, vámonos a casa.
De regreso a nuestro domicilio al mando del vehículo, y con mi madre a mi lado comentando detalles intranscendentes de la boda y el banquete, mi mente intentaba asimilar que llevase tiempo conociendo el uso que daba a su lencería, e incluso que sospechara de la decencia de mis miradas, y que lejos de mostrarse enfadada, lo hubiera tomado con tanta “naturalidad”
Era evidente que el alcohol la había desinhibido hasta el punto de ser capaz de hacerme saber hasta que punto se había percatado de todo, pero esto no mitigaba en absoluto lo embarazoso de una situación en la que cualquier “explicación” que yo pudiera darle sería sumamente inadecuada.
Mi nerviosismo iba en aumento, por una parte, me acojonaba su actitud una vez pasados los efectos del alcohol, y por otra me alegraba de la hilaridad con la que parecía haber tomado mi improcedente comportamiento.
Llegados al bloque de nuestro domicilio, mientras subíamos las escaleras hasta el primer piso donde residíamos, mi madre, que iba delante, volvió la cabeza en mi dirección y entre risas exclamó:
- ¿No estarás mirándome el culo? ¿Verdad? Ja, ja, ja. –Era verdad-
- Shiss. Calla, mamá. –Contesté por miedo a que pudiera escucharla algún vecino ya que sus carcajadas seguían siendo estridentes-
Ya dentro de nuestra casa, mi madre, lejos de mostrarse cansada de tanta fiesta, deseaba continuar la misma.
- ¿Sabes una cosa hijo mío? Ahora que no nos ve nadie podríamos tomarnos otro gin tonic.
- ¿Otro?
- Joder. Para una vez que salgo… y aquí, aunque me emborrache no pasaría nada… bueno… eso espero… eres mi hijo, imagino que contigo estoy “segura”, no como con los babosos de nuestra mesa. Ja, ja, ja.
- ¡Mamá!
- Ja, ja, ja. Además… aunque pasara “algo”, mañana no me acordaría. –El tono de su voz, aunque pudiera parecer lo contrario ante aquellas insinuaciones, lejos de evidenciar procacidad, se mostraba tan dulce e “inocente” como el de cualquier otro día.
No me quedó más remedio que preparar un gin tonic para cada uno, aunque el suyo lo arreglé lo más ligero posible con unas pocas gotas de ginebra que le dieran sabor.
Mi madre se mostraba locuaz en extremo. El alcohol la había desinhibido por completo, aunque llegué a sospechar que fingía encontrarse más afectada por el mismo de lo real.
- Hiciste bien en sacarme a bailar y quitarme de en medio a aquellos babosos. Serán medio primos, pero menudas miradas me echaban y eso que había otras dos mujeres en nuestra mesa. Ja, ja, ja.
- Si, ya me di cuenta de ello. Aunque no me extraña, serán babosos, pero tienen buen gusto, hoy estas guapísima.
- Ja, ja, ja. Pues sabiendo lo que te gusta MI lencería, miedo me da el efecto que te provoquen los pantys que llevo.
- Bueno… si… soy algo fetichista de la lencería…. No puedo evitar se me vaya la vista con esas cosas –Contesté intentando llevar el tema al fetichismo y obviar con ello el más embarazoso del incesto-
- ¿Algo? Ja, ja, ja. ¡Pero si por mucho que laves mis braguitas siempre aparecen llenas de lamparones al día siguiente! Ja, ja, ja. No pongas esa cara. Desde que descubrí el escondite las veo a diario, no me explico de donde sacas tanta… “leche”
- Ufff. Qué vergüenza mamá. Tendría que haberlas escondido mejor, nunca sospeché que buscarías allí.
- No seas tonto. A otro no se lo permitiría, pero a ti sí.
- Ufffff. Avergonzado, no sabía que contestar-
- ¿Lo ves? Ya tienes otra vez la mirada sobre mis muslos. Ja, ja, ja.
Efectivamente, sentada a mi lado en el sofá, el bajo de su vestido se había alzado “peligrosamente” hasta la mitad de sus mulos, dirigiéndose mis ojos allí constantemente con la esperanza de que siguiera retrocediendo sobre los mismos.
- Perdóname… es sin mala intención… no estoy acostumbrado a verte con pantys…
- ¿Sin mala intención? ¿Hacemos una apuesta?
- ¿Una apuesta?
- Si. Yo me quito el vestido y tú la ropa. Bailamos una lenta abrazados, y…. si te pones “alterado” te doy un guantazo que te caes de culo. Ja, ja, ja.
El simple hecho de imaginármela desprendiéndose del vestido me volvía loco de deseo, pero intenté disimular lo máximo posible.
- Ja, ja, ja. Acepto. Tu tranquila, eres mi madre, no me pondré “nervioso”
- Ya veremos… Siempre has sido muy mentiroso. ja, ja, ja.
Sonriendo abiertamente, y sin dejar de mirarme a la cara, se levantó del sofá, y tras desabrocharse un par de botones traseros y deslizar las hombreras del vestido, éste cayo al suelo de forma abrupta.
Boquiabierto, la observé a unos centímetros de mí en ropa interior. Esta vez usaba braguitas y sujetador a juego de color tan blanco e inmaculado como las de la primera vez que la vi, pero de modelo distinto, encontrándose las primeras bajo los pantys color carne.
- ¡Te has quedado pasmado! Ja, ja, ja. Anda, levántate y quítate la ropa también que me da vergüenza estar así y que tu permanezcas vestido.
Me deshice de la camisa en primer lugar, intentando dar tiempo a que bajara la erección que me había provocado su cuerpo.
- ¿Qué te pasa? ¿Por qué no te quitas los pantalones? –Exclamó sonriendo abiertamente-
Sin atreverme a mirarla a la cara, me desprendí de los mismos. Mi erección abultaba mi slip de forma más que evidente.
- ¡Pero bueno! ¿ya estas así? ¡menos mal que no te ibas a poner “nervioso”! Ja, ja, ja. Y eso que no hemos empezado a bailar, veo que al final te vas a llevar el guantazo. Ja, ja, ja.
Llamar “nerviosismo” a la enorme erección que abultaba bajo mi slip, se trataba de un eufemismo excesivo, y es que mi polla no podía encontrarse más dura en una ocasión tan incorrecta como en presencia de mi madre.
Excitado hasta límites insospechables, y perdiendo cualquier reparo por segundos, me acerqué a ella con intención de abrazarla para “bailar”.
- Ten cuidado con “eso”, a ver si me la vas a clavar en la barriga. –Dijo señalando mi erección- Ja, ja, ja. Ya sabes lo que te he dicho, como te pongas demasiado “animado” te llevas un guantazo. Que soy tu madre, no una amiguita tuya. Ja, ja, ja.
La locuacidad y la desinhibición de mi madre eran manifiestas, sin que cupiera duda de que el alcohol tenia gran parte de culpa en ello, pero algo me decía que aquella “parte” de culpa era menor de lo que intentaba aparentar.
Con seguridad, de no haberse encontrado en ese estado de desinhibición, mi madre jamás hubiera sido capaz de dar el paso de iniciar aquel juego . Y es que, por mucho que ambos actuásemos como si de un juego se tratase, nadie que nos hubiera visto semidesnudos, con aquella erección abultando mi slip y mirándonos a los ojos a punto de abrazarnos hubiera podido tomar aquello por nada parecido un juego.
Aún así, y en honor a la verdad, por mucho que la polla erecta o la excitación que me embargaran, indicaran lo contrario, la complicidad que nos había unido aquella tarde seguía convirtiendo aquello en ingenuo o cándido juego ante mi mente.
Ante todo, era mi madre, de la que, -hasta en esos momentos tan improcedentes en una relación madre-hijo-, me unía un amor y cariño inmensos, y de haber creído que se encontraba completamente embriagada, o de que no era dueña de sus actos, jamás me hubiera aprovechado de la ocasión para nada de lo que después tuviera que arrepentirme y pagar las consecuencias para siempre.
Alentado por su expectante rostro risueño, la abracé con fuerza, mis manos se posaron sobre su culo. Sentí la suavidad de aquellos pantys y me recreé deslizando las manos sobre los mismos. Aquello me excitó brutalmente.
- Ja, ja, ja. ¿Qué forma es esa de bailar? Si lo sé me quedo en el banquete con los babosos, seguro que no me habrían tocado el culo tan descaradamente. ¡Pareces un pulpo!
- Ufff, mamá, no seas así, ya sabes que en estos bailes siempre se van las manos un poco.… -Dije sonriendo-
- No, si ya veo que se te van un poco , sí. Como hagas lo mismo con tus amigas te deben llover las bofetadas. Ja, ja, ja.
Una enorme sonrisa se dibujaba en su rostro, mientras fingía intentar quitarme las manos del trasero.
- ¿Puedo besarte?
Con mis manos sobándole el culo descaradamente, y mi polla erecta restregándose sobre su cuerpo, aquella pregunta hubiera parecido innecesaria.
- Bueno… pero solo un poquito, a ver si así dejas las manos tranquilas. Que se te está yendo la cabeza.
Pose los labios sobre los suyos. De forma inmediata abrió los mismos permitiendo que mi lengua se fundiese con la suya.
No podía creer que estuviera besándome con mi madre de aquella forma tan lasciva. La amaba, la complicidad se palpaba en el ambiente, no se trataba solo de sexo, nos estábamos entregando el uno al otro sin ningún tipo de barreras. Sólo el ambiguo lenguaje usado y la apariencia de tratarse de una pequeña travesura fruto del alcohol, podía amortiguar el hecho cierto del incesto.
Sin dejar de besarnos lujuriosamente, mis manos siguieron explorando su cuerpo. Me encantaba el contacto de sus pantys, pero busqué sus pechos, los cuales me parecieron sorprendentemente firmes –al tiempo que mullidos- para su tamaño.
- ¿Me estas tocando las tetas?
- Esto… puede que sí, ya sabes…. En los bailes agarrados suelen pasar este tipo de cosas tontamente.
- Te la estas ganando. Ya verás…
- Joder, mamá, solo un poco.
La acallé con otro beso más obsceno que el anterior. Me faltaban manos para sobarla. Me encontraba tan ceñido a su cuerpo como para dificultar el acceso de mi mano hasta su sexo.
Aun así, me las arreglé para lograr introducir una mano entre sus muslos e ir subiéndola hasta percibir el agradable calor que desprendía su coño bajo la tela de las braguitas y los pantys.
- ¡Pero bueno! –Exclamó mi madre al tiempo que me soltaba un guantazo tan sonoro como para desencadenar las carcajadas de ambos.
- ¡Ostras! ¡menudo guantazo me has metido!
- Eso te pasa por pulpo. Ahí no se toca.
No me quedó mas remedio que seguir su juego. El calor de su sexo y la sonrisa de su rostro plasmaban un deseo contrario a sus palabras, pero aquello estaba siendo tan morboso e excitante que, a pesar de encontrarme prácticamente fuera de control, decidí demorar el ataque sobre su coño.
Volví a besarla, mi lengua saboreó su cavidad bucal por completo. Nuestro abrazo y el contacto de mi erección sobre su cuerpo no podrían ser más impúdicos o lascivos. El desplazamiento provocado por aquel “ baile ” ocasionó que tropezáramos constantemente con el mobiliario de la habitación.
Loco de deseo, me las arreglé para deshacer el abrazo y colocarme a sus espaldas con la intención de liberar mis manos y poder acariciarla a placer.
Con mi polla erecta en contacto con su trasero, y besándola en el cuello, mientras una de mis manos alternaba entre cada uno de sus pechos, la otra bajó por su abdomen hasta alcanzar el elástico de sus braguitas y pantys.
- ¿Qué vas a hacer? –Exclamó mi madre, con tono de voz expectante-
- Anda… solo un poquito…
Interpreté su silencio como un si, y mi mano se introdujo lentamente bajo su lencería.
El ensortijado vello de su sexo me pareció sumamente suave al tacto, y noté perfectamente el calor y la humedad que desprendía aquel palpitante coño.
- Ufff. Que cosa más rica, mamá.
- Mmm. –Escuché su primer gemido- Me estás clavando tu cosa en el trasero.
Loco de placer y excitación, empujé de forma inconciente las caderas sobre su culo. El resultado era el mismo que masturbarme con el cojín entre las piernas, pero mucho más placentero y morboso.
La humedad de su coño hizo innecesario que me chupara el dedo antes de masajearle el clítoris.
- Ufffff. Mmmmmm, ¿Qué haces? Mmmm, no… no…
Mi madre cerraba los muslos sobre mi mano, flexionando y subiendo las rodillas como si perdiera el control de su cuerpo.
- Para, para, hijo mío, para…mmmmm
Noté que se le erizaban los pezones, cosa que me provocó tanto morbo como los convulsivos movimientos de su cuerpo.
El tono de su voz era de suplica, como si realmente le avergonzara demostrar sentir tanto placer entre los brazos de su hijo, pero a cada instante se convulsionaba con más intensidad.
- ¡Córrete tú, hijo mío! ¡Córrete y déjame! ¡Que no puedo más! Mmmm.
Mi madre aguijoneaba el culo sobre mi erección, intentando que me corriera lo antes posible e incrementé el ritmo de las caricias sobre su clítoris.
- Ahhh, ¡no seas cabrón! Mmmmmmm ¡no sigas! Ahhhhh.
Mi madre flexionó las rodillas sin conseguir que mi mano abandonara su caliente y húmedo coño, y alcanzó el orgasmo con dos de mis dedos en su interior.
- Ahhhhhhhhhhhhhh, ¡Ya! ¡Ya! ahhhhhhhhhh
No pude aguantar mas, mi excitación rozaba el paroxismo, y tras sacar la mano de su coño, la abracé con ambos brazos para que las acometidas de mis caderas sobre su culo fueran lo más intensas posibles.
Aquellos movimientos de fricción ocasionaron que la punta de mi polla descollara sobre el slip y cuando por fin me corrí, los chorros de semen impregnaron la espalda y los pantys de mi madre de una forma grotesca.
- Alaaaaaaa. ¡Tu leche quema! –Exclamó mi madre al notarse anegada de semen-
Mi madre se apartó de mi, y se dirigió al espejo del pasillo. Allí se colocó de forma que pudiera ver reflejados los cuajarones de semen resbalando sobre sus pantys desde las caderas hasta los muslos.
- Ufff. No me explico donde almacenas tanta leche. Ja, ja, ja. ¡Me has puesto perdida!
- Es que estás muy buena, mamá. Me has sacado hasta los calostros. Ja, ja, ja.
- Ahora vas y se lo cuentas a tus amigotes, tontorrón.
- Ja, ja, ja. No creo, mamá. Ja, ja, ja. Ojalá pudiera, pero no puedo, ja, ja, ja.
- Bueno… imagino que ya te habrás quedado tranquilo, ¿no? – Hoy has conseguido manchar mi lencería, ¡pero conmigo dentro! Ja, ja, ja.
- Esto…. Podría quedarme mas tranquilo… -Conteste mirándola de forma obscena-
- ¿Mas? ¡pero si no te puede quedar mas leche!
- Para ti siempre me queda, mamá. Ja, ja, ja. –Me bajé el slip y señalé a la incipiente erección de mi polla-
- ¡Pero bueno! ¿Se puede saber en que estas pensando? ¿No pretenderás….? ¡A que te doy un guantazo! ¡Que soy tu madre! Una cosa es “ bailar ” y otra…. Ja, ja, ja. ¡Anda, búscate alguna amiga y se la metes a ella!
La devoré con la mirada. Mi polla alcanzó el límite de su dureza y me acerqué a mi madre con intención de arrancarle la lencería.
Ésta, sin parar de reír estridentemente, salió corriendo del salón y la perseguí por el pasillo, dándole alcance en el resquicio de la puerta de su dormitorio.
- ja, ja, ja. ¡estate quieto! ¡no seas tonto! Ja, ja, ja.
La abracé con la suficiente fuerza para que no pudiera escapar a pesar de sus tímidos y fingidos intentos de lograrlo.
Poco a poco la conduje hasta la cama, cayendo los dos sobre la misma.
Ni siquiera pensamos en que nuestras carcajadas podrían atravesar las paredes de los vecinos, revolcándonos en la cama como dos fieras en celo.
En un momento dado, mi madre quedó boca arriba sobre el colchón. Sus piernas aparentaban abrirse por indicación de mi obscena mirada.
Ni siquiera tuve tiempo de intentar despojarla de la lencería. No sin esfuerzo, le desgarré los pantys.
- Vaya, para una vez que me pongo pantys, vas y los rompes. Ja, ja, ja.
- Ya te compraré otros, mamá.
Sin llegar a quitárselas, le aparté las braguitas lo suficiente para que su negro sexo se presentara ante mi lasciva mirada.
En otro momento hubiera deseado lamerlo, pero su humedad era evidente y mi deseo por penetrarla tan urgente como para desistir de hacerlo.
Me coloqué sobre mi madre, y apunté la punta de la polla en la dirección correcta para penetrarla.
No podía creer estar a punto de penetrar a mi propia madre, y su desencajado rostro daba a entender que ella tampoco podía creer estar a punto de ser penetraba por su propio hijo. Pero el deseo, la complicidad, el amor, el cariño, y el morbo, eran tan intensos como vencer cualquier resquemor.
Las pocas dudas que albergara mi mente se derrumbaron cuando noté que mi madre abría aún más si cabe las piernas, invitando el paso de mi polla erecta.
Centímetro a centímetro, recreándome en el calor y la humedad de su sexo, mi miembro fue introduciéndose en las entrañas de mi madre.
- Me las has metido, me la has metido, hijo mío… Te quiero...
- Y yo a ti, mamá.
Se la introduje hasta la base de los cojones. El calor de su sexo era indescriptible y permanecí sin mover las caderas durante casi un minuto, recreándome en aquel inmenso placer y sin dejar de mirarla a los ojos.
- Ufff. Como la siento, hijo mío. Que dura la tienes.
Flop, flop, flop. Comencé a follarla con fuerza. La cama se movía al ritmo de mis embestidas.
Mi madre abría los ojos al notar las acometidas sobre su coño, y los cerraba con el movimiento inverso.
- Mmmm, ahhhh, mmmm. No pares….. siiiiiiii, asi.....
Me las arregle para colocar sus piernas sobre mis hombros, intentando una penetración más profunda si cabe, percatándome de que conservaba los zapatos de tacón puestos.
Incrementé la cadencia de las embestidas sobre mi madre, la cual gemía de forma lastimera. El placer que embriagaba mi cuerpo no podía ser mayor. Con ninguna otra mujer podría sentir la excitación, el morbo o la complicidad que sentía con mi madre en aquellos momentos con mi polla entrando y saliendo de su coño.
Loco de lujuria y placer, intenté contener el deseo de correrme, obligándola a cambiar de postura.
La puse a cuatro patas sobre la cama. Las braguitas y los desgarrados pantys cubrían su trasero por completo, pero volví a arreglármelas para apartar el lateral de su lencería y hacer el hueco suficiente para penetrarla.
- ¡Flop! -Esta vez se la metí de un solo empujón-
- ¡Alaaaaaaa! ¡Que me vas a desgarrar!
Volví a bombear con fuerza. Sus pechos se bamboleaban al ritmo de mis acometidas sobre su cuerpo..
- Mmmmm, seras cabrón, mmmmm, vas a lograr que me corra otra vez, mmmmm.
Incrementé la frecuencia de las embestidas. El cabecero de la cama chocaba con la pared por la intensidad de las mismas.
- Ahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh
Percibí claramente las contracciones de su coño mientras se corría.
- ¿Te ha gustado, mamá? ¿Te has corrido?
- ¡Que si me ha gustado? ¿Tu que crees? ¡Córrete tú de una vez, que me vas a dejar escocida!
- ¿Dónde?
- ¡Dentro no! Donde quieras, pero… ¡dentro no!
Bombeé nuevamente, y cuando noté que no podía soportar tanto placer, saqué la polla y, tras obligarla a darse la vuelta, regué sus pechos y las braguitas de semen blanco y espeso.
- Uffff. ¡Si me dices que todavía no te has quedado tranquilo, te mato, hijo mío!
Sin poder creerme que acababa de follarme a mi propia madre, y sin la mas mínima sensación de arrepentimiento, -sentimiento mutuo por el rostro feliz de mi madre- nos abrazamos sobre cama haciendo la cucharita, quedando dormidos por el agotamiento hasta el día siguiente.
Nos despertaron los primeros rayos de sol. Seguíamos abrazados. Note cierta sensación de resaca, evidentemente habíamos bebido demasiado.
- Mamá… ¿estas bien?
- En la gloria, aunque casi me partes las costillas con los achuchones que me has dado durmiendo
- Ja, ja, ja.
- Y algo “escocida”. Veo que no debo beber alcohol cuando estés cerca. –Sonrió de la forma mas tierna y maternal que se pueda imaginar-