Montse y Ana ( I La oferta de trabajo)

De cómo Montse propone a Ana, su amiga travesti, un cambio radical en su trabajo...

Terminé mi actuación tras los aplausos del público y saludar agradecida satisfecha por el resultado. Ese viernes, me había tocado copla, no era lo mío, pero me las apañé más que bién, sobretodo con la final ‘compuesta y sin novio’, que fué todo un éxito. Me crucé con Deborah entre bastidores arreglándose la peluca estilo Cleopatra y vestida de charleston moulin rouge, boa de plumas y porta cigarrillos; me vi casi como una campesina a su lado a pesar de mi vestido rosa supersexy, más aún junto a su metro noventa con los tacones. -Lo has hecho súper, cariño-, me concedió agachándose para besarme en la mejilla.-Gracias cielo-, respondí,-Por cierto, ¿Sabes que se te sale un huevo?-, añadí tras palpar su entrepierna. -¡Ay, gracias, amor-, terció mientras yo lo devolvía a sus braguitas. Nos dimos un piquito y le deseé la mejor de las suertes (ella bajaba a la sala con los clientes tras su actuación, algo a lo que yo jamás me atreví). -Por cierto, Don Joaquín está en el camerino-, remató ya casi entrando al escenario. -Don Joaquin-, pensé. Así que era eso. Hoy tocaba.

Entré y, en efecto, ahí estaba sentado Don Joaquín, el dueño del establecimiento. Más cerca de los sesenta que de los cincuenta, bajito, algo menos que yo, con barriga. No era guapo, pero sí atento, rico y generoso, muy generoso… Me deshice del chal, dejé caer mi vestido, quedando en bragas y medias, me saqué mi polla morcillona y se la acerqué a su boca.

A Don Joaquín, le gusta sentir cómo se endurecen los cipotes en su cueva. No es un gran mamador, pero se esfuerza. En dos minutos me tenía ya bien empalmada mientras noté cómo se bajaba los pantalones, aún sentado. Entreví su pequeña pero bonita tranca enhiesta y me pregunté si me tocaba sentarme y empalarme u otra cosa. Lo aclaró señalando un cojín sobre la cercana mesa de maquillaje. Blanco y en botella: a mamar.

Le quité su caramelo, vaya, mi pene, puse el cojín entre sus piernas, me arrodillé y me la tragué. -¡Así, maricón, chupa, puta!-, me animó. Ni decir cabe que me esmeré cuanto pude y, en apenas unos minutos, con un gruñido me llenó la boquita de leche con dos de mis deditos enterrados en su culo. Me incorporé y le besé pasándole su lefa que deglutió ansioso mientras yo me retocaba el pintalabios. -Gracias, Ana-, dijo pasándome un paquete preciosamente envuelto. Un hermoso quipao azul celeste floreado apareció en él junto con unos zapatos a juego y un divino conjunto de Journelle (braguita abierta, liguero y medias). -Estás preciosa, mariquita mía-, apostilló en cuanto acabé de ponermelo junto con los sostenes con un ligerísimo relleno. Lo cierto es que me vi guapísima en el espejo; máxime cuando él seguía de pie junto a mi, pero con los pantalones bajados y la picha al aire. Nos reímos los dos, le di las gracias con un beso y me dispuse a salir a ver si me conseguía algún caballero para esa noche. Recién licendiada (licenciado, en realidad, claro) de la carrera de traducción e interpretación, me salía algún trabajo de traducciones pero éste, cantante transformista en un selecto y exclusivo club, era el que más me gustaba a pesar de lo exigüo del sueldo. -¿Quieres que te termine, guapa?-, dijo Don Joaquín señalando mi evidente erección marcada bajo la seda. -No, cielo. Gracias, pero la guardaré por si me hace falta esta noche-, respondí agradecida por la oferta notando como ya empezaba a aflojarse. -Bien… Por cierto: Montse te espera arriba-, remató subiéndose calzoncillos y pantalones. -Montse-, pensé preguntándome que querría esta vez…

Entré en la sala, exhibiendo mi figura y notando las miradas tanto de hombres cómo de mujeres que me encantaban. Saludé a algunos conocidos, de los que recibí elogios por mi actuación anterior y la vi. Montse: mi excompañera de estudios, apenas metro cincuenta, rellenita, pero con todo super bien puesto, con un vestido negro que no dejaba nada a la imaginación y, por supuesto, rodeada de moscones (y mosconas), de los que se deshizo rápidamente al verme. -Hola, cariño, estás divina-, saludó tomándonos de las manos y compartiendo un piquito. -Gracias amor. Tú estás espectacular-, le concedí tomándola por sus hombros desnudos y con la vista puesta en sus preciosas tetazas… que envidia. -Ven, te invito. Hay algo que quiero contarte…-, ordenó señalando una discreta mesa, sin duda reservada para ella. Veinte minutos después, mis esquemas se habían roto.

-¿Me estás proponiendo que me haga puta?-, exclamé con algo de fingida indignación. -Vamos, Ana, sé que se lo harías gratis, ¿No?-. Lo cierto es que sí, el hombre que nos lanzaba furtivas miradas respondía a mi tipo, al menos para esa noche. Sobre los cincuenta pero bien cuidado, canas bien llevadas, con un elegante traje que realzaba su atractiva figura, sin duda algún alto ejecutivo de una multinacional, imán para muchas de las féminas biológicas del local… A las que podría dejar con la miel en los labios. -No sé, Montse, lo que me has propuesto, es muy fuerte… Y tendré que esperar un ratito-, tercié recordando la extraña petición de mi amiga (casi socia, ya en esos momentos). -Claro, vida. Mejor te pido una cerveza-, apostilló.

-Ya. Estoy lista, pero ¿Dónde?-, le dije tras dos cervezas y un buen rato de charla intrascendente durante la cual, nuestro caballero tonteó con varias damas sin dejar de lanzarnos miraditas. -En tu camerino, en quince minutos-, me respondió guiñandome un ojo. Hice tiempo charlando con varios conocidos aunque, la verdad es que me meaba patas abajo y me costaba no moverme, cosa que a las mujeres con las que compartía chismorreos, no les pasó inadvertido.

Abrí suavemente la puerta de mi camerino y no me sorprendió ver a Montse siendo jodida (no supe si por el coño o por el culo) apoyada en la mesa de maquillaje, apenas con su corta falda levantada, al señor (Borja) sin pantalones ni calzoncillos… y con un plug tipo aneros bastante evidente en el culo. La señal. Yo llevaba unos minutos atusando mi pene para ponerlo decente, pero al ver ese culo, se me puso imperial. Montse me miró por el espejo, sonrió y exclamó un sensual -Tu sorpresa, Borja-, entre jadeos… Me puse al lado del guapo maduro, le besé (seguía la coreografía de Montse a rajatabla), acaricié su vientre y corroboré que su cipote se alojaba en el chocho de Montse. Le besé de nuevo, dejé caer mi qipao, para no mancharlo, me puse tras él y, retirando el plug de su esfínter, lo penetré lenta peró sin parar, hasta el fondo.

-¡Ohhhh, joder, qué caliente!-, chilló al sentir mi tranca en lugar del plug. -Una vez lo pruebas, no hay marcha atrás-, le advertí con la más melosa de las voces. Lo jodí tratando de acompasarme con Montse, cosa que conseguimos razonablemente hasta que noté que faltaba poco para venirme. Le embestí más fuerte un par de veces, gimió sin apenas perder el compás follando a Montse y me acerqué a su oreja para susurrarle -Quieto, guapetón. Atiende, que me corro-. Me obedeció, yo dejé de joderlo, miré a mi socia en el espejo y, con una sonrisa de ambas, realicé la petición de la chica. Me meé en su culo. -¡Joder! ¡Sí, qué gusto!-, exclamó de forma, tal vez exagerada. El pobre, se corrió quieto, aunque jadeando, en el bollo de Montse al sentir cómo mi pipí le llenaba el recto. Montse, musitó (o leí en sus labios en su reflejo) -No le lefes, amor-. La chica, terminó su papel sacándose la polla del caballero de su coño, tomó una cucharilla de plata de su pequeño bolso y, teatralmente, rebañó con ella el semen del caballero y se lo dió a comer.-Toma, nene, tus proteínas-, soltó pizpireta mientras el macho ingería ansioso su propia semilla. Recuperé mi papel y, sin sacar mi ya morcillona culebrita de su agujero, acompañé al madurito hasta el cercano baño dónde me desenchufé del apetecible ano para que se sentase a evacuar mi orina. Así sentado, me besó la polla el ejecutivo con una suavidad que sugería previo conocimiento, se puso los pantalones, nos dijo -Os llamaré, chicas-, y al salir dejó sobre la mesilla 300 €.

-Fácil ¿Verdad?-, dijo Montse ya de nuevo en pié. -Dinero demasiado fácil, apenas media hora-, pensé. No me sentí cómo una puta, me gustó la idea de mear en un culo y me encantó hacerlo… y me preocupé. Escorts, hay muchas. En la universidad, bastantes. Chicas guapísimas (o hermosos chicos) que hacen las delicias de personas con posibles. Pero tienen límites: los de Montse, apenas existían salvo el dolor. Podía ser sumisa o dómina, dar o recibir, hombres, mujeres, parejas o grupos. Apenas tenía constricciones. Cómo yo.

De nuevo en la mesa, aún reservada, nos pedimos un combinado al que nos invitó Don Joaquin gustosamente y me soltó la propuesta. -Mira, a mi, la verdad es que me va muy bien. No sabes lo pervertidos que pueden ser los ricachos, pero me piden cada vez más a menudo, ya sabes… alguien cómo tú-.

-¿Un mariquita?-, inquirí levantando una ceja.

-No, una chica, pero con polla-, rió divertida. -Putos hay muchos, y muy guapos, travestisi también, pero chicas con sorpresa, carrera, finas y educadas, no abundan-.

-Vaya, que iría de sumisa-, repliqué divertida ante la idea.

-No te equivoques, quien busca a alguien cómo tú, busca entre otras cosas, su cipote-.

-Pero, te advierto que no soy un semental, precisamente-, tercié entrando en su juego.

-Mira, prueba este fin de semana, puedes quedarte en mi humilde morada si lo deseas. Tengo algunos compromisos y, te garantizo que para el domingo por la noche, tendrás mil euros más-. Ahí me quedé ojiplática. Eso era lo que yo ingresaba en un buen mes. Quizás ayudada por el alcohol, mandé un mensaje a mis compañeras del diminuto piso que compartíamos y, entre excitada, curiosa y envalentonada le dije -Probemos-.

-Entonces ¿nos tomamos la última en mi casa? Hay algo que quiero enseñarte-. Sabía que me tenía en el bote. -¿Por eso no querías que me corriese, lo quieres para tí, cariño?-, ronroneé. -Tal vez, mi amor. Me gustaría conocer mejor a mi socia-, añadió la preciosa chica al tiempo que, inesperadamente, me tomó de la cara, me atrajo hacia ella y me estampó un beso de tornillo delicioso bajo la atenta mirada de no pocos de los presentes. Ya no me quedó duda alguna: el club era uno de sus caladeros. -Sígueme, como a un metro de mi-, ordenó levantándose y  dirigiéndose hacia la salida. Entonces, cómo arrastrada por una correa invisible, lo hice. Un discreto pasillo se fue abriendo ante la escort y cerrándose detras mío.  Noté miradas hacia mí, algunas divertidas, otras de vicio y me quedó claro: Montse me estaba exhibiendo.

-Eres una puta, Montse-, le dije ya una vez solas fuera. De nuevo, me apaciguó con un -Lo sé, cielo-, y un morreo que amenazaba con ponerme otra vez palote. En un minuto, llegó el aparcacoches con el Mazda descapotable de la rellenita, nos dió el coche y un descarado repaso y nos fuimos. No me extrañó que no nos dirigiésemos a Barcelona, demasiado caro, pensé. Pero al llegar, casi se me cae la mandíbula al suelo.

Una pequeña pero bonita casa en una coqueta urbanización de clase media se iluminó al darle al mando de la puerta corredera de la valla. Aparcamos ante la entrada y, al bajar, viendo mi estupefacción ante lo que creí que podía permitirse, me aclaró -No, no es mía. Me la alquila un empresario maduro por un precio simbólico… más dos o tres días al mes para él, claro. Uno de mis primeros clientes-, se rió. -El único cliente que tiene mi número particular-. Entramos y alabé el buen gusto de mi anfitriona y de su amante, agradándome mucho lo que vi, incluida una linda habitación de invitados que, claro, sería la mía hasta el domingo. -Y ésta es mi habitación, aunque sólo él y yo podemos entrar en ella… Bueno, y tú ahora, claro-. Preciosa. Rosa, con una cama enorme, su propio cuarto de baño… y ¡Una salita armario, ropero y zapatero! Divino. -Vamos a ponernos cómodas, cariño-, siguió quitándose el vestidito. Quedó con sólo el sujetador, perdidas ya las bragas en mi camerino. Hermosa. La imité i quedé casi cómo ella (yo conservaba mis braguitas). Montse se dejó caer sobre las aterciopeladas sábanas, con su chochete al aire, depilado, jugoso. Se abrió de piernas, y me invitó a acercarme. mi cabeza cayó sobre él y mi boca se apoderó de cuanto pudo. Me embriagué, más si cabe, con sus flujos, ayudada con mis dedos hasta que, fingido o no, le arranqué un orgasmo. -Mmm… qué falta me hacía, amor-, agradeció acariciando mi pelo.

Con no demasiada gracia, me incorporé y me situé hincada de rodillas a escasos centímetros de su bonita cara. Mi polla levantaba ligeramente la gomita de mis Journelle de lo dura que estaba. Apartó el triangulito, dejando tranca y huevos al aire y los miró fijemente unos instantes. -¿Decepcionada?-, pregunté quédamente. Gordita aunque no demasiado larga, en la media. Sin descapullar del todo, algo torcida a la izquierda -Al contrario, cariño. Ideal para mamar y encular. Esto nos traerá mucha pasta, cielo-, indicó con un guiño justo antes de tragársela.

En apenas segundos aprecié por qué tenía tanto éxito. Me la habían mamado muchos y muchas, pero nadie cómo ella. -¡Ohhhh! ¿Qué me haces, corazón?-, atiné a soltar dejando caer mi cabecita hacia atrás. -Tranquila, te enseñaré. Te enseñaré muchas cosas-, terció enigmáticamente sacándola breves instantes de su divina boca. Durante la gloriosa felación, se las apañó para mojar un par de dedos con su flujo y encasquetármelos en el ano, emitiendo un gruñidito de satisfacción.  Tras la extraña noche, apenas podía yo contener más mi corrida. Ella lo notó. Se sacó mi pene de su cuevita y, antes de que yo pudiese protestar, inició una furiosa paja apuntando a sus hermosos pechos. Y me corrí. Leche suficiente para las dos tetas. Bastante blanca y espesa. Sacó los dedos de mi culito, rebañó con ellos una de sus tetas y lo probó. -Mmm… Qué sorpresa. ¡Está riquísima!-. Eso, sí lo sabía. Todas las lefas son distintas pero la mía, estaba realmente rica. Así que me apropié de su otro seno y se lo dejé bien limpio mientras ella ronroneaba.

-Necesito una ducha-, soltamos las dos a un tiempo en cuanto levanté mi cabecita  ya con sus ubres impolutas pero babeantes. Nos levantamos y, entre risas y cachetitos, nos dirigimos al baño de la habitación. -Oye, ¿Siempre te corres así?-, preguntó enjabonando mi espalda. -No, Montse. Así de blanca y espesa, una vez al día-. me sinceré -Suficiente, guapa, suficiente-... Al terminar, me cedió un elegante albornoz de hombre, verde oscuro, tomó el suyo, rosa chicle y propuso una copita y un cigarro antes de irnos a dormir. Ni siquiera eran las  dos de la mañana, así que me pareció genial. Whisky con hielo para ella, Bourbon con Ginger Ale para mi y salimos a un coqueto balancín en el porche.

-¿Te gustaría vestir siempre de chica?-, desembuchó de sopetón.

-¡Ooops! No sé. Me lo he planteado algunas veces, pero es muy difícil. Soy muy mariquita, pero no una mujer. No sé si me explico. Peró vestir de mujer siempre, claro que me encantaría...-

-Claro que te explicas. Y me encanta. Además, un pequeño toque, pequeño, de masculinidad, te hace ganar enteros. Y no me refiero a esto-, rió pizpireta dando un golpecito a mi sexo. -Muchas lesbianas caerán de rodillas ante ti, guapa-. No supe si era un elogio, un reproche o una broma, así que me limité a sonreír.

-Otra cosa importante: los clientes, son eso. Y tampoco esperes siempre hermosos cuerpos-, me instruyó con un suave codazo.

-Me faltan algunas cosas en esta casa ¿Sabes?-, expresé soltando el humo de mi Marlboro.

-Dime-...

-Una piscina-, solté divertida.

-Hay una, en el jardín de atrás. Pero dejemos algo para mañana-, replicó añadiendo un velo de misterio. -Y más cosas por ver, claro-.

-Y, otra cosa. Pensaba que una.. profesional cómo tú, tendría sus juguetes, lencería y cosas así, tratando de no parecer demasiado curiosona.

-También lo verás mañana, cielo. Por cierto, nos toca diana a las nueve o nueve y media si quieres ver lo que has pedido… antes de nuestro primer trabajito a las once y media-, añadió señalando que sería mejor dormir un poco.

-¡No tengo ropa!-, recordé de golpe.

-Tranquila, hermosa-, ya lo solucioné, -No te preocupes-.

-Menuda está hecha-, cavilé siguiéndola hasta mi habitación, la de invitados y aceptando un salto de cama prestado.

Esa noche, acabó ahí. A pesar de mi excitación por lo que pudiese pasar en unas horas, de mis miedos y curiosidades, me dormí cómo una bebé pensando en si todo iba demasiado deprisa.