Montando en glov oooohhhhh
Me obsesiona, me excita, se me corta la respiración si veo a un hombre montar en bicicleta. Sólo escribirlo y ya estoy excitada.
He decidido escribir mi historia para intentar sacarla de mi cabeza. Me excita tanto rememorarla que creo que no voy a ser capaz de acostarme con nadie sin traer alguno de sus momentos a mi cabeza. Me obsesiona, me excita, se me corta la respiración si veo a un hombre montar en bicicleta. Sólo escribirlo y ya estoy excitada.
Me llamo Lola, soy una malagueña de veintiséis años y me desenvuelvo bien en la vida. Me gusta ir bronceada, soy morena de pelo largo y brillante, ojos marrones y tengo un cuerpo de esos que llaman de curvas. Sin ser gorda, tampoco creo que entre en la definición de delgada, no tengo intención de mentirme a mí misma diciendo que gasto una treinta y ocho, pero no soy gorda. Me gusta mi cuerpo, me gusta gustar y sé que gusto.
Tengo un trabajo bien pagado, me puedo permitir un piso sólo para mí, aunque de una habitación. Es uno de esos pisos sin entrada, de las que la puerta da directamente al salón, que a la vez es el centro al que llevan todas las habitaciones. Supongo que si mi entrada diera a un recibidor, a lo mejor esto no hubiera sucedido, o puede que sí.
Era un domingo de temperaturas intensas, sin ser el agobiante verano, el calor empezaba a asomar y a dejarnos ver lo que habría de ser este verano. Esa tarde no tenía planes, pero me encontraba en plan de necesitar una alegría para mi cuerpo. Tras unas cuantas llamadas insatisfactorias no encontré a ninguno de mis habituales que pudiera pasarse a darme un revolcón, así que decidí dármelo yo y disfrutar del domingo.
Llevaba un vestido tipo romano, de esos de faldas largas y escote, estaba un poco viejo y lo usaba para estar por casa. Era fresco y agradable, además me quedaba muy bien. Mi pecho se veía precioso entre esas gasas, con la piel morena y algo húmeda por el calor. Me acerqué al baño y cogí el lubricante, lo puse encima de la mesa de centro junto al vibrador. Tumbada en el sofá, comencé a acariciarme uno de mis senos. Lo saqué por fuera del sujetador, acariciando su textura, pellizcando mis pezones, apretando mi pecho, como hacen los hombres cuando los tocan por primera vez. Recordarlo me entra ganas de que me las chupasen, mordiesen, lamieran, y en ocasiones, se la frotasen entre mis tetas. Me gusta mucho un buen restregón entre mis pechos si la polla es grande, lamer la punta cuando se acerca hacia arriba y recibir la corrida caliente entre mis tetas. Bastante caliente, me subí el vestido y me quité las bragas. Empecé a meter mis dedos entre la humedad de mi sexo latente, hinchado, lleno de deseo. En ese momento llamaron al timbre. Bastante cabreada por cortarme el rollo, pensando en la casualidad de que llamasen justo en ese momento y a la vez feliz por la idea de que alguna de mis llamadas se lo había pensado dos veces y venía a pasar un buen rato, me levanté y fui a abrir la puerta.
- Buenas tardes, su pedido. –me dijo un chico con una bolsa en una mano, y la mochila en la otra.
No me lo podía creer, era uno de esos repartidores, ¿cómo los llaman? .. riders, eso. Me quedé cortada, pero él pareció gratamente sorprendido. A pesar de la mascarilla, podía ver la sonrisa en su cara, el brillo en sus ojos y el repaso de arriba abajo que me dedicó. No me había dado cuenta, y me lancé a abrir la puerta con mi vestido blanco, un pecho fuera del sujetador, y medio fuera del escote. Mi sexo se transparentaba por el vestido, entre la luz y las bragas que había dejado en el sofá. Sofá y bragas que se ven perfectamente desde la puerta, junto con el bote de lubricante y el vibrador de encima de la mesa, todo invitaba a explicar lo que estaba haciendo en mi casa a cualquiera que asomase por la puerta. No soy tímida, y un hombre nunca me ha dejado sin palabras. Aunque algo descolocada sí me había quedado.
- Perdona pero debe ser para otro vecino, yo no he realizado ningún pedido.
- Disculpe, ¿no es el segundo B?
- Es el primero B, el bajo no cuenta, tienes que subir una planta más. Ya lo siento, con el calor que hace y sin ascensor, debes estar sediento.
- Sí, la verdad. Entre la bici, la mochila, el casco y la mascarilla… si este calor sigue así, el verano va a ser horrible. Aunque usted tiene cara de acalorada también e imagino que no viene de subir escaleras.
Seguía pudiendo adivinar esa sonrisa en su cara. Pues yo no soy de las que se avergüenzan fácilmente, que una malagueña tiene mucho amor propio como para que se lo quiten con un comentario tan soso.
- Pues sí, unos sufren el calor, y otros disfrutamos cuando estamos calientes. Le ofrecería un vaso de agua, pero seguro que hay alguien en el piso de arriba esperando su pedido.
- Sí, muchas gracias por indicarme, por la agradable charla y mejores vistas. Buenas tardes.
Se dio la vuelta y fue hacia la escalera. Le seguí con la mirada mientras subía. Entré en casa, cerré la puerta y me sujeté el pecho medio fuera. El corazón me latía a un ritmo frenético, estaba tan excitada que se me nublaba la vista. Fui directa a la mesa, cogí el vibrador y me lo introduje sin encender ni nada, necesitaba meterlo bien dentro. Me coloqué con una pierna en el sofá, medio inclinada y empecé a meterlo y sacarlo con ritmo, todavía no lo quería encender, aún no. En ese momento vuelven a llamar al timbre. No sé si mi corazón late o se quedó parado. Tiro el vibrador al sofá, y me lanzo hasta la puerta. Esta vez mi pecho está completamente fuera, y mi vestido manchado por el flujo que me gotea lento y caliente por dentro del muslo. Abrí la puerta y ahí estaba.
- ¿Le importaría ofrecerme un vaso de agua?
- Por supuesto. –dije, con toda la dignidad que pude encontrar en ese momento. Él me repasó de nuevo y se quedó contemplando mi pecho desnudo, mi pezón erecto, mi rostro ruborizado. Yo le mantuve la mirada.
Me di la vuelta y me dirigí a la cocina, él vino detrás, cerró la puerta y tiró la mochila, mascarilla y el casco al suelo. Mientras cogía el vaso y lo llenaba en el fregadero se colocó detrás de mí. Una mano me cogió por la cintura, la otra me subía la falda. Colocó su mano en mi sexo húmedo, caliente e impaciente y la dejó ahí, quieta. Se quedó quieto sin hacer nada más que respirar en mi nuca, mientras yo sujetaba el vaso lleno. Estaba impaciente, deseosa, muerta de ganas. Así que empecé a mover las caderas, hacia delante y hacia atrás. Rozando mi coño con su mano y mi culo contra su entrepierna. Él se quedaba quieto, respirando entrecortado. Notaba que su pene se había endurecido de rozarle con el culo. Su mano se acomodó mejor en mi sexo y mis movimientos llevaban sus dedos a mi clítoris. En ese momento me preguntó.
- ¿Qué es lo que te gusta?
- Me gusta, gustar. Quiero hacer lo que a ti te excite.
- A mí me gusta follar duro.
- Sí, follemos.
Fui bastante sincera, estaba tan excitada que todo me hubiera valido. Necesitaba que me follaran ya. No creo haber estado nunca tan fuera de mí.
Me di la vuelta y mientras él me tocaba las tetas le desabroché los pantalones. Me agaché para quitarle los zapatos y sacarle el pantalón. Cuando iba a subir, él empujó mi cabeza contra su entrepierna. Tenía el pene rígido y le asomaba por encima del slip. Se los quité y ahí estaba, rígida, erguida entre su bello rizado, gruesa y de buen tamaño. Fui a besarla cuando él me cogió del pelo. Tiró de mí hacia arriba. Me levanté y entonces me preguntó
- ¿Te gusta que te tiren del pelo?
- Pues, la verdad, no.
- Creí que íbamos a follar duro, como yo quería.
- Sí, vale, como tú quieras.
- Vamos a la sala.
- ¿No prefieres la cama?
- No la necesitas.
Una vez en la sala me pidió que me pusiera a cuatro patas en el sofá. Me puse a lo largo y él subió una pierna, con la otra en el suelo se colocó detrás. Subió mi falda, echando la tela por encima de mí. Agarró mi cabello largo y tiró de mi cabeza para atrás. Su pene entre los carrillos de mi culo, él se movía restregando su polla entre mi culo, sin penetrarme. Tiraba de mi pelo, me obligaba a incorporarme un poco más para atrás, mientras él seguía frotándose contra mí. Me dolían los tirones de pelo, nunca me había gustado ese trato, y encima no me había penetrado ni una vez. Empecé a experimentar una sensación de impotencia, seguía tan excitada que no quería hacerle parar, pero a la vez me dolían los tirones de pelo. Seguía tirando, un poco más, mi espalda se curvaba y mi cuello estaba estirado, mirando el techo. Soltó un poco, pensé que ya dejaría mi melena en paz, pero entonces recolocó el pelo alrededor de su puño, tiró con fuerza hacia atrás a la vez que con la otra mano guiaba su polla dentro de mí, hasta el fondo. Sin avisar, de un golpe y mientras me sujetaba del pelo con su mano contra mi nuca, empezó por fin a follarme. Entre el dolor, la excitación del deseo y su miembro entrando y saliendo fuera de mí, me sentí flotar. Sus embestidas eran firmes, rítmicas y hasta dentro. Disfruté cada una de ellas, y me deshice en un orgasmo repentino, él todavía no había terminado y siguió penetrándome, haciendo que me volviera a excitar. Soltó mi pelo, me agarró por debajo de los hombros, y se apoyó completamente contra mi espalda, mientras seguía con sus embestidas. Notaba su peso sobre mí, a pesar de que él seguía con una pierna en el suelo y otra en el sofá, notaba todo su peso. Entonces sus movimientos se volvieron muy rápidos. Metía y sacaba su polla a toda prisa. En mi vida había gozado así. Me costaba respirar, sentía el orgasmo precipitarse hacia el final. El sprint final terminó con una potente corrida. Eyaculó en retirada, su semen encima de mí, por el sofá, resbalando por su polla.
Se puso de pie, se estiró y fue a buscar su ropa a la cocina. Yo me quedé ahí, a cuatro patas, con el culo en alto, goteando su caliente fluido, recuperando mi respiración. Recogió sus cosas del suelo, se giró y me dijo
- No te muevas, conozco la salida. Otro día que te apetezca montar en globo, me avisas.
Cerró la puerta y se marchó. Me dejó satisfecha, agradecida y excitada de por vida. Creo que me han hecho cliente oro, pero por muchas veces que llamé, nunca me volvió a visitar el ciclista de sprint y corrida.