Montados
Un relato hecho para alguien cuyo fetiche es "montar" caballos humanos. Suena raro?... mejor leelo.
Los tres muchachos se miraron nerviosos frente a la puerta del director. Sólo Manuel, Many para sus amigos, mantenía una aparente calma que estaba muy lejos de sentir en realidad.
Pero que vamos a decir? - pregunto nervioso y por enésima vez Ricardo.
Lo que acordamos, guey, - le espetó Many con evidente fastidio - cuántas veces voy a tener que repetírtelo?
Jorge se mantuvo callado. Sabía que estaba metido en un buen lío, y el miedo lo tenía paralizado.
Finalmente la puerta se abrió, y la vieja y enjuta secretaria que parecía llevar mil años en el colegio les indicó que pasaran, porque el director los estaba esperando.
La cara del hombre no presagiaba nada bueno. Los tres se sentaron frente a su escritorio, viéndolo juguetear con una de las finas esculturas que adornaban su escritorio. Era un pequeño caballo negro.
- Y bien, - preguntó después de algunos minutos que a los muchachos les parecieron horas - qué fue lo que sucedió?
Los tres mantuvieron el silencio. Finalmente Many contestó por todos.
- A qué se refiere?, señor director.
Marco Lombardi golpeó la mesa con el puño cerrado, y los tres estudiantes brincaron casi al unísono.
Ustedes me creen estúpido? - gritó colérico, y hasta Many se replegó en su asiento.
No señor, - balbucearon bastante intimidados.
Hablo del incendio en el laboratorio - les informó con una dura mirada.
Poco faltó para que Ricardo soltara el llanto, como si en vez de 21 años fuera un mocoso de 7. Many como siempre, estaba mas controlado y contestó nuevamente por los tres.
- Nosotros no sabemos nada de ese incendio. Apenas acabamos de enterarnos, igual que el resto de nuestros compañeros.
El director Lombardi los miró y esbozó una extraña sonrisa.
· Que extraño que me digas eso, Many, sobre todo después de haber recuperado esto.
Tenía en su mano un pequeño videocasette, y esta vez Ricardo no pudo evitar que se le escapara un sollozo. Con absoluta calma el director colocó la cinta en el reproductor y Ricardo cerró los ojos al momento en que tanto él, como Many y Jorge aparecieron en la cinta, completamente borrachos y drogados irrumpiendo el sábado por la noche en el laboratorio. La cámara los captó desde el momento mismo en que forzaron la
entrada, y los siguió grabando mientras los 3 se divertían rompiendo los frascos de químicos y riendo como enajenados al destruir todo lo que encontraron a su paso. Cuando la combinación de sustancias regadas en el piso provocó la primera llamarada, la cámara grabó sus risas estúpidas mientras alborotados por el fuego comenzaron a danzar alrededor, hasta que el humo los obligó a salir tosiendo y la imagen de video se puso completamente obscura, casi tanto como el humor del director en este momento.
- Muchachos - les dijo mirándolos con el ceño fruncido - ahora si se los va a cargar la chingada.
Ricardo rompió a llorar y esta vez ni Many pudo evitar que lo hiciera. Jorge se puso tan pálido que parecía a punto de desmayarse, y Many echó mano a todo el autocontrol posible para no hacer ni lo uno ni lo otro. El director continuó implacable.
- Además de que obviamente serán expulsados de este colegio, se les cobrará a sus padres todas las pérdidas materiales ocasionadas por el siniestro, que sin entrar en detalles superará los 150,000 dólares, y por si fuera poco, van a enfrentar cargos penales, pues lo que hicieron, muchachos, es allanamiento de morada, daño en propiedad ajena y vandalismo. Les esperan unos buenos años a la sombra.
Ahora ni el mismo Many logró contenerse. Comenzó a balbucear, tratando de explicar lo injustificable, y se calló sólo cuando el director le dio una bofetada.
- Son ustedes unos estúpidos - les dijo, y ninguno se atrevió a contradecirlo.
Los dejo sufrir todavía un poco mas y cuando la desesperación se había apoderado de ellos, continuó.
- Es posible que exista una solución a todo esto - dijo suavemente.
Ricardo dejó de lloriquear y Jorge volvió a respirar. Many lo miró atentamente.
· Miren muchachos - dijo de pronto conciliatorio -. Lo único que los incrimina es este video. Si no fuera por él, podríamos hacer creer a las autoridades que lo sucedido en el laboratorio es un simple accidente, por demás lógico en un sitio con tantas sustancias explosivas. - Dejó que la idea madurase en sus atribulados cerebros.
Usted podría hacer eso por nosotros? - preguntó incrédulo Many.
Tal vez - hizo una pausa. - Siempre que ustedes también hicieran algo por mí.
Lo que sea, - contestaron los tres al unísono.
Una nueva pausa, lenta, larga y los tres muchachos, al borde de sus sillas, contenían el aliento.
- De acuerdo - contestó Lombardi finalmente- tenemos un trato.
El caballito aún estaba en sus manos, y lo colocó sobre el escritorio para tomar una pluma y un papel. Garabateó algo en la hoja y se la entregó a Many.
- Quiero que se presenten en esta dirección el próximo viernes - los muchachos asintieron. - Si comentan algo de esto, si me entero de la menor indiscreción, el trato se rompe y el video aparece para ser entregado a las autoridades. Los muchachos juraron al unísono no decir nada a nadie, y agradecidos salieron de la oficina del director.
Marco sonrió con evidente placer en cuanto se marcharon. Como un gato, se estiró en su cómodo sillón de cuero negro. El caballito estaba de nuevo entre sus manos, y jugando con él hizo como si corriera sobre el secante de su escritorio y al llegar a la orilla saltó hacia su regazo. El caballito cayo blandamente sobre su bragueta. Sus pequeñas pezuñas presionaron el notorio bulto que había debajo. El miembro del director estaba hinchado, gordo y duro, excitado con la sola idea de tener a esos 3 muchachos bajo su poder. El caballito cabalgó sobre su miembro por unos segundos, y fue devuelto a su lugar en el escritorio. Marco
levantó el teléfono.
· Me comunica por favor con el profesor Estuardo - le pidió a su secretaria.
Mientras esperaba, estiró las piernas, tensando los pantalones sobre su rígida verga, que se destacó de forma obscena en la suave tela de sus pantalones.
· Miguel, - dijo en cuanto escuchó la voz del otro lado de la línea - prepara el equipo. Este fin de semana nos vamos a montar.
Colgó la bocina, y con el pito irremediablemente duro se preguntó cómo iba a hacer para soportar los cuatro largos días que faltaban para que llegara el fin de semana.
La finca estaba a una hora de viaje. Los chicos llegaron incluso antes de lo previsto. Se habían devanado los sesos tratando de imaginar qué era lo que se esperaba de ellos. Habían pensado en miles de posibilidades, descabelladas todas ellas, pero estaban lejos de llegar a una conclusión. Lo único seguro era que fuera lo que fuera, ellos lo harían. Ya habían tenido el tiempo suficiente para sopesar todo lo que sus vidas cambiarían en caso de ser expulsados, o encarcelados, y lo peor de todo, lo que les harían sus respectivos padres cuando se enteraran que tendrían que pagar aquella enorme suma. Los tres eran hijos de familias adineradas, pero no tanto como para absorber tranquilamente esa pérdida.
La verja, alta y electrificada les cerró el paso. Many detuvo el convertible rojo y antes incluso de tener que tocar el claxon, la verja se abrió, permitiéndoles el paso. La vereda corría sinuosa entre el oscuro y denso
follaje, y los condujo hasta un claro, desde donde pudieron divisar la silueta de una vieja y enorme casa, con un enorme porche de altas y elegantes columnas blancas. Un poco mas lejos, destacaba un establo y varias caballerizas. De no estar en aquella angustiosa situación, los chicos se hubieran sentido felices de estar en semejante lugar.
A lo lejos, un potente relincho llamó su atención. Un hermoso caballo blanco se destacó en el camino y en cuestión de segundos llegó hasta el coche. El jinete se apeó. El hombre tendría unos 40 años, y bajo el sombrero, un rostro curtido por el sol les sonrió.
- Bienvenidos a mi casa - les dijo amistosamente. - Los estábamos esperando.
Apareció un sirviente que tomó las riendas del caballo, y mientras se lo llevaban los 3 muchachos sacaron sus maletas del coche y siguieron al dueño de la finca. Dentro, en la sombra del salón y tras sendas bebidas, estaban el director Lombardi y el profesor Estuardo.
· Adelante, muchachos - saludó el director - ya estábamos ansiosos de que llegaran.
Ninguno habló. Se sentían intimidados ante la evidente jerarquía del director de la escuela y del profesor de química, por no hablar del dueño de la finca. De algún modo, aquel trío de hombres habían logrado ponerlos nerviosos, y saludaron torpemente al tiempo que dejaban las maletas en el piso.
· Me imagino que vienen sedientos - dijo el director acercándoles un vaso de limonada a cada uno.
Los muchachos bebieron agradecidos, empezando a sentirse más cómodos.
· Beban de sus vasos, - dijo Lombardi - porque es la última vez, durante este largo fin de semana, en que podrán hacerlo de esa forma.
Los tres hombres estallaron en carcajadas, mientras los muchachos se quedaron de pie, sin entender la broma, pero nerviosos por el extraño significado de sus palabras. Jorge terminó primero la bebida, y por hacer algo, intentó sentarse en un taburete que estaba en el salón.
· Alto allí, - gritó el director -, haciendo que el muchacho pegara un brinco; nadie te invitó a sentarte.
Los muchachos se quedaron petrificados y Jorge se unió inmediatamente a sus compañeros.
· Entiendan esto, porque lo diré sólo una vez. Ustedes están aquí porque no valen nada. Son un hatajo de brutos, bestias, animales, como quieran entenderlo, y mis amigos y yo nos hemos dado a la tarea de educarlos. No toleraremos errores. Aprenderán por la buena o por la mala, y los trataremos como las bestias que son. Ustedes son nuestro ganado, y como tal serán tratados. Alguna duda?
Nadie dijo nada. Tal vez no porque estuvieran de acuerdo, si no mas bien porque el efecto de sus palabras no lograba aun abrirse camino en su atribulada mente.
· Para empezar - continuó el director - se desnudan inmediatamente. Ningún animal utiliza ropa.
Jorge y Ricardo miraron a Many instintivamente. Era el líder, y ante una situación tan confusa esperaron alguna seña de él. Esta vez Many les falló. Tampoco tenía la menor idea de lo que debía hacer. De dos zancadas el dueño de la finca estuvo frente a ellos. Aun llevaba en sus manos la fusta de montar, y le atizó un latigazo que fue a parar sobre los muslos de Many. El repentino dolor lo hizo doblarse en dos.
· Regla número uno - continuó Lombardi implacable - deben obedecer y deben hacerlo rápido.
Un segundo latigazo, esta vez en el trasero de Jorge hizo que los tres muchachos comenzaran a desabotonar sus camisas. Como no lo hicieron lo suficientemente rápido, el pecho de Ricardo recibió el tercer golpe. Sus ojos se llenaron de lágrimas, pero sus pantalones cayeron más rápidos que el rayo. Los tres muchachos quedaron de pie en medio del salón, con los calzoncillos como única vestimenta.
· Miguel - dijo el director dirigiéndose al profesor Estuardo - porqué no les ayudas un poco?.
El profesor se puso de pie y se acercó a ellos. Estaba evidentemente excitado, pues el bulto de su entrepierna era perfectamente visible para todos ellos. Lejos de avergonzarse, se acarició el bulto mientras los rodeaba. Comenzó por Ricardo. Se acuclilló a sus espaldas y con lentos movimientos le bajó los calzones. Su cuerpo delgado y blanco quedó completamente desnudo. Avergonzado, se tapó el sexo con las manos, mientras ya Jorge corría la misma suerte. Su cuerpo era más moreno, con piernas velludas y unas nalgas que le hacían juego, cubiertas de un suave vellón oscuro. Por último Many, el mas desarrollado de los tres. No sólo era el más alto, sino el que evidentemente más había trabajado su cuerpo. No por ende era el capitán del equipo de fútbol, y sus gruesas y potentes piernas lo demostraban. Al bajarle los calzones, un hermoso par de nalgas quedó a la vista de los tres excitados adultos. Sólo a los 22 años se podía tener semejante trasero, firme, fuerte y suave a la vez, y Miguel no pudo evitar acariciar aquel monumento a la perfección. Many soportó el toqueteo, pero no por mucho tiempo. Con evidente desagrado empujó a Miguel, que cayó al piso, tomado por sorpresa. La fusta cayó sobre el rostro, reventándole el labio inferior, que comenzó a sangrar.
· Que sea la última vez que haces algo tan estúpido - le advirtió el director - no lo toleraré una segunda vez. Si no estas de acuerdo con lo que aquí suceda puedes marcharte inmediatamente. Y llévate a tus amigos. Eso sí, te atendrás a las consecuencias.
Los tres se miraron, y la decisión fue sencilla. Se quedaron exactamente donde estaban. Desnudos y humillados en medio del soleado salón.
· Bueno, creo que eso lo aclara todo - continuó el director, ajustándose el pantalón haciendo evidente que él también tenía un buen trozo de dura carne bajo la prenda -. Pasemos a lo siguiente.
Se acercó a ellos y los tres parecieron encogerse ante su cercanía. Marco Lombardi era un hombre alto, con una barba cerrada y unas cejas pobladas que parecían ser una sola en vez de dos. Sus negros y oscuros ojos parecían taladrarlos, y sus manos grandes y velludas acariciaron los pechos juveniles, los vientres planos y firmes y la curvatura de sus espaldas y nalgas.
· Creo que conseguimos un buen ganado, no creen? - comentó a sus amigos, y ellos le contestaron con una evidente y cómplice sonrisa, y Marco continuó su inspección.
Como si de verdad fueran caballos, les examinó los dientes, miró tras sus orejas, les tiró del pelo, el de sus cabezas y el de sus genitales, les calibró el peso de los testículos y hurgó entre sus nalgas como si no fueran seres humanos, sino simples bestias. El examen dejó en los muchachos un novedoso sentimiento de que en medio de aquel salón, ellos efectivamente no valían nada, que eran poco menos que animales, y cuando Miguel le acercó los bozales, ninguno se atrevió a impedir que les fueran colocados. El bozal les cubría la boca, impidiéndoles hablar, y se cerraba tras sus cabezas. En sus cuellos, un collar de cuero negro les hizo sentir peor, y al recibir la orden de ponerse en cuatro patas, los tres obedecieron, cada vez más convencidos de que habían dejado de ser personas y se habían verdaderamente convertido en bestias humanas.
Una vez que los tres jóvenes estuvieron a gatas, Lombardi les ordenó que caminaran, y junto con sus compañeros se sentó a admirar su rebaño. La situación era por demás extraña. Los muchachos, desnudos, humillados y confundidos comenzaron a gatear alrededor del salón. El director les corregía el paso, dictando ordenes sobre como erguir la cabeza con orgullo, levantar la grupa o arquear la espalda en un armonioso conjunto. Conforme iban pasando junto al sillón donde los tres hombres tomaban una copa y los admiraban, una mano acariciaba sus cabellos, sobaba sus espaldas o palmeaba sus traseros desnudos.
La marcha la encabezaba Many, y tras él, Jorge seguía a pocos pasos, lo que le permitía admirar el bello espectáculo de sus muslos fuertes y firmes al caminar, y con cada paso, los hermosos glúteos de Many se rozaban uno contra otro, en un vaivén sinuoso que muy a su pesar comenzó a excitar a Jorge, especialmente cuando entre un paso y otro sus piernas se separaban y entre ellas asomaban los colgantes testículos de Many, bamboleándose como dos frutas maduras. Detrás de Jorge venía Ricardo, admirando el culo velludo de su compañero, y el calor de la caminata se mezcló con una rara sensación de placer al admirar las peludas nalgas y el agujero moreno de Jorge mostrándose de forma tan descarada cuándo a éste le ordenaban alzar la grupa y caminar con mayor majestuosidad.
Los hombres habían terminado sus copas, y era evidente que estaban ya bastante excitados. Angel, el dueño de la finca se había abierto ya la bragueta, y con paciencia jugaba con un pene de considerable tamaño. Al verlo, Lombardi decidió que era hora de alimentar a los caballos, y les ordenó que se acercaran. Los muchachos obedecieron, y dada su posición, sus cabezas quedaron frente a las piernas abiertas de los tres adultos. Miguel y Marco se abrieron los pantalones, dejando escapar sus abultadas erecciones.
· Hora de comer dijo apuntando con su grueso miembro a la boca de Many acércate - ordenó.
Los tres muchachos permanecieron fijos como estatuas, y como siempre, Many tomó la iniciativa acercándose al pene del director, que desabrochando el bozal dejó su boca libre para recibir la gruesa punta de su verga. Como si hubiera sido una señal, Ricardo y Jorge se acercaron a los otros dos, y aceptaron en sus bocas sus pitos ansiosos por entrar.
La comida duró varios minutos. Los muchachos jamás habían mamado una verga, pero las manos en sus cabezas supieron guiarlos de modo que pronto tomaron el ritmo y la presión adecuada. Ya a punto de venirse, Miguel y Angel retiraron sus miembros y terminaron masturbándose para recolectar su semen en pequeños platitos de porcelana. Poco después, Marco hizo lo mismo, y los chorros de leche fueron a parar a un plato similar. Colocaron los platos en el piso, y Miguel sacó una cámara de video.
· Hora de dar de beber a los caballos - anunció Lombardi.
Los muchachos recibieron instrucciones para acercarse, gateando por supuesto, y beber directamente del plato. La película comenzó a correr, captando sus gestos de desagrado, sus ojos apretados en una mueca de asco, pero también sus vergas hinchadas entre sus piernas, presos de un deseo más allá de todo entendimiento.
· Ordéñalos - indicó Lombardi a Angel, que con un gesto de evidente felicidad metió la mano entre las piernas de Many y comenzó a estrujarle el pene, estirándolo, jalándolo igual a como lo hacen quienes ordeñan vacas, y poco le costó conseguir que se viniera. El semen fue recogido en una copa de cristal, y poco después, tanto Jorge como Ricardo recibieron el mismo tratamiento, aumentando con sus descargas el contenido de la copa. Finalmente repartieron la leche recién ordeñada entre los tres platitos, y los caballos debieron beber aquel líquido extra como parte de su cena.
Después de aquello, les colocaron los bozales y las correas y los llevaron, exhaustos y aturdidos aun, a descansar. La habitación no contaba con ningún mueble, sólo el pulido piso de madera y unas argollas en la pared, en donde las correas fueron enganchadas y allí los dejaron pasar la noche, desnudos, sumidos en completa oscuridad y a merced de sus propios pensamientos.
Por la mañana, Miguel los despertó temprano, - vamos, -les urgió -, el día está precioso, los amos tienen ganas de tomar un paseo a caballo, hay que prepararse.
Los sacó al porche, desnudos y con sueño todavía. En medio del patio los bañó con una manguera de agua fría que les hizo despertar totalmente. Lombardi y Angel miraban desde el porche, mientras desayunaban. Miguel los hizo ponerse en cuatro patas nuevamente y los enjabonó a conciencia. El proceso de tallar sus lomos y ancas le hizo excitarse, y tal vez se extralimitó con el aseado de sus culos, porque Jorge respingó al sentir un dedo entrándole de forma abrupta en el ano y reparó de repente.
· Creo que el caballito despertó muy brioso esta mañana - se burló Angel al darse cuenta.
· No te preocupes, amigo, yo puedo controlarlo - contestó Miguel, introduciendo dos dedos esta vez.
Jorge tuvo que aguantar la humillación de ser dedeado delante de todos, y al tocarle el turno a Ricardo, éste prefirió aguantar en silencio para evitar que le metieran dos dedos en vez de sólo uno. A Many no le hizo nada, pues sabía que Marco era muy celoso con sus caballos, y no le gustaba que nadie se los manejara. Se contentó con dejarle el trasero limpio para que su amigo lo disfrutara más tarde.
Al finalizar, húmedos y limpios, los dejaron secarse al sol, mientras los amos terminaban el desayuno. Cuando finalmente terminaron, entraron en la casa y salieron poco después. Los tres venían con el torso desnudo, calzados con botas y chaparreras velludas de piel de ternera. No llevaban pantalones, por lo que sus sexos colgaban indolentes y escandalosos entre sus piernas. No estaban erectos, pero si medianamente excitados, pues se veían gruesos y pesados. Many no pudo evitar mirar sobre todo el pene de Lombardi, pues se había pasado la noche recordando su sabor y su textura. Jamás lo confesaría, pero la prueba de la noche anterior le había terminado gustando, y sólo para sí mismo, debía confesar que ansiaba volver a tener ese armatoste en su boca.
En medio del patio, los caballos esperaron hasta que sus dueños se aproximaron. Lombardi llevaba en las manos unos extraños artefactos. Parecían plumeros o algo asi. Eran unos mangos de plástico negro de los cuales sobresalían unas tiras que parecían pelo de caballo, o algo muy semejante. Sin mayor explicación, tomó un poco de grasa que Miguel le acercó y aceitó los mangos uno por uno, acto seguido Miguel le abrió las nalgas a Jorge y le metió el grueso mango en el culo, a pesar del quejido dolorido de Jorge. Cuando el mango desapareció dentro de su cuerpo, afuera sólo quedaban visibles las crines, lo que le daba el aspecto de
tener una cola, igual a la de un caballo. Ricardo recibió el mismo tratamiento de parte de Angel, y Many se preparó mentalmente para ser el siguiente.
Lombardi se aproximó a él. Caso con ternura le separó las nalgas, firmes y blancas, y el ojo de su culo quedó expuesto, casi pulsando bajo su mirada. Rosado y cerrado como una flor, sintió que se lo abrían por la fuerza con la punta del mango aceitoso y resbaladizo. No se quejó, el roce del aparato reverberó en sus entrañas, llenando de electricidad sus extremidades. Lo sintió resbalar muy adentro, con el aliento contenido y el deseo de brincar como la haría un caballo de verdad. Recibió una palmada de su amo cuando finalmente terminó de encasquetarle el artilugio, y la marca de su mano en la nalga, pareció ser una señal para que cada uno montara sobre su respectivo caballo, no sin antes colocarles una rodilleras para proteger las rodillas y guantes para cubrir sus manos..
Many sintió el peso de Marco sobre sus espaldas. Fue consciente del modo en que los huevos de Lombardi se aplastaban contra sus homóplatos, y sus nalgas buscaban el mejor acomodo sobre su espalda. Debió tensar el abdomen para resistir el peso contundente del hombre, y como si eso no fuera suficiente, recibió un jalón en la brida para que se pusiera en movimiento. Jorge cargaba a Miguel, y Angel montó a Ricardo, que comenzó a sufrir para soportar su peso.
Con evidente esfuerzo comenzaron a andar, mientras los amos comentaban el paisaje y el esplendoroso día iluminaba su marcha por el sendero bordeado de girasoles. Los caballos comenzaron a sudar, a pesar de sólo haber recorrido escasos metros. De vez en cuando recibían un tirón, una palmada en sus traseros, urgiéndolos a apresurar el paso, a continuar con el demandante esfuerzo de llevar a cuestas a sus dueños.
Many seguía adelante, tratando de no pensar, de olvidar que encima de sus espaldas, el director y sus huevos hinchados se restregaban contra su piel sudorosa. Casi podía oler su sexo, y lo sentía rozar la curva que dado su peso se combaba en su espalda. Respiraba afanoso, conquistaba cada paso con esfuerzo, y a juzgar por los resoplidos de los que venían detrás de él, sus compañeros tampoco la tenían fácil. Por si todo aquello no fuera suficiente, el roce del mango clavado en su culo se hacía cada vez más evidente con cada nuevo paso.
Después de un cuarto de hora, los tres caballos estaban agotados. Los amos habían bordeado el camino de girasoles y el camino serpenteaba cuesta abajo. Se apearon, permitiendo que las doloridas espaldas se recuperasen un poco, y los últimos metros los recorrieron con las bridas en la mano, arrastrando tras de sí los cansinos pasos de sus bestias. Abajo, el rumoroso canto de un río parecía llamarles, y como magia, el sonido del agua pareció infundir nueva energía a los caballos, que apresuraron el trote.
No era un río muy grande, pero si estaba lo suficientemente profundo para que las bestias se refrescaran, y los bozales, correas y colas les fueron retiradas para dejarlos libres por unos minutos. Los muchachos olvidaron la dura prueba y se lanzaron al agua, salpicando y zambulléndose en el agua fría y clara. Los amos los miraban desde la orilla, a la sombra de un enorme árbol y luego de algún tiempo los llamaron. Obedientes, regresaron, asumiendo inmediatamente la posición de cuatro patas que ya sabían se esperaba de ellos.
La imagen de sus cuerpos jóvenes y frescos, sumisos y obedientes, con las grupas alzadas y los culos distendidos, fueron una invitación difícil de rechazar. Ya Miguel mostraba una erección considerable, y Angel apuntaba con su glande rojo al diáfano cielo azul. Many no necesitó que su amo lo ordenara, se acercó a su gruesa verga, recostada contra un muslo, y le lamió la punta mansamente. El miembro se levantó al instante, llenándose de vida, vigoroso y excitado.
Cuando después de mamarlo por un rato, Marco se lo sacó de la boca y rodeó a su caballo, Many pensó que volvería a montarlo, pero en vez de eso lo sintió por detrás, abriendo sus nalgas con las manos, buscando su agujero, y supo que su amo pensaba poseerlo. Bajó la cabeza, más convencido que nunca de que sólo era un animal y nada podía hacer más que dejar que su dueño hiciera de él lo que quisiera. El glande tocó su ano, y se preparó para recibirlo, con un goce anticipado que no dejaba de sorprenderlo. El mango que hasta hacía pocos minutos había llevado dentro lo había preparado un poco, pero no lo suficiente como para no sentir que el grueso miembro, al ir penetrándolo, parecía rasgarlo en dos. Con sufrimiento y placer lo recibió dentro, centímetro a centímetro, consciente de su poder y de su fuerza, abrazando con sus nalgas sus vaivenes, entradas y salidas que parecían clavarlo en la tierra en la que apoyaba sus manos.
Abrió los ojos, incapaz de mantenerlos cerrados, porque la sensación de fundirse en el placer lo estaba volviendo loco. Vio a Jorge traspasado por la verga de Miguel, y el conocido profesor de química le resultó irreconocible. Ahora era un fauno, un ser mitad humano mitad animal, que violentamente montaba a su compañero con una fuerza y una determinación desconocidas. Su miembro, hinchado y grueso, se abría paso entre las velludas nalgas de Jorge, dilatando su agujero peludo de forma feroz, y Jorge, con los muslos abiertos y la cola en alto, permitía que aquel ser lo dominara.
Ricardo, un poco más allá, gimoteaba. Siempre había sido más débil, y con la verga de Angel profundamente enterrada en su culo, ahora tenía motivos de sobra para hacerlo. El bronceado dueño de la finca parecía querer no sólo cogérselo, sino también volverlo loco. No se contentaba con introducirle su largo y erecto vergajo, también le pellizcaba los pezones, le mordía la nuca, le arañaba la espalda, o le golpeaba las nalgas, y Ricardo, delgado y blanco, parecía ser sólo un receptáculo para todas aquellas cosas que el excitado hombre quisiera hacerle.
Many cerró los ojos de nuevo. No quería ya ver nada. La verga dentro de su culo era ya un torbellino que parecía querer llevárselo lejos y la sintió demandante y violenta, expandiéndose dentro de su cuerpo, rellenándolo de una forma jamás imaginada, y sin saber siquiera que era capaz de ello, un explosivo y repentino orgasmo lo sorprendió. No había sido necesario tocarse el pene, y tampoco Lombardi lo había hecho, y sin embargo comenzó a eyacular, incapaz de detenerse. Las contracciones de su culo hicieron que Marco también alcanzara el clímax y la vertiginosa verga terminó arrojando su lava humana dentro de su cogido agujero.
Ya no vio terminar a los demás. Sus ojos continuaron cerrados, y sólo la colocación del bozal y la correa logró hacerlo salir de aquel sopor. El regreso fue similar a la venida, o más penoso aún si es que eso es posible. La actividad sexual parecía haberlos dejado débiles, pero eso no fue pretexto para que sus amos no los montaran poco antes de llegar a la casa.
Recibieron una frugal comida y otro baño, y la habitación oscura y sin muebles ya no les importó, pues cayeron en un sueño pesado que sólo el cansancio físico puede dar.
El día siguiente recibieron sus ropas, y se sintieron tan extraños al ponérselas que fueron necesarios varios minutos para que comprendieran que volvían a ser los jóvenes que habían sido antes de llegar a aquella finca.
Cuando Lombardi se acercó para darle las llaves del auto, Many tuvo el deseo de no recibirlas. Quería quedarse allí, no deseaba volver a la escuela, los amigos y la familia, pero comprendió que era imposible. No se despidió, se sintió incapaz de hacerlo, y en cuanto Ricardo y Jorge subieron al auto, aceleró, obligándose a no voltear la vista atrás.
Ninguno habló en el trayecto de regreso. La finca, los caballos, el incendio, todo formaba parte de algo que era mejor no volver a hablar. Sus padres no estaban en casa, y Many se pasó el domingo con la extraña sensación de haber vivido un sueño.
El lunes todo parecía estar mejor. La escuela, las clases, y la vida de siempre pareció sanar la persistente sensación de pesadilla, y no haber recibido la notificación de que se presentara en la dirección, tal vez Many lo hubiera logrado.
Tenía las manos sudorosas y frías cuando abrió la puerta de la oficina del director. Lombardo, tras su escritorio parecía ser otra persona, y Many se obligó a pensar así. El no era el de la finca, era el director de su escuela y así debía de verlo. El caballito entre sus manos no ayudó a Many en su determinación. Finalmente, Marco Lombardi habló.
· Olvidaste algo en la finca - dijo con los ojos fijos en Many.
Sacó un objeto de un cajón de su escritorio. Many sintió que algo revoloteaba en su estómago al ver el mango negro con las crines de caballo.
· Pon el seguro a la puerta - dijo el señor director.
Y Many obedeció, porque sentía el deseo de relinchar en su cuerpo, porque el mango ya estaba siendo engrasado, porque sus propios dedos ya desabrochaban la incómoda ropa, y porque al ponerse en cuatro patas y alzar las nalgas desnudas, conseguía dar rienda suelta a ese animal que todos llevamos dentro.
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