Monica y sus parientes (I)

Primera parte de las aventuras con mi familia política... esta es mi suegra!

RECORRIDO INICIAL

Tengo 27 años, pero pronto cumpliré mis 28. ¿Quién dice que personas de mi edad no tienen vivencias que contar? La verdad, no lo sé. Por mi parte, considero que yo soy un hombre afortunado pues mi vida, hasta ahora, ha estado plagada de vivencias dignas de un anciano. Lastimosamente, la mayoría de mis vivencias no pueden ser contadas a todo el mundo. Aunque vivo rodeado de un sinfín de personas, solo unas cuantas conocen mis historias de primera mano.

¿Cuándo empecé a pensar en el sexo? Creo que a mis 10 años, unos años más unos años menos. Con mis amigos de infancia siempre jugábamos a las guerras con una infinidad de muñecos, no pasaban más de dos horas que montábamos una orgía entre los muñecos que cualquiera que nos viera pensaría que éramos enfermos mentales. Como a mis 12 años, recorría todo mi barrio esperando a alguna mujer incauta para poder utilizar mi mano en busca de un conocimiento táctil del sexo opuesto. Cuando llegué a mis 18 años, cursando mi bachillerato, me di cuenta de que aunque era todo un cochino de pensamiento, todavía seguía siendo virgen, así que perdí mi virginidad como la mayoría de los hombres, con una puta. A lo largo de ese año, muchas putas, y una que otra compañera de colegio, me habían ayudado a quitar mi calentura.

Mi vida universitaria fue todo un logro, me desquité con la mayoría de las novias que tuve. Cada una de ellas era especial, así estaba Johanna que aunque era fría en todo el sentido de la palabra, tenia unas tetas gigantescas. Por otro lado, Claudia era una mujer pequeña, pero todo un terremoto en la cama. Pero si una valió la pena, esa fue Mónica.

Conocí a Mónica en la universidad, ella era sumamente sexy. Era pequeña, de 1.58 m para ser exactos. Tenía una cintura pequeñísima y unas caderas algo más grandes que lo normal. Sus senos no eran ni grandes ni chicos, yo diría que poseían un tamaño normal, lastimosamente a mí me gustan grandes. Sus piernas eran hermosas, los muslos eran grandes y sus pantorrillas perfectas. Ella poseía un rostro muy bonito, no podría afirmar que era hermosa, pero si de seguro que llamaba la atención ahora y, con más seguridad, cuando sea una mujer madura. Pero si algo me encantaba de ella, era su olor a mujer. Casi todas las mujeres tienen un dejo a pescado, ella no.

Con Mónica experimenté muchas cosas de las que yo siempre tuve curiosidad. Con todas las anteriores solo me dedicaba al sexo normal y, una que otra vez, al sexo oral. Con ella realicé sexo anal, aunque solo una vez puesto que su ano era demasiado estrecho, y todo tipo de posiciones. Además, con ella perdí el asco a la menstruación, y nos pasábamos esperando todos los meses sus días críticos para ir manchando todo a nuestro paso.

Así fue que después de 3 años de noviazgo, casi a punto de graduarme de Informática y teniendo 23 años, me casé con Mónica.

VIAJE AL PARAÍSO

Mónica nació y creció en una ciudad del interior de mi país, fue por este motivo que para nuestro matrimonio llegó un montón de gente, incluidos sus hermanos. Ellos eran mayores que nosotros y tenían su propia familia, por suerte me llevé bien con ellos desde el primer momento. ¿Mis suegros? Ellos vivían en la misma ciudad que nosotros, así que los conocía desde mucho tiempo atrás. No eran una pareja ejemplar, en realidad mi suegro es una persona difícil pero, con un poco de astucia, es llevadero e incluso interesante. Mi suegra es una mujer muy buena y carismática, creo que esperando que Mónica sea así de madura, me casé con ella.

Mónica y su madre, Raquel, se llevaban de maravilla. No había un día que no hablaran por teléfono por lo menos 2 veces, y cada 2 días era una regla ir a su casa para visitarla. Mi suegro viajaba muy a menudo puesto que su empresa de importación así lo requería.

Como a los 6 meses de casado, acompañados de mi suegra, viajamos por primera vez a la ciudad que vio nacer a mi esposa. El denominativo de ciudad era mucho para ese pueblo, pero yo estaba más que encantado con aquel lugar. El calor reinante y la humedad existente, aumentado considerablemente por la hermosura extrema de las mujeres que lo habitan, hacen de cualquier hombre un esclavo de sus instintos. ¿Exageración? Podría afirmar, sin temor a equivocarme, que no.

El plan de viaje era simple. Íbamos a pasar los primeros días en el pueblo, luego nos dirigiríamos a la hacienda ganadera de la familia de mi esposa y, por último, volveríamos al pueblo para descansar.

A nuestra llegada, el recibimiento por parte de mi familia política me turbó. No existía día, hora y minuto que no estemos invitados a algún lugar. Las mujeres de la familia hacían que mi persona esté en constante concentración para evitar erecciones embarazosas, cada prima que conocía me hacía sudar de más, cada tía que conocía me hacia respirar de más. Me di cuenta que la belleza de mi esposa no era otra cosa que el resultado de un árbol genealógico cultivado con mucho esmero.

Para mi tristeza, mi cuñado y su familia, acompañados de mi esposa, mi suegra y yo, nos fuimos al campo como lo teníamos planeado. Pero mi tristeza sería opacada con un nuevo sentimiento, ese que llamamos morbo.

La hacienda de mi esposa era realmente grande, cerca de 5000 hectáreas. Paradójicamente, la casa donde habitaríamos era pequeña, pues no contaba con más de dos habitaciones. Considerando que éramos 7 personas, tendríamos que acomodarnos lo mejor posible. Así, mi cuñado y su familia se acomodaron en un cuarto y mi esposa, mi suegra y yo en otro.

Después del primer día, en el cual aprendí a montar caballo y realicé mis primeras incursiones en el deporte de caza, yo estaba molido y llegué a dormir como un lirón.

El segundo día, como es costumbre en el campo, me desperté a las 6 de la mañana y pasé el resto del día descansando y leyendo algunas revistas que, por suerte, existían en la casa. Para ese momento, yo pensé que lo más probable era que el aburrimiento me mate antes que lo haga algún animal extraño del monte. No había nadie en la casa, mi cuñado y su familia se fue con los trabajadores de la hacienda no sé dónde, y mi esposa salió con mi suegra a pasear.

Para cuando ellas regresaron, yo estaba sentado en un sillón de la sala. Mi esposa sé echó apoyando la mitad de su cuerpo en mis piernas dándome la cara, mi suegra ocupó un sillón individual que se encontraba al frente. Me contaron que caminando por la hacienda habían llegado a una lagunilla que se encontraba como a 1 kilómetro de la casa, verificando que no había nadie cerca, se despojaron de sus ropas y se dieron un baño refrescante. Después, al no tener con que secarse, se pusieron sus ropas encima de sus cuerpos mojados. Mónica siempre iba vestida de jeans y camisa, en cambio la vestimenta de su madre constaba de un vestido más parecido a una bata de baño, pero de una tela delgadísima. Esos vestido-batas que poseía mi suegra eran gigantescos y ocultaban la forma de su cuerpo; en realidad, ella tenía y tiene una obsesión por la gordura y, por ende, toda la ropa que posee no hace más que ocultar sus formas y hacerla parecer gorda. Pero en esa oportunidad, teniendo su cuerpo mojado, la parte superior de su vestido se pegaba de una forma indecente a su torso. Ella no se daba cuenta y Mónica no podía decirle nada puesto que le daba la espalda. Sus senos, que parecían pequeños, se marcaban perfectamente y, lo que más me llamó la atención, fueron sus pezones que se encontraban en punta y sobresalían del conjunto. Mientras hablábamos, yo trataba de controlar una erección inminente, no sabía porque unas pequeñas tetas me estaban poniendo cachondo, pero así era. Antes que Mónica se diera cuenta que su madre me traía arrecho, me levante del sillón y me salí de la casa a respirar aire puro.

Desde esa tarde, mi suegra empezó a rondar en mi cabeza. Sabía que yo era un cochino, pero querer tirarme a mi suegra no estaba en mis planes, nunca me había llamado la atención y me sorprendía que ahora sus dos pequeñas protuberancias existentes en su pecho hagan que me fije en ella como mujer.

Para la noche del tercer y ultimo día en la hacienda, me entré a dormir mucho más temprano que lo normal, no porque tuviera sueño, sino porque pensaba que estando dormido, o haciéndome al dormido, mi suegra se cambiaría en nuestra habitación. No estaba equivocado, lo único que no ayudaba al plan es que en la casa no existía luz eléctrica, pero la naturaleza si me ayudó y una luna llena desplegaba su luz y hacía que la visión fuera pasable pero no buena.

Mónica ya se había acostado junto a mí y vi como Raquel entraba al cuarto y se soltaba los tiros de su vestido-bata, dejaba caer esa prenda y quedaba solamente con sus calzones puestos. En ese momento no podría decir si ella tenia un lunar acá o allá, la luz natural no se presta para los mirones, pero la forma de su cuerpo me turbó. Ella mide como 1.70 m, no es flaca, en realidad está pasada de peso, como unos 75 kilogramos. Sus senos, como me los había imaginado, eran pequeños pero se notaba que estaban adornados con 2 pezones bien afilados y algo gruesos. Su sobrepeso hacía que su abdomen no sea plano, más bien era algo protuberante, pero no feo. Su cintura, algo raro cuando se conocen mujeres con sobrepeso, no era rollizo. Sus caderas eran anchas, mucho más anchas que las de Mónica si vale la comparación, así que la unión caderas-estomago-cintura hacían de su cuerpo una visión arrechante. Sus nalgas, ocultas en su mayoría por su calzón de mujer madura, eran un poco planas pero para nada desagradables. Si al conjunto sumamos unos muslos muy bien contorneados, ayudados seguramente por la gordura y por la falta de visión de una posible celulitis, mi suegra logró que mi pene crezca de una manera descontrolada.

¿Cómo podía ser que una mujer de 50 años me la levante? ¿Qué color era la piel de su cuerpo? ¿Tenía celulitis que podría afear algo a esta gran mujer? ¿Su conejo era peludo? ¿Sus labios vaginales eran grandes? ¿Le gustaba el sexo? ¿Podría tirarmela? ¿Era buena en la cama? Esas son solo algunas de las preguntas que rondaron por mi cabeza esa noche. Había que hacer algo. Pero, ¿Qué? ¿Cómo? ¿Cuándo?

Los demás días de mi estadía en el pueblo yo fregaba a la familia para ir a la piscina. Lastimosamente, mi suegra fue con nosotros un solo día y, apenas llegamos, me descuidó y se metió al agua ocultando rápidamente su cuerpo de miradas y críticas que no quería recibir. Si a esto le sumamos que se dedicó a jugar con sus nietos toda la tarde, ya podrán imaginar el chasco que me llevé.

Yo esperaba que ella tome sol como todas las demás mujeres pero, paradójicamente, mis ojos no se prestaron a sus cuerpos. En cambio, los demás hombres existentes en la piscina, no hacían más que quitar lo poco que tenían de ropa a mi mujer, cuñada, primas, tías, etc.

Por suerte, en mi papel de tío amoroso, jugué con mis sobrinos y con mi suegra. Lo mejor fue cuando jugamos a las guerras, todos me atacaban, mis sobrinos se lanzaban sobre mí y yo los levantaba y los botaba lo más lejos posible. Cuando me cansé, todos nos dirigimos a mi suegra, como es de suponer a instancia mía. Mi suegra, imitándome les botaba lo más lejos que podía, en medio de la euforia me uní al equipo de mis sobrinos y levante a mi suegra de la espalda y la parte posterior de sus piernas para botarla, esta maniobra la repetí muchas veces, poniendo especial cuidado en tocarle el culo y las tetas lo más que podía. Ella estaba feliz, no se daba cuenta de mis segundas intenciones, así que tampoco decía nada cuando me ponía detrás de ella, para cubrirme de los ataques de los vástagos de la familia, y la abrazaba, pegando mi pene, que por suerte no estaba muy erecto, en su culo. Ella reía y todos me miraban como el marido ideal. Que chistosa es la vida.

Por desgracia la vacación terminó ese día y, mi suegra, mi esposa y yo, tuvimos que regresar a nuestra ciudad para continuar con nuestra vida, una hermosa y feliz vida, por cierto.

RETORNO E INICIO

Habrían de pasar más de 4 meses para que las cosas realmente se pongan interesantes. 4 meses en los cuales yo me dediqué a descubrir cuan cerca tuve una mujer madura que estaba como para pecar.

Mi descubrimiento se inició cuando me detuve a pensar, como a la semana que llegamos del viaje, ¿Qué tenia mi suegra de especial?. Ella, por más que trate de ocultar su cuerpo, es una mujer hermosa. Su rostro es precioso y, seguramente, fue muy bella de joven. Sus ojos cafés claros, su tez blanca y sus labios bien dibujados, acompañados de un carácter excelente, buen humor y una personalidad nada mojigata hacen de ella una mujer en todo el sentido de la palabra. Además, si le sumamos la elegancia que tiene en vestir y la forma de comportarse con la gente, ella pasa de una mujer cualquiera al denominativo de dama.

Como decía, a los 4 meses la cuestión se puso interesante. Mi mujer y su madre se encontraban pasando unos cursos de repostería y, el día que les fijaron su examen final, la clase se extendió más de la cuenta. A eso de las 10 de la noche llegaron a mi casa y, considerando que ya era tarde y mi suegro no se encontraba en la ciudad, Raquel quiso quedarse en nuestro hogar a dormir.

Como siempre, ellas dos dormirían en mi habitación y yo me acomodaría en el sillón de mi escritorio. A medianoche, me desperté con unos ruidos que provenían de la cocina, me dirigí a la misma y encontré que mi suegra estaba preparando un café. Como de costumbre, ella dormía con un camisón largo que aplacaba cualquier intento de sentirse sexy a su lado. Pero a mi no me importaba.

  • Oscar, discúlpame por haberte hecho levantar. ¿Estaba metiendo mucho ruido? -pregunto mi suegra.

  • No, la verdad yo no dormía -mentí.

  • Bueno, ¿Entonces me acompañarías a tomar un café? Odio sentarme a la mesa sola -afirmó mi suegra.

  • Claro que la acompaño, pero mejor nos sentamos en la sala, así estaremos más cómodos.

La charla en la cual nos vimos enfrascados era sumamente trivial y, no sé en que momento, terminamos hablando del viaje que hicimos. Hablamos de la hacienda, de sus parientes, de sus nietos y, naturalmente, caímos en nuestra guerra acuática. Ella me comentó que mi actitud hacia sus nietos había quitado cualquier duda de mi buena voluntad para con su familia. Nos reímos recordando y, me pidió disculpas por casi haberme roto la espalda el momento en que la levanté. No deje que continuara, le aseguré que ella no es ni la mitad de gorda de lo que ella supone. Ahí fue donde se desarmó.

  • Ya quisiera creer eso Oscar, estoy más gorda que un hipopótamo -dijo.

  • No, usted esta mucho mejor para la edad que tiene -respondí queriendo ser más galán de lo que acostumbro.

  • Eso quisiera yo, pero si me miras bien, te darás cuenta de lo excedente que tengo.

  • Yo no lo llamaría excedente, yo lo llamaría extra. Pero extra en el buen sentido de la palabra -otro dardo de galantería.

  • ¿Extra? ¿Cuándo has visto algo extra, o como yo lo llamo excedente, bueno? -me preguntó.

  • Bueno, un extra bueno es cuando existe algo más de lo socialmente aceptable, pero que hacen al dueño del extra alguien mejor -otro dardo.

  • ¿Mejor?

  • Vaya, bueno, usted sabe. Cuando alguien se ve mejor con eso que sin eso. En pocas palabras, usted es una mujer hecha y derecha.

  • Oscar, si estas tratando de hacerme sentir bien, lo estas logrando. Casi hasta te creo -dijo, mostrando sus dientes detrás de esa sonrisa encantadora.

  • ¿Y que falta para que me crea? -Le pregunte.

  • Lastimosamente algo que tu no puedes darme, ese algo que a nosotras las mujeres siempre nos hace falta.

  • ¿Qué es ese algo?

  • Tu sabes Oscar, miradas, coqueterías, algo para sentir que una todavía despiertas pasiones en el mundo -dijo con un asomo de tristeza.

  • Si yo no la conociese, le puedo asegurar que me daría la vuelta a mirarle si pasara a mi lado por la calle. Lo que usted debe hacer, es vestirse un poco más provocadoramente. Por ejemplo, utilizar faldas un poco más cortas, pantalones de tela un poco más ceñidos... no sé, algo debe haber.

  • Yo creo que lo único que debe haber, debe ser resignación -dijo riendo.

  • ¡No! ¡En Serio! Mire suegra, vamos a hacer une experimento -le dije.

Me acerque a ella, le agarré ambas manos y la puse de pie. Luego me puse de cuclillas y muy delicadamente, le levante el camisón hasta la altura de las rodillas.

  • Si usted se pone una falda a esta altura, dígame ¿Quién no le vería las pantorrillas?

Ella, siguiendo su instinto y como era de esperarse, agarró su camisón de los costados para que no volviera a caer. Sin esperar a que hable, le quite lentamente las sandalias que llevaba puestas, dedicándole especial atención en acariciar todo su pie, desde sus dedos terminando en su talón. Ella me miraba con una sonrisa para nada sexy, más bien, de diversión e intriga. Le pedí que pensase que estaba con zapatos de tacón y, automáticamente, levantó sus talones y terminó apoyando todo su peso en la punta de sus dedos. Gracias a este movimiento, sus pantorrillas adquirieron una forma mucho más sexual. Le agarré ambas manos, que se encontraban sosteniendo su camisón, y las levante hasta la altura de medio muslo. Ella soltó una risita.

  • Así está mucho -dije.

  • Espero que no llegues a querer una minifalda -dijo, su sonrisa era cada vez más ancha.

  • No se preocupe suegra, ahora viene lo mejor. Si quiere puede bajar sus talones, pero solo un ratito -le dije.

Me levanté poniéndome a la altura de sus ojos, éstos brillaban de una manera nunca antes vista, pero eso sí, ese brilló no tenía nada que ver con sexo. Mientras tanto, yo ya estaba que me moría. Suavemente, giré su cuerpo y la conduje a un espejo de cuerpo entero que existía en la sala, Raquel seguía manteniendo su camisón a medio muslo con ambas manos y yo me encontraba pegado a su espalda. Tomándole de los hombros, la levante un poco para que ella esté nuevamente de puntillas.

  • Mírese al espejo suegra -le dije-. ¿Se da cuenta que con un vestido así se ve muchísimo mejor? Cualquier hombre la vería y, de seguro, la desearía.

  • Bueno, creo que tienes razón. Me comprare unos cuantos -dijo, con una sonrisa divertida en su cara-. Lastimosamente, estos vestidos no arreglan mi vientre.

  • Su estomago, aunque está un poco grande, no es para nada desagradable -le dije, mientras mis manos rodeaban su cintura y se posaban suavemente sobre su estomago y lo acariciaban.

  • Si, pero mi cintura es demasiado fea -dijo ella mirándome a los ojos a través del espejo.

  • ¡No le permito que mienta de esa manera! Su cintura es perfecta, hace de usted una mujer muy bien proporcionada -repliqué al mismo tiempo que mis manos retrocedían hacia su cintura y acariciaban la misma con menos delicadeza que a su estomago.

  • Tu dices que mi estomago esta bien no mas y que mi cintura esta muy bien. Pero no podrás afirmar lo mismo de mis senos -replicó mostrándome una mirada diferente y, ahora, sin un ápice de la sonrisa que hasta ese momento la acompaño. Yo dude un momento en seguir mis exploraciones, hasta que dijo-. ¿No vas a continuar Oscar?

  • No puedo mentirle suegrita, a mí me gustan los senos grandes -y mis manos subieron hasta ambos senos y los apretaron suavemente, mi pene se despabiló y sentí como iba tomando contacto con el culo de Raquel.

  • Tu boca dice que no te gustan, pero tus manos y otras partes de tu cuerpo dicen lo contrario -dijo, lanzando unos gemidos algo entrecortados. Se calló un momento, cerró los ojos y soltó el camisón, que todavía lo tenía levantado hasta la altura de sus muslos, para luego dirigirse con sus manos a mis caderas y apretar mi paquete a su culo-. Mi culo no es muy respingón. ¿No te parece Oscar?

Ya no pude continuar con la charla, la llevé a un sillón mientras le pedía que mantenga silencio por Mónica, que se encontraba en el cuarto durmiendo. Le abrí el camisón y mis ojos contemplaron esas dos tetas como si fueran las primeras que veía en toda mi vida. Eran pequeñas y muy blancas, sus pezones eran de color café claro y estaban durísimos, las puntas eran anchas y largas, como de 1 centímetro. Mi mano agarró una teta para facilitar la succión de mi boca, primero suave y luego algo más fuerte depositando mucha saliva sobre la misma; mientras tanto, la otra mano levantaba el camisón de Raquel hasta su cintura y se depositaba suavemente sobre su coño. El calzón que traía puesto era muy delgado, gracias a esto, mi mano sentía su pelambre y una temperatura algo elevada.

Baje mi cabeza a su estomago, le dedique unos cuantos besos y lamidas, y continué mi descenso hasta llegar a su coño. Este se veía grande y expedía un olor acre muy parecido al de Mónica, es decir, riquísimo. Mi pichi estaba totalmente erecto y comenzaba a dolerme. Las piernas las tenía abiertas y, como supuse, eran muy blancas, gruesas y no tenían nada de celulitis. Mi suegra levantó los pies y los apoyó en la mesa central, yo me encontré atrapado en medio de dos macizos bloques de carne. Besé la parte interior de los mismos, bajando poco a poco hasta su calzón. Empecé a besar su coño por encima de la tela, ésta se mojo muy rápido gracias a la unión de mi saliva y los jugos que empezaba a despedir esa gruta, que de seguro estaba ardiendo.

  • Hace mucho tiempo que no me chupan el sapo. Hoy quiero que lo hagas muy bien Oscar. Seguro será fácil, pues siento que estoy empapada -dijo Raquel mientras apartaba, con una mano, la tela de su calzón.

La visión de su coño me encantó, era muy peludo, y sus pendejos eran de un color café oscuro como el de su cabello. Unos labios gruesos se vislumbraban por medio de sus pelos púbicos, y éstos brillaban gracias a sus líquidos, los mismos que empezaban a chorrear e introducirse en sus nalgas, las cuales se encontraban aplastadas por su peso.

  • Abra bien esos labios suegrita -le dije, al mismo tiempo que ella utilizaba dos dedos de la mano que se encontraba libre para responder a mi petición.

Su coño, ahora que estaba abierto, era aún más delicioso. Su color, rozado tirando a rojo, estaba adornado por un liquido blanquecino que salía de su interior. Mi lengua y mi boca se dedicaron bastante rato a chupar esa gruta, mi suegra gemía despacio pero constante. Dos de mis dedos penetraron en su interior de una forma muy fácil. Con una mano, saqué mi instrumento amoroso de su encierro y proseguí con una paja.

  • Ay Oscar, Ay, estoy por terminar -dijo al mismo tiempo que mis dedos y mi boca aceleraban el trabajo.

  • Eso es lo que quiero putita, termine de una vez, que luego me la chupará hasta que me arte de su boca.

  • Esos tus dedos me matan, dale yernito, dale y no pares. Has terminar a esta vieja.

  • Mójeme la mano suegra, llene con sus líquidos mi boca -dije yo, mientras la paja que me hacia estaba por cumplir su objetivo.

Raquel botó una cantidad de líquido que, por más que intente, mi boca no pudo abarcar. Ella puso sus piernas alrededor de mi cuerpo y me apretó muy fuerte lanzando un gemido muy fuerte y algo ronco. Me levanté rápidamente y acerqué mi pichi a su boca, lastimosamente no pude llegar a mi destino y solté todo mi semen en su cara y su pecho, ella lo relamía y se reía mientras los esparcía por sus dos teticas.

Cuando mi pichi empezó a desinflarse, Raquel me agarró de los huevos y, de un bocado, se lo metió a la boca. Me lo dejó limpio. Justo cuando iba a decirme algo, oímos como la puerta de mi cuarto se abría. Me acomodé el pijama y mi suegra se abotonó el camisón y se bajo la parte que se encontraba enrollada en su cintura.

  • ¿Y que hacen despiertos a esta hora? -pregunto Mónica.

  • Hijita, tu sabes que a mí me cuesta dormir y tu marido, que es todo un amor, me estaba haciendo compañía -respondió mi suegra.

  • Bueno, mejor será que traten de dormir, ya son las 4 de la mañana y tenemos muchas cosas que hacer "tomorrow" -dijo Mónica.

  • Si amor, no te preocupes, ya nos dormiremos -dije tratando de que mi respiración no me delate-. Bueno, a dormir suegra.

Todos nos levantamos, pero una mancha en el sillón llamó la atención de Mónica. Mi suegra le explicó, de una forma poco convincente, que había echado el café ahí. Mónica, sin darle mayor importancia, me dio un beso de buenas noches en la boca y, para sorpresa de todos, Raquel la imitó dándome un beso algo mojado también en los labios.

  • Pero Oscar, por lo menos dame tu mejilla -dijo mi suegra, haciéndose la ofendida.

  • Pobre Oscar, esta tan cansado que ya no se fija en lo que hace -dijo Mónica.

  • Lo único que sé -replicó mi suegra-, es que este muchacho hace bien muchas cosas hijita. Por eso, quiero pedirte que me lo prestes mañana, que tengo algunas cosillas en la cabeza, que solo él puede hacer.

  • Pero claro mama, si a Oscar no le molesta, por supuesto.

  • ¿A mí? -pregunte-. Para nada Mónica, para eso estoy yo. Para "darle" a tu mamá lo que ella quiera -dije riéndome.

Raquel me acompaño en la risa y Mónica nos miró con cara de "que les pasa a estos". Levanto los hombros y se metió al cuarto acompañada de mí queridísima suegra.

Nota: Esta historia le he dividido en cuatro partes. ¿Por qué en partes? Desde mi punto de vista, los sucesos sexuales de mi vida han ido avanzando en depravación. Esta es la primera parte, donde el nivel sexual se podría decir que es "normal", pero las cosas que me pasaron después hacen que esta primera parte sea un capitulo de Caperucita Roja. Solo espero que mi historia les guste, tanto como a mí me gustó él poder vivirla en carne propia. Escríbanme a Salvatierra_oscar@hotmail.com para saber si la historia les gusto, así también como la forma de redacción o, simplemente, para tener nuevos amigos y amigas sin importar edad. Gracias a sus cartas, podré mejorar un poco en la siguiente entrega.