Mónica y Carlos

Una reescritura de mi actual relato.

Única hija de una familia adinera, gran estudiante y mejor hija, Mónica tenía todo lo que podía soñar.

No, todo no.

No tenía ninguna experiencia con hombres.

Ninguna en absoluto.

Huerfana de madre desde muy temprana edad, se había pasado toda su niñez y adolescencia encerrada en un internado para señoritas, y aunque el resto de la humanidad daría un brazo para poder estar donde ella estaba como le recordaba una y otra vez su padre, no dejaba de ser una jaula de oro para ella.

Caminando por el jardín al lado de su padre, pudo sentir sobre su cuerpo la mirada hambrienta del hombre para todo de la familia, pero lejos de asustarla, la excitaba.

Mucho mayor que ella, casado, basto y vulgar, carente de cualquier atractivo y con sospechas fundadas de maltrato a su esposa, era en realidad el único hombre que ella sabía que la deseaba.

Se había imaginado a si misma siendo tomada por él sin contemplaciones, aceptando su polla dentro de su coño y tragando su semen como una vulgar cerda.

No estaba bien, bien lo sabía ella, pero no podía evitarlo.

Incluso en las conversaciones privadas con sus amigas hablando sobre chicos el único hombre que le venía a la mente era él.

Pero eran fantasías de una chiquilla.

Ahora se iba a ir a la universidad. Conocería un hombre a la altura de una joven como ella, un joven guapo, apuesto, inteligente, el tipo de chico con la que sueña toda chica normal.

Un hombre con el que se casaría, tendría hijos, hijas... Y sexo.

Y se tragaría su semen y harían cochinadas... O no, porque los jóvenes bien educados no hacían esas cosas.

No, no hacían esas cosas.

O quizás sí.

Sus amigas habían pasado del asco y repulsión. que les causo la primera vez que lo vieron en una porno a probar al menos tres pollas cada una.

O eso decían.

-Buenos días, Carlos.

-Buenos días, señor.

-Dime con sinceridad, ¿Qué te parece mi hija?

-Vamos, padre – dijo está avergonzada

-Es una señorita muy linda, señor. Muy, muy linda.

Aún vestía su uniforme del intituto privado, pues a lo largo de los años se había convertido para ella en una especie de segunda piel.

-Sí, estoy de acuerdo, cada día se parece más a su madre. El hombre que eliga será muy afortunado. Y dime, pequeña, ¿Hay ya algún chico en tu vida?

La pregunta la pilló completamente desprevenida, así que tardó unos segundos en responder.

-No, papá, ya sabes que tú eres el único para mi.

Mónica besó a su padre en la mejilla.

-Que afortunado soy... Espera, alguien me llama... Sí, dime...

La extraña pareja se quedó a solas.

Ella podía sentir la mirada habrienta del hombre que tenía delante y él, su aceptación.

Llevaba unos años con la idea de que la señorita no necesitaba de tantos mimos ni cariños, que necesitaba de un hombre como él que la metiera caña y la imagen que estaba proyectando solo reforzaba esa idea.

Sí, le aceptaría.

Pero una cosa era pegar a su mujer, y otra muy distinta era hacer algo con la señorita.

-Que tenga un buen día, señorita.

-Mónica, por favor.

-Que tenga un buen día, Mónica.

-Gracias, Carlos.

No supó que hacer.

¿Quedarse? ¿Irse?

Carlos se había puesto a podar el árbol sin hacerla caso.

Empezó a caminar despacio.

-¿De verdad no hay ningún chico que le haga el chichi agua? - preguntó.

Mónica se detuvo en seco ante la pregunta. No sabía donde mirar.

Finalmente lo miró a él para retirar la mirada de nuevo.

-¿De verdad? - volvió a preguntar este mientras se acercaba.

-Lo hay -dijo ella bajito.

-¿Y le conozco?

-Sí – reconoció.

Carlos se había quitado los guantes de jardinero que llevaba encima y apartó un mechón del pelo de la cara de la chica.

-¿Soy yo? - preguntó lleno de confianza.

Mónica no pudo contestar.

Tampoco hacía falta.

-Ven, sígueme.

Como una perra sigue a su amo, Mónica echó a andar detrás de él. Le estaban conduciendo a un lugar apartado, lejos de miradas indiscretas. Lejos de la mirada de su padre.

Entraron juntos al cobertizo donde se guardaban las herramientas para la jardineria.

Mientras él guardaba ciertas herramientas, ella se recostó contra uno de los muebles que allí había y agarró la encimara con ambas manos.

Olía a húmedo, a suciedad.

-Y dime, Mónica, ¿Qué quieres?

Ella no respondió.

-¿Qué quieres?

Tampoco respondió.

Así que Carlos abrió la puerta para marcharse.

-Ser tuya – respondió esta con un hilo de voz.

Carlos volvió sobre sus pasos.

-Ser tuya – repitió esta.

-¿Quieres ser mi amante o mi perra? Porque yo ya tengo una mujercita.

Mónica no contestó.

-Bueno, ya lo adivinaré.

Se acercó a ella, hasta poner su cara delante de ella.

Le acarició la mejilla y la besó.

Un primer beso casto y puro. Un simple pico.

Y un segundo...

Para el tercero, convencido ya de que la chica no se resistiría, fue un poco más brusco y la besó con lengua.

-Voy a convertirte en toda una mujer.

La agarró suavemente de la mano y la invitó a tumbarse.

No era el lugar que ella había soñado ni para su primer beso, ni mucho menos para su primera vez.

El suelo duro de un cobertizo no se acercaba de ni de broma a un lugar si quiera soñado por ella.

Pero se tumbó.

Carlos volvió a besarla para calmarla.

-¿Es lo qué quieres?

-Sí.

Levantó su falda, despacio, lento, con cuidado, dejando a la vista una bragas blancas y francamente aburridas.

No tardó en deslizar la prenda íntima por los muslos de la chica hasta despojarla de ella.

Volvió a besarla dulcemente.

Se le pasó por la cabeza comerla el coño para empezar. Bajar su cabeza hasta meterla entre las piernas de su hembra y comenzar a chupar. Pero algo en su interior le dijo que no, que este no era el camino.

Fijándose en ella se podía percibir que Mónica no buscaba mimos ni amabilidad.

No se estaba entregando a él para que fuera amable y dulce con ella.

Esta vez la besó de forma más agresiva y Mónica estuvo mucho más receptiva.

Se levantó de un salto y se quitó el cinto y se bajó los pantalones y los calzoncillos, dejando al descubierto una magnífica polla.

-¿La deseas dentro?

-Sí.

Se arrojó sobre ella y se la metió de un golpe seco.

Mónica gimió a causa del repentino dolor que sintió.

Carlos empezó despacio, pero fuerte y decidido, convencido de que estaba haciendo los correcto con ese cuerpo virgen que tenía delante.

No se equivocaba.

Mónica aceptó sin reparos ese trato rudo, bruto y sucio de su amante.

Un primer orgasmo le alcanzó mucho antes de que el terminará.

-¿Dónde quieres que me corra?

Mómica cerró los ojos por toda respuesta.

Deseaba en su primera vez sentir como se corrían dentro de ella, sentir el semen dentro de ella, sentir su coño inundado por la esencia de un hombre.

Y su macho no tardó en concederle ese capricho.

Tras el polvo ambos amantes sabían que debían separarse, no porque ellos quisieran, era porque no podían estar juntos.

-Dame tu número.

Ella aceptó sin dudar.

El resto del día fue rutina para ambos.

Él trabajo, ella de visita a la tumba de su madre acompañando a su padre.

Y luego el eterno aburrimiento a la que se veía sometida.

La ruptura de la rutina vino con la noche, con el mensaje que le mandó Carlos.

Quería una foto suya.

Mónica lo consideró un momento. No debería haber nada malo en mandarle una foto suya tal y como estaba al hombre con el que acaba de mantener relaciones sexuales.

Nada malo.

Así que se colocó en la cama, se hizo la foto, la mandó y el móvil voló lejos de ella.

Recibió un mensaje.

“Quítate el camisón”

¿No había problema, verdad? ¿O sí?

Mónica no lo sabía, pero sí que deseaba hacerlo.

Se quitó la prenda que llevaba encima, cogió el móvil, hizo la foto, la mandó y el móvil volvió a volar bien lejos de ella.

Recibió otro mensaje.

“Sin bragas”

Eso ya eran palabras mayores.

¿O no?

No, no podía comportarse como una chiquilla virgen.

Así que se quitó las bragas, se hizo la foto y la mandó. Y el móvil volvió a volar.

“Que se te vea bien el coño donde he depositado mi semen, perra”

Eso ya era pasarse. Pero en cierto sentido la excitó.

Así que está vez mandó una foto bien guarra, de ella con las piernas abiertas.

Y el móvil no voló.

“Masturbate en un vídeo para mi, guarra”

Tenía que reconocer que todo esto le había calentado, así que acercó su manita a su entrepierna y comenzó a frotar mientras lo grababa.

Terminó el vídeo corriéndose de puro gusto.

Los encuentros sexuales entre ambos se habían convertido en algo habitual y de ellos Carlos había descubierto o más bien terminado de confirmar un par de cosas sobre la hembra en la que estaba interesado.

La primera, es que ella anhelaba esos encuentros mucho más que él.

La segunda, y mucho más importante, Mónica aceptaba muy bien el abuso y que la dominaran.

No hacía falta tener carrera para saber que estaba pasando por la cabeza de la chica.

Mónica tenía graves problemas de autoestima, graves carencias de afecto y estaba desarrollando una grave dependencia emocial.

Pero eso no eran problemas suyos.

Con el paso de los días y de los encuentros Carlos cada vez se tomaba más licencias con el cuerpo de Mónica.

Una caricia por aquí, un sobo por allá, algún que otro magreo, algún pellizco, un par de chupetones, mamar de sus pechos... Pequeñas cosas en apariencia inofensivas pero que iban perfilando la relaciones entre ellos.

Y por las noches había subido paulatinamente el tono de sus juegos.

Pequeñas perversiones como ropa interior nueva, medias, la introducción de algún vegetal en su coño, la introducción de un zapato de tacón, meterse algún falo por el culo o incluso prácticar posiciones básicas de sadomasoquismo daba vida a sus noches.

Ahora se la estaba chupando, arrodillada y totalmente desnuda en su propio salón después de terminar de trabajar.

Su padre la había dejado sola durante el fin de semana y él convenció a su mujer de que se iba con su jefe.

No era la primera mamada que recibía de ella, pero sí que era la mamada más importante hasta ahora.

Por el sitio y por lo que significaba.

Le había pedido que lo esperase desnuda después del trabajo como si fuera su mujer y que se metiera en la boca una polla sucia, apestando a sudor y orina.

Y ella había cumplido.

Carlos terminó corriéndose en su cara por primera vez. Deseaba que se viera tal y como estaba en el espejo.

No era buena cosa lo que este decía.

Una chica joven y bonita, con la carita llena de semen y hombre mayor a su lado.

Pero eso no le importaba a Mónica. El ser apenás capaz de reconocer a la chica que este reflejaba la hizo sentir bien.

Carlos situó sus manos encima de la encimera y la agarró fuertemente de sus caderas.

Había decidido que era un buen momento para romperla el culo.

Ese placer sucio e insano que comenzó a recorrer todo su cuerpo era desde hacía unos días el único objetivo vital de Mónica.

Se fueron juntos a la gran cama de su padre.

Cuando él se quedó dormido, ella posó su mano sobre su vientre. No estaba segura sobre su estado, pero deseaba darle un hijo al hombre que le había dado tanto.

De madrugada recibió la llamada que nadie quiere recibir.

Su padre había muerto de un infarto fulminante.

Durante el funeral al fin pudo conocer de primera mano a la familia de su amante. Una esposa y tres hijos mayores que dejaron bien claro que estaban ahí por compromiso.

-¿No podrías quedarte esta noche, aquí, conmigo?

-Tengo familia, ya lo sabes. Debo volver con ellos.

No era algo que Mónica pudiera entender. Era joven, bonita, con dinero. Debería tenerlo todo para poder retener al hombre que amaba.

-Puedo pagarte.

Por supuesto la oferta monetaria no era algo que Carlos pudiera permitirse rechazar.

Mónica sacó 100 euros de su monedero, y luego otros 100 euros más.

Pero cuando este cogió el dinero se sintió mal.

-¿Qué quieres que haga esta noche?

-Quedarte conmigo, a mi lado.

-¿Y follar contigo? ¿Eso es lo que quieres?

Desde la muerte de su padre Carlos no le había vuelto a tocar. Así que sí, deseaba que se la follara de nuevo.

Mónica se quitó el vestido de luto que llevaba puesto, luego el sujetador y finalmente las bragas, quedándose desnuda delante de él.

-No soy ninguna puta – mencionó mientras le tiraba el dinero a la cara.

-Por favor, no. Yo te amo.

-No, no me amas, solo son fantasías de una chiquilla. Todo esto ha sido muy divertido, pero ya se acabo. Trabajaré para ti como lo hice para tu padre, pero esto se acabó.

-Por favor, no, espera.

Mónica lo agarró del brazo mientras este enfilaba a la puerta y le pegó.

Recibió una bofetada tan fuerte que la arrojó al suelo.

Fue en ese momento cuando se dio cuenta de lo que acababa de hacer.

Acababa de rechazar el dinero de su jefa, de pegar a su jefa.

-Lo siento, me quedaré.

La ayudó a levantarse y juntos se dirigieron a la habitación donde todo había empezado.

Mónica no se resistió, simplemente se tumbó en esa inmensa cama con las piernas abiertas esperando.

Y la follaron con furia.

Carlos estaba cabreado con ella, pero sobre todo cabreado con él.

No sabía lo que quería.

¿La quería a ella? ¿A su dinero? Sí.

Pero también quería que la puta le respetase, y un hombre que folla por dinero, no se hace respetar.

Mónica por su parte había aceptado la violencia instrínsica de su hombre, así como su responsabilidad en la humillación que acababa de recibir.

Se despertaron juntos.

-¿No tienes que irte a trabajar?

-No lo sé, ¿Tengo que ir a trabajar?

Mónica sonrió, salió de la cama y se colocó en posición de chupar.

-Estate quieta, tengo que ir a mear.

Pero Mónica no tenía la menor intención de moverse.

Carlos la miró un momento, y al fin se decidió.

Metió su polla en esa boquita tan dulcemente ofrecida y comenzó a mear.