Mónica, el principio

Retomar una antigua relación puede ser algo bastante inesperado...

Me entretuve en la terraza del aparthotel en el que Ruth me había hecho la reserva. Había llegado hacía apenas una hora y, tras la ducha de rigor para sacarme los restos del largo viaje, estaba listo para empezar mis tres semanas de vacaciones. El único palo es que iba a perder un par de días dónde me encontraba. Tras más de diez años desde la última vez que la ví, recibí noticias de Ruth, una novia de juventud (1990-1991, ¡Ahí es nada!). No sé cómo me localizó pero, al menos antes, se le daban muy bién las intrigas. Supongo que echaría mano de algún amigo común o algo así. El caso es que se emperró en que fuese a visitarla con la peregrina excusa de mostrarme su nueva cuidad ya que esta venía de paso hacia mi lugar de vacaciones No me negué, en parte porque era razonablemente cierto que debía pasar por ahí, en parte, porque siempre que habíamos coincidido con ella tras nuestra ruptura, habíamos terminado teniendo unas estupendas sesiones de sexo y, en parte porque de su ciudad era uno de mis contactos gay.

Enfrascado en mi libro ante un Dry Martini con un cigarrillo consumiéndose en el cenicero, recibí un watsap sobre las seis y media de la tarde. –Salgo de la oficina a las siete. Iré para allá-, rezaba escuetamente. Levanté la vista mientras devolvía el móvil a su lugar y la crucé con una elegante y atractiva mujer de, más o menos mi edad, a tres mesas de la mía. Alguna especie de ejecutiva, vendedora o algo así. Con un elegante traje de falda y chaqueta algo impropio de esas temperaturas, aunque la chaqueta reposaba junto a su bolso y, la blusa blanca realzaba unas tetas muy bonitas; tal vez artificiales, pensé. Los dos apartamos nuestras miradas, pero un destello de atracción o reconocimiento se cruzó. Incapaz de concentrarme en el libro, lancé atisbos hacía la enigmática jaca sólo para descubrir que ella le prestaba a su portátil el mismo caso que yo a mi libro. –Hola-, dijo resueltamente David, el casi treintaañero contable gay con el que había quedado. Me estampó un par de besos en las mejillas y se sentó conmigo pidiéndose lo mismo que yo.

A pesar de que nos conocíamos del año pasado y habíamos seguido manteniendo contacto, le ví algo distinto. Más suelto, más amanerado. De pronto, me descubrí sintiendo algo de vergüenza ante la mujer con la que, tal vez, había perdio mi oportunidad; sobre todo al descubrirla mirándonos divertida. –¿Vamos arriba?-, le pregunté un tanto brúscamente al joven. –Uy, sí que hay prisa…-, dijo él levantándose. Con el peso de la mirada de la mujer a mi espalda, nos metimos en el bar para tomar el ascensor tras abonar las consumiciones. Morreo en el elevador, manoseo cómo para comprobar que todo seguía allí y, de golpe estábamos dentro de mi pequeño apartamento.

Los pantalones y slips cayeron al suelo sólo cruzar la puerta, antes de entrar en la habitación lo hicieron las camisas. Una vez allí,  con cierta precipitación, lo empujé sobre la cama, junto a los juguetes que una hora antes había desparramado, quedando la polla del joven apuntando descarada hacia el techo. Sin darle tiempo a pensar, me abalancé sobre aquella golosina y tragué lo que pude. -¡Ohhh!-, agradeció David. Tras casi un mes sin probar una tranca la del contable, a pesar de ser más bién normal, me pareció exquisita. Dura, sedosa, caliente… Mi culo la reclamaba a gritos. Me puse a horcajadas sobre el chico, tomé el bote de biolube y, mirándolo lascivamente, me unté mi agujerito para luego pasarle un condón. -¡Eh, que la pasiva soy yo…-, protestó. –¡Porfa, David! Luego te follo-, le prometí.

Un poquito a regañadientes, se puso el forro y yo, apoyando mis manos en su pecho, sencillamente, me dejé caer empalándome. Gemimos los dos y comencé a cabalgarlo sintiendo su pene raspando mi recto, mis bolas golpeando su depilado pubis y mis nalgas golpeteando sus pelotas; todo acompañado por el chapoteo del lubricante excedente entre nuestros cuerpos. La maricona comenzaba a disfrutar de su nueva faceta de activo, porque me acompañaba agarrándome fuertemente de mis nalgas, marcando el ritmo de la jodienda. Yo quería evitarlo, deseaba cumplir enseguida con mi promesa a David, pero pudo más el morbo de pajearme mientras me daba por el culo. El me miró sonriendo y pasó a centrar su mirada en mi verga si dejar de joderme. Aguantamos sólo unos minutos más. -¡Ay, que me corro, que me corrooo…!-, chilló con voz de locaza perdida. Aquello fue demasiado. Mientras él llenaba el condón yo vacié mis huevos con una explosión de semen propia de los dos días que llevaba sin pajearme (a posta). El primer trallazo le dio en la mejilla y nariz, el segundo directo a su abierta boca y los siguientes ya sobre su pecho.

Exhaustos los dos, me dejé caer sobre él. Compartimos mi lefa con un beso al tiempo que su polla, ya morcillona, escapaba de mi esfínter dejando un vacío incómodo. –Lo siento, David. Habrá que esperar un ratito.-, le aclaré en cuanto pude. –No importa, a mí me ha gustado follarte. ¿Nos duchamos ahora?-.  Por respuesta, le dí un lametón en la mejilla levándome un chorretón de lafa que empezaba a caerle y lo puse en la punta de su lengua expectante. Jugamos un poco más, hasta que nuestros sexos volvieron a estar a punto. Me pusé un condón ràpidamente, él se metió un par de dedos mojados de lubricante en su anito y lo penetré. De cara. No es cómo más me gusta por lo corto de la metida, pero jodimos un buén ratito así. David, al fin, tenía su recompensa. -¡Oh, sí, dámela toda, toda…!-, me ponía burrísimo la nenaza desbocada que, en un despiste, aprovechó para meterme un par de dedos abandonando el abrazo al que me tenía sometido. -¡Hostia, hostia, que buenooo!-, chillé corriéndome dentro del acogedor recto del muchacho. Me salí tan rápido que se le quedó el condón dentro del culete y nos metimos en un 69 furioso. Yo con su verga aún durísima y él con la mía casi morcillona y mojada de esperma. De pronto unos golpes en la puerta hicieron que David se corriese más del susto que de lo cerca que lo tenía yo lanzando dentro de mi boca un par de choritos de ambrosía caliente. –Mario… Holaaa. Soy yo-. Dijo mi ex desde el otro lado. –¿Tu mujer?-, preguntó el joven horrorizado. –Que va-, le respondí dando por supuesto que mi manipuladora antigua novia llevaba un rato ya escuchando. Me levanté cerrando cómo pude una toalla a mi cintura y fui hacia la entrada. Me había pillado y bién, cómo veinte años atrás.

Que vendría al apartamento en lugar de esperar dónde habíamos quedado lo imaginé desde el primer momento. Pero no hora y media antes. Abrí, nos recocimos y me dio un piquito con un poco de lengua. -Sabes a leche, maricón-, lo primero que me dijo después de diez años. –Cómo el día que te pillé con Carlos, ¡Jaja!-. Me tomó de las manos y, separándomelas del cuerpo soltó –Te ves mejor que por cam, jeje. Ahora sí, hola Mario-, estampando un beso en mi mejilla. –Hola guapo-, le dedicó a David, ruborizado y acorralado en la habitación. –Quedamos a las nueve y media, Ruth-, le recordé innecesariamente. -Me apetecía volverte a pillar…-, dio por respuesta mirándome divertida encendiéndose un cigarrillo. –Uau. Vaya fiestecita-, exclamó la morenaza al ver los juguetes, que apenas habíamos tocado, sobre la cama.

-Espera en el sofá, ahora salgo-, le dije. Tomé por los hombros al asustado y desnudo chico y me metí con él en el baño. Abrí el agua y comencé a olvidarme de la presencia de la chica, enjabonando el depilado cuerpo de mi amante. Al fin y al cabo, ahora Ruth ya no podía dejarme, así que me dejó de preocupar.  De pronto se abrió un poco la puerta de la ducha: -Os olvidais esto, chicos… Jaja-, tirandonos un par de condones que cayeron al plato. –Siempre es así-, inquirió tímidamente David. –Antes sí, supongo que no ha cambiado-, respondí metiéndole un dedo enjabonado en su prieto esfínter. –No, ahora no-. Lo cierto es que la situación me producía tal morbo que estaba totalmente empalmado. Pero el joven no parecía con muchas ganas de colaborar. No pude culparle. Para vestirse tuvo que recorrer medio apartamento, claro. David hizo ademán de despedirse rápidamente, pero a la vista de la morena, le estampé un morreo al que terminó respondiendo antes de salir. Yo vestía sólo la corta toalla a la cintura, cosa que aproveché para, cogiendo su mano, aclararle cómo me estaba dejando. A pesar suyo, creo, me acarició un tanto la tiesa barra, se ruborizó de nuevo y, en silencio, salió.

Durante las dos anteriores semanas ya habíamos chateado con Ruth de todas las trivialidades habidas y por haber que pueden suceder en diez años sin contacto (o eso creía yo), así que pasó a lo que a ella le gustaba hablar de verdad. –Esto me ha puesto muy perraca-, dijo –Nos lo habríamos pasado de puta madre-, entonces atiné en que sus faldas estaban sólo puestas sobre sus piernas y que había unas bragas en el reposabrazos del sofá. Anda, no seas malito, cómemelo…-. Ya lo había visto la semana pasada, en una sesión de cibersexo que tuvimos, pero ahora parecía distinto, mejor. El acogedor coño de Ruth ante mí, de nuevo y sin pantallas de por medio. Cómo casi siempre, consiguió lo que quería. Me arrodillé ante su vagina y comencé a lamer cómo a ella le gustaba, al menos diez años atrás. Comenzando por el interior de los muslos, acercándome peligrosamente al ardiente chocho. Besando el erecto clítoris. Noté y sorbí la abundante humedad saliendo de la rajita cuando me ofreció uno de mis juguetes que se había agenciado de mi cama: un Clear Stone transparente de 20 x 4.2 centímetros. Nos miramos unos instantes y, sin perder el contacto visual, le fui enterrando el enorme dildo en su potorro. Su cara se transformó lentamente en un ricrus de satisfacción y vicio que daba miedo. Volví a comerle la pepitilla cómo si de una polla se tratase mientras le daba silicona y ella ya empezaba a jadear y decir chorradas sin sentido.

El caso es que, al cabo de unos minutos, mi tranca ya empezaba a molestarme de lo tiesa que la tenía a pesar de las dos recientes corridas de modo que, en un rápido movimiento, le retiré el clear stone y lo sustituí por mi tranca metiéndome entre sus muslos. -¿Qué haces, capullo? Métemelo otra vez enseguida.-, ordenó cuando llevaba ya le había metido tres o cuatro emboladas. –Pués chúpamela, porfa…-, supliqué. -¿Maquillada?, ni de coña. ¡Uh, así, Más, más!-, fue su egoista respuesta al reponer el consolador en su sitio. Por suerte, se apiadó de mí y, poniéndose a cuatro patas sobre la alfombra me ofreció su glorioso culo. Le comí un poco el ojete, metiendo la lengua dentro como a ella le gusta, mojándolo lo que pude, me incorporé un poco mientras ella se daba furiosamente con el rabo artificial aguantándose con una sola mano y, sin más preámbulo, se la metí. Toda.

-Ohhh…-, exclamé al notar el prietísimo y ardiente agujero, algo mejor que el del afeminado de David. -¡Uah. Maricón. Que falta lubricante!-. Hice un amago de sacársela, pero la jamona lo pensó mejor. –Dame, perro, dame por el culo…-. Obedeciéndola, la ensarté de nuevo. –Mmmpf… Toma puta-, le dije cariñosamente entrándole hasta los huevos. No podíamos aguantar mucho más, ni ella ni yo. –¡Joder, joder, joder… Me corro!-, chilló como una loca dejando que el brillante dildo se le escurriera de su vagina. Yo me agarré a sus tetas por encima de la blusa y, en unas pocas embestidas más, le eché la poca lefa que me quedaba en los huevos dentro de su acogedor pozo negro. Al poco, ya morcillona se la saqué. –Parece que, al final, tendrás que repasarte el maquillaje-, le dije señalando su cara y el pelo alborotado. –Y ducharme… No pienso salir por ahí oliendo a recién follada-, balbuceó.

Tras una ducha rápida, por separado, nos llegamos en taxi al restaurante en el que habíamos reservado mesa. –Te sienta bién el divorcio-, le solté al fin ya en el segundo plato. Sin saber muy bién de qué manera, la conversación volvió a veinte años atrás. Al día en que lo dejamos o, mejor, terminamos de dejarlo. Ya llevábamos un tiempo algo hartos, demasiado jóvenes y alocados. Fue el día que se nos ocurrió hacer un trío con un chico al que ella conocía de la tienda en la que curraba. Empezamos muy bién, luego nos acabamos liando él y yo animados por ella mientras se reía apurando un porro, pero lo que colmó el vaso fue pillarnos a la mañana  siguiente jodiendo el chico y yo a su lado recién despertada. Se le habría pasado ya el pedo, y pilló un rebote espectacular. Nos echó de casa de sus padres recordándonos lo maricones que éramos, a pesar de que la noche anterior la habíamos follado y bién por todos sus agujeros. Al parecer la cosa acabó, curiosamente, con ellos dos casados y yo de regreso a mi ciudad. –Se llamaba Carlos-, me recordó. –Aguanté con él unos diez años, pero hará cinco empezó a cambiar… demasiado-. No quiso explicarme en qué consistía ese cambio y no la presioné, pero fue suficiente cómo para separarse. – A lo mejor me precipité. Tampoco estabas tan mal con una polla en el culo, después de todo. O en la boca-, remató sonriendo pícaramente y haciendo un gesto obsceno.

Nos metimos en un local de copas, no lejos del restaurante y, tras pillar un par de cubatas, nos fuimos a una mesa alta. De repente, en una mirada distraída, la vi. La hermosa mujer del aparthotel. Y se dirigía hacia nosotros. –Hola Mónica-, le dijo Ruth a la recién llegada tras levantarse para estamparle un par de besos. Sólo un poco más bajita que yo y con un traje de noche que quitaba el hipo. –Éste es Mario, un ex… jijiji-, le confió. –Nos conocemos-, respondió Mónica con voz más que sensual, guiñándome el ojo al tiempo que yo me ruborizaba ligeramente. –Es mi abogada, bueno, la que llevó mi separación-, aclaró Ruth. Se sentó con nosotros y descubrí enseguida que, aparte de ser una conversadora inteligente y divertida, el encuentro no había sido casual. De nuevo mi ex, la manipuladora, controlaba la situación. Se le vió el plumero en cuanto saludó a dos treintaañeros de la pista a los que se unió despidiéndose de nosotros “por un rato”. Mónica y yo quedamos solos en la mesa y, tras acercarnos un poco, comenzamos lo que podríamos calificar de flirteo. Más ella que yo. Sorprendido aún por ello casi la cago cuando le solté sin demasiados ambages –Verás, Mónica: no quiero que pienses que soy gay, ¿Sabes?-, le dije. -¿Y porqué? No es nada malo. ¿O te me estás insinuando?-, preguntó coqueta. –Lo siento, no quise decir eso…-, traté de arreglar. –No te preocupes. Me halaga que los hombres se fijen en mi y, entre nosotros, Ruth ya me había hablado de ti-. Encima. Frente a frente, separados por la pequeña mesa circular, volvió a asaltarme la sospecha de que ya nos conocíamos, pero mis ojos se desviaban más que a menudo hacia su generosísimo escote y sus perfectas tetas. Al final, lo notó. –¿Te gustan? Antes de que lo preguntes: No, no son mías. Bueno, sí lo son pero… ya sabes. Jijiji-, aclaró señalando su origen quirúrgico. La gota que colmó el vaso fue cuando me pidió que me acercara para verlas mejor y mientras me agachaba por entre los dos cubatas, me besó en la mejilla. Nos miramos unos breves segundos y surgió algo. Nuestros labios se juntaron y permitieron a nuestras lenguas conocerse.

-¿Te ponen los bisexuales? Sabes que acabo de follar con un tío-, le pregunté de sopetón al separarnos. –Yo también lo soy, así que lo entiendo… perfectamente. Además, pillín, también acabas de joder con Ruth-, repondió acariciándome una mano y acercándola a sus pechos. Perfectos, cómo los de una jovencita. –Me apetece un cigarrillo-, ordenó ella agarrando su cubata y esperando que la siguiese. Repasando sus sinuosas curvas no me di cuenta de que no íbamos a la calle, sino a una terraza al fondo del local. El lugar de las parejitas, supuse a tenor de la distribución de los sofás y las mesitas. Se agenció una de las más apartadas, junto a un muro, con vistas a la playa, de espaldas a la entrada. –¿Así que también te van las tías?- reinquirí tras sentarnos con nuestros muslos más que pegados y un brazo pasando por detrás suyo que, casualidades, fue a caer muy cerca de su tiesas pechugas. Su respuesta consistió en un beso de tornillo de casi un minuto. –Sé lo que piensas y sí, lo he hecho con tu exnovia-, dijo adivinando mis lúbricas imaginaciones. A pesar de los polvos de antes, volvía a estar burrísimo. –No sabía que Ruth comiese coños-, le dije tan delicadamente como pude. Me miró y, sonriendo, me soltó –Cariño, si tuviese que fingir un orgasmo contigo, tendría que echarte un yogur caliente por la espalda-.

Tardé unos segundos en entenderlo y algunos más en reaccionar. Mónica, riéndose de mi sorpresa, se abrió un poco el corte del vestido hasta mostrar unas preciosas braguitas… y un bulto aterrador. –Me tienes cachondísima…-, susurró mientras se aprestaba a apartar la tela que cubría su secreto. Entonces, cómo impulsado por un resorte, apareció un enorme ciruelo, largo y grueso, descapullado mostrando un glande brillante, con una vena casi exagerada resiguiendo el mástil flanqueado por dos enormes huevos… y lo reconocí.

-¿Carlos?-, casi grité al ver al cabo de veinte años la tranca que me había partido el culo deliciosamente. -¡Chst, chst…!-, poniendome el dedo índice sobre mis labios. –Mónica, me llamo Mónica-, remató. –Mónica-, susurré abrazando el poderoso falo con una mano sin poder apartar la vista de él. –Sabía que te conocía-, reconocí dándole un lametón en el cuello.  -¿Aún te gusto?-, preguntó divertida. –Más aún…-, bajando mi cabeza para admirar más de cerca el obús de Mónica y darle un besito. –Oh, oh, oh…-, suspiró aunque apartando delicadamente mi cabeza. -¿Hay algún problema?-, le pregunté mansamente ante la negativa a la mamada que deseaba hacerle. –No, pero mejor en el hotel, jijiji…-., sonrió pícaramente. –Claro, claro-, respondí sin saber si podría aguantar y preguntándome cómo no podía dolerle el pedazo de erección que mostraba. Nos pusimos enseguida en modo adolescente y empezamos a magrearnos y morrearnos cómo posesos mientras apurábamos las consumiciones.  –O nos vamos ya, o me corro aquí mismo- , le confesé. –Vamos, a mi me va a pasar lo mismo.

-Nos vamos, Ruth. Hasta mañana-, le dijimos a, ahora ya era público, nuestra ex quien, de todos modos, no había perdido el tiempo y estaba en un rincón de la pista en actituc más que cariñosa con los dos chicos de antes. –Igual paso…-, amenazó mientras ya nos alejábamos. Ya en el taxi hacia el hotel, seguimos con lo mismo incomodando un tanto al taxista incluso. Con la recepción vacía tuvimos que aclararnos. –¿En la tuya o en la mía?-, pregunté. –En la tuya, cariño… yo no tengo-. Eso aclaró definitivamente el plan de Ruth para juntarnos.

En un calco de lo que había sucedido con David hacía unas hooras, nuestras ropas yacieron en el suelo antes de llegar a la cama. Tumbé ansiosamente a Mónica que cayó de espaldas partiéndose de risa, me coloqué entre sus preciosas piernas y me tragué lo que pude del cipote de mi amante brillantísimo de delicioso precum. –Ohhh, mi amor, qué bueno…-, exclamó la chic@. Se dejó hacer unos segundos y, temiendo correrse demasiado pronto, me apartó de nuevo. –Fóllame, jódeme-, imploró. Junto a nosotros, aún desperdigados, seguían los juguetes y el lubricante. Agarré éste último, me unté el nabo al tiempo que ella se esparcía un tanto por el ojete y, sin más, la penetré de cara. –Mmm… Hacía años que esperaba esto-, dijo ella acogiendo mi miembro en su recto con no demasiado esfuerzo. Nos fundimos en un profundo beso y comencé a bombearla de cara. Divino era poco. Los jadeos y gemidos alcanzaron pronto un nivel peligroso. –Métemelo, cariño-, le pedí señalando un plug mediano con la cabeza. –Jeje, ouch, qué malo eres…-, respondió metiéndomelo con apenas el lubricante justo. Error.

Fue sentir la invasión y correrme dentro de su glorioso culo. Sin condón, olvidado durante el fogoso inicio. -¡Oh, mierda, mierda, me vengo, me vengooo!-, chillé vaciando la escasa lefa que me quedaba en los cojones. Ella seguía jodiéndome un poquito con el plug sacando las últimas gotas de mi pobre despensa de leche. –Venga, venga-, le imploré zafándome de ella y metiéndome a cuatro patas. En un movimiento inusitadamente rápido, me sacó el plug de golpe, echó un generoso chorro de lubricante en mi raja y me siliconó otra vez. -¡La polla, la polla!-, exigí. Arrancó el juguiete por segunda vez y, antes de que se cerrase del todo mi esfínter, me endiñó la tremenda tranca. Entera.

-¡Ahhh, oich, uuuf!-. Ella esperaba que me doliese un tanto, pero no hizo ademán de sacar nada, sino que esperó unos segundos, me pellizcó los pezones y empezó a joderme lentamente. -¡Cielos, qué culo, qué culo…!-, chilló dándome lo mío y lo de mi prima. Empecé a gozarlo de veras al vernos en el espejo. Una belleza tetona con un falo de concurso penetrándome cada vez más rápido. El súmum fue cuando, ya cansada, se recostó sobre mi espalda  clavándome sus erectos pezones,. Abrasándome con el calor de su cuerpo y metiendo su pene hasta extremos insospechados dentro de mi. Aquello fue demasiado. Se sacudió violentamente y, con un ronroneo propio de un tigre me llenó de lefa mientras yo me retorcía de gusto soltando un par de gotitas. Uno, dos, tres y cuatro chorretones de semen acompañados de sus correspondientes culeadas. Su nabo se fue relajando, hasta que se le salió solo. Se echó de lado con una carita de satisfacción que daba miedo, la besé mientras notaba su leche abandonando mi esfínter en dirección a los muslos y se echó a llorar.