Mónica cuenta algunos secretos (2)

De cómo se la follaron en plena luna de miel...

Y llegó la tan esperada primera noche de boda.

Resumiendo les cuento que la fiesta celebrando el matrimonio religioso, estuvo muy buena, mucha gente muy bien vestida, muy buenos regalos.

César había elegido y comprado los anillos para la boda, eran dos alianzas gruesas de oro y otro aro, que iría siempre acompañado de la alianza, muy delicado también de oro, con una piedra bastante importante color rosa.

Mientras iba introduciendo la alianza en mi dedo anular, yo le acariciaba suavemente el cabello, mi flamante esposo, no sabía a quién había desposado, él, ni nadie del entorno sabía de mi doble personalidad, debía cuidarme mucho de mis cuñadas, suegra y sobrinas, pues aunque aún no las había tratado mucho, creo que ellas veían en mi, lo que realmente era, pero con mis artimañas femeninas, suaves y tímidas, lograría convencer a César que yo era la chiquilla virgen e inocente que él pensaba.

Después de las despedidas de los familiares y demás invitados, salimos para embarcarnos en el crucero y empezar de una buena vez nuestra luna de miel.

Ya instalados y acomodados en nuestro camarote, César comenzó a besarme y a decirme que era el momento más soñado y esperado por él.

Le pedí que me tuviera un poco de paciencia, que me permitiera darme una ducha antes de acostarnos, César era muy comprensivo y me dijo que me esperaba en la litera.

Abrí la ducha, aún sentía las consecuencias en mi cuerpo después de la colosal follada que había recibido el día anterior, por esos tres hombres, mis pezones estaban resentidos aún de las lengüeteadas y mordidas que me habían dado a lo largo de tantas horas. Igual efecto sentía en mi vagina inflamada y atizada por tanta polla, el ano aún me ardía y sentía una pequeña molestia, pues lo habían vapuleado tres pollas distintas, todas casi en el mismo momento, así y todo era una sensación maravillosa, pues me sentía muy satisfecha sexualmente.

Había tenido la precaución de llevar conmigo a la ducha un jabón astringente que había comprado, desde el día que César quería que llegara virgen al altar.

Tomé el jabón y lo froté por toda mi vagina depiladísima, la espuma empezó a hacer efectos, frotaba y frotaba, este tipo de jabón reseca la piel, luego me enjuagué y volví a enjabonarme, tomé una toalla y fui secando, haciendo fuerza contra mi vagina.

Me vestí con un camisolín blanco que me llegaba poco más arriba de las rodillas, apagué la luz y a oscuras, me acosté al lado de mi esposo.

César me tomó en sus brazos, me daba besos insípidos, estaba un poco nervioso, levantó mi camisón, y quitó mis bragas, en forma atropellada, me tomó de las manos y las llevó a su polla dura, sin emoción alguna, lo acaricié como acariciaba la cabeza de mi mascota, estaba totalmente concentrada en mi actuación, y no quería que mi mente recordara nada de lo bien que lo había pasado con los tres hombres el día anterior, pues eso me hacía lubricar y en estos momentos lo que menos necesitaba era lubricación.

Intentó penetrarme por primera vez, y mi vagina lo rechazó pues estaba muy seca, a eso hay que agregar que el jabón astringente me había cerrado más aún, también, hay que reconocerlo, César como amante, dejaba mucho que desear, quizás con el tiempo mejorara, cosa que dudaba, pero a mi no me inspiraba la más mínima atracción, no despertaba en mí lujuria, ni deseos, ni nada, sólo me había casado por interés por su buena posición económica, y, para no quedarme soltera, quería formar una familia con un buen hombre, y follar con cualquiera que me excitara.

César empujaba y empujaba, yo había apoyado mis talones en el colchón de la cama, y contraía los músculos, se hacía muy difícil la penetración, tanto que César estaba empezando a transpirar.

Después de varios intentos, pudo poner apenas dos centímetros, yo me quejaba, le decía que me dolía y juro que no mentía pues, me dolía de verdad, estaba demasiado seca.

Lo que César no sabía, era que en cierta manera, el dolor provenía por muchas razones, el jabón astringente, mi aridez vaginal, pero por sobre todo por la gran inflamación que tenía por haberla usado tantas horas seguidas con tres pollas que me habían taladrado incansablemente durante horas, hasta dejarme agotada, y sin fuerzas.

César era tan aburrido y estaba tan perturbado por tener una virgen en la cama, que ni siquiera se atrevió a besar mis pechos, su meta era sólo una, desvirgarme como diera lugar. Ni siquiera tuvo la delicadeza de desnudarme, y contemplar mi cuerpo curvilíneo, sólo se dignó a levantar mi camisón hasta la cintura, y lo dejó allí.

Mateo, Luis y Juan, se hubieran espantado, al ver como mi flamante esposo me trataba en la cama.

Cualquier otro varón, tendría todas las luces prendidas, y me hubiese puesto como Dios me trajo al mundo, para examinar mi cuerpo pecador, no sabía explotar lo que tenía debajo de las sábanas y de lo que era legalmente suyo.

Poco a poco me fue penetrando, para hacerla completita, me puse a llorar como una chiquilla, fue tan grande mi actuación, que el pobre César terminó pidiéndome disculpas, pero me rogó que soportara un poquito más que ya faltaba poco.

Al fin pudo penetrarme, dio cuatro o cinco sacudidas y gracias al cielo terminó.

Orgulloso de su hazaña y de mi virginidad me dio cálidos besitos en el rostro y me dijo que las cosas mejorarían y que esperaba que yo fuera un poco más expresiva, y volví a pedirle paciencia.

Mi meta ya estaba cumplida, César se había tragado el cuento de mi virginidad, y mientras reía para mis adentros por mi muy buena actuación, me terminé de convencer que César sería cornudo por siempre, era de lo más pelma en la cama y no tenía la más mínima imaginación, sentí pena por él, pues yo me conocía y sabía que indefectiblemente, iba a tener que buscar en otros hombres, lo que él no me daba, cosa que no me molestó en lo más mínimo, yo sería una buena esposa, y una madraza, pero mi temperamento no era compatible con un hombre conservador como César.

Yo estaba físicamente agotada, me dormí en su hombro y por la mañana antes de ir a desayunar, volvimos a hacerlo, nos costó a los dos el mismo esfuerzo.

César me había comprado docenas de diminutas bikinis, de todos colores, y formas, pues quería que en el crucero luciera mi escultural cuerpo y también me dijo que le gustaba que los hombres le envidiaran la mujercita hermosa y virgen que tenía. Casi me largo a reír en su propia cara.

Después de desayunar, nos fuimos a recorrer el barco, era como una ciudad, teníamos de todo y a nuestro alcance, había muchísima gente, personas de todas las edades.

Luego le pedí que fuéramos a la piscina, ya que quería tomar el sol.

Me había puesto una minúscula bikini negra y dorada, había atado mi largo cabello en una cola de caballo. Ese peinado me hacía ver mucho más joven y angelical, me puse grandes anteojos negros.

Nos tumbamos en unas hamacas que había al costado de la piscina, me puse a tomar el sol, César se fue a buscar unos refrescos.

Al poco rato que me había quedado sola, se acercó un pasajero del barco y me preguntó si tenía idea dónde estaba el casino, le dije que no, era un hombre de unos treinta y cinco años, con un muy buen cuerpo. Se sentó a mi lado y me preguntó si estaba sola, le dije que no, que estaba con mi marido que había ido por unos refrescos, el señor se presentó, me dijo que se llamaba Eduardo, que estaba de vacaciones con su esposa, tratando de arreglar el matrimonio que venía pasando por una grave crisis, yo le conté que estaba recién casada y que estaba de luna de miel.

En ese momento llegó César, y Eduardo se presentó, le dijo que estaba encantado de conocer una pareja joven, que si no nos molestaba iba por su esposa, así podíamos conocernos, ir al casino o a cenar juntos, la idea nos pareció excelente, ya que no conocíamos a nadie allí.

César se ofreció a ir con Eduardo a buscar a su esposa, yo me puse de espaldas, y les dije que me quedaba disfrutando del sol.

Cuando Eduardo vió mi trasero, a través de mis anteojos, vi como su mirada quedó clavada en el hilito de la tanga, sabiendo que poseía un culo sugerente, sugestivamente me acomodé en la hamaca, para que apreciara cómodamente mis atractivas nalgas.

Esto se estaba empezando a poner lindo.

Al rato volvieron Eduardo y César, con una mujer bastante agradable, nos presentamos y ella dijo que se llamaba Ángeles.

Pasamos buena parte de la mañana en la piscina, hablando de nuestras vidas.

Así me enteré que Eduardo y Ángeles tenían treinta y seis años, diez de matrimonio y tres hijos que quedaron al cuidado de los abuelos.

Jugamos a las cartas, también nadamos en la piscina, luego fuimos a almorzar los cuatro juntos y después cada pareja se fue a su camarote, quedamos en encontrarnos por la noche, para ir al baile de gala que ofrecía el crucero.

Mientras me bañaba recordaba la rugosa y húmeda lengua de Luis, y lo bien que me había hecho sentir, empecé a tener deseos pues mi vagina se estaba humedeciendo, no podía quitarme de la cabeza esa lengua áspera, la cantidad de orgasmos que me había producido, mis pechos se inflamaron, bajé mis manos y comencé a tocarme el clítoris, pensaba que en vez de mi dedo era la lengua de Luis, recordé como chupé sus testículos peludos, como me cogió por todas partes, mi excitación llegó a tal punto que no tuve más remedio que masturbarme, ni pensaba que César podía calmar mis deseos, pues era demasiado soporífero para mi gusto.

Mientras me restregaba el clítoris con mis dedos, con la otra mano me rozaba circularmente los pezones, al instante tuve un riquísimo orgasmo, pero el recuerdo de la follada que había tenido con Luis, Juan y Mateo, me perseguía y me ponía caliente, y César era un inútil para calmarme.

Después de mi corrida en el baño, terminé de ducharme, me puse un vestido blanco, lo cual hacía resaltar mi maravillosa piel, que el sol había bronceado, el vestido era largo, muy sencillo, no tenía nada más que un solo tajo en la parte de adelante, no usé ropa interior pues al ser blanco y apretado se notarían las marcas de la ropa interior.

El largo y rubio cabello húmedo aún, lo dejé suelto, el cabello por el sol se había aclarado bastante, me miré al espejo y me ví muy sensual, sin ser provocativa.

Nos encontramos con Eduardo y Ángeles, los dos también vestidos de gala, Eduardo se veía muy bien, con su traje negro, camisa blanca y una corbata negra, me gustó su estampa, Eduardo al verme se quedó mirándome disimuladamente, me miraba cuando César o su esposa estaban distraídos, en ningún momento, demostré nada provocador, no era mi estilo, ya les dije que soy una mosquita muerta.

Antes de sentarnos a cenar, pasamos por el bar y tomamos unos tragos, me senté en un taburete alto, Eduardo estaba parado ante mí, y sin querer el tajo de mi vestido se abrió bastante, los ojos de Eduardo quedaron posados por segundos, ¿me habría visto la conchita?, vaya uno a saber, pero por la expresión de su mirada, me parece que vió más de lo permitido por cualquier señora decente.

Eduardo se puso a mi derecha, sin apenas notarlo, con el codo de su brazo, lo rozó por mis pezones, sin percatarse nadie más que yo, su codo subía y bajaba por mis pezones, produciéndome un estremecimiento interno, Eduardo hablaba con César como si nada pasara, mis pezones ante el roce se pusieron en alerta y quedaron paraditos, yo ni me moví, me quedé quieta, aceptando esa caricia, los dos sabíamos que era un roce intencional.

Luego corrió el brazo, tomó la copa entre sus manos y volvió a la carga, empinaba su brazo para beber, pero su codo seguía torturándome suavemente.

Los cuatro seguimos hablando como si nada pasara, pero ambos estábamos disfrutando de ese juego secuaz.

Me rozó los pezones durante casi todo el tiempo que estuvimos en el bar, yo en ningún momento puse resistencia, al contrario, acepté gustosa la caricia.

Luego pasamos a cenar al restaurante, César y Ángeles se sentaron frente a mi, Eduardo lo hizo a mi lado.

A los pocos minutos de sentarnos, la mano de Eduardo por debajo de la mesa, se posó en mis muslos, fue un toque breve, pero suficiente para despertar mis más bajas inclinaciones.

Abrí un poco mis piernas y el tajo de mi vestido se abrió, dejando a mano mi vagina, que ya estaba húmeda y latía de deseos.

La mano de Eduardo se acercó suavemente, él sabía que no llevaba bragas, su dedo rápidamente se fue deslizando a lo largo de mis labios vaginales, volvió a la misma velocidad y acarició mi clítoris, apenas unos segundos, volvió a subir la mano a la mesa, nadie sospecharía de él, daba la impresión que acomodaba la servilleta para no manchar su ropa, lo hacía con una inocencia increíble, si yo me hubiera quejado públicamente, nadie creería en mi, así de hábil era Eduardo.

Cada tanto mientras la cena transcurría calma, Eduardo me tocaba el clítoris, cuando más lo disfrutaba, por temor a ser descubierto, sacaba sus dedos, esperando el momento justo para tocarme nuevamente. Era enloquecedor.

¿Quieres jugar Eduardo? –Pensaba silenciosa- Ok, amigo, no sabes a quien tienes a tu lado, ya verás de lo que soy capaz.

Todos sus roces, las pasadas disimuladas por mis pezones, tocarme el clítoris, me pusieron muy deseosa, ya les dije amigos, mi otra personalidad es perversa, y estas situaciones límites me despiertan los más bajos instintos.

-Perdón César, pero tu flamante esposa es una tremenda putilla, -candorosamente miraba a César y le transmitía esto como mensaje, César, jamás lo pudo captar- mientras en mi carita se dibuja una sonrisa angelical, detrás de esa máscara había un demonio perverso.

Ángeles, puso un cigarrito en su boca, Eduardo como buen caballero que era, le dió fuego, yo bajé mi mano, y le rocé los muslos, luego con el mayor de los decoros, fui directamente a buscar su falo, el cual estaba semi erecto, al sentir mi roce empezó a empinarse, ahí retiré mi mano, y apliqué el mismo juego que él hacía conmigo a lo largo de la noche.

Era un juego morboso y retorcido que a los dos nos agradaba.

Así estuvimos a lo largo de la cena, ya me había resignado a recibir en cuotas su dedo, estas condiciones en la que estábamos, hacía que el juego se tornara cada vez más peligroso, pero era agradable esta complicidad que se había creado entre nosotros.

Luego de la "apetitosa" cena, fuimos al casino. A mi me aburría mucho ese lugar.

César quería probar suerte con las cartas, al saber que a mi no me gustaba, le pidió a Ángeles y a Eduardo que me acompañaran un rato, Ángeles quería ir a las máquinas tragamonedas, fuimos los tres para allí, y ella se olvidó del mundo, estaba totalmente obsesionada con esa máquina estúpida que largaba cada tanto algunas monedas.

Luego de un rato, le dijimos a Ángeles que nos íbamos al bar a esperar hasta que terminara de jugar, Ángeles jugaba compenetrada en lo que hacía, tanto que Eduardo tuvo que tomarla del brazo y pedirle por favor que lo escuchara, ella le dijo que en un rato se reuniría con nosotros.

El bar tenía amplios y lujosos sillones, estaban ubicados como en los comedores de los trenes.

Un garçon impecablemente vestido de blanco nos trajo la lista de tragos, yo elegí una mezcla de bebidas raras con frutas y Eduardo un wisky doble con hielo.

Cuando el garçon se retiró en busca de nuestros pedidos, Eduardo sentado frente a mi, me dijo que me deseaba mucho, que se había acercado cuando estaba tomando sol en la piscina, sólo para conocerme, me había visto apenas subí al crucero y que desde ese momento siguió todos mis pasos, el encuentro en la piscina había estado planeado por él, porque quería entablar una amistad, también me confesó que yo lo calentaba mucho, desde el primer momento que me vió, y no se iba a quedar con las ganas de tratar de poseerme, como, donde y cuando sea.

Semejante revelación, puso mi piel de pollo, el garçón dejó las bebidas y se retiró.

Eduardo se levantó y se sentó a mi lado, sin decir una palabra, tomó mi mentón entre sus manos, y con sus cálidos dedos recorrió las facciones de mi cara.

Acercó su boca a la mía, y me dio un beso húmedo y caliente, casi interminable.

Su boca tibia y abierta se encontró con la mía ya abierta y sedienta por sentir su lengua, pasé mi lengua a su boca, y con mi lengua busqué la suya, cuando se encontraron, se enlazaron y se fueron refregando una con otra.

Eduardo bajó su mano, y me abrió el tajo del vestido al máximo, y ahí estaba mi rajita ya empapada con sus roces y este beso eterno.

Mientras nos besábamos desmedidamente, su dedo entró en mi vagina caliente, su lengua fue saliendo de mi boca, y emprendió camino hacia mis senos, abrió mi escote y buscó mis pezones salientes y duros, su lengua los recorrió, con sus labios los mordía mansamente.

-¡Qué delicia! eres tal cual lo imaginé, un volcán, ya mismo te haría de todo, nena.

Sin decir más se puso de pié, y rodeó la mesa, se sentó en su lugar, miró hacia todos lados, y sorpresivamente se fue deslizando por el sillón, se arrodilló debajo de la mesa.

En el bar del casino éramos muy pocos los que estábamos, pues era el horario pico dónde la gente se iba a jugar.

Las pocas personas que estaban allí, se encontraban bastante apartados de nosotros, y sumergidos en la bebida y sus charlas, nadie reparaba en nosotros.

Por debajo de la mesa, abrió el tajo de mi vestido, yo acomodé mis piernas, las abrí, su cabeza, se enterró entre mis muslos, me corrí hacia delante, para facilitarle lo que ya todos sabemos que me iba a hacer.

Dirigí mi rajita ardiente hacia su boca, con ambas manos, abrió mi vulva, su lengua comenzó a recorrerla, besó mis labios internos, luego fue directo y rápido a mi botoncito húmedo e inflado, le pasaba la lengua, con un movimiento rápido pues no teníamos mucho tiempo, en cualquier momento llegaban nuestras parejas, así que con la punta de su lengua en mi clítoris la empezó a mover a una velocidad asombrosa, mis manos se aferraban de la tela del sillón, los espasmos comenzaron a sacudirme, con un placer que subía y subía, en pocos segundos tuve una corrida maravillosa.

Eduardo, salió de debajo de la mesa, con la boca húmeda de mis jugos, con absoluta parsimonia se volvió a sentar en su lugar.

Me miró a los ojos y me preguntó:

-¿Te gustó, verdad putilla?

-Mucho. Mi voz era entrecortada, pues aún el corazón me latía fuerte y sentía terribles deseos de follar, esto era nada para mi naturaleza.

-¿Quieres más?, fue muy fácil hacerlo, y si quieres puedo repetirlo las veces que quieras.

Creo que mi mirada lo decía todo, volvió a arrodillarse, repitió lo mismo que había hecho anteriormente, esta vez no solo me dio lengua, también usó sus dedos, los metía y sacaba como un pene.

Logró hacerme correr tres veces, en un completo silencio, sólo se percibían mis gemidos, que eran tapados por la música y los sonidos típicos del bar.

Después de mis tres corridas, se levantó, por sobre la mesa pellizcó mis pechos y me dijo que se iba al baño.

-Te vas a masturbar? pregunté.

-No, quiero seguir caliente, en algún momento de esta noche te voy a follar.

Y se fue al baño dejando mi vagina húmeda de mis flujos y su saliva.

Pasaron los minutos y no volvía, llegó César, con un vaso de vodka en la mano.

-¿Estás aburrida, mi amor?.

-Sí un poco, aquí sola.

-Encontré a Eduardo en el baño, ya se iba a buscar a su esposa y me dijo dónde estabas, ahora llegaran ellos.

Mi esposo estaba bebiendo más de la cuenta y se lo hice notar, sabíamos ambos que si seguía con el vodka terminaría tirado en cualquier rincón del barco.

-Por favor Mónica, estamos de luna de miel, disfrutando de un crucero maravilloso, te pido me dejes de sermonear, me gusta el vodka y beberé la cantidad que quiera.

Su respuesta me puso de mal humor, y bueno, si se quiere emborrachar que lo haga, y entendí que cada uno con sus gustos, a él le gustaba el vodka, a mi me gustaba follar.

"-Bebe imbécil, bebe todo lo que quieras, más oportunidades de irme con alguno tendré mientras tú duermes la mona". –pensaba indignada y caliente-

Llegaron Eduardo y su esposa, Ángeles quería ya irse a dormir, Eduardo dijo que la acompañaba hasta el camarote, que lo esperáramos que volvía en un rato.

César fue por una botella de vodka y se puso a beber, cuando Eduardo llegó estaba completamente borracho, y le dijo a Eduardo que me llevara un rato a la pista de baile, que yo estaba enojada, que me invitara a bailar, así me entretenía un rato y dejaba de darle sermones.

Eduardo me tomó del brazo, y me llevó hacia la pista, en el trayecto le comenté.

-Así borracho no se como voy a hacer para llevarlo al camarote.

-No te preocupes, yo te ayudaré a cargarlo, ¿si nos vamos a tu camarote en vez de ir a bailar? no se dará cuenta de nada.

-Si, vamos.

Mientras bajábamos las escaleras para ir al camarote, noté que la mayoría de la gente estaba borracha, y se lo dije a Eduardo.

-¿Es la primera vez que estás en un crucero?

-Si,

-Pues la vida en los barcos es así, la gente hace lo que no puede en su ciudad.

Apenas cerré la puerta del camarote, Eduardo comenzó a besarme.

-¡Qué caliente quedé después de chuparte la conchita! Te quiero follar incansablemente.

-Pues vamos, no te demores, quiero comerme tu polla.

Me arrodillé y comencé a besarlo por sobre la tela del pantalón, abrí la trampilla y sus pantalones cayeron al piso, bajé su boxer hasta las rodillas.

Saltó un pene empinado y lo llevé a mi boca, comencé a pasarle la lengua hasta llegar al final, ahí fui bajando y lamí sus testículos llenos, Eduardo tomó mi cabeza, y la empujaba al ritmo de mis lamidas.

Tomé su atrayente verga en mis manos, suavemente la llevé a mi boca y la fui introduciendo hasta mi garganta, entraba y salía de mi boca.

Eduardo de pié suspiraba y gemía y me pedía que parara que se iba a correr y quería penetrarme.

Me desnudé, al ver mi cuerpo armonioso y tentador, soltó un silbido, y me tumbó en el piso, se quitó del todo los pantalones, quedó desnudo de la cintura para abajo.

Me tumbé en el piso, Eduardo se puso de rodillas y comenzó a besarme los muslos, mientras con sus manos arteras, acariciaba mis pechos.

Su lengua libidinosa volvió a lamerme la rajita, ahora lo hacía con mesura, estábamos solos y tranquilos en el camarote.

Hizo que levantara mis caderas, el trayecto de su lengua iba desde el clítoris a mi ano, iba y volvía lentamente. Su recorrido se repetía, regresó a mi clítoris, y puso dos dedos dentro de mi ano, mientras me lamía mi botoncito, sus dedos entraban y salían de mi ano, ya repuesto de la follada que me habían dado.

Mis quejidos entrecortados advirtieron que mi corrida era inminente, al notar eso, su lengua empezó a moverse más rápidamente, y mi orgasmo llegó, sin hacerse esperar.

-Dame polla, cabrón, damela ya.

Me puso en cuatro patitas, y me penetró por el coño, entró de un solo envión, mi vagina absorvió su polla entera, empezó con un mete y saca que fue aumentando gradualmente, sus huevos se estrellaban contra mis nalgas, su vergota se movía dentro mío de distintas formas, me estaba llenando de placer, con sus manos tocaba todo mi cuerpo, y un nuevo orgasmo salió desde mi garganta.

Quitó su polla de mi coño, y comenzó a besarme el ano.

-Me quiero comer este culo maravilloso, te voy a perforar el trasero, perra inmunda.

Sus palabras ordinarias, me pusieron más ardiente.

Comenzó a dilatarme el ano, con sus dedos, puso uno, dos, tres...

Abrió mis nalgas, quitó sus dedos, entró apenas su glande, empezó a penetrarme lentamente.

Sentía como su polla entraba lentamente, la fue clavando hasta el final, cuando estaba totalmente enculada, pasó una mano por delante y empezó a magrearme los pechos.

-¿Tu esposo te encula como yo?, ¿te coje así el carnudo, infeliz, ese?

-No, me coje nunca el muy imbécil.

-¿Te gusta que te den por el culo?

-Si, si, siiii, dame, dame mucho, quiero más y más.

Estaba perdida por el placer, quería polla mucha polla.

Empezó a moverse, su verga me estaba perforando el ano, pasé mi mano por debajo y mientras me follaba, le frotaba el escroto, esa caricia lo enloqueció, y empezó a entrar y salir de mi ano con más rapidez, luego quitó su polla y me la puso en la boca, la tomé con ambas manos, con mi lengua le recorrí todo el glande, luego la metí hasta mi garganta, dos o tres lamidas certeras y su lechita empezó a salir a caudales dentro de mi boca, mientras saboreaba su semen, lo iba tragando lentamente.

Luego nos acomodamos la ropa, y nos fuimos al bar a buscar a César, por supuesto, lo encontramos completamente borracho, con la botella de vodka casi vacía.

Dos marineros que estaban fuera del horario laboral, nos ayudaron a Eduardo y a mi a llevar a César hasta el camarote, y lo acostaron.

Agradecí a Eduardo y los marineros, que se despidieron. Eduardo en la puerta me dio un largo beso, yo respondí metiendo mi lengua hasta su garganta, nos abrazamos muy fuerte y Eduardo, me manoseaba las tetas, nuestro beso de despedida, era largo, no queríamos separarnos, pero él debía regresar con su esposa.

Se despidió con un hasta mañana, dejándome nuevamente caliente.

Eduardo partió en sentido contrario a los marineros, cuando miré hacia el otro costado ví como los dos marineros se quedaron mirándome, los saludé con la mano y entré a mi camarote.

César estaba completamente dormido, me dí una ducha. Decidí ponerme una bikini, e ir a la piscina a nadar un rato, eso era lo maravilloso en la estadía del crucero, cada uno hacía lo que quería, en cualquier momento.

Me puse una minúscula bikini blanca, até a mi cintura u pareo transparente negro, con manchas blancas, calcé unas chatitas, solté mi largo cabello y me fui a nadar, había tenido una noche bastante agitada y quería relajarme un poco antes de ir a dormir.

En la piscina no había nadie más que yo, eso me puso muy contenta, la iba a disfrutar a pleno, me quité el pareo y me zambullí, el agua estaba templada, recorrí la piscina de punta a punta dos veces, cuando estaba subiendo las escalinatas para tumbarme un rato en alguna hamaca, encontré a los dos marineros que me habían ayudado a llevar a mi esposo al camarote.

Los saludé y les agradecí lo que hicieron.

Los dos me miraban lujuriosamente, cuando me hablaban sus ojos estaban posados en mis senos, apenas tapados por el sujetador del bikini.

Me senté en una tumbona, tenía ese andar felino que a los hombres tanto los calentaba, pero a la vez, no dejaba de ser una chiquilla cándida, con mirada y gestos inocentes, los marineros se sentaron a mi lado y se presentaron.

-Yo soy Alberto y mi compañero se llama Ramón, y estamos para servirla a usted.

  • Alberto, Ramón. Encantada de conocerlos y muchas gracias. –Dije con una sonrisa inocente.

Alberto andaba cerca de la cincuentena, creo que los pasaba, sus cabellos eran todos blancos, en cierta manera me hacía recordar a Luis, tenía una barriga prominente, y al parecerse tanto a Luis, me hizo pensar, si su lengua y su polla serían tan exquisitas como la de Luis, estaba llegando a la conclusión de que los hombres maduros y panzudos eran mi perdición.

En cambio Ramón era más delgado y un poco más joven, quizás andaría por los cuarenta y cinco años, tenía el cabello rubio y un frondoso bigote, su cuerpo era atlético y con músculos, Alberto era más fofo, pero tenía algo que me atraía, quizás su mirada pervertida, quizás sus canas, quizás su barriga

Ramón me dijo que iba hasta el bar en busca de unos tragos, me preguntó si tenía alguno favorito.

-Pues si, mi favorito es el tequila con ron y unas gotitas de limón.

Ramón dijo que buscaría encantado ese trago para mí, y unas cervezas para beber con Alberto.

Alberto y yo quedamos solos, él seguía recorriendo con su mirada mi cuerpo, en un momento puso una mano sobre mi abdomen, lo hizo suavemente

-Eres una belleza muy tentadora, eres exquisita.

-Pero ¿cómo se atreve a tocarme?, quite ya sus manos.

En vez de amilanarse ante mi queja, subió su mano y comenzó a tocarme los senos, mientras con la otra mano acariciaba mis piernas, era una rozada con alto contenido erótico.

-¿Pero qué hace?, ¿cómo se atreve? ¿está usted loco?

-Vamos perra, no te hagas la santa, que no lo eres, o te crees que no ví cómo se besaban con el fulano ese ¡Estando tu pobre y cornudo a pocos metros!. Eres una reverenda golfa, mi niña.

-No le voy a permitir

-Tú te callas y me escuchas lo que tengo para decirte.

-¿Qué le pasa señor Alberto?

-¿Qué me pasa?, que mi compañero y yo queremos follarte, queremos gozarte, o le contamos a tu esposo como te besabas en sus narices con ese tipo.

-Pero

-El trato es el siguiente, eres complaciente con nosotros dos, y que quede claro, solo esta madrugada, mientras el cornudo de tu marido duerme la mona, tú nos das con el gusto y aquí no ha pasado nada o apenas despierte le contamos lo que vimos, tú eliges.

En ese momento llegó Ramón con las cervezas y mi trago.

-Le estaba explicando a la señora nuestra propuesta.

Ramón se acercó a nosotros, me dio el trago y me miró sonriente.

-Nuestra propuesta señora es esa, le aseguramos absoluta reserva, y le haremos pasar un buen momento, no se arrepentirá. Sólo esta madrugada, salvo que usted decida por más. Le haremos cositas ricas, esas que a usted tanto le gusta.

Alberto tomó la voz de mando.

-Iremos a mi camarote que es más amplio que el de Ramón, la pasarás muy bien te lo certificamos, y te salvarás de una buena paliza, ¿qué dices putita?

-No me queda otra más que aceptar su propuesta, mi marido me mataría si se enterara de algo.

-Para demostrarte que somos buena gente, no le diremos nada, si te dejas follar, esto queda aquí entre nosotros, nuestro camarote está en el ala izquierda del casino, es la tercer puerta, estará abierta, nosotros para no comprometerte nos iremos ya, en diez minutos, estarás allí o ya sabes.

Sin decir ni una palabra más los dos marineros se levantaron y se fueron hacia su camarote.

Mientras los veía marchar, pensé que no me vendría nada mal una buena follada con dos hombres, después de todo Eduardo me había dejado bien caliente, y Alberto me atraía mucho, no se que encanto tenía, pero a mi me calentaba.

Era endemoniadamente puta, si, ¿y qué?, mi marido borracho durmiendo y yo buscando consuelo con dos maduros marineros que me habían amenazado.

Me dirigí hacia el camarote tal cual me indicaron, encontré la puerta sin cerrojo como me dijeron, tomé el picaporte y abrí la puerta, los dos marineros estaban sentados esperándome completamente desnudos

Lo que pasó en ese camarote, se los cuento en mi próximo relato.