Monica (2ª Parte y ultima)

Para un servidor, hoy en día, no hay nada más excitante y morboso que pescar en corral ajeno... por suerte, hay infinidad de preciosas mujeres en donde la monotonía entro un día en sus matrimonios por la puerta y el amor junto con el deseo salieron por la ventana.

A partir de aquella noche, puedo afirmar que las tornas se cambiaron en el trabajo. Si hasta entonces era un servidor el que siempre había terminado la jornada bien cachondo, a partir de entonces era Mónica la que siempre estaba como una moto, aprovechando cualquier momento, especialmente mientras atendía a los clientes, para meterla mano y ver como la muy guarra, incapaz de resistirse, se abría de piernas dejando que la acariciara todo el coño.

Por supuesto que siempre terminábamos la jornada follando. Al principio solo en el aseo, pero pronto empecé a tirármela por todo el local, desde encima de las mesas hasta encima del mostrador, desde el almacén hasta la cámara de frio. Siempre un único polvo que siempre terminaba de la misma manera, corriéndome sobre su cara de golfa.

Tanto su cara como su espectacular culito y su casi siempre húmeda rajita me traían literalmente de cabeza. La única parte de su cuerpo que no me llamaba la atención eran sus prácticamente inexistentes pechos, hasta tal punto, que pasaron casi dos semanas antes de que una noche, mientras me la tiraba sobre una de las mesas, la levantara el sujetador que siempre se dejaba puesto para follar, señal inequívoca de que sentía bastante complejo.

La verdad es que ya me imaginaba que tendría muy poco pecho, pero la realidad es que eran prácticamente inexistentes, dibujándose sobre su fina piel apenas un esbozo de sus pechos. Sin embargo sus oscuros pezones, atravesados por un par de metálicos piercings me encantaron.

-¿Es cierto eso que cuentan de los piercings?... ¿Que aumentan el placer de las zonas mas sensibles del cuerpo?- la pregunte dejando de mover mis caderas pero manteniendo toda mi polla dentro de su coño.

-¡Si!... ¡En mi caso si!- me contesto en un tono muy seco.

-¡Déjame que me tape!- añadió claramente contrariada mientras intentaba de nuevo cubrírselos con el sujetador.

-¡De eso nada guapa!- la conteste mientras la cogía de ambas manos por las muñecas para echárselas hacia atrás al tiempo que me inclinaba para cerrar mi boca sobre uno de aquellos oscuros pezones.

Apenas habían pasado unos pocos segundos y ya notaba el pezón dentro de mi boca tan duro como una piedra, bastando que empezara a mordisqueárselo con extremada suavidad para que Mónica literalmente empezara a derretirse, jadeando y gimiendo casi exactamente igual que cuando me la follaba, solo que en aquellos momentos, mis caderas y mi polla permanecían inmóviles dentro de su cuerpo.

Poco después, un único pollazo sirvió para que se corriera, soltando sus manos para acariciarla el otro erecto pezón entre mis dedos, notando como empezaba a mover frenéticamente las caderas mientras posaba sus manos sobre mi cabeza apretándole con fuerza contra su pecho.

Si hasta aquel día, cuando follabamos, se corría como mucho dos veces, a partir de aquella noche, me bastaba cerrar mis dedos o mi boca sobre uno o ambos pezones para que la muy guarra encadenara hasta media docena de orgasmos en cada polvo, demostrándome que aunque tuviera un serio complejo con sus pechos, también estos, eran inequívocamente, su “Talón de Aquiles”.

Aquel descubrimiento, por llamarlo de alguna manera, me llevo a pensar que podría encontrar la manera de que aquella guarrilla, me dejara por fin romperla su espectacular culito, pues hasta entonces, tengo que reconocer que todos mis intentos habían fracasado.

Me dejaba acariciárselo, mareárselo, sobárselo, mordérselo e incluso azotárselo mientras me la tiraba, pero cada vez que sentía mi polla cerca de su ano, cerraba las nalgas con fuerza y riéndose a carcajadas me decía que ni tan siquiera se me ocurriera intentarlo. Era una verdadera tortura tener un culito como el suyo al alcance de mi polla y no poder metérsela.

Normalmente no nos quedábamos ni charlando pues tenia que irse a casa rápidamente para hacerle la cena al vago de su marido, pero una noche, después de follar, estaba frente al lavabo del aseo limpiándose mi corrida de la cara cuando la abrace por detrás, cerrando mis manos sobre sus casi invisibles pechos para empezar a pellizcarla suavemente sus sensibles y oscuros pezones al tiempo que la mordisqueaba la nuca.

-¡Para… para joder… no seas cabron!- me dijo sin hacer el menor gesto de apartarme.

En apenas unos pocos segundos pude notar como todo su cuerpo se ponía en tensión, levantándose sobre las puntillas de sus pies al tiempo que recostaba su menudo cuerpo sobre el mío, viendo a través del reflejo del espejo como empezaba a boquear de placer como un pez fuera del agua.

Por descontado, que después de follar, suelo tardar un rato en volver a ponerme a tono, un tiempo que se reduce en gran medida con una boca alrededor de mi polla. Pero en aquella ocasión, mi polla reacciono de inmediato tanto por los excitantes estímulos de la vista como por los morbosos gemidos que empezaron a llegar a mis oídos.

-¡Follame cabron… follame!- me dijo varias veces tras sentir mi polla prácticamente contra su espalda.

-¡Ponte ahí, a cuatro patas!- la dije tras apartarme un poco y echar una toalla sobre las baldosas del suelo.

Solo después de arrodillarme detrás de ella, me di cuenta de que por la diferencia de altura, seria bastante complicado metérsela, y no digamos nada follarmela.

-¡Inclínate hacia adelante y levanta bien el culo!- la dije empujando su cabeza hacia abajo, viendo como excitada, prácticamente recostaba su rostro sobre la toalla al tiempo que alzaba el trasero.

Ya estaba deslizando mi polla entre los encharcados labios de su coño cuando pose mi mirada sobre su espectacular y expuesto culito, notando como se me ponía incluso más dura solo de imaginar que se la metía.

-¡Te voy a romper el culo!- la dije, así, sin mas, con la voz ronca del deseo mientras empuñaba mi polla para colocarla justo a la entrada de su ano.

Me esperaba lo de siempre, escuchar como se reía y como me negaba lo que tanto deseaba. Pero no solo no dijo nada, si no que para mi completa sorpresa, alzo sus brazos y los echo hacia atrás para posar sus manos sobre sus prietas nalgas y abrírselas ella misma.

Para ser sincero, casi me corro de puro morbo mientras se la metía, pese a que claramente, mi polla no era la primera que exploraba aquella zona tan estrecha como deseada, viendo como retiraba sus manos de sus nalgas para deslizarlas bajo su cuerpo y empezar a acariciarse obscenamente el coño.

-¡Mas fuerte… mas fuerte… mas fuerte…!- fueron sus repetitivas palabras cuando empecé a sodomizarla, obligándome así a acelerar el movimiento de mis caderas cada vez mas rápido y con mayor rudeza.

Me gustaría poder decir que aguante como un campeón, pero seria faltar a la verdad. No creo que tardara ni un minuto en correrme en sus entrañas literalmente babeando de gusto sobre su espalda, viendo y escuchando como ella se corría poco después con varios dedos entrando y saliendo frenéticamente de su inundado sexo.

Puedo afirmar que a Mónica la gustaba el sexo anal tanto como el vaginal, pero por alguna razón que nunca llegue a conocer, solo me pedía que la rompiera el culo en determinadas situaciones y siempre de una manera bastante ruda y violenta.

Mi siguiente “lucha” con ella fue conseguir que viniera a trabajar con una minifalda. No fue porque no me gustaran y excitaran las ajustadas mallitas que se ponía casi todos los días, simplemente era por la comodidad de poder meterla mano sin tener que tener cuidado de que algún cliente pudiera verme.

Llegue a regalarla una minifalda que dejo en su taquilla del aseo durante más de un mes antes de que finalmente un día, que ya casi ni me acordaba de la minifalda, se la pusiera en mitad de la jornada. En cambio, conseguir que se quitara el tanga y trabajara sin nada debajo de la minifalda apenas me llevo media hora.

Según ella misma me había dicho muchas veces, no se ponía faldas sencillamente porque no la gustaban y no tenía ninguna. Dos semanas mas tarde ya tenia tres minifaldas mas, que se ponía únicamente en el trabajo, aunque nunca quiso darme el placer de escucharla aceptar que un servidor había tenido razón.

Durante las horas de trabajo, salvo que estuviera con la regla o enfadada conmigo por algo (como por verme demasiado interesado en alguna clienta), me bastaba colocarme detrás o incluso agachado bajo el mostrador, para que ya tendría las piernas bien abiertas esperando sentir alguna de mis manos, no siendo nada raro, que en ocasiones, se excitara tanto, que tenia que refugiarse en el aseo para masturbarse incapaz de esperar hasta la hora de cerrar.

Con el paso del tiempo y la confianza que empiezas a tener en ti mismo y en la otra persona, empezamos con juegos tan morbosos como ciertamente peligrosos, pues con toda seguridad, si nos habría descubierto algún cliente, habríamos terminado de patitas en la calle.

Había una clienta habitual, una señora mayor, que venia todos los días a comprar el pan siempre a ultima hora y que se enrollaba a charlar con el que pillara por banda como si no existiera un mañana. Naturalmente, era verla entrar y los dos nos hacíamos “los suecos”, rezando para que no nos tocara atenderla.

Una noche en la que la suerte quiso que fuera Mónica quien tuviera que atenderla, en vez de meterla mano como tenia por costumbre como preámbulo del cotidiano polvo, me las ingenie para acomodarme sobre el suelo del pasillo del mostrador oculto de la mirada de la clienta.

De entrada, me limite a hacerla cosquillas, pero al cabo de un rato se me ocurrió algo mucho mejor. Mónica, que seguía aguantando “el sermón” de la clienta, intento en vano evitar, en primer lugar, que la alzara la minifalda y después, incluso tirándome del pelo con fuerza, que encajara mi boca en su entrepierna.

Sinceramente, no se como se las ingenio para disimular delante de la clienta, pues su coño chorreaba como una fuente. Solo se, que segundos después de que se escuchara el inconfundible sonido de la puerta de la pastelería, Mónica cerro sus manos con fuerza sobre mi cabeza mientras se corría allí mismo, de pies y con todo el cuerpo temblando.

Lógicamente, Mónica quiso devolvérmela y la noche siguiente, fue ella la que se coloco delante de mi mientras yo escuchaba el sermón de aquel día de tan pesada clienta, solo que en mi caso, no intente evitar lo que os podéis imaginar, posando una de mis manos sobre su cabeza para hacerla tragarse toda mi polla, sintiendo un morboso placer mientras Mónica me la mamaba a menos de un metro de la pesadísima clienta.

Cuatro meses mas tarde, al cumplirse el año de contrato, no me renovaron.

Mónica, tres años después, sigue casada con el mismo vago y trabajando en la misma pastelería. Mantenemos la amistad y de cuando en cuando me paso a tomar un café… si esta en el turno de mañana, charlamos y bromeamos… si esta en el turno de noche, sencillamente follamos.