MÓNICA (2: Encuentros con Juan y Bruno)

Mónica continúa con sus aventuras sexuales, que la llevan a un íntimo encuentro con Bruno, no sin antes satisfacer a su marido...

Cuando llegué a casa (después de las horas pasadas con Marta y Bruno), Juan, mi marido, ya estaba acostado. Le había dejado una nota diciendo que me iba a cenar con una amiga y, de momento, no sospechaba nada acerca de la doble vida que yo estaba llevando...

Dejé correr el agua y me desnudé para darme un baño caliente; ya sin ropa recordé las caricias, los besos, los jadeos compartidos. Podía oler el perfume de Marta en mi piel, las huellas de su aliento impresas alrededor de mi boca, todavía resonaba la voz profunda de Bruno así como el recuerdo de sus grandes manos agarrándome. Me sentía cansada, turbada, pero satisfecha. Aquel anhelo de pasión, que me invadía casi constantemente había sido calmado, pero sabía que la satisfacción duraría poco; inmersa en ese torbellino de relaciones, de encuentros clandestinos, acostumbrada a que un nudo atenazara mi estómago presa de emoción por lo desconocido, era consciente de que pronto desearía más.

Me tumbé en la cama y Juan se movió inquieto, medio en sueños me preguntó qué tal había ido la cena, le dije que bien, y continuó durmiendo. Traté de relajarme, últimamente tardaba en conciliar el sueño; poco a poco me fue invadiendo un estado de calma, de paz, hasta que mis ojos fueron cerrándose. No sé que hora sería, pero me desperté al sentirme atenazada, unas manos apretaban mis pechos sobre el liviano camisón; medio inconsciente disfrutaba de aquellas caricias ansiosas y apresuradas, notaba como torpemente trataba de deshacerse de aquella prenda de ropa que le impedía alcanzar mi piel. Juan solía hacer eso muchas noches, mientras soñaba comenzaba a tocarme, a veces le retiraba las manos y él seguía durmiendo sin enterarse de nada, otras, sin embargo, le dejaba continuar y casi hasta que no estaba dentro de mí, no se daba cuenta de nada. Era muy excitante, lo más parecido a hacerlo con un desconocido, me consta que a él le provocaba la misma sensación, más de una vez lo habíamos comentado. Aquella noche no le detuve, me encantó el modo en que me lamió el cuello, detrás de la oreja, la nuca, sentía su respiración entrecortada mientras balbuceaba frases del tipo: "Eres mía", o: "Me vuelves loco". Quise ayudarle y me quité el camisón quedando totalmente desnuda, el contacto con la piel le hizo impacientarse, pegado contra mi espalda me rodeaba con sus brazos mientras sus manos estrujaban mis senos y sus dedos aprisionaban los erectos pezones. Jadeaba sonoramente, mientras restregaba su pene entre mis piernas, prodigando caricias a mis agitados labios mayores, recorriendo mi rajita de arriba abajo, frotándola, preparándome para albergarlo. Su miembro duro y erecto empezaba ya a lanzar desesperadas envestidas, él seguía durmiendo y no acertaba a introducirlo, así que salí en su auxilio y metiendo mi brazo entre nuestros cuerpos lo guié hacia la entrada de mi vagina, ya lubricada y expectante.

Fácilmente lo deslizó en mi interior, empezaba a despertarse, su modo de hablarme se volvía distinto, más cariñoso, más próximo. Mientras entraba y salía me abrazaba con fuerza, yo quería sentirlo más adentro, y suavemente, cuidando de no separarnos, me di la vuelta, quedando tendida boca abajo sobre la cama, con su cuerpo reposando sobre el mío y levanté ligeramente mis caderas, dejando el hueco justo para que pudiese introducir una mano; enseguida comencé a notar como estimulaba mi clítoris, presionando con su dedo índice trazando movimientos circulares sobre él. Con la mano que le quedaba libre retiró el cabello que me cubría la cara y accedió a mi boca besándome con avidez. No dejaba de moverse; pendiente de mis reacciones percibió como yo iba abriendo las piernas para que la penetración fuera más profunda, entonces se arrodilló, introduciendo sus muslos levemente separados debajo de mi cuerpo, dejando mi pelvis en el aire y mis costados reposando sobre él, y sin descuidar sus caricias, me tomó con violencia. A cada embestida sus testículos golpeaban mi vulva, sirviendo de tope.

Sigue... no pares... más fuerte, sigue... ya voy...

Al oírme introdujo uno de sus dedos en mi agujero posterior, multiplicando las sensaciones placenteras que me embargaban. Me encantaba sentirme penetrada por ambos orificios y me dejaba hacer, disfrutando de sus caricias. Quería llegar al clímax con él, alcanzarlo juntos. Contraía mis músculos vaginales para que disfrutara más intensamente a lo que respondía moviéndose cada vez más deprisa. Una oleada de placer comenzó a invadirme, y no pude evitar gritar mientras Juan daba las últimas envestidas, descargando en mí toda su esencia.

Tras acabar, volvimos a colocarnos de lado; acurrucados nos tapamos con las sábanas y

pronto quedamos dormidos, esta vez sí, para el resto de la noche.

La mañana siguiente llegué tarde al hospital, apenas cinco horas de sueño no habían sido suficiente para reponerme de aquella intensa jornada. Ya en la consulta los pacientes se fueron sucediendo. Eran las diez y media, mientras disfrutaba de mi habitual parada para almorzar, cuando mi móvil comenzó a sonar, el número me era desconocido pero contesté.

¿Diga?

Hola Mónica. Soy Bruno. ¿Qué tal estás?

La verdad, un poco cansada, no he dormido mucho – contesté sorprendida.

Ja, ja, ja – rió divertido -, creo que tuvimos una tarde movidita.

Así es...

Supongo que te estarás preguntando el motivo de mi llamada. Quería comentarte un par de cosas. La primera es que el sábado es el cumpleaños de Marta y damos una pequeña fiesta en casa. Nos encantaría que vinieses ¿Qué me dices?

Bueno – dudé un poco -, había quedado con unas amigas, pero está bien, será un placer acudir.

Me alegra escuchar esa respuesta, no esperábamos menos de ti – se quedó un momento en silencio antes de continuar -. Lo segundo que quería comentarte, era pedirte un favor. Como pude observar ayer, Marta y tú debéis usar la misma talla... había pensado comprarle un vestido como regalo y quería pedirte que me ayudaras a elegirlo ¿Te vendría mal que quedáramos esta tarde?

Su proposición me dejó descolocada, yo que había respondido al anuncio por llevar a cabo mi fantasía de estar con una mujer, sin esperarlo, me había encontrado haciendo un trío con una desconocida y con su marido, y ahora, apenas doce horas después de nuestro encuentro, este hombre me estaba llamando y proponiéndome vernos. Creía que mi aventura se iba a quedar ahí, una tarde de placer y punto, sin embargo, debo admitir que yo también me había quedado con ganas de más. Bruno me resultó muy atractivo y en presencia de Marta no había querido que se notase, a pesar de haber estado tan íntimamente unidos (me estremecí al recordarlo), ni siquiera nos habíamos besado. Me excitaba mucho la idea de estar a solas con él y decidí seguirle el juego.

Esta tarde estoy libre, así que no veo inconveniente.

Fantástico – su voz sonó complacida - ¿Paso a por ti?

No, no hace falta, quedemos en un sitio – la idea de darle mi dirección no me parecía prudente.

Como quieras. Había pensado ir al Corte Inglés del centro ¿Quedamos en la puerta a las siete?

Vale, allí estaré.

De acuerdo entonces. Hasta luego.

Eran las siete menos cuarto cuando me desperté sobresaltada, tras volver del trabajo me había quedado profundamente dormida, así que apenas tuve tiempo de ponerme una escueta minifalda y una camiseta de tirantes, y salir corriendo a su encuentro.

Ya de lejos pude distinguirlo, no fue difícil dada su sobresaliente estatura; iba vestido con un pantalón de pinzas y una camisa, bajo la que se marcaba un torso fuerte y bien definido. Mientras lo observaba vi como sus labios esbozaban una sonrisa al reconocerme y hasta que no estuve frente a él no apartó sus ojos, recorriendo mi cuerpo centímetro a centímetro, haciéndome sentir enormemente deseada.

Estás preciosa.

Gracias – sentí como me sonrojaba.

Tomándome por la cintura depositó dos lentos besos en mis encarnadas mejillas y me propuso ir a tomar algo antes de comenzar las compras.

Subimos a la última planta de la tienda donde estaba la cafetería y nos dirigimos hacia una apartada mesa. Me sentía turbada ante su presencia, él lo notaba y disfrutaba observándome, alimentando aquella sensación en mí. Su mirada se posaba alternativamente en mis labios, en mis ojos, en mi cuello, bajaba por la camiseta donde mis pezones se marcaban descaradamente excitados, y volvía a subir hasta mis ojos, posando en ellos los suyos, reflejando un brillo especial, inundados de pasión contenida.

Sin dejar de mirarnos oímos como el camarero nos preguntaba qué íbamos a tomar, a lo que respondimos rápidamente, deseando que se alejara lo antes posible. Sentados uno al lado del otro nuestras piernas se rozaban provocando pequeñas descargas a cada contacto. Nuestro lacónico discurso lo decía todo, no hacía falta más, romper aquel delicioso silencio hubiera sido una ofensa, sin embargo la tensión se iba tornando insostenible hasta que él tomó mi mano y la dirigió sin pudor hacia su sexo, mostrándomelo duro y erecto bajo el pantalón, después volvió a guiar mi mano hacia su rostro dejándola ahí, temblorosa pero atrevida y que ya libre de su influencia extendía sus dedos acariciando con ellos el contorno de su carnosa boca, el tacto de su rasurada barba, el pronunciado hueso de la mandíbula, la piel escondida bajo el cuello de su camisa... Esta vez la presencia del camarero sí nos sobresaltó, y nos separamos dejándole depositar en la mesa lo que habíamos solicitado.

Tomé mi té a pequeños sorbos, mientras él apenas tocó su bebida.

¿Vamos?

Asentí con la cabeza y nos levantamos, bajamos hasta la primera planta donde estaba la ropa de mujer y comenzamos a mirar atrevidos vestidos; las dependientas nos dejaban hacer, acaparadas por multitud de clientas que reclamaban sus servicios y sin interrupciones nos hicimos con más de cinco vestidos que habían sido del agrado de ambos, aunque si bien es cierto, él me dejaba elegir a mí, dando el visto bueno si yo le mostraba alguno que me gustaba.

Cargados nos dirigimos hacia los probadores, ocupando uno que había al fondo, más grande que los demás y provisto de un cómodo sillón, en el que él tomó asiento rápidamente.

Bajo su atenta mirada comencé a desvestirme hasta quedar sólo cubierta por un pequeño tanga. Los vestidos reposaban sobre sus muslos y uno a uno comencé a probármelos mientras él elegía uno de ellos, blanco y escotado como regalo para Marta. Otra vez desnuda me pasó el último, un espectacular vestido rojo con la espalda descubierta hasta la cintura y una abertura lateral que subía hasta el muslo, al vérmelo puesto lanzó un silbido de admiración y se abalanzó sobre mí como un animal en celo. Pese a mi 1,70 de estatura, con sus casi dos metros y doblándome el peso, la imagen que me devolvía el espejo era desproporcionada, mi cuerpo se perdía entre sus brazos morenos como el de una muñeca de porcelana, pero él me abrazaba suavemente, consciente del delicado material que manipulaba. Apasionado, tomó mi rostro entre sus manos y fundió sus labios con los míos en un profundo beso, haciendo un barrido por mi boca con aquella ancha lengua con la que la pasada tarde propinaba lametazos en mi ano. Yo respondía hambrienta y entrelazaba la mía deseando llegar a lo más adentro de él, recorriendo toda su cavidad húmeda y caliente, desbordante de saliva, saboreando aquel cálido aliento. Sentía la dureza de su miembro palpitando sobre mi vientre y cómo una de sus manos bajaba por mi espalda introduciéndose bajo el vestido. Con la palma de su mano recogía la unión de mis nalgas y buscaba más abajo, desplazando sus dedos hasta la entrada de mi desbordada vagina. Con la otra mano desabrochaba el botón que sujetaba el vestido a mi cuello dejando libres mis pechos, mostrando unos pezones totalmente enrojecidos y duros, grandes como dedales, que sin dudar introdujo en su boca mordisqueando salvajemente hasta hacerme gritar. Como pude le quité el cinturón y dejé caer sus pantalones, después bajé apresuradamente el slip que le oprimía y su verga brotó rígida como una vara. Tomándome por las caderas me levantó apoyándome contra la pared y aprisionándome contra ésta con su cuerpo, hizo que le rodeara con mis piernas y empezó a penetrarme, provocándome con su primera envestida una sensación que atenazó mi estómago, presa de emoción, como si fuera la primera vez que me penetraban. Comenzó entonces un continuo movimiento, con el que a cada entrada golpeaba mi vulva, regalándole un intenso estímulo a mi dilatado clítoris. No entraba y salía en toda su extensión, sólo lo hacía levemente, dedicado a hacerme gozar, clavándomela hasta el fondo, pero apenas saliendo lo justo como para volver a frotar mi excitado botón, controlándose altruístamente. Sus manos apretaban mis nalgas sin piedad, mientras mis gritos se ahogaban en su boca, en su nuca y en sus hombros.

Bruno me estás volviendo loca. No pares por favor – acerté a musitar.

No pensaba hacerlo pequeña, quiero que disfrutes hasta que no puedas más, quiero sentir como te corres, quiero oírte gritar como una perra, quiero follarte como nadie te ha follado y que este cuerpo necesite ser mío a cada instante...

Sus palabras calaban muy hondo en mí, me excitaban llevándome a un punto mucho más allá de lo meramente físico, como un inevitable conjuro. El placer se volvía cada vez más intenso, mientras sus arremetidas aumentaban. Clavándole mis uñas en la espalda alcancé un orgasmo único, que me apartó por momentos de la realidad, del probador, de Juan, de Marta, del mundo, sólo él y yo y esa inmensa dicha que me colmaba. Cuando volví en mí ya casi no se movía, más bien me mecía, acunando mi placer, acompañándome con sus besos y sus caricias.

Él no había llegado al clímax, se había ocupado prioritariamente de mí, y ahora que me recuperaba sentía la imperiosa necesidad de devolverle el placer que me había regalado; hice que me depositara en el suelo y me arrodillé frente a su excitado miembro para comenzar a lamerlo desesperadamente, paladeando esa mezcla de sabores, sorbiéndolo con avidez. Quería demorarme al máximo, hacerle enloquecer, pero no me dejó, estaba al máximo de sus posibilidades y enredando sus manos en mi cabello guiaba mi movimiento, haciéndolo rápido y profundo. Yo avanzaba sin emplear las manos, sólo ciñendo al máximo mis labios y lamiendo con mi lengua toda su extensión, mientras le acariciaba por debajo de los testículos y volvía hasta ellos, manipulándolos con cuidado. Pronto comencé a sentir sus contracciones y cómo tomaba fuerzas para descargar toda su esencia en mi boca. Apretando mi cabeza con sus manos me hizo engullir su enorme miembro, hasta que sentí su leche derramarse por mi garganta, hecha para albergarlo...

Mientras volvía en sí limpié hasta la última gota con mi lengua y le dirigí una mirada desde abajo; su rostro reflejaba satisfacción, empapado de sudor y luchando por mantenerse en pié. Al sentirse observado me lanzó una cómplice sonrisa y me dedicó una caricia en la mejilla.

Una vez recuperados nos arreglamos frente al espejo y antes de salir, nos abrazamos sin pronunciar palabra, entre ambos había surgido algo especial que hacía costoso separarnos, pero las cosas debían seguir su curso y nos dirigimos hacia la caja para pagar el vestido de cumpleaños de Marta. Una vez allí observé sorprendida como le decía a la dependienta que se cobrara también el vestido rojo y que lo pusiera en otra bolsa. Cuando acabó de pagar, me ofreció la bolsa que lo contenía.

Te queda perfecto. Espero que lo lleves el sábado para la fiesta, simbolizará nuestro pequeño secreto.

Tomé el vestido y asentí mirándole a los ojos, esperando ya que llegara ese día, y sintiendo que eso mismo era lo que pasaba por su mente.