Monica (1ª Parte)

Para un servidor, hoy en día, no hay nada más excitante y morboso que pescar en corral ajeno... por suerte, hay infinidad de preciosas mujeres en donde la monotonía entro un día en sus matrimonios por la puerta y el amor junto con el deseo salieron por la ventana.

Era mi primer día de trabajo como dependiente y camarero en una conocida cadena de pastelerías/cafeterías. Como casi todo el mundo en su primer día, estaba un poco nervioso y también muy motivado ante la idea de conseguir por fin un trabajo fijo o al menos un contrato de larga duración.

Llegue casi treinta minutos antes de la hora de comienzo para familiarizarme con mí puesto de trabajo y recibir la información necesaria para desempeñarlo sin demasiados problemas.

Llame a la puerta varias veces antes de que apareciera con paso rápido una chica que sonriente me abrió la puerta y me invito a pasar. Me hablo durante cerca de diez minutos y no escuche nada salvo su nombre, Mónica.

Físicamente era lo que yo llamo “un llaverin”, mujeres muy bajitas, muy delgadas y teóricamente muy manejables para un tío como yo, que paso del 1´90 de estatura.

Morena, de pelo muy corto, con un pequeño tatuaje debajo de la oreja derecha y con un piercing en la nariz, pasaría sin problemas y a primera vista por lesbiana. El anillo de casada no significaba nada, ya que hoy en día, por suerte, los matrimonios entre personas del mismo sexo en mi país son tan normales como habituales.

Pero lo que realmente me impacto fue su rostro, pues emanaba simpatía y alegría por cada poro de su piel. Sin embargo no fueron aquellas sensaciones tan agradables las que me provocaron una casi inmediata erección, su rostro, sin ser ninguna belleza, también tenia la cualidad que mas me gusta y excita en una mujer. Tenía sencillamente cara de guarra.

Si alguien me preguntara que característica define a una mujer con cara de guarra de otra que no me lo parece, no sabría que contestarle, pues no hay dos rostros iguales. Las hay altas y bajas, delgadas y obesas, rubias y morenas… pero todas, absolutamente todas, tienen el mismo rasgo en común, a mis ojos, tienen cara de guarra y me dan morbo, mucho morbo.

Ocho horas seguidas compartiendo ambos el trabajo detrás del estrecho pasillo del mostrador dan para mucho. Para cuando terminamos nuestro turno de trabajo aquel primer día, ya sabia de ella casi todo lo que me interesaba saber.

Casada desde hacia tres años. Heterosexual. 27 años. Llevaba una vida muy sana pues salía a correr todos los días 10 km antes de entrar a trabajar. Tenía como mascotas un gato, tres peces y un canario. Tenía más piercings y tatuajes que los que se veían a simple vista. Su color favorito, el negro. Su signo zodiacal, como un servidor, Piscis.

El segundo día me puse dos objetivos. Por un lado sonsacarla todo lo posible sobre su matrimonio y por el otro, hacerla notar que me gustaba físicamente.

Mi primer objetivo se cumplió por completo simplemente con ponerme como ejemplo de una persona incapaz de convivir con otra. Apenas empezamos a conversar y ya me quedo muy claro que su matrimonio no marchaba como ella deseaba, pues según ella, parecía mas la “chacha” de su marido que otra cosa. Por sus descripciones, me pareció el típico tío de sofá y cerveza acostumbrado a que antes su madre y ahora su mujer, le hicieran todo.

El segundo objetivo también se cumplió sobradamente. El estrecho pasillo del mostrador propiciaba un roce de nuestros cuerpos prácticamente continuo, que en mi caso siempre acentuaba posando mis manos sobre sus caderas al pasar por detrás de ella como si pretendiera minimizar el contacto cuando realmente era al contrario.

Naturalmente la gran diferencia de altura, para los roces, era un hándicap, pero al mismo tiempo también es una ventaja. Tengo la teoría de que a casi todas las mujeres de una estatura entre mediana y pequeña les gustan los hombres altos. He tenido la suerte de follarme a verdaderas bellezas muy bajitas en las que según ellas, mi altura, fue un factor más determinante que mi labia o mi simpatía para terminar conmigo en una cama.

Y por otro lado también la forma de mirar dice mucho y según tengo entendido, mi manera de mirar es inequívocamente sexual, así que no desaprovechaba ninguna oportunidad para dejar resbalar mi mirada por su delgada anatomía, especialmente si estaba seguro de que ella se estaba dando cuenta.

Es cierto que su rostro me ponía un montón, pero no podría asegurar que el resto de su cuerpo me gustara de la misma manera. Sus pechos eran prácticamente inexistentes y de cintura para abajo no tenia ni la menor pista pues siempre llevaba unos holgados pantalones bajo los cuales era imposible adivinar sus formas.

Mi imagen de ella cambio y de que manera cuando nos cambiaron al turno de la tarde/noche. Quiero pensar que el motivo real del cambio de aquellos horribles pantalones por las ajustadas mallitas negras que nada dejaban a la imaginación fue gracias a mis insistentes miradas, pero es algo que seguramente solo es fruto de mi calenturienta imaginación.

Su pequeño, prieto y respingón culito, fruto sin duda de sus interminables carreras matinales, era literalmente una obra maestra de la naturaleza, llamándome tan poderosamente la atención que no podía apartar la mirada incluso estando el mostrador lleno de clientes, notando como me excitaba sin remedio cada vez que se lo rozaba, terminando aquel día la jornada masturbándome en el aseo para evitar el casi seguro dolor de huevos.

Tenía muy claro que Mónica notaba mis miradas y que sabía de sobra el efecto que su culito me producía, pero el hecho de no saber exactamente si su cambio de vestuario tenia algo que ver conmigo, era lo único que me frenaba de intentar algo con ella. Me faltaba un cambio de actitud, que ella iniciara al menos un juego o un acercamiento, pues si pisaba en falso, no solo perdería mi oportunidad con ella, si no que era casi seguro que también perdería el trabajo.

La oportunidad que esperaba se presento inesperadamente solo un día después, a escasos minutos de que llegara la hora de cerrar, cuando mientras me disponía a atender al único cliente, Mónica, en vez de pasar por detrás de mi como hacíamos siempre, se las arreglo para colocarse justo delante de mi, inclinándose exageradamente hacia adelante para recolocar una bandeja de pastas, notando claramente su trasero contra mi entrepierna.

-¡Estas jugando con fuego!- la comente en voz baja con toda la intención.

-¡Ya lo he notado!- me contesto risueña antes de retirarse sonriente.

Apenas se marcho aquel cliente, intente acercarme hasta ella, pero imagino que adivino mis intenciones, pues salió de detrás del mostrador para ponerse a barrer entre las mesas. Tres veces giro la cabeza hacia donde yo me encontraba recogiendo y las tres veces me “sorprendió” mirándola descaradamente.

Como siempre, yo me encargue de bajar las persianas metálicas y de cerrar la puerta, mientras ella se encargaba de apagar todas las luces excepto la del aseo que nos servía de vestuario. Hasta aquel día siempre la había esperado fuera. Pero aquel día, no.

Entre al aseo y me la encontré de pies frente al pequeño espejo, inclinada levemente sobre el lavabo y sin la camiseta del trabajo.

Creo sinceramente que me estaba esperando.

Nuestras miradas se encontraron a través del reflejo del pequeño espejo.

-¡Nunca ningún hombre me a mirado nunca como siempre me miras tu!- me dijo manteniéndome la mirada.

Avance hacia ella lentamente, simplemente para darla la oportunidad de pensárselo mejor. Si llego a pensarlo, nunca lo sabré.

Me pare justo detrás de ella y pose mis manos sobre sus menudos hombros sin apartar la vista de su mirada. Lentamente alce una mano hasta su morboso rostro para hacerla girarlo, encontrándome su carnosa boca ya entreabierta cuando me incline para deslizar mi lengua por sus labios antes de introducírsela en la boca.

Su desmedida pasión al comerme la boca, me llevo a deslizar mi otra mano hasta su vientre para deslizarla en sentido descendente hasta encajársela entre las piernas por encima de las ajustadas y finas mallitas, notando como separaba las piernas para empezar a jadear nada mas sentir mis dedos acariciándola toda la raja.

Sus manos, hasta aquel momento inmóviles sobre el lavabo, se movieron enseguida con rapidez hacia sus caderas, para empezar ella misma a bajarse las mallitas junto con el minúsculo tanga.

-¡Follame joder… follame!- me dijo de repente mientras me empujaba para apartarme de ella, terminando de bajarse las mallitas y el tanga antes de girarse para palparme obscenamente todo el paquete mirándome directamente a los ojos.

Cogerla por las caderas y levantarla en vilo para sentarla sobre el borde del lavabo no me supuso ningún esfuerzo, ya que no creo que pesara más de 45 kilos.

Ella misma echo sus manos hacia atrás para apoyarlas sobre el lavabo mientras con dificultad me sacaba la polla a través de la cremallera, viendo como separaba exageradamente las piernas ofreciéndome una completa panorámica de su pequeño y depilado sexo.

No me hice de rogar restregándosela por toda la entrepierna, simplemente me acerque, la empuñe y se la metí hasta los cojones con dos golpes de caderas antes de levantarla un poco para cerrar mis manos bajo sus nalgas y levantarla por completo en vilo, notando como cerraba sus piernas alrededor de mis caderas y sus brazos alrededor de mi cuello.

El polvo resulto uno de los más intensos que recuerdo. La expresión de su morboso rostro. Sus placenteros gritos mientras me la follaba. Sus afiladas uñas desgarrándome la piel mientras se corría. El incesante manantial que manaba de su sexo inundándome la polla. Y finalmente, de nuevo la expresión de su rostro mientras recibía las descargas de mí corrida con la boca abierta. No me había equivocado. Tenia cara de guarra y sin ninguna duda, lo era.