Momentos cotidianos 1

Es de noche y mi Amo me llama para usarme

MOMENTOS COTIDIANOS

23/11/2008. 00.20 horas

Es de noche y estoy leyendo en mi celda, la austera habitación en la que transcurre mi vida cuando estoy en casa y mi Amo no solicita mi presencia ante él, para servirle, para usarme, o simplemente para hablar. Duermo desnudo, como por otra parte estoy siempre, con el único adorno del collar de perro que rodea mi cuello. Prácticamente sumergido en el sueño, con los ojos semicerrados, pero aún con el libro entre las manos, suena la campanilla de la habitación de mi Señor llamándome. Salto de la cama y acudo a su dormitorio. Está tumbado boca abajo, con el pecho apoyado en la almohada y leyendo unos folios impresos, seguramente algún relato de TuAmo que le haya interesado especialmente. Tapado por el edredón mantiene las piernas abiertas y sin dejar de leer me señala la bolsa llena de pinzas de madera que hay en el suelo, junto a su mesilla de noche.

--Cuatro en cada teta y ocho en los huevos --Me dice, y yo procedo a obedecerle y a colocármelas --Las más duras en los pezones, --ordena sin más, y yo ya sé lo que tengo que hacer.

Despacio, como sé que le gusta, aunque mi Amo ni siquiera me mire, sumergido en la lectura de los folios como está, me coloco las pinzas bien puestas, apretando fuerte, como prefiere. Las que compruebo que son más nuevas y resultan más duras me las colocó en los pezones. Ya estoy acostumbrado y apenas me hacen daño, aunque sé que sufriré al quitármelas, sobre todo las de los testículos, que me coloco en abanico alrededor de ellos. Una vez preparado como mi Señor ha decidido voy de rodillas a los pies de la cama y me introduzco bajo el edredón intentando levantarlo lo menos posible. A mi Amo le gusta ser servido sin tener que molestarse lo más mínimo, y disfruta teniéndome así, como un simple objeto u animal sin importancia, mientras le doy placer a oscuras.

A cuatro patas recorro el colchón entre sus piernas abiertas lamiéndole suavemente con la lengua la parte interior de los muslos. Me entretengo ahí un momento, pero un movimiento de sus cadenas me indica que quiere que suba más arriba y sumerja mi cara en su trasero, busque su culo y se lo lama, chupe, absorva y ensalive hasta que se sienta satisfecho. Yo, naturalmente, no tengo en ese momento otro deseo del que servirle totalmente a su gusto, hacerle disfrutar, que es la máxima fuente de mi propio disfrute.

Al llegar a mi destino compruebo que ha colocado su sexo doblado hacia abajo y que la polla semirrecta y los huevos le asoman entre los muslos. Sólo me detengo un par de minutos en lamérselo suavemente, con lentas pasadas de mi lengua por su tronco y sus huevos bien peludos, como lo son las nalgas sobre las que me lanzo inmediatamente y la raja que las separa, en cuyo centro está, bien rodeado de pelos hirsutos, el agujero hacia el que sé que debo dirigir todos mis esfuerzos. Primero poso la lengua sobre él, haciendo círculos con la punta ensalivada sobre los bordes totalmente suaves y apretados, luego la saco completa de mi boca y le doy fuertes lametones de abajo a arriba por toda la raja. El olor acre y el sabor entre salado y ácido del sudor acumulado durante todo el día me inundan por completo. Me concentro en el olfato, el tacto y el gusto del ano de mi Señor, pues además de que así me concentro mejor en mi labor, son los únicos sentidos que tengo disponibles, encerrado a oscuras bajo el edredón.

--Tumbado –escucho a duras penas que me dice mi Amo. Sabiendo lo que me va a pasar, abandono la posición de rodillas que he mantenido hasta el momento y me extiendo sobre el colchón. Las pinzas de mis tetas y mis huevos, que de rodillas apenas sentía, se clavan ahora en mi piel con la presión y siento un dolor lacerante que me lleva a aplicarme más a la obligación de dar placer a mi Señor, a entregarme lo más profundamente que puedo.

Nada existe en el mundo exterior que no sea ese agujero que lamo y chupo con delectación. Todas las penurias cotidianas se han borrado en mi mente, todos los recuerdos, todos los pensamientos, todos los pesares. En la entrega al Amo que me domina pierdo todos los deseos excepto el de servirle, y a eso me aplico con total dedicación. Busco con la lengua los pliegues más ocultos de su ano y los lamo y relamo, en rápidos lengüetazos o en lentas y profundas pasadas con la punta, que hurga en sus profundidades, en sus recovecos más ocultos, e intenta meterse dentro sin conseguirlo. Respiro con dificultad debajo del edredón. Ensalivo y chupo su culo intentando que resulte una caricia continua, pero en algún momento debo parar a tomar aire, respirando agitado por el esfuerzo. Una de las veces, que me retraso más de lo habitual en volver a mi labor, recibo un manotazo del Amo en la cabeza que me recuerda mi obligación. Sigo entonces con mayor dedicación si puede ser, intentando demostrarle mi sumisión sin fisuras a sus deseos.

No sé cuanto tiempo me tiene dándole placer. En esa situación soy incapaz de medir el paso de los minutos y, por otro lado, es algo que no me importa lo más mínimo. Que ni siquiera me planteo. Es más, en ese momento de entrega absoluta al servicio de mi Amo me gustaría que los relojes se parasen para que durase siempre. Noto que su polla se le ha puesto dura en el proceso, pero me impide acercarme a ella y me exige seguir centrado con mis caricias en el sitio que me ha designado, en ese agujero profundo al que debo adoración.

--Fuera –me dice simplemente cuando ya se considera satisfecho.

Arrastrándome sobre la sábana salgo de entre sus piernas, sudoroso y con respirar entrecortado, sintiendo que al deslizarme se recrudece el dolor de las pinzas. Una vez en el suelo me alejo a cuatro patas hacia la puerta en dirección a mi celda pensando en lo que deberé hacer con ellas. Mi Amo deja caer con mano floja los folios en el suelo y apaga la luz de la mesilla. Cuando ya estoy a punto de salir escucho su voz medio dormida que me da la última orden de la noche:

--Dentro de media hora te las quitas.