Moldeando a Silvia. Versión apócrifa (34)

Prosigo con esta versión particular de la obra de Federico. Un saludo.

— Pues tu me dirás ¿que hacemos ahora? — Benito hablaba calmádamente mientras una sorprendida Silvia cumpliendo sus órdenes se arrodillaba ante el.

Lamentaba haberse dejado ver tanto, si se hubiera quedado en casa quietecita esto no habría pasado. Convencida de que la culpa de cuanto pasaba era suya no se atrevía a enfrentar la mirada de Benito.

— ¿Que quieres que haga? — preguntó — Por favor, no dejes que ese cabrón le cuente nada a mi hermana. Estoy dispuesta a todo, solo dime lo que tengo que hacer.

— No se, tengo que pensarlo. Si no dejamos que te cicatricen los puntos luego puede ser peor así que hay que evitar que te follen. De momento hazme un buen trabajo.

No se lo hizo repetir. Se arrodilló ante él, le abrió la bragueta y le sacó la polla que al contacto con sus manos creció y se endureció rápidamente. Comenzó a masajearsela y a lamerle la punta pero el no estaba para preámbulos. La agarró la cabeza con las dos manos y se la atrajo, hundiéndole la polla en la boca de un solo empujón. Ella empezó a chuparla con ganas, satisfecha de que por fin la pusieran en su sitio. Por fin estaba usando su boca para lo que realmente servía, no para hablar como en los días pasados. El gran tamaño del miembro de Benito casi no la dejaba respirar pero no se detuvo, siguió recorriendolo con la lengua y los labios engulléndolo por completo en cada acometida.

El lejos de darle algún respiro le apretaba la cara cada vez mas fuerte contra su paquete. Las embestidas le provocaban alguna que otra arcada y ella temía acabar vomitando. Aceleró sus movimientos hasta que sintió la cálida descarga que le inundó la boca. Benito la agarró del pelo y la separó de golpe mientras las últimas oleadas le cayeron en un ojo y en el pelo. A una señal de Benito tragó lo que le había quedado en la boca.

Se iba a levantar para ir a limpiarse pero el la obligó a volverse a arrodillar.

— Quedate ahí por si me apetece repetir. Mientras hablemos de tu futuro inmediato. Vas a ir a la cita y vas a llevar a esos tíos un regalito de mi parte.

— ¿Qué clase de regalito?

— Un poco de coca de la buena para que se hagan un par de rayas cada uno. Pero tu no la pruebes. Si te obligan finge un estornudo o algo así.

— ¿Por qué no puedo probarla? Hay cosas que prefiero hacer colocada.

— Ya. Pero es que le voy a agregar unos polvos mágicos que me han traído de Colombia. Poderosa medicina que les hará perder el sentido de la realidad en cuestión de 10 o 15 minutos. Asegúrate de dos cosas. De que se metan las rayas y de que la puerta del camión no quede con el cierre bloqueado. Y no te preocupes de mas, el resto es cosa mía.

— ¿Qué clase de mierda les vas a meter al cuerpo? Si salen mal y aparece la policía puede ser peor.

— Vamos, no es nada que les vaya a matar, solo les va a dejar una laguna mental de varias horas. Se llama escopolamina y por acá la conocen como burundanga. Mientras estén bajo sus efectos serán como zombis que harán todo lo que cualquiera les ordene. Me has oído bien: cualquiera.

— Joder. Entonces ¿vas a aparecer por allí?

— Pues si, y con una buena cámara. Les tomaré unas fotos y unos videos de las mariconadas que les voy a obligar a hacer. Por si acaso luego se acuerdan de algo y se ponen tontos.

Silvia soltó una carcajada con ganas. Se imaginaba la escena y se alegró de que por una vez no fuera ella la chantajeada. Sin que Benito se lo pidiera le agarró la polla y empezó con la segunda mamada intentando aguantar la risa al menos mientras tuviera la boca llena.

Alberto pidió su segundo gin-tonic sin mas compañía que sus preocupaciones y el camarero. Aunque no era la primera vez que Jorge no le hacía caso, las cosas estaban mucho peor de lo que se imaginaba. Hacía días que no aparecía por la oficina y después de varias llamadas y e-mails sin respuesta por fin la noche anterior le había localizado en el móvil.

— Jorge, soy Alberto. Hace días que te estoy intentando hablar. ¿Por donde andas?

— Pues por ahí gozando de la vida. Si, ya se que no voy mucho al trabajo últimamente pero creo que a mi jefa no le importa. Dime Alberto ¿por qué me has llamado exactamente?

Es verdad ¿Por qué le estaba llamando? Las cosas estaban muy claras, se repartían a Silvia y cada uno podía hacer en su tiempo lo que le diera la gana. Decidió por tanto ir al grano.

— Ya lo sabes. Me preocupa el extremo al que estás llevando las cosas. Ya se que tienes todo el derecho del mundo pero esto puede acabar muy mal.

— Creo que ya soy lo bastante mayorcito para que te preocupes por mi. Mas me parece que te estás preocupando por ti mismo. Si de verdad te da tanto miedo disfrutar del éxito total de tu propia idea, puedes retirarte y dejarnos a los que queremos seguir. Si te quedas fuera no te salpicarás en el remotamente hipotético caso de que nos denuncie.

— Sabes que no puedo hacer eso. En fin, sabía que no te bajarías del burro. Por cierto, Silvia vuelve el Viernes del pueblo. Ya sabes que desde el Sábado le toca a Quique durante una semana y luego a ti.

— Eso es. Y antes de que me preguntes ya te contesto yo. En cuanto la tenga me la voy a traer al puti-club. Ya lo tengo hablado con Carlos. Y ni siquiera creo que me la folle. Simplemente no me apetece. Tengo mucho ganado para escoger.

— ¿Has dicho "traer"? ¿O sea que estás allí ahora?

— Pues si, se ha convertido en mi segunda casa. Que coño, en la primera. Entre los acuerdos a los que he llegado tengo barra libre con todas las putas de la casa. Y también con las bebidas por supuesto.

Aquello acabó de convencer a Alberto de que estaba hablando con un maníaco esquizofrénico al que no podría convencer con ningún argumento lógico.

— Algo así me imaginaba. Por cierto, el Sábado le tengo preparado algo en la oficina ¿quieres venir?

Aunque Jorge ya no confiaba en Alberto, sabía que sus iniciativas eran las mejores. Eso no se lo perdería.

— Vale, iré. A ver si me acuerdo del camino. Por cierto, si tienes un rato pásate por aquí, hay un mundo de placeres a tu alcance. Yo invito.

— Creo que de momento voy a llevar una vida de asceta. Hasta el Sábado.

Pagó sus copas y se fue para casa. Pero a medio camino pensó que mejor sería comprobar el terreno en el que se estaba moviendo Jorge. Decidió aceptar la invitación y se fue para el club.

Al llegar, divisó el coche de Jorge en el aparcamiento. Entró y en cuanto sus ojos se acomodaron a la luz tenue pudo ver el paraíso carnal que se le ofrecía. Había todo tipo de chicas, morenas, rubias, mulatas, asiáticas, delgadas, macizas… era fácil comprender que Jorge prefiriera estar aquí antes que en ningún otro lugar.

Se sentó en la barra y pidió cerveza. Enseguida se le acercó a darle la bienvenida una morenita de cuerpo esbelto con medidas proporcionadas salvo las tetas, algo mas grandes de lo que correspondería. Llevaba un top apretado y enormemente escotado que dejaba ver las tetas hasta la mitad de los pezones que amenazaban con salirse a cada movimiento. De cintura para abajo una lycra naranja que marcaba todas sus curvas y unas botas hasta los muslos que le trajeron a la memoria el atuendo que le habían impuesto a Silvia en un pasado que ahora aparecía como muy remoto.

Le preguntó si podía sentarse y sin esperar respuesta lo hizo sobre las piernas de Alberto y puesto que este no la rechazó empezó a restregarle el culo contra el paquete que notó mas duro cada vez.

Alberto la cogió suavemente por las caderas y le dijo:

— Tal vez mas tarde guapa. Pero ahora estoy buscando a un amigo.

— Bueno, pues aquí solo vas a encontrar amigas. ¿Eres gay?

— No, no es eso. Mi amigo se llama Jorge ¿lo conoces?

— ¿Y quien no? Le gusta probarlo todo y yo también me lo he calzado. Pero se ha encoñado con una cubanita que llegó hace una semana y casi no sale de su habitación. Así que es tu amigo. Entre nosotros te cuento que folla bastante mal. Y tú ¿Qué tal lo haces?

— Nada del otro mundo, me defiendo no mas. Por favor, ¿podrías avisar a Jorge de que Alberto le está esperando?

— Ya veo, tienes prisa. Vale encanto, ahora le llamo.

Se levantó, le agarró el paquete con una sonrisa pícara y se alejó meneando el culo de la forma mas provocadora que pudo.

Al cabo de unos minutos apareció Jorge despeinado y con la camisa abierta.

— Tío, que sorpresa. No pensé que fueras a venir de verdad. ¿Quieres otra cerveza?

— Solo si sirve para reconciliarnos. No te preocupes, prometo no intentar convencerte de que no alquiles a Silvia pero no quiero perder un buen amigo.

— De acuerdo compañero — dijo Jorge dandole un abrazo — por los viejos tiempos. Salud.

— Salud. Veo que estás en la gloria. No se que me han contado de una cubanita.

— Ya veo. Ha sido Patricia ¿verdad? Tiene la lengua muy larga y eso es bueno para su oficio pero en otro sentido. Hace unas mamadas que son una maravilla. ¿Quieres probarla?

— No estaría mal. ¿Porqué no nos hacemos un trío ella y mientras me cuentas como te va? Eso si la cubana te deja, claro.

Jorge rió la ocurrencia.

— Pues claro que si, y si no le gusta que se joda.

Con una seña llamó a Patricia que se acercó enseguida.

— Nena, a mi amigo y a mi nos sobre un poco de leche. ¿Crees que podrás tomártela toda?

— Por supuesto don Jorge — respondió dijo mientras se sentaba encima de las rodillas de Alberto y le decía — Así que seguimos donde lo dejamos ¿verdad cariño?

Alberto se la atrajo apretando el paquete contra su culo mientras con la mano libre le tanteaba el coño por encima de su malla. Jorge la agarró por el cuello y le dio un morreo con sabor a cerveza. La puta se recompuso un poco y les dijo:

— Bueno chicos, ¿queréis que vayamos a una habitación o me vais a clavar aquí mismo?.

— Ni lo uno ni lo otro. Vamos a una mesa. Luis, nos pones un par de especiales.

El camarero cogió la coctelera mientras Jorge, Alberto y Patricia fueron a una mesa en la esquina del local. Alberto y Jorge se sentaron en dos sofás en ángulo de 90º. Patricia se puso entre los dos. Metió una mano en los pantalones de cada uno y les empezó a masajear la polla con la destreza de una profesional. Alberto le bajó el top dejando al descubierto sus dos preciosas tetas. Rápidamente se las empezó a amasar y lamer mientras Jorge le metía la mano entre las piernas.

— ¿Cómo lo ves Alberto? Estando en mi terreno te será mas fácil comprender mi posición.

— Desde luego, yo en tu lugar probablemente haría lo mismo. Además ya te he dicho que no voy a intentar convencerte de nada.

— Pues nada, que siga la fiesta.

Patricia cambió de posición acercando la cara a la entrepierna de Alberto y dando el culo a Jorge. Abrió la bragueta de Alberto, le sacó la polla que ya estaba crecida y comenzó a chuparla lamiendo lentamente la punta del capullo y bajando poco a poco hasta la base para luego recomenzar un poco mas deprisa cada vez. Mientras por el otro lado Jorge le bajó la lycra y las bragas hasta las rodillas y empezó metiéndola los dedos.

El camarero llegó con las bebidas.

— Ya veo que todo va bien. Si necesitáis algo mas llamarme.

— Gracias Luis. Dentro de un rato nos mandas otras dos ¿vale?

— ¿Es que vamos a probarlas a todas? — dijo Alberto

— Hombre, eso ya depende de ti. De momento saborea el aperitivo.

— Un gran aperitivo. Desde luego tenías razón, que bien la chupa.

— Me refiero a la copa, cachondo. Luis es el mejor mezclando licores.

— Pues un brindis por Luis.

Chocaron las copas y tomaron un trago. Patricia mientras tanto mas abajo tomó otro trago. Se incorporó relamiendo las gotas que le habían quedado en los labios y tomó un trago del cóctel de Alberto. Entretanto Jorge la ensartó de un golpe que la hizo derramar el trago encima de la polla de Alberto.

— Mira lo que haces gilipollas — le gritó Jorge sin dejar de bombear — Venga, no te quedes así y limpia lo que has manchado.

Ella se puso a lamer los restos al ritmo que Jorge le imprimía desde atrás. Un poco después Jorge sacó la polla, la agarró por los hombros, la hizo dar media vuelta y sin que tuviera que pedírselo Patricia terminó haciéndoselo con las tetas morenas que con la descarga de leche quedaron un poco mas pálidas.

— Has estado bien. Tus cubanas son excepcionales. Anda, ahora vete, lávate y a trabajar — añadió dándole una cariñosa palmada en el culo.

Patricia se fue mientras los dos hombres quedaron tomando su copa y hablando de los viejos tiempos y de los nuevos. Alberto trató de informarse sin que se notara de todos los detalles que pudo acerca del club, su dueño, y las chicas, especialmente aquella de la que Jorge se había encaprichado. Un rato después llegaron otras dos putas, les cogieron de la mano y les llevaron a una habitación.

El Viernes por la mañana Benito se levantó con mejores ánimos. Javier y sus amigos se habían ido con el rabo entra las piernas y no habían vuelto a aparecer por el pueblo en todo el día. Y por si fuera poco las noticias que le había dado Alberto sobre Jorge y su cubanita le habían hecho madurar una posible solución a sus problemas. De momento prefería ser cauto y no decirle nada. ¿Para que si podía solucionarlo sin su ayuda?

A media mañana hizo la llamada que le podría despejar las dudas.

— Consulado de Cuba, dígame.

— ¿Me hace el favor y me comunica con el Señor Orlando Valdivieso? De parte de Benito.

— Con gusto. Le paso.

Después de un rato en espera oyendo una música que recordaba pasadas gestas revolucionarias, reconoció la voz de su amigo aunque mas apagada de lo que recordaba.

— Hey compadre, ¿Cómo me le va?

— Muy bien ¿Qué tal están las cosas en ese pedacito de Cuba?

— Pues vamos haciendo, ayudando a los compañeros que cada día tienen las cosas mas difíciles. Pero dime, hace años que no sabía nada de ti. ¿Cómo está tu familia?

— Pues siguen allá, jodidos pero contentos. Pero no te llamo por eso.

— Ni tampoco me llamas solo para preguntarme por mi salud ¿cierto?

Benito sonrió como un colegial al que acaban de coger en una travesura.

— Cierto, hay algo mas. Es una duda legal que tengo y se me ocurrió que tal vez tu pudieras despejarla.

— Pues cuéntame.

— Querría saber que ocurriría si la policía descubre a una menor cubana indocumentada.

— Uff. Pues depende. En principio se iniciarían los trámites de repatriación. Pero si es menor habría necesariamente que contactar con sus padres. Si eso no fuera posible, entre tanto ingresaría en un centro de menores. Y en la práctica si pasa el tiempo acabaría por quedarse. Se le buscaría una familia de acogida y de no ser posible pasaría a los Servicios Sociales de la Comunidad de Madrid o de donde viva. Pero no me digas que a tus años te has enchochado con una peladita. Eres demasiado joven para eso.

— No, es otra cosa. Digamos que es una familiar de un buen amigo en situación apurada.

— Digamos que es eso y si no lo es me da lo mismo. Tu sabrás lo que haces.

— Verás, en realidad ni siquiera estoy seguro de que sea menor. Pero si no lo es, será por bien poco.

— Vaya, pues eso ya es un problema ¿no te parece? ¿Le has preguntado la edad?

— Pues sucede que se le ha olvidado de su edad, así como su número de pasaporte y de que país viene. Creo que este tipo de amnesia está muy extendida entre los indocumentados.

— Ja, ja, ja, si, creo que si. Bueno, pues si insiste en que es menor, la policía intentará comprobarlo. Y para eso nos llamarán a nosotros. Ya veo por donde vas. El que tiene que firmar los certificados de nacimiento que yo le pongo en la mesa, es el Cónsul pero ni siquiera los lee. No me será difícil "equivocarme" en uno o dos años. Pero espero que te quede meridianamente claro que me debes una y bien grande.

— Eso ni se duda. Y sin que sirva como pago de favores ¿Por qué no quedamos esta noche para cenar algo sabroso? Así podremos conversar un rato largo. Iré con mi chica para que se te despejen las dudas. Es española y mayorcita.

— No dudo de ti compañero. Pues yo llevaré a mi mujer, así que platiquen entre ellas y nos dejen un rato en paz. ¿Qué tal a las diez en La Olla Camagüeyana? Hoy tienen un ajiaco de res bien bueno. Aparte de la carta claro.

— Ok, está bien, hasta luego entonces.

Benito se tomó el resto de la mañana para terminar los preparativos del viaje madurando poco a poco su idea. No le diría nada a Alberto ya que no estaba seguro de que le fuera a apoyar. La apuesta era muy arriesgada pero si salía bien se librarían del principal nubarrón en su horizonte. Y tenía sobradamente con que pagar tan alto favor a su amigo que recordaba sobre todo por lo putero y mujeriego que había sido en su juventud. Era difícil que el matrimonio le hubiese cambiado tanto.

Después de comer, recogió a Silvia y se puso en camino hacia Madrid.