Moldeando a Silvia (Capítulo 39)

Joven empresaria es convertida mediante el chantaje en una esclava sexual

ADVERTENCIA

Esta obra contiene escenas de sexo no consensuado, sadismo, humillación, dominio y está orientada a lectores adultos. Si este tipo de cosas no son de su agrado o de algún modo hieren su sensibilidad deje de leer AHORA, después podría ser tarde. Por supuesto todas las escenas aquí narradas son de absoluta ficción y es voluntad del autor que nunca lleguen a ser reales. Cualquier comentario será bienvenido. (Absténganse de mandarme ficheros adjuntos porque NUNCA los abro)

fedegoes2004@yahoo.es

CAPÍTULO 39

  • Tranquila, chica – La animó Quique- ¿Qué más da si lo saben dos o doscientos? Si lo saben dos, en la Era Digital, lo sabe el planeta entero, es cuestión de minutos.

Y el abismo se extendió ante ella, en forma de un suelo de brillantísimas baldosas del que era incapaz de apartar la mirada.

  • Aunque claro, admito que estos no son doscientos cualesquiera, se trata de los doscientos cuya opinión más te importa –Le dijo con tono casual, mientras la dirigía al abarrotado salón en el que repentinamente se había hecho el silencio.

Avanzó con paso vacilante, apoyada en él. La cafetería del club, otrora apacible,  se le antojó un lugar desconocido, aterrador, un mar de posibilidades en el que era imposible imaginar hacia dónde la empujaría el viento. Ninguna excusa imaginable, ni la más rebuscada, lograría explicar su presencia allí, menos de un mes después de haber muerto su padre, y con esa pinta.

La mano de Quique, dirigiéndola, le ardía en el culo, pero no podía evitar someterse a la orientación que marcaban sus dedos. A pesar de su intención de no mirar en su derredor, sus ojos se tropezaron con la mirada asombrada de Rita, allí estaba sentada a una mesa, con Pablo tomándola de la mano y Javier y Adela junto a ellos. El habitual murmullo de la cafetería volvió a su nivel normal según avanzaban, pero sintió que había cambiado de tono, ahora ella estaba en todas las conversaciones, ni el silbido de la cafetera era el mismo.

Sería el sopor del haschis, o la ansiedad de la cocaína, o sus nervios, mezclados con la excitación, pero se le antojó que el universo se abalanzaba sobre ella, las gigantescas expresiones de las caras, el ondulante suelo del club… En ese caos de sensaciones, Quique era lo único estable, y sus planes, el único lugar en el que cabía echar el ancla. Además de la eterna conveniencia de conservarlo contento, nada que pudiera hacerle era más inimaginable que lo que sucedería si simplemente la dejara sola, allí en medio, con tantas miradas recorriéndola, valorando cada detalle de su en exceso exhibido cuerpo y de su indumentaria, y ella abandonada, sin unas tristes bragas que humedecer.

Su presente era la pesadilla más excitante y perversa que jamás habría temido vivir. La mirada fija, asombrada, de don José Guzmán, presidente del club, y antiguo amigo de su familia, el mismo que increíblemente la masturbara en el Siroco, le hizo hervir la sangre por las venas y los flujos de su vagina. Ahora estaba en su terreno, no había como entonces un antifaz que disimulara sus facciones, y era imposible que en su desnudez actual no estableciera la comparación, no la reconociera. Esa certeza se disparó por su cuerpo, desbocó los latidos de su corazón y desató sus flujos. Precisamente en su vagina era donde tenía clavada la vista un pecoso adolescente que merendaba con sus padres. Supo que había visto la humedad, o quizás el cascabel que pendía del anillo del clítoris, o el del vibrador, o los pelos de su no muy cuidado coño? ¿Qué disparatada versión de la señorita Setién había visto?

La madre, tuvo que apartarle la mirada casi a la fuerza, y ella experimentó una taquicardia y un espasmo de placer, surgidos de su bajo vientre, que la hicieron tambalearse.; Quique, para ayudar, encendió el vibrador al mínimo, y el orgasmo fue inevitable, sucedió de pronto, allí mismo y tuvo que apoyarse en el respaldo de una silla para no caerse.

Miró a Quique con ojos llorosos, contempló su seguridad, su sonrisa desenfadada, la calmada naturalidad con la que vivía su triunfo, y se dio cuenta de que no sólo se apoyaba en su brazo, sobre todo lo hacía en su espíritu, en su voluntad. ¿En qué otro lugar podría apoyarse si no era en él?

  • Por, favor, apágalo, al menos aquí mantenlo apagado, soy tuya, no me destruyas, te lo suplico –Le susurró al oído.

Lo vio apretar algo en el bolsillo del pantalón e instantáneamente cesó la vibración.

  • ¿Ves lo que te decía, que lo pasarías en grande? Hagamos una cosa, mantendré apagado el vibrador mientras tú te comportes como una chica buena, y ninguna razón de peso me induzca a usarlo ¿Vale?

Aceptó sin reflexión que eso era todo lo que iba a obtener de él, y era algo, la vaga promesa que acababa de expresarle. Rita, cuchicheaba con Pablo, Javier lo hacía con Adela, los camareros la miraban directamente a las tetas, o al culo, y hasta las mujeres la observaban con el ceño fruncido. Tenía pánico del próximo segundo, pero al menos Quique, parecía contento de ella, su comportamiento no lo iba a inducir a ir más allá de sus planes, fueran estos cuáles fueran. Sus dedos le presionaron directamente en su desnudo trasero y la impulsaron a recorrer los metros más difíciles de su vida. No pudo echar a andar, se quedó petrificada. Él la miró a los ojos con picardía y cambió de estrategia, allí en medio, tomó el extremo de la cinta que llevaba atada a los anillos de sus pezones y tiró con suavidad. No pudo evitar seguirlo a trompicones, de la peor manera, sin tiempo ni de fijarse en si la tensión había deslizado el látex y dejado expuestas sus rosadas aureolas, abultadas por la excitación, a los ojos de todo el mundo y a las cámaras de todos los teléfonos móviles que en ese momento debían estar enfocándola.

  • ¡Adoro tus titubeos, y que me des motivos para “sacarte de dudas” –Dijo mirando a la cinta que pendía de sus dedos- Te divertirás, te estás divirtiendo, tu cuerpo lo confiesa por todas partes. Lo único que necesitas es una buena sesión de sexo duro para volver a sentirte tú misma.

Escasos segundos después estaba sentada a la mesa, ante la mirada atónita de los que en los últimos años habían sido sus amigos. Cerró los ojos, intentó tomarse un segundo de asueto para asumir la realidad, en el que intentar encontrar la manera de comportarse, quizás a la antigua y a la vez tan reciente Silvia que habitualmente solía sentarse allí a merendar, pero no encontró sino vacío, sino a sí misma, temblando, aterida y drogada, inmersa en su eterna batalla perdida contra su propio cuerpo, aterrorizada de estar allí, de lo desconocido que era el club, de ser y parecer una zorra.

Aceptaba adaptarse al máximo a los planes de Quique, confiar en él… Pero era una ingenua si creía  que iba a exigir de ella otra cosa que no fuera el máximo, si no lo hacía en sexo… aquel era un lugar que ni pintado para hacerlo en degradación. Y el máximo llegó enseguida, porque no le estaba permitido distraerse, observar otra cosa que la escandalosa magnitud de su humillación; el máximo de ese instante fue sentir, dislocado, el vibrador en el coño, oír el atenuado repiqueteo del cascabel que sujetaba, y tener que deslizarse lo más borde de las silla que pudo para acallarlo, con la certeza de que sus flujos habían mojado el asiento. Pero aún había algo peor: abrir los ojos para encontrarse la sonrisilla entre pícara y curiosa de Adela, a Pablo, intercambiando impresiones con Quique, a Javier, intentando apartar los ojos de los aros de sus pezones, que y lo que con creces lo superaba todo: La mirada incrédula de Rita, dura y cortante como una navaja.

Ese ambiente, se le introdujo bajo las piernas como unos dedos imaginarios que se movieran hacia arriba haciendo círculos, diseminando escalofríos, hasta arrancarle un quizás audible gemido de placer. Nunca se había sentido tan indefensa, Quique acaparaba todas las libertades y todos los poderes, incluyendo el de arrastrarla al orgasmo, con sólo girar dos dedos en el bolsillo de su chaqueta.

La normalidad de la cafetería, pareció casi restablecerse cuando se sentó, pero ella sabía que no era así, se sabía el objeto de la curiosidad de todo el mundo y el involuntario centro de todas las miradas, codiciando o maldiciendo, cada centímetro de su demasiado exhibida piel. Eran gente educada, poco proclive a dar espectáculos en público, pero la tensión flotaba en el ambiente y en especial en los camareros, que fracasaban mucho más que los demás en dejar de devorarla con los ojos.

  • Bueno, pues aquí estamos por fin –Se oyó decir a sí misma, con un tono de voz que quería ser normal, pero que surgió nervioso, apagado, y en el que flotaba la torpeza del jaschís.

  • Sobre todo tú, estás tú, por que al parecer –dijo Adela, mirando a Javier, con cara de querer matarlo-, nadie tiene ojos sino para ti. ¿Qué te ha pasado hoy, querías pasar desapercibida? Sí, vas de negro, la escasísima ropa que llevas es negra, pero la tuya es una originalísima manera de interpretar el luto por tu padre… -Dejó caer el ladrillazo sobre la mesa, con voz audible y una sonrisa irónica.

Ella entendió que inevitablemente había estallado la conversación sobre su indumentaria. Todos la miraban expectantes y era obligadísimo decir “algo”; si no lo exigieran así todas las normas sociales, el mando del vibrador todavía seguiría en el bolsillo de Quique. ¡Aún no se había recuperado del anterior, por muy puta que fuera, no era momento para otro orgasmo!

  • No sé –Respondió, casi con un susurro-. Supongo que tras lo de mi padre me he sentido un poco falta de afecto y me esfuerzo demasiado por no parecer tan triste.

  • Y respecto a mí –aportó Pablo con aire malévolo-, no se qué me sorprende más, si verte llegar así de “alegre”, o como la pareja de Quique, si pensaba que os caíais fatal….

Ese era un tema sobre el que, aunque le resultara increíble, no se sentía en absoluto competente para hablar, ni siquiera para aventurar la más frágil y descabellada de las hipótesis ¿Qué podía decir ella sobre su relación con Quique? Transcurrieron eternos segundos con la taquicardia a mil por hora, y no logró sino balbucear, casi acogió con alivio que el otro interpelado tomara cartas en el asunto y procediera a explicar lo inexplicable.

  • ¿Qué traigo a Silvia como mi pareja? ¿De dónde has sacado semejante disparate, de vernos llegar juntos? Pongamos las cartas sobre la mesa: Hace pocas semanas te hice una pequeña confidencia, te conté que nuestra querida Silvia me hizo el regalo “personal” de una mamada, y no sólo no me creíste sino que al día siguiente todos me miraban mal en club. En cualquier caso, la nena viene vestida así para que veáis que lo que te conté y no debió salir de tus labios, no sólo no era mentira, sino que hasta se quedaba corto. Creo que, como mínimo, me debéis una disculpa.

Y a partir del asunto de su indumentaria, tuvo que aceptar la inevitabilidad de que iba a abrirse un diálogo cordial acerca ella y sus repentinas extravagancias, del que cualquiera sabía qué iba a salir. Ya no podía resistirlo más, sentía los pezones hinchados, suplicando ser mordidos, casi desbordándose del látex, su vagina lubricando a destajo, con la eterna amenaza del vibrador insertado en ella y la misma e irrefrenable necesidad de polla de siempre, de que todas aquellas crecientes humillaciones culminaran cuánto antes en una sucesión inagotable de orgasmos.

  • Bien, supongamos que ya nos hayamos enterado todos de que lo del regalo de la célebre felación fue verdad, y hasta de que, de tapadillo, nuestra Silvia sea una chica tan “liberal” como sugieres, pero existían mil maneras más discretas de sacarnos de nuestro error, eso no te justifica el hecho de traerla, con esa pinta, y montar aquí este espectáculo –Aportó Rita, sugiriéndolo todo, aunque sin involucrarse en matices verdaderamente personales.

Ella sólo pudo ser testigo de cómo la tensión crecía por segundos, su sola presencia allí, en ese estado, era una bomba de relojería; por mucha educada indiferencia que la gente quisiera aparentar, los camareros y la mayoría de los hombres buscaban cualquier excusa para echar una mirada en dirección a su mesa, y el volumen de las conversaciones se mantenía bajo, como si todo el mundo quisiera tener oídos en la conversación. Y Rita… la aportación de Rita, con la mano de Pablo bien sujeta en la suya, iba a ser la más demoledora de todas. Rita, su antigua amiga y competidora, quizás herida, pero triunfante hasta un extremo que ni ella misma podía concebir, que acaso ninguna de las dos concebía. Aquello no era una reunión de amigos, claro que no, era un tribunal en el Quique ejercía de fiscal, abogado defensor y juez, un juez prevaricador que estaba a punto de dictar sentencia, de disponer de su cuerpo y de sus sentimientos como casi siempre para lo peor.

  • Un momento, no tan deprisa –Replicó Quique-. Sí, es cierto que meses atrás tuve un tonteo con Silvia ¿pero ahora qué pasa, tengo que cargar para toda la vida con ese error, que soy el responsable de que se presente aquí prácticamente en pelotas? Hasta donde sé, tiene vientres años, ya es mayorcita… Y precisamente la dejé cuando supe hasta qué punto la chica era de “vagina inquieta”, que a mis espaldas se estaba follando a la mitad de los empleados de su empresa. Y no me salgáis ahora con más desconfianzas, que lo puedo documentar, tengo en el móvil hasta los vídeos que grababan.

  • Pues con eso bastaba, con mostrarnos los vídeos –Contestó Rita, airada-, y dejar esto entre nosotros. Apareciendo con ella así, no sólo la pudres a ella, te pones en entredicho tú, y nos salpicas a todos.

  • Insistes en lo mismo, en responsabilizarme a mí de la forma de vestir de esta zorra -Argumentó Quique,  echándole una mirada despectiva-, pero yo no quería que viniera, le ofrecí otras opciones de estar conmigo. Y sí, le sugerí que se vistiera así, pero fue un experimento descabellado, no pensé que fuera capaz de hacerlo, y si lo hacía, tampoco estaba seguro de que fuera tan mala idea que le diera de una vez la cara a la vida, que se atreviera a aparecer tal como es, aunque significara romper con todo.

Silvia sintió que aquel era el auténtico final de su vida. Ya nada, en ninguna parte, volvería a ser como antes, el control de su presente y el de su futuro estaban definitivamente perdidos. Era injusto Lo que Quique había hecho, había confiado en él, y cumplido cada una de sus exigencias. No merecía aquello ¿Con qué inimaginables ojos iba a mirarla Rita en lo sucesivo? Esa era la peor de sus humillaciones, exhibirla así, ante tanta gente de su mundo. ¿Qué consecuencias inmediatas podía tener todo aquello? Y además era mentira, una sarta de mentiras lo que había explicado sobre “su relación” ¿O no lo era? Al menos había otras verdades paralelas más relevantes. Sus intenciones eran otro abismo al que la aterraba asomarse, aquello le recordó al momento en que se le ocurrió la genial idea de presentarla a Pablo como su puta, mientras le sobaba las tetas ¿Qué pretendía ahora, entregarla abierta de patas a todo el club?

  • ¡Ment….! –Quiso gritar, pero el piercing le chocó imprevistamente contra los dientes y se vio interrumpida por una intensísima oleada de dolor en la lengua-. Es injupfto…. – Y se calló bruscamente, experimentando una honda sensación de ridículo, sintiendo cómo el rubor ganaba terreno, se extendía por toda su anatomía hasta cerrarle la garganta y cubrir sus mejillas de un rojo intenso.

  • ¡No jodas! ¡Pero si te has puesto un clavo en la lengua! –Exclamó Pablo, sin poder parar de reírse-. Eres una caja de sorpresas y la cosa está empezando a calentarse, creo que es un buen momento para ir al baño.

La tensión estalló entre ellos en forma de una carcajada generalizada, que enseguida se extendió a las mesas vecinas, diluyéndose en rumores y risitas de soslayo.

  • El bueno de Pablo se va para el baño –soltó Quique, como de pasada-, no quiere que le “salpique” esta agradable charla, pero él, que tan dicharachero fue a la hora de divulgar otras cosas, se olvidó de contar el modo en que descubrió que cuánto le había dicho era cierto, o lo muy a fondo que se cercioró de ello.

Bajó la vista, intentando ocultar dos lágrimas que rodaban por sus mejillas. El vibrador, repentinamente, empezó a saltar dentro de su coño y ella recordó que no le estaba permitido aislarse, de lo que no cabía duda era de que Quique la había llevado allí para que socializara, y hasta el más intimo y reciente de sus secretos había quedado al descubierto. Ni siquiera sabía si desear que materializara todas las amenazas latentes, que encontrara el modo de ponerla a follar de una vez. Le dirigió una enésima mirada de súplica, que sólo sirvió para atraer su atención y que le susurrara al oído:

  • Querida, lo estás haciendo muy bien. Ahora te vas a levantar, y vas a ir detrás de Pablo, al baño de hombres.

Ella negó con la cabeza, y él le empujó la barbilla con los dedos y la obligó a mirarlo a los ojos, a exhibir también su rubor.

  • Sí, querida, vas a ir tras él, o el vibrador va a empezar a trabajar a destajo, mientras te toco y te cuento todo lo que voy a hacerte; te garantizo que haré que te corras aquí mismo cómo nunca en la vida de lo has hecho. Además, ¿qué crees que haría don Jorge si te negaras? Inimaginable ¿verdad?

Miró en su derredor, aparentemente nadie había oído sus palabras; Rita y Javier, con tono casual y aún mostrando la sonrisilla provocada por el “adorno” de su lengua, estaban enfrascados en una animada conversación acerca de la conveniencia de establecer unos límites a la ola de liberalidad que últimamente estaban padeciendo… Ella allí era una extraña, una apestada, y si alguna vez volvía a estar en esa mesa, sin duda alguna sería sobre ella. Y casi preferiría verse físicamente sobre ella, usada y manoseada por todos, a ver lo que había visto, ver viviseccionada su intimidad y esparcidas a los cuatro vientos todas sus miserias. No podía pensar, sólo dudar era posible, o quizás sentir, sentir sus flujos resbalar por sus muslos, la respiración entrecortada, las conversaciones, las miradas de reojo… Sólo podía oír el caos de su mente, embotada por el jaschis y la cocaína, tejiendo fantasmas, pesadillas que arrojar sobre el próximo minuto, eso, y la despótica voz de Quique, ese gusano que usaba de ella como de una marioneta de carne.

  • ¿Vamos? -Preguntó con suavidad, como si le diera igual lo que hiciera, sin que su voz delatara ningún matiz de inquietud o apremio.

Y ella se levantó como a un autómata, porque tocaba levantarse y seguir a Pablo, porque cualquier otra cosa que hiciera sería igual de mala. Ya sospechaba ella que no saldría del club esa tarde sin practicar sexo, lo que no imaginó era que dentro del espectáculo de traerla así, fueran a incluir otro, el de que ella saliera corriendo, medio desnuda por la cafetería, persiguiendo a Pablo al interior del baño de hombres.

Hacerlo fue difícil, sobre todo cuando, como por casualidad, simultáneamente explotaron los flashes de varios teléfonos móviles con propietarios osados. Naturalmente, las medias, el liguero, y los trucados tacones impedían toda elegancia, y estos, además imprimían a su cintura oscilaciones que le haría perder el equilibrio intentar evitar. No, ya había sufrido bastante, la mejor manera de recorrer aquellos metros en el ajedrezado suelo del club era volando, dejándose llevar por el flautista de Hammelin, por los escalofríos de su entrepierna, por el olor del Pene de Pablo, por el sabor de su semen. Poco había durado la despedida, ahí lo tenía, cabreando adrede a su amada Rita, por darse el gustazo de echarle un polvo rápido. Ella era mucha mujer, casi nadie se iba a despedir con facilidad, ni deprisa.

Porque Pablo habría sido informado por Quique, sabría que iba a correr tras él ¿O no? ¿Qué otra cosa podría ser? Se dio cuenta de que no estaba segura, más bien no lo sabía, porque ni siquiera había llegado a preguntarlo. Pero ya tenía la mano en el picaporte equivocado, o en el correcto, y no supo hacer otra cosa que entrar, casi con alivio, porque dejaban de tocarla todas las miradas y probablemente dispondría de un segundo consigo misma, con Pablo.

Él estaba de espaldas, fumando ante la ventana abierta, y no se giró, tuvo que entrar del todo hasta alcanzar la hilera de urinarios y probablemente el sonido de sus tacones lo alertó. Se dio la vuelta rápidamente y se quedó espantado, mirándola con incredulidad.

  • Pero se puede saber ¿qué hostias haces aquí? ¿Estás loca? ¿Qué quieres, que Rita rompa conmigo? Ni aunque lo hiciera, estaría por eso con una zorra como tú, lo sabes ¿Verdad?

Ella creyó que se le paraba el corazón y se desplomó de rodillas.

  • Yo…. Quique me lo ordenó, y pensé que lo sabías…,  que te había apetecido de pronto una mamada rápida, o algo así, no sé –Balbuceó, con su cara más angelical y viciosa.

  • Ja, ja, ja, ja, -Estalló Pablo, te lo tragaste, como te tragas tantas otras cosas-. Naturalmente que estamos de acuerdo y que eres bienvenida, sólo se trata de un pequeño experimento que quiero hacer con Rita, aunque en cierto modo te concierne…

Ella, respiró aliviada, fuera lo que fuera lo que se traían entre manos, todo estaba dentro de sus planes, eso le permitía dejar afuera el murmullo del salón, dejar fuera el futuro y concentrarse en abrir la abultada bragueta de Pablo, en forcejear con la cremallera, para tener cuanto antes las manos libres y llevárselas a la entrepierna, y averiguar si el vibrador podía ser accionado manualmente. Esa era otra cosa que tampoco había perdido tiempo en preguntar. Lo primero que le resultó extraño fue que Pablo no la agarrara del pelo, le gustaba tener el completo control de las felaciones, pero fue el tono de su voz el que acabó de convencerla de que algo estaba yendo descabelladamente mal.

  • Tranquila, chica, tranquila. ¡Qué hambre traes! –dijo riéndose- Ni siquiera me has dado tiempo a explicarte las reglas. A Quique y a mí nos gusta que tengas cierto grado de libertad, pequeño desde luego, pero que te permita elegir algunas cosas. Y además de eso, hemos hecho planes abiertos, en los que, incluso para nosotros, quede espacio para un poco de improvisación y de aventura, algo de frescura. Me tragaré mis palabras de despedida si me lo pides bien, y volveré a follarte, ahora sí por última vez, o lo que quieras. Únicamente hay una pequeña condición: Lo que decimos y hacemos, lo estoy grabando con el móvil y Rita lo va a ver tal cual suceda, completo, sin anuncios ni cortes publicitarios. Sabiendo esto, ya puedes mamar y divertirte. Aquí pasará lo que tú quieras que pase.

Sólo entonces reparó en que Pablo había tirado el cigarrillo por la ventana, y efectivamente la estaba enfocando con el móvil. Estaba de rodillas ante él, ante su enorme pene, apetitoso y erecto prometiéndole unos minutos de desenfreno, bajo la amenaza de que alguien pudiera entrar al aseo y ser vistos, ya se estaba tocando con ansia el anillo del clítoris, ya sus dedos buscaban sin éxito un botón que accionara el vibrador. Y el pene de Pablo, sobre todo, le ofrecía una inyección de autoestima, el orgullo de haberlo excitado tanto que se arrepintiera de su tan reciente despedida, la inmensa satisfacción de haberle robado, a él y a Rita, la oleada de amargo semen que inundaría su garganta. Ahhh, síiii, ¡¡¡Ella había pagado, había arruinado su imagen social, había entrado en el baño de hombres del abarrotado salón del club!!! Aún ignoraba el precio que iba a pagar por aquello, aunque sin duda sería horrible. ¿Iba a negarse a disfrutar de lo único hermoso que podía depararle?

  • Eso sí, querida, lo que vayas a hacer, decídelo deprisa, no vamos a llevarnos aquí media hora. Además, piénsalo, ya estás aquí, de rodillas, hablando de lo que hablamos… ¿Realmente te importa lo que Rita vea o deje de ver? De la agradable conversación que acabamos de mantener ¿no se deduce ya todo? ¿Qué hay que no sugiera?

Y se detuvo, la detuvo, mucho más que el uso del móvil (casi se estaba acostumbrando a ser grabada), la sola mención de Rita. Imaginar su cara viendo cómo le mamaba la polla a su chico, era algo que le rompía los esquemas.

  • Bahhhh, no te hagas la estrecha. ¿Cuántos vídeos de mamadas tuyas podría enseñarle ya a Rita; de acuerdo, hasta ahora no lo he hecho, pero parece razonable pensar que alguna vez lo haré ¿no? Porque puedo enseñarle lo que me dé la gana a Rita, ahora mismo al regreso, en la mesa podría mostrarle en el móvil varias horas de tus andanzas. Vamos ¿vas a renunciar a la última mamada por esa estupidez?

Se acercó unos centímetros, incluso llegó a rozar la polla con su lengua, pero al buscar con la mirada los ojos de Pablo, tropezó con la cámara del móvil. Rita no la conocía así, no podía ni siquiera suponerla así, y probablemente tampoco a Pablo; no pudo evitar echarse a atrás.

  • ¿¿¿Qué hago??? –Preguntó con tono desesperado.

  • Ya, nada –Le respondió Pablo-. Te proponía que te atrevieras a ser tú misma y a aparecer tal como eres ante la gente, a asumir las consecuencias de tus actos con orgullo de puta, pero ya veo que es demasiado para ti. No tiene importancia, también es positivo que hayas preferido conversar como buenos amigos, nos ayuda a conocernos mejor…

  • Peroooo, yo quiero –Interrumpió ella, asustada, ante la posibilidad de perder un inminente orgasmo- Sólo necesité unos segundos para hacerme a la idea.

  • No, querida, no. No te has hecho a la idea, sólo que el calentón prevalece en ti, como yo ya sabía. Pero está bien así, tendrías que verte, así de rodillas tienes una pinta enternecedora; y yo lo he pasado bien, tu cara es un poema.

Ella respondió precipitándose sobre su polla para devorársela pero, entonces sí, él riéndose, la sujetó del pelo para mantenerla alejada.

  • No, zorrita, ya es tarde. Sabes que me gusta tomarme tiempo para mis placeres. No insistas, estoy de buen humor y no me apetecería tener que levantarte del suelo a bofetadas.

Hasta tal punto se dio cuenta de que hablaba en serio, que inició la molesta acrobacia de  ponerse en pié sobre los tacones; le resultó fácil, en comparación con verse rechazada por Pablo.

  • Mientras sigas echando de menos a la Silvia de antes, mientras siga sin satisfacerte que cada peldaño que bajas como “niña bien”, lo asciendes como puta, seguiremos todos perdiendo tiempo y orgasmos. En cierto modo es una pena –Sentenció él-. Tenía curiosidad por ver si seguías tan imbécil como siempre, y acabas de demostrármelo.

. ¿Pero eso cómo puede ser, haremos “algo”, no? –Preguntó ella, asombrada de que aquello estuviera pasando. No recordaba haber sido rechazada nunca por ningún hombre, pero era eso exactamente lo que acababa de hacer Pablo.

-Sí, ya sé,  por ejemplo, podríamos llamar a los camareros y que se la chuparas a ellos. Quizás eso no te jodería tanto que lo viera Rita. Podríamos hacer cualquier cosa otro día, pero hoy ya estoy harto. ¿Sabes? Verte follar me gusta casi más que follarte yo. Va a ser muy divertido para mí retirarme a un tranquilizador segundo plano.

Incapaz de reprimirla, brotó su tristeza, la decepción se notó en cada poro de su transpirada piel. ¡¡La había rechazado de la peor manera!! ¡¡No tenía tiempo para que ella se la chupara!! Cualquier posibilidad de un orgasmo acababa de esfumarse, y su fracaso no podía ser más completo en intentar seducirlo, era incapaz de modificar ni el menor matiz de sus planes. Tuvo que apoyarse en el urinario de hombres para no caer.

  • Tranquila, chica –dijo Pablo, con ironía teñida de afabilidad- Aún estás muy verde, tienes que acostumbrarte a ser rechazada, cuánto más guarra seas, mas lo serás, todas las putas son rechazadas varias veces al día y no por eso abandonan el oficio o dejan de follar; como mucho luchan más por conseguir un nabo.

  • Te lo suplico, Pablo, no me trates así, no me dejes así. Sé que para ti no es más que otra manera de follarme, pero hay infinitas, y algunas mucho más placenteras, es lo que intento demostrarte –Se oyó decir a sí misma, sin saber de dónde había sacado la capacidad para articular palabra.

  • Estoy seguro de ello, y probaré cuántas maneras de follarte apetezca, otro día. Ahora, vas a salir ahí fuera, aunque espera un segundo.

Lo vio apretar el dispensador de jabón y no entendió qué pretendía. ¿Por qué lavarse las manos ahora? Pero no, se dejó caer un abultado chorro de espeso gel sobre los dedos y antes de darse cuenta, ya se lo había extendido sobre la cara.

  • Así es como quiero que aparezcas ahí fuera, así; es mi manera de hacer justicia. Puedes tolerar ser tan puta, verdad ¿Silvita? No importa qué cosas hagas ni con cuántos follas, lo que importa es que no se sepa. Muchas veces te salió bien, pero hoy vas a probar lo contrario, hoy vas a probar a pagar por no haber hecho absolutamente nada. -Le dijo al tiempo que le giraba la cara hacia el espejo y la obligaba a contemplarse.

Hubiera querido ser capaz de concentrarse en el alicatado, en el pulcro aspecto del baño de hombres; tener el autocontrol suficiente de no mirar la cara lívida de aquella chica, de comprobar hasta qué punto el gel era un perfecto símil de esperma. Ahí estaba ella, ante el club y ante Rita, expuesta a ser juzgada por la mamada que ni siquiera había hecho. Aunque quizás hubiera algo que aún podía hacer, quizás lo que quería Pablo era verla suplicar por su polla, grabarla haciéndolo. No pudo evitar caer de rodillas, y deshacerse en lágrimas.

  • No me dejes así –Suplicó, aferrada a sus piernas-. Será sólo un minuto, haremos lo que quieras, necesito sentir algo, que valgo algo… Necesito tu polla, dónde tú quieras meterla –dijo como regurgitando las palabras, temblorosa, exhibiendo en la cara hasta su sorpresa ante lo que acababa de pronunciar.

  • ¡Bah! –Respondió él, encogiéndose de hombros con altanería-. Era muy fácil permitir que te grabara mamándomela, como he hecho ya tantas veces. Es increíble que concederme los derechos de imagen te haya despertado tantos miedos. Pero bueno, la psicología de las chicas es un misterio, y no es la primera vez que te juras incapaz de hacer cosas que sin embargo ya has hecho.  Tú tranquila, sabes que soy comprensivo y que si una cosa no te gusta, yo estoy encantado de sugerirte otra. Sé que no es la primera vez que entras en el baño de hombres, ni que sales de él con esperma fresco en la cara; si eso es lo que quieres, semen natural, no hay problema; yo podría hacerte una especie de donación, aunque en ningún momento me tocarías, y desde luego tendrías que recogerlo del suelo con la cara. Rita no podría quejarse de que hubiera hecho nada contigo y tú tendrías semen fresco para tu debut en sociedad, todos contentos. ¿Te resulta mejor así?

No, no le resultaba mejor. Un rayo de lucidez cruzó su mente, aturdida por las drogas y el despecho, la hizo ver que Pablo ya tenía lo que quería, a ella de rodillas, con lágrimas en los ojos, humillada hasta el fondo y suplicando. Tenía de ella todo lo que quería y ya sólo le tocaba irse. Se equivocó, Notó varios goterones espesos caer sobre su pelo, resbalar hacia su frente. Y un instante después sintió cómo él la alzaba tirándole de los cabellos y la obligaba a encarar el espejo.

  • Mírate, estás preciosa ¿Verdad? ¿Quién te hubiera imaginado así, a ti que eras tan amiga del maquillaje? Y ahora, fuera, Puta; por que así te llamaré siempre cuando me dirija a ti, en privado o en público. Alucino con que alguna vez creyeras que una mierda como tú podía competir con Rita.

Ya no quedaba nada que hacer, ni que decir. Se dio la vuelta y apoyó la mano en el pomo de la puerta. Ahora tenía que reconstruirse a toda velocidad, que olvidar a Pablo, al dolor de su alma y hasta al hormigueo de su entrepierna. Tocaba volver a zambullirse el mar embravecido del salón, elaborar excusas,  si es que las hallaba. En todo caso, mejor parecer imbécil que puta, o que todavía más puta de lo que delataba el escueto traje de látex. Apenas había girado el picaporte cuando oyó decir a su espalda.

  • Tranquila, esto no es nada. Estoy seguro de que te queda mucho abismo por debajo, puedes caer mucho más todavía, y lo harás probablemente esta noche; no olvides que cuánto más bajo estás, mas enormes son los orgasmos. A todas las mujeres les gusta follar, pero lo que te gusta a ti es ser follada.

Y ella no olvidaba nada, pero tenía una capacidad limitada de reaccionar a los estímulos y la certeza de que Pablo ya no era una prioridad,  había terminado de jugar con ella.

El volumen del murmullo descendió cuando abrió la puerta. Fueron pocos los que tuvieron el descaro de mirarla directamente, pero sabía que no había nadie que no estuviera pendiente de su salida, y que hasta varios móviles casuales la estarían grabando. Se le hizo un nudo en el estómago. Flotó sobre las losas de mármol, contoneó sus caderas entre las mesas, dejando tras sí estelas de silencio, de murmullos deslavazados, entre los que se intuían palabras de las que nunca se pronunciarían en un lugar como aquel.

Reprimió las ganas de llorar, de echar a correr, de masturbarse y siguió avanzando hacia Quique, para encontrárselo amigablemente conversando nada menos que con Don José Guzmán, presidente del club, y viejo amigo de su padre. Dio un traspié y creyó que el corazón iba a parársele; para colmo de males, Rita la miraba con escandalizada incredulidad y no pudo menos que recordar el semen auténtico y falsificado que embadurnaba su cara. Ya no era una inexplicable gotita, no, era un insulto, una confesión abierta y explícita, casi un desafío lo que llevaba en la cara. En cierto modo, hacía falta mucho valor para hacer aquello allí, y quizás incluso en cualquier parte.

Su inconsciente, que no ella, absorta en el caos de sus sensaciones, decidió que era mejor posponer a don José, el más aterrador e impredecible de sus problemas, e incluso halló el gesto perfecto de indiferente estupidez, las palabras perfectas para salir del paso, para brindar a los concurrentes una salida cómoda, que no diera lugar a todavía mayores escándalos.

  • Vi mala cara a Pablo y por eso fui tras él, y no debe encontrarse bien, porque está encerrado y hace ruidos raros. Ah ¿Me miras así por esto? –Preguntó señalándose la cara-. Es sólo una pequeña broma. Como os sorprendió tanto mi cambio de look, pensé en daros un poco más de material para chismorreos; mira –dijo sacándose un poco de humedad y ofreciéndosela con sus dedos-, es simple jabón líquido.

Rita no aceptó su ofrecimiento, lejos de ello, se puso en pié con expresión gélida y le dio una tremenda bofetada. A continuación, se giró y salió con elegancia, caminando deprisa, pero sin carreras. Todos los comensales del salón, ahora en el más absoluto silencio, la siguieron con la vista a través de la cristalera, hasta que salió disparada en su Ferrari. En medio de aquella asombrada quietud, la voz de don José sonó como un trueno.

  • No es una conducta que yo pueda aplaudir la de dar bofetadas, pero al decir verdad, nadie antes aquí mereció tanto una. Me sorprende y me decepciona esto en ti –le dijo, mirándola de arriba abajo, con gesto entre admirado y dubitativo- sea esto lo que sea. Evidentemente, tienes que marcharte ahora mismo, y el sábado por la tarde vendrás a verme a mi despacho y veremos qué hacemos. Espero que exista alguna clase de explicación para tu comportamiento.

  • No hice nada –arguyó ella, casi haciendo pucheros.

  • El sábado me cuentas en mi despacho. Eso sí, exijo que vengas vestida.

¡El presidente hablaba! Toda la concurrencia consideró eso una licencia explícita para callarse y dirigir la vista hacia ellos, hacia ella. Quique no decía nada, se limitaba a observarlos, con una sonrisa entre admirada e ingenua, aunque tenía las piernas cruzadas, seguro que para disimular una descomunal erección. Y allí estaba ella, en su soledad, en su mar de silencio, objeto de todas las miradas y todavía más desnuda de alma que de cuerpo. Un escalofrío de placer palpitó en su clítoris y se extendió por su columna vertebral hasta alcanzar la base de su cráneo. Aún le ardía en el corazón y en la cara la bofetada de Rita y tenía un solo camino ante sí. Empezó a recorrerlo, sin oír más que su taconeo sobre las baldosas, sin un triste bramido de la cafetera que distrajera la atención, asumiendo el inevitable contoneo de sus caderas. Las lágrimas inundaron su rostro al comprender que la puerta de cristales que logró alcanzar, que enseguida se cerró tras ella, era la misma puerta de su empresa, de Publicidad Setién, en la que se había originado el cáncer que ahora, definitivamente y sin control, había desarrollado una metástasis en el Club. Sus dos corazones, el profesional y el social habían sido ya devorados y no tenía otro horizonte que un abismo, que las escaleras hacia el parking y su Bmw. ¡De qué poco servían el dinero y el lujo! Qué poco útil era el refugio de su flamante coche, si las llaves las tenía Quique, si iba a tener que esperarlo de pié sobre el suelo terrizo.

Allá dentro, en la cafetería, la gente conversaba, tenía amigos, la miraban de vez en cuando a través de la cristalera y seguían charlando animadamente, ni a Quique ni a don José, podía verlos por ninguna parte. Todo ello era malo, pero la silla vacía de Rita era lo más amenazador, era una loba herida, era la maldad de una mujer, la sed venganza hacia la que se folló a su hombre, y no era previsible que Pablo tuviera demasiado interés en protegerla. La sacudió un nuevo escalofrío de placer al comprender que un día no muy lejano sería el juguete sexual de los dos, y Quique seguía sin aparecer por ninguna parte.

Buscó desesperadamente un cigarrillo en su diminuto bolso y sólo encontró un porro. Maldijo esta nueva ironía cruel de sus torturadores… Fumar un porro allí… Dudó, luchó contra la necesidad de inhalar humo, pero esta acabó por imponerse. Después de todo ¿tenía ya algo que perder en el Club? ¿Sorprendería a esas alturas a alguien que ella encendiera un canuto en mitad del parking?

La primera calada logró relajarla, a la vez que exaltar todavía más sus sentidos. Follar era la única salida rápida, inmediata y fácil a aquel caos de sensaciones, de pánicos encadenados, de vértigos ante cada abismo.

Había un banco a unos veinte metros desde el que podía verse la salida y se dirigió hacia él, allí estaría menos visible, se dejó caer en él como en el mejor diván y dio varias caladas lentas a su porro. Desde el nuevo ángulo de visión, logró distinguir como Quique y don José charlaban cordialmente, y hubiera dado la vida por oír qué decían. De pronto, Quique se dio la vuelta y se encaminó directamente hacia la puerta. Un segundo después la estaba buscando con la mirada y corría hacia ella, sonriente como un niño chico. Se levantó y casi se cruzó con él, pues echó a andar con rapidez hacia el coche. Quique, en cambio, no tenía ninguna prisa y se sentó cómodamente en el banco, mirándola con curiosidad. Intentó sin éxito abrir la portezuela varias veces, forcejeó, y finalmente se giró hacia él.

  • Bueno, pues nos vamos ¿no? –gritó ella, enfadada-. Ya me has reventado la vida en el club ¿verdad? y tienes muchos más planes para mí.

  • Has hecho bien en fumarte el porro, para eso te lo dejé –respondió él, también en voz alta, por la distancia que los separaba-. Además, no quiero ni pensar en lo tensa que estarías de no habértelo fumado.

  • ¡Eres un hijo de Puta¡ -Escupió ella ya por lo bajo, porque había regresado precipitadamente sobre sus pasos- ¿Con que una simple cerveza, eh? Pues no he tomado nada y aún no acierto a comprender qué clase de placer sentisteis con todo esto, cuando nadie se ha dignado tocarme. Deberíais simplemente dedicaros a follar conmigo y en todo lo demás dejarme en paz. ¡Tenemos que irnos! ¿No te enteraste? ¡A Silvia Setién la expulsaron por zorra! -Exclamó, llorando de rabia.

Se quedó mirándolo atónita, sin poder comprender cómo la reacción de Quique al horror que estaba viviendo era un ataque de carcajadas. Sí, se retorcía de risa el muy cabrón, ante el desastre que había ocasionado.

  • Querida, sí –consiguió articular-, lo has sorprendido a todos, pero no te has molestado en preocuparte ¿por qué?, Internet hierve de material tuyo. Digamos que “algunos” han tenido que ser muy, muy discretos para mantener la sorpresa, y considerar ese material como una especie de premio de consolación si no regresabas. A poco que te hubieras parado a pensarlo, habrías llegado a la conclusión de  que esos “algunos” tendrán cierto interés en ir presentando en sociedad esta nueva faceta tuya en vivo, y de una manera gradual, gozando con el espectáculo de las caras y las reacciones de la gente.

-¿Gradual? ¿Llamas a esto gradual? ¡Me acaban de echar del club, imbécil! –Le interrumpió histérica, con lágrimas de rabia.

  • Bah, chicas ¡siempre tan dramáticas! –Le respondió con indiferencia-. No sacas ninguna enseñanza de tus experiencias ¿eh? ¿Te expulsaron de la empresa cuando te follaste a Jorge, Alberto, y hasta a Benito? No, naturalmente que no, simplemente se buscó la forma de que esas nuevas habilidades las usaras en beneficio de todos. Aquí, nadie hará otra cosa, te lo aseguro, nadie echa a mi chica del club. ¿En serio crees que alguien querría lejos a un pedazo de hembra como esta? –le preguntó, alcanzándole el móvil con una foto suya-. No, simplemente buscarán la fórmula para tenerte por aquí de una manera discreta, al menos por un tiempo, y más aún con el pastón que pagas de cuota.

  • Don José me dijo que me fuera ¿Es que no lo escuchaste? –Preguntó ella, indecisa entre las histeria y el miedo, porque su idea de gradualidad era aterradora, la idea subyacente de ser humillada ante cada miembro, miembra, o grupo del club, naturalmente trabajadores incluidos, no podía menos que hacerla temblar.

  • Don José, te pidió amablemente que salieras del salón de la cafetería, por razones que creo justificadas, y te citó para el sábado. No recuerdo haberle oído decir cosas como que no pudieras regresar, o permanecer en otras áreas menos concurridas del recinto. Además, diga don José lo que diga, tú también tienes tus bazas, mira –le dijo ofreciéndole de nuevo el móvil.

La asombró lo que encontró en la pantalla, una colección de seis fotos en las que aparecía don José masturbándola sobre el escenario del Siroco. No pudo comprender cómo había sido capaz de casi olvidar algo tan grave. Quique tenía razón, por muchos, muchos motivos, don José no la echaría, aunque se atrevería a apostar porque debería suplicar que lo hiciera.

  • ¿Ves? No sé por qué te haces tanto drama, de un modo u otro siempre acaba sucediendo lo que tenía que suceder y yo tenía planeado. Se acabaron los lloriqueos, vamos a dar un buen paseo a caballo, quiero que todo el club vea que además de montar a Silvia Setién, también monto a su yegua. Compréndelo, tengo un prestigio que mantener ante las chicas.

No era que le apeteciera precisamente, después de la escenita de la cafetería, lucirse a caballo, casi seguro a la grupa, sujetándose a semejante mastuerzo. La sola idea la hacía estremecerse, pero si se limitaba a eso y después se iban, podía hasta darlo por bueno. Después de todo, no era nada probable que tuviera mucho más que perder en el club. Se puso a la altura de Quique y aceptó con un escalofrío su sempiterna mano en su trasero.

  • ¡Qué culo tienes, zorrita! –dijo alegremente, apoyando sus palabras con una sonora palmada.

Y ella lo acompañó renuente, consciente de estar eternamente jugando con fuego y presintiendo algo terrible. ¡Necesitaba tanto descansar, follar, o lo que fuera! Dobló al lado de Quique la esquina hacia las cuadras y el mal presentimiento casi le cortó la respiración. Los dos mozos, cuyos nombres ni recordaba, la devoraban con los ojos desde siempre, y ella los había obsequiado durante meses con sus habituales desprecios y miradas de asco. En cierto modo, lo acontecido con su padre, que aún ni había empezado a digerir y su temor a los mozos, no eran sino las distorsionadas formas en las que su pasado se volvía contra ella, le devolvía a manos llenas su larga siembra de desafectos, le ponía ante los ojos el hecho de que no merecía nada mejor que lo que le estaba sucediendo.

.Entraron a las cuadras y los dos mozos estaban dentro del almacén, donde guardaban desde los sacos de alimentos hasta los arreos. Deseó con toda el alma acabar pronto, hacer la barbaridad de montar a la grupa de su yegua, y salir disparada de allí.

  • ¡Oigan! –Gritó, sin atreverse a mirar al interior. ¡Enjaecen ahora mismo a Buenaventura!

Y los dos mozos salieron al instante con la silla de montar y las bridas en la mano, para quedarse petrificados mirándola. ¿Quién no conocía allí a Silvia Setién?

De pronto, la voz de Quique cortó ese hilo de sus miedos.

  • Querida, has de ser simpática con mis amigos –dijo con afabilidad-. Para demostrarles lo avispada y campechana que eres, hoy vas a enjaezar a Buenaventura tú misma, mientras yo echo un cigarrito fuera con ellos.

Enrojeció visiblemente. ¡Enjaezar al animal ella misma! Dio una graciosa patadita en el suelo terrizo, pero aceptó los trastos de la yegua, y se largó lo más deprisa que pudo sorbiendo las lágrimas, sabiendo que su trasero era para los tres hombres el centro del universo, aunque un universo mucho más accesible de lo que ella quisiera, tan accesible que daba miedo.

Quique salió al exterior, ofreció cigarrillos, y observó con curiosidad los gestos de los dos cuidadores. Cuando vieron a Silvia, enfundada en su minimalista traje de látex y con todos sus atractivos rebosando de él, casi pareció que hubieran visto un fantasma, casi tuvieron que pellizcarse, para aceptar la realidad de que aquella era la única y auténtica señorita Setién. El clímax fue ver cómo ella acogía su orden, con un gesto de dolor, pero tragándose toda la altanería, sin rechistar; sólo aceptó las bridas y la silla, con cara de que le estuvieran diciendo que se las pusiera a sí misma, y se dio la vuelta hacia el compartimento de su yegua.

Su habitual sed de justicia le llenó el corazón, a la vez que otra cosa le llenaba los pantalones. Conocía un poco a Sergio y a Gustavo, los mozos de cuadra, y las maneras que solía gastar Silvia con ellos; era evidente que, tras tantos meses de desprecios, les debía algo;  hasta ella misma, debía estar deseando presentarles unas disculpas en toda regla.

  • Tenga cuidado, Enrique. Esa tía es una zorra. Nos ha estado tratando a patadas desde siempre y ahora mire cómo viene vestidita para montar –Dijo Sergio, un mozarrón de no más de diecinueve años, con una mueca de frustración-.

Quique se dio cuenta de que Sergio no sospechaba lo cerca que podría encontrar solidaridad, pero prefirió reservar todavía un poco sus cartas. Quedaban cabos sueltos tras su “descripción” de Silvia, curiosidades pendientes de satisfacer ¿Cuánto sabían aquellos dos jovenzuelos? Quería observar las reacciones de la gente, no le convenía nada tenerlos por ahí contando historias, reventando sorpresas.

  • Os equivocáis, muchachos. Esa señorita es Silvia Setién, una socia VIP del club. Quizás vendrá de una fiesta y por eso no la habéis reconocido.

Sergio dudó en responder, pero a Gustavo, el corazón se le escapó por la boca.

  • ¡Es un zorrón! –afirmó con mirada resentida-. Se cree muy superior a nosotros, a otro nivel, y hará cosa de una semana la vimos actuar en el Siroco, en pelota picada y practicando sexo. Sí, a la repipi señorita Setién, llegó hasta a masturbarla un viejo. Y si no me cree, eche un vistazo. Si está con usted, será porque algo quiere o algo busca, pero ni se le ocurra fiarse de ella.

Quique, tomó con escepticismo el teléfono móvil que le ofrecían e hizo pasar unas cuántas fotos. Allí estaban las pruebas gráficas de que cuánto decían era cierto y a él no le interesaba nada en absoluto que se divulgaran, porque eso significaría tener que renunciar al gustazo de divulgarlas él.

  • Pero esta no es las señorita Setién –Protestó, encogiéndose de hombros-, Admito que se parece un montón, pero la chica del Siroco lleva antifaz y no se la reconoce bien.

  • ¿Qué no se la reconoce bien? –Preguntó Gustavo, arrebatándole el móvil de las manos- ¡Mírelas en grande!

El dedo del muchacho fue deslizando una foto tras otra, y sí, fue objetivamente innegable que aquella era la auténtica Silvia Setién.

  • Síiiii, es posible que sea… ¿Habría por aquí algún lugar privado en el que podamos charlar más tranquilos? –Dejó caer a conciencia la proposición, mirándolos fijamente y disfrutando a tope el brillo de sus miradas, entre incrédulas, esperanzadas, y maliciosas. No sabían qué iba a proponerles, ¿un cotilleo? ¿algo más divertido? Se debatían en la duda. Era muy conveniente para él tenerlos contentos, y tampoco iba a costarle tanto dispensarles alguna alegría, a cambio de un moderado silencio.

A varios metros de distancia, y con Buenaventura ya casi enjaezada, a Silvia el corazón le dio un vuelco. Había escuchado en vilo el breve intercambio de impresiones, había fingido no oír, mientras ensillaba la yegua, con la torpeza propia del nerviosismo, y de quién siempre había tenido a su disposición empleados que se encargaran de esa tarea.

Tembló de pánico al sentir tras ella los pasos de los tres hombres, y la humedad brotó a raudales de su todavía taponado coño, en el que de repente el vibrador cobró vida y empezó a zumbar despacio, a intervalos irregulares. ¡Maldito cabrón de Quique! Se estremeció de pies a cabeza y tuvo que apoyarse en la yegua para no caer. Buenaventura estaba lista, piafaba de impaciencia, la idea original era pasear a caballo ¿por qué diablos no se iban de una vez?

Entonces sucedió lo que más temía, escuchó la voz de Quique desde el almacén, y se le hizo un nudo en la garganta.

  • Silvia, por favor ¿podrías venir un momento?

La taquicardia se le disparó a la vez que los flujos y, con hormiguillas en los dedos, forcejeó para atar de las riendas a la yegua. Se dio la vuelta, para encarar la puerta entornada del almacén y dio un respingo, al volver a oír la acaramelada voz de Quique:

  • Por favor, querida, ¿podrías venir un segundo a conversar con estos amigos?

¿Qué se proponía? ¿Exhibirla todavía más? ¿Sería sólo eso? Un escalofrío le cruzó la carne, no podía arriesgarse a que la llamara una tercera vez, a que la hiciera aparecer aún más como a una perrita amaestrada. Avanzó tambaleándose, hundiendo los tacones en la tierra, y penetró al lóbrego almacén, alumbrado por un tubo fluorescente; las hileras de correas y sillas de montar, y aquellos tres hombres babeándole las tetas con los ojos. Quique dejó transcurrir eternos segundos de intensa tensión sexual antes de hacer las presentaciones.

  • Querida, me han contado Sergio y Gustavo (como para ti eran transparentes probablemente no recordarás sus nombres), que actuaste hace algo más de una semana en el Siroco, y que hiciste un estriptis, me ha extrañado un montón en una chica tan recatada como tú. No es cierto ¿verdad? –Le preguntó con una sonrisa escéptica.

Claro que era verdad, claro que muchos sabrían que lo era, pero la pregunta llevaba implícita la respuesta, estaba claro lo que Quique pretendía inducirla a decir.

  • Naturalmente que no –Respondió ella, con voz entrecortada, que quería parecer casual-. Hay una chica que se parece mucho a mí.

La cara de los muchachos, pasó del asombro a la exaltación, y Gustavo se le acercó, mostrándole el móvil.

  • De acuerdo en que la ropa no coincide, aquí va vestida de Gilda, y ahora… bueno, usa un traje de montar algo extraño –dijo el muchacho, envalentonado por la evidencia que estaba mostrándole-, más bien pareciera un traje de ser montada. Pero bueno ¿me va a decir que la cara y el cuerpo no son los mismos? O esta otra, se le ve la cara perfectamente ¿Me va a decir que esta no es usted?

Y sí, indiscutiblemente aquella Silvia imposible era ella. El pánico recorrió su cuerpo y se instaló en sus pezones, abultándolos todavía más sobre el látex. No quería que aquellos chicos poseyeran su secreto, y menos todavía a ella, aunque su empapada entrepierna atestiguara lo contrario. Se aferró a lo increíble, sabiendo que lo era.

  • Esa chica lleva una máscara, está claro que no soy yo –Susurró, intentando aparentar convicción.

  • Un momento –Intervino Quique-, quizás pueda ayudar un poco. He visto que también tenéis fotos de ella desnuda, quizás, si le quitáramos la poca ropa que lleva, eso facilitaría el comparar. Y dicho y hecho se situó tras ella y deslizó suavemente el traje de látex hacia abajo y hacia arriba, hasta convertirlo en un mero cinturón. Las caras de los chicos mudaron desde la incredulidad hasta el asombro, para instalarse en la esperanza.

A ella volvió a cruzarla un escalofrío aún más intenso que el de antes y que fue perceptible a todos. Intuyó que ahora sí que el cabrón de Quique iba a obligarla a follar, y que una vez más su cuerpo iba a impedir cualquier resistencia. ¡Con qué facilidad y con qué pretexto la había desnudado para ellos! Eso sólo podía significar una sola cosa.

Los chicos no perdían el tiempo en cotejarla con las imágenes de sus móviles, no. Sergio babeaba, y Gustavo ya estaba sacándole nuevas fotos, que añadir a las que ya tenía, sin máscara, próxima y en pelota picada, para el uso que se le antojara darles.

Creyó desmayarse cuando Quique volvió a hablar, porque sabía que ya había disfrutado suficiente de la tensión, lo notaba en su pene, que a través del pantalón presionaba directamente sobre su trasero. Ahora iba a poner las cosas en su sitio.

  • De acuerdo, Sergio, lo reconozco: Silvia Setién es la chica del Siroco y es una zorra. Valoro vuestra buena intención de advertirme de ello, pero es mi zorra. Cierto que por otro lado, aquí en el club, me gustaría conservar cierto margen de factor sorpresa, me gustaría que la mayor cantidad de gente posible recibiera las noticias como vais a recibirlas vosotros: frescas y en directo. La pregunta es simple: ¿Os parecería justo que os divirtierais un rato, durante el paseo a caballo que voy a dar, a cambio de vuestro silencio?

Los dos muchachos se miraron desconcertados el uno al otro y transcurrieron eternos segundos sin que acertaran a encontrar una respuesta.

  • Sí, que si queréis –Insistió, con tono aclaratorio-, ahora mismo os ofrecerá sus disculpas por sus pasados desprecios, se comprometerá a compensaros, a trataros de Señor en lo sucesivo, y yo la instruiré en tres o cuatros cosillas orientadas a que paséis un buen rato. Lo único que tenéis que hacer es permanecer callados, ah, y darme copia luego de las tarjetas de vuestros móviles, me gusta saber qué pasa.

  • Aceptamos, claro que aceptamos –Casi chilló Sergio, temblando de felicidad y pasando directamente a sobarle una teta.

Ella lo miró con desesperación. No podía ser que fuera a hacer eso. ¡¡Eso!!

  • No, por favor, no –Suplicó, llorando con la mirada-. Pero Quique, todavía tras ella, le pasó un pañuelo de seda negra por la cabeza por la cabeza.

  • ¿No, querida? Entonces seguro no te importará que Gustavo y Sergio se vayan al salón de la cafetería a enseñar las fotos que tienen en el móvil; es un reportaje muy interesante, con una chica desnuda. Pero como no eres tú, seguro que te da igual.

  • Nooooo, por favor, noooooo –Lloró ella-.

  • Ya, no quieres que estos chicos vayan por ahí contando mentiras sobre ti, lo comprendo, pero entonces vas a ser tú la que les explicará la verdad, vas a ser tú la que te disculpes con ellos por mentirles hoy, por pretender ocultarles que eres una puta, y por los muchos meses de desaires con que los has estado tratando. Si de verdad quieres que te guarden el secreto, se lo pedirás por favor, con humildad, y con respeto, es lo mínimo.

  • Aceptamos, claro que aceptamos, nos debe unas disculpas en toda regla –Interrumpió Gustavo, con evidente entusiasmo.

Y ella supo que le hablaba a Quique, sin tener en cuenta ni sus lágrimas, ni su voluntad, ni sus palabras. Y Quique, apretaba el pañuelo de seda en torno a su cuello, jugando a dejarla respirar para después asfixiarla. Entre jadeos acertó a decir:

  • Nooooooo, yo no soy esa chica, es un error.

  • Ahhhhh, ya, no eres tú –Sonó en su oreja la voz de Quique, que había permitido que recuperara el equilibrio, permitiendo que el pañuelo cayera blandamente sobre sus pechos-. Dices que no lo eres pero quiero que, igual que han podido compararte en pelotas con sus fotos, puedan hacerlo también enmascarada. -Mientras decía esto, subió el pañuelo de y le tapó los ojos-. Ya ellos decidirán después si eres tú o no y qué hacen contigo. Es una pena que el pañuelo no tenga orificios para que puedas ver, pero ¿qué vamos a hacerle?

Lo último que vio, antes de que cayera la venda y el nudo se apretara en su nuca, fue la sonrisa ilusionada de los dos muchachos, que se veían a un paso del milagro, de alcanzar de la mejor manera posible a la hembra más inalcanzable de sus vidas. Después, las manos de Quique le doblaron los brazos y cerraro los broches de los guantes que ataban sus codos a la espalda. A continuación, tiró de ella hacia abajo, haciéndola caer de rodillas, mientras empapaba la seda con sus lágrimas.

  • Discúlpeme, Enrique –Intervino Sergio-. Verdad es que la tenemos donde ni nos habríamos atrevido a soñar tenerla, pero aún podría ser un poco mejor. ¿Sabe qué me haría una tremenda ilusión poder hacer?

-¿Qué? –Preguntó Quique, pillado por sorpresa.

  • Ya que ha sido tan amable de ofrecernos el regalo hasta con el lazo en los ojos, quizás comprenda que a nosotros también nos gusta dar sorpresas. Hay unos pocos amigos, de cuya discreción respondo, a los que me encantaría invitar, me gustaría que saliera de aquí sin saber con quién ha follado y con quien no. Quiero que se lo tenga que pensar dos veces antes de maltratar a alguien, por si el alguien le enseña una foto mamándole la polla.

Quique rió con asombro, malditos chavales, aunque tenían razón, comprendía el placer de hacer a unos pocos amigos semejante invitación, y hasta podía solidarizar con el resto, le gustaba que saliera de allí sin saber con quiénes había tenido sexo, poder jugar con mostrárselo en el móvil luego. ¿Cómo no iba a comprender el placer de invitar a unos amigos a compartir semejante cacho de carne hecho hembra? Ahí estaba ella, de rodillas, temblorosa, atada y con los ojos vendados, quizás a los chicos les viniera bien una demostración empírica de cómo podían usar a aquella zorra. Todo lo del salón le había puesto caliente, y la charla en el banco no había bajado la temperatura, era el momento de sacarse la polla, agarrarla de las orejas, y forzar una mamada rápida.

  • Obedecerás en todo a los chicos, en todo, hasta que yo vuelva. ¿Entendiste?

Pero Silvia no podía entender nada ni menos todavía responder, Por que sus blandos testículos le golpeaban rítmicamente la barbilla, y su pene, por enésima vez esa tarde, le alcanzaba la garganta.

Mientras tanto, Gustavo sacaba fotos, y Sergio llamaba por teléfono. Silvia, con los brazos atados a la espalda, aceptaba a ciegas la mamada y, distraída por las instrucciones de Quique, por sus empujones, ni siquiera prestó atención a los nombres de las personas a las que llamaba Sergio, ni a su número. Todos, previsiblemente a todos estaba dispuesta a follárselos, por que a eso era a lo que ese cabrón iba a obligarla, con todo el club. Ella, lo único que podía hacer era acariciarse el coño, e intentar conformarse con los orgasmos.

Finalmente, Quique se corrió en su boca, y se deshizo de ella con brusquedad, dejándola a oscuras y a medias, braceando en la penumbra hacia un nuevo nabo que llevarse a la boca.

  • Bueno, Chicos, que lo paséis bien –Lo escucho decir con voz amable-. Ahí os la dejo, desnudita y mojada. No olvidéis que volveré en una hora y que exijo copia de las tarjetas de los móviles. Y que nadie enseñe fotos por ahí todavía, por favor. Respetemos el derecho a la sorpresa de cada uno.

Después, oyó sus pasos, cómo se alejaba y desataba a la yegua, salía trotando hacia el paseo. La dejó allí, abandonada, como un objeto de diversión para Sergio y Gustavo y cualquiera sabía cuántos más. Pablo tenía razón, aún le quedaban muchos peldaños por descender en su escala de degradación, y al parecer ellos querían que los bajara rodando. Enseguida llegó un pene, no importó de quién, empezó a chuparlo, y alguien la empujó, poniéndola a cuatro patas, y empezó a follarla a lo perrito. Ya nada importó, no importaron las voces, ni la soledad, ni los insultos, ni la naturaleza de los fluidos, porque al fin tuvo su orgasmo, su larga, arrasadora cadena de orgasmos, ardiendo entre los manotazos, los insultos de aquellos desconocidos. Ahora también era propiedad de ellos, también ellos tenían derecho a sembrar en su jardín. Un enjambre de manos la recorría a la vez por todo el cuerpo y se desmayó de placer, suplicando porque Quique no regresara nunca.

Quizás tendría más lectores si dividiera las entregas y enviara más capítulos más pequeños, pero eso dejaría a todo el mundo a medias. A pesar de ello, y al igual que algunos personajes, prefiero que recibáis las novedades lo más en vivo y en directo posible, y acabar de medio contar las cosas.

Un saludo a todso y gracias por vuestra paciencia. Espero que hayáis disfrutado.