Moldeando a Silvia (Capítulo 38)

Joven empresaria es convertida mediante el chantaje en una esclava sexual

ADVERTENCIA

Esta obra contiene escenas de sexo no consensuado, sadismo, humillación, dominio y está orientada a lectores adultos. Si este tipo de cosas no son de su agrado o de algún modo hieren su sensibilidad deje de leer AHORA, después podría ser tarde. Por supuesto todas las escenas aquí narradas son de absoluta ficción y es voluntad del autor que nunca lleguen a ser reales. Cualquier comentario será bienvenido. (Absténganse de mandarme ficheros adjuntos porque NUNCA los abro)

fedegoes2004@yahoo.es

CAPÍTULO 38

Quique no se molestaba en disimular la ruta, iba por el camino más directo hacia el terror, hacia el club. El pánico borró de repente el recuerdo de los chicos, de todo lo sucedido en la tarde. Su mente se llenó de imágenes aterradoras, con el club de hípica de fondo. No se concebía a sí misma bajándose allí del coche, con esa pinta… Y sin embargo era posible, todo conducía a pensar que iba a suceder, más allá de su voluntad, que a saber cuál sería, porque ni eso tenía claro. Se daba cuenta de que ni un minuto de su vida era concebible en los últimos meses.

  • Al club, no ¿verdad? Al Siroco. Quieres que te arregle el fin de semana haciendo dinero para ti ¿No?

Quique se rió, y sin dejar de atender al tráfico le respondió:

  • ¡Pues sí que has estado imaginativa! No se me había ocurrido, es una buena idea ponerte a currar por horas en El Siroco, tomo nota. Pero tendrá que ser en otro momento…

La sorpresa no fue lo que casi la hizo llorar, la sorpresa fue haber sugerido, preferido, hacer de puta en el Siroco a aparecer por el club. Naturalmente que Quique tenía sus planes y sabría agradecer cualquier idea… La sorpresa (que a esas alturas quizás ya no debiera serlo), era notar cómo sus pezones se habían abultado, amenazando con escapar al ceñidísimo látex, cómo su coño volvía a humedecerse, a palpitar, a esparcir cosquilleos por su cuerpo. Cada edificio que dejaban atrás, cada desvío, le confirmaban su destino, la acercaban a su destino, y la excitaban todavía más. La insaciable sed de sexo, los extraños caminos hacia el placer que estaba descubriendo, ese hilo conductor que iba desde la humillación hasta su coño eran la auténtica sorpresa, aún lo eran, tanto que los gritos de pánico de la vieja Silvia la hundían en la confusión, en un doble fracaso, como niña bien y como puta, pues tampoco como puta (si se aceptaba serlo a sí misma) era capaz de tener el control de su vida. Quizás era normal que no hiciera nada real, nada por cambiar las cosas, las auténticas batallas se libraban dentro de sí mima.

Y ellos siempre ahí, Jorge, Alberto, Quique, Pablo, y ahora cualquiera sabría cuántos más, acechando cada una de sus debilidades, sacándoles el máximo provecho y empujándola cada vez más hacia el fondo. Ni siquiera ella misma, tan sólo Pedro (del que nada sabía o quería saber), parecía jugar a su favor, y era una esperanza tan débil… No podía ser, Silvia Setién no podía ir metida en aquel coche hediondo, vestida así, y al capricho del renacuajo de Quique. No era capaz de aceptarlo, en algún lugar debía quedar algo de la mujer que había sido.

  • ¡He dicho que me lleves a casa, pedazo de cabrón! Quiero ducharme, quiero cambiarme de ropa, hacer pis….

Bruscamente, el piercing de la lengua, obsequio del cerdo de Quique, le transmitió una intensa punzada de dolor y tuvo que callarse -La risa sardónica que él exhibía no le anunció nada bueno.

  • Querida ¿Otra vez? Pero si acabas de mear, debes andar nerviosilla. ¿Ir hasta tu casa para que hagas pis? Si quieres paro y meas en la cuneta, es así como lo hacen todas las putas, y como lo harás tú en el futuro, ya va siendo hora de que empieces a acostumbrarte.

Fue consciente del terreno tan resbaladizo que estaba pisando, se alejaba de casa a 120 km por hora, habían dejado atrás Alcorcón y sus palabras podían llevarla a lugares mucho peores que los que él le tuviera reservados, el destino era el previsible, Quique giró en la rotonda y embocó directa la carretera comarcal que conducía al Club de hípica.

  • No, no es tan urgente –respondió, intentando mover con suavidad la lengua, que la mamada anterior había dejado aún más dolorida-. Supongo que ya encontraremos un baño allí dónde me lleves.

Se dio cuenta de que, por mil y una razones, lo mejor era hablar poco, así le dolería menos el piercing y dejaría de regalarle ideas a su torturador, que no desperdiciaría ninguna ocasión de humillarla. Al mirarlo de reojo, notó que se estaba divirtiendo a fondo, y que iba a volver a hablar.

  • Siempre te sucede lo mismo ¿ves por qué no quería adelantarte nada? Se te dice que hagas cualquier cosilla y te haces un mundo, despotricas, suplicas, juras que no puedes, y una vez entras en materia, no se encuentra forma de apartarte del badajo. Deberías entender que comportándote así, va a ser difícil que alguien te crea, ponte en mi lugar.

Haciendo un esfuerzo de disciplina, mantenía su mente atenta al tráfico, sin atreverse a más que echarle alguna mirada furtiva al bombonazo que llevaba al lado, pero el estado de Silvia se le antojó preocupante; no se trataba de que no fuera a obedecer, no parecía previsible ninguna dificultad en ese sentido, se trataba de que así de dramática y llorosa, resultaba deprimente y apenas le servía, histérica como estaba era poco manejable. Alejó un gesto de fastidio con un movimiento de la mano y ante el silencio de ella, siguió hablando.

  • Querida, te falta perspectiva para ver tus progresos, recuerda que apenas hará un mes se te revolvía el estómago con la sola idea de hacerme una mamada, y mírate ahora, me relajo un segundo y te encuentro entre mis piernas….

El efecto no fue el deseado, Silvia volvió la cara hacia el lado contrario y supo por sus estremecimientos que estaba llorando. Lo que sucedía era que las situaciones eran tan radicalmente rupturistas que le costaba controlar los sarcasmos. Los límites solían marcarlos siempre las mujeres, pero ¿cómo actuar ante una que no parecía tenerlos?

  • Créeme, confía en mí, estás preparada, estás madura para todo lo que vas a hacer. Eres valiosa, aunque tu valor sólo sea el de hacerte rodar de una cama en otra, lo eres, valiosísima, y más para un tipo como yo. ¿Crees que te arriesgaría, que pondría en peligro todas mis diversiones e ingresos futuros? Todo lo que harás es seguro, te divertirás, y tu problema se resolverá muy pronto, y de golpe. Cualquier día de estos te despertarás y ya no tendrás a la vieja Silvia por ahí dando por culo, jugando al gato y al ratón consigo misma, estará en su lugar la mujer que actualmente eres, la que ha tomado conciencia de sí misma, cuya mente ha descubierto y aceptado la realidad de su cuerpo, abierta al fin, sin fisuras ni remordimientos, a satisfacer sus exigencias. Y cuando ese día llegue, cuando desaparezca la señorita Setién, estoy convencido de que añoraré estos enternecedores titubeos, ansiedades y ataques de rabia.

Silvia notó el cambio de tono, la trataba como a la puta que por otra parte era, pero sonaba conciliador, casi creíble en sus argumentos.

  • Compréndeme ¿A quién hago caso, a la despótica señoritinga que me ordena que la lleve a casa, o a la zorrita que nunca tiene bastante y se traga hasta la última gota de mi esperma? Es difícil, y mis deseos son los que son y también cuentan.

  • No te pido nada, sólo te suplico: Más despacio, por favor, más despacio, esta vez es verdad, no puedo así, no con esta crueldad y esta rapidez, te juro que llegaré a todo lo que quieres.

  • No, Silvita, no, eso el que te lo jura soy yo –La cortó él-. ¿Qué rapidez, qué crueldad? Te equivocas, olvidas la altura a la que estás, serás más que capaz de hacer lo que te diga ¿Pretendes que crea que la misma mujer que apenas hace una semana fue capaz de prostituirse por una bola de jaschis, la misma que folló con un empleado negro sobre la tumba de su padre, va a ser capaz ahora de decirme “no” a algo? ¿Crees que va a tener ahora el valor, la fuerza de voluntad de aceptar que su hermanita, el pueblo y el mundo enteros la vean correrse sobre una lápida de un cementerio, o las cosillas que ni recuerdas haber hecho cuando te drogaron? ¿Crees que esa mujer tendrá la entereza necesaria para afrontar a Jorge o un proceso por parricidio? Incluso a ti debe parecerte poco probable. No veo qué ha cambiado para que vayas a hacer algo distinto a otras veces.

  • No, claro que no es probable –Admitió ella bajando la vista, enfocándola hacia el relajante paisaje boscoso que conducía al club. Bajó la ventanilla, para sentir en la cara el aire del campo.

  • Coincidimos en que no lo es –Remachó él-. Sucederá lo de siempre, que agacharás el moño, y otra vez te asombrarás de que en realidad lo estabas deseando. Piénsalo ¿Vas a morirte por volver a enseñar un poco de cacha en el club? Cagarla del todo allí era algo que iba a suceder en un momento u otro ¿qué tendría de malo si fuera este? Ya recuerdas de otras veces que lo que te cuesta es empezar, después todo va rodado (sobre todo tú), diez minutos de nervios y después ser libre, dar rienda suelta a tus deseos y follar con todo el que venga en gana, quitarte otro poquito más el disfraz de la vieja Silvia, ante ti misma y ante la gente. En el fondo los dos sabemos que el juego es siempre el mismo, sólo cambian los escenarios, y a ti también te gusta jugarlo.

Y tanto que le gustaba; increíblemente, las palabras de Quique la habían consolado, y cada vez que Silvia dejaba de gritar, prevalecía el miedo y junto a él la excitación, aquel ostensible abultamiento de sus pezones, aquella flojedad que siempre precedía a una nueva derrota. Ya casi habían llegado, para su sorpresa, Quique desvió el coche hacia la entrada del Siroco, y condujo a través del parking hasta alcanzar la zona de personal

  • He venido deprisa todo el camino y vamos bien de tiempo, creo que nos merecemos un descansito –Aparcó junto a la entrada de servicio, hacia rato que deseaba llegar para poder concentrarse en un par de cosillas que deseaba comentarle y observarla mientras lo hacía, quería llevar a la práctica un pequeño experimento que se le había ocurrido sobre la marcha.

Silvia lo miraba con cara de asombro ¿Cómo era posible? Aunque no lo había dicho claro, sí que la dejó en la creencia de que se dirigían al club ¿Por qué ahora se paraban en el Siroco? ¿Había cambiado de idea? ¿Por qué cuando ya tenía el corazón en la boca por la emoción de estar llegando, la llevaba a dónde había sugerido que no irían? Pero prevalecía la idea del “descansito” que por otra parte podía significar cualquier cosa.

  • Tranquila, querida –susurró él-, te soy sincero, sólo se trata de descansar un poco, y de dar tiempo a que llegue el personal. Aunque una cosa que dijiste antes me dejó algo intrigado. No te preocupes, estas cosas son tan confusas que no importa si no sabes la respuesta ¿Realmente preferirías hacer de puta por horas en el Siroco a aparecer así conmigo en el club? –Dejó caer despacio la pregunta, asegurándose de que comprendía su auténtico alcance.

Un caos de sensaciones embargó la mente de Silvia. Anotó el dato: Quique tenía una cita con “gente” en el club, lo cual llevaba casi añadidos unos planes más o menos estables allí, ese era pues su destino previsto, pero su pregunta era un abismo al que le aterraba asomarse. ¿Prefería follar con toda seguridad, sin descanso durante horas, como una puta cualquiera, con quién quiera que estuviera en el Siroco, a ser exhibida en el club? Era difícil saber qué era peor.

  • ¿Realmente importa lo que yo desee? –Respondió con un gesto sumiso, lleno de impotencia.

Quique sonrió, no pudo menos que divertirle el subterfugio con el que ella intentaba eludir una verdadera respuesta.

  • Pues sí que importa, querida, cuando te dije hace rato que si me pidieras cosas para tu propio placer, al menos lo pensaría, no te hablaba en broma; y lo que me sugeriste es aceptable, me gusta verte follar, cosa que en el Siroco podré hacer, y soy muy, pero que muy sensible a los ofrecimientos de dinero; si prefieres realmente follar para mí ahí dentro, lo doy por bueno, eso será lo que harás, llamo a los amigos, cancelo la cita, y te acompaño a negociar precios con Rodrigo, lo que tú digas.

Ahora la pregunta se desplomó sobre ella en toda su dimensión, con toda su urgencia, ¿Qué prefería hacer? Miró a un lado, allí estaba la entrada de personal del Siroco, esperándola; hacia el otro podía ver, tras unos arbustos, las cuadras y la parte trasera del club. Respiró hondo, en ambos lugares la aguardaba lo inimaginable. ¿Sería verdad que Quique le estaba dando a elegir, no se trataría de otra estratagema?

  • Eso sí, por favor, no tenemos todo el día –Insistió él-. Lo que sea, has de decidirlo ya.

Prisas era lo último que Silvia creía necesitar. Intentó hacer acopio de sangre fría y pensar deprisa. La opción del Siroco ofrecía la certeza de follar sin descanso, pero ni siquiera garantizaba el hacerlo con extraños, nadie le aseguraba que “casualmente” no pudiera encontrar allí a alguien del club, y para colmo, no se olvidaba ni por un segundo que hacía más de una semana que no tomaba anticonceptivos. El club tenía el tremendo inconveniente de que encontraría allí a personas que la conocían, que en algunos casos le importaban, pero sin embargo disminuía las probabilidades de sexo y si llegaba a haberlo, sería infinitamente más discreto. El peor de los escenarios posibles, en el que quedaría más expuesta, sería ser descubierta en el Siroco y ser follada allí por gente del club.

-¡Al club! Maldita sea, vamos al Club –Aceptó con desgana.

  • ¿Segura?

  • Sí, sí, segura, vamos de una vez –respondió ella, ansiosa por salir del dilema, e intentando ignorar el dolor del piercing de la lengua.

  • Pues será como quieres pero, por favor, intenta recordar que eres tú quién lo eligió. Sólo un par de cosillas, por ayudarte, creo que no te vendría nada mal un pequeño complemento, e incluso un tirito que te suba los ánimos.

El complemento no era otro que una cinta de seda negra que él anudó, en el lugar del cruce, a las cadenitas que iban desde su cuello a sus pezones. No le imaginó ninguna utilidad, hacía bonito y no pudo evitar estremecerse al sentir el roce de los dedos de Quique sobre su piel. Tenía otras preocupaciones más inmediatas, él ya trasteaba en su minúsculo bolso y disponía una gruesa raya de coca sobre la caja de un Cd. Aceptó sin protestar, tenía un nudo en el estómago, le preocupaba y mucho el uso y abuso de esa clase de polvos que últimamente estaba haciendo, pero había apostado a que sería capaz de bajarse del coche así de desnuda, en un sitio donde todos la conocían, y eso requería de toda la anestesia posible. Se tapó un orificio de la nariz y aspiró profundamente con el otro, descubrió con sorpresa que se estaba acostumbrando a ese otrora desagradable picorcillo, a ese alzar los ojos y sentir como si le hubiera metido una marcha más al cuerpo.

Quique parecía relajado, la miró esnifar con gesto aprobatorio, y accionó el contacto.

  • Aunque no hubieras sugerido, tan amablemente, la opción del Siroco, habría parado aquí de todos modos –dijo sin darle importancia-. No entraba en mis previsiones que esnifaras en la puerta del club, no todavía, al menos.

Sonrió satisfecho, sus planes se cumplían al milímetro, pero sin haber tenido que imponerlos. Era mucho mejor así, metérsela con suavidad, disfrutándolo y haciéndola corresponsable de sus decisiones. Puso en marcha el coche y se dispuso a salir del recinto para volver a la carretera.

  • Por favor, Quique –dijo ella, aprovechando el paréntesis de diálogo que él había fomentado que se creara-. No estoy en absoluto preparada para aparecer por el club medio en pelotas, pero menos todavía lo estoy para follar allí con nadie. Prométeme que no me obligarás a hacerlo, prométemelo.

Quique se rió a carcajadas.

  • Silvita, creí que me habías entendido, creí que te había dejado claro que no podías pedirme nada que fuera en contra de mi propio placer, que sólo te admitía que me pidieras cosas para el tuyo –Dijo con tono paternal-. ¡No puedo comprometerme a eso! Me sería más fácil incluso prometerte lo contrario, pero créeme, no controlo todas las situaciones, pueden surgir imprevistos… ¡Bah! Se trata de uno de tus habituales titubeos, me pides que no te obligue a follar cuando los únicos momentos de tu vida en que te sientes libre es follando, estoy seguro de que conoces mucho mejor que yo esa contradicción.

Y sí, era así, de manera casi casual, Quique había descrito fielmente la constante contradicción que vivía dentro de sí misma. El muro de autocontrol que había sido capaz de levantar para adoptar una decisión, cayó hecho añicos desde que oyó la llave de contacto. Quique tenía tanta razón, que ella se había acogido a sus planes para no tener que asumir los peligros de los propios.

El sonido del motor, el fluir del coche, los escasos doscientos metros que los separaban del club, la devolvieron a la realidad, estaba a punto de hacer, por elección, lo que más había temido tener que hacer desde hacía semanas: Dinamitar para siempre su imagen en el club, y había aprendido, por dolorosa experiencia, que dinamitar su imagen era sólo el preludio de muchas otras cosas.

El empleado negro de la barrera, los hizo parar y su cara de sorpresa se convirtió en perplejidad, cuándo después de ver a Quique conducir su coche, percibió la ropita con la que andaba ella. Los dejó pasar con una reverencia, en la que ella creyó ver signos de sarcasmo.

Se estremeció entera, la cocaína había realzado sus sentidos. ¿Y si la gente del club sabía más de lo que ella se atrevía a suponer? En la era de la comunicación, de las redes sociales, habiendo tanta y tanta foto incontrolada rodando, si nadie sabía absolutamente nada, sería porque “algunos” habían sido tremendamente discretos, e incluso eso sólo podía significar que estarían posponiendo el golpe para otro momento en que fuera todavía más demoledor. Una vez dentro del recinto, Quique condujo hacia la zona del Parking más próxima a la Cafetería y, para su horror, estacionó en un lugar en el que podía vérseles con facilidad desde dentro.

  • ¡Pedazo de cabrón, no puedo! No puedo, me aterra, no quiero….- Pensó en voz alta.

Quique no se dio prisa en que salieran, la examinó con tranquilidad, observando sin disimulo desde sus pezones, a punto de escapar del látex, hasta las tirillas negras del liguero y sus destrozadas medias, para volver a su rostro palidísimo, a sus ojos, brillantes de pánico y de deseo.

  • Alguna vez, querida, me pillarás desprevenido y vas a llegar a molestarme. Cualquiera diría que estás en Guantánamo y no en tu club, rodeada de amigos; cualquiera creería que esto no te gustara, que no lo hubieras elegido tú y estuvieras aquí contra tu voluntad, pero los dos sabemos que no es así ¿verdad que lo sabemos? ¿Quién podría traer hasta aquí a la muy inquebrantable y frígida Señorita Setién? Nadie, obviamente nadie, la Señorita Setién ha llegado hasta aquí por su voluntad, en este estado y aunque con tambaleos de borracho, por su propio pié. ¿Me equivoco?

No, no se equivocaba, o al menos no se sentía lo suficientemente segura para decírselo, y mucho menos para demostrarlo con hechos. ¿Por qué a veces Quique parecía conocerla mejor de lo que se conocía a sí misma?

De pronto, distinguió a Rita con claridad tras la cristalera de la cafetería, conversaba con alguien y levantó la mano ligeramente, saludando a Quique, a lo que él respondió con idéntico gesto. El corazón se le subió a la garganta.

  • Creo que me equivoqué –Dijo con un hilo de voz-. ¿No sería posible regresar al Siroco?

  • No, querida, no –Respondió Quique, con una mezcla de conciliación y firmeza-. ¡No tenemos todo el día!

Nada más quitar la llave del contacto, se dio cuenta de lo que estaba sucediendo. Silvia se había puesto blanca como la pared, y temblaba de cuerpo entero. Su hermoso cuerpo hablaba por sí mismo; ella, en la duda, ante el miedo, el camino difícil se le volvía fácil y sólo encontraba la respuesta de la rendición. Supo que había pasado el tiempo de la suavidad y la mirada suplicante de Silvia le dijo que ella también lo sabía.

  • Además –añadió- hemos quedado con ellos, son nuestros amigos del club, y ya nos han visto, es absolutamente tarde para inventar excusas. Será una cerveza rápida, lo prometo, aunque si tú prefieres un vaso de leche, sin problemas, también puedes tomarlo.

Salió del coche y lo rodeó para abrirle la puerta, a sabiendas de que había captado cada matiz de su sugerencia. ¡Pobre! Pensó, tenía que estar hecha un mar de dudas, pero se lo merecía, le gustaba y era una oportunidad demasiado buena para perderla. Abrió la puerta con ceremonia y le dijo con una sonrisa:

  • Demonios, Silvita ¿se te ha comido la lengua el gato? Ahora sí que parezco tu chófer, no sé si sentirme humillado.

Ella temblaba, miraba hacia Quique, hacia el suelo, hacia la cristalera, en la que distinguía reflejos, sombras a las que no conseguía adjudicar ninguna cara. Había gente, pero el rostro de Rita no había vuelto a aparecer. No podía presentarse ante ella vestida de esa forma, y menos todavía después de las cosas que había hecho con Pablo hacía un rato.

  • No puedo, Quique, no puedo. Creí que podría, pero me equivoqué, volvamos, por favor al Siroco o hagamos cualquier otra cosa que quieras. –dijo con tono de rendición-.

  • Ya, Silvita, ya, no puedes, pues sin problema, papaíto intentará encontrar alguna otra cosita que puedas hacer, para la que sí sirvas. Mientras se lo decía, tomó suavemente la cinta de seda que le había atado al cruce de las cadenitas y tiró con suavidad. El milagro se obró en ella. Al sentir la tensión en los anillos de sus pezones y su clítoris, se levantó como por encanto y salió del coche. Se quedó plantada ante él mirando al suelo.

  • ¿Ves, querida, lo que te dije? ¿Ves como sí que podías? Sabía que estabas lista para esto y no me equivoqué.

Quique se apresuró a cerrar la puerta del coche y cortar cualquier posibilidad de retirada y ella sucumbió a la tentación de mirarse en el espejo delantero. Tenía los ojos hundidos, acumulando lágrimas, y el rojo de la vergüenza contrastaba con su extrema palidez. De lo demás mejor no hablar, era una suerte que sus pechos, pugnando por rebosar del látex, sus anillos y cadenitas conectadas, no cupieran en el retrovisor.

Al darse la vuelta, se encontró, horrorizada, con que al cabrón de Quique no se le había ocurrido otra cosa que empezar a grabarla con el móvil. No le dio tiempo a reaccionar, él se le acercó y le dispensó una lenta caricia desde la nuca hasta el trasero, que le quiso parecer confortadora y desperdigó un escalofrío por su piel.

  • Comprenderás, chica, que un momento cómo éste hay que conservarlo para la historia: ¡El día en que Silvia triunfa sobre sí misma y se atreve a aparecer tal como es, a ofrecer al mundo la verdad desnuda sobre sí misma! Nunca mejor dicho –Añadió, riéndose de su propio chiste.

Ella se estremeció, haciendo equilibrios sobre los inestables tacones. Todas las caras probables se le pasaron por los ojos a velocidad de vértigo, los camareros, los viejos socios, amigos de su padre, Adela y Javier, Rita… ¿¿¿Rita??? Y las luces de dentro estaban todavía apagadas, imposible distinguir desde allí qué le reservaban los reflejos de la tarde tras la cristalera. A partir de hoy, para siempre el club quedaría atado al pánico. ¿Por qué últimamente, casi cada minuto, tenía la sensación de estar cerrando un capítulo de su vida?

Su cuerpo afrontaba los retos caóticamente, las imágenes venían y eran captadas, el móvil de Quique, los tintineos de cascabeles entre sus piernas, las luces del atardecer sobre los jardines, y sus pezones dolorosamente erguidos, expandiendo sus aureolas hacia dónde todos podrían verlas; el móvil de Quique, con despiadada objetividad, conservaba aquellos instantes para siempre.

  • Tranquila, querida, tranquila. Tal como yo veo las cosas, tu elección hace un rato fue, básicamente, entre humillación y sexo. Elegiste humillación y estás aquí, pero mírate, de pié y dando la cara al mundo, haciéndole un corte de mangas a la muy estrecha, calienta braguetas e impertinente señorita Setién. Sólo necesitas un empujoncito para hacer cosas asombrosas y admirables. Hace un momento un suave tironcito de una cinta bastó para que salieras del coche, y para que estemos los dos aquí apaciblemente conversando, como la cosa más normal del mundo. ¿Puedes ahora?

  • No –Respondió con los ojos bajos, con las sensaciones divididas entre la placentera irrealidad del jaschís y el enérgico burbujeo de la coca, entre el pánico a no saber quién había tras los cristales y los espasmos de deseo que hinchaban sus pezones. Quique tenía algo especial, debía admitirlo, sabía llevarla con una autoridad, con una astucia, que siempre acababa por convertir lo imposible en lo único, y a veces hasta le daba tiempo para desear que lo imposible, empezara de una vez.

  • Ya, querida, ya “No puedes”. Lo comprendo, estás acostumbrada a que alguien te lleve a las cosas, pero resulta que yo empiezo a estar harto de consolarte y de andar dándote órdenes todo el rato. Cógete cada extremo de la cinta con una mano y llévate a ti misma, tira de ti misma hasta la puerta de la cafetería, como una buena perrita. Verás como el cosquilleo de los anillitos te ayuda a recordar qué es lo necesario. Enseguida te alcanzo, es que ahora quiero grabarte desde atrás.

No le sorprendió la firmeza de Quique, era la que usaba cuando deseaba hacerse obedecer, y no le encontró ninguna utilidad a sacarle más palabras ¿Para qué iba a dar lugar a que le repitieran las amenazas de siempre? Como siempre, lo imposible volvía a convertirse en lo único y ella tomó los extremos de la cinta entre pulgares e índices y abrió los brazos. Era evidente, Quique no sólo quería grabarla puta en su móvil, además quería grabarla ridícula. Pero… ¿Merecía la pena preocuparse de cómo la grabara ya Quique a esas alturas?

Alguna mirada de ella debió captar pues se apresuró a decirle mirándola al Móvil.

  • Bah, cualquier cosa que yo grabe de ti, ya solo puede tener un interés sentimental ¿verdad, querida? ¿Ves? Cualquier cosa es menos difícil que intentar volver a ser la antipática señorita Setién, cargando con el recuerdo y las consecuencias de todo esto. Es una suerte que asumas tu vida como puta. Anda, ponte en marcha, que te alcanzo en un momento.

Y ella lo aceptó, qué remedio quedaba que aceptarlo si tenía razón en todo cuanto decía. Era más fácil abrir los brazos, tensar rítmicamente las cintas hasta que alzaran los aritos de sus pezones, y los hiciera aparecer con nitidez, rosados y erguidos; era más fácil eso que agotar el previsible camino de forzar una llamada a Jorge y tener que hacer diez veces lo que ahora decía no poder. Los cascabeles de sus pechos tintinearon alegres y las cadenitas transmitieron la tensión al anillo de su clítoris, y el espasmo de placer que la sacudió le dijo que también en eso tenía razón Quique: Ella ya sólo tenía una vida por delante, y era como puta. Ahora había que encontrar la manera de encajarlo, de ser lo bastante mujer para serlo.

Respiró hondo y dio es primer paso, imprimiendo naturalidad a su andar, para que los tacones cimbrearan su precioso y desnudo culo. Comprendió el capricho de Quique de grabarla desde atrás, al recordar que iba a tener que subir una pequeña escalinata de sólo siete peldaños bastante empinados. Incluso teniendo decididísimo obedecer, descubrió que caminar así, por un suelo desigual, con unos tacones trucados, y dos colocones dándole vueltas por el cuerpo, era todavía menos fácil de lo que parecía. Hubo de dedicar toda su atención a mirar dónde y cómo pisaba, descuidada de cascabeleos o de los llamativos movimientos de su cadera.

Eternamente enseguida llegó el primer peldaño e intentó no titubear, lo mejor era subirlos deprisa, con la agilidad de sus veintitrés años. Pero en el tercero un pequeño desequilibrio le hizo darse un doloroso tirón de anillos y eligió la seguridad sobre la rapidez. Lanzó a Quique una mirada suplicante, pero él sonreía y, a su modo, intentó darle ánimos.

  • ¡Sabía que podías! ¡Adelante, preciosa, estoy orgulloso de ti, ya queda poco.

Ella miró al pasamanos, inalcanzable sin soltar las dichosas cintitas, y le echó valor para girarse, en mitad de la escalera, y proseguir con sus equilibrios. Apenas había saboreado la satisfacción de subir el último peldaño cuando el maldito vibrador de su coño empezó a moverse en lo que a ella le pareció que fuera la máxima potencia. La pilló tan de sorpresa, tan excitada, que no pudo evitar dar un traspié y tener un orgasmo de rodillas, en el suelo.

Siglos después, Quique se apresuró a socorrerla, la alzó del suelo y se lo dijo.

  • ¿Ves lo que pasa cuanto te caes como puta? Viene un amigo y te ayuda ¿Quién acudió a ayudar a la Señorita Setién? Estoy a tu lado, voy a ayudarte y ya lo has hecho, tomemos simplemente una cerveza.

Lo controlaba todo hasta un extremo que le resultó surrealista, el vibrador volvió al modo de reposo, y ella se sintió morir de excitación. Increíblemente, no era ni mucho menos la primera vez que la sacaban en público prácticamente en pelotas, pero era muy distinto hacerlo junto a su casa, o en la empresa, que ir a hacerlo precisamente en el Club, porque aquel era su ambiente, su futuro, y la misma vergüenza que la hacía temblar, llegó a sonrojarla hasta la planta de los pies. Una cosa era cierta: Quique parecía admirarla como puta, y ella…. No sabía si estaba empezando a admirarlo como amo. En cualquier caso, fue todo un alivio sentir sus dedos tirar del trajecito de látex para cubrir sus pezones.

  • Infinitas gracias, querida –Le dijo-. Has estado genial, pero la cosa ya va a ser suficientemente espectacular sin necesidad de incluir ese exceso.

Después, puso la mano directamente sobre su culo y la dirigió hacia la opaca puerta del Club, hacia el final de un capítulo de su vida. Se le aceleró el corazón hasta desbocársele, en esos últimos escasos metros que la separaban del abismo, porque para Quique aquello iba a ser una auténtica machada, llevarla así, de ese modo, ante todos sus amigos del club, pero para ella la cosa iba a ser bastante diferente, iba a suponer tener que soportar miradas de desprecio de gente que, sin embargo se moriría de ganas de cogerla bajo las sábanas, tener que afrontar con deportividad los ojos fijos de los hombres; porque quién se viste así, es porque quiere que la miren, y ni podía imaginarse cuántas cosas más. La puerta que ahora se abría, que materializaba todos los fantasmas, era la misma que iba a cerrarse tras ella, pues conducía a un suicidio social.