Moldeando a Silvia

Nuevas dimensiones de la caída de la señorita Setién

ADVERTENCIA

Esta obra contiene escenas de sexo no consensuado, sadismo, humillación, dominio y está orientada a lectores adultos. Si este tipo de cosas no son de su agrado o de algún modo hieren su sensibilidad deje de leer AHORA, después podría ser tarde. Por supuesto todas las escenas aquí narradas son de absoluta ficción y es voluntad del autor que nunca lleguen a ser reales. Cualquier comentario será bienvenido. (Absténganse de mandarme ficheros adjuntos porque NUNCA los abro)

fedegoes2004@yahoo.es

Capítulo 40

Apenas le dio tiempo a disfrutar de sentir a Buenaventura bajo él, aquella musculosa yegua a la que ahora podía montar con la misma soltura y maestría con que montaba a su dueña. Era lo que había soñado como el mayor de los éxitos imaginables, y sin embargo le resultaba todo un ejercicio de autocontrol el dejar a Silvia a la espalda, gimiendo de placer como una perra.

No era que le preocupara nada, no. Se lo pasaría en grande follando con lo más escogidito del club, y los chicos,  cuidarían bien de cumplir con los pactos, dependían de ello muchos placeres futuros. Era el no saber qué estaría haciendo ahora, el no estar allí compartiéndolo, aportando, lo que le contrariaba tanto que casi le impedía disfrutar de lo que hacía sólo unos meses le habría resultado un sueño imposible: Embocar el circuito de obstáculos sobre aquella maravilla de animal, sentir bajo él su fuerza, su agilidad, ante la mirada asombrada de todas las chicas.

¡Era importante permitirse esa exhibición de poder! Silvia no iba a durar siempre, y no tenía ganas de volver a ser el mismo advenedizo de antes cuándo desapareciera. Aquello iba a sacarlo definitivamente de la invisibilidad, de la masa gris de socios, iba a catapultarlo a la cima de los interesantes; hombres y mujeres se preguntarían durante los próximos meses cómo había logrado tener semejante dominio sobre sus animales.

Saltó los obstáculos con elegancia. Sobre el lomo de Buenaventura todo era posible, al igual que sucedía con su propietaria. Era consciente de que a las gradas siempre concurridas del circuito, habían llegado noticias de lo acontecido en la cafetería. Bueno, noticias cuándo no fotos, o vídeos. Ese tipo de novedades volaron siempre, pero ahora lo hacían con la inmediatez de la telefonía móvil y las redes sociales. Era consciente de que él, en ese mismo momento, estaba siendo grabado por varios teléfonos móviles, en los que serían estudiados cada uno de sus gestos.

Abandonó el circuito al trote, ya se había exhibido bastante. Además, prefería evitar las preguntas directas, sobre todo en público; tampoco quería que lo entretuvieran demasiado.

Los mozos de cuadra no le preocupaban. Increíblemente, Silvia les había caído del cielo abierta de piernas e inevitablemente estaban en la fase de follar, lo primero era un atracón de hembra. Naturalmente, no tardarían en descubrir que el verdadero placer no consistía en abrirla de piernas, sino de mente, en ponerla de rodillas y jugar con sus deseos, con sus terrores, a la vez que con su cuerpo, con aquel siempre ofrecido par de tetas. Eso vendría más adelante, porque naturalmente querrían repetir, y ya encontraría la fórmula para que lo hicieran. Pero esas cosas había que pensarlas, que meditarlas cuidadosamente, para no entregar a Silvia a la persona equivocada, para que no le sucediera como a Jorge con ese antiguo socio suyo, Alberto, que se había convertido en todo un estorbo. Por suerte, estaba seguro de que los intereses de aquellos muchachos coincidían con los suyos.

Guió a Buenaventura hacia el bosque, una cosa era querer ser visto, levantar expectación, y otra que deseara verse rodeado de una lluvia de preguntas que sería embarazoso contestar. Miró el reloj y para su asombro, descubrió que no habían transcurrido más que quince minutos, es decir, que le quedaban tres eternos cuartos de hora para acercarse por la cuadra.

A sabiendas de que lo que estaba sucediendo allí era completamente inocuo, tan humano y natural como ir al váter, se le hacía raro no presenciarlo. Sí,  se iba a hacer pajas durante años recordando la manera tan franca, tan absoluta en que la había entregado a aquellos muchachos, a ni sabía a cuántos; era cierto, pero el no estar allí participando le dolía en lo más hondo, era como estar tirando oro a la basura, cada minuto con Silvia lo era, y si tal cosa le dolía… ¿Qué iba a suceder mañana, cuando después de almorzar tuviera que entregarla a Jorge y perder el control sobre ella por ni siquiera habían decidido cuánto tiempo? ¿Cuánto iba a tardar él en desear ser el único propietario de semejante tesoro?

Ahí se abría un sin fin de posibilidades, recordaba a Pablo hablándole de los riesgos de la adicción, y que quizás tuviera razón, quizás fuera tremendamente difícil no hacerse adicto a Silvia, a alguien que era capaz de satisfacer a la vez todos los bajos instintos de un hombre, una hembra que le ofrecía la posibilidad de partirla, de desvirgarla mil veces, cada vez que la conducía a una nueva humillación. Eso era lo que hacía la muy zorra, hacía posibles placeres tan perversos como el de venderla o incluso regalarla a quién quisiera, placeres tan extraños como el de estar perdiéndose minutos de su caída, de su rendición. No, no le compensaba la certeza de que tendría los vídeos de varios móviles, su objetividad, para informarse y hasta disfrutar en diferido lo que le hicieran, era negarse los placeres del directo, la posibilidad de intervenir, de empeorar lo malísimo, a lo que le dolía renunciar.

Le dolía todavía la polla, tras su reciente y agónica corrida en su boca, y de algún modo se le antojó que quizás haría bien imponerse a sí mismo la disciplina de distanciarse un poco de vez en cuando; además de sano, dejaría libre las imaginaciones y ¿quién sabía los tesoros que podían esconder los instintos creativos de sus muchísimos amantes?

Cualquier otro día, cabalgando cualquier jamelgo de los que solía alquilar, habría disfrutado del paseo por el bosquecillo, y hoy, sobre Buenaventura, se estaba perdiendo una tarde preciosa en plena naturaleza. Pronto alcanzó la alambrada que delimitaba el recinto y contempló extasiado la fachada del Siroco. Podían haberse dado muchas variables, Silvia podría haberlo elegido para pasar la tarde, por ejemplo; de haberlo hecho, habría tenido que improvisar sobre la marcha, en las muy acogedoras circunstancias del puticlub. Pero sabía que no lo haría, que el Siroco se le antojaría un abismo en cierto modo predecible, casi un destino vital; sabía que elegiría el abismo más inmediato que era el club de hípica. Lo más fácil era hacerse ilusiones, a la vez que la estrecha ante sí misma.

Otra variable fue ¿qué iba a suceder en la cafetería? Imposible predecir como reaccionarían Rita, o los directivos del club a algo tan escandaloso como Silvia saliendo como lo hizo del baño de hombres. Pero las cosas habían discurrido de la manera que soñaba, habían causado el escándalo justo, conservado la distancia justa y conseguido máximos de expectación. Ahora todo consistía en recoger la carne y salir de allí, sin prisa pero sin pausa, el itinerario era ambicioso y no iba a sobrar tiempo.

Decidió adelantarse un poco al horario, cedió a la tentación de llegar quince minutos antes y saborear un poco las cosas en caliente. Convenía pasar pronto por delante de la cafetería, cerciorarse de que la gente lo viera a lomos de la pura sangre de Silvia, y ya estaría listo para recogerla.

No era frecuente que por la zona ajardinada transitaran caballos, estaba mal visto, pero como ser visto era lo que deseaba, decidió hacerlo. De pronto, tras un seto, encontró a los López, dos hermanos gemelos de dieciocho años recién cumplidos, ambos discapacitados psíquicos, en el borde de la subnormalidad, que se dedicaban a la jardinería. La verdad es que casi estuvo a punto de atropellar a uno de ellos y naturalmente pidió perdón.

El muchacho lo miró con su dulce sonrisa mongólica, indistinguible de la de su hermano, y le alcanzó una margarita.

  • Señor, mire qué bien huele -Balbuceó con su lengua de trapo, mientras un hilo de baba le goteaba de los labios.

  • No, gracias -le respondió, sé que huele bien. Y volvió grupas.

¡Había olvidado a los López! ¿Quién significaba en el club menos que los López, subempleados por caridad a un socio difunto? Su polla dio la voz de alarma y en esas ocasiones la consideraba casi su brújula. Recordó el desprecio, el asco, que Silvia había dedicado siempre a los dos gemelos y se dio cuenta de que nada podía hacérsele más insensato y degradante en el club que entregarla a ellos; sería una manera más de desvirgarla. Primera vez con muchachos muy jóvenes y con discapacitados en una pieza; eso había que verlo, que vivirlo, que grabarlo, conservar el testimonio para el mundo y ella misma, de lo pasional, lo absolutamente versátil que era como puta.

Y en cuánto a los dos chicos… Nadie los obligaría a nada, y probablemente sería un  recuerdo para todas sus vidas, no todos los días iban a tener a su disposición una hembra como esa. Tan poco significaban los López en el club, que ni siquiera se habían molestado en recordar sus nombres ¿para qué?, si eran invisibles y nadie los distinguía.

Tenía sus riesgos, sí, pero se le antojó que no quería dejar pasar la oportunidad, que aquello era algo que no podía dejar de sucederle a Silvia, lo estaba pidiendo a gritos, y además lo merecía, aunque fuera bajo un código de justicia underground. Quiso pensarlo, encontrar la manera de hacerlo suceder, pero no había mucho tiempo y atajó por el aparcamiento buscando el camino de las cuadras. Arriba quedaba la cristalera del club, fue consciente de que todo el mundo lo estaba mirando, pero se encontró con Javier, y fue tarde para intentar evitarlo porque se dirigió a hablarle.

  • ¿Qué ha significado el espectáculo de hace un rato y qué tienes que ver en él? Hacía tiempo que se notaba rara a Silvia, pero nadie hubiera imaginado algo así.

  • Ya, nadie lo hubiera imaginado pero no puedo explicártelo ahora, Silvia me espera. Si quieres, podéis llegaros por el Ambigú sobre las diez, tú y Adela, allí charlamos más tranquilos y con ella delante.

Vio el gesto contrariado de su amigo por la curiosidad insatisfecha, pero en ese momento no le podía dar más que palabras. Ojala acudieran a la cita, se moría de curiosidad por observar sus reacciones cuando conocieran con más detalle a la Silvia del Ambigú. Tanto Adela como Javier tenían instinto golfo, pero tremendamente constreñido por las apariencias.

Al doblar la esquina, se encontró de frente con Manuel, uno de los negros que solía vigilar el acceso al recinto. Lo pilló abrochándose los botones de la bragueta, mientras intentaba disimular con un gesto cómico. Le dio las buenas tardes con una sonrisa, gesto al que él respondió con otra bastante avergonzada.

Respiró aliviado, si el personal salía de las cuadras ordenadamente y con alegría, eso sólo podía querer decir que las cosas habían ido razonablemente bien en su ausencia.


El timbre de la puerta lo pilló desprevenido ¿Qué alguien venía a verlo? Se había enemistado con buena parte de la plantilla de Publicidad Setién, hacía poco que había hablado con Pedro por teléfono ¿Quién podía ser? Al abrir, encontró un apresurado moto mensajero.

  • ¿Alberto Sagasta?

Se lo explicó todo, reconoció en sus manos una tarjeta de Jorge, adherida al paquetito que le ofrecía. Le dio 2€ de propina para quitárselo de encima.

En el paquete encontró un pendrive y supo que se trataba de nuevo intento de su “amigo” de atraerlo a su causa, y cualquiera sabría qué vídeos iba a encontrar en él. Tenía cosas que hacer y se sentía tan decepcionado de todo aquello que nada deseaba más que poder empezar a olvidarlo.

Su decisión de abandonar España era firme, sus años de reportero de guerra le habían dejado en herencia una pequeña red de lugares discretos a los que ir, pero se proponía emplear los últimos días en Madrid para borrar lo más posible sus huellas, y dejar sembrados aquí y allá semillas de arrepentimiento. Se encogió de hombros mientras insertaba el pen en el ordenador. Al fin y al cabo era información, y era difícil argumentar que fuera a ser mejor no conocerla. No perdía un minuto en preocuparse por lo que fuera a ser de Silvia, pero sí en que le salpicara lo menos posible.

Blah, blah, blah. En el primer vídeo aparecía Jorge, en el salón de su casa, reiterándose en sus argumentos: Ningún poder de la tierra podía evitar que Silvia deseara ser una puta y que hiciera todo lo posible por seguir siéndolo, ni tampoco era posible evitar ya que cada vez más gente se fuera enterando, lo único que se podía hacer, según él, era vigilar, controlar que nada excediera márgenes que conllevaran hospital y si la cosa llegaba a ponerse fea, siempre podrían optar entre distintas formas de deshacerse de ella, la primera y más evidente venderla, aunque otra podría ser dejarla alejarse poco a poco y permitir que el discurrir de los meses diluyera responsabilidades. En todo caso, todos los desenlaces posibles eran menos deseables que enfrentarse, no podían enfrentarse dos hombres que compartían a la misma mujer.

Era cierto que dos hombres podían compartir la misma mujer, e incluso seis u ocho bien avenidos, maduros y con las ideas claras. Pero traspasada esa cifra, la pendiente hacia el abismo iba a ser cada vez más difícil de evitar. Ese era el problema, que no se trataba de dos hombres, sino de un número indeterminable de ellos. Casi podía comprender a Jorge, lo fácil que le había sido embarcarse en esa caída hacia la degradación, simultánea a la de Silvia; podía no guardarle rencor, comprender incluso que los riesgos formaban parte de su carácter, pero no estaba dispuesto a asumirlos a su lado, por supuesto que no. Escuchó con paciencia ante su portátil, sin poder evitar distraerse en observar la pocilga en la que poco a poco había convertido el salón de su casa.

Quizás Jorge no pudiera ver que el verdadero poder no lo tenía él, Dios omnipotente coleccionando pecados en su disco duro, asignando horarios y recursos de la empresa; el poder lo tenía la persona bajo cuyo mando estaba Silvia en cada minuto concreto, ése era el que tenía el control, y quien podía perderlo, y eran tantos... Quizás no supiera que la cosa ya se había puesto fea, que a su derecha, su amigo de más confianza, Pedro, esperaba agazapado el momento de liberar a Silvia. Pero el que ignorara esas cosas no le daba derecho a ignorar también sus reiterados avisos, ni le imponía a él la obligación de acompañarlo en la celda de al lado.

El resto fue sexo, sexo, sexo. Los tres días íntegros en el puticlub de carretera, con don Carlos y sus clientes. Quizás en otra época los hubiera visto, o le habrían excitado, pero en las circunstancias presentes lo único que le apeteció hacer fue borrarlos, aunque no. De alguna manera se le ocurrió que increíblemente el Pendrive encajaba excepcionalmente bien en otra parte de sus planes. Ni siquiera borró lo que no podía tener interés para nadie: El largo discurso de Jorge intentando convencerlo, incluso eso podía tener su importancia, usado como prueba en un juicio.

El contenido del Pendrive no hizo sino reafirmarlo en sus posiciones, mañana por la noche tomaría su avión hacia Arabia Saudí, primera escala de su previsiblemente largo cambio de aires. La pregunta era ¿cuántas cosas le daba tiempo a hacer antes de irse?

Por suerte, las maletas estaban preparadas, el billete comprado y el pasaporte en su sitio. Y sí, había llegado el momento de que Alicia conociera las andanzas de su hermanita, acabaría por conocerlas de todos modos cuando el asunto explotara, y sería infinitamente mejor para él que oyera la primera noticia de sus labios, la versión más conveniente a sus intereses y que menos la pusiera en su contra. Era el único familiar directo que Silvia tenía en la vida y en un más que esperable juicio podía jugar papeles decisivos. Era imposible que alguien, el más listo o el más tonto, no fuera a perder el control, no podía ya quedar mucha mecha hasta el barril de pólvora.

Se daría la paliza de levantarse de la cama a las cuatro de la madrugada para conducir hasta Villamela, conversar con Alicia, regresar en inmediatamente a Madrid y aún le quedaría tiempo para almorzar con Pedro. Quería informarse de lo que fuera que sucediera en el Ambigú, y hasta hacerle algún pequeño regalo… Una especie de desagravio por la paliza que le dio en el Café Iniesta. También con él deseaba hacer las paces. En realidad, siempre se había preocupado de dejar tras sí la menor cantidad de enemigos posible.

Aunque pretendiera evitarlo, seguía dándole vueltas a las palabras de Jorge ¿No sería él quién estaría perdiendo el control, y hasta pactando con el adversario? ¿No estaría exagerando los riesgos, cambiando precipitadamente de país, de residencia, con pocas razones que lo justificaran? Se negó a seguir pensándolo. Conducir sin frenos es muy peligroso, aunque inocuo hasta que llega el accidente, y eso era lo que ellos pretendían pasar como seguro. Él aspiraba a poder regresar a España a la vuelta de unos meses, sus deseos de aventura nunca llegaron tan lejos. Una pastilla para dormir y a las cuatro de la madrugada estaría como nuevo, listo para hacer su propia guerra.


Diez minutos antes de la hora pactada, Quique oyó tintinear de cascabeles y los gemidos de Silvia desde varios metros antes de llegar a la cuadra. Abrió la puerta del almacén y se quedó extasiado ante el espectáculo: Silvia cabalgaba a Gustavo sobre el suelo, mientras Sergio le daba por el culo desde atrás, y Jerónimo, el otro de los seguratas negros, intentaba sofocar sus gemidos introduciéndole hasta la garganta su enorme polla.

  • Tranquilos, sé que llego temprano, espero que no os moleste si me quedo a echar un vistazo –Les dijo, a modo de saludo.

Cada cuál respondió como pudo, Sergio con un espasmódico “Gracias” y Gustavo y el negro levantando la mano. Silvia no estaba para responder a nada, ni siquiera para enterarse de nada, sólo entonces reparó en que le habían introducido unos auriculares en las orejas, que habían sujetado con cinta adhesiva de embalar transparente, y cuyos cables iban hacia un teléfono móvil que le habían pegado en la espalda.

  • Privación sensorial completa –Explicó Sergio riéndose, mientras le propinaba a la chica rudas palmadas en el culo-. Dicen que privándola de la vista y el oído es como una puta más se sumerge en sus sensaciones táctiles, y mayor es el morbo, y más se corre.

  • Aprecio vuestra buena intención –Respondió él, con una sonrisa cómplice.

  • Bueno, confieso que también tiene su utilidad el poder charlar de nuestras cosas sin que ella tenga necesariamente que enterarse, o pueda reconocer las voces de aquellos con los que folla ¿Para qué necesita poseer esa información? ¡Qué tontería!

Quique se tomó unos segundos para meditar su repuesta.

  • Me alegro infinito de que lo estéis pasando bien y ¿me equivoco al suponer que vuestra intención ha sido socializarla desde la base, darla primero a conocer a aquellos que la veían más inalcanzable?

  • Síiiiii, nos lo hemos montado bien –Respondió Sergio espasmódicamente y sin dejar de follarla- Gustavo y yo nos hemos apañado con el coño y el culo y hemos ofrecido su boca; y ella genial, portándose como lo que es, una puta sangre, sin parar de galopar, entregada y dándolo todo.

  • ¿Todo? ¿Seguro que no podría dar un poco más? –Preguntó con aire misterioso.

  • ¡Joder! ¡Apenas nos quedan cinco minutos! ¿Qué más se le podría hacer o pedir?

Repentinamente, Jerónimo se corrió dentro de la boca de Silvia y tiró de ella, apretando su cabeza contra su vientre, hasta que estuvo seguro de haberla hecho tragar hasta su última gota de leche. Y se deshizo de ella con la misma brusquedad con que la había usado.

-Gracias, gracias, gracias –Dijo mientras luchaba por volver a introducir su enorme pene dentro de su bragueta-. Sólo deseo una cosa, repetir, con más tiempo, en horario libre, en cualesquiera condiciones. Cumplo lo pactado, me largo. ¡¡¡Gracias!!!

Y salió a escape, con una sonrisa de oreja a oreja, como si se le hubiera aparecido la Virgen.

Silvia, con la boca pastosa de semen, luchaba por recuperar el aliento mientras gemía de placer, empalada hasta el fondo por Sergio y Gustavo.

  • Sí, chicos, sí, -Continuó Quique, está muy bien para ser una primera vez, y tienes razón, no queda tiempo para mucho más. Le habéis dado lo que necesitaba desde hace días: una buena doble penetración. La habéis filmado, entregado a dos negros… Pero bueno ¿qué mas da que sean negros si ella nos los ha visto ni oído? Creo recordar que vuestra intención era socializarla desde la base. Los seguratas son negros sí, pero al fin y al cabo dignos trabajadores, hombres sanos que se ganan el sustento honradamente ¿estáis seguros de que no hay nadie en el club por debajo de ellos en la escala social?

Sergio y Gustavo, inmersos como estaban en su atracón de carne, tardaron en comprender, pero cuando lo hicieron se retorcieron al unísono y explotaron dentro de Silvia. Los tres quedaron exhaustos sobre el suelo.

  • ¡Joder, joder, joder! –Dijo Gustavo, en cuanto fue capaz de recuperar el resuello- ¡¿Estás sugiriendo que podríamos entregarla a los López?! ¡¡Nada me gustaría más!!! ¿Sabes? Hace meses vi como tiraba cacahuetes al paso de los chicos, tratándolos de monos, entre risotadas con sus amigas.

Quique hizo intención de examinar a Silvia, que gemía dulcemente con los ojos vendados, pero Sergio lo interrumpió con un gesto.

  • No te preocupes, aunque le hemos dado duro, está como una rosa, y habla sin miedo de reventarle la sorpresa, que le he puesto Iron Maiden a todo volumen en los auriculares, y la cinta de embalar no es del chino.

Quique sonrió, seguro de tener el control de la situación. Les interesaba, claro que les interesaba, y aún era posible porque había reservado un pequeño colchón de tiempo para imprevistos, para una ocasión como aquella. En dos minutos de rápidos cuchicheos estuvo decidido. Rafael, el responsable de Jardinería, era el que hacía de cuidador de los chicos y la persona a la que había que consultar sobre la viabilidad del proyecto. Gustavo se apresuró a llamarlo a su móvil.

Silvia, lo único que sentía era el placer de respirar, sentir a fondo aquel desconcertante olor a establo, a cuadra limpia, a cuero y paja fresca, mezclado con el sabor del sexo. Era el lugar al que Quique la había llevado, al de las bestias de trabajo y como a tal habían sabido tratarla. Las carcajadas de Sergio aún resonaban en sus oídos, mientras forcejeaba sin demasiado cuidado con los cierres que permitían extraerle el vibrador del coño. La manera en que Quique la había presentado hacía posible que se tomaran tales confianzas tan pronto. Tuvo una cadena de orgasmos nada más la penetró, oyendo todavía alejarse los cascos de su yegua. Jamás hubiera creído que alguna vez fuera a sentirse así de desvalida, tanto que llegara a echar de menos la protección de Quique. Y poco más alcanzó a oír, porque casi enseguida Sergio se dirigió únicamente a Gustavo, al que ella en ese momento hacía una mamada.

  • ¿Sabes? No veo por qué la puta esta tiene que saber a quién llamo por teléfono, o qué quiero proponer a mis amigos, o de qué charlamos ¿Es asunto suyo? Quiero que, por una vez en la vida, los pobres disfruten primero de lo bueno.

El muy cabrón, se permitió el lujo de hablar con el otro como si ella no existiera y sin dejar de follarla. La respuesta de Gustavo no debió ser muy negativa cuando empezó a oír que manipulaban objetos. Poco hubiera podido hacer por evitarlo aunque hubiera tenido las manos libres, aunque no le hubieran vendado los ojos, habiendo como habían conquistado su voluntad. Era una realidad que ya ella también pertenecía a aquellos dos mozos de cuadra, que ellos también podían hacer de ella lo que les viniera en gana. Dos auriculares fueron fijados a sus orejas con cinta adhesiva, y con más cinta adhesiva un móvil fue adherido a su espalda. Desde ese momento, lo único que entró por sus oídos fue Iron Maiden, sus baterías disparadas, las enloquecidas guitarras y se dio cuenta de que estaba a salvo de órdenes, de humillaciones, de responsabilidades por cualquier cosa que pasara, se dio cuenta de que los apretones que Gustavo daba a sus tetas, los dolorosos tironcitos de los anillos de sus pezones, o los alegres cascabeles que pendían de ellos, no eran sino lo que su cuerpo merecía, lo que necesitaba para acoger con alegría el repentino empujón de Sergio y caer a horcajadas sobre Gustavo, empalarse en su polla y correrse al cabalgarlo. Su cuerpo acogía todo aquello increíblemente bien, las egoístas caricias, la palmada que Sergio le dio en el culo y que la hizo gemir incluso antes de que la penetrara analmente; todo aquello la perdía, casi se le antojaba una fantasía de preadolescente hecha real, explotando en su cuerpo y haciendo añicos su mente, sobre un fondo de rock duro.

Al fin una doble penetración. Quique, para variar, tenía razón y eso era exactamente lo que ella necesitaba, sentir dos hombres dentro, dos impulsos desiguales, arrítmicos, dos mentes poseyéndola, cuatro manos disputándose su clítoris, y de pronto, perder el control al sentir otra polla rozar sus labios y sentir otras manos sin nombre agarrarla de los cabellos y obligarla a mamársela, y se corrió mas fuerte todavía cuando tiró de ella y la hizo tragársela entera, empezó a follarle la boca indiferente a sus arcadas, agarrándola por la garganta hasta asfixiarla. Tuvo otro descomunal orgasmo al darse cuenta de que era la primera vez en su vida que  follaba con alguien sin saber quién era, ni qué planes futuros podía llegar a tener para ella. ¿Alguien? Muy pronto apareció otra polla entre sus pechos que fueron apretados contra ella y sintió hincharse aún más sus doloridos pezones, incesantemente acosados por infinitos dedos sádicos.

Varias veces cayó medio desmallada de placer, en la más absoluta oscuridad y sin apenas oír ni los latidos de su propio corazón, mientras el rock duro penetraba su mente y las pollas su cuerpo; después de varios segundos, invariablemente, su naturaleza empezaba a encenderse de nuevo y levantaba el vuelo hacia un próximo orgasmo. Varias veces cambiaron las posturas, y pronto perdió hasta la última orientación de distinguir quién era Sergio y quién Gustavo. En su destrozada mente sólo quedó la certeza de haber estado con al menos cuatro hombres, y cuando todo acabó, en una generosa ducha de esperma y pudo respirar, lo hizo, gozó de la nada, de respirar exhausta, sin que nada perturbara su paz, salvo el maldito disco de Iron Maiden, y el olor a establo que siempre lo invadió todo.

Quique, permitió que Gustavo y Sergio se vistieran, mientras maduraba el próximo paso. Había cosas que estaban claras: Le habían descrito sucintamente a Rafael de qué se trataba y, aunque le costó creerlo, el jardinero jefe se encaminaba hacia allí en ese momento, acompañado por los dos chicos.

Era un hecho que en diez o quince minutos Silvia estaría follando con ellos, pero aún así había una enormidad de matices posibles, infinitas pinceladas rupturistas con que adornar esa rendición antes de traerla a la realidad. Enseguida las piezas encajaron en su mente, supo cómo quería presentar la que iba a ser la mayor humillación de Silvia hasta la fecha, algo tan memorable que pronto estaría enseñándole la grabación a Jorge, entre risotadas y con legítimo orgullo. Estuvo tan seguro de haber acertado en la forma de sacarle a la situación el máximo partido que se dirigió a Silvia y, cuidadosamente, le quitó la venda de los ojos, los auriculares de las orejas, y le desató las manos de la espalda. Ella, agotada y cubierta de sudor, jadeó ruidosamente y ni siquiera abrió los ojos, hasta que Quique le acarició el pelo.

  • Querida, cómo te encuentro, necesitas descansar. Los chicos me han pedido perdón, me han contado que se han puesto un poco brutos contigo, pero no han podido contenerse.¡Me pidieron perdón, se nota que no nos conocen! –Concluyó con un gesto de indiferencia. Le dio la mano y la ayudó a incorporarse, a sentarse sobre una bala de paja.

Silvia, vacilante, se dejó conducir. Miró furtivamente a Gustavo, que en ese momento terminaba de cerrar la cremallera de su mono de trabajo, y le devolvió la mirada.

  • Bueno, pero aún no hemos terminado, es posible que aún queden por venir unos amigos, nos dijiste que no había mucha prisa –añadió, intercambiando con Quique una sonrisa cómplice.

  • En todo caso, lo que es importante ahora es que te repongas –Intervino Quique, desviando la conversación-. Necesitas descansar un poco, que te sequemos aunque sea a base de clínex, una rayita que te levante el ánimo y en cinco minutos estarás como nueva. Tu cuerpo se siente bien, necesitaba esta terapia.

Era verdad, el problema siempre fue que era verdad, que se ponía más caliente y se corría más cuánto peor la trataban, cuanto más la herían, cuanto más aireaban su intimidad. Ni conocía la razón ni podía hacer nada por evitarlo, pero lo que sí sabía era que el bienestar de su coño, el dulce mareo que la invadía al recordar sus sensaciones, tenían su precio, estallaban como una bomba en su cada vez más desequilibrada mente racional. Sus pezones, desafiantes, eran la prueba de todas esas afirmaciones: se habían vuelto a erguir, al pillar al vuelo la alusión de Gustavo, ese “es posible que aún queden por venir unos amigos” le produjo un estremecimiento involuntario que la delató, cubrió su palidez de un rojo intenso, e hizo sonar a la vez los cascabeles que pendían de su cuerpo.

Cuando reunió valor para levantar la mirada, se encontró ante los tres hombres observándola con aire festivo y una gruesa raya de coca sobre una silla de montar. No titubeó, la necesitaba como respirar y no la iba a ayudar en nada morirse de sueño. Tomó el tubito que le habían proporcionado y se la metió con la resignación que da la costumbre.

  • ¡Buena chica! –Celebraron los tres, casi al unísono, entre carcajadas.

  • Ese era mi único temor, que estuvieras demasiado agotada para entretener al personal, está claro que eres puta como para follarte a un regimiento, si entrara por esa puerta –Dijo Sergio, con tono despectivo.

Hacía tiempo que casi se había habituado al trato de desprecio que solían dispensarle; para lo que no estaba preparada era para tener que follarse cualquier cosa que traspasara esa puerta que Sergio señalara, y hacia la que ella no pudo evitar mirar con aprehensión.

No estaba preparada para que empezara a llegar toda la gente que la había visto hacía un rato en el club, o para que formaran una cola, o mucho menos para que la pillara “así” don José Guzmán. No estaba preparada para eso y menos aún para sentirse elogiada o un poco valorada, únicamente tras sus mayores caídas, por sus mayores caídas; sólo exhausta, maloliente y cubierta de esperma, merecía algún afecto de sus torturadores.

  • Sergio tiene razón, aunque se haya expresado con tanta sinceridad –Dijo Quique- Hubiera sido un mal principio que intentaras negarte el tirito que necesitas. Ahora, con tus sentidos alerta, estás casi lista para lo que venga.

El pánico se adueñó de ella y las imágenes más grotescas danzaron por su mente… Tras la puerta del almacén, podría aparecer Rita, o Pablo, llevando de las riendas a su potro… ¡Estaban en una cuadra!

Sí, sus sentidos estaban alerta, se erizaban sus pezones de espanto, de sólo sentir que no, que ese era otro límite tras el cuál no habría retorno, que tenía que dar la batalla definitiva ahí ¡¡Animales no!! Y morir en esa línea.

Los acontecimientos, sin embargo, sucedían a su alrededor como a cámara lenta. Los tres muchachos charlaban, examinaban juguetes, riendas y utensilios de las caballerías, y ella no oía nada, como si no le concerniera, inmersa en el caos de todas sus anteriores virginidades rotas. Por algo antes le habían vendado los ojos y ahora no lo hacían, porque no querían que supiera con quién había follado y con quién no, por supuesto, pero si querían que ahora viera, algo muy oscuro tenía que ser lo que ocultaban lo dos golpes estruendosos que sonaron de pronto e hicieron que ella y la puerta se estremecieran al unísono, con el inevitable y desesperante tintinear de sus cascabeles.

Quique, cuchicheó algo con Gustavo. Y lo hizo salir a través de la puerta entornada, con cuidado de no dejarla ver qué había detrás y después se dirigió a ella:

  • ¡Querida! Estás preparada para lo que va a pasar, has hecho muchas cosas más difíciles y te has corrido como una perra. Yo no te llevaría a algo para lo que no estuvieras preparada. Lo que ahora sucede es que te vamos a presentar a unos amigos que son un poco tímidos, y necesito que se sientan en confianza desde el minuto cero, que desde el minuto cero tu pinta sea la de una auténtica puta, y que tus gestos y ademanes se correspondan con tu aspecto. Para ayudarte, le he encontrado otra utilidad al móvil de Sergio que todavía llevas pegado en la espalda. Lo llamaré, y a través de los auriculares serás la única en oír mis consejos.

Ella, apenas entendió algo, le hizo dos rápidas coletas a cada lado de la cabeza, que le daban un enternecedor aspecto de colegiala, y le ofreció un Chupa chups rojo, que debía chupar con fruición.

Ahí la línea de tiempo volvió a disparatarse, de ir a cámara lenta la realidad volvió a fluir a velocidad de vértigo, el sabor a fresa inundó su boca y se sintió ridícula, y tuvo un orgasmo cuando le rozó el anillo del clítoris y para su espanto empezó a introducirle en la vagina una ristra de pelotas de tamaño ping pong, de variados pesos y diversos colores.

  • Nada más entren –dijo Quique, con calma-, quiero que intentes expulsar las pelotas a mi orden, de una en una. Ah, y el que yo te vaya a aconsejar en privado qué hacer o decir, no te exime de cumplir las órdenes de nuestros amigos, eso es lo primero, te aconsejo que lo recuerdes. -Le echó un largo vistazo aprobatorio y le preguntó- ¿Estamos?

Las pelotas se acomodaron con facilidad, no menos de diez, en el interior de de su vagina, sin que ella hiciera otra cosa que estremecerse y exhalar gemidos. Incluso a ella le parecía que su actitud no presagiaba nada bueno. Incluso así no pudo evitar vocalizar la más tímida y desvalida de sus protestas:

  • Por favor, por favor, no sé quién va a entrar, estoy agotada y sucia, drogada, no podéis tenerme así todo el tiempo, follando sin parar con cualquiera.

  • Ja, Ja, Ja, -Se partió de risa Quique, mientras Sergio se hacía una paja. -¿Pretendes hacerme creer que la misma puta que he entregado infinidad de veces a infinidad de tíos, va a cerrar las patitas justo ahora? ¿Se te ha olvidado que en tu culo y por la puerta, entra quién yo te digo? Sabes que tendría cientos de maneras de obligarte, de fotos que enviar a sitios concretos, traer al ahora tus miedos más íntimos, llamar a algunos amigos… Pero no te asustes, estoy convencido de que no es necesario, como nunca lo fue. Tan pronto ves una polla dura, cada vez que un hombre te mira como en realidad eres, se te cruzan los cables y se te abren las patas y empiezas a hacer lo único para lo que sirves. Eso es una constante como la de la gravitación universal. Pero en cierto modo tienes razón, no estás lista –terminó con una sonrisa socarrona.

Se acercó a ella, se quitó el cinturón y pensó que iba a pegarla, pero no, lejos de eso lo colocó muy ajustado en su cintura, sobre su enrollado mini vestido de látex negro.

Se alejó y la observó con una sonrisa satisfecha mientras le decía:

  • Gracias por darme juego para imaginar con tu protesta, sin ella no se me habría ocurrido una tontería como esa, que podría tener tantas, tantas y diversas utilidades. Y no te preocupes, disfruta, estoy seguro de que vas a aprender un montón sobre ti misma esta tarde, tan preciosa como tú.

La última frase la terminó de hundir, y sí, fue verdad cuanto había dicho, porque las cosas sucedieron como siempre, demasiado pronto. La voz de Quique cambió, su tono cambió de sarcástico, a absolutamente autoritario.

-Ahora, yo me voy a ir detrás de ti, y tú, vas a dejar de ser tan comodona, te vas a levantar y vas a abrir a mis amigos. Enseguida, escuchó por los auriculares el timbre de un teléfono, sintió una presión en la espalda y la voz de Quique empezó a sonar, solo para ella, en el interior de su cabeza.

  • ¿A qué esperas, zorra? –Le oyó decir, ya sin verlo.

¡Nadie iba a abrir la puerta, era ella la que tenía que abrirla, que recibir a quiénes hubiera! ¿Qué hacer? Oponerse a Quique era tanto como oponerse a Jorge, o como oponerse a Dios. Sus fotos por el pueblo, hasta las más sucias, bajo la vista de Alicia, la cara de Rita al ver cualquier vídeo de ella, Pablo... Las posibilidades eran tantas y tanta su necesidad de acabar, de desvelar misterios, que logró levantarse a pesar de los tacones, sobre el suelo de cemento. Algo horrible sucedió; el menor movimiento hacía que las bolas se reacomodaran, se deslizaran unas con otras y tuvo que contraer el vientre al máximo para retenerlas en su encharcada vagina. Sergio, que había terminado de pajearse, ahora la grababa con un móvil.

-Ya has hecho lo más difícil: levantarte –sonó la voz de Quique en los auriculares, en su cerebro- ya sólo te queda caminar sin que se te caiga nada.

Intentó consolarse a sí misma con lo de siempre, que aquello quería ser una estrategia para follar menos, para no hacerse acreedora a un castigo… pero cada paso hacia delante produjo tintineos, roces caóticos dentro de su coño, espasmos, taquicardias, arrancaba risitas a Sergio y convertía en cierta cada palabra de Quique. Lo había perdido todo, hasta su voluntad era ya de Él.

Su mano se posó en el picaporte, y tres sonoros golpes hicieron temblar la puerta en ese justo momento y ella dio un respigo, saltó hacia atrás, acompañada por un estruendo de cascabeles, y apretó con todas sus fuerzas, se retorció, para no perder su preciada carga de bolitas de goma. Dentro y fuera de su cabeza, incluso al otro lado sonaron carcajadas.

  • Se te ve tan cómica que te perdono el retraso.

No pudo aguantar más, no podía haber detrás de la puerta, nada peor de lo que había allí, la abrió de repente, y tras ella apareció Rafael, el jardinero jefe.

Desde siempre había admirado sus músculos, su cuerpo fornido, que el uniforme de trabajo intentaba en vano disimular. Si no hubiera sido porque no tenía un céntimo, habría estado incluso por encima de Pablo en su lista de tíos follables. Pero ahora sí que había algo nuevo que admirar de él, que reverenciar incluso: la enorme y durísima polla que exhibía a través de su bragueta abierta. Después de una detallada radiografía, clavó sus ojos en ella y se relamió, seguro de tenerla a su merced. Y ella… aún no había pronunciado un “No” claro, más bien, nada que pareciera un “No”. Se le hizo la boca agua, y un latigazo de placer le cruzó el coño cuando distinguió que tras él, había al menos otras dos personas. Lanzó a Quique una postrera mirada de súplica, a la que el respondió con un gesto burlón.

  • Querida ¿no vas a invitar a pasar a nuestros amigos y ser buena anfitriona? Las de bienvenida, van a ser las únicas palabras que se te va a permitir pronunciar, a partir de ahí te callas, no necesitamos de tus gimoteos, seremos nosotros quienes hablemos.

Tragó saliva, la enorme verga de Rafael la miraba, la humillaba con su sola existencia, como un anzuelo que estaba deseando morder. Intentó distinguir quiénes se escondían tras él, cuántos eran al menos, pero su corpachón de metro noventa obstruía su vista, y no logró ver más que un bosque de piernas, cubiertas por el uniforme de trabajo del club.

  • Pasad, amigos, pasad. Os ruego que me habléis alto, porque tengo las orejas tapadas. Pasad y cerrad la puerta, sois bienvenidos- Mientras el sabor del caramelo inundaba su boca y se le ensalivaba la vagina, y hasta sus ojos se llenaban de lágrimas, mientras se hacía a un lado e invitaba a entrar.

Pero sintió que algo más no iba bien, porque nadie traspasó la puerta. Rafael la observaba con glotonería, y tuvo la santa calma de sacar su móvil del bolsillo y ponerlo a grabar también. Ella sabía que lo mejor a esas “alturas”, cuando ya se había ido tan lejos por el mal camino, era ponerse a follar y olvidarse de todo. Aunque tampoco comprendía cómo era capaz de follar de esa forma, sin tomar ninguna de las precauciones mínimas. Sin duda, aunque pareciera asombroso, el miedo a la realidad de lo que había hecho, a lo que había permitido y seguía permitiendo, era superior al pánico al embarazo, o al sida.

  • Perdone, señorita Setién, -dijo Rafael, con fingida incredulidad- soy yo quien no la ha oído ¿Tendría la bondad de repetirlo?

Le temblaron las piernas, la estaba mirando a los ojos, no a las tetas y se regodeaba en su indefensión. ¿Volver a decir todo aquello? ¿Qué? Ni siquiera sabía si tenía permiso para hablar. Jadeó, le faltó el aire, y la sobrevino un tremendo orgasmo antes siquiera de que el jardinero la hubiera tocado. Inevitablemente enrojeció de vergüenza y enrojeció aún más, cuando dos pesadas bolas se escurrieron de su vagina y rodaron por el suelo.

  • Amigo Rafael –volvió a sonar la voz de Quique por todas partes-, ya te ha explicado Gustavo que ahora Silvia Setién es una puta ninfómana, y además adicta. Te ha mandado al teléfono fotos de ella follando en todas las posturas imaginables ¿Necesitas más pruebas de que podéis pasar y disponer de ella? para eso está ¿Verdad, Silvita? Eso sí, en su estado… se lía enseguida, intentad decirle las cosas claras.

Sus palabras le hicieron perder el escaso control que conservaba de sí misma y trastabilló hacia atrás, alguna rugosidad del suelo le desestabilizó los tacones, y fue a caer de culo sobre la bala de paja sobre la que había estado sentada, con las piernas abiertas y una caótica erupción de pelotitas fluyendo desde su coño. Aún conservaba en la boca el chupa chups, y sus mejillas se inundaron de lágrimas histéricas.

Se desmayó, se fue a negro, y sólo el ácido sabor de la fresa la trajo de vuelta, la hizo abrir los ojos, justo a tiempo de que Quique detuviera la bofetada que iba camino de propinarle.

  • ¡Al fin despiertas, bomboncito! Empezaba a pensar que no tenías ganas de conocer a los amigos que acompañan a Rafael. Debería interesarte conocerlos y reconocerlos, van a ser personas importantes en tu vida, te lo aviso.

Intentó aventurar un vistazo, pero sólo con extrema lentitud la figura semidesnuda del jardinero empezó a definirse. Tras él cobraron forma dos masas de carne  amorfas y rollizas, que sólo podían ser los López. Incapaz de creer lo que veía, cerró los ojos unos segundos y los volvió a abrir. Allí seguían, risueños, ilusionados, los dos mellizos, cuchicheando con Rafael entre risitas.

  • ¡No puede ser! Apenas son mayores de edad, son discapacitados, es infernal, es asqueroso e ilegal, no puedo hacerlo –Explotó con desesperación, sin reparar en que le habían dejado muy claro lo innecesario que era decir cualquier cosa.

La bofetada que hacía segundos acababa de evitar, estalló ahora en su cara y cayó hacia atrás, con la mejilla ardiéndole. Quique la agarró del pelo y la obligó a mirarlos.

  • No sé que verás tú, pero yo veo dos hombres –le dijo desde el fondo  de su cerebro-, precisamente los dos hombres a los que más has despreciado y maltratado en el club, los dos hombres con los que mayor es tu deuda ¿Los sapos binarios? Era así como los llamabas ¿no? Son Juan y Evaristo, están aquí por que quieren, para recibir las disculpas que merecen. Saben que vienen a conocer a una puta y, nadie los obliga a nada ¿Cómo podrías tú obligar a nadie a hacer algo? En realidad, nadie está aquí obligado ¿verdad, Silvita? ¡Mira sus pollas!

Ella, instintivamente, siguió la dirección de su dedo y el asombro la dejó muda. Bajo las dos panzas desproporcionadas, se erguían dos penes de casi treinta centímetros, tan idénticos y gemelos como todo lo demás. Y ahí la situación acabó de enloquecer, porque Sergio se largó, diciendo que ahora le tocaba vigilar a él, dejando la puerta abierta, y los dos mellizos, al unísono, empezaron a manotear, agarraron a Quique y se lo llevaron a tirones, gritándole ¡Al rincón de pensar! ¡Al rincón de pensar! ¡Al rincón de pensar! -Repitieron los dos chicos. Y Quique, entre sorprendido y sonriente, se dejó arrastrar varios metros, se quedó tranquilo, silbando, y les permitió regresar.

¡Que extraña la naturaleza humana! Cuerpos deformes de de dieciocho años, en mentes de diez, educadas para que todos contribuyan a reprimir conductas violentas. Quizás no fuera tan malo que más gente fuera formada así. Y qué extraña la existencia que convertía en sus defensores a las dos más invisibles sombras semihumanas que habían cruzado su vida. Y no era que tuviera nada contra ellos, no. Era sólo que prefería ser más generosa, abrir la mano y gastar para tenerlos en algún entorno protegido, lejos del mundo; eso era mucho mejor que permitirles exhibir su indefensión por el club, nuestra ruindad, nuestra fragilidad, porque nada nos asegura no llegar a padecer cosas peores algún día.

  • Perdón –suplicó de rodillas-, yo no entendía nada, no volvería a hacerlo, jamás volveré a despreciar a nadie –Dijo mirando a Rafael, protector de los chicos, y único hombre que permanecía junto a ella, observándola con gesto cómico.

  • En mí no tienes nada que buscar, zorra, estarás perdonada tan pronto te ganes el perdón de los chicos. La verdad es que desde que te vi por primera vez, me di cuenta de que eras una puta, lo que nunca hubiera supuesto es que fueras tan barata. Noté tu forma de mirarme a hurtadillas, nos deseabas, a mí y a mi polla, y la tendrás, pero antes habrás de merecerla. Tendrás que ganarte el derecho a lamerme las pelotas estrenándome a los gemelos, mostrándoles lo que es una hembra y todo el placer que puede dar. Quiero que los revientes de gusto, que los hagas debutar a lo grande. Me ocuparé de ello personalmente -Remató, sin perder la sonrisa irónica y con tono suave-. No te van a quedar ganas de tirar cacahuetes a su paso, después de lo que vas a comerte.

Enseguida recordó una tarde, muchos meses atrás en la que merendando con Rita y Adela en la terraza del club, ella había hecho precisamente eso, tirarles cacahuetes, entre risas, a la vista de todos. Supo que lo que le decía era cierto, el peso de sus palabras le produjo una sacudida en su ya vacío y encharcado coño, una corriente eléctrica que la recorrió desde el anillo del clítoris, hasta la base del cráneo, vibrando por su columna vertebral y ramificándose hasta el piercing de su lengua. Como siempre, era demasiado tarde para cualquier cosa que no fuera ceder, sin tener demasiado claro si lo hacía ante voluntades externas, o ante los deseos de su propio cuerpo, azuzados por los porros y la cocaína. Ella era el centro de atención de ni sabía cuántos hombres ni cuántos teléfonos móviles, era el centro, con sólo una luz sobre su cabeza alumbrando el lúgubre almacén, y dejando en sombras los contornos.

Se giró de rodillas, para encarar los corpachones rechonchos de los dos adolescentes, y una vez más quedó asombrada, supo que aquello la iba a llevar más allá de donde nunca había llegado en el sexo. En las caras de los dos mellizos había deseo, pero también una insaciable curiosidad, nunca habían visto, ni mucho menos tocado, una mujer como ella; y no había altanería, ni desprecio, ni rencor en sus gestos. Los dos mellizos, únicamente querían jugar, jugar sin ropa, con uno de esos extraños y bellísimos seres, quizás inalcanzables para siempre, que eran las mujeres.

La ingenuidad de los chicos terminó de desarmarla, convirtió en exquisitas sus inexpertas caricias, ellos no agarraron sus pechos con la brutalidad de los otros; admiraron su pelo, jugaron y lo acariciaron, sin necesitar agarrarlo. El vínculo se estableció de inmediato, eran como ella, juguetes de otros, mascotas de otros, eran incapaces de toda maldad, eran amigos. ¿Cuándo hubiera podido imaginar la vieja Silvia que llegaría a llamar amigos a dos retardados mentales? Uno de ellos, entre risas y caricias, la dijo algo que terminó de desconcertarla:

-Eres como una flor.

Esta vez la sacudida fue en el corazón, lloró. ¿A alguien podía parecerle ella una flor? ¿Porqué tenía Quique que complicar la cosas tanto a su alrededor? ¿no podía simplemente ponerla a follar? ¡Ella nunca había hecho verdadero daño a esos chicos! Ni siquiera habían notado sus pasados desprecios, y si lo hicieron los habían olvidado, no cabían en su mundo.

Sin incorporase, beso por turno sus panzas, sus manos sus penes, sintió vibrar sus cuerpos, apartarse, para después volver esperanzados. Sintió que era casi un deber solidario colmar esas ansias, debía dotarlos de una primera experiencia que recordar, lo menos mala posible, y eso conllevaba guiarlos por todos los caminos, a tientas. Antes de que cupiera esperar de ellos la menor iniciativa, había que mostrarles el universo que ella ofrecía, había que hacerlos hombres. Y el primer camino que había que mostrar era el de su boca. Estaban limpios, quizás fueran los únicos limpios allí.

Apenas había empezado a mamar la primera polla de uno de los hermanos, la voz suave de Quique estalló en sus tímpanos, sólo para ella.

  • ¿Ves qué poco te falta para ser puta, querida? ¡Hasta dos subnormales son capaces de seducirte! ¡Vergüenza binaria debería de darte!

El sarcasmo se expandió sin control por su coño, como las risitas y murmullos se extendieron por su oscuro derredor, en el que adivinaba nuevas piernas, había atisbado saludos, entre las caras envueltas en sombra. Tocaba ser una buena puta, comerse la enorme polla hasta los huevos y sentir como inmediatamente el cuerpo entero del adolescente se estremecía y le enviaba garganta abajo una oleada interminable de esperma espeso.

Tosió, sorprendida. Se apartó de él para que se recuperara, para subir la vista y ver su cara, deformada por su enfermedad, sus ojos exhaustos de placer. Pero para ella no había respiro, el segundo de los hermanos le golpeaba la cara con el pene, exigía lo suyo.

-Bueno, amigos, ella conoce su trabajo, y como podéis ver está perfectamente cualificada para dar a los chicos la iniciación que merecen. ¡Pasaban las mañanas pajeándose en el baño! Ya era hora de que probaran carne de la mejor. Podemos dejar que se diviertan, mientras hablamos de nuestras cosas. ¿Me equivoco al suponer que, a los que habéis probado, os gustaría repetir? ¿A alguien le interesa conocer las condiciones y límites en los que se podría hacer?

-Claro que lo estamos –dijo Rafael-. Pero de momento hay que disfrutar el momento, y grabarlo. Pudiera ser que a los chicos les interesara conservarlo en sus móviles para los ratos libres, o para presumir con sus amigos.

A pesar de los auriculares, y la cinta adhesiva que los fijaba, las carcajadas y murmullos de aprobación fueron tan unánimes como el silencio subsiguiente, en el que solo se oyeron los gemidos de los dos adolescentes, y el pastoso sonido de sus mamadas. Rafael había captado la atención de todos, menos las de los chicos y la suya, dedicada a saborear la segunda e inevitable avalancha de espeso semen, casi sólido, asombrada de que semejante caudal pudiera hallarse en la tierra. Nadie la había deseado tanto, ni amado tanto en su vida como aquellos dos chicos, y de ninguna lealtad podía estar tan segura. Era su momento de tomar la iniciativa, asumidas ya todas las derrotas, y conseguir que la follaran. De pronto, la voz de Quique sonó en los auriculares.

  • Rafael quiere respetar la intimidad de los chicos y no desea interrumpirlos, pero me encarga que te diga que ni se te ocurra intentar cargártelos a mamadas; por muy hambrienta que estés,  ellos tienen tanto derecho como cualquiera en la lotería de la vida, a su boleto para ser papás; así que ya era hora de que empezara a ponerse verdaderamente hembra.

El latigazo de placer fue inmediato y enrojeció una vez más de vergüenza ante los ojos de todos, ante las lucecitas de todos los celulares. Ya ni siquiera le preocupaba el seguro abuso que se haría de tantas grabaciones dispersas, incontrolables. Se dio cuenta de que alguien, en algún lugar, había dado permiso para publicarla, para arrojarla desnuda a la luz del mundo, con su cara y su nombre. No pudo sino replegarse a su círculo de luz, de placer, espoleada por las risitas que se filtraban desde las sombras. Y los gemelos, los cuerpos sabían lo que tenían que hacer, no opusieron la menor resistencia. El primero de ellos al que se abrazo (imposible distinguir quién era quién), se dejó caer sobre ella encima de la bala de paja y empezó a babearla y restregar su cuerpo, aunque sin siquiera intentar penetrarla.

Aparte del físico, del doble desastre de físicos, tanta inexperiencia junta tenía su trago, y más por partida doble. Era extraño eso de follar con dos hombres idénticos.., o lo que quiera que ellos fueran. ¿Qué pretendería Quique con todo aquello? ¿recomprobar que podía hacer de ella absolutamente lo que quisiera o demostrárselo a ella misma?

Claro que sí, claro que fue capaz de  deslizar los dedos y dirigir diestramente la polla del muchacho en el interior de su coño. Fue totalmente capaz de arquear la pelvis y empezar suavemente a metérselo dentro, perfectamente consciente de que ignoraba si sería hereditaria la enfermedad de los chicos, o si serían realmente capaces de preñarla. Su cuerpo ardía, el tono del encargo de Rafael que Quique le había transmitido la hacía arder, y los penes incansables de los chicos eran una chispa excelente.

  • Soy, tuya. ¿Lo ves? Soy tuya, Quique –dijo mientras se corría, en voz alta, con la esperanza de de que él pudiera oírla al menos en el teléfono.

  • Noooooo, demasiado lío –Le sacó de dudas Quique, riéndose a través de los auriculares- No quiero que seas mía ¿Sabes? Tener un esclavo conlleva responsabilidades en todas las culturas, prefiero que seas pública, del mundo, de cualquiera. Me puede gustar un tigre, pero darle de comer es otra cosa –Remató con ironía.

Algo en ella se enteró de que era cierto, de que las fantasías de Quique eran sus realidades, sus realidades dormidas que él junto a otros había despertado. Se abalanzó sobre el muchacho y se esforzó por ser suya, guió sus manos por sus pechos, por sus pezones doloridos y erectos, y la humedad de su coño. Se lo folló a conciencia, saboreando su polla dentro de ella hasta sentirla estallar más fuerte que antes, bombeando ríos de esperma sobre sus desprotegidos ovarios. Toda ella estaba desprotegida, y su corazón era aún más vulnerable que su aparato reproductor, eso también había que asumirlo. Las consecuencias de todo aquello iban a ser incalculables, inasumibles; por de pronto tener que follar de manera estable con toda la plantilla del club, por lo menos quincenalmente. Sólo pensarlo le provocó un espasmo de excitación, teñido de pánico. De debajo de las piedras le salían propietarios. La espiral era siempre idéntica, la tríada pánico-dolor-placer, desvaneciéndose unos en otros, para volver a repetirse. Alguna vez iba a tener que aceptarse a sí misma esa inevitabilidad fisiológica.

Y llegó el segundo de los gemelos y no precisó indicaciones, con el ejemplo de su hermano fue suficiente para que empezara a follarla con el mismo empuje del otro, que ahora dirigía su polla hacia su boca. Y ella se debatía entre los ascos, entre los e-horrores, mientras oía que entre las risotadas de los hombres se filtraban discusiones, que había prisa por follarla, el círculo de piernas se había estrechado hasta hacerse absolutamente visible a la luz, y pronto notó la rudeza de otras manos toqueteándola, inconfundibles con la dulzura de las de los chicos. Apenas dieron tiempo a los muchachos para correrse una vez cada uno en su coño y se los llevaron con suavidad, pero con firmeza, entre risas y felicitaciones, aprovechando que estaban apreciablemente mareados.

Una vez más, no le dio tiempo ni siquiera de empezar a recuperarse, a echar un vistazo a su alrededor para preveer la nueva barbaridad que se le venía encima. Bocarriba, sobre la bala de paja, sólo acertó a ver la cara de Rafael, inclinándose hacia ella para enseguida erguirla con sus brazos de acero. Le oyó decir que antes de que la follaran había que prepararla un poco, y entre sueños notó como le colocaban un arnés, hecho con cinchas de caballo, y cómo echaban una cuerda por una viga y la suspendían del suelo, colgada de la cintura. Se agarró a Rafael para no quedar braceando en el aire.

  • No te asustes, zorrita –le oyó decir-. Hoy no voy a follarte yo, prefiero mirar; pero la peña está ansiosa de carne, al fin te tienen donde ni siquiera soñaron, y hay prisa.  Así, colgando de una cuerda, te darán desde todos lados a la vez, y aprovecharemos mejor el tiempo. Lo mejor que tienen las tías como tú es que no necesitáis preliminares, desde el minuto uno se puede ir al grano. A mí, carnalmente hablando, quizás me entretengas en otro momento.

Aceptó la humillación. No iba a follarla el único hombre presente que alguna vez hubiera querido tirarse, y sin embargo iban a hacerlo todos los otros.  Y lo hicieron. No le dio tiempo a echar de menos a Rafael porque otro cuerpo ocupó sus sitio, la impulsó hacía su polla y le forzó la más profunda y breve mamada que había hecho en su vida, y tras ella alguien empezó a darle por el culo ferozmente, empujándola todavía más sobre la verga. Se balanceó suspendida entre los hombres y fue pasada con brusquedad de unos a otros, con el suelo dándole vueltas y el vaivén de los turnos, de las humedades derramándose en sus orificios, sin opción a tragar o no, porque las corridas sucedían dentro de su garganta, copiosas e íntegras. Aquello era la encarnación de todas sus pesadillas, lo que siempre había temido, que las cosas llegaran precisamente hasta ahí, hasta ser entregada indiscriminadamente, sin máscaras ni nombres supuestos, a quienes menos deseaba que la tuvieran.  Y lo peor, ella reaccionaba justo como había temido, corriéndose.

  • Acéptate, querida. Permítete a ti misma ser lo que eres y goza de serlo –Dijo Quique en los auriculares-. Tarde o temprano lo harás, sucederá de una vez que dejarás de luchar contra ti misma, de interrumpir o malograr tus placeres, que es lo único que consigues siempre. Verás, será como cuando descubriste que el truco con los porros no era intentar controlar el colocón, sino dejarte llevar. Los dos sabemos que ese himen se está rompiendo ahora.

A pesar del pánico, o quizás por él, el cuerpo de Silvia agradeció los agarrones, el continuado desprecio con que la follaron, y se corrió como nunca. Encadenó orgasmos, uno tras otro, y cuando creía acabar, una polla enorme le entraba en el coño, y alguien le gritaba obscenidades en la oreja, todavía tapada por el auricular y todo empezaba de nuevo, el irresistible hormigueo en la entrepierna, sus pezones hinchándose, la lubricación inundando su vagina, e inconscientemente volvía a entregarse a los penes, a envainarse con ansia todos los que pasaban cerca. Hacía ya rato que había perdido la cuenta de los orgasmos, que sentía que el próximo iba a ser el último, que se iba a desmallar y no iba a haber raya ni cubo de agua que fuera capaz de despertarla.

De pronto, alguien le volvió a gritar en la oreja: Te veré preñada, puta. Te follaré preñada, con la ilusión del pleno y hacerte otro hermanito. A la mayoría le da igual, pero a mí me importa, me encanta que seas así de hembra.

La realidad se apagó hasta que sólo quedaron voces flotando, mientras la penetraban desde todas partes, ajena a sí misma, al tiempo, y a sus propias explosiones de placer. Cuando volvió al mundo, se balanceaba del techo de cualquier manera, sola, y le entró por los oídos una discusión, voces mezcladas, aunque la de Quique, a través de los auriculares, prevalecía sobre las otras.

  • Sí, quizás podrías agarrar el momento, intentar convencer al personal y retenerla aquí unas horas, contra nuestras voluntades ¿pero sabes lo que pasaría? Que la baraja me pertenece; me encanta que juguemos todos, pero me obedece a mí, y ya no la volvería a traer. No habría semana que viene, ni juegos con mamadas furtivas, ni gloriosas exhibiciones, ni fotitos picantes, nunca más; se acabaría el juego. Tiene una cita a las ocho. ¿Sois mayoría los que queréis que llegue tarde?

Pudo verlo. Se giró hacia él en el aire. El saco de huesos de Quique, desafiando a verdaderos jóvenes humanos que lo doblaban en estatura y en peso, ante los que él parecía casi de otra especie. Pero sí, después de todo era hombre, era serio, y se hizo entender, las discusiones se extinguieron, la obvia verdad de lo que les decía prevaleció en todos los entendimientos y el almacén se llenó de carcajadas. Alguien dijo en alguna parte: pero si no pedimos más, sólo queremos sacar agua del pozo.

Quique sonrío y la miró directamente a los ojos, alegrándose de encontrarla completamente despierta. Le atañía lo que quería decir y no quería tener que repetirlo. Habló despacio, paladeando las palabras.

  • La traeré un mínimo de una vez por semana, aquí a este almacén, para que todos los empleados del club podáis colmar vuestras apetencias de carne, o de lo que os dé la gana, porque a doña Silvia no hay nada rico que no le guste. ¿Verdad, Silvita?

No fue capaz de contestar por miedo, o por no saber del todo si él deseaba una respuesta o prefería seguir hablando. Parecía tener tanto que decir…

  • Perdona, querida –continuó acercándose hasta ella para acariciarle la cara-. Te preguntaba si te gustaría venir un rato todas las semanas, a follar con los empleados de club que deseen hacerlo. ¿A que mola?

A pesar de su estado, entendió perfectamente la pregunta. Una parte de ella, de la que ya ni recordaba alguna victoria, le decía que no, que no molaba volver una vez a la semana a repetir todo aquello, o a intentar superarlo, porque ella era mujer con la que todos los hombres intentaban dar más de sí mismos. Pero la otra, la otra sabía que no había batalla, que a Quique le bastaba con enviar nudos de terror a su estómago y calambrazos a su coño para que ella se retorciera como una gatita, y asumiera cualquier cosa.

Observó, como desde fuera de sí misma, que esa vocecita racional, aterrorizada, hacía meses que venía  sonando cada vez más despacio, más distante, y a veces incluso sospechaba que ni se atrevía a decir nada.

  • Querida. -dijo Quique, girándola hasta tenerla a unos centímetros de sus ojos-. Compréndelo, eres tú la que te comprometes y estos amigos quieren oírlo de tus labios, no basta con un sí desganado o un movimiento de cabeza. Estos amigos desean saber que tienen un compromiso serio con una puta formal, emocionalmente estable, y que no va a cambiar de idea. ¿Verdad que esa eres tú, que quieres el trabajo?

  • Síiiiii, síiiiii, claro que sí –se oyó gritar a sí misma, asombrada de estar, después de semejante paliza, otra vez retorciéndose de gusto ¿Cómo podía hacer eso su cuerpo?- Claro que vendré una vez a la semana a follar con ustedes ¿no me han visto correrme? –Explicó, con exhausta aceptación.

  • Vale, vendrás porque te han citado –continuó Quique-, pero lo que es justo es justo, ellos están en su derecho a sacar agua del pozo, pero nosotros también estamos en el nuestro de ponerle precio. ¿Qué te parecen 20 € por sesión y tipo? Sujetos a tus comisiones habituales, por supuesto. Naturalmente, esta es una oferta especial para empleados del club, no habrá socios, para los que serás muchísimo más cara.

  • Sí, sí, sí, cobraré 20€ por hombre, que les darán derecho a todo, y me tendrán, como me han tenido hoy…

  • No, pequeña, no. No será igual que hoy. Para ellos, probarte es gratis. Son pobres y tienen derecho a saborear la fruta antes de comprarla. La próxima semana únicamente pagarán los empleados que te han follado hoy, aún te quedan varios que no lo han hecho. Cuentas claras conservan la amistad.

  • Sí, sí –respondió con un hilo de voz-, y de los 20€, será para mí mi comisión de siempre ¿verdad? Mi ocho por ciento.

  • Ja, ja, ja –Rió Quique, mientras la empujaba hacia el todavía hambriento grupo de hombres-. Calla, calla, no desveles nuestras intimidades, sinvergüenza.

Manoteando en el aire, se abalanzó sobre el heterogéneo grupo que la sujetó entre risotadas, aceptando sin reservas lo mismo que aceptaba ella: el incuestionable liderazgo de Quique. Volvió a oír su autoritaria vocecilla de duende de la lámpara, dirigida esta vez a los hasta hacía nada habían sido para ella simples y pisoteables empleaduchos del club.

-Y ahora, os despedís de ella dándole un remojón rápido en el abrevadero de los caballos. Tiene que seguir trabajando. Entregadla como la recibisteis, como es, razonablemente guarra.