Moldeando a Silvia (36)

Joven empresaria es convertida mediante el chantaje en una esclava sexual

ADVERTENCIA

Esta obra contiene escenas de sexo no consensuado, sadismo, humillación, dominio y está orientada a lectores adultos. Si este tipo de cosas no son de su agrado o de algún modo hieren su sensibilidad deje de leer AHORA, después podría ser tarde. Por supuesto todas las escenas aquí narradas son de absoluta ficción y es voluntad del autor que nunca lleguen a ser reales. Cualquier comentario será bienvenido. (Absténganse de mandarme ficheros adjuntos porque NUNCA los abro)

fedegoes2004@yahoo.es

Hola a todos, lamento la tardanza. Como siempre me sigue interesando cualquier cosa que queráis comentarme. Quizás este y los próximos capítulos (cuando lleguen), serán demasiado para muchos, en diversos sentidos. En todo caso, ojala os guste. Un saludo a todos, en especial a los adictos a le serie.

FEDERICO

CAPÍTULO 36

EN CAÍDA LIBRE

Decidió esperar. Se arrepintió de su imprevisión, si había posibilidades de que acabara siguiendo a alguien, debería haber metido en el coche accesorios tan útiles como una gorra, unas gafas de sol, algún periódico… Artículos todos ellos tan ridículos como su situación de improvisado detective.

Silvia y Benito habían desaparecido tras la puerta del Ambigú haría ya diez minutos. Su primera intención fue llamar a Alberto, o a Carmen, afianzar las alianzas que se pudiera formar con ellos, pero desistió de hacerlo, la información era un bien escaso y le pareció oportuno administrarla con prudencia; aún más, era inminente que llegara a saber más, y no iba a estar llamándolos cada media hora.

El Pub estaba cerrado, intuyó que el Ambigú no era más que un lugar de encuentro en el que Silvia cambiaría de propietario, y en el que no permanecería mucho rato.

Intentó Calmarse. Resistió la tentación de cambiar el coche de sitio, estaba peligrosamente cerca de la puerta del local, pero desistió al pensar que alguien podía salir mientras buscaba un nuevo aparcamiento. Por muy desagradable que le resultara, aquella era la única manera de hacerse una idea del grado de canalladas que le hacían a la chica.

Una hora después, cuando ya estaba casi a punto de reconsiderar su teoría del “lugar de encuentro”, Silvia, Pablo y Pedro, salieron del local. Se apresuró a cubrirse la cara con un plano de Madrid, al que previamente había hecho un orificio para ver a través de él. Se le disparó el pulso, a la vez que un escalofrío le recorría la polla. ¡Hasta entonces no había reparado en la pinta que llevaba Silvia! El viento movió el desastrado guardapolvos, cerrado precariamente por un solo botón y Silvia quedó desnuda, en mitad de la calle y ante sus ojos. Se sintió mal, como si se estuviera apropiando de una intimidad que no le pertenecía y el pene parecía empeñado en querer reventar sus slips. En cierto modo, había algunos paralelismos entre la situación de Silvia y la suya propia: Ninguno de los dos lograba explicarse las reacciones de sus cuerpos ante cosas que moralmente rechazaban.

Sintió la tentación de cerrar los ojos, pero no había llegado tan lejos para cerrarlos, ni para afrontar la ulterior sensación de ridículo. Le dio libertad a su polla para que hiciera lo que le viniera en gana, mientras su mente se dedicaba a observar a la chica, se imponía la disciplina de asumir todos los miedos, tristezas y placeres que conllevara. El guardapolvos permaneció abierto varios eternos segundos y alcanzó a percibir el entramado de correitas, cadenas y colgantes que llevaba debajo. Realmente estaban las cosas mal si se atrevían a exhibirla en la calle de esa forma, y si ella lo aceptaba, porque echó a andar delante de ellos, meneando el culo cómo una vulgar zorra. Jorge había dicho la verdad, había cumplido su promesa de entregarla primero a los dos muchachos. Pensando en Jorge, éste salió del local, acompañado de Benito y se marcharon en dirección contraria.

Decidió esperar y no salir del coche, afortunadamente había poco tráfico. Cuándo la chica se alejara, ya trataría de seguirla. Repentinamente, el móvil empezó a vibrar en el bolsillo ¡Era Jorge! Se apresuró a aceptar la llamada.

  • Hola. Ha surgido una posibilidad de la que quiero hablarte. Me dijiste que tenías ganas de pasar un ratillo con Silvia ¿Te gustaría hacerlo esta noche?

  • Síiiiii –Respondió, con un entusiasmo que no estuvo seguro de fingir- Claro que quiero pasar un ratillo ¡Magnífico!

  • Bueno, espera, quizás no sea lo que tú piensas, ni siquiera la tendrás a solas. Los chicos le han organizado una especie de fiesta de bienvenida sobre las diez de la noche y estás invitado  ¿Te interesa? Al menos podrás verla y tocarla….

  • Pues claro que me interesa, allí estaré ¿Dónde es?

  • ¿Conoces el Ambigú? Una especie de Pub picante en la zona de Atocha.

  • No –mintió- pero daré con él, me muevo bien por el barrio. ¡Gracias! Al menos voy a poder sacarme las ganas.

Naturalmente, olvidó decirle al colgar que estaba aparcado precisamente frente al Ambigú. El recorrido de la chica era previsible. Jorge había llevado en su coche a Benito, el Bmw de Silvia permanecía aparcado, no podían ir lejos, probablemente a la casa de alguno de los dos, a que se cobraran la semana larga de fantaseos y esperas. Si iba a hacerse algo, debía hacerse ya; a aquella chica, cada minuto, podían sucederle cosas de las que jamás se recuperaría. Pero desgraciadamente, seguirlos a distancia era lo único que le era posible hacer. Aún iría tras ellos un poco más, quería saber a dónde iban, pero después se tomaría un descanso. Probablemente los dos chicos emplearían un buen rato en su lujurioso desquite y las cosas habían cambiado, ahora tenía una cita con todos ellos en el Ambigú;  tenía ganas de que llegara la hora, pero necesitaba irse a casa, tumbarse en su sofá y reflexionar sobre muchas cosas, ordenar sus ideas sobre los próximos pasos a dar. Tenía que descansar, si quería estar preparado para lo que se venía encima en la noche. Después de todo, follar con dos tíos a los que conocía y con los que ya lo había hecho, probablemente fuera lo menos truculento que le esperaba en los próximos días.


El sabor acre del culo de Quique inundaba su boca. Al oír a Pablo decir: Y ahora, le vas a comer el culo a Quique se dio cuenta de que iba a hacer de buena gana, lo que les viniera en gana. A Quique le faltó el tiempo para darse la vuelta en el sofá y ofrecerle la mejor de sus caras, naturalmente él quería, apoyaba con entusiasmo la idea.

  • No creo que sea necesario decirte lo en desacuerdo que estoy en el concepto que tienes de él; siempre te equivocaste –sonó tranquila la voz de Pablo-, para mí es un amigo muy querido. Si te hubieras limitado a respetarlo como es, ambicioso, leal, inteligente, nada de esto estaría sucediendo y no estarías ahora lamiéndole el culo. Pero bueno, quizás debiéramos alegrarnos de todas tus pasadas crueldades con él, a veces el universo ofrece una extraña clase de justicia.

Y ella se dejó caer, sofá abajo, sintiéndose pesada, oyendo el cascabeleo de sus pechos mezclándose con la música hindú. A duras penas la cadenita que le unía los codos por detrás de la espalda permitió a sus manos sostenerla hasta que sus rodillas tocaron la moqueta.

Y allí estaba, sonriente, ofrecido y flaco, el culo de Quique, esperándola. Aquello al fin era sexo, quizás no de la clase que quería, pero hacía posible dejar de pensar, dejar de desear y temer y colocarse a cuatro patas, sepultar la nariz y lamer su ano, sentirlo gemir de placer al contacto de su lengua. Lo odiaba, lo odiaba con toda su alma por demostrarle que era dos veces vulnerable, por ponerla en evidencia en el club, por precipitar los acontecimientos con Jorge y Alberto, por haberla entregado a Pablo de la manera tan humillante que lo había hecho. Por todo eso y por el viejo motivo de siempre: ser un listillo canijo y pobre.

  • Durante meses he cargado económicamente con todas las diversiones de Quique, copas, conciertos, putas… -Oyó decir a Pablo, a su espalda- ¿Sabes por qué lo he hecho? Por gusto, porque esa copa o esa música o esa puta no suponían esfuerzo para mí, y para él lo significaban todo. Él me ofreció, nos ofreció a todos en el club su tiempo, su talento con los ordenadores, y a cambio ¿qué era lo que pedía? Sentarse entre nosotros, que le permitiéramos ser uno más. Recuerdo claramente que no desperdiciabas una ocasión de intentar ridiculizarlo. ¿Puedes imaginar cómo le dolerían tus desprecios? Eras una de las chicas del club más guapas, adinerada e inalcanzable para él… o al menos eso era lo que te esforzabas por demostrarle cada vez que encontrabas la manera.

Su voz sonaba rotunda, como si se hubiera ido enfadando mientras hablaba. Si no hubiera tenido la lengua empeñada en sobrepasar el esfínter de Quique, habría podido contestar que todo eso lo había pagado ya mil veces, aunque reconocía que ella había sido la primera en tirar la piedra. Trataba de no oír, de ignorar aquellas palabras, de dejarlas flotar junto a los tañidos de cítaras e instrumentos extraños y concentrarse en el culo de Quique, pero ahora fue él quien habló.

  • ¿Sabes una cosa? -Preguntó, con voz sofocada- El servicio que me estás prestando ahora, lamerme el culo, en el puticlub en el que Pablo acostumbraba a invitarme cuesta un sobreprecio de doscientos Euros y no todas las chicas lo hacen, desde luego ninguna que esté tan buena como tú. Contigo, no sólo lo obtengo gratis, sino que además estoy en condiciones de ofrecerlo a quién yo quiera, y al precio que me salga de los cojones; comprenderás que esté contento.

Pablo sonrió al oírlo, esa era la clase de actitud que esperaba de su amigo. Avanzó unos metros y se situó de rodillas, tras ella; había llegado el momento de incrementar un poco la presión, de que tanto insulto y vejación desembocara en algo más tangible, de meterla en caliente. Permitió que su erecta polla rozara el ano de Silvia, como por casualidad, para que se fuera haciendo a la idea de lo que se le venía encima, o dentro. La sintió estremecerse y le propinó una fuerte palmada en la nalga para ayudarla a relajar el culo. Aún tenía enrojecida la piel por las “caricias” del Ambigú y pospuso un poco el momento, jugó con el anillo de su clítoris para enviar después sus manos bajo su vientre, hasta los pechos. Las tetas se le bamboleaban mirando al suelo, derramando por la habitación un carnaval de cascabeleos; se las agarró con fuerza hasta sentirlas rebosar en sus manos. El cuerpo entero se le estremecía sin control, probablemente por el dolor que le producían las agujas, pero no rechazaba nada, lejos de ello había dejado de comerle el culo a Quique para concentrarse en besarle los huevos y lamerle la polla.

  • Así me gusta, zorra, que le comas el culo y las pelotas a mi amigo como es debido -Gruñó-. ¿Sabes? No lo creí cuando me dijo que eres una zorra, que le habías hecho una mamada en el club ¡dudé de su palabra! ¿Y cómo me ha respondido él? Compartiendo conmigo lo único que posee, la única puta que tiene, a ti. Y sin pedirme nada a cambio. Quique se ha comportado conmigo como un verdadero amigo, y supongo que no te extrañará que la mayoría de mis órdenes, si no todas, vayan dirigidas a su placer. Si creías que te ibas a escapar de rositas, con un par de polvos y sin oír cuatro verdades, vas de culo.... Bueno, no creo que tengas ninguna duda de ello, apostillo mientras presionaba con su pene en la entrada de su esfínter.

Silvia intentó relajarlo, aunque tuvo que apartarse abruptamente para permitir que Quique se diera la vuelta en el sofá, ahora prefería estar bocarriba y ella, entorpecida por la cadena, a duras penas consiguió incorporarse para dejarle espacio.

No cabía duda de lo que quería, enseguida tuvo la polla ante sus ojos, incandescente y húmeda, casi al rojo blanco, con una erección descomunal que le decía “cómeme”. No podía comprender que la polla de semejante renacuajo le resultara apetecible, siempre había intentado evitar al máximo las felaciones y sin embargo ahora.... Carecía de puntos de referencia para entender, para asumir lo que le estaba pasando ¿Cómo era posible que hubiera cambiado tanto? ¿Podría ser que...? Como un rayo cruzó por su mente Javier, aquel chico pecoso de quince años al que por primera vez permitió introducir la mano por debajo de su falda, a cambio de un examen de matemáticas. Nebulosamente, recordó las fantasías de su preadolescencia, eran lo único que podía parecerse a su realidad actual, y a partir de Javier desaparecieron como si se las hubieran arrancado de cuajo. Fueron muriendo, a medida que descubría lo dóciles, lo manipulables que son siempre los hombres, a todas las edades. Javier y otros muchos Javieres tras él, le mostraron la clase de sexo que había disponible y lo infinitamente tedioso que podía llegar a ser.

Tenía que reflexionar sobre todo aquello, probablemente ahí estaba la clave de sus orgasmos, el punto G de su mente que aquellos degenerados habían encontrado; pero tuvo que abandonar sus divagaciones; Pablo, de rodillas tras ella, metió los brazos bajo su cuerpo y le pellizcó ambos pezones, haciendo entrechocar el acero de las agujas con el de los anillos, enviándole un calambrazo de dolor que le recorrió de pies a cabeza.

  • Tienes trabajo, zorra -oyó que le decía- ¿Se te han ido los porros a la cabeza en lugar de al coño? ¿Cómo es que no estás ya mismo mamando esa polla?

  • No, amigo Pablo, todavía  no. Créeme que agradezco tu buena intención, pero he descubierto un pequeño despiste en el que ha incurrido don Jorge y voy a ponerle remedio ¿Te importaría taparle los ojos? Será sólo un momento.

Otra vez no entendió lo que estaba pasando ¿Sería posible que Quique no deseara una mamada, que con semejante erección pudiera posponer el recibirla? Pareció que Pablo iba a decir algo ¿serían capaces de ponerse a discutir ahora? Pero no, sus manos se movieron hacia sus ojos, tapándoselos con firmeza. Increíble ¡Había tenido el autocontrol de sacarla, cuando ya la tenía varios centímetros dentro de su culo!

Las sensaciones que recorrían su cuerpo no podían ser más desconcertantes,  la palpitante caricia del pene de Pablo sobre sus espalda, los espasmos de dolor que brotaban de sus pechos y las cadenitas transmitiéndolos hacia su clítoris, en oleadas eléctricas. Con dos extemporáneos tironcitos, Pablo le arrancó goterones de flujo vaginal. No podía más, y su voz sonó suplicante, mezclada con la estrambótica música ambiental, y ciertos chasquidos extraños que emitía Quique buscando algo.

  • ¡Folladme! Por favor, folladme de una vez.

  • Enseguida, querida, enseguida –Respondió Quique-. ¿Te importaría sacar la lengua un momento y mantenerla todo lo fuera que puedas? Somos amigos, te queremos y te valoramos, confía en nosotros.

No suplicó, ni mucho menos se le ocurrió negociar, no razonó. Sumida en la confusión, arrastrada por los hechos, se limitó a obedecer y una vez con la lengua fuera, fue ya tarde para preguntar nada. A pesar de los porros, la sensación de ridículo se le clavó en el corazón…. Y en otras partes de su cuerpo, incluso mucho antes de que Pablo descorriera momentáneamente los dedos y le permitiera ver la cámara digital que Quique sujetaba. ¡Allí aparecía ella, con todo su carnaval de cadenitas, más desnuda que desnuda, exhibiendo toda su lengua y garganta, enseñando hasta los empastes, y con unas manos tapándole los ojos!

  • ¡Me muero de ganas de ver la cara de Rita cuando le enseñe esa foto! –Exclamó Quique, con aire soñador.

Creía estar hecha a todo, había creído que no volvería a hacerlo, pero sus lágrimas empaparon las manos de Pablo,

  • Tranquila, chica, tranquila –intervino él-. Tenéis un acuerdo ¿no? Ya lo conoces, es un incurable bromista.

¿Bromista? Quique gastaba unas bromas muy graciosas que ella conocía bien. Para Quique, aquello no era ninguna broma, ni siquiera sexo, más bien era un ajuste de cuentas que lo abarcaba todo.

  • ¿Oye? ¿Te has olvidado de la lengua? Esto ha sido sólo una pequeña broma, como decía Pablo, pero no recuerdo que se te haya dado permiso para guardártela.

No, era verdad que nadie se lo había dado, recordó sorbiéndose las lagrimas, sumida en la negrura de sus sensaciones, debatiéndose entre el pánico hacia lo inmediato y lo futuro, ciega, consciente de lo imposible que se le hacía predecir su próximo segundo.

Repentinamente, una especie de tenaza metálica le sujetó la lengua y escuchó la voz de Quique, calmada y seca, autoritaria. “Si intentas volver a esconderla, lo pagarás con sangre”- Ella, reprimió un espasmo en su bajo vientre, intentó contener el terror, y pospuso cualquier acción. La nueva sorpresa no se hizo esperar, fue un dolor agudísimo que la atravesó, para después menguar suavemente, hasta convertirse en una molestia. Quique manípulo algo bajo su labio inferior, y su lengua quedó liberada.

No volvió a su boca como había salido, ahora tenía un bulto enorme en su centro, un bulto que emitía un chasquido metálico al chocar con sus dientes.

  • Don Jorge ha debido estar muy ocupado y ha olvidado un detalle tan importante como este –Explicó Quique, desenfadadamente-. Una perlita en la lengua hace irresistiblemente más divertidas las mamadas, ya lo veréis, y además tiene otros efectos más sutiles; toda esa ferretería que llevas puesta, dejarás de verla si cierras los ojos, pero incluso entonces notarás el piercing dentro de la boca, recordándote a quiénes perteneces, impidiéndote escapar, siquiera mentalmente, por un segundo. Y lo que es todavía más divertido: Aunque te acabará por gustar, no vas a querer que te lo vean en público, por lo que te mantendrá calladita, lo que será una bendición para todos. Estoy seguro de que don Jorge sabrá agradecer esta pequeña y cruenta aportación que hago a tu indumentaria.

Las palabras de Quique penetraron como cuchillos en su mente, y en su coño. Aún no había tenido tiempo de acostumbrarse al sabor de su propia sangre, ni a aceptar físicamente esa nueva protuberancia  que ahora rozaba el cielo de su boca y ya ella, ella, había aprovechado el que Pablo le destapara los ojos para quedarse extasiada en la contemplación del pene de Quique. ¡Quique! Había que reconocerle que sabía poseerla con un ansia, con una sutileza y crueldad, como quizás sólo Jorge era capaz de alcanzar; no se parecía en nada a ninguno de los Javieres de su vida.

Sintió lo que tenía que hacer como si lo llevara escrito en los genes, se abalanzó sobre la erectísima polla que le ofrecía y se la tragó hasta los huevos, sin detenerse ni a darle las buenas tardes con un par de lengüetazos. Todos allí habían contenido en exceso los apetitos de sus cuerpos y pareció como si soltaran un resorte. Pablo se echó hacia atrás y otra vez volvió a sentir su armatoste hurgar en su esfínter, y Quique la agarró de los cabellos y forzó su penetración oral hasta que sintió los huevos chocar contra su barbilla.

  • Quizás no tengo una enorme polla, como las que acostumbras a comerte, pero no me negarás que poseo muchas otras cualidades –Exclamó con aire chistoso-. ¿Quién nos iba a decir a todos hace unos meses que íbamos a llegar a estar así de bien, así de unidos, y que íbamos a descubrir juntos tantas cosas? ¿Quién te iba a decir que ibas a vivir eternamente descubriendo, segundo a segundo, que aún puedes caer más bajo?

De no haber tenido las pelotas de Quique aplastadas contra sus labios, tampoco hubiera respondido. Ríos de sensaciones contradictorias se disparaban por su cuerpo; dolía la lengua, al aplastar el piercing a lo largo de la polla de Quique, dolían sus bofetadas en las tetas, horadadas por los aritos y las agujas, dolían sus certeras palabras, flotando entre la música hindú, y sobre todo dolía el enorme aparato de Pablo, abriéndose paso, lenta e implacablemente, hacia el interior de su culo. Emitió un gruñido nasal al sentirlo entrar completamente dentro de ella.

  • Realmente comprendo que te encante follarte a esta zorra, a mí mismo me encanta; comprendo incluso que no tengas un céntimo y de vez en cuando sucumbas a la tentación de ponerla a producir para ti, pero deberías buscar el momento de apartarte, esta tía apesta a problemas. Piénsatelo en serio, porque es un buen consejo.

  • Joder, tío ¡Qué aguafiestas! Estoy a punto de correrme ¿y se te ocurre hablar de problemas? ¿Qué problema va a haber si todo esto le encanta, si es la esclava sexual de Jorge, y él nos apoya?

  • Pues sí, problemas. De entrada, nos consta que ahora está limpia, pero cualquiera sabe cuántos tíos se la habrán follado por el culo nada más esta noche. Y el riesgo de enfermedades no es lo peor, lo peor es que esta tía es escoria y el día menos pensado va a acabar en el grupo equivocado de gente, y la explosión va a ser muy fea. ¿Has pensado que tiene una hermana? ¿Has pensado que las dos están podridas de dinero? Todo esto va a estar genial hasta que explote, y cuando lo haga todo el mundo va a querer encogerse de hombros y decir: Ah, no sé. Yo me la follé un par de veces y el resto del tiempo no sé qué hará . Créeme, diviértete deprisa y quítate de en medio; quizás sea difícil, pero también es lo más sabio que puedes hacer. Si no te das cuenta de eso, es que el cerebro se te ha ido a los cojones.

Oír de labios del hombre que le gustaba llamarla escoria, oírlo prever lo que le aguardaba, los consejos que daba sobre ella, era duro; pero lo era aún más tener a la vez su inmensa polla entrándole y saliéndole del culo, llenándola a reventar, moviéndose circularmente y haciendo palanca en su interior, para después seguir follándola. Finalmente sucedió, aquello era lo que quería, lo que llevaba necesitando con rabia casi desde que llegara al Ambigú: que la follaran.  El orgasmo se le disparó en la garganta, al sentir en ella la abundante explosión del semen de Quique. El orgasmo la sacudió como un fuego, desde los dedos de los pies hasta las cuencas de los ojos, con un oleaje fluctuante, lleno de dulces vaivenes, de espumosas crestas y de esperanzados valles frondosos. No, no, nunca había ido allí, visitado ese lugar, en los brazos de ninguno de los Javieres de su vida; aquello, sólo hombres como Alberto, Jorge o Pablo se lo habían hecho sentir. Casi se desmayó sobre el pene de Quique, cuyas manos, ya sólo ligeramente crispadas sobre sus cabellos, seguían guiando su felación en decrecientes movimientos circulares. Todos parecieron perder el sentido por unos segundos, salvo Pablo, que aún seguía penetrándola analmente, con heroica eficacia.

Quedó de rodillas, con el cuerpo lleno de hormiguillas, echado sobre el desvencijado sofá y sintió a Quique pasar sobre ella, para ir a sentarse al lado de su cabeza. Pablo se movía a su antojo por su culo, variando los ritmos, haciéndola despertar de su satisfacción y ofreciéndole más sexo. De repente, la voz de Quique sonó sobre ella.

  • Desde luego, tío, que eres pájaro de mal agüero. ¿Problemas? Quién quiere la seguridad de no tenerlos, no se divierte nunca. Este pequeño juego acaba de empezar, y aún tiene cuerda para rato; es sólo la segunda vez que la disfrutamos juntos y a solas. ¿Crees que don Jorge no se habrá asegurado de tenerla bien sujeta antes de meterla en la trituradora? Cómo poco, tenemos margen para muchos meses, antes de que algo corra el riesgo de torcerse. Si no te conociera, pensaría que quieres quedarte con ella sólo para ti, que no quieres compartir conmigo tu tiempo con ella. Y tú, zorra –dijo con tono seco-. ¿Te dí permiso para dejar de mamarme la polla, recuerdas que te lo diera?

Ella no se hizo de rogar, se secó con la mano el esperma de la cara, y volvió a afrontar el pene de Quique, increíblemente, otra vez erecto. Ya se había sacado la quemazón de las primeras ganas, ahora encontró tiempo para lamerle el glande con glotonería, besarle la verga, y mirarlo a la cara, con ojos nublados por los porros. Su pene, cobró vida del todo entre sus labios. Pronto, sonó la respuesta de Pablo a su espalda. ¡Asombroso!, follándola como lo estaban haciendo y aún les quedaban ánimos de ponerse a charlar entre ellos.

  • Dices que no hay ningún problema inmediato, y quizás sea cierto; sólo sucede que tú tienes mucha más confianza que yo en los muchos tipos como nosotros que van a cruzarse con ella en los próximos días, yo no tengo tanta. Y sí, quizás esta situación dé para meses, pero dentro de unos pocos, si no tienes mucho, pero mucho cuidado, serás aún más adicto a este juego de lo que lo eres ahora, y los márgenes de riego te seguirán pareciendo asumibles. Y no, no ambiciono tu parte de tu tiempo con ella, antes al contrario incluso me beneficia que continúes, porque me permite apartarme a mí sin renunciar a casi nada, siguiendo informado, asistiendo como espectador a lo que me apetezca, o simplemente indicándote que le pidas el favor a Silvia de que se folle a estos o aquellos amigos míos. Mi consejo es desinteresado, y este juego es tremendamente adictivo, sé que lo es, y no sólo para ella, por eso me preocupa.

. Pero bueno, chicos malos –dijo ella, entre lametón y lametón, con tono mimoso- ¿Con cuántos tíos pretendéis hacerme follar esta noche? ¿Es que no preferís tenerme sólo para vosotros?

Los dos emitieron una carcajada unánime, el dardo de Pablo fue el más rápido, el más breve y certero.

  • ¿Quedarnos para nosotros solos con una mierda? No, gracias. La mierda hay que repartirla –dijo Pablo con convicción.

Podía tragar cualquier cosa, aceptar ser sometida a cualquier práctica, pero no que pensara en ella de la forma en que había expresado.

  • ¿Ves a lo que me refería? –Se sumó Quique al extraño diálogo- ¿Conoces a algún adicto a la heroína que invite? Siento hacia ella tanta adicción como cariño, es decir muy poco. Si tanta adicción le tuviera, la reservaría para mí; fue lo primero en que pensé, y compartirla contigo fue mi antídoto contra ese riesgo.

Hizo propósito de no volver a intervenir en ninguna charla entre ellos; agachó la cabeza y continuó adorando la polla de Quique; comérsela a besos, lamerle los huevos, era infinitamente menos denigrante que oírlos hablar. Pablo seguía sin correrse, sus empujones iban siendo cada vez más brutales, las palmadas en el culo la hacían estremecerse por la súbita ráfaga de dolor que diseminaba por su cuerpo, e iba lentamente empujándola sobre Quique, hasta que tuvo que desistir de seguir mamándosela y se vio obligada a subirse a horcajadas sobre él en el sofá. Pablo movía su enorme polla como si estuviera en su casa, con golpes rudos, discontinuos, a los que era imposible acostumbrarse y que la mantenían permanentemente al borde del orgasmo.

  • Una pequeña información sobre pollas, guarra –Oyó que decía Pablo a su espalda-. Quique tiene una ametralladora y yo tengo un cañón.

Los dos volvieron a prorrumpir en sonoras carcajadas y ella no respondió, aún a pesar de tener la boca libre. Con los ojos cerrados se sumergía en el placer y gemía dulcemente, mientras el Pene de Quique terminaba de encontrar el camino hacia su coño.

  • Y esto, una doble penetración, en el club de chicas al que Pablo y yo solíamos ir, cuesta otro sobreprecio de doscientos euros; son pocas las tías que lo hacen, y ni sueñes con que te dejen sacar fotos o grabar vídeos –Le dijo Quique, tomándole la cara y obligándola a mirarlo.

No le afectó; su mirada soñadora, su sonrisa sádica sólo lograron excitarla aún más. No daba tiempo, aún no había ordenado las ideas en su mente cuando llegaba la respuesta de Pablo:

  • Ya, ya, ahora me dirás que lo tuyo no es adicción, es ahorro –replicó entre risas-. Comprendo lo divertido que es,  comprendo que tengas decidido seguir, de momento, pero recuerda: Mantente atento y esfúmate a tiempo. Me tranquiliza el ver que piensas con claridad.

Salvo quizás él, nadie estaba allí en condiciones de pensar absolutamente nada. La polla de Quique cabía a lo justo dentro de su coño y ambas estaban tan erectas que el orgasmo volvió a brotar incontrolable, la hizo rebotar entre ambos penes, que separados tan sólo por una finísima membrana, colaboraban con sus empujones en follarla hasta hacerla perder la conciencia. Los dos ritmos disonantes moviéndose dentro de ella, ocupándola al máximo, le hicieron encadenar orgasmos, uno tras otro, rasgar con sus gritos de placer el exótico ambiente hindú. Hacía muchos días que no se sentía llena, que no la poseían dos tíos a la vez y quizás por eso su cuerpo reaccionaba de una manera tan violenta. Quique también se corría dentro de su coño, sintió como la inundaba su humedad y se abrazó a él en un arrasador orgasmo compartido. Escucharlos y sentirlos, a los dos a la vez haciéndola suya, era más de lo que cabía esperar que resistiera; se desmayó, jadeante y sudorosa sobre el escuálido cuerpo de Quique. Mientras resbalaba hacia la nada, alcanzó a oír:

  • Si te digo la verdad, he estado a punto de no venir aquí hoy, y si lo he hecho ha sido porque no he podido resistir las ganas de hacerle otra doble penetración –decía Pablo-, me encanta; es donde una puta demuestra que lo es, donde se le exige el máximo de su entrega y su talento, y no me quería despedir sin volver a vivirlo.

  • No estoy nada seguro de entender lo que estoy oyendo y espero que no sea lo que creo –Contestó Quique, intentando reponerse.

  • Sí, amigo, sí; lo he decidido: Esta es la última vez que me la follo. Mira, hace meses que ya no te acompaño a clubs de chicas, estoy enamorado de Rita, y no quiero jugarme lo que tengo con ella por una basura como esta, no sería justo. De acuerdo, está muy buena, se puso muy a tiro y la tentación fue demasiado grande, pero ya es hora de recuperar la cordura y no permitir que crezcan los peligros. Nunca más volveré a follármela.

Quique tardó en responder. Silvia oía y no quería oír, desvanecida sobre su cuerpo, pero la respuesta de él se produjo justo junto a su oreja:

  • No, hombre, no te vayas. No hay ninguna razón para ello, Rita no se enterará nunca de tu… llamémosla “relación” con Silvia, y no hay ningún riesgo inmediato por el que no podamos seguir divirtiéndonos unas semanas más. ¿No será que eres tú el que tiene miedo a no controlar y convertirse en un adicto, no me habrás estado echando encima tus propios miedos? Aunque bah; eso lo dices ahora, veremos si sigues diciéndolo dentro de una semana cuando haga que te traiga en pelotas un café, o pasemos por tu casa y te la ponga a pasar la aspiradora desnuda. Veremos si entonces sigues pensando igual.

Quique luchaba por incorporarse y ella oía con el corazón encogido. No podía ser más humillante la forma en que habían discurrido las cosas, en que Pablo había acabado en la cama con ella, pero aún así era Pablo, uno de los pocos hombres con que follaba que le gustaban como hombre; no quería a nadie en su lugar, dejar de ser el juguete de sus fantasías, para serlo de las de otro. Lo conocía, al menos era un hilo conductor con su vida pasada; perderlo era internarse aún más en lo desconocido.

  • Lo siento, pero mi decisión es firme y no estoy dispuesto a discutir sobre ella: A partir de hoy, nunca volveré a tocarla ni a permitir que me toque, quiero demasiado a Rita y dejaría de ser divertido muy deprisa.

Y eso era lo peor: Rita, Rita, Rita. Rita por todas partes, y ahora también en el motivo por el que Pablo la abandonaba. ¿La abandonaba? ¿Cómo podía ser que la abandonara si aún tenía su polla entrándole y saliéndole del culo? Aún le quedaba mucho más por saber de todo aquello, no se había corrido, el “cañón” seguía reservando su munición para otro momento. No se había dado cuenta, pero tendía a eximir a Pablo de la responsabilidad de los acontecimientos, y sin embargo era él quien más había tirado de los hilos, o de las cadenas últimamente. Formaban un dúo extraño él y Quique, quizás equiparable al compuesto por Alberto y Jorge. Era Pablo quién ahora tiraba de ella hacia abajo, quien la arrastraba, sin dejar de follarla, hacia el pecho de Quique, hacia su vientre, al que acertó a besar en su descenso.

El ritmo que Pablo le imponía era infernal, sentía cómo la empalaba, los huevos golpear contra su coño y cómo volvía a despertar la fiera que latía en su interior. Aún exhausta de sexo y orgasmos, su cuerpo respondía agradecido a cada dolor o a cada caricia que le prodigaban; su ano se relajaba, para facilitar la penetración, y cuando esta se había producido, se contraía, intentando conservar el poderoso pene, disfrutar al máximo cada centímetro de su salida. Así una y otra vez, elevando la nalga, para permitirle llegar lo más dentro posible, para sentir la polla golpeándola, creciendo todavía más, llenándola todavía más; y él tirando con brusquedad, obligándola a seguir el camino de regreso al aparato de Quique.

Pero no, no era su intención que volviera a mamársela, aún su semen le chorreaba por los muslos, mezclado con flujo vaginal. Asombrosamente, fue capaz de sacársela del culo y aún le sobraron las fuerzas para agarrarla del pelo y forzarla a gatear hasta tenerla frente a él; era un simple cambio de postura. Ahora fue Quique el que empezó a hurgarle en su dilatadísimo ano, y frente a sus ojos encontró lo que llevaba tanto rato esperando, la erecta y descomunal polla de Pablo. No hubiera titubeado en comérsela, de no ser por las abundantes manchas marrones que ostentaba; acababa de salir de su culo…

  • ¡Sí, exactamente eso! ¿Cómo lo has adivinado? –Le preguntó Pablo, oponiendo una sonrisa maliciosa a su involuntaria mueca de disgusto- Dentro de un rato voy a ver a Rita, y no puedo presentarme con la herramienta manchada con tu mierda? ¿verdad que lo comprendes? Voy a necesitar que me la limpies, y temo que no tenemos a mano toallitas higiénicas.

Era peor que duro, pero comprendió que tampoco en este caso tenía elección. Intentó no pensar en Rita, en las implicaciones, cada vez que cotejaba su vida anterior con sus experiencias actuales se despeñaba por un abismo. Las manos de Pablo la sujetaban del pelo con rudeza, el aparato de Quique entraba con facilidad en su culo, haciéndola gemir, la nueva humillación era cosa hecha y la hedionda polla de Pablo seguía ante ella, como un destino inevitable.

  • ¡Ehhh! Tu culo ya no es el que era –Rezongó Quique- Lo sigues teniendo riquísimo pero antes estaba más apretadito; se nota que en las últimas semanas le han dado mucha caña.

  • Sin embargo su boca está cada vez mejor. He oído que te has convertido en una virtuosa de las mamadas –Terció Pablo, dirigiéndose a ella- Hace rato que quiero comprobarlo ¿Qué tal si me muestras tus progresos, querida?

Intentó acercarse a su pene, pero no logró sino estrellarse contra él, Quique la embestía con tal furia que no pudo evitar caer hacia delante. Le follaba el culo salvajemente, alternando los empujones con feroces palmadas a su maltratado trasero. El firme brazo de Pablo, sujetándola de los cabellos, le ayudó a recuperar el equilibrio, y un apoyo para sus manos. Otra vez la enorme y amarronada realidad se irguió ante ella y deslizó su lengua con suavidad por toda su longitud, desde el glande hasta la base de los huevos, para después regresar dibujando espirales, lamiéndola hasta la punta.

  • ¡Síiii, sí, querida! – Exclamó Pablo- Eres aún mejor mamona que como te pintan. Y en cuanto a los tropezones, total, es tu mierda la que te exijo que limpies… Es lo menos que puedes hacer ¿No?

Sabía que no tenía que responder y no lo hizo. Sorbió con gula los grumos marrones, cubrió de besos aquella enorme polla sin dejar de mirar a los ojos de Pablo, para que pudiera disfrutar el increíble extremo hasta el que la poseía, por él se tragaba su mierda. Y después, abordar la colosal empresa de metérsela en la boca, aceptar las exigencias del puño que se cerraba sobre sus cabellos e intentar tragársela, abrir la boca hasta el máximo y sentirla chocar contra el clavo de su lengua, tropezar bruscamente con su garganta. El problema no era su tamaño, casi tan grande como la del dueño del Siroco, lo peor era el grosor. El brazo de Pablo se relajó y la obligó a devolverle la mirada.

  • Todavía tienes que relajarte un poco, zorra –Le dijo con una sonrisa displicente-. A Rita, jamás le exigiría que se la tragara entera, pero me temo que tú sí que tendrás que hacerlo, es lo que se espera de una simple puta.

Silvia intentó ganar tiempo y falló al medir el alcance de sus palabras:

  • Rita, rita por todas partes –bromeó con un tonillo entre pícaro y celoso- Reconocerás que yo soy más divertida-. Añadió haciéndose la interesante.

  • ¿Más divertida? Quizás sí, pero sólo durante diez minutos, estos próximos diez minutos, porque lo que es el resto de mi vida voy a pasarlo con ella. Ya le dije a Quique que dejarías de ser divertida muy deprisa. Esta es la última vez que te follo, te lo aviso. No sé si te daré alguna vez una orden, no he decidido aún si querré ir a verte follar o que entretengas a mis amiguetes en el futuro, pero desde luego sé que nunca más permitiré que me toques. El menor de los motivos es que me preocupe convertirme en un adicto a ti, y el mayor, el daño que hará a Rita enterarse de todo esto, aunque para mí signifique muy poco más que una cochinada. Sé que lo pasa mal, y que lo pasará peor. Si no la quisiera tanto, todavía te echaría un par de polvos más, pero en la actual situación, no me merece la pena arriesgarme. Siento la crudeza –concluyó encogiéndose de hombros-, pero siempre he pensado que en el sexo hay que ser sincero.

La inmensa humillación que le había infringido, tirarle a la cara hasta qué extremo prefería a Rita, aclararle lo que significaba para él, le produjo un dolor en el alma que vino a sumarse al de las agujas en sus pechos, al piercing de su lengua y al sabor a mierda que inundaba su boca. Todos esos dolores mezclados, se transmitieron desde sus hinchados pezones hasta su coño, haciéndola estremecerse, produciéndole una explosión de jugo vaginal. ¿Cómo era posible que disfrutara tanto un trato como aquél?

Quique seguía follándole el culo sin contemplaciones, apretujándole los pechos como si se los quisiera reventar y los latigazos de placer se expandían incontrolables por su cuerpo, se disparaban con el roce de las cadenitas, con el sonoro vaivén de los cascabeles. Cuando Quique empezó a hablar, tuvo que hacer un esfuerzo enorme por prestarle atención, por no perder las perlas de degradación que saldrían de sus labios.

  • ¿Ves lo que te decía? Si en el fondo estamos de acuerdo, nada de adicciones, hombre. Sólo diferimos ligeramente en los plazos. ¡Tú mismo confiesas que, de no ser por Rita, todavía le echarías un par de polvos más! ¿Te asombras de que yo lo haga? Quizás te hayas asustado de la dureza con la que se la trata, pero es obvio que la admite, que la merece, y tú tampoco eres con ella precisamente blando… Quizás pienses que la cosa va a ser siempre así, pero mira, esto es de libro: Además de que es lo que apetece, al principio de poseerla, es cuando de verdad hay que someter a una puta, doblegarla, hay que asegurarse de su profesionalidad, de que hará sin rechistar lo que se le diga, y adivinará lo que se le va a exigir. Al principio, viene siempre lo más duro; verás, los dos veréis como poco a poco todo se va volviendo rutinario y, al menos durante meses, no surge el menor problema.

Pablo, apenas fue capaz de otra cosa que de asentir con la cabeza, había agarrado del cabello a Silvia, con ambas manos y, a pesar de sus gemidos ahogados, iba forzando la entrada de su enorme polla dentro de su boca. La sacaba varios centímetros, le permitía relajarse, respirar, para después volver a meterla hasta volver a oír el gruñido sordo indicativo de que se hallaba al borde de las arcadas. Sentía en sus dedos crispados sus estremecimientos de dolor, no tanto por el piercing de la lengua como por el nuevo camino que estaba abriendo dentro de ella. A pesar de que nunca lo reconocería ante ella, era cierto que iba a echar de menos aquella clase de sexo, aquella libertad para experimentar, para proporcionar dolor o placer a alguien sin seguir otro ritmo que el que marcara su propio capricho. Hacía rato que se moría de ganas de correrse, de inundar su cara de leche y contemplar como la arrastraba hasta su boca para tragarla. Pero no, por muy espectacular que fuera, no era así como lo había soñado, y era la última vez que la follaba, tenía otras prioridades.

A Silvia le era poco menos que imposible controlar la mamada y el piercing de la lengua esparcía constantes punzadas por su boca. Quique, con su pene hundido en la mediocridad, le follaba el culo con tanto salvajismo que la empujaba hacia arriba, haciéndola tragarse, hasta el fondo, la más que digna polla de Pablo. Las tetas se le bamboleaban libremente hasta dolerle, haciendo entrechocar los cascabelitos, rozar las cadenitas en movimientos espasmódicos por toda su piel.

Imposible controlar nada, y mucho menos las manos de Pablo en su nuca, sus dedos, crispados en su negra melena, y empujando su polla, centímetro a centímetro, en el interior de su garganta. ¿Qué hacer sino colaborar? ¿Debía juzgarse a sí misma a esas alturas? Inconscientemente, su cuerpo había aprendido las destrezas necesarias para obrar milagros, hizo como si quisiera expulsar aire y eso la ayudó a aminorar las arcadas, a agachar la campanilla y ser capaz de dejar entrar el cuerpo del glorioso pene de Pablo más allá de su garganta. Más allá de ahí, todo fue más fácil, sobre todo para él, que con feroces tirones de pelo le guió la cabeza a su perfecto antojo, hasta sentir repetidas veces sus huevos golpeando contra los labios de la chica.

Nada que se pudiera hacer salvo entregarse al máximo, desear que se corrieran, para explotar con ellos en un arrasador orgasmo. Y sí, Quique no aguantó más e inundó su culo de leche, lo sintió crecer y descargarse dentro de ella, intenso y cálido, sin por eso dejar de follarla.

Una vez más volvió a correrse, a encadenar orgasmos hasta casi perder la conciencia. ¡Aquello era lo que querían de ella, diversión y juego, y aquello era lo que su cuerpo les daba a raudales, con evidente entusiasmo! Aquello era lo que llevaba necesitando desde las malhadadas vacaciones en el pueblo, que la usaran dos hombres a la vez, dos al menos, y la hicieran absolutamente suya. ¿Cuál era el problema? ¿Cuál era su drama? Que ella necesitaba que la quisieran, que la valoraran por los placeres que recibían, y por nada del mundo quisieran perderla.

Pablo no se corrió. En el último momento, cuando su polla llevaba ya varios inolvidables minutos hundiéndose en la garganta de Silvia, justo al borde del no retorno, se lo negó a si mismo. Tiró del pelo de Silvia y la obligó a mirarlo.

  • Escúchame con atención, zorra. ¡No es así como lo he soñado! Mientras “entretenías” a la gente del Ambigú, don Jorge nos hizo algunas confidencias muy interesantes.

Su mano derecha, tirándole del pelo sin piedad, la forzó a ponerse casi en pié, permitiendo que Quique se sentara en el sofá. Un simple empujón bastó para que cayera de espaldas sobre él, para que sintiera su media erección aplastarse contra su culo. Pablo la abrió de piernas con rudeza y con sus manos en las pantorrillas la hizo levantarlas hasta que le dolió la cintura.

  • Por supuesto que vamos a follarte, lo estamos haciendo ¿no? Pero no se trata de eso, se trata de que todos aquí, tú incluida, conozcamos los límites de la situación. Don Jorge nos explicó que no se te permite desde hace tiempo tomar medidas contraceptivas… En muy pocos minutos tocó varios temas y no fue mucho más allá, no comentó sus intenciones ni sus planes a medio plazo, pero sí que dejó caer, como quien no quiere la cosa, que estás ovulando y en un día muy fértil.

Y ella ya no necesitó que le dijeran más. Torció el gesto, era evidente el derrotero que iban a tomar las cosas. Quique guiaba a su polla, casi completamente erecta de nuevo, dentro de su culo y decía casi en su oreja:

  • Joder, tío, entre lo buenísima que está y las cosas que le dices, habéis vuelto a ponérmela dura.

Alcanzó a entrever la enorme y erectísima polla de Pablo viajando hasta su coño y la deseó con toda el alma dentro de ella. Le resultó increíble que tuvieran un grado tal de posesión sobre ella, y que ella misma careciera de intimidad hasta un punto, que quiénes ellos quisieran pudiera estar enterados de su ciclo menstrual. Pronto, asombrosamente pronto, las dos pollas estuvieron penetrándola en el coño y en el culo. Hacía tiempo que la doble penetración era una práctica asumida, casi deseable, pero quizás no en esos términos. Pablo le había subido las piernas sobre sus hombros, sentía su torso chocar contra sus muslos mientras la follaba.

  • Pues sí, querida, sí. Don Jorge hizo ese fugaz comentario y a mí se me antojó que quiero jugar a esa lotería. No es que me haga ilusión tener un hijo, no; lo que me hace ilusión es verte crecer la panza y no poder saber si lo que llevas dentro es mío. Tanto da que lo sea o no, comprenderás que yo tampoco sería un padre muy responsable… Lo que me hace ilusión es tener la capacidad real de preñarte, el poder de hacerlo.

La idea la volvía loca, vivía rechazando plantearse que no podía imaginar qué planes tenían para ella ¿Realmente deseaban que quedara embarazada? ¿Y qué intenciones tendrían para después, o para el embarazo…, si es que no lo interrumpían? La consecuencia última de sus ignorancias era pánico, era un abismo, en el que Pablo y muchos otros, la follaban sin descanso, mucho más allá de su cuerpo.

Su cabeza giraba hacia todos lados, tropezando siempre con la mirada burlona de Pablo, y su boca era al fin libre para gemir, para diseminar a los cuatro vientos hasta que punto la habían emputecido, porque sí, por que sentía placer, haciendo rebotar su cuerpo entre los dos jóvenes, sintiendo sus vergas, otra vez durísimas dentro de ella.

  • ¡Correos! Por favor, correos –Gimió.

Y Quique le hizo caso, se tensó bajo ella y explotó con un gruñido en su ya lubricado culo, para después quedar medio desmayado, desparramado en el sofá. Haber vencido a Quique fue un breve consuelo, porque Pablo aún tenía sus fuerzas intactas y la levantó en peso, dejándola con la nuca empotrada en el asiento del sofá.

  • Vamos, perra, ahora sí que te voy a hacer totalmente puta. Esto es un mal menor ¿no lo entiendes? ¿O es que prefieres darle un hijo a cualquiera de los transeúntes que te pasan por la piedra? Puestos a que lleves algo en la barriga, que sea mío, al menos el niño será guapo, y heredará mi enorme polla.

Ella levantó todavía más las piernas y Pablo siguió llenándola con su cañón, llegando hasta donde quizás solo Rodrigo había conseguido llegar dentro de ella. Se relajaba, permitía que el pene alcanzara hasta la misma boca de sus ovarios, para después contraerse, como si quisiera conservarlo para siempre, para gozar hasta el último milímetro de su contacto.

El final era fácil de imaginar, patas arriba, medio aplastada bajo su peso, con la espalda encajada en el asiento y las piernas sobre los musculosos hombros de Pablo, había pocos desenlaces posibles; amilanada por el cansancio, empezó a correrse con suavidad, y él no pudo dejar de advertirlo.

  • Lo que más me jode es pensar que un putón degenerado como tú haya soñado alguna vez poder compararse con una auténtica dama como Rita. Me insultabas cada vez que albergabas esa ilusión ¿pensabas que yo era tan idiota? En ningún momento te dí esperanzas, no hay nada que haya hecho mal.

  • Nooooo, no quise compararme, ni competí por tiiiiiii –gimoteó ella, entre los espasmos del placer-; sólo pensé lo que pensé, que cada una sirve para lo que sirve: una dama para construir una vida, y una zorra como yo para llenarla de diversión.

  • ¡Ja, Ja, Ja! –Estalló Pablo en carcajadas-. ¿Comprendes que entre lo embustera que eres y todo lo que ignoras de ti misma me cueste creerte? –Apoyó la pregunta con un par de bofetadas-. Pero da igual, eres divertida, en eso tienes razón; lo que se te escapa es que la diversión termina justo ahora.

Mientras hablaba, la ferocidad de sus embestidas no había dejado de crecer, movía a sus anchas su enorme pene por el interior de su vagina, como si estuviera en su casa; se demoraba en movimientos laterales, para después penetrarla más allá del útero.

Las bofetadas la enardecieron aún más; era una sola polla, pero era la de Pablo, y le iba a ganar la partida. El placer se extendió por su cuerpo, en oleadas sucesivas, incontrolables y crecientes, bajo su mirada satisfecha. Pablo lo sabía todo, lo poseía todo dentro de sí misma, incluso el poder de preñarla (No había sido capaz de permitir la entrada a ese pánico). Finalmente, todo su peso se derrumbó sobre ella y sintió una oleada de cálido esperma reventar en sus ovarios. Fue una corrida eterna, una inundación eterna de plomo fundido, que los dejó a los dos exhaustos, durante un minuto eterno. No quiso ni imaginar las consecuencias que aquello podía tener en su demasiado accesible vientre.

Al fin Pablo reunió fuerzas para incorporarse.

  • ¿Ves lo que te decía, querida? Quique tiene una ametralladora y yo tengo un cañón. Y sí, eres divertida, pero como te advertí, la diversión acabó.

Silvia, desmadejada,  hizo intención de moverse, de sentarse en el sofá y adoptar una postura más cómoda, pero Pablo le sujetó las piernas y se las mantuvo hacia arriba.

  • No, no, no, pequeña. Los demás van a tener la oportunidad de comprar innumerables billetes de lotería, permite que yo maximice las oportunidades del mío, de ser el que te embarace. Sí, quiero poder pensar que soy el que te infló, el que te hizo el bombo, cuando te vea hacer la carrera cualquier noche. Permanecerás patas arriba hasta nueva orden. Mientras me ducho, Quique vigilará que no te mueves, y tú dispondrás de un ratillo para reflexionar sobre la maternidad. Por mí seguiríamos un poco  más, pero es tarde y tengo que ducharme, comprenderás que no puedo presentarme ante Rita oliendo a tus babas- dijo, como si se disculpara.

Y allí quedó ella, vigilada por Quique, que en ese momento, plácidamente,  encendía un cigarrillo; oyendo los ruidos del baño, el fluir del agua sobre el cuerpo que acababa de poseerla, sintiendo los goterones, el grueso esperma de Pablo descender por el interior de su vientre, secarse y fermentar dentro de ella. Quizás sí, quizás los días siguientes le mostraran que se podía caer más bajo, pero desde luego no en peor postura.

Cumplí pues mi promesa y aquí esta el deseado capítulo 36. Comentadme lo que queráis, en Todorelatos o en el Mail. Según se acerca el final, voy sintiendo más curiosidad por conocer vuestras opiniones.

Federico