Moldeando a Silvia (32)

Joven empresaria es convertida mediante el chantaje en una esclava sexual.

ADVERTENCIA

Esta obra contiene escenas de sexo no consensuado, sadismo, humillación, dominio y está orientada a lectores adultos. Si este tipo de cosas no son de su agrado o de algún modo hieren su sensibilidad deje de leer AHORA, después podría ser tarde. Por supuesto todas las escenas aquí narradas son de absoluta ficción y es voluntad del autor que nunca lleguen a ser reales. Cualquier comentario será bienvenido. (Absténganse de mandarme ficheros adjuntos porque NUNCA los abro)

fedegoes2004@yahoo.es

Sonaba una música suave y el comedor del restaurante estaba casi desierto. Miró el reloj, Carmen se retrasaba. Había elegido un sitio elegante para invitarla a almorzar, aunque sin ostentaciones, no quería que se sintiera incómoda.

Lo que quería era sencillo: Otro punto de vista, distinto al de Pedro, sobre el asunto de Silvia. La postura de Carmen había quedado bien clara en el día de la discusión en el despacho de Jorge, estaba pues seguro de no tenerla en contra, y ella conocía ahora a Jorge mucho mejor que él (había terminado por creerlo), al menos había estado mucho más cerca en los últimos años.

Pidió unos entremeses al camarero, a modo de entrante, y una botella de vino. No le preocupó el retraso, estaba seguro de que acudiría, simplemente era una de esas mujeres que prefieren la descortesía de la impuntualidad a dejar de sacar el máximo partido a su imagen. Tampoco por eso pensaba mal de ella ni la miraba en menos; cada uno tiene sus debilidades y al fin y al cabo era maquilladora.

Finalmente apareció, con aspecto relajado y sin darse demasiada prisa, aunque levemente transpirada, estuvo seguro de que no era más que una pose, de que no había estado tan relajada en el metro.

  • ¿Qué tal, Alberto? ¡Qué sorpresa lo de tu invitación! No sospechaba que allá en las altas esferas os preocuparais por humildes maquilladoras... Aunque últimamente parece que me estoy haciendo famosa, he tenido que rechazar otra invitación a almorzar de Pedro para poder acudir a la tuya.

A Alberto, la entrada le pareció cualquier cosa menos espontánea. Había tenido tiempo para pensar sobre los motivos de su llamada, y la intervención de Pedro había hecho el resto, le había puesto fácil el atar cabos. Bien, eso le ahorraba explicaciones. No era ninguna idiota, difícilmente la engañaría, tuvo la intuición de que la sinceridad iba a ser con ella su mejor arma.

  • Hay que hablar, es necesario hablar - dijo exteriorizando la preocupación que realmente sentía- . Es un hecho que Jorge se ha vuelto loco, quiere reventar a Silvia, prostituirla, arrojarla a todo, drogas, zoofilia, y cualquiera sabe qué más. Eso no puede acabar bien, no puede acabar de otra manera que con todos nosotros en la cárcel. Tú tienes mucha amistad con él y eres mujer, sé que lo conoces de maneras en que yo jamás lo conoceré
  • Concluyó mientras le servía una copa de vino.

  • Bueno, no diré que no esté dispuesta a ayudar en bien de todos, pero dejemos una cosa clara: Esto no es asunto mío, iréis a la cárcel vosotros, yo no tengo nada que ver, de hecho me salí hace semanas, en cuanto vi lo que se estaba cocinando. Recuerda que fui la primera en señalar lo que ahora tú estás diciendo ahora, que esto no podía acabar bien.

Alberto tomó un canapé y rehuyó hacer ningún comentario sobre su alegato. Él tenía guardada la cinta de lo sucedido en su casa, cuando por primera vez sometieron a Silvia a sexo en grupo, y al principio la participación de Carmen en los hechos había sido más que entusiasta. Si se llegaba a esas instancias, habría que ver lo que opinaría un juez y dónde delimitaría las responsabilidades. Tener la boca llena fue una excusa estupenda para que su silencio pasara inadvertido. No era su intención amedrentarla.

  • No pretendo causarte ningún problema, sólo me gustaría que hablaras con Jorge, quizás a ti te escuche. Yo ya lo he intentado.

  • ¿Hablar con él?

  • Preguntó Carmen con sarcasmo- No se puede, nadie puede hablar con él sobre ese tema. Yo también lo intenté hace días y le faltó poco para echarme de su casa. Pero hay una cosa que me intriga: ¿A qué viene ahora ese cambio? Tú, que siempre fuiste el amigo del alma de ese cabrón, tú que fuiste el cerebro de lo que se le está haciendo a Silvia y lo planificaste hasta sus detalles más crueles. No lo entiendo ¿No era esto lo que pretendías?
  • dijo cogiendo un canapé ella misma y tomando su copa de vino con indiferencia.

Alberto, se quedó un poco sorprendido por su respuesta. Definitivamente, le era más fácil de lo que hubiera creído simpatizar con aquella mujer, con su vehemencia y su descarnada sinceridad, a las que venía a sumarse la dureza de sus bien llevados cuarenta y pocos años. Le llevó unos segundos hilvanar algo coherente que contestarle.

  • Evidentemente las cosas se me fueron de las manos. Mis planes eran ajustarle las cuentas a Silvia, evitar que os despidiera, y en el aspecto sexual, divertirnos, tenerla como juguete interno en la empresa. Como máximo, usarla como "Escort Girl", para agilizar la firma de algún contrato. Si lo piensas, podría haber funcionado; guapa, culta y sin barreras en el sexo, ideal para ejecutivo de fin de semana. Sólo había que no perder el control para que el invento fuera sostenible.

  • ¡Ja!

  • Rió Carmen- . ¿Mantener el control? ¿Sostenible? Pues sí que se te torcieron los planes, porque déjame que te diga que eso es muy distinto de lo que está sucediendo. Yo no sé nada de primera mano, por suerte para mí, pero la gente habla. Nunca me alegraré lo suficiente de haberme salido cuando lo hice de esta mierda que habéis montado. Algo así, con varios hombres metidos era, por definición, incontrolable y me resulta increíble que no lo vieras. ¡Tiras esa bomba sexual entre esa panda de reprimidos y después te asombras de que no se comporten con sensatez! ¡Hace falta vivir en otro mundo!

Él, en su fuero interno, no pudo evitar estar de acuerdo ¿Cómo no se dio cuenta antes? Todos en la empresa le estaban tan agradecidos, lo respetaban tanto que se emborrachó de éxito. Por un instante se sintió como un niño al que hubieran atrapado tras un atracón de dulces... Intentó sobreponerse, pero Carmen interrumpió el hilo de sus pensamientos.

  • Y ahora me sales con que quieres ayudar a Silvia, o que te da miedo la cárcel
  • Prosiguió con gesto irónico y envalentonada por sus titubeos- . ¿Sabes quién está ayudando realmente a esa chica y quién la va a sacar de esto? ¡Pedro! - Se respondió a sí misma- . Es más inteligente de lo que parece, y un buen tipo; probablemente por eso nunca me sentí atraída hacia él. Las mujeres, a nuestra forma, también sabemos ser idiotas. ¡Se la está jugando haciendo de espía! No ha elegido el camino fácil de escurrir el bulto como los demás hemos hecho.

Alberto estaba a punto de hablar cuando el camarero llegó con la carta. Apenas había empezado a ojearla cuando la voz de Carmen volvió a dejarse oír:

  • ¿Sabes? En realidad creo que no me apetece comer - dijo con tono cansado- , con los entremeses y el vino será suficiente.

Él acusó el golpe. ¡Estaban en un restaurante caro, en plena Gran Vía, y rechazaba su invitación de la peor manera! Preferiría sacarse una muela a volver a hablar con ese infierno de mujer.

  • Sí, yo tampoco apetezco nada - dijo lacónicamente al camarero, que se supo largarse con la discreción propia de quien conoce su oficio. En cuanto se hubo alejado, miró a Carmen fijamente y le respondió:

  • Bien, estoy de acuerdo en que muchas cosas se hicieron mal, de no ser así, no estaríamos en donde estamos. La pregunta es si vamos a hacer algo, o simplemente nos quedaremos llorando sobre los platos rotos, recriminándonos unos a otros. Si Silvia va a un hospital psiquiátrico, por ejemplo, y Jorge y yo a la cárcel (que es el final previsible), no sé qué va a quedar de "Publicidad Setién" ni dónde vas a trabajar ¿Comprendes eso?

  • Vayamos al grano pues

  • asintió Carmen, con frialdad- ¿Qué carajo quieres de mí?

  • Ese es mi idioma, ser prácticos. Puedo parar esto, no soy tan ingenuo como pareces creer y siempre me reservo una carta en la manga. Tengo un arma definitiva contra Jorge y me resisto a usarla, porque lo aprecio y porque también a mí me salpicaría; aunque saldría de esto, saldría sucio. Sé que en otro tiempo estuviste medio enrollada con él, e ignoro si seguís viéndoos. Todo el poder que tiene sobre Silvia radica en una cinta en la que aparece ella, adulterando las pastillas de su padre para el corazón; si consiguieras robársela de casa, se quedaría desnudo, sin el látigo que usa para someterla.

Carmen cambió de actitud, la ira y hasta la ironía desaparecieron de su rostro y se tomó unos segundos de reflexión antes de contestar.

  • Quizás hace unas semanas habría sido posible, pero ahora es tarde para eso - Contestó con impotencia- . Lo intentaré, pero el asunto de Silvia ha dinamitado la relación entre Jorge y yo, no siente ya el menor interés por mí y no creo que se fíe como para dejarme sola en su casa.

  • ¿Pero lo intentarás, te acostarás con él si es necesario para conseguir la cinta?

  • Sí, sí, lo intentaré

  • Respondió ella, sin prestar atención al desenfado con que le había sugerido que se acostara con semejante cerdo- , pero no te hagas ilusiones, Jorge no me hace ni caso desde que se encoñó con esa zorra. Y además, habrá sacado copias, y no creo que te sirviera de nada ni aunque consiguiera robárselas todas. Con este jueguecito, no creaste un monstruo, creaste dos; hace tiempo que ya no es necesario amenazar a Silvia con nada, mira si no el Facebook de Benito, se la está follando en el pueblo, donde no le puede dar órdenes. Mucho me temo que como líder eres una ruina, vas por detrás de los acontecimientos ¡Ojalá Pedro tenga planes más esperanzadores que los tuyos, porque si no, me veo en la oficina de desempleo!
  • Concluyó regresando al sarcasmo.

Alberto, sin reflexionarlo, ofreció una escueta explicación:

  • Confiaba en Jorge, habíamos estado juntos en las trincheras de no menos de veinte países, creía conocerlo. Jamás imaginé que fuera a crear ningún monstruo, y menos que uno de los dos fuera él.

  • Ya, ya, ya supongo que confiabas en él, y en ti mismo, y en nosotros, y mira por dónde hemos salido todos. En fin, ojalá que a Pedro se le ocurra algo mejor o que te decidas a usar tu famosa "carta en la manga", sea cual sea, y que funcione, antes de que alguien salga de veras malparado. Por cierto, creo que eso es todo ¿verdad? ¿Te importa si me marcho? Este asunto me revuelve el estómago. Es normal, creo, estáis violando a una mujer, he perdido al amigo y pareja ocasional que siempre fue Jorge, es probable que me quede sin trabajo... En fin, comprenderás que este no sea mi tema favorito.

  • Por supuesto, puedes irte si te apetece - respondió él, con aspereza.

  • Pues entonces nos vemos en el trabajo - contestó, al tiempo que se levantaba de la silla- Te llamaré si sucede algo, e intenta al menos mantenerte informado, es lo menos que puedes hacer. ¡Increíble que hayas tenido que enterarte por mí de lo de Benito en el pueblo!

Alberto se quedó sentado a la mesa, sin compañera con la que almorzar y fingiendo indiferencia. Mantuvo el autocontrol justo para no mirar a los camareros, no tenía ninguna gana de ver sonrisas que incrementaran su sensación de ridículo. Era de verdad asombroso lo rápido que había perdido todo control sobre las situaciones, aunque no, quizás ese control había sido siempre ilusorio. Sin Jorge, se había quedado sin ojos y sin manos, al tiempo que él se había quedado sin cerebro. Tras unos minutos, se atrevió a levantar la vista, y no pidió nada de comer, se sentía agotado, le apeteció más un güisqui.


Estaba hecha un ovillo, con las piernas plegadas sobre el vientre, y el lugar era estrecho y seco. Lo sabía porque sus brazos y piernas tropezaban con algo metálico, frío, cuando intentaba estirarse. Hacía calor y no conseguía verse ni las manos al intentar secarse el sudor de la frente. Gritó de terror, pero tuvo la certeza de que nadie podía oírla; en alguna parte sonaba un motor que encubría todo sonido, volvió a gritar, a sabiendas de la inutilidad de su esfuerzo. Se estaba moviendo, el traqueteo era constante y a veces había saltos, vaivenes que le magullaban el cuerpo. De pronto, la luz se hizo en su mente ¡Iba en el maletero de un coche, Jorge la había alquilado, o vendido, la trasladaban a cualquiera sabe dónde, para hacerle cualquiera sabe qué!

El ruido cambió repentinamente, al estruendo del motor vino a sumarse el del pavimento. Supo que el coche había dejado de rodar por asfalto y que ahora lo hacía sobre una superficie pedregosa, podía oír el picotear de la grava sobre la carrocería y el traqueteo se incrementó hasta lo insoportable. Tuvo que estirar cuanto pudo las piernas, que apoyar las manos en la chapa del capó, para disminuir la potencia de los golpes. El coche no disminuyó la velocidad, a pesar del cambio de pavimento, y en laguna parte, quizás en otro mundo, filtrándose entre el estruendo del motor y el picotear de las piedrecillas, creyó escuchar risotadas. Entró en pánico, gritó hasta quedarse sin aire, sintió como la orina se deslizaba entre sus piernas, empapando la superficie plástica sobre la que descansaba su maltratado cuerpo y no supo si desmayaba por el terror o por el asco, o por alguno de los infinitos golpes recibidos, pero resbaló a la inconsciencia, la invadió la negrura.

Un siglo después, la despertó el silencio. El coche se había detenido. Oyó alguna conversación lejana, un chasquido y un torrente de luz fluorescente le abofeteó los ojos. Debían estar en el interior de un garaje, pero ella, deslumbrada, apenas logró ver nada. Sólo acertó a esbozar balbuceos incoherentes mientras varias manos la agarraban, la sacaban del automóvil como si fuera un fardo y la tumbaban bocabajo sobre el otra vez cerrado maletero.

  • ¡Está hecha un asco! Se ha meado encima la muy puerca - Oyó decir a alguien, y alguien más contestó:

  • Lo primero es lo primero, el inyectable, ya después habrá tiempo de adecentarla como mejor nos parezca.

Y el pánico una vez más se le retorció en el estómago, al tiempo que sentía un largo pinchazo en la nalga. ¡Le estaban poniendo una inyección! Lloró, suplicó, dijo a todos y a nadie que no era necesario, que era de ellos, que haría cualquier cosa que le pidieran, cualquier cosa, sin límites.

  • Claro que harás cualquier cosa, zorra - le respondió alguien en alguna parte- , sólo que esto es lo primero, lo que queremos que hagas ahora.

Y Silvia sintió como la inyección se expandía por su torrente sanguíneo, como un veneno o como un bálsamo, avanzando por cada milímetro de su piel y de su alma, despojándola de su dolor, de sus terrores, de su voluntad y su memoria, y al fin descansó....

Despertó temblorosa y bañada en sudor, tardó en darse cuenta de que estaba en su cama, en el bungalow de pueblo. En esta ocasión, podía recordar cada segundo de la pesadilla, cada emoción, cada alarido de pánico; y tuvo la certeza de que no era sino un recuerdo recuperado de lo sucedido tras la noche del Siroco, un recuerdo con todo el lujo de calor y vivencia que lo real proporciona. Después de la inyección, ya todo era humo.

La luz del amanecer empezaba a filtrarse por los visillos de la ventana, el despertador marcaba las siete, y era a las nueve cuando Benito había dicho que vendría a recogerla. Apenas había dormido; extrañamente, toda su pesadilla había transcurrido en los veinte minutos escasos que transcurrieran desde la última vez que mirara el reloj. Había sido una noche extraña, unos días extraños los de sus "vacaciones". Por primera vez, el negro no había querido quedarse a dormir con ella ¡A pesar de que se lo pidió! Era necesario descansar, tenía que conducir mañana.

Y mañana era hoy, era dentro de un rato, que pronto sería ahora, en algún ahora próximo sería llevada a Madrid, hacia su futuro, hacia su destino. Se dio cuenta de que los pensamientos cruzaban febriles por su atormentada mente, alimentados por el cansancio, por el insomnio, por los varios porros que había fumado intentando dormirse, intentando calmarse. Pero no había motivos de extrañeza, todo en aquellos atormentados días había sido onírico, había sido locura, que ahora se catapultaba hacia el mundo.

Encendió la luz y acertó a vislumbrar una silueta que la observaba a través los visillos. No se alteró, los lugareños se levantaban con la alborada y desde ayer habían venido a fisgar varias veces. Estaba desnuda, sentada sobre la cama, el espejo del armario era veraz, mostraba el mismo torso desnudo, los mismos pechos perfectos, horadados por brillantísimos anillos, que aquel pueblerino debía estar mirando. Sintió el ya familiar cosquilleo en el pubis. Debía acostumbrarse a ser vista desnuda; era dura, lo había demostrado, pero debía endurecerse aún más, Silvia sólo le servía para amargarle sus escasos momentos de gozo (eso lo había descubierto hacía poco); tenía que acostumbrarse a sobrevivir en la piel de M. ¿Había dicho pechos? Mejor decir "tetas", las putas como ella debían acostumbrarse a decir tetas. La silueta, como una sombra asustadiza, se alejó de la ventana, y ella no se alteró; desde la mañana del cementerio había optado por vivir en la locura.

Lo había sentido por primera vez cuando buscaba relajarse, en aquel primer porro que se fumó tras la ducha que le quitó el hedor a orina: M había ganado la batalla, Silvia existía para sufrir, para correrse contemplando cómo eran transgredidos todos sus límites; era una perdedora nata, sólo que era más difícil de matar de lo que pudiera pensarse. Sólo existía una razón por la que todo aquello podía haber sucedido: M era la verdad sobre sí misma, Jorge se la había descubierto y no quedaba otra opción que apostar por ella, que ser ella y vivirla.

Se había sentado ante el portátil, desnuda y todavía mojada, había encontrado un mail de Pedro, un mail diciéndole que en Madrid había expectativas muy prometedoras, que no le cabía ninguna duda de la lealtad de Alberto, y que contaban con una nueva aliada, Carmen, que estaba de su lado sin fisuras. Eran buenas noticias, las mejores imaginables, nunca había tenido aliados y ahora tenía tres; pero no se alegró, detrás venía otra cosa, Pedro decía estar preocupado, había visto el Facebook de Benito, sabía que estaba follándosela en el pueblo. ¿Qué pasaba? ¿La había extorsionado de algún modo? Alberto le había prohibido hacerlo...

Se suponía que debía contestarle, y no lo hizo. ¿Cómo decirle que no sabía qué qué pensar? ¿Cómo decirle que el negro la había dejado loca, que de sólo recordarlo se le nublaba el raciocinio y se mojaba entera? Porque esa era la verdad ¡Qué cuerpo tenía Benito! ¡Qué manera de hacerla suya, sin violencias innecesarias, con el sólo poder de su carácter!

Mejor no decir nada a Pedro, ella no tenía novedades gratas que contar, y lo que en realidad apetecía era otra cosa: visitar ese Facebook, buscar en él noticias de sí misma.

Y las encontró, eran sólo diez fotos, aparentemente elegidas al azar, no debía haberle dado tiempo a colgar más. El negro estaba pletórico, se estremeció de placer al revivir la manera en que la había poseído, degradado, en que había sido capaz de follarla sobre la tumba de su padre (imposible luchar contra su fuerza). Para su incredulidad, llevaba su esperma dentro de su desprotegido vientre, y hacía sólo unos minutos que se sentía limpia, que había logrado desprenderse del olor a su orina. Pero lo que más la asombró de todo fue su propia cara, sus ojos nublados de lujuria, mientras mamaba la polla al negro. Todo estaba reciente, sus recuerdos eran diáfanos y no había espacio para excusas ni para la duda; a casi nada fue obligada, a todo había llegado por gusto, por vicio, por voluntad propia. Era evidente que aquella no era la señorita Setién, no podía serlo. Semejante zorra no era una señorita. A pesar del poco tiempo que llevaba colgado el reportaje, ya había varios comentarios de Jorge, siempre aplaudiendo las ocurrencias del afrocubano.

De pronto, le asaltó un nuevo temor: eran las dos de la tarde y habían pasado la mañana follando ¿Vendría a las cinco? ¿Tendría ganas de venir? Le resultó inaceptable la posibilidad de que no apareciera, ella seguía teniendo ganas, últimamente siempre las tenía. ¿Iba a tener que esperar tres horas para saberlo?

Hacía tiempo que el estar histérica ya no era algo transitorio, se había vuelto su estado normal. Se acercó a la ventana y escudriñó los alrededores. Benito, como siempre, estaba sentado en la terraza del bar, con su portátil abierto y mirando la pantalla. El corazón le dio un vuelco. ¿Estaría visualizando las fotos, eligiendo cuáles subir? Allí pasaba gente, podían verlo ¿sería cuidadoso? Respiró hondo al notar cómo se le empapaba la entrepierna. Entonces se le ocurrió la idea, total ¿Qué tenía que perder? El material que grabaran, no podría perjudicar más a Silvia que el que ya poseían ¿Por qué no permitir que M se desahogara un poco, por qué no aceptarla? Tenía sus necesidades ¿por qué negarle ese pequeño esparcimiento? Algo le dijo en su interior que no estaba bien lo que planeaba, pero le resultó fácil acallar esa voz ¡Tantas cosas no estaban bien! Incluso esa leve culpabilidad no hizo sino incrementar todavía más su deseo. Miró hacia abajo, se tocó, y alcanzó a humedecer los dedos en su vello púbico. No había nada que decidir, iba a hacerlo.

Así había empezado todo, ese fue el principio de la locura - pensó mientras miraba al despertador- , si es que lo era el afrontar la realidad sobre sí misma. Eran sólo las siete y cuarto, aún quedaba tiempo antes de que llegara Benito, y le había dicho que no se molestara en vestirse, que ya él le indicaría lo que se debía poner. Abandonó toda esperanza de dormir, su mente seguía deslizándose, febril, desde el pasado hacia ese futuro que no sabía si temer o anhelar. ¿Qué nuevos placeres, que nuevos universos de degradación irían a descubrirle? De un lado la asustaba, y de otro, no cesaba de decirse que ella era fuerte, que ya había dado y recibido mucho placer, y podía resistir mucho más. A su modo, ellos la valoraban (o al menos eso quería creer); nunca, nunca, se habían divertido tanto en el sexo, era seguro que querían conservarla, que no corría otro peligro que el de dejar de ser Silvia Setién. Y ahora, hasta ella misma odiaba a esa niñita egoísta y engreída que había sido, esa zorra sabelotodo, que sin embargo lo ignoraba todo de la vida.

Junto al miedo, junto a la ansiedad, recordó la liberación que sintió cuando, sin pensárselo, se puso la bata y salió así al exterior. Qué sensación más maravillosa contemplar la cara de Benito, verlo levantar la vista del computador, su gesto de asombro. Varios lugareños, de los que pasaban el día haraganeando en el bar, también se la quedaron mirando, como si se tratara de una aparición, y ella, ella, se quedó parada junto a la mesa, esbozando una sonrisa nerviosa, los latidos de su corazón parecieron durar horas. Casi creyó desmayarse, o que iba a tener un orgasmo; las miradas de aquellos hombres rudos que desde niña la habían visto como a una diosa, se le clavaban en el coño, la hacían perder la razón, o la escasa compostura que pudiera quedarle.

Aquellas miradas fijas en ella, desnudándola, intentando ver a través de la bata, lejos de darle asco le produjeron unas ganas casi incontenibles de quitársela. Se quedó petrificada unos segundos eternos; si miraba a Benito, las cosas no eran muchos mejores, le entraban unas ganas enormes de cerrarle el ordenador y arrastrarlo hacia su casa. La mente se le quedó en blanco, todos sus planes, lo que pensaba decirle se le borró, y sólo acertó a quedarse allí, indefensa y ridícula, con la boca entreabierta y una sonrisa idiota. Tuvo que ser él quien acudiera en su ayuda.

  • ¡Qué sorpresa, señorita Setién! ¿Apetece sentarse y tomar algo? - Dijo con una sonrisa maliciosa, al tiempo que se levantaba y cortésmente le ofrecía un asiento.

A veces eran meras minucias las que hacían que su ánimo se inclinara en una dirección u otra. Se imaginó a sí misma sentada a la mesa del bar, cuidando de que la bata, sólo sujeta por el cinturón, no se le abriera; vigilando sus piernas, antinaturalmente cerradas, sintiendo todos los ojos clavados en el nacimiento de su escote, y sintió que no estaba preparada para resistir eso, que de intentarlo, acabaría por montar un escándalo.

  • No, Don Benito
  • Respondió con los ojos bajos y enrojeciendo hasta las pestañas- . Sólo me preguntaba si podría venir a verme esta tarde y traer su portátil, tengo una duda con la que me gustaría que me ayudara.

  • Por supuesto que me acercaré - Respondió él, con aire de satisfacción- , siempre dispuesto a servirla.

Y ella no pudo resistir más, echó a correr hacia el bungalow, con el corazón desbocado en el pecho y al borde de las lágrimas. Increíblemente, lo que la mortificaba no era la cascada de habladurías que aquello iba a desencadenar en el pueblo, era el haber quedado ante Benito como una perfecta idiota.

Cerró la puerta tras sí y dejó caer la maldita bata al suelo, tal y como había anhelado hacer sólo hacía unos minutos. Se miró al espejo, seguía roja de arriba a abajo, transpiraba y sin embargo su sudor era frío. ¡Qué dura de matar era Silvia! Pero por mucho que lo fuera, M era más fuerte, lo había demostrado mil veces. Dio un par de caladas al porro que había dejado a medio fumar. Iba a conseguirlo, a sobrevivir como M; el objetivo era sobrevivir a cualquier precio.

Consiguió calmarse y reunió fuerzas para descender el siguiente peldaño. Se sentó a escribirle un breve mail nada menos que a Jorge:

"Conéctate al Messenger a las cinco. Tengo un regalo para vosotros, sobre todo para Benito. Os gustará.

Tuya

Silvia"

Repentinamente, el timbre del despertador la sacó de sus recuerdos, habían dado las ocho. A pesar de no tener que arreglarse, Benito la quería desnuda, anoche decidió levantarse con tiempo, para poder desayunar y esperarlo del todo despierta. Pero no, apenas había conseguido dormir, su imagen en el espejo le devolvía unas ojeras profundas y su larga melena negra se derramaba en desordenados mechones sobre sus... tetas, había decidido llamarlas tetas. Tomó un cepillo y empleó unos minutos en alisarse el pelo.

No había sido sólo el miedo lo que le había impedido pegar ojo, naturalmente la asustaba lo que fueran a hacerle en Madrid, había barajado en su mente todas las vejaciones imaginables a las que aún no había sido sometida, hasta las más espeluznantes, y con la excusa de calmarse, repetidas veces había acabado masturbándose. Hubiera preferido mil veces que el negro se quedara a pasar la noche, el sexo real, a aquel desenfreno repleto de fantasmas.

Había sido Silvia la que no la había dejado dormir, pensó esbozando una mueca de desprecio. Habían sido sus temores ridículos hacia lo inevitable, sus culpabilidades absurdas ante su incapacidad para aceptar su auténtica naturaleza; ellas despertaban a M. Al menos las vacaciones habían resultado divertidas, desconcertantes pero divertidas y, con sus altibajos, podían considerarse una completa victoria de M.

Serían alrededor de las cuatro cuando empezó a prepararse para la llegada de su amo y entregar el regalo que había prometido a Jorge. Abrió la maleta, se probó faldas, sujetadores, braguitas, se desesperó de ensayar posturas ante el espejo, sin encontrar ninguna prenda que la convenciera. Era la ropa de Silvia, recordó con asco, salvo unos zapatos negros, de tacón alto, no había nada que le fuera útil. ¿Nada? ¡Esa era la respuesta! ¿Qué mejor recibimiento que su espectacular desnudez, que los aritos de su coño y sus tetas? Volvió a mirarse sin más indumentaria que los zapatos, y exhaló un suspiro de satisfacción; unas medias negras, hasta la mitad del muslo, completarían su atuendo. Nada de simulacros, era la verdad sobre sí misma, abierta, desnuda y auténtica, la quería entregarle.

Se sentía nerviosa, era la primera vez que, voluntariamente, sin presiones, se decidía a comportarse como una verdadera puta. Se escurrió hasta el ventanal, miró furtivamente a través de los visillos, y exhaló un suspiro de alivio; Benito seguía allí, bebía algo y en ese momento miraba su reloj de pulsera. Eran las cuatro y media. A él también debía estar haciéndosele eterna la espera.

Ya sólo quedaba lo fácil, y sospechaba que una vez el negro llegara, el resto iba a ser más fácil aún. Se sentó ante el portátil y se conectó al Msn. Enseguida apareció Jorge, y sólo le dijo: "Una imagen vale más que mil palabras ¿Cuánto valdrán millones de imágenes?" y tras ello lo invitó a videoconferencia, a ver su webccam, sólo se entretuvo en comprobar que él aceptaba. Colocó el portátil enfocando a la puerta, preparó café y lió un par de porros. Todo, todo, debía estar preparado y perfecto cuando llegara su amor, o su amo.

A dos minutos escasos para las cinco volvió a mirar hacia fuera. Justo Benito se levantaba. Llevaba puestos unos jeans muy ajustados y una camisa blanca. Contemplar su cuerpo, delgado y atlético, su manera decidida de moverse, le provocó un hormigueo en el coño que se le extendió hacia el vientre, y casi le detuvo el corazón. Desgraciadamente, Silvia venía a interrumpirla en los momentos más inoportunos: "¿Qué estás haciendo, estás loca? ¿Recuerdas lo que te hizo, cómo te trató en el cementerio?" Lo recordaba, claro que lo recordaba, no creía que nunca fuera a olvidarlo, y la verdad era que su cuerpo deseaba más, mucho más de esa terapia.

Dos golpes sonoros estallaron en la puerta e inevitablemente se mojó entera; se dio un último vistazo en el espejo antes de abrir. Los zapatos de tacón, las medias negras, los aros de sus pezones, la convertían en la pura imagen de una cualquiera. Tenía el pelo algo desordenado, pero daba igual, para lo que el peinado iba a durarle.

Descorrió el cerrojo y Benito apareció ante ella, con una sonrisa serena en la cara que, repentinamente, se convirtió en asombro. Ella sonrió también, bajando los ojos, y dijo nerviosa:

  • Hola, amor ¿te decepciono? ¿no es esto lo que esperabas de mí?

Y el negro despertó de su ensimismamiento, entró bruscamente al bungalow y cerró tras sí.

  • Joder, tía, menudo zorrón estás hecha. ¿No te preocupa que te vean los del pueblo?
  • dijo riéndose- A mí sí, de momento no quiero competencia.

  • No soy una cualquiera, soy tu cualquiera - respondió ella con tono pícaro, mientras le desabrochaba la camisa, e iba besando la negrísima piel de su pecho.

Una vez más, vuelvo a agradecer vuestra paciencia y vuestros comentarios. Debo respuesta a varios mails, tengo tan poco tiempo libre que con frecuencia he de afrontar la difícil elección entre responderlos o preparar un nuevo capítulo. Éste, en concreto va dedicado a Norte Pérez y a Oscar Fernando, de Colombia.

Un saludo afectuoso a todos cuantos siguen la serie... Lo confiesen o no.